Capítulo 64
Capítulo 64
Aquella cena marcaría un antes y un después en el principio del fin. Solomon reunió a su hermano, al comandante de sus tropas, a su prima Shanya Blaze y a su hijo Ythan alrededor de una de las mesas, y juntos discutieron el futuro del reino. Hablaron sobre la fecha de partida de las tropas, el futuro heredero y el periodo de batalla.
Solomon deseaba que su hermano cuidara de la fortaleza durante su ausencia, y así se lo hizo saber a todos los miembros de su consejo. Pretendía volver, por supuesto, pues confiaba en sus hombres plenamente, pero decidió nombrar públicamente en la reunión a su hijo como futuro heredero, para evitar posibles luchas de poder. La primera opción había sido que su hermano cuidase de él hasta que fuera capaz de dirigir el reino por si solo, pero ante la negativa de Julius no tuvo más remedio que solicitarle su ayuda hasta su vuelta. Una vez todo acabara, él mismo o el consejo ocuparía el trono, pero hasta entonces le necesitaba allí. Julius no tuvo más remedio que aceptar. Jamás había tenido el más mínimo interés por ocupar aquel trono, pero dada la situación, comprendió que era la idea más inteligente.
Shanya Blaze y una comitiva formada por más de cincuenta caballeros partirían en dos días hacia las tierras de Alejandría. La mujer encabezaría pronto una nueva expedición hacia las islas por lo que, dado que aún tenía que elegir puerto, no tuvo ningún reparo en aceptar partir desde las tierras hermanas del norte.
El ejército de Reyes Muertos partiría al siguiente amanecer hacia las tierras del sur. A la cabeza iría el Rey Solomon, Darvyel Hooklok con las tropas formadas por caballeros y aldeanos, y Vega con sus guerreros. Entre ellos habían muchos miembros de la guardia de Alejandría, casi cinco decenas, pero por orden directa del Rey, estos permanecerían a su lado. Una vez la guerra llegase a su final, podrían volver a su maltrecho reino.
Y hasta entonces también tendría que aguardar la muerte de Varg. Nadie comprendía porque, pero así lo deseaba el Rey, y así se haría.
Durante bastante rato discutieron los planes de acción, los acontecimientos acaecidos en los últimos tiempos y estudiaron mapas. Solomon había logrado reunir a casi cuarenta mil personas, pero tan solo la mitad viajarían con él hacia el sur. El resto, repartidos por los alrededores de la fortaleza, custodiarían las tierras ante posibles asaltos. La paranoia parecía haberse apoderado de Solomon, y a pesar de que estaba a punto de iniciar una guerra contra el sur, temía posibles ataques por parte de todos los reinos. Y es que, aunque en aquel entonces no lo dijera, su ambición le había cegado hasta el punto de desear apoderarse de toda la isla. Veía enemigos allí donde su vista se posaba, y no podía permitirlo. Primero acabaría con los mal nacidos del sur y después se apoderaría de las tierras del norte aprovechando que habían perdido a su líder. Por último acabaría barriendo desde norte y sur a los Ambarinos.
Pero eso sería mucho más adelante. Por el momento acabar con la amenaza sureña y todo lo que comportaba su existencia era su prioridad.
Fue una reunión larga y tediosa, pero una vez llegó a su fin, todos y cada uno de los miembros de la sala abandonaron el lugar con las ideas mucho más claras que nunca. Unos creyendo en el firme hecho de que el Rey había perdido la cabeza, y otros, cegados por la ambición de su monarca, convencidos que tarde o temprano Reyes Muertos volvería a reinar toda la isla.
Julius se despidió de su hermano con un abrazo, y rezó a los Dioses por su alma. Sabía que seguramente aquella sería la última vez que volverían a verse, pero no mostró emoción alguna. A lo largo de los años había comprendido que la guerra era así, y si bien era cierto que la época de su hermano había sido grandiosa años atrás, Reyes Muertos necesitaba un cambio.
Quizás Ythan pudiera ofrecerle ese cambio tan necesario.
Fuera así o no, lo cierto es que a Julius ya no le importaba. Cuidaría del Reino mientras él faltara, pero después cogería a sus hombres y a su mujer y se trasladarían a Alejandría. Estaba harto de Reyes Muertos, de las luchas de poder y de las traiciones. Ahora lo único que deseaba era poder disfrutar de su vida, de su mujer, de su futuro hijo y cazar brujas.
Se despidió de su prima con la única petición de que cuidara de su mujer y su hermana. Después le besó las mejillas con cariño y abandonó. En el pasillo encontró a Dorian, pero no le prestó tampoco la más mínima atención. Pasó de largo y se perdió por los pasillos dirección a los pisos superiores.
El artista aguardó unos cuantos minutos más a que la sala se vaciara. Se alisó las solapas de la camisa, se acomodó la capa en las espaldas y llamó con los nudillos en la puerta. Solomon, que en aquellos momentos leía uno de los mapas mientras disfrutaba de una copa de vino, le invitó a pasar con voz pausada.
- ¡Vaya sorpresa!- exclamó Solomon con una amplia sonrisa atravesándole el rostro.- Cuanto tiempo, Dorian.
- Alteza.- saludó este con una respetuosa reverencia.
Solomon le saludó con una palmada en el hombro. El muchacho no había cambiado apenas en los últimos tiempos, pero a sus ojos parecía mucho más adulto que la última vez. De hecho, lo veía tan cambiado y crecido que, más que nunca, le recordaba a su hermano menor.
- Te veo francamente bien, muchacho. ¿Qué te trae por el reino? Desde que te fuiste el teatro no ha vuelto a llenarse.- sonrió.- Dejaste el listón muy alto. Es una lástima que apenas tengamos tiempo para poder hablar; mañana parto a primera hora. Imagino que ya conoces la situación en la que nos encontramos
- Estoy bastante bien informado...- sonrió.- En realidad ha sido la falta de inspiración lo que me ha traído aquí, majestad.- lanzó un suspiro.- Sé que no es el mejor momento, tal y como vos habéis dicho... pero desearía pediros un favor.
El Rey arqueó la ceja, sorprendido. A lo largo de los años habían sido muchas las conversaciones que habían mantenido, pero hasta ahora jamás le había pedido un favor. Era toda una sorpresa.
Cruzó los brazos sobre el pecho y aguardó en silencio. Le hubiese encantado poder disfrutar de un sobrino como él. Y de hecho lo había intentado al máximo sin llegar a ofender a Julius, ni desvelar el secreto, pero lo único que había logrado era que la cercanía y el parecido físico provocaran todo tipo de rumores.
- Como imagino que sabéis, majestad, voy a participar activamente en la batalla. Lord Symon Lothryel me quiere como mensajero para poder estar en contacto con sus hermanas, y gustosamente he aceptado. Además, durante todos estos meses he estado recibiendo algo de adiestramiento y puedo defenderme... sea como sea, mi función será la de mensajero, pero lo que realmente me interesa es poder aprovechar para redactar una crónica sobre vos, majestad. Ya sabe...
- Sí.- el Rey dejó escapar una ligera risotada.- Comprendo perfectamente a lo que te refieres. Será todo un honor.
- La cuestión es que me gustaría escribir sobre vos en todo vuestro esplendor y mostrar vuestra su grandeza... y para ello necesitaría que me permitáis volver a hacer una breve visita a las mazmorras.
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- Intentaré llegar antes que vosotros, aunque me temo que será complicado; Willhem tiene a Témpano.
- Puedo esperarte para que cabalguemos juntos. No tendremos que hacer altos.- respondió Christoff con voz queda.
- Sería buena idea.- admitió Symon.- Si llegaseis antes podríais organizar a los sureños.
- No creo que vaya a ser necesario.- puntualizó Arabela.- Pero me parece bien.
Cabeceó como despedida, pero justo cuando llegaba a la puerta volvió a girar sobre si misma. Desde el otro lado de la habitación, Christoff y Symon aguardaron en silencio, con curiosidad.
- Solomon es mío.- advirtió.
Y empezó a reír. Los tres rieron como hienas durante largos minutos, conteniendo las emociones que guardaban; Arabela rabia y desesperación, Christoff angustia e impotencia, y Symon de nerviosismo y confusión. Intercambiaron miradas de complicidad
Arabela se volvió a despedir y salió al pasillo.
Tres minutos después volvía a estar en la sala, pero esta vez acompañado por Dorian. El artista hizo un ligero asentimiento hacia Symon y este les ordenó que fueran a por Elaya. Tenían poco tiempo.
Ya únicamente en compañía de Christoff, Symon deslizó las manos por el rostro y se cubrió los ojos durante unos instantes. Tenía el corazón y la respiración muy acelerada. Erym, perplejo ante el repentino nerviosismo de su buen amigo, le siguió con la mirada mientras atravesaba la habitación hasta uno de los armarios. Abrió la puerta de un tirón, se agachó a buscar algo y sacó de la oscuridad un par de botellas de licor. Inmediatamente después, sin tan siquiera coger una copa, empezó a engullir el contenido.
- ¿Estás bien?
- ¡Cállate!- chilló al borde de la histeria.
Christoff arqueó las cejas, perplejo, pero no respondió inmediatamente. Hacía ya unos cuantos minutos que había llegado, y aún no se había atrevido a revelar lo que había descubierto. De hecho había estado esperando a que Arabela les dejara a solas para poder hablarlo con Symon, ¿pero como hacerlo ahora? Parecía estar al borde del infarto.
Symon engulló la primera botella en poco más de cinco minutos, la estrelló contra las llamas de la chimenea y se llenó la boca con la segunda. Engulló, mascó con dificultad el ardor de garganta y volvió a llevársela a la boca.
- Symon, tenemos que hablar.
- Ahora no.- dijo.- ¡Ahora no!
No entendía absolutamente nada. Avanzó hasta él y le tomó con fuerza por el brazo, pero este no tuvo ningún reparo en responder con un fuerte empujón. Giró sobre si mismo y estrelló la botella contra el suelo.
Alfombra, suelo y botas quedaron empapados del líquido grisáceo.Symon rompió a llorar y reír a la vez.
- ¿Pero que demonios te pasa?
Hacía semanas que lo sospechaba, pero ahora más que nunca Christoff temió que hubiese acabado volviéndose loco del todo.
- ¡Symon!
- No tienes ni idea de nada.- replicó este con voz queda.- Ni idea.
- ¿De qué hablas?
Se agachó para sacar otra botella de licor, pero esta vez, en vez de abrirla y darle un trago, se la lanzó. Christoff la cogió en el aire.
- Dale un buen trago. Lo vas a necesitar.
No entendía nada.
Hizo girar suavemente el contenido de la botella en su interior antes de darle un trago. Empezó a toser.
- ¿¡Pero que es esto!?- logró articular tras unos segundos de ahogamiento. Tenía los ojos y los pómulos enrojecidos.- ¿¡Pretendes envenenarme!?
- Lo hago por tu propio bien. Mi madre me pidió que cuidara de todos... y eso es lo que hago.
- Symon, basta de tonterías. Tenemos algo serio de lo que hablar.
- Dudo que sea tan serio como esto.
- ¡Pues yo no! ¡Maldita sea! ¡Han liberado a Severinne!
Symon, que en ese instante estaba dándole un trago a otra botella, se atragantó. La chimenea lanzó una fuerte llamarada cuando escupió el vino.
La luz de las llamas iluminó la noche a través de los cristales. Plantó la botella con brusquedad sobre la mesa y sacudió la cabeza. A pesar del brillo de su mirada consecuencia del alcohol, reaccionó dibujando una mueca de terror.
Tartamudeó varias veces el nombre antes de poder pronunciarlo correctamente.
- ¡Du Laish! ¿Pero que demonios...? ¡¡Que demonios está pasando!! ¿¡Quien la ha libertado!?
- Creo que el mismo que ha convencido al Rey para que la muerte de Varg se retrase hasta su vuelta.- replicó Christoff con rapidez.- Antes lo dudaba, pero ahora lo tengo más claro que nunca. Varg y los suyos saben quienes somos.
- ¡Dioses!- Symon giró sobre si mismo y estrelló una de las sillas contra la pared de una patada.- ¿¡Pero quien demonios haría algo así!? Tendría que ser alguien como tu. Alguien...- Symon se tragó sus propias palabras. Jamás había querido revelar aquel dato a sus hermanas simplemente porque consideraba que al estar muerto no podría llegar a molestarles, pero dada la situación no había otra opción. Había algunos que podían despertar a Severinne... pero tan solo uno había traicionado ya a la familia en el pasado.- Ha sido el de Mordechai, ¿verdad? Ese tal Betancourt del que me hablaste.
- Eso es lo que parece.
Symon se llevó la mano al pecho. Sentía que le faltaba el aire.
- Le he buscado durante estos días, pero parece haberse esfumado.
- Él... a él podemos vencerle, pero ella... Dioses, Severinne es peligrosa. ¡Otra vez no! ¿Pero acaso podemos hacer algo nosotros? Mañana mismo partimos...
- Me temo que se nos ha acabado el tiempo. He enviado mensajes a Ulrrika y Tyrem, Alice y a mi madre pidiendo ayuda. Quizás con un poco de suerte ellos logren encontrarlos antes de que lo hagan ellos.
Symon asintió y pidió a Christoff que mantuviera aquello en secreto; de nada beneficiaría al resto descubrirlo por el momento. Le dieron otro trago a la botella y aguardaron en silencio la inminente llegada de sus hermanas.
Unos minutos después, ya todos juntos, Dorian entregó la llave a Symon. Este tomó con fuerza la mano de su hermana mayor.
Elaya tomó la de Christoff.
- Solo te pediré una cosa, y es que intentes mantener la calma, ¿de acuerdo?
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El descenso por las mazmorras fue muy rápido. El grupo se movía con rapidez entre las sombras, aunque no había mucho de qué esconderse. Tal y como había sucedido la última vez, no encontraron a nadie en su camino, y lo agradecieron. Solomon les había dado poco más que unas horas, pero era más que suficiente para ellos. La visita sería rápida y efectiva.
Symon no había planeado qué haría o como reaccionaría cuando entrase en la sala. Cada vez que intentaba imaginar lo que encontraría se le encogía el estómago, los ojos se le irritaban y la garganta se secaba. Se bloqueaba hasta tal punto que ni tan siquiera podía pensar con claridad... ¿Pero acaso no era normal? Había crecido convencido de que sus padres habían sido asesinados por Solomon Blaze. De hecho, alrededor de aquellas muertes había basado su existencia. ¿Qué hacer ahora? ¿Cómo imaginar que el motivo por el cual día tras día se había levantado no era más que una mentira? Y lo que era peor, ¿que hacer ahora que sabía que la verdad era muchísimo peor que la mentira?
Deseaba poder prender fuego a todo el reino. Matar a Solomon y a su hermano, lanzar al océano a su guardia y asesinar uno a uno a todos y cada uno de los habitantes de aquella estúpida isla. Ellos lo habían consentido; lo habían permitido, sabían perfectamente el castigo que había sufrido su madre ¡y no habían hecho nada!
Dorian aseguraba que nadie lo sabía, pero Symon no le creía. Se negaba a creer que aquella tétrica idea había surgido solo de la retorcida mente del Rey. Tenía que haber cómplices a la fuerza.
Ese César Betancourt, claro. Ese desagradecido les había traicionado una vez años atrás cuando había ayudado a Solomon y los suyos a cazar a su madre, y ahora quería volver a hacerlo. Les odiaba, y Symon creía saber porque. Era la ambición, por supuesto, como casi siempre entre los mortales. En los tiempos de Mordechai había sido el la espada del señor de la isla, y no aceptaba su caída en desgracia.
Era el ciclo vital de los miembros de la familia Muerte. Nacer del seno sin vida de una madre o un padre considerado el azote de los vivos, y permanecer durante años a su lado hasta, llegado el momento, remplazarlo. A partir de ahí empezaba todo...
Y en el nuevo imperio del hijo de Mordechai Muerte, Elissa Muerte, César Betancourt no había tenido cabida. Pero ni él ni nadie. ¿Acaso Alice había enloquecido cuando Kassandra sustituyó a Perséfone? ¿O acaso lo había hecho Christoff cuando su madre fue asesinada?
No, claro que no. Ellos habían sido leales a la familia; César, en cambio, únicamente era leal a Mordechai.
Durante el viaje Symon estuvo ausente; tan solo la aparición de la puerta de oro logró traer su mente de vuelta. Dorian se la había descrito como una bella superficie ligeramente combada de color dorado, pero lo que a él realmente le interesaban eran los símbolos arcanos y los cráneos que llenaban la superficie.
Sus sospechas iban aumentando a cada paso que daba.
- Son signos de ritual.- informó Christoff con voz queda. Él, al igual que Arabela, estaba totalmente perdido, pero había preferido no hacer ninguna pregunta.- Palabras de poder que hacía mucho tiempo que no veía... vaya, esto es... bueno.- desenfundó su espada.- Puede ser peligroso.
- Enfunda el arma.- murmuró Elaya con el rostro totalmente blanco.- No va a ser necesario.
Christoff buscó respuesta en la mirada de Symon, pero este ni tan siquiera se inmutó. Dorian insistió y por fin el caballero decidió obedecer.
Symon hundió la llave en la cerradura y al giró lentamente, con las manos temblorosas. A sus espaldas todos le observaban en sepulcral silencio. La cerradura gimió al girar los cerrojos, y la puerta se abrió dejando escapar una gran bocanada de humo blanquecino.
Le devolvió la llave al artista y cruzó la puerta. El pasillo era una larga pendiente totalmente oscura en la que el humo parecía haber engullido la escasa decoración.
Symon se asomó, tomó de nuevo la mano de su hermana con fuerza y empezó a descender. Las calaveras doradas de las paredes les sonreían a su paso, las sombras dibujaban cenefas a su alrededor, y la niebla les marcaba un camino que, en pocos minutos, recorrerían.
El latido de un corazón maltrecho resonó por toda la sala cuando los muchachos llegaron al final del camino. Arabela se detuvo en seco y alzó la mano al pecho. Aquel latido estaba totalmente acompasado con el suyo.
Un escalofrío le recorría la espalda.
- ¿Qué demonios...?
Pero Symon ya le había soltado la mano con el afán de seguir avanzando. Corrió hasta el final del camino, giró el recodo final y entró en la sala. Las antorchas iluminaban la zona tenuemente, arrancando destellos a los barrotes de oro de la jaula.
Symon se llevó la mano al corazón, el cual latía desbocado, y se dejó caer de rodillas en el suelo de piedra. Atrapada en la jaula, los brazos esqueléticos de Kassandra Muerte se extendieron con afán de poder rozarlo. Había aguardado aquel momento durante muchos años, y de hecho había preparado muchas palabras que dedicarles, pero ahora, teniéndoles ante sus ojos, fue incapaz de decir nada.
Su garganta seca y dañada emitió un gemido lastimero.
- ¡Santo cielo!- chilló Christoff al entrar.
Estrelló sus armas contra el suelo y corrió a los pies de la jaula. Metió los brazos entre los barrotes y atrapó al cuerpo esquelético de la mujer entre sus brazos. Ella volvió a lanzar un gemido de angustia, pero se apresuró a corresponderle. Apoyó el rostro sobre su pecho y lloró amargamente lágrimas de sangre.
Durante unos segundos todo quedó en silencio. Dorian y Elaya penetraron en la sala hasta la altura de Symon y se agacharon a su lado. Arabela, en cambio, no dio ni un paso; fue totalmente incapaz. Observó desde la lejanía la jaula y volvió a llevarse la mano al pecho. Los latidos de corazón de aquel ser y el suyo estaban seguían sincronizados.
No puede ser, pensó. Sabía quien era, pero su mente era incapaz de procesar aquella información. Enloquecería si lo hacía.
Retrocedió un par de pasos. Se le estaba acelerando la respiración tanto que apenas era consciente del temblor de sus extremidades. Los ojos se le llenaron de lágrimas y la cabeza de gritos de angustia. No podía creerlo. No podía. Era imposible.
- No...- se lamentó antes de romper a llorar.
Unos minutos más tarde, algo más calmados, el grupo se arremolinó alrededor de la jaula. Christoff no soltaba la mano de su eterna enamorada mientras el resto, indignados y profundamente enfadados, observaban en silencio a su madre. Dorian, por su parte, se mantenía algo apartado. Sabía que su papel en toda aquella historia era mínimo. Por educación se limitó a mantenerse al margen.
Symon aún estaba impactado. El alcohol había empezado a hacerle efecto, y apenas era consciente de lo que sucedía a su alrededor. Y, en cierto modo, daba gracias por ello. Jamás podría olvidar aquel rostro maltrecho.
- Cuanto has crecido.- balbuceó Kassandra con un hilo de voz. Tan solo Elaya había logrado que soltara a su madre para poder ser ella quien tomara sus huesudas manos.- ¿Te has casado?
- Sí, madre...- replicó esta sin atreverse a mirar aquel rostro escuálido.- Con...
- ¡Basta! Soph, madre, apartaos.
Arabela estrelló la espada contra los barrotes de oro. El filo resbaló sobre la superficie curvada, Arabela perdió el equilibrio por el impulso y cayó de costado contra los barrotes. Resbaló hasta el suelo y allí gritó cuando el dolor del impacto le azotó toda la columna.
- Mierda.- maldijo. Pero volvió a incorporarse.
Retrocedió con las piernas aún temblando de dolor y volvió a alzar el arma. Christoff se apresuró a imitarla...
Pero de nada sirvió. El arma de Arabela salió disparada de sus manos tras el impacto y a punto estuvo de empalar a Dorian contra la pared. Christoff también descargó un golpe, pero ni tan siquiera dibujó una raya en el metal.
- ¡Dioses!- exclamó Christoff.
Volvieron a intentarlo, esta vez con la ayuda de Symon y de Dorian, pero no sirvió de nada. El metal ni tan siquiera se arañó. Los muchachos dejaron caer las armas al suelo pesadamente y volvieron a ocupar sus posiciones alrededor de la jaula, junto al cadáver parlante.
Arabela era la única que se resistía a aceptar que no podrían sacarla de allí. Volvió a estrellar el arma y esta vez, cuando se le escapó, a punto estuvo de matar a su propia madre. La espada rodó hasta los pies de Kassandra.
- ¡Madre!- exclamó. Hundió el brazo entre los barrotes y trató de alcanzarla.- Lo siento, lo siento, lo siento...
La mujer tomó el arma entre las manos con evidentes dificultades. La arrastró hasta los barrotes y se la entregó a su hija con tristeza en la mirada. Ella se aferró al arma con ambas manos, pero antes de poder sacarla los dedos huesudos de su madre atraparon sus muñecas.
- No deseo permanecer quince años más muriendo y naciendo cada día.- dijo en un susurro.- Libérame de esta carga.
- ¡No digáis estupideces!- replicó ella casi a gritos, horrorizada.- ¡Ni se os ocurra pedirme eso!
Dio un fuerte tirón y sacó el arma. A su alrededor el resto las observaba en silencio. A pesar de la diferencia de edad y del estado deplorable de Kassandra, el parecido entre ellas era estremecedor.
- El tiempo pasa, y las generaciones van cambiando.- dijo en apenas un susurro.- He vivido muchos siglos, cariño, y he sido muy feliz junto a vuestro padre. Hasta ahora me he preguntado que habría sido de vosotros, pero veo que habéis crecido sanos y fuertes... ahora ya puedo descansar. Y sabes que únicamente...
- ¡¡Cállate!!- chilló de nuevo, y descargó el arma contra los barrotes. El resultado fue el mismo.- ¡Dioses! ¿Porque demonios no se rompe?
Kassandra sacudió ligeramente la cabeza.
- No es oro.- confesó.
- Betancourt hizo esta jaula, ¿verdad?- intervino Christoff con el semblante regio.
La mujer asintió.
- Nos traicionó. Si él no hubiese guiado a Solomon hasta Salemburg...- dejó la frase sin acabar.- ¿Pero qué más da? Ha pasado tanto tiempo...
- ¿Significa eso que no podemos sacarte de aquí, madre?- inquirió Elaya con el rostro lleno de lágrimas.
- Esta es mi tumba cariño, pero podéis liberarme.- insistió.
- O podríamos traer de los pelos a ese hijo de puta y obligarle a que te saque.- inquirió Arabela con voz ronca.- Ese Belacurt.
Kassandra se deslizó por el suelo de piedra hasta alcanzar el lateral donde su hija aguardaba. Extendió la mano con cuidado entre los barrotes y tomó la suya con suavidad. Su hija no dudó en postrarse de rodillas para facilitarle tan ardua tarea.
La anciana mujer fijó la mirada en el rostro de su hija y le acarició con las yemas de los dedos la mejilla derecha.
- Cariño... sabes que tienes que ocupar mi lugar, ¿verdad?
- No.
- Sí. Sabes que sí.
- No.
La mujer sonrió cuando la muchacha empezó a sollozar.
- Cariño...
- ¡No me jod...!
- ¡¡Esa boca!!
Los chicos rieron. Incluso Arabela rió. Era la primera vez en su corta vida que alguien le abroncaba de ese modo tan maternal, y se resistía a que acabase tan pronto. Ahora que la había vuelto a recuperar no deseaba dejarla escapar.
No podía permitirlo.
- Madre, encontraremos la manera de sacarte.
Negó con la cabeza.
- Mi época ya ha llegado a su fin. Ahora tienes que ocupar tú mi lugar; y sabes que el único modo de que me sustituyas es acabando con mi vida. Necesito que me liberes de una vez por todas. Esto no es vida cariño... llevo muchos años encerrada, y ya no aguanto más. Día tras día aguardaba con esperanza este momento...
- No voy a hacerlo.- se limitó a decir.- Abrí la tumba de la abuela, y vi como había muerto.- chasqueó la lengua.- Lo siento pero no. Que lo haga Soph o Symon.
Ambas miraron a sus hermanos. Symon se tambaleaba al borde de la inconciencia mientras que Elaya lloraba desconsolada. Dorian trataba de calmarla, pero de nada servía. Lloraba, lloraba y lloraba.
- ¿Les ves en condiciones?- inquirió con sarcasmo.
- Yo también podría empezar a llorar.
- Pero no lo haces, y ambas sabemos porque.- hizo un ligero ademán con la cabeza a Christoff para que se acercara. Ya juntos, tomó las manos de ambos.- Ambos lo sabéis. Christoff...
El hombre acarició el rostro cadavérico con los dedos. Trataba de mantener el rostro severo, pero le resultaba muy complicado. La había amado tanto durante tantos siglos que era doloroso verla en aquel estado.
Y precisamente por eso, comprendía lo que quería decir. No era justo mantenerla recluida allí más tiempo.
- Obedece a tu madre, Arabela.
- ¿¡Que!?
- Que la obedezcas. Ahora sabes la verdad. Conoces el único modo de acabar con vuestra vida así que no alargues más el sufrimiento de tu madre. Libérala de esta condena y ocupa por fin el lugar que los Dioses te han reservado.
- La isla necesita alguien que ocupe mi lugar, cariño. Lleva demasiados años descontrolada; todos esos espectros aguardan que les guíes. No podemos esperar más.
Arabela cerró los ojos, apretó los puños y dejó que lágrimas de amargura rodaran por sus mejillas. Trataba de no pensar en ello, pero era muy complicado. Demasiado.
- Pero podría sacarte de aquí...
- Mi niña, he llegado al límite. Permíteme que me reúna con tu padre...
- Pero madre... por favor. Podríamos... podríamos...
- Arabela, sabes que no.- su madre sonrió con ternura.- Confío en ti.
Depositó la mano sobre la empuñadura del arma.
- Elaya, Symon.- dijo con el rostro lleno de lágrimas.- Despediros de mamá.
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