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Capítulo 57

Capítulo 57

Las reuniones se fueron celebrando a lo largo de los siguientes días. Durante las mañanas, el castillo de Alejandría era un remanso de paz. En los patios, los jóvenes entrenaban bajo la supervisión de sus adiestradores. Los pasillos estaban llenos de doncellas que iban de arriba abajo, de caballeros que repartidos en parejas y en grupos pequeños hacían largas guardias de más de diez horas, y todo tipo de mensajeros de todas las edades que corrían de un lado a otro con mensajes para sus señores.

Alejandría siempre había sido un lugar con gran movimiento, pero jamás había habido tanto bullicio como ahora. La llegada de Julius y los suyos había atraído a muchos interesados, y las últimas noticias a muchos más. Se decía que iban a seguir el rastro conseguido por la guardia Alejandrina sobre Varg; que los cazadores de brujas partirían en breves días; que las guerras del Sur estaban llegando a su fin...

Decenas de rumores que, mezclados entre ellos, conformaban extraños mensajes indescifrables a los que por fortuna ni la guardia ni los hombres de Julius parecían prestarles atención. Pero los rumores estaban ahí, y no era precisamente la primera vez que el no darles valor había provocado grandes problemas al reino.

Eran días complicados para algunos, pero magníficos para otros. Las noticias sobre el paradero de Varg le habían facilitado mucho las cosas a Julius. Después de meditarlo durante horas, había decidido aceptar la petición de Arabela. Era consciente de que sería complicado que sus hombres lo entendieran así que trató de alargarlo al máximo posible. Confesó a su hermano mayor su cambio de parecer, y este, orgulloso, dio las gracias a los Dioses y, sobretodo, a Lothryel por haberle escuchado.

Ofreció su ayuda con sus hombres, y Julius aceptó.

Pero no fue necesario. Los rumores entraron en tromba en la fortaleza de mano de Dorian y Willhem, y pronto Symon se reunió con los Blaze para informarles sobre los últimos acontecimientos. Symon había oído los rumores y, haciendo gala de sus distintos contactos, había logrado conseguir la suficiente información como para asegurar de que el príncipe traidor había sido visto por las tierras del norte. Aquellos días había estado estudiando las posibles rutas a seguir del joven, y su único destino viable era la corrupta y sombría población de Uvervladd, en la frontera entre el reino de Ámbar y Alejandría.

-    ¡Uvervladd!- había dicho Konstantin con tono sombrío.- Un lugar peligroso... muy al norte. Tengo entendido que hace años que dejó de pertenecer al reino de Ámbar. Son algo parecido a Salemburg o Dystonya.

- Peligroso pero accesible para mis hombres.- aseguró Julius con los brazos cruzados sobre el pecho.- ¿Es información fiable?

-    Así es, mis señores.- admitió Symon con seguridad.- Confío en que llegará el último informe en unos días, pero vaya, son fuentes más que fiables. Como imagino que ya saben, durante largos años fui cazador. Mi oficio me dio la oportunidad de trabajar para muchos patrones y conocer a muchos compañeros, y es de ellos de quien he recibido estas informaciones. Después de lo ocurrido en Reyes Muertos envié misivas a todos mis antiguos amigos advirtiéndoles de la huída del príncipe. Durante meses he ido recibiendo informaciones poco fiables, pero ahora parece que por fin tenemos algo.

-    Ha sido una gran suerte que haya sido justo durante nuestra visita.- reflexionó Julius con cierta reticencia. Aquellas palabras iban con segundas, y tanto Symon como Konstantin lo notaron. Desconfiaba.

Symon suponía que aquello ocurriría tarde o temprano. Haciendo gala de su buen hacer y el tiempo libre entre reunión y reunión, había decidido crear esas misivas con sus propias manos. Requirió la ayuda de sus más cercanos, Dorian y Elaya, pero entre los tres generaron suficientes informes e informaciones como poder acallar a cualquiera.

El hombre sacó de una bolsa de cuero que había traído consigo los distintos sobres sucios y manchados que habían empleado. Los hermanos Blaze intercambiaron miradas de sorpresa, pero ninguno de los dos se molestó ni tan siquiera en comprobarlas. Konstantin confiaba en Symon, y eso era más que suficiente.

Julius había tratado de resistirse, pero finalmente había optado por creerle cuando, viendo su cara de incredulidad, había asegurado que estaba tan convencido de que no se trataba de una trampa que incluso iba a permitir a su hermana acudir junto a él como ella deseaba.

-    Uno de mis hombres, Christoff.- prosiguió.- Salió hace ya unos días hacia allí para inspeccionar el territorio. Creo que lo mejor es aguardar a su respuesta para evitar movimientos innecesarios por parte de vuestros hombres, Julius. Hasta entonces creo que lo más inteligente será aguardar aquí.

-    ¿Cuánto calculáis que tardará en contactar con nosotros?- Konstantin parecía tan emocionado como su hermano ante la gran noticia. Cuanto más alejado le tuviera de sus sueños de cazador de brujas, mejor.

-    Pocas semanas.- dijo mientras recogía de nuevo los sobres.- En cuanto la reciba les aseguro que os informaré.

-    Perfecto.

-    Bien.- sentenció Julius.- Os agradezco vuestra información, ha sido de gran valía, Symon.

-    Es un honor servir al reino, mi señor.- reconoció Symon con cierta condescendencia.- Ahora, si me disculpáis...

-    Oh, Symon, por favor, dejad aquí las misivas. Me gustaría echarles un vistazo si no os importa...

Symon frunció el ceño, pero no permitió que ninguno de los dos pudiera ver su expresión de decepción. Tomó de nuevo las cartas, las reunió en una torre, y se las acercó con suavidad. Cuando lo hizo, una amplia y cálida sonrisa atravesaba su rostro pálido.

Julius le respondió con una mirada fría y seca, amenazante. Una mirada que le recordaba al hombre que un año atrás se había presentado como lo que realmente era, un peligroso caballero dispuesto a todo con tal de conseguir su objetivo.

Su actuación durante la reunión era la culpable de que la relación entre ellos se hubiese visto truncada. Afortunadamente para él, mientras Arabela siguiera bordando su papel tal y como lo estaba haciendo hasta ahora, la guerra no estallaría antes de tiempo.

Symon suspiró. No le gustaba haber tenido que llegar a aquel extremo con Julius, pero dado que el final iba a ser el mismo se llevaran bien o no, le dio igual. Había llegado el momento de tomar posiciones, y ahora más que nunca, se evidenciaba que estaban totalmente enfrentadas.

-    Por supuesto.- respondió con frialdad.- No hay problema.

-    Por cierto. Quisiera poder hablar con vos.

Symon volvió a forzar la sonrisa. Asintió ligeramente con la cabeza y se despidió con una profunda reverencia cuando el Rey dio por acabada la reunión. Se despidió de su hermano con un apretón de manos, y ya a solas, los dos hombres se acomodaron alrededor de la mesa. Julius tomó una de las cartas sin mostrar demasiado interés y empezó a abrirla. Aquella había sido escrita por su propio hijo, Dorian, y en ella se hablaba sobre los rumores crecientes de la llegada de un personaje de alta importancia para la sociedad de Reyes Muertos. Dorian había insistido en escribir en verso, pero por suerte habían logrado quitarle aquella idea de la cabeza. De todos modos, para ser un cazador, empleaba un lenguaje demasiado rico.

Symon rezó para que Julius no se diera cuenta. No le consideraba excesivamente observador, pero temía que la obvia desconfianza que sentía por él pudiera provocar que se fijara más de lo habitual.

Pero por suerte, el caballero parecía estar mucho más interesado en él, sus reacciones y sus muecas que en la carta.

-    Somos afortunados.- empezó Julius.- Sus informadores nos han sido de gran ayuda. Si es cierto lo que dicen, por fin esta búsqueda llegará a su fin después de tanto tiempo.

-    Lo somos.

-    Tenéis buenos amigos.

No respondió. No comprendía que pretendía, pero no le gustaba en absoluto.

Julius jugueteó con la carta entre manos, la dobló sobre si misma y la volvió a meter en el sobre. Symon sospechaba que ni tan siquiera la había leído.

-    Imagino que sabéis porque os he pedido hablar.

-    Francamente Julius, a cada segundo que pasa lo dudo más.

-    Pues no hay tanto de qué dudar. Nuestras posiciones se han distanciado, y soy consciente de vuestro desagrado ante mis nuevos objetivos... pero no os voy a mentir, vuestra hermana ha ayudado a tomar las últimas decisiones.

Symon sonrió para si. La araña había tejido su tela con gran acierto.

-    ¿Porque será que no me sorprende en exceso?

-    No me voy a andar con rodeos; no es mi estilo. En cualquier otra situación seguramente os habría pedido educadamente la mano de vuestra hermana, pero visto que vos habéis decidido empezar la batalla por vuestro propio lado, he decidido limitarme a informaros. Voy a contraer matrimonio con ella, os guste o no, y os ofrezco la muerte de mi sobrino Varg a cambio, pero debéis saber que la decisión está tomada.- ladeó ligeramente el rostro.- En vuestras manos está que la guerra entre nosotros prosiga o vuelva la paz. Os tiendo mi mano, pero no os obligaré a tomarla. 

Symon dibujó una sonrisa torcida. Los modales del caballero eran nulos, su sonrisa asesina y su mirada amenazante, pero había logrado arrancarle una sonrisa sincera. Arabela tenía razón. ¿Cómo iban a matarle antes de tiempo? No, aquel mal nacido merecía ver lo que le iban a hacer a su reino. Merecía ver que le habían engañado y utilizado.

Era un gran adversario.

Le tomó la mano y se la estrechó con fuerza. Obcecado como estaba con su hermana, la caída sería tan dura que dudaba mucho que pudiera llegar a olvidar jamás la gran traición.

Traición... Symon saboreó las palabras. Aquella actuación acababa de añadirle interés a los futuros acontecimientos.

-    Siempre hemos sido buenos amigos, Julius. Me entristecería que mi punto de vista nos distanciara ahora que vamos a ser familia. Por favor, aceptad mis disculpas y mi amistad.- canturreó Symon fuera de si. Estaba pletórico.

Julius captó la maldad implícita en aquella respuesta, pero a pesar de ello le estrechó la mano. Le habían advertido que Symon había cambiado, pero jamás imaginó que pudiera haber llegado a tal extremo. Estaba enloquecido, y era por su culpa. Traería a Varg de vuelta, y brindaría su muerte a todos, pero sobretodo a él.

Apoyó la mano sobre el hombro del hombre y entrecerró los ojos. No volverían a ser jamás amigos, eso era obvio, pero se negaba a aceptarlo. Quizás sus puntos de vista actualmente distaran mucho de lo que había esperado de alguien como él, pero mientras siguiera manteniendo el recuerdo de quien había sido en el pasado, le aceptaría y trataría de comprender.

-    Me alegra escucharlo.- dijo Julius finalmente.- Creo que es lo mejor para todos. Olvidemos lo ocurrido.

-    Llegaremos muy lejos juntos, Julius. Vuestra familia y la mía ha nacido para permanecer unida, y saber que finalmente vos y mi hermana vais a contraer matrimonio me llena de alegría. ¿Ella lo sabe?

-    Aún no, pero no dudaré en pedírselo una vez este viaje haya llegado a su fin.

-    ¡Magnífico! No quisiera perderme ese momento por nada del mundo...- ensancho la sonrisa.- Será un gran día. Así pues os deseo mucha suerte, mi buen Julius. Aguardaré vuestro regreso con mucho más interés que nunca.

Julius asintió y se retiró dubitativo. Si antes ya había dudado de él, ahora no sabía qué pensar. Sea como fuera, no perdería ni un instante más. Symon no era más que un añadido. Ahora lo importante era informar a sus hombres y aguardar a que llegase cuanto antes la notificación de Christoff. Ansiaba con todas sus fuerzas poder alejarse de aquel castillo, volver a combatir y acabar con la pesadilla en la que se había convertido su existencia en los últimos tiempos.

Con la muerte de Varg todo acabaría...

Pero no como él deseaba.

Symon aguardó a que Julius saliera de la sala y, ya a solas, dio un golpe en la mesa presa de la satisfacción. Aquel estúpido había tratado de asustarle tontamente a base de fuerza bruta y de posición... ¡estúpido! De nada serviría que fuera hermano de Reyes o un  gran caballero cuando estuviera muerto. Porque acabaría muerto tarde o temprano, y sería su propia prometida quien lo haría.

Se dejó caer en la silla y fantaseó con la magnífica imagen. Ordenaría a Arabela que le traicionara del modo más dramático y cruel. Le haría sufrir y suplicar porque le mataran.

Era tan apasionante...

Symon había cambiado. Algo salvaje en él había despertado, y por mucho que trataba de dominarlo, a veces era incapaz. Y aquel era uno de aquellos momentos.

Ya fuera, Julius se cruzó con varias doncellas y compañeros. Atravesó el pasillo, descendió unas largas y sombrías escaleras de piedra, y allí encontró a Darel. Este había sondeado durante aquellos días a Symon, pero a pesar de que todo apuntaba a que la reunión había acabado bien, Blaze no parecía demasiado satisfecho.

Darel se unió a la rápida marcha de su tío. Atravesaron otros pasillos secundarios y salieron a uno de los patios. Estaba a punto de anochecer, pero a pesar de ello estaba llena de caballeros entrenando entre ellos con armas de madera. También había un grupo de niños, y Willhem estaba entre ellos.

Atravesaron la zona con rapidez. Julius parecía estar nervioso, con los músculos del cuello en completa tensión. Algo había ido mal.

-    ¿Tío?

Julius le sonrió tratando de mostrarse tranquilizador. De nada sirvió.

-    Tranquilo, Darel. Ha aceptado.

-    ¿Entonces?

Alcanzaron otra de las puertas y entraron en la zona este de la fortaleza.

- Tengo un mal presentimiento... estate atento. Oculta algo.

 

±±±±±

Los días pasaron rápidamente. Julius preparó a sus tropas y a los recién llegados para partir cuanto antes, y llegado el momento, se armaron, tomaron las mejores monturas, y formando un grupo de más de noventa caballeros, se lanzaron a las tierras del norte.

A la cabeza de la formación estaban Vega y Julius, y en retaguardia, empuñando sus armas y embutidos en magníficas armaduras con el cuervo en el pecho, cabalgaban Cupiz y Arabela. A su lado, portando el estandarte de las tierras Alejandrinas, viajaba Willhem, y junto a Cupiz, con el de Reyes Muertos, un niño de poco más de diez años llamado Matthyas.

Ascendieron las tierras norteñas de Alejandría a lo largo de largas semanas. Atravesaron prados de hierba baja, poblaciones de piedra y madera, bosques de robles sombríos a los que la luz apenas llegaba, y largas e insípidas estepas nevadas en las que, kilómetros a la redonda, no había más que silencio y vacío.

Acampaban cada noche en zonas resguardadas. En varias ocasiones fueron atacados por grupos de bandidos y forajidos durante las paradas nocturnas, pero tal era la fiereza de los guerreros que los combates no se alargaban más que unos minutos. Después, para no atraer la atención de más posibles peligros, prendían fuego a los cadáveres y enterraban los restos. En ocasiones esa práctica atraía a bestias salvajes, pero, para cuando ellos llegaban, los guerreros ya habían abandonado la zona horas atrás.

También aprovechaban las posadas de las poblaciones para descansar. En las aldeas más pequeñas solían ser recibidos como extranjeros, pues la lejanía y la falta de información provocaban que no les reconocieran, pero en las de mayor tamaño, pueblos y ciudades, eran recibidos con terror y temor. Allí les trataban como auténticos reyes, y es que, aunque hubiese un muro que separase los dos Reinos, la tétrica fama de Julius Blaze y los suyos lograba atravesar todas las fronteras.

El viaje en si no debería haberse alargado más que unos días, pero los distintos encuentros furtivos, las rondas por los pueblos y los ataques les habían retrasado bastante. Durante uno de los ataques dos caballeros habían muerto y cinco habían sido heridos por lo que, siguiendo a raja tabla las órdenes de su líder, tuvieron que detenerse durante dos días en una de las ciudades norteñas, Bratssverg.

Pero los caballeros se recuperaron, sustituyeron las monturas heridas y perdidas por nuevas, las alimentaron, y volvieron a retomar el viaje hacia el norte. Recorrieron largas zonas peladas por el viento y la nieve, atravesaron ríos helados a través de puentes de piedra, y cabalgaron por peligrosos valles hasta alcanzar el escarpado camino de piedra a través del cual alcanzarían la zona más alta de la isla.

El paisaje había cambiado en los últimos días del viaje. Los magníficos bosques verdes y campos habían quedado atrás, y ahora ante ellos crecía una naturaleza salvaje y descontrolada que, mezclada con las bajísimas temperaturas y la nieve, complicaban el avance.

El octavo día se realizó a lo largo de un empinado y resbaladizo camino de piedra situado entre dos barrancos por el cual no podían ir en grupos mayores de tres. En los laterales, más allá de los cúmulos de nubes, se veían las altas cunas nevadas de otras montañas que se perdían en la inmensidad, y más allá, llenando el horizonte y arrancando destellos al sol, el monstruoso océano.

Sentir vértigo y avanzar por aquel camino era incompatible. Los barrancos de los laterales se perdían en la oscuridad, y por mucho que hubiese zonas despejadas de cúmulos de nubes, no se veía el final. El ascenso había sido duro, desde luego, pero no había ni punto de comparación con el último tramo del viaje. El camino lograba impresionar al más duro de los caballeros, y por muy rápido que trataban de avanzar, era totalmente imposible lograrlo yendo tantos hombres juntos.

La marcha se ralentizó, y lo que debería haber durado únicamente unas cuantas horas, se alargó hasta caer la noche. Julius ordenó avanzar hasta alcanzar un claro algo más amplio, y allí, en lo alto de la nada y casi a ciegas debido a la niebla nocturna, decidieron acampar. La zona no tenía más de diez metros de ancho por cien de ancho, pero fue espacio suficiente para el grupo.

Willhem y Matthyas junto a dos muchachos más se encargaron de los corceles, y Vega organizó varias patrullas de guarida. El resto, agotados, encendieron una hoguera, prepararon algo de cenar y descansaron unas cuantas horas hasta la llegada del amanecer.

No muy alejado de la hoguera, acompañado por Cupiz y Arabela, Julius extendió el mapa sobre el frío suelo helado. A pesar de cubrirse con capas de pieles y gruesas piezas de cuero bajo las armaduras, estaban totalmente helados.

Alargar mucho más aquel trance acabaría con la salud de los más débiles.

-    Esto es insoportable.- se quejó Arabela con la mano en la garganta.

Estaba mareada por la fiebre, congestionada y con un terrible dolor de garganta que le provocaba una tos casi tan ronca como la de los marineros ambarinos. Durante el trayecto había logrado mantenerse en calor gracias al movimiento continuo del galope, pero ahora ni tan siquiera las llamas de la hoguera lograban apaciguar su mal estar. La niebla era gélida, y aunque no estuviera lloviendo, sentía la espalda empapada por la mezcla de sudor frío y la humedad. Tenías las articulaciones dañadas, la piel del rostro rota del frío y los pies al borde de la congelación.

Pero no era la única. Los caballeros daban muestras de jaquecas, fiebres altas, constipados y dolores musculares que tan solo el regreso a la civilización podría sanar.

-    Pronto acabará.- la animó Julius con la nariz totalmente roja por el frío. Él también padecía de fiebres, pero había aprendido tiempo atrás que mostrar debilidad a sus hombres no serviría de nada. Al contrario, podría ser muy contraproducente para la moral y su propia supervivencia.- Avanzar con esta oscuridad y niebla es imposible.

-    Lo sé, lo sé.- hundió el cuello en las pieles y centró la mirada en el mapa.- No me sorprende que esta zona esté tan abandonada, alcanzarla es un auténtico suplicio.

Cupiz, a su lado, asintió. Entre manos tenía un tazón metálico que unos segundos antes había contenido caldo caliente. Ahora estaba totalmente helado.

-    Sea como sea, mirad.- Julius señaló el mapa con el mentón.- Más allá de este tramo alcanzaremos la parte trasera de las montañas. Allí realizaremos el descenso y atravesaremos los bosques negros. Uvervladd está en las afueras. Es una ciudad grande con distintos núcleos de población repartidos por los alrededores... creo que lo mejor es que organizáramos nuestro propio campamento en las afueras.

-    Estoy de acuerdo.- admitió Cupiz.- Tengo entendido que en la zona oeste las temperaturas son más suaves. Imagino que si Varg aún no ha huido, llegado el momento se dirigirá hacia allí. Además, a cuarenta kilómetros al oeste hay un núcleo civil costero con un muelle importante.

-    Cierto.- Julius asintió.- Nos asentaremos en la zona oeste. Formaré un grupo para que entre en Uvervladd y busque a Christoff.

-    En la nota de mi hermano decía que aguardaría todas las noches en un granero situado cerca de unas minas. Imagino que cuando lleguemos lo veremos... lo mejor será reunirse primero allí.

-    Perfecto.- Julius asintió.- Os transmitiré las nuevas órdenes un poco más adelante. Ahora os recomiendo que descanséis, tan pronto la niebla se disperse nos pondremos en camino.

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El sol tardó varias horas en hacer acto de presencia, y hasta entonces la niebla aguardó silenciosa, ocultando el camino. Afortunadamente, tan pronto empezó a desaparecer, retomaron la marcha, deseosos de abandonar aquella zona.

El camino dejó de ascender un par de horas después, y pronto las temperaturas empezaron a subir cuando el grupo inició el descenso. El camino era abrupto, peligroso y lleno de placas de hielo, pero por suerte era algo más amplio que antes. Aumentaron la velocidad de la marcha y en menos de cinco horas lograron dejar atrás por fin las montañas. Ya lejos del camino, las placas de nieve y hielo dieron paso a grandes y frondosos bosques de árboles muy oscuros.

Julius reunió al grupo y atravesaron las laderas que les separaban de los bosques a gran velocidad. Ya bajo la sombra de los primeros árboles, hizo llamar a Vega, Cupiz y Arabela, y decidió que por el momento seguirían juntos. Más tarde, ya establecidos en el campamento oeste, decidirían quien acudiría por la noche al encuentro.

El bosque negro era un lugar oscuro, sombrío y tan peligroso y adverso para los extranjeros que pronto las fiebres aumentaron, las pieles se les llenaron de sarpullidos y las gargantas se les secaron de tal cantidad de polen que expulsaban las plantas que tenían a su alrededor.

La naturaleza crecía peligrosa y salvaje.

Las flores eran enormes, de colores muy llamativos y con unas espinas tan afiladas que en muchas de ellas se podían encontrar animales de menor tamaño empalados. Los árboles tenían troncos nudosos, ramas gruesas llenas de hojas negras y unas raíces tan voluminosas y abundantes que resultaba complicado avanzar sin tropezar con ellas.

Tras la maleza crecida y llena de espinas se ocultaban depredadores, pájaros cantarines y extraños insectos de enormes alas azuladas que no dudaban lanzarse a la carga cuando los caballeros se cruzaban en su camino.

Willhem empleaba el estandarte como raqueta para quitárselos de encima. No era algo demasiado honorable, pero tras ver que Arabela hacía lo mismo con su espada,  decidió no quedarse atrás. Con una picadura en la rodilla había tenido más que suficiente para saber que, si aquellos bichos se lo proponían, podían llegar a matar incluso a humanos.

El avance por el bosque negro fue complicado. Las bajas temperaturas habían dejado paso a un ambiente cargado y desagradable. La humedad era muy alta, y pronto todos empezaron a sudar copiosamente.

De vez en cuando se cruzaban con charcas de lodo y pantanos tan verdes que las aguas habían tomado una extraña consistencia poco fiable. Por el momento no llenarían sus pellejos de agua, pero no podrían demorarlo mucho más. El calor sofocante y las alergias estaban empezando a pasar factura, y ya eran tres los caballeros que habían estado a punto de caer inconscientes de sus monturas.

Julius, al mando del grupo, maldecía cada vez que uno de aquellos gruesos insectos se cruzaba en su camino. Sus reflejos habían logrado que fuera uno de los pocos a los que aún no le hubiesen picado, pero eso no impedía que sintiera un insoportable picor a lo largo y ancho de toda la espalda. Le escocía la piel de la cara, los labios y las palmas de las manos; tenía la garganta hinchada y le escocían tanto los ojos que por unos instantes llegó a quedar ciego, como en el pasado.

Las horas pasaron muy lentamente, pero por fin la naturaleza quedó atrás, y el grupo llegó a los alrededores de Uvervladd. La zona estaba algo más despejada, y las condiciones ya no eran tan adversas, pero tal era el agotamiento que pocos minutos después, al encontrar un lago de agua limpia, tuvieron que hacer un alto para descansar y refrescarse.

Diez minutos después retomaron la marcha, avanzaron una hora más a través de los campos cruzándose de vez en cuando con alguna que otra tienda de campaña abandonada, y por fin, recortada contra los árboles y la oscuridad del cielo que se extendía por toda la zona, encontraron las enormes y sombrías edificaciones.

Julius ordenó a sus dos hombres más silenciosos que se acercaran para examinar la zona. El resto de la guardia, mientras tanto, se dirigió hacia el oeste. Atravesaron varias zonas pobladas de poco más de cinco casas, unos campos de cultivo de verduras desconocidas para ellos, y alcanzaron una zona despejada llena de piedra volcánica en la cara sur del gran volcán del norte. Allí aprovecharon las fisuras de la piedra y los árboles para ocultar sus tiendas e instalar el campamento.

Un rato más tarde encontraron un par de fuentes de agua limpia en los alrededores y un lago de poco más de veinte metros cuadrados. Abastecidos de nuevo de agua, se acomodaron en la zona.

Vega preparó un grupo de guardias, estableció unos turnos y unos circuitos de vigilancia, y aguardó a la vuelta de los dos exploradores. Una hora después, ya de vuelta, estos informaron de lo visto en los alrededores a Julius.

Volvió a llamar a los suyos.

Ya algo más limpios, descansados y con los estómagos llenos, Cupiz y Arabela acudieron a la llamada. Tomaron asiento sobre unas duras piedras volcánicas de color rojizo y aguardaron a que Julius acabara de discutir un par de puntos con Vega. Algo más calmado, con el rostro sonrojado por la alergia que le producía aquel lugar y los ojos colorados, tomó asiento junto a ellos.

-    Curioso eso de quedar durante el anochecer cuando en este lugar siempre es de noche.- comentó Julius con desdén.- Pero en fin... han localizado el granero. Está aproximadamente a dos kilómetros de un pequeño asentamiento al sur de la ciudad. Seguramente esto no sirva de nada, pues por mucho que haya intentado controlar los horarios habituales Christoff lleva ya demasiado tiempo aquí y estará desorientado, pero lo intentaremos. Dentro de tres horas anochecerá.- hizo una breve pausa.- Arabela, quiero que os quedéis en el campamento junto a Vega. Cupiz, vos vendréis conmigo.

-    ¿Yo?- replicó Arabela perpleja.- ¿Me traéis hasta aquí para que me quede en el campamento?- negó con la cabeza.- No.

-    No es una pregunta.- se limitó Julius a responder.- Cupiz, dentro de dos horas volved aquí, iremos únicamente nosotros. De todos modos dudo mucho que sirva de nada... es más, cabe la posibilidad de que hayan descubierto a Christoff y que caigamos en una trampa, pero bueno. Probaremos. En el caso de que muriésemos, Vega quedaría al mando del equipo y proseguiríais con la misión. ¿Alguna pregunta?

Arabela se mordió la lengua. Cupiz, por su parte, asintió bastante sorprendido. Se despidió de la pareja con un ligero asentimiento y se unió al resto de caballeros en el intento frustrado de encender una hoguera. Con tal nivel de humedad resultaba muy complicado encontrar troncos secos que poder prender.

-    No lo entiendo.- se quejó Arabela.- Christoff y yo somos buenos amigos. ¿Por qué no puedo ir?

-    Precisamente porque sois amigos, querida.

Perpleja, Arabela se levantó de un brinco.

-    ¡Sospecháis de Christoff!

-    Sospecho de vuestro hermano, Arabela, y vos en mi lugar haríais lo mismo así que no os sorprendáis tanto.- chasqueó la lengua.- Esta noche quisiera hablar de algo con vos. Esperadme despierta.

-    Ya veremos.

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