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Capítulo 70

Capítulo 70

-    ¿Llegamos tarde?- intervino Symon con una amplia sonrisa atravesándole el rostro cuando Julius giró sobre si mismo.- Que cosas, ¿eh? Nos vamos unos días y cuando volvemos el reino está casi destruido.- negó ligeramente con la cabeza.- Está claro que no se os puede dejar solos.

Habían llegado hacía tan solo unos minutos, pero por suerte Julius se había cruzado en su camino y habían decidido seguirle. Iba tan concentrado que ni tan siquiera se dio cuenta de su presencia.

El viaje por las mazmorras había resultado incómodo, pues los combates se sucedían continuamente, pero los cinco guerreros lograron abrirse paso a base de fuerza de voluntad.

Y allí estaban, agotados del viaje, sorprendidos por la situación e inquietos ante el retorno de Severinne, pero con más fuerzas y deseos que nunca de acabar aquella guerra.

Symon, que iba a la cabeza del grupo, hizo un ligero ademán con la cabeza a Christoff. Este respondió volviendo a empuñar su arma y clavó la mirada en Betancourt. El traidor respondió con una sonrisita risueña.

-    Dichosos los ojos. Cuanto tiempo.- saludó con una reverencia burlona.- El chico que quiso y no pudo. 

-    Silencio, perro.- respondió Christoff con frialdad.- Tu tiempo ha llegado a su fin.

-    Esta sala es únicamente para Reyes.- les recordó Symon.- Salid de aquí. Arreglad vuestras cuentas fuera.

Los dos hombres volvieron a mirarse, pero no respondieron. Christoff salió de la sala e, instantes después, sin haberle visto moverse, Betancourt desapareció. Ya en el pasillo se enzarzaron en una silenciosa batalla.

Symon volvió la mirada atrás y se centró en los dos chicos. Willhem sujetaba con fuerza sus cuchillos entre manos mientras que Dorian trataba de fulminar con la mirada a un Julius perplejo.

- Willhem, ayuda a los supervivientes. Fuera hay una buena batalla y te van a necesitar. Y tú, Dorian... busca y encuentra a tus primos. Nada debe sucederles a los futuros herederos de Reyes Muertos. Nosotros nos quedamos con tu padre.

Las palabras fluyeron con gracilidad por la sala, pero nadie fue capaz de reaccionar. Dorian sintió como el rostro se le descomponía al descubrir quien era la persona a la que estaba mirando. Apretó con rabia los puños y, más que nunca, comprendió que debía ser él quien acabara con su padre.

Julius no dijo palabra alguna. Volvió la mirada hacia su mujer y contempló maravillado su semblante. Sabía que ellos no le fallarían. Lo sabía, y daba gracias a los Dioses por ello.

Hizo una ligera reverencia con la cabeza y volvió a girar sobre si mismo con fuerzas renovadas. Los hermanos se adelantaron unos pasos y se situaron a ambos lados.

-    ¡Maldito mal nacido!- gritó Varg poniéndose en pie.- ¡Este es mi Reino!

-    Quizás, muchacho.- replicó Symon con frialdad mientras alzaba su espada.- Pero te recuerdo que esta es mi isla.

Y sin necesidad de decir más, Symon se lanzó a la carga a por él. Varg empuñó con rapidez el arma con la única mano que le quedaba y descendió los peldaños. Al instante se enfrascaron en una cruenta batalla.

Julius y Arabela, por su parte, se limitaron a observar con detenimiento el lento avance de la mujer. Esta, a diferencia de Varg, parecía muy tranquila.

-    Creía haberte matado.- canturreó Severinne con suavidad.

-    La próxima vez apunta mejor.- respondió Arabela con brusquedad. Hundió la mano en el cinto y empuñó uno de los puñales.- Vamos, sorpréndeme, ¿qué vas a sacar esta vez?

-    Arabela.- advirtió Julius con tono tajante.- Retírate. 

-    Silencio.- le ordenó.

-    No.- alzó el brazo y la hizo retroceder de un fuerte empujón.- Retírate.

-    Que te jodan, Blaze.

Apartó su brazo con brusquedad y cargó.

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La espada de Symon se movía con gracilidad entre sus manos dibujando peligrosos arcos y estocadas. A pesar del perpetuo dolor de la pierna, el cazador se movía con gracilidad, acompasando los pasos con las continuas estocadas que le lanzaba a su presa.

Varg se defendía tratando de detener los golpes con el filo de su arma, pero las arremetidas eran tan bruscas que tras los primeros segundos comprendió que lo mejor era esquivarlos. El problema era que, mientras esquivaba, no podía atacar.

Tarde o temprano, sabía que le alcanzaría. El odio que despertaba en el cazador era tal que su supervivencia era prácticamente nula a no ser que encontrase algo con lo que contrarrestarle. ¿Pero que?

Varg siguió retrocediendo hasta alcanzar una de las paredes. Al otro lado de la enorme sala, el otro combate parecía estar destruyendo todo el mobiliario.

Pero ese no era su problema. Varg apartó la cabeza de la órbita de una de las estocadas y dio un brinco hacia atrás. Su espalda chocó contra la pared.

El arma de Symon volvió a descargar un golpe seco, y esta vez logró alcanzarle el muñón a la altura del codo. Varg lanzó un alarido, perdió el sentido y la caída logró evitar que el cazador le cortara la cabeza.

El arma chocó contra una vidriera, el cristal se reventó y Varg volvió a despertar justo cuando los vidrios cayeron sobre él.

Symon retrocedió cubriéndose el rostro con el brazo, pero varios de los vidrios le abrieron profundos cortes en la cara. Lanzó un alarido, y volvió a descargar el arma casi a ciegas, pero Varg ya no estaba allí. Le vio atravesar el marco de la ventana embadurnándolo todo de sangre, y saltó tras él a la terraza.

Una maceta se estrelló contra él y Symon perdió el equilibrio. Lanzando un sonoro aullido, Varg aprovechó aquel instante de confusión para hundir su arma en el pecho del cazador.

Symon chilló de dolor. Tomó con la mano el filo del arma, y reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, se la arrancó de un fuerte tirón. Inmediatamente después descargó un golpe seco en la mano de Varg.

El arma repiqueteó contra el suelo cuando el hombre perdió la otra mano. Varg cayó al suelo de rodillas, gritó y se desmayó.

Symon hundió el arma con fuerza en su corazón, lo pateó y maldijo... pero sus fuerzas flaquearon. El cazador cayó de rodillas en el suelo y se llevó las manos al pecho. El arma del traidor le había hecho una gran herida en el pecho.

Una herida que sangraba muchísimo.

Pero aún no podía morir. Apoyó el arma en el suelo y se ayudó de esta para incorporarse. Se encaminó de nuevo hacia el interior de la sala, pero volvió a caer cuando una explosión derribó el muro.

±±±±±

Julius se cubrió el rostro con el antebrazo, pero no logró detener el impacto causado por la explosión. El trono salió volando por los aires contra ellos, pero Julius logró lanzarse al suelo y rodar por debajo. Arabela, en cambio, no tuvo tanta suerte. El trono le alcanzó de pleno y salió despedida hacia atrás. Se estrelló contra el suelo unos metros más atrás.

Severinne volvió a alzar la mano con suavidad; sus dedos dibujaron un extraño círculo. El otro trono se alzó y salió disparado contra Julius. El caballero cogió carrerilla, se impulsó y saltó por encima.

Aprovechó los instantes de vuelo para empuñar un cuchillo y lanzarlo contra la bruja sin apuntar.

Este se fundió en la nada antes de que pudiera incluso llegar a tocarla. La mujer lanzó una estruendosa carcajada y volvió a mover los dedos. El trono bajo el cual Arabela yacía empezó a arder. La chica se lo quitó de encima a base de patadas. Ya libre, rodó por el suelo para apagar el fuego de sus ropas.

La sala entera estaba llena de mobiliario ardiendo. Una de las vigas del techo cedió y Julius saltó a tiempo antes de que esta pudiera llegar a aplastarle. Rodó por el suelo, volvió a saltar antes de que un armario estallara a su lado víctima del poder de la bruja, y se incorporó justo cuando Arabela pasaba por su lado corriendo como una flecha. La guerrera alzó el brazo derecho como escudo cuando la bruja volvió a lanzar una bola de fuego. El guante se incendió, y parte de su rostro se quemó a causa de las llamas, pero Arabela no se detuvo. Saltó por encima de una mesa en llamas, rodó por el suelo para recuperar pie y alcanzó los peldaños. Los subió corriendo, bateó con el arma una nueva bola de fuego, y ya a punto de alcanzar a la bruja, una de las vigas le dio de pleno en la espalda. La mujer salió disparada, y chocó contra la bruja.

Arabela cayó al suelo con un puñal clavado en el hombro. A su lado, la bruja alzó las manos, dibujó un círculo en el aire con los dedos, y estrelló contra la espalda de la muchacha una nueva bola de fuego.

Julius se abalanzó sobre la mujer justo cuando estaba a punto de convocar un segundo hechizo. Hizo girar el arma en sus manos y la dirigió contra su cuello. A punto de cercenarle la garganta, la bruja salió disparada. Algo impactó contra las piernas de Julius, y el hombre cayó al suelo de boca, justo al lado de la bruja.

Durante unos breves pero muy largos segundos, Julius vio como la mujer empuñaba su arma y la alzaba para apuñalarle.

Todo ocurrió en muy pocos segundos, pero Julius lo vivió como si hubiese durado un año entero. Vio la vida y la muerte en el reflejo de su mirada, la verdad y la mentira, el odio y el amor, la pasión... y por fin se vio a si mismo en el filo de su propia espada. Julius giró sobre si mismo en el último instante, y la espada se estrelló contra el suelo.

El arma salió disparada de sus manos, la bruja perdió pie y Julius se abalanzó sobre ella. La derribó de un puñetazo. Ya en el suelo, la golpeó hasta hacerla sangrar y gritar.

Las manos de la mujer arañaron su rostro y cuerpo ardiendo como si fueran de fuego, pero Julius no se retiró. Siguió golpeándola hasta que, desde más allá de las escaleras, Arabela le lanzó su propia arma. Julius la tomó en el aire, la empuñó con ambas manos, y separó con un rápido y profundo corte la cabeza del cuerpo.

Julius se dejó caer al suelo pesadamente, lanzó el arma lejos de él y cerró los ojos. Fuera, la batalla continuaba, pero él ya no creía tener fuerzas para seguir. Se llevó la mano al rostro y se lo cubrió. Tenía centenares de heridas, quemaduras y golpes, pero sin duda lo que más le dolía era la cabeza. Demasiados acontecimientos, demasiado cansancio, demasiada emoción...

Oyó unos pasos que se acercaban a él.

-    ¿Arabela?- llamó al recordar que ella también estaba allí.

Pero no respondió. Los pasos prosiguieron, Julius apartó la mano del rostro, y al abrir los ojos vio que, a escasos metros de su rostro, la espada negra de su mujer volvía a ser empuñada. Esta vez, era otra persona la que la sujetaba, pero la rabia y furia de su mirada era muy superior a la que jamás hubiese visto hasta entonces.

-    ¿Dor...?

El chico descendió el arma con brusquedad, pero Julius logró esquivar con las últimas fuerzas que le quedaban. Giró sobre si mismo, rodó hasta alcanzar su arma y la alzó justo a tiempo para detener una segunda embestida. El golpe le hizo retroceder, Julius se incorporó, y totalmente cegado por el dolor y la rabia, fue incapaz de controlar su fuerza. Lanzó un corte horizontal, y aunque solo trató de asustarle, cercenó la garganta del muchacho.

-    Dioses...- susurró al verle caer de espaldas.- Dioses...

Volvió a oír pasos, pero esta vez tampoco fue Arabela quien apareció. Symon atravesó la sala lentamente, con la mano apoyada sobre el peto ensangrentado, y se dejó caer de rodillas junto a su hermana. Esta yacía en el suelo. Llevaba mucho rato gritando y gimiendo de dolor, pero Julius no se dio cuenta de ello hasta entonces.

Su hermano le ayudó a arrancarse el cuchillo que Severinne le había clavado en el hombro, y la incorporó con cuidado. Ambos tenían heridas por doquier, algunas mortales, pero durante aquellos leves segundos en los que estuvieron juntos, se sonrieron como si nada hubiese ocurrido jamás.

Symon la acunó con cuidado entre sus brazos y besó cariño su rostro. Después, ayudándose mutuamente, se pusieron en pie.

Lejos de sonreír, los dos hermanos centraron la mirada en Julius. Durante un instante el caballero pudo ver el mismo odio en ellos que segundos antes había visto en Dorian.

Las palabras de Betancourt volvieron a sonar en su mente.

-    Vosotros...- susurró.

Arabela tuvo que apartar la mirada. Symon avanzó hasta tomar la espada de Julius del suelo, y tras sopesarla, se la entregó a su propia hermana. Después sacó su propia arma y la empuñó.

Julius no pudo evitar sonreír ante la ironía. Por mucho que había intentado creer que todo era falso, aquella mera visión de los hermanos le sirvió para comprender que no era así. Le sirvió para comprender que, en el fondo, todo aquello no había sido más que un engaño.

Un engaño...

Cerró el puño con fuerza alrededor de la empuñadura y apretó los labios. Aunque ella no le miraba, sabía que no sería odio lo encontraría en su mirada. Tampoco rabia ni rencor... pero en su hermano sí. En él se concentraba todo el odio de años de rencor.

Salemburg les había arrebatado mucho a todos.

Aunque sus posiciones jamás podrían llegar a acercarse, al fin comprendía que todos habían salido perdiendo en aquella batalla.

En el fondo no eran tan distintos. Habría sido mucho más fácil pensar lo contrario, pero a aquellas alturas Julius no quería seguir engañándose. Habían sido amigos, amantes y confidentes, pero había el final. La mentira no podía seguir alargándose.

-    Este es el final, ¿eh?- dijo con amargura.- Después de tanto tiempo... esto es lo que sois en realidad.- sacudió la cabeza.

-    Veo que no necesitas explicaciones.- respondió Symon con brevedad.- Me alegro, habría sido muy incómodo.

-     Esto no tiene porque acabar así...- murmuró Arabela por lo bajo. Alzó la mirada hacia Julius con evidente amargura y desesperación en lo más profundo de su alma.- ¡No tenemos porque enfrentarnos...!

-    Arabela.- advirtió su hermano sin apartar la mirada de su oponente.- Lo mejor es que te vayas. Tu papel en esta historia ha acabado.

-    ¡No tiene porque acabar así!- insistió a gritos, y dio un paso al frente para situarse entre ambos.- ¡Julius es de los nuestros! Siempre lo ha demostrado ser. ¡Me quiere! Y yo le quiero. Él... Dioses, Symon, le quiero a mi lado.

-    Pero yo no.- respondió Julius tratando de mantener la compostura.- Este es territorio de los Blaze, y aunque me cueste la vida, te aseguro que no voy a permitir que os apoderéis de él. La sombra de la muerte ya eclipsó durante demasiado tiempo la isla... no voy a permitirlo.- alzó el arma con el semblante fruncido en una mueca de ferocidad.- Este engaño debe acabar; somos enemigos, y siempre lo hemos sido. Yo os arrebaté a vuestros padres, y vosotros me quitasteis a mis hermanos... es hora de ajustar cuentas.

-    ¿De qué demonios estás hablando?-  balbuceó Arabela perpleja.- Julius... esto no tiene porque suceder. ¡No tenemos porque cometer el mismo error que tu hermano! Nos conoces, ¡sabes como somos! ¡Dioses! ¿Acaso te parecemos un enemigo con el que enfrentarte? Julius...

-    Basta, Arabela.- replicó Symon con suavidad.

Los dos hermanos aguardaron unos instantes a la respuesta del caballero, pero este no dijo nada. ¿Para que? Por supuesto que les conocía; les quería y amaba, pero eso ya no importaba. Ahora ya no. Sus mundos eran totalmente adversos, y por mucho que quisiera intentarlo, jamás podrían estar juntos.

-    ¡¡Pero responde!!- gritó la mujer en dirección al caballero.- ¡¡Di algo!!

-    Hermana, hazme caso.- insistió Symon.- Sal de aquí.

-    ¡¡No!!

Julius se estremeció cuando la mujer rompió a llorar. Apretó los puños sobre la empuñadura, obligándose a si mismo a ignorar la voz en su interior que le suplicaba que la abrazara, y apartó la mirada.

- Haz caso a tu hermano, Arabela.- dijo por fin con la voz tensa.- Ya no tienes nada que hacer aquí. Lo mejor que puedes hacer es irte; una vez acabe con tu hermano no tendré más remedio que ir a por ti. Date prisa y busca un lugar en el que esconderte.

Arabela retrocedió de nuevo, perpleja, pero fue incapaz de responder. Se llevó la mano al pecho y durante unos instantes aguardó en completo silencio, con el rostro contraído en una mueca de horror.

Symon dibujó un círculo en el aire con su arma, hizo una ligera reverencia y sonrió sin humor por última vez, agradecido ante tales palabras. Eran falsas, por supuesto, ¿pero para qué alargar aún más aquello? Cuanto antes acabase, mejor para todos.

-    Eres un hombre inteligente... te lo agradezco. Esto podría haber sido bastante más complicado de lo que hubiese deseado.- hizo una pausa.- Ha sido un placer.- dijo.

Y tal y como había hecho con Varg, se lanzó a la carga.

Julius detuvo el primer golpe con facilidad, el segundo y el tercero. El cuarto, el quinto...

Symon se movía bien, y sus golpes eran fuertes, pero estaba demasiado herido y cansado como para poder atacar con la rapidez necesaria para vencerle. El caballero, por su parte, estaba demasiado conmocionado como para poder reaccionar. Sabía que solo necesitaría un golpe para acabar con él, pero no deseaba hacerlo. Le odiaba por ser quien era, pero a la vez ansiaba poder anclarse al pasado y vivir eternamente en los tiempos en los que él había creído ser feliz. Y en ese pasado, él también participaba.

En ese pasado eran amigos.

Symon volvió a arremeter contra él, pero las fuerzas le abandonaron. A punto estuvo de perder el arma. Julius le hizo retroceder con un fiero golpe en el arma.

Symon cayó de rodillas al suelo y se llevó la mano al pecho. La herida era demasiado profunda.

Estaba muriendo, y lo sabía.

Escupió sangre copiosamente, pero volvió a incorporarse. A cada instante que pasaba la vida le abandonaba, y ambos eran conscientes de ello. Pero Symon se negaba a ser una víctima más de Varg.

Volvió a arremeter contra él, pero esta vez el arma ni tan siquiera alcanzó la de Julius. El caballero dio un paso atrás, dejó unos instantes para que su contrincante cogiera aire y decidió acabar con aquel sufrimiento de una vez por todas. Unos metros por detrás, Arabela lo observaba todo con la mandíbula prieta.

-    ¡Ni se te ocurra!- gritó Symon cuando trató de intervenir.

Apoyó el arma en el suelo y cogió aire. De la boca le caía un grueso reguero de sangre. Aguardó unos instantes, sofocado, y cerró los ojos. Más allá de la realidad, Gabriela le estaba esperando con una bella sonrisa en el rostro.

Siempre había sido tan bella...

-    Pronto...- murmuró por lo bajo.- Volveré pronto... espérame...

-    ¡¡Symon!!- insistió Arabela.- ¡¡Symon por favor!! ¡¡Basta!!

Arabela no lo pudo soportar más. Empuñó su arma y se abalanzó sobre Julius cegada por la rabia de ver a su hermano muriendo. A diferencia de él, ella era rápida y fuerte. Intercambiaron decenas de golpes, y durante largos segundos danzaron el uno junto al otro, atacando y defendiéndose sin llegar a dañarse. Él porque era incapaz de tocarla, y ella porque, más allá de la rabia, seguía amándole.

- ¡¡Symon, Symon!!- volvió a gritar ella.

Lanzó una estocada contra Julius, pero el caballero retrocedió a tiempo. Aguardó que el arma de su oponente se acercara a él para golpearla. La desarmó de un golpe, se abalanzó sobre ella, y le atravesó el hombro con la espada.

Arabela chilló y cayó al suelo ante el impacto, a los pies de su hermano. Tenía casi todo el cuerpo quemado por el fuego de Severinne, pero aquella era la más dolorosa de las heridas.

-    ¡Dioses!- gruñó Symon mientras se ponía en pie a duras penas.- ¡No te metas! ¡Vete...!- alzó su arma.- Por favor..., Arabela, hermana, te quiero... y a Elaya también. Os quiero tanto... perdonadme; todo esto es por vosotras.

Volvió a abalanzarse contra Julius con las últimas fuerzas que aún albergaba en su interior. Dibujó un grácil arco con el arma, lanzó una estocada, y, a punto de caer, descargó por última vez el arma contra el pecho de su oponente. Julius pudo esquivar los primeros golpes, pero el tercero, demasiado rápido y certero para poder detenerlo, le acertó de pleno. El acero atravesó la carne, los músculos y, finalmente, el pulmón.

El caballero perdió pie, pero en el último instante, guiado por el instinto, descargó su arma en el pecho del cazador.

Symon lanzó un último aullido gorgoteante al caer de rodillas al suelo. Se llevó las manos al pecho, y sin que nadie pudiera llegar a comprender sus últimas palabras, se desplomó sin vida.

Julius, a su lado, empezó a toser sangre. Se dejó caer de rodillas al suelo, depositó ambas manos en el pecho, donde el acero le había abierto una herida mortal y dibujó una sonrisa amarga. Los ojos se le llenaron de lágrimas, la boca del sabor metálico de la sangre, y los oídos del sonido de unas botas al acercarse. Al alzar la vista, Arabela estaba ante él, con el arma de su hermano entre manos.

Acercó la mano hasta el rostro de Julius y lo tomó con brusquedad por el mentón. Lágrimas de rabia y dolor cruzaban su rostro.

-    Mentías.

-    ¿Lo dudas?

-    No... claro que no.

Julius sonrió, y reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, alzó la mano hasta apoyarla sobre la suya. La estrechó con suavidad.

-    Este es el final.

- No...- respondió ella.- En realidad esto no es más que el principio.

±±±±±

Unos minutos después, cuando Willhem entró en la sala, todos los cuerpos yacían en el suelo sin vida. Dejó caer sus armas con rapidez, corrió hasta donde los hermanos yacían abrazados, y se arrodilló a su lado, con los ojos llenos de lágrimas.

-    ¡¡Arabela!! ¡¡Symon!!

La muchacha entreabrió los ojos. A pesar de las heridas, aún estaba con vida. Cerró los brazos alrededor del cuerpo inerte de su hermano y hundió el rostro en su pecho. Empezó a llorar.

-    Dioses...- murmuró Willhem impresionado.- ¿Está...?

No fue necesario que respondiera. Willhem se frotó las lágrimas, besó el cabello de su señora y se incorporó con lentitud. Giró sobre si mismo y desvió la mirada hacia el cuerpo decapitado de Julius.

La imagen le estremeció, pero se obligó a si mismo a mantener la compostura.

-    Betancourt ha escapado.- confesó.- He encontrado a Christoff fuera... está muerto, pero imagino que mañana...

-    Volverá.- replicó ella algo más calmada.

Se incorporó y deslizó con suavidad la mano ensangrentada sobre el rostro de su hermano. Después de tanto tiempo, había sido necesaria que llegara la muerte para que en su rostro hubiese una sonrisa sincera. Le besó la frente y se puso en pie apoyándose en el arma de su hermano. Volvió la mirada hacia el cadáver de Christoff y se arrodilló a su lado. Tomó su propia arma, la cual él había blandido para el último enfrentamiento, y la depositó con suavidad sobre su pecho.

Desde lo alto, Willhem lo observaba todo con nerviosismo. Las palabras surgían atropelladas de su garganta.

-    La batalla sigue en la fortaleza... pero han aparecido gentes del pueblo. Al parecer ha habido varios núcleos que han decidido unirse para enfrentarse al enemigo...

-    Estúpidos.- dijo ella con frialdad.- Darían cualquier cosa por alargar la vida de un Reino que no les ha dado nada con tal de poder controlar su futuro.- chasqueó la lengua.- En fin, ellos sabrán. Nos serán útiles. ¿Qué se sabe de Alejandría?

-    Están de camino. Calculo que mañana o pasado llegarán.

-    ¿Y los sureños?

-    Tardarán un poco más... pero vendrán.

Se acercó hasta la ventana a través de la cual había saltado su hermano, y pasó al otro lado. Unos minutos después volvió a aparecer tirando del cuerpo de Varg.

- Ayúdame. Tenemos una batalla que librar, y esto nos va a ser muy útil.

-    Los barcos que parten a las islas saldrán en un mes de Alejandría...- dijo en un susurro.- Allí tendría una segunda oportunidad. Si tú quisieras...

-    Llévatelo.- respondió.

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