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Capítulo 13

En cuanto finalizaron las clases, tal y como había planeado, fingí que me sentía mal. Iván se ofreció a ir a la cabaña de doña Elvira para pedirle que viniera a la escuela a verme. Carla y Juan se quedaron conmigo hasta que llegó la curandera acompañada de Iván. Les di las gracias a los tres niños y en cuanto se marcharon, la anciana se aproximó a mí y puso su mano sobre mi frente. Yo me aparté y le dije:

―Doña Elvira, no estoy enferma. Lo que quiero es hablar con usted a solas.

Un brillo de sorpresa destelleó en sus pequeños ojos negros.

―Ante todo, quiero pedirle disculpas por mi comportamiento del otro día. No debí tratarla de ese modo. Por favor, perdóneme.

Doña Elvira me sonrió y asintió con la cabeza.

―Tan solo quiero pedirle una cosa: necesito que me diga, quién es Shasha. ¿Usted también cree que es una sirena? ―le pregunté tratando inútilmente de controlar el temblor de mis manos.

Ella dirigió su mirada hacia el suelo.

―Doña Elvira, por favor, respóndame. ¡Necesito saberlo!

En ese momento me miró a los ojos de nuevo y asintió con la cabeza lentamente. Sin poder contenerme, me desplomé sobre la silla y rompí a llorar. Doña Elvira, cogió el bolígrafo que había sobre mi mesa y dibujó un corazón sobre un folio. Yo no entendí qué quería decirme.

―¿Un corazón? ¿Qué significa? ―le pregunté entre sollozos.

Entonces dibujó lo que parecía una pequeña sirena al lado del corazón y después me señaló a mí.

―¿Shasha me quiere?

Doña Elvira asintió de nuevo. Me quedé estupefacta y, de repente, una alegría inmensa colmó mi pecho. Y olvidándome de lo pactado con Rodrigo, acompañé a la curandera a su cabaña para ver a Shasha y disculparme con ella también.

Antes de llegar, en la distancia, vi a la joven caminando por la orilla del mar. Me aproximé a ella y le pedí perdón, pero ella me ignoró.

―Aquí en el pueblo muchas personas piensan que eres una sirena. ¿Por qué no les dices a todos la verdad? ―le pregunté de improviso.

La mandíbula de Shasha se tensó.

―Porque tal vez tengan razón ―me respondió claramente enojada.

―Pero Shasha, las sirenas no existen. Estoy convencida de ello.

―Entonces, si te dijera que soy una sirena no me creerías, ¿no es así?

Guardé silencio y reflexioné unos instantes. Ella tenía razón. ¿De qué me servía que todos los lugareños y hasta ella misma creyesen que era una sirena si yo no creía que las sirenas existieran?

―¿Y por qué hablas así? ¿Has conseguido recordar algo?

―No, sigo sin recordar nada. Pero ¿qué más te da? Decidiste alejarte de mí.

―Lo siento mucho. No debí hacerlo. Tan solo quiero que todo sea como antes entre nosotras.

También deseaba decirle que la amaba, pero no me atreví.

―Entonces, los niños dejarán de ir a clase. ¿Ya no te importan tus alumnos?

―Claro que me importan. Seguro que se me ocurrirá algo para que no dejen el colegio. Confía en mí.

―Creo que es mejor que sigamos manteniéndonos distanciadas ―repuso con la mirada perdida en el horizonte.

―Pero Shasha...

Me dejó con la palabra en la boca, dándome la espalda y caminando hacia la cabaña de doña Elvira. Fui detrás de ella y cogiéndola del brazo le supliqué:

―Shasha, perdóname, por favor. Quiero estar a tu lado seas quien seas. No quiero que nada se interponga entre nosotras.

Y entonces la atraje hacia mí y la abracé con fuerza.

―Yo más que nadie, quiero saber quién soy. Pero no recuerdo nada, de verdad, no recuerdo nada...

―Tranquila, tranquila, te creo. Siento mucho todo lo que te dije.

Shasha me miró a los ojos:

―Aroa, yo también quiero estar contigo.

De pronto me dijo que se encontraba mareada y pocos segundos después se desmayó entre mis brazos.

―¡Shasha! ―grité―. ¿¡Shasa!? ¿¡Qué te ocurre!?

Entonces apareció doña Elvira con un frasquito que, al acercárselo a la nariz, le hizo recuperar el conocimiento.

―¿Te encuentras bien? ―le pregunté muy preocupada, pero ella no me respondió. Parecía aturdida, desorientada.

Rápidamente, doña Elvira y yo ayudamos a la joven a entrar en la cabaña y la tumbamos sobre la cama de su habitación.

―No te vayas por favor ―musitó Shasha tiritando.

―No me iré a ninguna parte ―le aseguré cogiendo su mano.

Doña Elvira trajo un paño húmedo y frío y se lo puso sobre la frente. A continuación trajo una infusión que la joven bebió.

Tras unos instantes, se quedó dormida. Yo permanecí a su lado. Fueron pasando las horas, hasta que anocheció y Shasha no se despertaba.

―Deberíamos llamar al médico ―le sugerí a doña Elvira, pero esta negó con la cabeza.

Aparté el paño y puse mi mano sobre la frente de Shasha, noté que al menos le había bajado la fiebre. Suspiré aliviada y me senté sobre una mecedora que estaba frente a la cama y transcurrido un tiempo, no pude evitar quedarme dormida. Cuando desperté, doña Elvira no estaba en el cuarto y vi que Shasha se había despertado.

―¡Shasha! ¿Cómo te encuentras? ―le pregunté abandonando la mecedora y sentándome a su lado, en la cama.

―Por fin he recuperado todos mis recuerdos. Ahora sé quién soy ―me respondió con voz queda y sin mirarme.

―¿Y quién eres? ―quise saber.

―Una sirena.

Yo pensé que estaba delirando y cuando iba a tocar su frente para comprobar si volvía a tener fiebre, cogió mi mano con una fuerza sorprendente y me advirtió:

―Será mejor que te alejes de mí.

Sus palabras me sorprendieron, pero no me moví de donde estaba.

―Solo quiero comprobar si ya no tienes fiebre ―le dije con ternura.

―¿No lo entiendes, verad, Aroa? Debo regresar al mar. Debo hacerlo ―afirmó rotundamente.

―¿Qué quieres decir? ―le pregunté sin comprender. Ella guardó silencio―. Shasha, por favor. Dime qué está ocurriendo ―insistí.

―No puedo contarte nada, porque no lo entenderías.

―Dame una oportunidad.

―No, Aroa. No puedo, lo siento. Debes alejarte y olvidarme.

Me acerqué más a ella.

―Shasha, no voy a alejarme de ti nunca más. Estaré a tu lado, pase lo que pase.

La joven habló mirándome fijamente.

―Lo lamento mucho, Aroa, pero ya no podremos estar más tiempo juntas.

―¿Por qué dices eso? ¿Qué es lo que se interpone entre nosotras? Por favor, dímelo.

―Lo que acabo de decirte: ¡Que soy una sirena y debo regresar al mar! ¡Eso es lo que se interpone entre nosotras! ―exclamó entre lágrimas cubriéndose el rostro con las manos.

―¡Shasha, basta ya! ¡Eres un ser humano! ¡No eres ninguna maldita sirena! ¡Todo esto es una locura! ―grité furiosa―. ¡Shasha, mírame! ¡Mírame, por favor!

Pero Shasha no me miró. La luz de la luna llena entraba por la ventana e iluminaba el cuarto con su luz plateada. En ese momento sentí una fuerte ira. Por culpa de los habitantes de Urbiot ahora Shasha estaba convencida de que era una sirena. ¡Ellos eran los responsables de su locura!

De pronto, la joven se puso en pie.

―¡Shasha! ¿Qué haces? ―le pregunté desconcertada. Ella no me respondió y salió de la cabaña en un abrir y cerrar de ojos. Llamé a gritos a doña Elvira para que me ayudara a retenerla, pero la anciana no apareció.

Fui tras Shasha hasta que, de pronto, me di cuenta de lo que planeaba hacer: «¡Va a adentrarse en el mar porque está convencida de que es una sirena! ¡Y se ahogará!», pensé horrorizada.

―¡Shasha, deténte! ―le imploré.

Empecé a correr para alcanzarla, pero ella también comenzó a correr a una velocidad extraordinaria. Cuando llegué a la orilla la joven ya estaba dentro del mar embravecido.

Tuve miedo del fuerte oleaje, pero, al darme cuenta de que si no hacía nada Shasha se ahogaría, me quité la ropa rápidamente y me metí en el agua. Estaba helada. Luché contra los embates de las furiosas olas, y traté con todas mis fuerzas alcanzar a la joven.

Luchaba contra el furor del oleaje, que me hundía dentro del agua continuamente y apenas conseguía aguantar la respiración lo suficiente hasta regresar de nuevo a la superficie. Trataba de nadar con rapidez, pero no conseguía acercarme a Shasha. Y en unos instantes ya ni siquiera podía verla en la casi completa oscuridad. Me desesperé al pensar que no iba a poder salvarla. Opté por gritar con las pocas fuerzas que me quedaban:

―¡Shasha, vuelve! ¡Si tú te ahogas yo también me ahogaré!

Y tras unos segundos interminables, Shasha apareció a mi lado. Yo suspiré aliviada, mientras seguía luchando por mantenerme a flote entre las furiosas olas del mar. Ella me agarró por los brazos.

―¿Aroa, qué estás haciendo? ¡Vuelve a la orilla ahora mismo! ―me ordenó con un tono autoritario que nunca antes había empleado conmigo.

―¡No! ¡No regresaré sin ti! ―volví a gritar.

―Te llevaré a la orilla ― dijo con determinación. Pero entonces una voz atronadora nos asustó a ambas:

―De eso nada. Aquí está el precio que tienes que pagar, querida.

Shasha y yo nos volvimos y nos encontramos ante una mujer con unos ojos grandes y rojos como el fuego, acompañados de una terrible sonrisa. La sonrisa más aterradora que haya podido ver en mi vida. Aquella mujer se mantenía sobre el oleaje erguida, sin verse afectada ni un ápice por los embates de las enormes olas.

―Vamos entrégamela ―le dijo la mujer a Shasha.

―¡No, jamás! ―gritó Shasha poniéndose delante de mí.

Me pregunté quién sería esa mujer y qué podía querer de mí cuando de pronto dio un salto sobre el agua y pude ver que bajo su cintura tenía una gran cola de pez. No pude evitar gritar de asombro y de terror. Aquel salto provocó una enorme ola que nos separó a Shasha y a mí al golpearnos y, entonces, la sirena de ojos rojos me cogió por el brazo y me arrastró con ella hasta las profundidades marinas.

Traté de aguantar la respiración todo lo que pude y cuando sentí que ya casi no podía resistir más, apareció Shasha. Pude ver claramente que ella ya no tenía piernas sino una cola de pez igual que la mujer de los ojos rojos. Pensé que todo era producto de mi imaginación, que quizás se tratara de una pesadilla.

Entonces oí a Shasha dirigirse a aquella mujer que me sujetaba fuertemente con sus manos que más bien eran garras.

―Medéndala, tenemos un pacto. Lo recuerdo perfectamente. Tenía dos opciones: regresar al mar o entregarte a la persona que amara. He elegido regresar al mar. Así que, ¡suéltala ahora mismo!

Medéndala, sonrió con una sonrisa llena de maldad y me soltó.

―Está bien. Puedes llevarte a tu humana. Las dos vais a sufrir mucho con vuestra separación ―aseveró y se rió con una risa tan terrible que me atravesó el corazón como un puñal.

Shasha me cogió por la cintura y me condujo a la superficie del agua a gran velocidad y después me condujo hasta la orilla. Tosí escupiendo agua y vi a Shasha mirándome con sus preciosos ojos dorados. «Sí, todo ha sido una pesadilla» me dije aliviada. Pero entonces, al incorporarme vi estupefacta que Shasha continuaba teniendo una cola de pez.

―Shasha, dime por favor, que esto es una pesadilla.

―No, Aroa, no es ninguna pesadilla. Las sirenas existen y yo soy una de ellas ―me explicó con voz suave y dulce.

―No te marches, por favor ―le supliqué―. No quiero perderte.

―No tengo otra opción. Debo regresar al mar. Siempre he sido y seré una sirena. Aroa, estoy feliz por haberte conocido y haber compartido contigo momentos tan hermosos.

―¿Te hará daño esa Medéndala? ―le pregunté entre lágrimas.

―No, no me hará ningún daño. Te lo aseguro. Pero a ti si que te hará daño si no regreso ahora mismo.

Me quedé muda e inmóvil. Y antes de que me diese tiempo a asimilar lo que acababa de decirme, se despidió de mí.

―Hasta siempre, Aroa.

A gran velocidad se zambulló en el mar y por más que escudriñé el horizonte con la mirada no encontré rastro ni de ella ni de la otra sirena.

Entonces sentí que alguien se acercaba. Era doña Elvira.

―¿Y, usted, dónde estaba? ¿Por qué ha permitido que se marchara? ―le reproché llorando, con el corazón roto en mil pedazos.

La curandera cerró los ojos y me cogió de la mano. Bajo la luz de la luna, pude ver cómo las lágrimas rodaban por su ajado y tierno rostro.

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