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Capítulo 66

Capítulo 66

Los minutos dejaron paso a las horas, las horas a los días, y los días a las semanas. El viaje a través de la espesura hacia las tierras del sur era tedioso y agotador debido a las bajas temperaturas y el cansancio acumulado, pero la posibilidad de cabalgar durante días sin detenerse aceleró el viaje hasta el punto que, a la mitad de la segunda semana, Chrisotff y Arabela llegaron al Monte del Olvido. Durante aquellas semanas habían ido intercambiándose para no detener el avance. Mientras uno descansaba apoyado en las espaldas del otro, este cabalgaba, y viceversa.

El caballo había sido criado en Salemburg; al día detenía un par de horas, pero no más. Era veloz como el rayo, resistente como la piedra y tan grácil e inteligente que apenas necesitaron guiarle por los caminos. Él buscaba por si solo las zonas más despejadas, elegía los caminos más amplios y se orientaba cuando mas perdidos estaban sus jinetes.

Durante el viaje habían creído oír el avance de la columna del Rey, pero pronto los adelantaron y se perdieron en la inmensidad de los bosques. Ellos siguieron avanzando, y ya en la entrada de la gran montaña, dejaron su montura y siguieron la ruta a pie.

Unas horas después, ya en la entrada de las grandes galerías, los muchachos se adentraron en la oscuridad. Las paredes seguían manchadas de sangre, los suelos repletos de cuerpos corruptos y el aire de hedor a muerte, pero al menos estaba despejado. Eran los primeros en llegar, y aunque aún tardarían unos cuantos días en llegar los próximos visitantes, la pareja no dudó en empezar a explorar las zonas en  busca del mejor lugar para preparar la trampa.

Siete días después de su llegada, las primeras voces resonaron por la zona oriental de la fortaleza. Christoff y Arabela estaban durmiendo cuando el eco de las voces les despertaron. Se incorporaron con rapidez, se deslizaron por el conducto natural en el que se habían colado a través de una trampilla, y se deslizaron hasta una zona de rejas. Al asomarse vieron un grupo de ocho guerreros vestidos totalmente de negro entrar con gruesas alabardas de hierro entre manos. Cubrían su rostro con cascos alargados acabados en plumas blancas, y lucían un curioso dibujo en forma de torre blanca en la pechera. En sus hombreras habían pintado en blanco cráneos sonrientes.

Los hombres avanzaban como sombras por los pasillos y salas. Sus pasos apenas resonaban en la piedra.

No habían sido precisamente sus voces las que les habían traicionado. Tras ellos, a casi un kilómetro de distancia, otro grupo de caballeros les seguían el paso. Ellos eran los ruidosos. Sus voces, a pesar de ser poco más que susurros, se habían extendido a lo largo de las cúpulas y de los túneles hasta acabar resonando por toda la montaña.

Christoff estudió con detenimiento el movimiento de los hombres, hizo un ligero ademán a su compañera con la cabeza y entre los dos quitaron la trampilla a través de la cual habían subido. El sonido quedó ahogado cuando de nuevo las voces volvieron a sonar por todo el bastión. Los hombres de negro maldijeron con los labios prietos y se detuvieron en seco, con las alabardas en alto.

A pesar de su imponente aspecto, estaban asustados.

Los muchachos se dejaron caer suavemente sobre el suelo. Se deslizaron como el agua por el suelo de piedra y alcanzaron una de las paredes. Allí se agacharon y estudiaron con detenimiento la indumentaria de los hombres. Armaduras negras, capas blancas, estatura elevada y espaldas amplias...

Uno de ellos se quitó el casco y dejó a la vista un rostro cansado, sudoroso y lleno de cicatrices. Se pasó la mano por la cara para limpiarse el sudor de los ojos y cejas y volvió a colocárselo.

-    Calendras.- llamó Christoff al reconocerle.

Los hombres giraron en redondo, exaltados, pero pronto apartaron sus armas cuando su superior alzó la mano. Arabela y Christoff aguardaron a que sus armas estuvieran bajas para salir de las sombras.

Calendras volvió a quitarse el casco y sonrió cuando por fin reconoció a los extranjeros. Se estrecharon las manos.

-    Han llegado pronto.- dijo el hombre con una amplia sonrisa atravesándole el rostro.- ¿Tenemos tiempo suficiente? Tan pronto el joven Willhem apareció por el reino nos pusimos en camino.

-    Aún hay tiempo, sí.- aseguró Christoff en un susurro.- ¿Cuántos sois?

-    15.000 hombres, aproximadamente. ¿Suficientes?

No respondieron. Christoff y Arabela intercambiaron una mirada cargada de complicidad y sus carcajadas resonaron por todo el bastión.

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Dorian observó desde fuera la monstruosa montaña. Había oído hablar en muchas ocasiones sobre aquel lugar maldito, pero jamás lo había imaginado tan enorme. El pico se perdía entre las nubes, pero las faldas, cubiertas totalmente de nieve, se mostraban regias y severas, cubiertas se salientes afilados y pequeños agujeros inscritos en la piedra a través de los cuales los antiguos caballeros vigilaban las afueras.

El Monte del Olvido había sido uno de los bastiones más importantes del Reino hasta hacía relativamente poco. Muy poco en realidad.

Symon, a su lado, miraba casi con veneración la montaña. Soltó una risotada. Mientras que el resto comentaban con temor lo que años atrás había ocurrido en el corazón de aquel lugar, Dorian consideraba que no había sido más que justicia divina.

Desde la delantera de la columna, Solomon dedicó una mirada desafiante al bastión. A pesar de que su enemigo se encontraba más allá de aquella montaña, el Rey sintió que el  bastión le devolvía la mirada.

Ordenó que sonaran los cuernos y se puso en marcha. Esta vez no habría nada ni nadie capaz de detener a los suyos.

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Desde lo alto de la entrada del bastión, Arabela y Christoff contemplaron el avance de las tropas del Rey. Se movían de forma uniforme en silencio, divididos en pequeños grupos de veinte y con las monturas sujetas por las riendas. A la cabeza iba el Rey Solomon acompañado por el capitán de la guardia, Hooklok, y un joven portaestandarte. El viento hacía ondear el estandarte del Rey y arrancaba susurros a las hojas de los árboles.

Arrebujado en su capa, Cupiz avanzaba con paso firme por la pendiente de la montaña. La entrada era grande y espaciosa, pero a su interior no parecía entrar la luz. Su destino parecía haber sucumbido a las sombras.

A su lado, Dorian entrecerró los ojos cuando dos figuras surgieron en la oscuridad. Tan solo su  nueva naturaleza le permitía ver en las sombras. Escudriñó la entrada en silencio y siguió avanzando hasta que por fin las primeras filas irrumpieron en las sombras.

Las noticias de la presencia de los dos forasteros corrieron rápidamente entre las filas de caballeros. Dorian ensanchó la sonrisa, y ante la mirada perpleja de Cupiz se limitó a encogerse de hombros. No muy lejos de allí, entre las primeras filas de guerreros, Symon alcanzó por fin la cueva. Se apresuró a alcanzar a su hermana y se fundió con ella en un teatral abrazo fraternal.

-    ¿Pero qué demonios?- Solomon estaba perplejo.

-    Permitidme que me adelante, alteza.- pidió Hooklok con la mandíbula prieta.

 Con un simple ademán de cabeza ordenó a uno de sus hombres que le acompañaran. Desenvainó la espada y ascendió el camino de piedra hasta alcanzar al grupo alejandrino. Tal y como se temía, sus ojos no le engañaban.

De pie como una estatua, Christoff Erym le mantuvo la mirada mientras los hermanos intercambiaban susurros. El viaje había sido duro y largo, pero tras los últimos días de descanso se sentía con fuerzas suficientes para vencer a todo un ejército.

Saludó al capitán de la guardia con un ligero ademán.

-    Creía que se os había enviado al norte, mi señora.- la estruendosa voz del caballero resonó por toda la entrada con fuerza. Los pocos que aún no se habían dado cuenta de su presencia alzaron la vista, con curiosidad.

-    Y no os equivocabais.- respondió ella.

 Deslizó la mano con suavidad por su cabellera, y con un suave gesto aparentemente inocente, dejó a la vista un profundo corte en la mejilla que le cruzaba todo el pómulo.

A Hooklok no le pasó inadvertido el detalle. Lanzó una fugaz mirada a Christoff y contó diez cortes entre pómulos, frente y cuello. Antes de hablar se aseguró de que el resto de la comitiva estuviera a una distancia prudencial. Tomó el brazo de la muchacha y la atrajo hacia él con brusquedad. Quedaron a escasos centímetros.

- Espero que no sea ningún juego.- la advirtió para sorpresa de todos.

Christoff respondió apartándole de un violento empujón, desenfundó la espada y la abalanzó sobre él. Hooklok logró detenerla a tiempo. Los aceros chocaron y saltaron chispas.

-    ¡Quietos!- gritó Arabela perpleja.- ¿Pero qué demonios estáis haciendo?

-    Eso era lo que pecisamente me estaba preguntando yo.- la secundó una nueva voz.

Segundos antes del choque, Solomon había iniciado el ascenso. Depositó ambas manos sobre los hombros del capitán de su guardia y negó suavemente con la cabeza. A pesar de intentar mostrarse relajado, su mirada reflejaba la preocupación que le causaba aquella repentina aparición.

-    Mis hombres están algo tensos.- dijo como disculpa.- Hooklok, únete al resto de la guardia y guíalos por el bastión.

-    Pe...- su mirada no dejaba lugar a las dudas.- Sí, señor.

Antes de retirarse lanzó una última mirada al grupo.

Ya libres de su presencia, Solomon pidió a los muchachos que le acompañaran al interior del bastión. La marcha duraría unas cuantas horas, pero pasarían al menos una noche allí.

A cada paso que daban, los horrores del bastión iban aumentando. Cuerpos degollados, cráneos cadavéricos clavados en picas; manchas de sangre reciente, pisadas de animales salvajes y aullidos siseantes...

A pesar de no haber participado en la batalla, Solomon podía imaginar lo ocurrido con tan solo mirar las paredes y los suelos. La huella de la muerte había quedado grabada en todos los rincones de aquel sombrío lugar.

Las filas se rompieron cuando el terror empezó a azotar a los guerreros. El silencio se llenó de susurros, los miedos salieron a la luz y las historias y leyendas fueron corrieron de boca en boca hasta convertir a la masa de guerreros en un atajo de niños aterrados.

-    Están asustados.- dijo Solomon mientras avanzaba junto a los alejandrinos.- Y vuestra presencia no mejora las cosas, mi señora.

Una vez cruzada la gran puerta y la sala continua se internaron en un estrecho pasillo de techo muy bajo. El nivel de humedad era casi tan alto como el frío. A pesar de la presencia humana y de antorchas, el bastión se negaba a romper sus defensas de nieve y hielo.

Los pasos de Solomon eran largos y pesados. Arabela necesitaba caminar muy deprisa para poder seguir su ritmo. Unos metros por detrás, Christoff y Symon intercambiaban susurros al oído.

-    Decidme. ¿Qué ha ocurrido?

Arabela se detuvo en seco. Su vientre empezaba a abultar tanto que la presión de la armadura bajo la ropa le ralentizaba la respiración.

Alzó la mirada hacia el hombretón y volvió a apartarse el cabello de la cara. El rostro del Rey se desencajó al ver las heridas. La teoría de que había escapado de la caravana de su prima Shanya perdía sentido.

Temió lo peor.

-    Nos atacaron.- dijo con voz queda.- Las malas lenguas tenían razón, los bosques no son seguros. Pudimos reducirles, pero temo que si vuelve a haber un nuevo ataque no podamos resistir. Y precisamente por eso estoy aquí. Quiero hombres con los que poder proteger a mi hermana.

-    ¿Hombres?

Se había detenido para escucharla, pero retomó la marcha. Arabela tuvo que dar cinco largas zancadas para poder alcanzarle.

-    Sí, hombres.

-    No puedo daros ningún hombre.

-    Por supuesto que podéis.- aseguró ella.- Podéis y debéis hacerlo.

Volvieron a detenerse. Cuando se volvió, la mirada del Rey reflejaba furia. Su voz tronó como un rayo en la sala.

- ¿Os atrevéis a decirme lo que debo y no debo hacer?

Arabela se acobardó durante unos instantes, pero el instinto la traicionó. Casi dos años de mentiras y falsedades se vino al traste cuando el deseo de venganza acudió a su mente. Apretó los colmillos con rabia, desvió la mano hasta la empuñadura de su espada y recortó la distancia con el monarca, dispuesta a acabar de una vez por todas con aquella estúpida mentira.

Pero antes de que pudiera llegar a acercarse demasiado, alguien la tomó por el brazo y la hizo retroceder con suavidad. La hizo girar sobre si misma y la estrechó entre sus brazos.

-    Sabía que tan solo podíais ser vos.- dijo Cupiz con los músculos de la cara en completa tensión.- Vi a Christoff y...

Tardó unos segundos en reconocerle, pero cuando lo hizo, se calmó. Esbozó una sonrisa sincera y le apretó la mano cuando el caballero se la ofreció. A sus espaldas Solomon aún tenía la mano apoyada sobre la empuñadura de la espada.

Se preguntó si debía matarla o no.

-    ¿Qué os ha pasado? Estáis...- apoyó la mano en su mejilla y deslizó los dedos por las heridas.- Cielos.- sus ojos se encendieron.- ¡Os han atacado!

-    Estamos bien.- se apresuró a decir.- Tranquilo Cupiz... logramos salir indemnes.

-    ¿¡Y la Reina!?

-    Perfecta. No permití que la tocaran.

El caballero suspiró.

-    Debemos volver con ella. Quizás vuelvan a atacarla, y si voz estáis aquí...

-    He vuelto únicamente a por más guerreros, pero su alteza no parece dispuesto a ofrecerme ayuda.

Desde la lejanía, Symon sonrió. No habían hecho falta más que unos cuantos arañazos y una mentira bien pensada para lograr sacar de quicio a Cupiz. El caballero apretó los puños con rabia, alzó la voz, y bajo la atenta mirada de los curiosos, exigió a gritos un permiso que el Rey no estaba dispuesto a darle.

-    ¡¡Pero es nuestra Reina!!

-    ¡Ahora me servís a mí!- respondió Solomon con brusquedad.- La escolta de Shanya la protegerá hasta Alejandría.

-    No es suficiente.- insistió el guerrero.

-    Tendrá que serlo.

Solomon apoyó la mano suavemente en el hombro del caballero, pero tal fue la mirada de Christoff que el monarca se apresuró a apartarla. A las espaldas del alejandrino se estaban empezando a reunir un buen número de compatriotas a los que los gritos y la mención de su reina habían sacado de su posición.

 Vega acudió con tres caballeros a apoyar al Rey.

-    ¿Qué está pasando aquí?- preguntó con voz severa.

Siendo tan respetado y admirado como era, nadie se atrevió a replicar a Vega. Cupiz sacudió la cabeza con indignación, pero aceptó la decisión del Rey. Hizo una ligera reverencia y se alejó.

Arabela tardó unos segundos en retirarse. Mantuvo fija la mirada en el Rey hasta que Vega se vio obligado a intervenir. De nuevo ambos volvían a tener la mano sobre la empuñadura del arma.

-    Mi señora.- dijo Vega con voz pausada mientras la tomaba del brazo.- No deberíais estar aquí. Vuestro pequeño merece un poco de paz.

La mención del niño devolvió a Arabela a la fría realidad. Desvió la mirada hacia el caballero y sonrió cuando el caballero le guiñó el ojo.

-    Vuestro marido me matará si consiento que su hijo y esposa sufren algún daño. Por favor... explicadme qué os ha traído aquí mientras compartimos un poco de vino. He oído algo, pero preferiría poder escucharlo directamente de vuestra boca. Alteza, deberíamos avanzar un poco más y descansar. Los hombres están muy asustados.

Solomon tardó unos instantes en reaccionar. Estudió con detenimiento el rostro de la muchacha. Se estremeció al recordar haber visto anteriormente aquella mirada.

-    ¿Alteza...?

Trató de recordar, pero fue imposible.

Apartó por fin la mirada de la muchacha y asintió. A su alrededor, los curiosos que habían detenido la marcha la reiniciaron de inmediato, temerosos de que el Rey pudiera llegar a reprenderles.

-    Estoy de acuerdo.- dijo.- Avanzaremos media hora más y haremos un alto.

-    Perfecto. Mi señora...- Vega le ofreció el brazo a la mujer.

-    Vega, quisiera poder hablar con vos.- intervino Solomon. Acompañadme.

El caballero se disculpó. Hizo una ligera reverencia a la muchacha y se retiró en compañía del Rey hasta perderse entre las filas de caballeros.

Ya a solas, Arabela escupió al suelo con desprecio. Christoff ocupó el lugar de Vega y le tendió el brazo teatralmente. Ella no dudó en tomarlo y dedicarle una amplia y enigmática sonrisa llena de diversión.

-    Mi señora.- dijo intentando reunir toda la dignidad posible para poder imitar el tono de Vega.- Si sois tan amable de compartir el camino en compañía de este bravo guerrero...

-    Oh, vamos, cállate. Vega es un buen hombre.

-    No lo dudo.- bajó el tono de voz.- Cuando le mate intentaré que sufra lo menos posible.

Symon y Cupiz se cruzaron en su campo visual. Alejados de las filas de caballeros, los dos hombres avanzaban con paso muy lento mientras conversaban sobre algo aparentemente interesante entre susurros.

Arabela no necesitó más que lanzar un rápido vistazo para saber que Cupiz estaba muy intrigado.

Atravesaron el pasillo hasta alcanzar una nueva sala circular donde, en el centro, una enorme hoguera de fuego blanco iluminaba los ojos de los cráneos que ardían en su interior. Los guerreros bordeaban la hoguera tratando de no mirar a las caras sonrientes de hueso y fuego.

-    Se lo está diciendo.

-    ¿Todo?

Christoff sonrió perverso.

- Lo necesario. El Rey de Reyes Muertos da la espalda a la Reina de Alejandría... creo que ni tan siquiera es necesario darles el último empujón para que se posicionen de nuestro lado.

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