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Capítulo 6

Capítulo 6

 

En el ojo de la tormenta, tan solo la cima de la torre era un lugar seguro. El suelo de piedra resbalaba, y la cascada rugía con más furia que nunca mientras en los alrededores el mundo se desdibujaba y giraba sobre si mismo es una espiral de lluvia, electricidad y oscuridad. Era la peor tormenta que él hubiese vivido, y aunque no sabía como había llegado hasta la cima de la montaña Implacable, estaba allí, a escasos metros de la torre de la Desesperanza.

La torre de la Desesperanza había visto morir a muchos reyes en los últimos tiempos. Tiempo atrás había sido considerado un bastión inexpugnable, pero la sangre de los ejércitos caídos en sus entrañas lo habían convertido en lo que actualmente era: el hogar de la Diosa Muerte.

Los cuentos decían que los espectros se dirigían hacia allí en busca de la muerte final, generando largas filas de seres fantasmales que llenaban los bosques de los alrededores con sus cantos y sus lamentos. Se decía también que allí la muerte les aguardaba encapuchada mientras cantaba con la fuerza de un huracán al resto de los Dioses.

Se decía que era la auténtica dueña de aquel bastión, y que todo aquel que penetrara en su reino lo haría tras dejar la vida en los bosques...

¿Significaba aquello que ya estaba muerto?

Dorian tuvo miedo de mirar atrás, pues podía sentir los cantos fantasmales de un millón de almas perdidas en la tormenta. Muchas de ellas se lanzaban a la cascada lateral al resbalar por los peligrosos caminos de piedra. Otras, quizás más afortunadas, se limitaban a amontonarse de rodillas alrededor de los pies de la torre a esperar.

El poeta estaba asustado. Tenía la sensación de que el mundo iba a explotar de un momento a otro, y él no deseaba estar en el corazón de la herida. Tenía que huir de los largos dedos de la tormenta que con tanto afán trataban de arrastrarle con ella al interior del bosque. Escapar de aquella muerte segura.

Y para ello tan solo había un camino.

- Más allá del Reino de la luz hallarás tu camino. Allí donde las sombras moran bajo el estandarte de la vida eterna. Allí donde el cuerpo no es más que un recuerdo del pasado y el alma es la embarcación en la cual navegar por la eternidad del tiempo...

Oía aquella voz cada noche en sueños. La oía cantar, recitar y llorar. La oía desde el más allá donde las voces no eran más que susurros... y la oía allí, perdida en la noche. En el ojo del huracán.

Estando a escasos pasos de la fachada negra de la torre, alzó la mirada para ver recortada contra la oscuridad una figura esbelta. La figura estaba sentada en el tejado, a más de 200 metros de altura, y estaba canturreando en susurros. El viento, tan atroz que arrastraba a las rocas de mayor tamaño, parecía acunar su voz.

Dorian gritó.

-    ¿Quién sois? ¡Moráis en mis sueños desde hace días! ¡Decídmelo!

Pero no halló respuesta alguna. La figura del tejado le miró y lo único que logró ver en su rostro níveo fueron dos grandes estrellas plateadas.

-    ¡Por favor!

La tormenta cada vez era más fuerte. Dorian miró atrás, y comprendió que debía entrar en la torre. Empujó la gruesa puerta de madera con todas sus fuerzas y al otro lado encontró un terrorífico escenario donde las almas se amontonaban alrededor de un salón hecho de hueso y cráneos de humanos.

Ahogó un grito de terror, y sin apartar de las escaleras que en forma de caracol ascendían por toda la estructura, subió hasta el piso más alto. Un balcón con vistas al fin del mundo le aguardaba allí, y más arriba, en el tejado, la figura de la capucha. Dorian se abrió paso entre los espectros y atravesó el balcón hasta alcanzar la barandilla. Se subió a esta sin atreverse a mirar al vacío y trató de ver a la figura.

-    ¡Escúchame!- volvió a gritar.

Pero no la veía. Ya no estaba allí. 

El tejado y el balcón se alejaban, ascendían hacia el cielo y se perdían en la tormenta arrastrando consigo la torre, los espectros, el canto...

Se dio cuenta de que estaba cayendo.

Alguien llamó a la puerta y Dorian se despertó cubierto de sudor frío. El corazón le palpitaba más fuerte que nunca, y notaba que todo el cuerpo le temblaba. Tenía los músculos agarrotados, las manos dormidas y una terrorífica sensación de frío en el cuerpo que le había dejado entumecido todo el cuerpo. Era como si hubiese estuviera nadando entre hielos.

Volvieron a llamar.

-    ¡Dorian!

Se apresuró a abrir la puerta. Al otro lado del umbral aguardaba Denisse, una jovencita de cabello rubio bastante corto para ser mujer, de grandes ojos negros y rostro rubicundo. Era una muchacha muy joven, de poco más de quince años, baja y delgada. Vestida con una camisa blanca y unos pantalones de monta, cualquiera podría haberla confundido de espaldas con un varón.

-    Menuda cara.- dijo mientras le apartaba de un empujón para colarse en la habitación.- ¿Pesadillas? Bonitos calzones, por cierto.

Si hubiese sido otra mujer, se habría avergonzado, pero Denisse y él se conocían desde hacía tanto tiempo que no le importó. Cerró la puerta y empezó a vestirse mientras la muchacha curioseaba entre los libros y los escritos que tenía sobre la mesa.

-    ¿Noticias?

-    ¡Muchas!- cogió uno de los pedazos de papel y se sentó en la mesa. Encendió una de las velas.- Vaya, vaya, "en el reino de...".

Se apresuró a quitárselo de las manos.

-    ¿Qué es? ¿Una carta de amor?

-    No, idiota. Textos, reflexiones, sueños...- se lo guardó en el bolsillo del pantalón.- Dime lo que tengas que decir y vete.

-    ¿Qué me vaya?

Dorian se detuvo, leyó la sorpresa en la expresión de la joven y sacudió la cabeza. Escuchar las palabras producto de sus sueños en boca de otro le había puesto tan nervioso que había hablado sin pensar.

Él no era así.

-    Perdona.- se disculpó.- Disculpa, de veras. 

-    No pasa nada.- empezó a zarandear las piernas. Al instante ya volvía a sonreír.- Ya sé que últimamente has estado muy nervioso, pero me temo que vengo a empeorar aún más la situación, ¡ja, já!

-    ¿Empeorarla?- las sospechas le provocaron un vuelco en el corazón.- ¿¡Entonces...!?

La chica bajó de la mesa de un brinco.

-    ¡Han contestado!- aulló Dorian con entusiasmo.- ¡Han aceptado! ¡Han aceptado!

-    ¡¡¡Siiiiií!!! ¡¡Sí!! ¡¡Vienen!! ¡¡Vienen!! ¡¡Vienen!!

-    Oh cielos.- se llevó las manos al pecho y se dio cuenta de que tenía la respiración muy acelerada.- ¡Oh! ¡Cielos!

La chica brincó por la sala irradiando felicidad. Hizo una cabriola propia de un contorsionista y se plantó frente a su buen amigo para tomarle las manos. Este, aún vestido únicamente con unos pantalones, temblaba de emoción y terror. Era su oportunidad para darse a conocer y mostrar a todos su arte. De sorprender y maravillar a su público, de ofrecer lo mejor de si mismo... pero también de firmar su sentencia de muerte si fracasaba.

Tragó saliva, anonadado. Soñaba con que Alejandría aceptase, pero también había rezado para que no lo hicieran. Era un riesgo que le maravillaba, pero que también le horrorizaba correr. Se apartó los mechones sueltos de la cara e inspiró profundamente. Aún retumbaba en su mente el canto de los difuntos y la voz de aquella dama sombría.

-    ¿Has empezado ya?

La voz aguda de la muchacha le trajo de vuelta del laberinto de sombras.

-    ¿Empezar? ¿Empezar el qué?

-    ¿Qué va a ser? El plan, la obra, ¡todo! ¿Ya te has olvidado que la fiesta corre por tu cuenta?

No se había olvidado, desde luego. Jamás podría olvidarlo, y mucho menos teniendo en cuenta que podía perder la cabeza por ello.

-    No.- balbuceó cuando un escalofrío recorrió su espalda.- No, claro que no.

Denisse cruzó los brazos sobre el pecho y suspiró en busca de calma.

-    Impresiona, ¿eh?

-    Me falta el aire.- dramatizó Dorian mientras se dejaba caer pesadamente en una de las sillas.

La muchacha se apresuró a abrir la ventana para que el aire frío entrara en la sala. Dorian sintió la bofetada del viento en la cara y se estremeció. Notaba como si millones de dagas se le clavaran en la piel.

-    ¿Tan preocupado estás?

-    Confiaba en que después de tanto tiempo sin contactar con ellos se negaran a venir.- murmuró.- Y no es que no me apetezca ponerme a prueba, pero es que el precio es demasiado alto.

-    Gloria eterna o muerte.- replicó la muchacha aparentemente pensativa.- Pues a mí no me parece para tanto. Quiero decir... ¿el Rey te eligió personalmente a ti y tu reaccionas como una niña asustadiza?- frunció el ceño.- Anda ya, Dorian, jamás te mataría aunque todo fuera un desastre. Sabes la simpatía que siente hacia ti.

-    Quizás él no, pero Varg me la tiene jurada.

-    Eso te pasa por ser más inteligente que él. Quizás deberías mantener la boca cerrada de vez en cuando. Hay veces que incluso yo tengo ganas de matarte.

Dorian se encogió de hombros. Con la edad había empezado a aprender a controlarse, a saber cuando intervenir o cuando no, pero años atrás había sido un auténtico metomentodo. ¿Cómo no iba a odiarle? Si hubiese podido, él también se habría odiado a si mismo.

-    Ya, pero...

-    Ya es tarde para lamentarse. En unas semanas estarán por aquí y todo tendrá que estar organizado. Lord Julius me ha pedido que prepares una lista con todo aquello que necesites, incluida la compañía y la banda. Si quieres Mick y yo podemos encargarnos de los disfraces.

-    Me harías un favor.

Y dicho lo cual, se recostó en la silla, con la mirada perdida.

Si había alguien en la corte que no le cayera bien ese era Lord Julius, el hermano menor del Rey. A todos los caballeros parecía caerle bien, pues además de ser un bravo guerrero, se decía que era una persona cercana y amigable, pero por alguna razón, Julius siempre había evitado a Dorian. Parecía disgustarle su presencia, y el joven había aprendido que era mejor no molestar a tan temible caballero. Y es que, el que dijera que Darvyel Hooklok, el maestro de armas y líder de la guardia de Reyes Muertos, era peligroso era porque nunca había conocido a Lord Julius.

Las malas lenguas decían que su espada había matado a más de quinientas personas a lo largo de sus treinta y pocos años, y él lo creía firmemente. Y que alguien así se hubiese rebajado a tener que pedir una estúpida lista a un niñato de palacio solo podía traer consecuencias negativas hacia su persona.

Le odiaba, y Dorian había aprendido a odiarle a él también. Era sorprendente que a su madre le cayera tan bien. Su padre, en cambio, siempre nunca había soportado su egocentrismo. De hecho, era al único de su promoción que no soportaba. ¿Pero como no hacerlo después de que le hubiese ridiculizado delante de toda la corte?

No sabía exactamente lo que había sucedido en aquel entonces, pues de eso hacía muchísimo tiempo, y nadie había querido explicárselo, pero la lógica decía que mientras que uno fuera el hermano del Rey y el otro no, no podría haber igualdad alguna en un enfrentamiento.

-    ¿Has pensado ya la obra?

-    Por encima.- musitó pensando en el pasado.

-    ¿Y de que va a tratar?

Por fin recuperó la sonrisa. Dejó atrás los pensamientos que de poco le servían en aquel entonces y se empezó a vestir bajo la atenta mirada de la jovencita.

-    Eso es algo que, por el momento, no te voy a desvelar. Pero tranquila, mañana te lo daré todo por escrito. Un par o tres de semanas es poco tiempo, pero se puede hacer.

-    Vaya, ánimos renovados, ¡por fin! Empezaba a creer que te habíamos perdido.- le guiñó el ojo, amistosa.- Mick lleva un par de días intentando contactar contigo, pero ha sido totalmente imposible. ¿Dónde te metes?

-    He estado algo ocupado deambulando por el castillo en busca de inspiración.

-    Imagino entonces que no te has enterado de los cotilleos...

-    Pues no.

Acabó de vestirse y cerró la ventana. Entraba demasiado aire para su gusto. Después, tras lavarse la cara, sacó de uno de los armarios un par de copas de acero de muy buena calidad con un par de leones labrados en la superficie y una botella de té templado que guardaba junto a la chimenea. Sirvió ambas copas y le ofreció una.

- ¿Algo interesante?

-    Merrym ha tenido que irse a su pueblo, por lo visto su hermana ha enfermado.

-    ¿En serio? Vaya, cuanto lo siento.

-    Tiene mala pinta. Envió una paloma mensajera esta mañana y parece que está muy grave.

-    Cielos... cuanto lo siento. Me gustaría ir, siempre me cayó bien Rozza.

-    Ya, pero por el momento es mejor que no salgas del castillo Dorian.

Frunció el ceño. Merrym y él se conocían desde niños, y aunque habían elegido caminos distintos, se reunían cada semana junto con Denisse y su hermano Mick para tomar unas cervezas. Rozza, su hermana melliza, se había ido hacía ya tres años a vivir al pueblo de origen, Salemburg, y todo apuntaba a que las cosas le iban francamente bien. Tan bien que hacía tan solo cuatro meses que se había prometido.

La noticia le dejó mal sabor de boca, pero se prohibió a si mismo dejarse llevar por la melancolía. Al menos durante los próximos días necesitaba tener la mente clara. Más adelante ya tendría tiempo de preocuparse de sus amigos.

-    ¿Y que más?

-    Pues por lo demás todo está como siempre... esta ciudad es muy aburrida. ¿Pero sabes que? Parece que a los del Norte no les va tan bien.- soltó una risotada.- O quizás sí, no sé, pero hay rumores de que a la princesita, de repente, le han salido hermanos de debajo de las piedras.- sacudió la cabeza, con desdén.- Hay que ver la gente, en cuanto huelen riqueza y títulos se inventan cualquier cosa con tal de salir de la miseria.

Aquel tipo de noticia era la que no tardaba demasiado en extenderse por todos los reinos como auténticos bombazos. A la gente le encantaba conocer los problemas de alcoba de sus Reyes, y sin duda que a la prometida del futuro heredero le hubiesen surgido familiares de la nada era toda una sorpresa.

La isla entera debía estar hablando sobre ellos.

-    ¿Y que ha pasado? ¿Los han ahorcado?

-    ¿Ahorcar?- el comentario arrancó una carcajada a la joven.- Ya sabes como son estos alejandrinos. Jamás ahorcarían a nadie si no pueden evitarlo... no se atreven.

-    Pero ya pasó algo parecido hace dos años, ¿no?

-    Entonces fue un auténtico escándalo. Apareció una pareja de caraduras asegurando que la muchacha era su hija, pero a aquellos les azotaron antes de ahorcarles. Todo un espectáculo digno de ver... aunque no olvidemos que fue el príncipe quien tomó las riendas de la matanza. Él, a diferencia de su padre, sí tiene sangre de Rey. ¡Al fin un poco de justicia!

-    Dirás la justicia de los Reyes del Sur, ¿no?- inquirió burlón.- Se nota que no eres tú a la que van a ejecutar. Seguro que en ese supuesto estarías más que agradecida que fuera el Rey Konstantin quien tomara la decisión y no su alteza, Solomon.

-    Desde luego, pero visto desde fuera es mucho más divertido así.

-    Ya, claro.- le dio el primer sorbo a su copa.- ¿Y que ha pasado con estos? ¿Por qué han corrido mejor suerte?

-    Al parecer los hermanos son como gotas de agua. El parecido es estremecedor.

Dorian arqueó las cejas en respuesta.

-    Eso sí que es un escándalo. ¿Y que ha pasado?

No lo sé exactamente, pero parece que se han amoldado a la corte y son muy bienvenidos. No sé como se llaman, pero parece que el mayor es un magnífico orador. Se ha hecho hueco entre el consejo de sabios... la otra en cambio es una mujer guerrera, como la de las leyendas.

-    ¿En serio?

La chica asintió, divertida. Lo más parecido que ambos habían visto a lo largo de su vida a una mujer guerrera era la misma Denisse, y solo porque llevaba el pelo corto y botas de montar.

Pensar en la existencia de una mujer que montaba sola a caballo, vestía armadura y blandía una espada era una auténtica locura.

-    Debe ser una forajida.

-    Puede. No existen las mujeres guerreras.- la muchacha se encogió de hombros mientras hacía girar el contenido de la copa sobre si misma sin que se derramara ni una gota. Le encantaba su sabor, pero no tanto como su aroma.- Estaba pensando que sería divertido que vinieran a la ciudad. Me gustaría verles. ¿Tú crees que vendrán?

-    Bueno, si son los hermanos de la futura novia imagino que sí.- le dio otro sorbo a la copa, visiblemente interesado.- Quizás con un poco de suerte podamos verlos desde lejos.

-    ¿Desde el escenario?

-    Ya lo verás mañana, pero por el momento te puedo anticipar una cosa.- apoyó el dedo índice sobre el borde de la copa y dibujó un círculo con una amplia sonrisa asomando en sus labios.- El protagonista será un varón... y no va a ser Mick.

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Se había quedado tan profundamente dormida que, cuando la despertaron, deslizó la mano a la empuñadura de su espada y respondió alzando el arma. Cupiz, que había sido el culpable, trató de retroceder, pero no fue suficientemente rápido. La hoja se detuvo en su cuello, y, en consecuencia, el hombre lanzó un grito.

A su alrededor los caballeros se volvieron a ver qué sucedía, entre ellos Symon, pero lo único que se escucharon fueron risitas. Arabela enfocó la mirada y apartó el arma al reconocer al caballero pelirrojo. Este suspiró, se apartó un mechón de la cara y le dedicó una sonrisa a pesar de la tensión.

En los últimos tiempos habían coincidido en bastantes ocasiones en la sala de entrenamiento, y aunque al principio no había hecho más que rivalizar con ella y odiarla por ser capaz de enfrentarse a él sin borrar la sonrisa burlona de la cara, con el paso de los días había aprendido a admirarla e, incluso, a comprender su extraño y caótico sentido de humor.

Lo que jamás entendería era como era capaz de dormirse mientras cabalgaba. Sus dos hermanos, al igual que el resto de caballeros, habían ido descansando en los campamentos, siguiendo los turnos adecuados para que todos estuvieran descansados. Ella, en cambio, llevaba cinco días de camino sin dormir.

Pero cinco días eran demasiado, y, como era de esperar, había caído dormida. Lo extraño era que fuera mientras iba cabalgando a gran velocidad. Había tenido suerte que la hubiesen visto, sino hubiese acabado seguramente empotrada contra el suelo con las piernas rotas.

-    Bienvenida al mundo real.- saludó Cupiz.- Podrías haberte roto la crisma.

-    No tendrás esa suerte.

Se apartó la capucha con la que cubría medio rostro y dejó a la vista su larga cabellera negra. El sol arrancaba destellos brillantes de los mechones más oscuros.

Miró a su alrededor; seguían avanzando por los bosques.

-    ¿Es que este maldito bosque no tiene fin?- se quejó con voz queda.- ¿Cuánto falta para llegar a la frontera?

-    Apenas dos jornadas más de viaje. ¿No decías que ya conocías el camino?

-    Lo conozco.- admitió.- Pero  mi hermano y yo tardamos tan solo dos jornadas a caballo cabalgando día y noche.- lanzó una fugaz mirada atrás y maldijo entre dientes.- Esos gordos comerciantes no hacen más que retrasarnos.

Aunque el Rey había decidido quedarse en el castillo y enviar solo a parte de la guardia y a los prometidos, había sido imposible evitar que centenares de aduladores, comerciantes y curiosos se unieran a la comitiva. Y en cierto modo había sido una decisión acertada, pues nadie se atrevería a atacarles mientras fueran tantos, pero también deceleraba el avance, convirtiéndolo en una travesía especialmente pesada.

Además, por si el lento avance no fuera suficiente, al caer la noche montaban campamentos para descansar, provocando que se retratase aún más. A ese paso, sospechaba, no llegarían jamás.

Arabela había estado en pie todas las noches y días, expectante, pero nada había ocurrido. Se había paseado por el campamento con la espada en alto, dibujando círculos en el aire, maldiciendo y canturreando, pero nadie se había atrevido a cruzar las líneas Alejandrinas. Tan solo una vez una especie de hiena salvaje se atrevió a adentrarse, guiada por el olfato. Era un animal francamente feo, peligroso y de gruesas zarpas, pero dado que se dirigía hacia la tienda de Vermez, un fofo comerciante de cara redonda, Arabela fingió que no la había visto. El animal se coló en la tienda y a los pocos segundos el campamento entero se llenó de gritos de terror de él, su estúpida y excesivamente maquillada mujer y la boba de su hijita.

Cuando le preguntaron si había visto algo, ella ni tan siquiera se molestó a responder. Miró al Príncipe con desdén, se encogió de hombros y ensanchó su maquiavélica sonrisa.

Pero de eso ya hacía dos días, y aunque el bosque seguía siendo tan frondoso como el primer día, el ligero aumento de temperatura evidenciaba que habían recorrido bastante trecho. Pero no el suficiente.

Arabela cabalgaba en primera línea con los jinetes. Detrás, formando distintas líneas, iban los jóvenes aventureros demasiado valientes para ir en carro, pero demasiado cobardes para ir en primera línea junto a los caballeros de la corte. Entre ellos, como era de esperar, estaba Darel y su hermana. Él sobre un enorme caballo negro, ella en una yegua blanca. A su lado iba una guardia privada de diez caballeros, un par de aduladores amigos de Darel, y Symon. Por detrás estaban las carrozas, los burros de carga y el resto de comerciantes, viajeros, ancianos y niños que habían decidido emprender el viaje. Teóricamente todos volverían a Alejandría después de las celebraciones, pero Arabela lo dudaba. Las fronteras habían permanecido demasiado tiempo cerradas como para que no aprovecharan la oportunidad de reunirse con sus seres queridos después de tanto tiempo. Que volvieran después o no era un auténtico misterio, pero ella lo dudaba. Después de todo, si a ella le obligaran a volver a separarse de sus hermanos se negaría en redondo, ¿Por qué no iban a hacerlo ellos?

- No tenemos otra alternativa que traerlos con nosotros. Órdenes del Rey.- le recordó Cupiz tan poco convencido como ella. Miró a su alrededor y después, con complicidad, le susurró al oído.- Aunque si por mí fuera también los llevaría de vuelta a su casa de una patada en el trasero.

Rieron con complicidad. Mientras tanto, en la lejanía, Symon cabalgaba entre los comerciantes, charlando con unos y otros. Su hermana, en cambio, ahora en solitario con los miembros de la guardia ya que el Príncipe, deseoso de dar ejemplo, iba en primera fila.

Al cruzarse con la que podría haber sido su maestra, ni tan siquiera se había atrevido a mirarla a la cara.

- Dijisteis que erais del Sur.- recordó el caballero.

-    Eso dijimos.

-    ¿Significa eso que sois de Reyes Muertos?

Arabela se encogió de hombros.

-    Podría ser. O quizás no.- le guiñó el ojo.- Cuando vives en la punta norte de la isla el resto equivale al sur.- hizo un alto.- ¿Por qué?

-    Curiosidad, imagino.- se encogió de hombros.

El Principe ordenó a Cupiz que se reuniera con él, y la conversación cesó. La comitiva descendió a lo largo y ancho de un glorioso valle lleno de árboles y matorrales que crecían por absolutamente todos los rincones hasta, por fin, encontrar un amplísimo llano sin final aparente. Tiempo atrás aquella zona había servido de cultivo a los habitantes del Bastión Uber, pero después de la última derrota, hacía ya casi doscientos años, los campos habían sido abandonados. Ahora los árboles frutales crecían por doquier y los animales salvajes correteaban libremente entre los matorrales.

Un rato después Arabela fue alcanzada por sus dos hermanos. Symon se había apropiado de una de las armaduras rojas y doradas propia de la guardia de Alejandría mientras que Elaya, siempre perfectamente vestida con preciosos ropajes de terciopelo y seda, lucía una magnífica túnica blanca que ensalzaba aún más el brillo dorado de su larga y lustrosa cabellera.

 Era curioso que a pesar de que todos los caballeros portaran la misma armadura roja con remaches dorados, al único que le sentaba francamente bien era a Symon. Al principio habían creído que se debía al simple hecho de que era nueva, pero con el paso de los días se dieron cuenta de que ni en un millón de años podrían llegar a lucirla con tanta elegancia como él.

Symon irradiaba luz propia, y aunque seguramente no era el mejor guerrero, sí era el que mejor lo disimulaba.

Ella se había negado a vestir de rojo y dorado. Amaba su armadura de piezas robadas a antiguas víctimas antes de asesinarlos, y por muy antigua que fuera, no deseaba cambiarla por nada. Se sentía tan cómoda con ella que a veces lo comparaba con ir desnuda. Su hermana pequeña, Elaya, no la comprendía demasiado bien, pues bajo su punto de vista aquella armadura hosca tenía aspecto de ser muy incómoda, pero siempre la única respuesta que recibía ante ese comentario era una carcajada.

- Vigilando el horizonte, ¿hermanita?- saludó Symon al colocarse a su derecha.

-    Alguien tiene que asegurarse que no huya.- se burló Elaya, posicionándose al otro lado de su hermana mayor.

-    Sois muy graciosos los dos.- ironizó la mujer.- ¿Y que hay de vosotros? Tú eres un lame botas, hermano, y tú demasiado frágil y delicada como para poder cabalgar sola.- soltó una risotada.- Si no fuera porque es evidente, diría que no sois de mi familia.

-    No te enfades mujer, era una broma.- Symon tomó las riendas con solo una mano y extendió la otra para alcanzar la cabellera de su hermana. La acarició con cariño.- ¿sabéis? He oído que en Reyes van a estar todo el mes de celebración en vuestro honor, Elaya.

-    Magnífico.- sentenció la futura reina.- Después de tanto tiempo ya era hora que simpatizaran con nosotros. ¿Sabíais que el Rey y Solomon son hermanos?

-    Nosotros también. ¿Y qué?- bufó Arabela con la mirada fija en el horizonte.

-    Si hubieses tenido oportunidad, ¿no te habría gustado tener contacto antes con nosotros?- insistió la pequeña.- Ellos pudieron, pero tan pronto se cerraron las fronteras, quedó atrás la fraternidad. Y de eso hace ya muchos, muchos años.

-    Mucho tiempo tampoco puede ser si Solomon fue el padrino de tu prometido.- le recordó Arabela haciendo memoria de los cotilleos que su hermano se había dedicado a contarle durante las noches antes de quedarse dormido.

-    Dieciséis años son bastantes años, desde luego.- sentenció Symon.- Lo que me sorprende es que le perdonara a su hermano que no entrara en batalla. Quiero decir, se cerraron las fronteras cuando el Reino de las Almas Perdidas atacó por última vez a Reyes. Habían organizado un ejército enorme, con más de cincuenta mil hombres... lo nunca visto. Querían invadir Reyes, recuperar sus tierras que siglos atrás les habían sido arrebatadas. En aquel entonces el Rey Solomon se preparó para la guerra. Pidió ayuda a Ámbar y a Alejandría, pero ninguno de los dos respondió. Desde entonces las relaciones se enfriaron, y con razón. Aunque pensándolo fríamente, yo tampoco habría ayudado a la misma persona que años atrás me había robado el trono.

-    ¿Otra lección de historia Symon?- dijo Arabela con sarcasmo.- Ya todos sabemos que el usurpador robó el trono a su hermano mayor, ¡pero años después invadió Alejandría para dársela!

-    ¿Pero eso es suficiente?- reflexionó Symon.- Alejandría es un reino pequeño, de gentes norteñas, cerradas y distantes... un lugar bello en el que vivir, pero con pocas posibilidades para extender sus dominios. Ahora compáralo con el coloso que es Reyes Muertos. El reino de mayor tamaño, situado en lo alto de la cima del Corazón, el centro de la isla, y con posibilidad de extenderse a lo ancho y alto. Sí, cierto es que puede ser rodeada, ¿pero acaso no es suficiente la gran muralla? Es el reino mejor guardado y con mayor potencia militar. Si yo fuera Rey tendría muy claro donde quiero reinar.

Hubo unos minutos de silencio en los que todos reflexionaron, o al menos, fingieron hacerlo. Symon sabía porque había sacado aquel tema, y tan solo Elaya podría ofrecerle la respuesta que buscaba. Arabela, por su parte, no era una persona a la que interesaran demasiado las problemáticas sociales de los Reyes y sus súbditos. Siempre había ido por libre, y siempre lo haría. No pertenecía a ningún reino; solo a una familia, y eso era lo que realmente le importaba.

Elaya meditó sobre las palabras de su hermano. Conocía aquella historia desde hacia tiempo, pero nunca se la había planteado como algo personal. Ella sería reina cuando el padre de Darel muriera, y sería la reina de Alejandría, no de Reyes.

Por un momento se preguntó si no hubiese preferido reinar en Reyes, el majestuoso reino del centro de la isla, con sus magníficos paisajes, sus ríos de aguas dulces y sus bosques encantados; su enorme fortaleza del tamaño de una ciudad, su folklore, sus ciudadanos modernos y de mente abierta...

Frunció el ceño.

-    Empiezo a comprender porque Darel se enfada tanto con el tema.- murmuró.

Symon ocultó la sonrisa tras una falsa mueca de sorpresa. Aquella información era la que le faltaba para acabar de diseñar su plan.

-    ¿En serio? Creía que a él no le importaba, como a su padre. 

La muchacha negó con la cabeza.

-    Darel no es como su padre. Al contrario, si tuviera que parecerse a alguien sería a sus tíos. Él es un guerrero; siempre dice que será un Rey conquistador.

-    Más bien que le gustaría serlo, ¿no?- apuntó Symon con malicia.- Alejandría está en un lugar muy malo, rodeada por mar y tan llena de montañas que las distancias entre los pueblos y las malas condiciones climatológicas han distanciado a sus gentes. Aman a su Rey porque es justo, tranquilo y sereno, pero si esa tendencia cambiara y ocupara su lugar un Rey guerrero, como pasó con el anterior Rey al que derrocó Konstantin, lo normal es que la gente se revuelva.- soltó una risita de hiena.- Después de todo, es lo que pasó, ¿no?

Las dos mujeres asintieron lentamente. Era cierto que el antiguo Rey había caído en parte por el rechazo de su pueblo durante la batalla, pero dudaban que sucediera lo mismo con Darel. El Rey Konstantin había logrado que sus ciudadanos adorasen a la familia real, y muy mal tendría que hacerlo para que eso cambiara. Tan mal que resultaba prácticamente impensable.

Symon y Arabela intercambiaron miradas de complicidad, pero no dijeron nada hasta que, una vez más, Darel hizo llamar a su prometida. Elaya se encogió de hombros, y sin otro remedio que separarse de sus hermanos, cabalgó hasta primera línea donde Darel aguardaba con mala cara.

Ya a solas, los hermanos intercambiaron risitas cargadas de malicia mientras la muchacha se alejaba de ellos.

En primera fila, ya juntos, Darel rodeó la cintura de su prometida y la subió a su propio caballo con un suave tirón y la ayuda del caballero. Cupiz se encargó de las riendas del otro caballo.

-    No le gustamos.- evidenció Arabela.- Se debe creer que somos una mala influencia...- deslizó la mano hasta la empuñadura del arma.- Idiota, podría cortarle la cabeza en un abrir y cerrar de ojos.

-    Lo sé, pero no debes.- musitó Symon entre dientes.- Tranquila, hermanita, ahora nos odia, pero no tardará en amarnos. Empiezo a ver un futuro prometedor...

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