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Capítulo 61

Capítulo 61

Julius hundió el puñal en el estómago y alzó la espada para detener un nuevo golpe. Apartó al primero de una patada en el vientre herido, giró sobre si mismo, y el filo de su espada mordió con voracidad el pecho del segundo. Se agachó cuando el hombre volvió a atacarle con su hacha de hierro verde. Julius tomó su arma con ambas manos y enterró el filo en el estómago de su agresor. Antes de caer, este balbuceó unas cuantas palabras que nadie recordaría.

Julius notó un dolor lacerante en el hombro cuando una daga de plata se hundió en su clavícula. Julius gritó, giró sobre si mismo y trató de golpear con el codo a su adversario. Vestido totalmente de rojo con un extraño uniforme lleno de pliegues y un turbante, su adversario esquivó el golpe. Dibujó otro arco con el arma y retrocedió con un sensual brinco. Julius se llevó la mano a la cara: habían vuelto a abrirle otra herida. Rugió de rabia y se abalanzó sobre el hombre de rojo.

El edificio entero había enloquecido. Había salas enteras en llamas, cadáveres por doquier y un griterío descontrolado que impedía oír reconocer las voces. Julius había perdido de vista a Larss hacía rato, justo cuando una manada de bandidos, asesinos y ladrones habían caído sobre ellos procedente de todas las estancias del segundo piso.

Julius había cortado, pinchazo y cercenado miembros, pateado huesos, sacudido piernas y machacado miembros hasta la saciedad, pero él también había recibido muchas heridas. Tenía el cuerpo y la armadura repleta de cortes, heridas y puñaladas que, poco a poco, empezaban a debilitarle.

Pero Julius se resistía a caer.

La figura de rojo se movía demasiado rápido para él. Saltaba, esquivaba y atacaba  a tal velocidad que Julius estaba empezando a marearse. Por mucho que intentaba concentrarse, parecía poco más que un borrón de tela.

Recibió una patada en la rodilla, un corte en la pantorrilla y un puñetazo en pleno rostro. Julius gruñó, respondió con un espadazo al aire, y retrocedió aturdido.

Otro golpe acertó en la cabeza. Aulló de dolor y se derrumbó en el suelo. A su alrededor había decenas de cadáveres de los que, en su mayoría, él era el culpable. Trató de girar sobre si mismo, consciente de que de un momento a otro iba a morir, pero no le dio tiempo. El acero volvió a atravesarle la piel, esta vez a la altura del estómago, y perdió la conciencia momentáneamente.

Cuando despertó, el cuerpo del turbante yacía en el suelo partido por la mitad. Swarkaff había logrado que recuperase la conciencia a base de fuertes bofetones en la cara. Julius miró a su alrededor, aún aturdido, y vio como, a escasos metros delante suyo, Christoff segaba cabezas como un torbellino de acero, sangre y muerte.

-    Dioses...- murmuró mientras se incorporaba.- Son decenas.

-    Protegen algo, mi señor.- se apresuró a decir Swarkaff.

El hombre estaba pálido, cubierto de heridas y con la respiración acelerada, pero al menos seguía vivo. Larss, en cambio, yacía muerto bajo varios cuerpos despedazados.

-    Debemos avanzar.- suplicó Swarkaff casi a gritos mientras le ayudaba a incorporarse.

Le devolvió su arma.

Julius sentía que le palpitaba la cabeza. Alzó la vista y alzó el arma justo cuando un mandoble caía sobre él. Detuvo el arma, empujó con todas sus fuerzas a su rollizo contrincante y le enterró la espada en su pecho. Escupió sangre antes de derrumbarse.

Julius pasó por encima de él y corrió hasta la delantera. Allí, embadurnado de sangre, Christoff se abría paso arrancando gritos de terror y almas por igual. Se colocó a su lado, descargó un golpe sobre un moribundo que yacía en el suelo, y se adelantó. Tan solo cuatro hombres armados con ballestas le separaban de la última sala...

El zumbido de los virotes al atravesar el aire llenó el pasillo. Christoff y Julius se lanzaron al suelo de cabeza, rodaron sobre si mismos por debajo de los dardos envenenados, y volvieron a incorporarse para caer sobre ellos. Descargaron sus armas sobre los hombres y acabaron con sus vidas.

El tercero únicamente tuvo tiempo a desenvainar la espada. Antes de que pudiera emplearla, su cabeza ya rodaba por el suelo.

Christoff dedicó una sonrisa sádica a Julius cuando este le miró perplejo por la velocidad del último golpe. Hizo un ligero gesto con la cabeza hacia la puerta y se puso en marcha. Julius necesitó un par de segundos para recuperar el aliento.

La Torre de Oro se había convertido en una carnicería. Leales y traidores morían por igual, y para defender sus vidas usaban todo tipo de técnicas amorales. Muchos de ellos morían como perros, pero otros tantos, convertidos en monstruos, segaban vidas sin importarles absolutamente nada.

Era terrorífico... pero el peor de todos, sin duda, era él.

Julius observó como aquel monstruo atravesaba la puerta. Sus ojos brillaban como dos antorchas azuladas en la oscuridad de la noche eterna. Eran ojos de cazador... de depredador. De demente.

Volvió la mirada atrás; Swarkaff ya no estaba. Varios virotes le habían alcanzado de pleno y ahora yacía en el suelo, entre tantos y tantos cadáveres. El caballero se llevó el puño al pecho, rezó una rápida oración por el alma de su camarada y corrió hacia la sala donde Christoff había irrumpido.

Y por fin, allí, rodeado por cuatro figuras vestidas de rojo y con un turbante ocultando sus rostros, encontró a Varg. El muchacho parecía muy nervioso, pero seguro de sus posibilidades.

El tiempo había tratado mal al joven traidor. Su piel tersa y aterciopelada ahora lucía decenas de heridas y cicatrices. Se había dejado crecer una tupida barba de color pelirrojo alrededor del mentón apuntado, y había ganado envergadura. También había perdido varios dedos de la mano izquierda, y cojeaba ligeramente de una de las piernas. Uno de los ojos, el izquierdo, estaba bastante más cerrado y oscuro que el otro. Alguien debía haberle dado un buen puñetazo.

Atrás habían quedado los años en los que lucía ropas de terciopelo y grandes joyas. Ahora, vestido con harapos, Varg parecía un mendigo. Estaba irreconocible, sí, pero aquella sonrisa perversa era irrepetible.

-    ¡El gran Julius!- exclamó Varg con voz chillona. Sus ojos brillaban enloquecidos.- Noble caballero de la corte del Rey Payaso...- escupió al suelo.- ¡El gran Usurpador debería decir! ¡Desagradecido, mal nacido y traicionero!- ladeó el rostro.- Solo falta esa putilla tuya. ¿Donde está? A su hermana no la pude matar, pero ella no escapará...

-    Varg.- gruñó Julius con los labios apretados.- ¿Me llamas a mi desagradecido? Lo tuviste todo y lo dejaste escapar La ambición te cegó muchacho... y eso es algo que jamás podré perdonarte. Lo vas a pagar muy caro.

Christoff lanzó una fugaz mirada a su compañero, pero no dijo nada. Aguardó unos instantes mientras observaba con detenimiento a los cuatro presentes. Arqueó las cejas con perplejidad cuando, oculto en la oscuridad, creyó ver a una sexta persona. Bajo, delgado, de ojos azules y cabello oscuro...

Le temblaron las rodillas cuando vio reconocimiento en sus ojos. Él no debería estar allí. No podía estar allí.

-    ¡¡Cuidado!!- le advirtió Julius.

Una cuchilla dorada rasgaba el aire en su dirección. El arma se clavó en su pecho, a la altura del pulmón derecho. Christoff se llevó las manos al arma, deslizó los dedos sobre la sangre que empezaba a manar, y cayó de rodillas al suelo.

Inmediatamente después, las cuatro figuras se abalanzaron sobre ellos.

±±±±±

Symon aguardó en completo silencio durante toda la narración. Su rostro había permanecido inexpresivo todo el rato, pero por dentro, su mundo se había empezado a derrumbar. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se le secó la garganta. Logró controlarse y no chillar, pero le resultó muy complicado. Apretó los puños, buscando algún tipo de alternativa a través de la cual bombear toda su ansiedad, mal estar y dolor, pero no logró nada.

Estrelló la copa contra el suelo y la pisó. Después se centró en patear hasta la destrucción total uno de los jarrones de piedra del balcón.

Deseaba chillar y patear hasta la muerte a Solomon. El odio que sentía era demencial. No podía controlarlo, y temía acabar volviéndose loco. La cabeza le latía, el corazón le dolía, y algo en su interior le chillaba que él era el culpable.

No pudo resistirlo más. Totalmente enloquecido, Symon se dejó caer al suelo de rodillas sobre las piezas rotas del jarrón y se cubrió el rostro con las manos. Rompió a llorar. Elaya se apresuró a abrazarle, pero tal fue la pena que transmitía su hermano que ambos acabaron llorando copiosamente.

Symon estrechó a su hermana entre los brazos. Le había ido bien desahogarse, pero sabía que hasta que no diera fin a aquella historia no podría volver a descansar. Y es que, aunque no había presenciado el mismo horror que su hermana, jamás podría volver a conciliar el sueño sin sufrir pesadillas.

Quince años de encierro a oscuras, sin comida, muriendo y naciendo cada amanecer... su madre, su amada y delicada madre...

A su mente acudieron sus últimas palabras. "Debes cuidar de ellas. Protegerlas y darles un buen futuro, Symon. Son tus hermanas. Tu vida depende de las de ellas..."

Sus hermanas...

Ahora comprendía el porque del cambio de su hermana menor. Mantener aquel secreto durante tanto tiempo debía haberla destrozado. ¡Y todo con tal de que ellos no sufrieran! Tan solo se había callado para protegerles...

Besó su frente con devoción. Aquel mundo no era digno de poseer un tesoro como era ella. Ella y Arabela, por supuesto.

Al pensar en ella palideció. Si hubiese sido Arabela la que hubiese visto aquello seguramente el mundo se hubiese venido abajo. Habían tenido suerte en el fondo.

Tomó las manos de Elaya con las suyas y le pidió que le mirase a los ojos.

-    Elaya, Arabela no debe saberlo. Ella... ella es muy diferente a nosotros. Enloquecería, y todo lo que llevamos preparando se iría al traste. Debes mantener el secreto un poco más. Solo un poco más.- se obligó a si mismo a dedicarle una cálida sonrisa.- ¿Podrás? Yo sé que tu eres fuerte... quizás no cortes cabezas ni cierres estúpidos pactos con mal nacidos, pero eres la más dura de los tres. Lo has demostrado con creces. Sé que puedes hacerlo... lo sé perfectamente. ¿Puedo confiar en ti, hermana? ¿Puedo?

Se secó las lágrimas con los puños y asintió.

-    Sí.

-    Cuando vuelva Arabela viajaremos a Reyes Muertos y liberaremos a mamá. Yo mismo me encargaré de Konstantin. Darel debe ser Rey ya.

±±±±±

Christoff cayó de rodillas y se lanzó al suelo.

Aquel movimiento instintivo fue lo que le salvó de una muerte segura. Décimas de segundo después, un  cuchillo atravesó el aire donde debería haber estado su cabeza. Christoff giró sobre si mismo, se arrancó el cuchillo del pecho sin mostrar dolor alguno, y volvió a empuñar su espada para sorpresa de todos. Alzó el arma, detuvo otro golpe y se abalanzó de cabeza a la batalla.

Julius desvió la mirada hacia las dos figuras de rojo, alzó su arma e inició una cruenta batalla. Las dos figuras se movían a gran velocidad y eran diestras con las armas, pero tal era la furia de Julius que ni las heridas ni el estar en minoría numérica le desanimó. Dejó fluir la energía y el poder por las manos, y el arma empezó a rodar y dibujar rapidísimos arcos con los que logró mantenerlas a distancia. Ellas se zafaban, esquivaban y dibujaban extrañas piruetas con sus cuerpos menudos, pero tal era la presión ejercida por Julius que apenas podían hacer más que esquivar.

Uno, dos, tres... la batalla estaba alcanzando unas cotas de violencia y velocidad impensables. Varg, petrificado, lo observaba todo desde el fondo de la sala, pero era incapaz de actuar. En su mano derecha sostenía una espada, pero consciente del gran potencial de los dos hombres que tenía delante, comprendió que de poco servirían. Miró a su alrededor en busca de una salida. La ventana estaba demasiado alta, y la salida...

Apretó los colmillos.

- ¡Vamos, malditas furcias!- dijo a voz en grito.- ¡¡Matadlos!!

Julius dibujo un nuevo arco con el arma e hizo una rápida finta con la que logró romper la defensa de la mujer. Se abalanzó sobre ella, la derribó, y aprovechó los instantes de la caída para hundir un puñal en su pecho. Al alcanzar el suelo, giró sobre si mismo, esquivando así varias puñaladas de la otra. Dibujó un arco rápido y alcanzó a la figura de pleno en el estómago. Se incorporó con gracilidad, hundió de nuevo la espada en su torso.

Ya con el camino libre, centró la mirada en Varg. Recortó la distancia que les separaba y volvió a alzar su espada. Su sobrino no era capaz ni de mirarle a la cara.

Tampoco hizo falta.

- Tenías la isla a tus pies, estúpido, pero la ambición te ha perdido.- chasqueó la lengua.- Estúpido traidor. El Reino no necesita a gente como tú.

Julius se abalanzó sobre él. Detuvo el único golpe que su sobrino fue capaz de asestar, y le cortó el brazo con el que empuñaba la espada a la altura del codo.

De la garganta del muchacho surgió un grito de horror. Varg apoyó la mano en el muñón sangrante y cayó inconsciente a sus pies. Se formó un enorme charco de sangre a su alrededor.

Julius se llenó los pulmones de aire, lanzó un profundo suspiro de cansancio y se llevó la mano al rostro. A su alrededor el mundo aún estaba en llamas, lleno de guerra y muerte, pero él por fin se sentía liberado.

Por fin...

Sonrió levemente, pero un fulminante dolor generado por el acero de un arma al atravesarle el torso le deformó el rostro. Julius desvió la mirada abajo, y allí vio el grueso filo de una daga dorada chorreando su propia sangre.

Se le llenaron los ojos de lágrimas de rabia. Le fallaron las piernas, las fuerzas y absolutamente todo a su alrededor perdió significado. Se distorsionó el sonido, la imagen y los colores. La oscuridad lo consumió todo y Julius cayó al suelo de boca, a los pies de su sobrino.

Christoff arrancó la daga de la espalda del caballero y la lanzó al suelo. El metal repiqueteó con fuerza en la sala ya silenciosa. A su alrededor los seis cuerpos yacían en el suelo destrozados y bañados en su propia sangre.

Alzó la vista hacia el rincón donde antes había visto al hombre; ya no estaba. ¿Habría sido una mera alucinación producto de la herida del pecho?

Sacudió ligeramente la cabeza; empezaba a marearse. La tensión y la adrenalina del momento le habían logrado mantener en pie, pero ahora, solo en aquel silencioso lugar, la paz empezaba a acabar con su resistencia. Dio un par de pasos atrás, se llevó la mano al pecho sangrante y volvió a caer al suelo.

Esta vez no volvió a levantarse.

Unos minutos después, la batalla llegó a su fin en el piso inferior. Las tropas supervivientes empezaron a ascender por las escaleras. Gritos de horror llenaron el edificio cuando entraron en la sala.

±±±±±

Para cuando Arabela, Willhem y Alice llegaron, todo había acabado. Cupiz les recibió con el rostro contraído en una mueca de dolor, pero les dirigió hasta el interior sin responder a sus preguntas. Los guardias supervivientes, poco más de doce, estaban quemando los cadáveres de los enemigos en una gran pira.

Los suelos estaban llenos de sangre, vísceras y harapos; varias salas abrasadas, y los pasillos llenos de humo. La batalla debía haber sido muy cruenta, pero por desgracia, nunca podrían saber qué había pasado en realidad.

A cada paso que daba, Arabela sentía que su furia iba aumentando. Buscaba con la mirada a sus conocidos, pero todos parecían haber desaparecido.

Habían muerto tantos...

Cupiz les guió hasta el segundo piso. Allí atravesaron un par de estancias abiertas antes de dar con la última.

Vega tenía el rostro totalmente deformado por la angustia. Había recibido muchas heridas, y varias de ellas aun sangraban, pero no parecía importarle. A su alrededor, yaciendo en dos camas y siendo controlados por el único caballero con nociones médicas que aún quedaba con vida, Christoff y Julius reposaban en silencio. El primero estaba despierto, pero el segundo...

Arabela se apresuró a comprobar que Christoff estaba bien. Su herida era muy grave, y seguramente aquella noche moriría, pero poco le importaba. Le gustara o no, al siguiente amanecer volvería a estar en pie. Julius en cambio...

Ni tan siquiera se atrevió a mirarle. La sala hedía a muerte.

-    ¿Qué ha pasado? ¿Habéis encontrado a Varg?

-    Está encerrado en una de las habitaciones.- informó Vega con voz queda.

-    Genial. Os felicito...- las palabras parecían surgir de sus labios automáticamente.- Christoff, ¿estás bien?

-     Tranquila.

-    ¿Puedes moverte?

El hombre asintió.

- Perfecto. Únete a Vega y a sus hombres y asegúrate que Varg no pueda escapar. Aquí ya no vas a servir de ayuda alguna. Willhem, vete con él. Alice, tú quédate aquí conmigo.

Ninguno parecía dispuesto a aceptar su orden, pero antes de que pudieran replicar, Arabela alzó la mano, avanzó hasta la cama donde Julius daba sus últimos suspiros y se arrodilló. De sus ojos empezaron a caer gruesas lágrimas de tristeza.

Desalojaron la sala.

-    Debería traer al sacerdote...- murmuró Alice con voz temblorosa.

±±±±±

Julius tenía el pulso acelerado, la respiración agitada y la mirada perdida. Las sábanas se movían espasmódicamente siguiendo el ritmo de su respiración, pero poco a poco estaban oscureciéndose con el contacto de la sangre. Las gasas con las que le habían taponado la herida habían empapado el tejido y ahora la sangre corría libremente a lo largo y ancho de las sábanas, dibujando un enorme manchurrón apestoso.

La muerte acechaba tras las sombras del anochecer. Los minutos pasaban rápidamente mientras la vida se le escapa entre las manos. Recuperaba y perdía continuamente la conciencia, y aunque se aferraba con todas las fuerzas a la vida, Alice dudaba mucho que lograra sobrevivir más que unos cuantos minutos.

Tiempo atrás, durante la época de Perséfone, había muchos vivos en Uvervladd. Todos ellos eran fieles siervos de su señora, pero su naturaleza era sorprendentemente distinta. Ella también había pertenecido a su mundo, por supuesto, en la isla de Shar'ehae había gozado de una corta vida de lo más interesante en las selvas, pero totalmente distinta a la actual... por desgracia, apenas tenía recuerdos de aquella época.

Lady Perséfone las había traído mucho tiempo atrás, y desde entonces se habían instalado en aquella curiosa población. Durante todo aquel tiempo su madre le había transmitido muchos conocimientos sobre anatomía y curación con lo que había ayudado a los ciudadanos... pero de eso hacía mucho.

Hacía tanto que el mero hecho de ver sangrar al caballero lograba impresionarla. Y aquel hedor... por mucho que tratara de ignorarlo, era imposible. Olía a muerte y sufrimiento. Mantenerle con vida en aquel estado era una auténtica crueldad.

Volvió la mirada hacia la nieta de su señora y estudió con detenimiento el modo en el que deslizaba los dedos con suavidad sobre su rostro sudoroso. A simple vista cualquiera habría dicho que estaba acariciándole, pero sus dedos dibujaban peculiares signos. Signos religiosos de descanso y paz.

Se estaba despidiendo de él.

Se acercó al camastro y observó con detenimiento el rostro del hombre. Arabela le había hablado poco de él antes de organizar la ceremonia aquella mañana, pero con un simple vistazo tuvo más que suficiente para descubrir que era un hombre piadoso.

Insistió.

-    Si me apresuro puede recibir la bendición del sacerdote.

-    ¿Acaso le das ya por muerto?

Alice no respondió de inmediato. No pudo. Observó con detenimiento a la mujer y tartamudeó una respuesta incomprensible.

Se aclaró la garganta.

-    Mi... mi señora. ¿Acaso vos... no?

-    En vuestro futuro hablabais de un tigre.- depositó la mano con suavidad sobre su mejilla derecha.- Es él.

La mujer se encogió de hombros. Hasta ahora jamás habían puesto en duda su capacidad. ¿Cómo hacerlo? Nunca se había equivocado...

¿Habría olvidado también como leer el futuro?

Quizás el paso del tiempo le había hecho perder su don...

Había pasado demasiado tiempo desde la última vez.

-    Quizás estuviera equivocada.- murmuró casi en un susurro.- A veces el futuro se presenta en forma de enigmas que tan solo el tiempo puede descifrar. Puede que el tigre...- deslizó los dedos sobre el rostro del hombre y cerró los párpados cuando este volvió a perder la conciencia.-... sea otra persona.

-    O puede que no haya llegado aún su hora.- insistió ella con fiereza.- Haz algo por él. Sálvale.

Alice retrocedió un paso.

-    No puedo. Está fuera de mi alcance, mi señora. Se lo as...

-    ¡¡Te he dicho que hagas algo!!

El grito restalló toda la sala. Julius volvió a abrir los ojos, lanzó un alarido de dolor y captó la atención de ambas mujeres. Las dos se arrodillaron a su lado, con el rostro contraído en una mueca de tristeza. Aspiró aire con los labios partidos, alzó varios centímetros el brazo y volvió a perder la conciencia.

El hedor a muerte cada vez era más intenso.

-    ¡Haz algo!- insistió.- ¡¡Por tu alma!! ¡Haz algo! ¡Sálvalo! ¡¡Sálvalo o te aseguro que lo pagarás eternamente!!

Pero no había nada que hacer. Alice se retiró unos pasos y sacudió la cabeza, con los ojos cristalinos. Estaba al borde del llanto. La tétrica visión de un alma abandonando el reino de los vivos resultaba muy dolorosa para alguien que a lo largo de su vida había logrado a salvar a tantos.

Sacudió de nuevo la cabeza y retrocedió varios pasos más, hasta la puerta. Tomó el pomo y lo giró con brusquedad.

Estaba fracasando nuevamente. Después de tantos años... tantos...

-    Hay una manera.- balbuceó Arabela con la voz quebrada.- Pero no me atrevo; no puedo hacerlo.- se cubrió el rostro con las manos, temblorosa.- Primero dejé morir a Thomas, y ahora... Dioses. ¡Dioses!- las rodillas le cedieron. Cayó al suelo.- ¡¡Dioses!!

-    Lo mejor que podéis hacer es darle muerte cuanto antes, mi señora.- replicó ella.- Debéis acabar con este sufrimiento antes de que cometáis una locura... él os lo agradecerá.

Arabela meditó sus palabras durante unos instantes. Comprendía lo que quería decirle, pero se negaba a aceptarlo. Había sido una estúpida al creer que podría encontrar la manera de salvarle. Tan estúpida que incluso estaba permitiéndole que sufriera con tal de alargar lo inevitable.

Tan estúpida...

Él me lo agradecerá, se dijo. Hundió la mano en la cintura, tomó una de las cuchillas carmesí con el dedo pulgar e índice y centró la mirada en el caballero.

-    En el fondo... esto va a ser lo mejor.

±±±±±

Alice salió de la sala y recorrió el pasillo, meditabunda. A sus espaldas Arabela estaba dando muerte al caballero mientras que, ante sus ojos, los supervivientes custodiaban y vigilaban los distintos rincones de aquel lugar maldito. Tan solo los pasos, murmullos y gemidos de dolor rompían el silencio.

Los caballeros, profundamente heridos ante las pérdidas de los caídos, preferían mantenerse en respetuoso silencio.

Avanzó hasta la puerta del fondo del pasillo. Allí, apoyados en la pared de la sala y de pie frente al camastro donde el Príncipe Varg proseguía inconsciente, Christoff y Willhem intercambiaban confidencias en susurros.

Alice observó con detenimiento a Christoff. Aquel hombre estaba al borde de la muerte, y de hecho se mantenía en pie a base de pura fuerza de voluntad, pero no parecía importarle. Moriría, sí, pero volvería a nacer.

Christoff era como ella. Era la primera vez que se veían, pero tal y como había pasado con el otro, lo había reconocido al instante. Aquellos ojos, aquella mirada, el aura que desprendía su ser...

Atrapado entre los dos reinos, permanecería en vida eternamente hasta la muerte de su señora. Después, volvería a ser un mero mortal que no envejecería. Si hacía como ella y permanecía en su hogar de poder, la muerte jamás le alcanzaría, pero si salía cualquiera podría matarle. Ella misma podría morir si alguien le atravesara el pecho con una espada fuera de aquel lugar... pero Christoff no. Él era distinto. Había pertenecido a Kassandra Muerte, pero ahora su lealtad pertenecía a Arabela. Hasta que ella no falleciera, él sería inmortal. Una elección muy dura, desde luego, pero comprensible. Si alguien se lo hubiese propuesto a ella, seguramente habría aceptado.

Willhem sonrió cuando la mujer se detuvo en la puerta. Era un buen muchacho.

Le devolvió la sonrisa y entró en la sala. Se acercó al cuerpo herido del príncipe y comprobó sus constantes vitales. Habían logrado cortarle la hemorragia del brazo, sanar parte de sus heridas y estabilizarle, pero Alice no estaba seguro de que fuera a sobrevivir. De todos modos, las noticias sobre las atrocidades cometidas por el Príncipe Varg habían llegado incluso a Uvervladd, y Alice no sentía simpatía alguna por él.

Si moría no lo sentiría lo más mínimo.

Le comprobó las heridas sin demasiado interés, cubrió su cuerpo lánguido con una sábana manchada de sangre y se retiró.

-    Deberíamos dejar que se pudriera.- comentó Willhem con desprecio.- Ese mal nacido no merece nada más que una muerte atroz.

-    Tengo entendido que están interesados que sobreviva.- replicó Alice.

-    La señorita tiene razón, muchacho. Lo necesitamos vivo.- Christoff dibujó una sonrisa cansada y tendió la mano hacia Alice.- Mi señora.

Tomó su mano y él besó el dorso con una leve sonrisa atravesando su apuesto rostro. En sus ojos había reconocimiento.

- Es un placer conoceros. Willhem me ha hablado mucho de vos... ¿es cierto que servíais a Perséfone?

Alice volvió a asentir, algo más animada.

-    Vaya... y yo pensando que había vivido mucho.

-    El tiempo es algo relativo. En tiempos de Perséfone los días eran emocionantes, repletos de aventuras y de extraños misterios... pero desde su muerte, vivo perdida. El tiempo en Uvervladd transcurre de modo peculiar... hay días que duran años, y siglos que apenas duran segundos.

-    Lo mismo sucede en Salemburg.- admitió Christoff.- Recuerdo como si fuera ayer el día en el que mi madre me presentó a la señorita Kassandra...- entrecerró los ojos, repentinamente aliviado. Pensar en el pasado le hacía sonreír.- ¿Cómo imaginar que desde entonces han pasado...? ¿Qué? ¿Trescientos años? ¿Cuatrocientos? He perdido la cuenta.

-    Sea como sea, ahora vivimos en una realidad totalmente distinta. Ni Kassandra ni Perséfone dominan nuestra era. Ahora mi lealtad pertenece a la joven Arabela.

-    En eso tenéis razón; los tiempos han cambiado. Los inicios siempre han sido turbulentos y duros, pero hasta ahora jamás había habido una situación política tan compleja como la actual. Claro que, por otro lado, los vivos jamás se habían enfrentado directamente a sus señores...

Alice asintió.

-    El mundo ha perdido su equilibrio.- sentenció pensativo.- Por suerte los hermanos Muerte parecen dispuestos a devolverlo. Llegado el momento, Arabela volverá a ocupar el lugar que realmente merece, y sus hermanos reinaran la isla.

-    Es por ello por lo que les seguís, imagino.

 El caballero asintió, convencido. Para él era un auténtico orgullo participar en aquella operación, y no solo porque debiera lealtad a la madre de aquellos chicos, sino porque también consideraba que la isla y sus habitantes merecían un castigo que tan solo ellos eran capaces de brindarles.

-    Seré leal a la familia Muerte hasta el fin de los días, mi señora.

-    Entonces creo que estamos juntos en esto. Sé poco sobre lo sucedido, pero albergo la esperanza de que con el tiempo mi señora pueda llegar a informarme de todo lo acaecido. No soy una guerrera como vos o los que os rodean, pero tengo otras capacidades que creo que pueden serviros de ayuda.

-    Manos amigas siempre son bienvenidas.- canturreó Willhem con una media sonrisita atravesándole el rostro.

-    Chico, déjanos a la señorita y a mí charlar tranquilamente.

Willhem frunció el ceño, pero dado el evidente interés del caballero por la señorita, optó por dejarles con una media sonrisita atravesándole el rostro. Ya que Arabela no le hacía ni caso...

Algo cayó de los ropajes de Christoff cuando hizo una ligera reverencia a la mujer. Ella era bella, con un color de piel muy extraño, pero mucho más exótica y llamativa que cualquier otra mujer. A Willhem no le sorprendía que se hubiese fijado en ella.

El chico trató de llamar su atención para advertirle de que algo se había desprendido de sus ropajes, pero dado que él le ignoró, lo recogió él mismo. Tomó del suelo un pergamino amarillento y doblado. Sin hacer más que una mera reverencia de despedida, abandonó la sala. Y estaba pensando en que rincón podría tumbarse a descansar un rato cuando desenrolló el pergamino. Lanzó un rápido vistazo y palideció.

Mientras tanto, Alice y Christoff seguían compartiendo vivencias. Ella había nacido mucho antes, pero la vida del caballero había sido mucho más intensa. La vida de Perséfone había sido mucho más corta y tranquila que la de Kassandra, pero a pesar de ello Alice se mostraba como una persona culta, interesante y con un gran historial lleno de todo tipo de experiencias a las espaldas.

Christoff estaba encantado. El lazo de unión entre seres de la misma naturaleza era muy fuerte. Además, era tan exótica y llamativa que negar que no se sentía atraído era absurdo. Sus labios, su mirada, el acento con el que pronunciaba las palabras...

Ella compartía la sensación de bienestar en compañía de un igual. Christoff era un hombre atractivo, severo y de mirada francamente inquietante, pero ante todo era un hombre de cabeza bien amueblada, ideas a largo plazo y un concepto de vida muy parecido al suyo. Le gustaba.

-    ¿Habéis conocido a muchos de los nuestros?- preguntó la mujer con curiosidad mientras examinaba con detenimiento las heridas del caballero.- Vaya.- chasqueó la lengua.- Creo que si no es hoy será mañana, pero...

-    Me lo imaginaba.- admitió con frialdad.- Fue un combate feroz, pero creo poder aguantar unas cuantas horas más. En referencia a vuestra pregunta... sí, he conocido a bastantes.- dibujó una media sonrisa.- Creo saber el porque de vuestra pregunta. Ha pasado uno de los nuestros por aquí, ¿verdad?

La mujer asintió con una sonrisa inocente en el rostro. Estaba algo sorprendida, pero dado que ambos compartían naturaleza, decidió que no tenía porque ser tan sorprendente que conociera el motivo de aquella pregunta.

Rememoró la visita. Él había asegurado proceder de Alejandría, pero no había venido junto a Julius y los suyos. Al contrario.

-    No me dijo su nombre, pero venía de Alejandría. Era de estatura baja, con el cabello oscuro y los ojos claros; vestía totalmente de negro, con una armadura con unas ondas inscritas de color azul...

Christoff asintió. Desvió la mirada hacia Varg y frunció el ceño, visiblemente inquieto. Lo que le había parecido ser una simple visión causada por la adrenalina del combate podía llegar a convertirse en la peor de las pesadillas. Varg era un enemigo poderoso, pero si además tenía a antiguos compañeros apoyándole, podría llegar a complicarlo todo demasiado.

Sacudió ligeramente la cabeza. No podía consentirlo.

Deslizó la mano hasta la empuñadura de su arma, pero el dolor le hizo perder pie. Christoff se derrumbó sobre la rodilla derecha. Tal y como había dicho la mujer, no le quedaba demasiado tiempo con vida.

Alice le ayudó a incorporarse. Le llevó hasta una de las sillas y lo depositó con suavidad sobre esta. La sangre chorreaba por su armadura copiosamente.

Hedía a muerte.

-    Oh, cielos...- barboteó por lo bajo.- Lo mejor es que descanséis...

-    Ese hombre... César, ¿Qué os dijo? ¿Qué... qué quería...?

Un buen chorro de sangre surgió de los labios cuarteados del caballero.

La muchacha intentó hacer memoria. Había sido una visita extraña; demasiado rápida. César las había ido a visitar a ambas, pero solo había charlado con su madre. Al principio, le había sorprendido mucho su llegada, pero no había sido como se lo imaginaba. Tan severo, tan serio, tan frío...

-    No lo sé.- confesó.- Habló con mi madre. Yo no le di mayor importancia; creía que venía con vos. Cuando lady Muerte me preguntó por él, ambas supusimos que se trataba de vuestra persona...- hizo un alto.- Cielos, suena francamente extraño. ¿Pasa algo malo, verdad? Ese hombre...- alzó la mirada hacia Varg.- Ese hombre acompañaba al muchacho, ¿verdad?

Christoff asintió.

- César Betancourt servía a lord Mordechai Muerte.- explicó con suavidad.- Imagino que conocéis quien es, ¿verdad?

 Los ojos de la mujer volvieron a brillar al borde del llanto. Todos conocían a Lord Mordechai Muerte, el primero de todos. El abuelo de Perséfone... el señor de todo conocimiento.

Se estremeció ante la simple mención de su nombre. Jamás le había conocido, pero su leyenda había logrado sobrevivir al paso del tiempo. El primero de todos, el más poderoso, el más duradero...

Christoff se encogió de hombros ligeramente.

-    Hace quince años mi madre y yo convocamos a todos los antiguos señores para que nos ayudasen en Salemburg, y él acudió. Era un hombre fiero, severo y ambicioso... demasiado ambicioso, pero tampoco le dimos mayor importancia. Lo que no sabíamos era que estaba sediento de venganza. Mordechai fue asesinado por su hijo en contra de su voluntad cuando más alto estaba. Había convertido toda la isla en un pozo de oscuridad, y había borrado prácticamente toda la vida existente. Igual que ahora han hecho los vivos, él también descompensó la balanza. Eran señores de todo. Pero todo lo que sube vuelve a bajar, y Mordechai fue exterminado. Y de hecho, muchos creíamos que César también había caído. Fue una auténtica sorpresa descubrir que seguía con vida después de tantos siglos... y mucho más cuando, en plena batalla, optó por cobrarse la venganza contra los descendientes de Mordechai. Si él no hubiese estado allí, Kassandra ahora seguiría con vida. Blaze jamás podría haber llegado a irrumpir en la ciudad.- chasqueó la lengua.- Le daba por muerto. Ulrrika y Tyrem se encargaron de él...- sacudió ligeramente la cabeza. Le costaba recordar lo acaecido aquel día. Había habido tanta muerte y descontrol que lo recordaba todo como poco más que una nube borrosa de gritos y dolor.- Sea como sea, está claro que Betancourt sigue con vida... y temo que de nuevo se ha unido al bando equivocado.- suspiró.- Mi señora, si lo que queréis es ayudarnos tendréis que descubrir de qué habló con vuestra madre. A partir de ahí veremos qué podemos hacer...- le tomó la mano con suavidad y la estrechó con la suya débilmente.- Debéis daros prisa.

La mujer asintió. Los años con Perséfone habían sido muy tranquilos... ¿Cómo imaginar que después de tanto tiempo se iba a ver envuelto en algo así? El mero hecho de pensar que el enemigo había estado en su casa le provocaba nauseas.

-    No le digáis nada por el momento a Arabela. Ella ya tiene bastante; no me interesa que se enerve aún más. Daros prisa. Quien sabe...- se puso en pie pesadamente.- Quizás, con un poco de suerte, logre encontrarlo aún por la ciudad.

±±±±±

Cuando Willhem entró en la sala, Arabela tenía las manos totalmente embadurnadas de sangre. Se limpió la sangre del cuchillo contra la piel de la capa con fría indiferencia y lanzó una fugaz mirada hacia el chico. Estaba distinta, y Willhem no necesitó más que ver sus manos embadurnadas de sangre para comprender que aquella matanza no se había cobrado únicamente la vida de los caballeros.

Lanzó una fugaz mirada al cadáver de Julius, y tragó saliva.

Le habían cortado la garganta.

La mujer enfundó el cuchillo en la cintura, junto al resto, y recorrió la distancia que le separaba del chico. Le arrebató el papel que portaba entre manos y le echó un rápido vistazo.

Su rostro, ya severo y aterrador de por si, se ensombreció aún más cuando su mirada se tornó asesina. Guardó el pergamino entre sus ropas.

- ¿De donde has sacado esto?

Su voz atronó por toda la sala. Willhem temió que incluso pudiera llegar a despertar a Julius de la furia que contenía.

Apartó la mirada, aterrado, y apretó los puños. Nuevamente encontró valor donde jamás creyó que hallaría.

-    Lo tenía Christoff.

-    Christoff...- reflexionó ella.- Como no.- se colocó bien la capa en las espaldas y se apartó los mechones de cabello azabache de la cara.- Dile que quiero verle en el piso superior dentro de cinco minutos. Que nadie os vea subir.

±±±±±

Los pasos de Christoff resonaron pesadamente por todo el pasillo. Habían sacado a casi todos los cadáveres de la planta, pero aún había muchos charcos de sangre y restos que llenaban del hedor de la muerte la zona. Era un lugar desagradable, con toda la sección este abrasada por el fuego, y la oeste por la ferocidad de un Christoff desatado.

Arabela paseó la mirada por su alrededor. No necesitaba ver los cadáveres para adivinar que allí había habido una gran masacre. Debían habérselo pasado en grande mientras ella permanecía encerrada en la zanja.

La zanja...

Negó con la cabeza. Lo acaecido en la cueva no era más que una tontería en comparación con lo que había descubierto. Se sentía decepcionada y traicionada... herida. Engañada.

Manipulada.

Christoff arrastró los pies por el pasillo hasta alcanzar la sala donde Arabela le esperaba. Era un lugar sombrío y pequeño. Tomó asiento en la silla que ella había depositado en el centro de la sala y estudió con detenimiento desde allí la mirada de su señora. Por primera vez en mucho tiempo se dio cuenta de que algo había cambiado.

Se sintió desconcertado. Era una mirada indescifrable. Una mirada llena de rabia, de odio, pero también de fuerza y ferocidad. Una mirada que le traía buenos recuerdos... una mirada que...

Christoff sonrió con cierta melancolía. Se había hecho mayor, y ni tan siquiera se había dado cuenta de cuando. El tiempo había pasado tan rápido desde que aquellos tres niños habían acudido desorientados y asustados a Salemburg que no sabía ni qué pensar.

Arabela cruzó los brazos sobre el pecho. Se mantenía firme y serena como la noche. Segura de si misma. Al fin parecía haber comprendido cual era su auténtico papel. Juez y ejecutor

-    ¿A quien debes lealtad, Christoff?

-    A la causa.

-    ¡No!- corrigió ella con un grito que restalló como un latigazo en la sala.- ¡Me sirves a mí! ¡A tu señora! ¡A tu única señora!

No respondió.

- Y tu señora te ordenó que cuidaras de sus hermanos. Que la apoyaras... y que llegado el día, vertieras la sangre del enemigo en su nombre. Es o no es así, ¿Erym?

Christoff chasqueó la lengua. No le gustaba el camino que estaba tomando aquella conversación, pero tampoco se atrevía a intervenir. Bajo aquel semblante de calma glacial se entreveía un peligroso nivel de histerismo que, en momentos como aquel, podría llegar a complicar mucho la situación. Malo era que Varg hubiese encontrado a un peligroso enemigo... pero aún más que sus propios aliados se volvieran en su contra.

-    Así es.

-    Por supuesto que es así. Entonces, dime una cosa...- hundió la mano en sus ropajes y sacó el pergamino que unas semanas antes había hecho redactar a su hermano.

Chasqueó la lengua con cierto nerviosismo, ni tan siquiera se había dado cuenta de su ausencia. Lo había pensado como un seguro de vida para poder usar en un futuro si la verdad salía a la luz, pero todo apuntaba a que ya ni tan siquiera la orden de su hermano iba a salvarle.

Arabela leyó en voz alta y con evidente desprecio las líneas que había redactado Symon. Una vez llegó al final, lo arrugó, hizo una bola con ello y se lo lanzó a Christoff a la cara. Inmediatamente después sus manos desenfundaron la espada.

-    Has matado a Julius.- dijo con voz sibilante.- Has matado a Julius... no ha sido un accidente... por supuesto que no. ¡Estúpida de mí! ¡Julius es el mejor caballero sobre la isla! No sé ni como demonios pude llegar a tragarme toda esa basura que contaste. Tenía que haberlo sospechado cuando decidiste mantenerme al margen de todo.

La espada dibujó un círculo en el aire, muy cerca de su rostro.

-    Era por tu propio bien, Arabela.- replicó este con voz pausada tratando de relajar al máximo los ánimos. No era un buen momento para morir. Es más, era el peor momento posible para morir, y más en sus manos.- Sabes que te quiero como...

-    ¿Cómo a que?- replicó ella con voz chillona.- ¡¡Dioses!! ¡¡Creía que éramos amigos!! ¡¡Y cuando me giro haces pactos con el desequilibrado de mi hermano para quitarme lo único que me pertenece!!- cerró el puño y se dio un buen golpe en el pecho, a la altura del corazón.- ¡¡Me pertenecía!! ¡¡Tenía que ser yo quien le matara, no vosotros!! ¡¡Fue lo único que pedí!!

-    ¡No ibas a ser capaz! ¡Por los Dioses, Arabela! ¿Es que no te das cuenta? ¡Llegado el momento no habrías podido! Symon, Dorian y yo lo hemos intentado, pero eres incapaz de sacarte a ese hombre de la cabeza. Y no te culpo por ello, es tu elección... pero te equivocaste eligiendo.- sacudió la cabeza.- Y lo lamento profundamente; Julius es un buen hombre, pero...

-    ¿¡Por qué demonios desconfiáis de mí!? ¿Por qué me tratas como a una niñata? ¿¡Es que acaso no he demostrado mi valía a lo largo de todos estos años!? ¡Sé perfectamente lo que debo y no debo hacer! Y también sé lo que tú debías y no debías hacer y te aseguro que traicionarme estaba en la primera posición. 

-    No te he traicionado.- se apresuró a decir. Se puso en pie con las manos en alto.- Arabela, tranquilízate. Podemos hablarlo tran...

-    Te podría haber perdonado que me tirases a esa zanja para protegerme de mi misma. Para evitar que resultara herida... pero esto no, Christoff.- sacudió la cabeza.- Confié en ti y te convertiste en uno de mis pocos amigos... por no decir el único. Confié en ti, y me has traicionado. Y sé que esto no es más que algo ceremonial, pues hasta el día que muera, tú seguirás despertando día tras día cada amanecer... pero desearía que pudieras comprender que jamás podré perdonarte esto. Ahora más que nunca comprendo que para vosotros no soy más que un mero muñeco. Una pieza a la que ir moviendo de un lado a otro... pero eso se ha acabado. A partir de ahora yo elegiré mi propio camino, y si queréis seguir a mi lado no vais a tener más remedio que aceptar que soy yo quien pone las normas. Tú, mi hermano, mi hermana... todos.

Y dicho eso, sin darle tiempo ni tan siquiera a que respondiera, atravesó su pecho a la altura del corazón. Hundió la espada con firmeza y no cesó de empujar hasta que se abrió paso a través de la carne hasta el otro extremo.

Las manos de Christoff se llenaron de sangre cuando apoyó la mano sobre el filo del arma. No tuvo tiempo ni para intentar detenerla.

Un dolor atroz le atravesó el cuerpo y las rodillas le cedieron. Después de muchísimos años de existencia, Christoff comprendió que en escasos segundos moriría por primera vez desde que fue dotado con el don de la vida eterna en el peor momento posible. Trató de decir algo, pero su garganta no emitió sonido alguno.

Cayó al suelo de rodillas.

- No te odiaré por tenerme rencor.- dijo Arabela desde lo alto. La sangre le había salpicado el rostro de pequeñas manchas carmesí.- Pero tampoco tendré piedad si vuelves a cruzarte en mi camino. A partir de ahora yo marco mi propio destino. Si quieres seguir de mi lado tendrás que serme leal.

 Arabela frotó la sangre de la espada contra la bota derecha. Después, sin ceremonia alguna, envainó el arma. A pesar de que había supuesto que sentiría un gran pesar al infligir aquel castigo, no tuvo remordimiento alguno.

Se agachó junto a donde Christoff daba sus últimos suspiros. Depositó la mano con suavidad sobre su mejilla y le besó la frente. A pesar de la rabia que sentía, seguía queriéndole como el gran amigo que era.

- Cuando despiertes ya me habré ido, pero confío en que volverás a por mi. Te perdono, Christoff... pero no vuelvas a fallarme nunca más. Mi objetivo es Reyes Muertos, pero primero haré un alto en Alejandría. Muchos de los nuestros han muerto, y debemos informar.

Christoff intentó hablar de nuevo, pero las palabras se ahogaron en su garganta encharcada de sangre. El gemido lastimero que surgió de sus labios logró entristecer el semblante serio de su compañera.

Extendió la mano hasta la suya y la tomó con fuerza. El hombre empezaba a perder temperatura.

- Tranquilo, me quedaré aquí hasta que te vayas.

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