Capítulo 62
Capítulo 62
Unas semanas después, Symon fue informado de que los supervivientes de la operación de Uvervladd habían vuelto. La mayoría había muerto, pero el tesoro que traían consigo bien había valido todas y cada una de las vida arrebatadas.
Era una noche lluviosa, fría y desagradable, pero a pesar de ello Symon no dudó en salir a la puerta principal. El castillo, siempre dormido de noche, había despertado, y tan pronto la grata noticia se corrió por la zona, los pasillos se llenaron de caballeros, nobles y siervos que corrían de un lado a otro.
Darel también despertó cuando uno de los mensajeros llamó a su puerta. Elaya, a su lado, padecía dolorosas pesadillas que la hacían retorcerse entre las sábanas. Últimamente no lograba dormir, y cuando lo conseguía todo tipo de malos sueños la atormentaban hasta hacerla despertar a causa de sus propios gritos.
Eran malos tiempos... pero todo cambiaría. Su tío había vuelto, y con la muerte de Varg las heridas de su prometida sanarían.
Besó el cabello dorado de su mujer antes de abandonar el lecho. Se vistió con las primeras ropas que encontró, y tal y como Symon haría unos minutos después, salió a toda prisa por los pasillos en dirección a los jardines delanteros.
Dorian, se limitó a salir al balcón de su habitación con una macabra sonrisa atravesándole el rostro. El regreso de Arabela era algo que había deseado en los últimos días, pero no tanto como la confirmación de la muerte de aquel maldito mal nacido. ¡Julius muerto! No cabía en si mismo de gozo de solo pensarlo. Su corazón había latido más salvaje que nunca cuando Symon, durante una partida de ajedrez, le había confesado el cometido de Christoff. Desde entonces no había logrado dormir de la emoción. Día a día había aguardado en silencio en la noche con una copa en la mano, esperando el día... y al fin había llegado.
Vestido con sus mejores ropas y con una amplia copa de cristal en la mano, Dorian saboreó el sabor de la noche. La lluvia le sabía a sangre, y creía escuchar lamentos arrastrados por el viento. Las sombras formaban a su alrededor misteriosas formas humanas. Juntos disfrutarían de aquel gran espectáculo.
Alzó la copa, y a su alrededor las sombras brindaron con él.
Los primeros caballeros atravesaron las puertas del castillo sobre los lomos de unos magníficos corceles blancos. Ambos, jóvenes y con el rostro contraído en una magnífica mueca de orgullo, portaban dos grandes estandartes que el viento hacía ondear. Willhem cabalgó a lo largo y ancho del patio principal bajo la lluvia. Los gritos de los sus recién encontrados compañeros restallaban en la noche como latigazos. Desde las ventanas, los nobles se unieron a sus gritos, y en el patio, los caballeros.
Minutos después el resto del grupo irrumpió en el patio. Eran muy pocos en comparación a los que partieron, pero lograron con su simple presencia que el castillo rompiera en aplausos.
Symon, que aguardaba en la puerta junto a otros tantos, fue el primero en ver a través de la noche como, tras desmontar, dos caballeros tomaron al prisionero de los brazos. Todos sus compañeros se habían lanzado a por ellos a felicitarles y ayudarles, pero pronto logró reconocerles.
- Este hijo de puta lo va a pagar caro.- le aseguró Cupiz al pasar a su lado.
Vega se limitó a saludarle con una respetuosa reverencia.
El prisionero había sido torturado, y había perdido un brazo. Llevaba el rostro cubierto por un saco, las ropas roídas y la mano y pies destrozados.
Le arrastraban inconsciente.
- Buen trabajo.- dijo Darel con voz tensa.
Observó con detenimiento el cuerpo de su primo e hizo un ademán con la cabeza para que lo metieran. Unos minutos después, tras encerrarlo en las mazmorras, el Rey visitaría al prisionero en compañía de su hijo.
La visión de Varg fue muy reconfortante, pero no lo suficiente. Symon atravesó el pórtico ya sin importarle la lluvia y recorrió el barro hacia el grupo de caballeros. Habían vuelto muy pocos, pero habían sido tantos los que habían acudido a recibirles que parecía imposible diferenciarles.
- ¡Arabela!- llamó a voz en grito.
Estaba nervioso. Sabía que era prácticamente imposible que su hermana hubiese sufrido daño alguno, pero después de descubrir lo acaecido con su madre el mundo había empezado a perder el sentido.
Algo en su interior le alertaba de que había pasado algo malo. Algo muy malo...
- ¡¡Arabela!!- volvió a llamar.
Se abrió paso entre los caballeros que se abrazaban, y por fin, con el rostro y el cabello cubierto de agua, encontró a su hermana. Ella le había oído llamarla, pero había preferido saludar a antiguos compañeros antes que acercarse a él.
Habían pasado ya bastantes días, pero aún seguía muy dolida. Tan dolida que, aunque su hermano se apresuró a abrazarla, ella no le correspondió. Pero a Symon no le importó. La estrechó con fuerza entre sus brazos y no la soltó hasta estar totalmente convencido de que estaba bien. Después le llenó el rostro de besos con cierto histerismo.
- Dioses, Dioses, Dioses. Gracias por traérmela de vuelta, gracias, gracias, gracias...
Le tomó de las manos y volvió a abrazarla. Ella torció el gesto con algo de sorpresa.
- Symon, por tu alma, tranquilo. Estás... estás histérico. ¿Qué te pasa?
- No es nada.- mintió el muchacho al borde del llanto.- Solo que... me alegro tanto de verte... tanto... Dioses Arabela. Tantísimo.
Estaba totalmente enloquecido. Arabela aceptó por fin su abrazo y le correspondió. Por mucho que deseara gritarle y golpearle, el amor fraternal que sentía por él era demasiado. Se fundieron en un abrazo y durante largos segundos permanecieron en completo silencio bajo la lluvia. Por fin, él decidió soltarla y la llevó de la mano hasta el pórtico.
Se apartaron un poco del grupo de nobles que ansiaban felicitarla y saludarla.
- ¿Te han hecho daño?
- No. Ni tan siquiera participé en la batalla.
Su hermano le apartó un largo mechón de cabello negro de la cara.
- Me alegro.
- Yo no.
Hubo una gran ovación cuando los caballeros empezaron a entrar.
- ¿Por qué lo has hecho?- inquirió Arabela en un susurro cuando su hermano volvió a centrarse en ella.- ¿Por qué se lo ordenaste? Symon, yo...
- Olvidemos ahora eso, por favor. Te lo suplico.- volvió a tomar sus manos.
- ¡Es inevitable! Yo...- se retiró unos pasos.- Yo creía que confiabas en mi, pero has demostrado que no es así. Has demostrado que...- dudó por un instante.- Dioses Symon, me has fallado.
- Arabela, por favor, ahora eso ya no importa.- insistió con sinceridad.- Si hubiese sabido lo que ahora sé créeme, jamás habría hecho nada que pudiera llegar a dañarte.- sacudió la cabeza.- He estado ciego. Le he dado importancia a cosas que en el fondo no valen la pena... y creo que eso ha causado que entre nosotros se enfriaran las cosas. Lo lamento, te lo aseguro. Ahora... ahora lo único que me importa es que estés bien y permanezcamos juntos. Los tres.
Arabela observó a su hermano con cierta inquietud. A pesar de que aparentaba tranquilidad, su mirada y sus palabras evidenciaban lo enloquecido que estaba.
Volvió a tomar sus manos con nerviosismo. Le temblaban las manos casi tanto como su corazón latía.
- ¡Estás enloquecido! ¿¡Que demonios te pasa!?
- Nada. Es solo que... que me alegro de volver a verte.
La muchacha apartó la mirada, incrédula. Conocía a su hermano, y temía que aquello no fuera más que una de sus tantas mentiras para lograr escapar indemne de aquel enfrentamiento.
- No era esto lo que yo esperaba.
- Yo tampoco... te lo aseguro.- hizo un alto.- Ya nada importa, créeme. Esto tiene que acabar cuanto antes.
- Y lo hará, te lo aseguro... siempre y cuando creas en mí.
- ¡Arabela ya te he dicho que estoy arrepentido!- exclamó con voz chillona.
- Demuéstralo.- replicó ella con los puños apretados.- Mira atrás y demuéstralo.
En aquellos precisos momentos, con el rostro pálido y el semblante agotado, Julius Blaze atravesaba las puertas seguido muy de cerca de una mujer de piel oscura. La gente aplaudía y le aclamaba a su paso.
Symon le observó en silencio. Le siguió con la mirada durante unos instantes y aguardó hasta que este se perdió entre el gentío. Después, con el rostro pálido y sorpresa en la mirada, se volvió hacia su hermana. No comprendía porque estaba allí, y mucho menos que ella supiera que Christoff había sido enviado para acabar con él... pero en el fondo, se alegraba.
Se llenó los pulmones de aire y le dedicó la más bella y sincera de sus sonrisas.
- Confío en ti, hermana.
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Tres horas después, empapado por la tormenta, con el cuerpo engarrotado de tanto cabalgar y casi tan hambriento como sediento, Christoff irrumpió en la fortaleza. Nadie le esperaba, pero tan pronto le vieron aparecer, varios compañeros que aguardaban en los alrededores corrieron a darle la bienvenida. Le recibieron con abrazos y agradecimientos, pero él no se entretuvo en exceso. Les respondió con un ligero ademán de cabeza y corrió al corazón de la fortaleza donde, más tarde, encontraría a su objetivo en una compañía algo sorprendente.
Pero antes de que él llegara, Arabela acompañó a su hermano y a Alice hasta uno de los salones, y allí hizo las presentaciones. La mujer había cuidado de la mejora de Julius durante todos aquellos días, cosa que logró llamar la atención de Symon, pero no tanto como su procedencia y don.
Symon llamó a un par de sirvientas para que trajeran comida y bebida a las dos damas. Las duras condiciones climatológicas las había dejado casi tan exhaustas como hambrientas.
Alice se sentía incómoda. Sin contar el abandono de su isla, ella jamás había salido de los alrededores de Uvervladd. La presencia de tantos vivos la hacían sentir algo incómoda, pero Arabela y Willhem habían sido tan cercanos y cariñosos con ella que había logrado acostumbrarse a la nueva realidad. Además, los hombres de Julius eran buenas personas. Agradecidos como estaban que hubiese salvado la vida a su líder, los caballeros se mostraron cercanos y agradables con la mujer, y eso facilitó aún más las cosas.
Pero llegar a la nueva ciudad le había enervado de nuevo, y hasta que no estuvo la puerta cerrada, la comida servida y el vino bien caliente corriendo por su garganta, la mujer no logró dejar de temblar.
- Así pues, vos erais la asistente de nuestra difunta abuela.- reflexionó Symon aún algo incrédulo.- Vaya...- ensanchó la sonrisa.- Es apasionante.
- No tanto como ver como el tiempo ha ido trazando la historia de su familia, mi señor. Pensar que han pasado siglos desde la última vez que tuve contacto con su abuela es un auténtico desafío.
- Los tiempos pasan, pero la sangre sigue siendo tan pura como el primer día.- aseguró Symon.- ¿Me equivoco al pensar que vuestros conocimientos podrían servirnos de gran ayuda?
- Sabes que no.- intervino Arabela.- La presencia de la señorita Alice puede sernos de grandísima ayuda.
- Al menos ese es mi objetivo.
- Además, tiene un don que apuesto que te gustará. Es algo interesante.
La mujer agachó la mirada sonrojada. Symon deslizó la mano sobre la mesa hasta depositarla sobre la suya, amistoso.
- Estoy seguro que me encantará.
Arabela observó a uno, al otro y después sonrió. Se acabó la copa de vino y se puso en pie.
- Bien, os dejo tranquilamente para que os conozcáis... ¿Cuándo marcharemos a Alejandría?
- Dudo que lleguemos a la semana.
- Magnífico.
- Imagino que desearás celebrar tu boda.
- Quizás... aunque para serte franca, ya estamos casados.- sonrió con malicia.- Por si acaso.
- Ya...- Symon suspiró, pero volvió a sonreír para ocultar la decepción.- ¿Estás segura de que debe ser él?
La muchacha asintió.
- Entonces creo que dejaré la habitación para que podáis estar más cómodos. Christoff no ha llegado aún pero...- suspiró.- Apuesto a que Alice podrá "arreglarlo" todo.
Arabela parpadeó con perplejidad al escuchar aquellas palabras, pero no dejó que la sorpresa borrara su alegría. Le besó la mejilla profundamente agradecida ante aquel visto bueno y se apresuró a retirarse.
Ya a solas, Symon volvió a centrar la mirada en su acompañante. La sonrisa amable que había mantenido hasta ahora se había convertido en una mueca de inquietud.
- No le has curado, ¿verdad?
Alice no respondió. No hizo falta.
El hombre le dio un largo trago a la copa para apagar la voz chillona que gritaba aterrada en lo más profundo de su mente. Le había dicho que confiaría en ella, y así haría. Llegado el momento Arabela sabría que hacer, y si no ya se encargaría él de arreglar las cosas.
- Sea como sea, he dado mi palabra de que confiaría en ella.- se apoyó en el respaldo de la silla.- Necesito tu ayuda. No quiero que Arabela pueda llegar a estar en mi contra, y eso me va a costar un sobrino no deseado. ¿Podrías preparar el ritual?
Alice asintió.
- Será un placer.
- Por otro lado... he oído decir a algunos caballeros que en Uvervladd no hay habitantes. ¿Es eso cierto?
- Los hay, pero ninguno de ello está con vida.
- Ya veo... en Salemburg sucede algo parecido.- juntó las manos sobre la mesa, pensativo.- ¿Contamos con la simpatía de los hijos de Uvervladd?
- ¿Intentáis preguntarme si seguimos siendo leales a la familia Muerte, mi señor?
- No. Os pregunto si seréis leales a mis hermanas y a mi persona... la lealtad a la sangre ya se ha demostrado a lo largo de los años que es muy relativa. La ambición de los hombres es terrorífica, e incluso capaz de acabar con grandes estirpes. Tan solo hay que ver a los Blaze.- forzó una sonrisa.- Precisamente por eso me gustaría saber que hay de vosotros. No quisiera llevarme ningún tipo de sorpresa.
- Éramos leales a Perséfone, y lo fuimos de su hija. Entre nosotros no hay cabida para el rencor, mi señor. De hecho, si así fuera, no habría venido hasta aquí.
- ¿Acaso no conocéis el término traición?
Alice sonrió con diversión.
- Yo sí, y veo que vos también. De hecho creo que lo conocéis demasiado bien.
Aquel comentario logró arrancar una carcajada a Symon.
- Creo que hay mucho a discutir. Pero eso será más tarde, con una copa de vino y en un lugar algo más... reservado.
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- Eh, inmortal.- llamó una voz desde las sombras.
Julius sonrió al escuchar aquel nuevo y merecido apodo. Dejó atrás la sala de reuniones donde había dado un rápido informe a su hermano y sobrino sobre lo ocurrido y avanzó hasta alcanzar el rincón donde, de brazos cruzados, su mujer le aguardaba con una media sonrisita pícara cruzándole el rostro.
- ¿Ocupado?
- Ya no.
- ¿Una copa?
- O dos, o tres...
A pesar de que en aquellos precisos momentos su hermano salía de la sala, Julius besó sin pudor alguno a su esposa. Konstantin soltó una ligera risotada, hizo una leve reverencia con la cabeza y se alejó por los pasillos.
Darel no pudo evitar mostrar su sorpresa arqueando ambas cejas. No estaba seguro de que le gustase lo que estaba viendo.
Se mantuvo unos segundos en silencio observándolos, pero pronto optó por volver junto a su mujer. Estaba demasiado feliz como para estropear la noche. Se despidió de ellos con la promesa deque mañana se volverían a ver, y les dejó de nuevo a solas.
El caballero había tardado un buen rato en salir de la sala de reuniones.
- Symon nos dejará hoy a solas.
- Me imagino que envenenará el vino.
Se encogió de hombros.
- ¿Qué importa? Sobrevivirías.
Rompieron a reír.
Julius no sabía como había sobrevivido, pero lo cierto era que unas horas después de perder la conciencia había logrado volver de entre los muertos. Al parecer, los cuidados de Alice habían logrado salvarle la vida, pero él sospechaba que había habido otro tipo de fuerza que era la que realmente le había dado el último empujón. Una fuerza parecida a la voluntad... al deseo de supervivencia.
Vega bromeaba diciendo que en realidad había vuelto porque en el reino de los muertos no le querían, y en cierto modo, Julius sospechaba que no estaba del todo equivocado.
Arabela decía que había sobrevivido porque debía ser su hermano quien acabara con él, no un bandido cualquiera. Aquella teoría le hacía reír, pero también creía que tenía cierta parte de verdad. No porque su hermano quisiera matarle, pues eso era lo de menos. Más bien porque Julius creía que podía ser cierto que todas aquellas cosas que aún le faltaban por hacer le hubiesen mantenido anclado al mundo de los vivos.
Había muchas teorías, pues casi todos los caballeros barajaban otras tantas, pero lo cierto era que nadie sabía qué había sucedido. Julius debía estar muerto, pero tenerlo con vida era una auténtica bendición para todos.
- Al fin un poco de paz.- canturreó Arabela mientras vertía con cuidado el contenido de una de las botellas en las copas. A escasos metros, estudiando con detenimiento la habitación, Julius se iba quitando pieza por pieza la armadura.
- Estoy empapado.- confesó divertido.- Pero ha valido la pena. Necesitaba un buen descanso. Aún no estoy bien del todo.
Arabela le ofreció una de las copas.
- Dale un trago a esto. Entrarás pronto en calor.
La garganta aulló de dolor cuando el gélido líquido ardió en su interior. Había creído que era vino, pero no lo era, desde luego que no. Hizo girar el contenido de la copa con el rostro enrojecido y soltó una sonora carcajada de puro nerviosismo. Se había quedado sin habla.
Arabela le dio un suave trago a la copa, pero pronto escupió e contenido de vuelta. Alzó la copa, perpleja, y la sacudió a la luz de la chimenea. Su hermano debía haber rellenado la botella con alguna clase de licor explosivo o mata ratas.
Las llamas rugieron cuando vació la copa en la chimenea. Tiró también la copa y volvió a tapar la botella con el corcho. Julius, en cambio, prefirió acabarse la bebida. Era muy fuerte, pero tenía un sabor extraordinario a menta que refrescaba la garganta y cabeza.
- Mi hermano.- se excusó Arabela.- Ya le conoces... le encanta probar cosas nuevas.
- Le conozco.- rió él.- No me sorprendería que fuera veneno.
- Bueno, da igual, ¿no? Eres inmortal.
Le guiñó el ojo.
Bajo su punto de vista, el único modo de quitarle importancia a su supervivencia y que, por lo tanto, no pudieran llegar a sacar extrañas conclusiones, era tratar el tema sin darle demasiada importancia. Bromear con ello.
Julius se acabó la copa.
- Esto significa que lo acepta.- explicó Arabela.- Lo de la habitación, digo. Es un buen hombre.
- No lo dudo.- se limitó a responder.- Durante vuestra visita a mi reino mantuve muy buena relación con él, pero ahora parece no sentir demasiada simpatía por mi. Es una lástima, pero tampoco es algo que me inquiete. Cada uno elige su camino, y mientras respete el que nosotros hemos elegido, poco importa.
- Le conozco.- confesó mientras se acomodaba en una de las mesas.- Y sabrá controlarse, te lo aseguro. Otra cosa no será, pero sabe comportarse bastante bien...- hizo un alto, meditabunda.- Sea como sea, hay algo que me inquieta más que mi hermano, y es lo que va a pasar a partir de ahora. ¿Cuándo partiremos a Reyes?
- No tardaremos ni una semana. Tan pronto nos recuperemos y consigamos una escolta considerable nos pondremos en camino. He mandado varios mensajeros para informar a mi hermano de lo ocurrido; no quisiera encontrarme con las murallas cerradas. Una vez estemos allí, imagino que no tardarán demasiado en ejecutar al chico. Después los míos proseguirán con su cometido.
Arabela frunció el ceño.
- Creía que nos quedaríamos en la fortaleza.
- Ya hemos hablado eso... y sabes que por el momento no puedo. He organizado a todos estos hombres, y no deseo dejarles abandonados a la primera de cambio. Si no deseas viajar conmigo lo entenderé. Puedes quedarte en la fortaleza; serás muy bienvenida en la guardia.
- Que futuro más prometedor.- ironizó con cierta diversión.
- De todos modos, no me sorprendería que estallara la guerra. Conozco a mi hermano y sé que aprovechará la debilidad de Almas Perdidas para intentar invadir el reino.
- Eso suena mucho más interesante. Conozco el camino del Monte del Olvi...
- Pero no participarás.- intervino.- Te lo aseguro. Si estallara la guerra tú no irías.
Arqueó la ceja, sorprendida. Por un momento le recordó a su hermano, y tal y como solía pasar con el bueno de Symon, no iba a hacerle caso alguno.
- Ya veremos.
- No hay nada que ver. Ahora eres mi mujer, ¿recuerdas? Y no voy a consentir que te enzarces en una batalla absurda que no tiene nada que ver contigo. Si el Monte del Olvido esta despejado, mi hermano encontrará el camino.
- Nunca va mal un guía.
- He dicho que no.- gruñó con brusquedad.
- Soy tu mujer, pero no de tu propiedad.- le advirtió.- Pero si lo que deseas es que me quede en casa te recomiendo que me des un buen motivo.
- Un buen motivo...- reflexionó.
Lanzó una fugaz mirada a su alrededor y dibujó una media sonrisa al ver que su mujer avanzaba hacia él con una sonrisita perversa en el rostro. La tomó de la mano y la hizo dar una vuelta sobre si misma.
- Un hijo es un buen motivo.
Depositó con suavidad las manos sobre sus mejillas y besó con pasión sus labios. Sabía al ácido de la botella, a menta y a vida. Julius rezumaba vida y poder, y ella no estaba dispuesta a volver a dejarlo escapar. Después de todo, llegado a aquel punto, ¿acaso algo importaba?
- Me parece una buena razón.
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Cuando Christoff llegó a la sala, Symon ya estaba prácticamente inconsciente. Había bebido tanto vino y licor que, a pesar de su resistencia natural, estaba a punto de caer rendido. Alice, en cambio, había sido bastante más comedida, y aunque estaba achispada, había sabido moderar el consumo.
Symon era un hombre peculiar. Le había gustado su modo de expresarse; diplomático pero a la vez agresivo, con un punto seductor. Además, su objetivo era noble. Cuidar de sus hermanas sin pedir nada a cambio no era algo que cualquiera estuviera dispuesto a hacer, pero es que él no era un cualquiera. Alice le había preguntado el porque, y él no había sabido responder. Jamás se lo había planteado. Lo hacía porque las quería, y eso era más que suficiente. Además, restablecer el equilibrio era necesario. No sabía porque, pero era necesario.
Y luego estaba lo de la venganza.
Alice había escuchado con atención a Symon, pero aún no sabía qué pensar. Había esperado encontrarse con unos chicos perdidos y asustados, pero lo que había descubierto distaba mucho de esa descripción. Symon tenía todo muy bien planeado. Tan bien pensado que asustaba el mero hecho de pensar que alguien tan joven podía llegar a cambiar la situación actual de toda la isla a base de pactos y alianzas.
- Christoff.- saludó Symon con voz chillona desde la butaca donde se había acomodado.
Tras arreglar la habitación de su hermana, Symon había llevado a su acompañante a un salón de uso privado que hacía tiempo que nadie pisaba. Era un lugar pequeño y sombrío, lleno de mobiliario anticuado y con una chimenea de piedra negra. En las paredes había cuadros con rostros angulosos, armaduras antiguas llenas de polvo y jarrones llenas de flores secas que apestaban a moho.
Era un lugar desagradable a simple vista, pero que a ella le traía buenos recuerdos. Lo que para algunos parecían recuerdos muy antiguos para ella no era más que el reflejo de la época que había vivido al servicio de lady Perséfone.
Decir que aquel lugar tenía milenios de antigüedad era demasiado atrevido, pero Alice hubiese puesto la mano en el fuego por la armadura. Era tan, tan antigua que incluso creía recordar a algún visitante de Uvervladd vestido con una parecida.
- Symon.- saludó Christoff. Hizo una ligera reverencia hacia su señor y después dedicó una cálida sonrisa a la mujer.- Me alegro de volver a veros, mi señora.
- Yo también.
- He llegado a una conclusión, Christoff...- reflexionó Symon.- ¡Y es que no voy a volver a pedirte nada!
- ¿Cómo dices?
- ¡Julius, Christoff! ¡Julius! ¡te pedí que lo mataras!
- Lo hice.
- ¿Entonces porque demonios está ahora mismo con mi hermana?- Se puso en pie con los brazos caídos lánguidamente a los lados.- ¡Dí-me-lo!
No entendía nada. Se dejó caer en una de las sillas y buscó la respuesta en la mirada de la mujer. Esta se encogió de hombros, pero sonrió. Cuando volvió a mirarle, Symon ya tenía los ojos cerrados y se había desplomado en el suelo.
El caballero soltó una carcajada cansada, cogió el cuerpo de su señor con cuidado y lo depositó en un sillón de aspecto milenario. Volvió a la mesa y eligió una de las copas limpias. Se sirvió un poco de vino.
- ¿Es cierto lo que dice?
- Me temo que sí.
- Cielos.- engulló el vino.- A Arabela se le ha ido la cabeza del todo.
Alice se encogió de hombros, dubitativa.
- Sea como sea... tenemos mayores males por lo que preocuparnos. César Betancourt ha escapado. ¿Pudisteis hablar con vuestra madre?
- Apenas recordaba nada; tiene la cabeza algo perdida... pero sí, algo pudo contarme. Al parecer estaba muy interesado en un ritual antiguo.
- ¿El de invocación?
- No exactamente. Veamos.- juntó las manos sobre la mesa.- Es algo complicado de explicar. Quería un conocimiento en concreto. Un ritual...
- ¿Qué clase de ritual?- insistió.
- Liberación. La cuestión es que la estaba buscando, pero por alguna extraña razón acabó en nuestra ciudad. Entonces fue cuando vino a buscarnos... pero creo que no fue más que una mera casualidad.
Christoff cerró los ojos, acongojado. Se cubrió la cara con las manos y lanzó un sonoro bufido. Temía creer saber lo que estaba ocurriendo, y le preocupaba mucho, y más ahora al saber que les había facilitado tanto las cosas. Si no les hubiese invocado a Uvervladd seguramente seguirían con las manos atadas. Pero ahora...
Chasqueó la lengua. Tenían que actuar antes de que pudieran llegar mucho más lejos.
- ¿Dijo algo más?
- No.- sacudió la cabeza.- Como ya he dicho, apenas recordaba nada. Pero lo que es evidente es que deseaba liberar a alguien... ¿pero a quien?
- Temo saber quien. Llegado el momento, puede que tengamos que volver a enfrentarnos a un enemigo poderoso que ya conocemos.- apretó las mandíbulas.- Hay dos posibilidades. Uno, que Varg haya buscado grandes aliados para recuperar su reino... y dos, y creo que es la correcta... que Varg sepa o sospeche quienes somos, y se plantee presentar batalla.
Frunció el ceño. Hasta ahora había considerado toda aquella operación poco más que un paseo, pero ahora podía complicarse de verdad. Si todo salía bien, ellos contarían con el ejército de Almas Perdidas y de Alejandría... ¿pero sería eso suficiente si era capaz de volver a liberarla?
No se fiaba de César, pero mucho menos de Varg. Ese estúpido niñato había tenido mucho tiempo para conseguir alianzas, y que hubiese permanecido por las tierras de Ámbar tanto tiempo era preocupante.
El Reino de Ámbar... esos cazadores de brujas no dudarían en unirse a Reyes Muertos llegado el momento.
Demasiados enemigos. Demasiadas posibilidades.
No podían seguir perdiendo el tiempo.
Deslizó las manos hasta la empuñadura de su arma y cerró los dedos sobre esta. Después de tantos años de paz volvía a sentir el peso de la responsabilidad a sus espaldas. Tenía que partir cuanto antes.
- Dioses, tanto trabajo por hacer y tan poco tiempo.- dijo entre dientes.
- El señor ya ha empezado a atar cabos. De hecho, su estado actual no es más que el producto de la celebración de nuestra unión...
El hombre arqueó la ceja cuando Alice sonrió. Era una sonrisa francamente bella. Una sonrisa que no le hubiese molestado admirar durante horas. Días. Una sonrisa de labios gruesos, de dentadura perfecta...
Christoff sospechaba que sentía tanta afinidad con ella debido a su naturaleza, pero no le importaba. Empezaba a disfrutar de esas extrañas sensaciones que con tanta facilidad lograban calmar sus ánimos.
- Seguid, por favor.
Las cuentas de sus collares tintinearon cuando la muchacha asintió.
- Le quedan los días contados al Rey Konstantin. Ha pedido una muestra de lealtad por parte de los hijos de Uvervladd, y, gustosamente, he aceptado en su nombre. Tan pronto partáis a Reyes Muertos, mi gente hará una breve visita a la capital. Una incursión que se cobrará la vida del Rey.
Christoff arqueó las cejas. Ensanchó la sonrisa, orgulloso. Tomó la mano de la muchacha y besó el dorso.
- Suena muy bien. ¿Cuál es el plan?
- El señor me ha enseñado unas cuantas técnicas de envenenamiento bastante interesantes. Sin rastros, con productos fáciles de conseguir, y, lo mejor, con cuarenta horas de espera antes de hacer efecto... será una muerte dulce. Ni tan siquiera se dará cuenta.
Saboreó todas y cada una de las palabras mientras las pronunciaba, disfrutando de poder participar después de tantos años en un plan. Al principio había temido que aquel cambio de vida pudiera llegar a superarla, pues siempre había tenido una vida muy tranquila, pero ahora, viéndose arropada tanto por la familia como por sus iguales, el deseo de participar dejaba atrás sus temores.
Había pasado mucho tiempo desde los tiempos de Perséfone, pero las alianzas se habían vuelto a renovar, y tal y como sucedía con Christoff, ahora era a aquel trío de hermanos a los que debía lealtad.
- No participaré directamente en la batalla, por supuesto. No soy una guerrera... pero sí haré todo lo que pueda para ayudaros. Podéis contar con las antiguas alianzas.
- Las antiguas alianzas...- reflexionó Christoff en un susurro.
Creyó perderse en aquellos oscuros pozos de oscuridad. En aquel rostro de piel negra, en las curva de su mandíbula, de su nariz, de sus pómulos...
Tuvo que apartar la mirada para coger aire. Apartó de su mente la imagen de la mujer y se concentró en sus palabras. Era complicado teniendo en cuenta el sensual movimiento de sus labios y caderas pero...
Últimas alianzas.
- Tengo una idea.- dijo de repente.- Antiguas alianzas, ¡claro! ¿Por qué no lo habré pensado antes?
Le dio otro largo sorbo a la copa, esta vez mucho más contundente que el anterior. Mientras tanto, jugueteando con la suya, Alice le dedicaba fugaces miradas llenas de curiosidad. Se preguntó si habría podido leer en las piedras que en el futuro conocería a alguien tan interesante como él.
- Soy toda oídos.
- Necesitamos el máximo posible de aliados. Actualmente contamos con gentes del Sur y del Norte... ¿pero porque no unir a nuestros antiguos aliados? Salemburg, Uvervladd, ¿por qué no conseguir el apoyo de todos? Sweetholl, Lamcaster... dudo que todos quieran apoyarnos, al menos los seguidores de Cesar, pero quien sabe, cuantos más frentes tengamos cubiertos muchísimo mejor. Los vivos y los inmortales podemos perecer, pero los muertos no caen por mucho que atravieses sus corazones con estacas. Buscadlos cuando acabéis aquí... confío en que lo haréis bien.
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