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Capítulo 56

Capítulo 56

Los días pasaban rápidamente. Durante las mañanas, descansaban lo que por la noche no habían dormido, comían en compañía de Darel y Elaya, y por la noche partían a los bosques y a la playa a disfrutar de los paisajes, las buenas temperaturas y el recién recuperado amor. Eran buenos tiempos.

No habían llegado a ninguna conclusión, pero tampoco habían hablado sobre el tema. Las conversaciones giraban en torno de la guerra, armas y posadas, alcohol, canciones y leyendas populares y, en los momentos más intensos y pasionales, sobre quien era mejor espadachín y amante. Jugaban a enfrentarse, a cazar, y a bañarse en la playa; a amarse, a besarse y acariciarse. Visitaban los pueblos de alrededor, probaban sus vinos, y degustaban sus dulces.

En una de las tiendas de un pequeño pueblo costero, Julius compró un magnífico collar en forma de lágrima a la muchacha. No quería asustarla antes de tiempo, pero empezaba a plantearse hacerle caso. Con una condición, por supuesto. Lo dejaría todo para buscar a Varg, pero a cambio ella tendría casarse con él.

La amaba, y quería un hijo. A uno que deseara y quisiera, claro, no como Dorian. Un hijo con el instinto guerrero de sus padres que pudiera llegar a seguir sus pasos en el futuro. Un hijo fruto del amor...

Los días fueron llegando a su fin, las horas pasaron con rapidez, y un rato antes de que llegase la media tarde, momento en el que partirían de vuelta a Alejandría, Julius decidió reunirse con su sobrino en la playa. Las muchachas, mientras tanto, aprovecharían para comprar en las tiendas de la ciudad. O mejor dicho, Elaya compraría mientras su hermana serviría de escolta.

Los hombres pasearon tranquilamente hasta alcanzar la enorme roca. Allí aún estaba la espada de Arabela. Julius la arrancó de la arena y escaló con gracilidad la roca hasta llegar a su sobrino. Se acomodó en el frío suelo.

Ambos tenían un magnífico aspecto.

-    Necesito tu ayuda en algo, sobrino.

-    Claro. ¿Qué sucede?

Julius, que durante aquellos días no había parado de dar vueltas sobre las distintas opciones que tenía, le explicó lo ocurrido. Darel no pudo evitar mostrar su sorpresa, pero también su alegría al escuchar que en vez de animarle, Arabela había intentado frenar aquella locura. Su objetivo debía ser Varg, no el enemigo invisible del que tanto hablaba.

De hecho, si por él fuera, Julius sería el próximo Rey de Reyes Muertos, y juntos unificarían el reino como en el pasado. Pero Julius no parecía interesado en ello. Si había algo que tenía muy claro era que el futuro Rey sería el joven Ythan.

-    Me siento confuso.- admitió con cierta inquietud.- Por un lado estoy convencido que mi decisión es la adecuada, pero por otro lado estoy de acuerdo en que debería dar muerte a Varg de una vez por todas. Además... no te voy a mentir, me gustaría poder contraer matrimonio con Arabela.- hizo una breve pausa.- Quisiera saber en qué posición me encuentro. La salida de tono de Symon y su sombra durante la reunión me hicieron sentir francamente incómodo, y si no fuera por la simpatía que siento hacia ellos seguramente su destino habría sido muy distinto. Por fortuna, nuestros caminos se separaban... pero la cuestión es que ahora, visto lo visto, me temo que se van a tener que volver a cruzar en mi camino. Y ahí es donde entras tú. No quiero jugármela.

Darel arqueó la ceja. No parecía estar comprendiendo nada.

-    No sé por donde vais, tío.

Julius sonrió sin humor. Jamás se le habían dado bien aquel tipo de temas, y ahora más que nunca volvía a pecar de inexperiencia.

-    Veamos... lo que quisiera saber es si Symon aceptará entregarme la mano de su hermana a cambio de la cabeza de Varg.

-    Bueno tío, eso va a ser complicado... ¿Por qué no se lo preguntáis vos?

Volvió a sacudir la cabeza. En su rostro había una sonrisa extraña. Perversa.

Tenebrosa.

-    Parece que no lo entiendes. Me voy a casar con ella quiera o no, la cuestión es saber si estará presente en la boda.- deslizó el dedo por el cuello emulando un tajo. Darel palideció.- Me he cansado de la vía diplomática. O se posiciona de mi lado de una vez o no volverá a hacerlo. Que le haya permitido alzarme la voz en la reunión no implica que haya olvidado lo ocurrido.- depositó la mano sobre la empuñadura de su espada.- Espero no tener que recordarle que sangre de Reyes corre por mis venas.

Darel separó los labios, pero sonido alguno escapó de su garganta. Desvió la mirada hacia su alrededor y aguardó unos segundos en silencio a que su tío se calmara. A pesar de que había empezado el discurso aparentemente tranquilo, lo había finalizado con todos los músculos del cuello en tensión. El príncipe sospechó que habría acabado con Lothryel de haberle tenido delante.

Suspiró. Nunca le había gustado tener que interferir en ese tipo de asuntos, pero siendo su tío quien se lo pedía no tenía más remedio que acceder. Además, había algo en aquella última declaración que le había sonado a advertencia. Él también tenía sangre de Reyes, desde luego... curioso que jamás lo hubiese mencionado hasta ahora.

¿Sería una amenaza? Esperaba que no. Enfrentarse a su primo o al mismo Solomon era un auténtico juego de niños frente a la furia atronadora de su tío Julius. Su fama le había convertido en un auténtico asesino de masas a los ojos de su población; que hubiese sido amable y cercano con él no implicaba nada. Julius era peligroso, y por nada del mundo deseaba tenerle en su contra.

Observó con detenimiento como el rostro del caballero se mantenía en completa tensión. No le hubiese importado tener un rostro severo y regio como el suyo, ni su mirada gélida y distante. Tampoco aquella capacidad innata de aterrorizar al populacho con una mera sonrisa....

Le admiraba, y eso era más que suficiente para aceptar la misión.

-    Aprenderán a respetar a los Blaze.- aseguró Darel.

-    O morirán en el intento.

±±±±±

Al caer la noche se pusieron en marcha junto al grupo de caballeros de vuelta a Alejandría. Ninguno de ellos había vuelto a sacar el tema, ni lo hicieron a lo largo del trayecto. Disfrutaron de las últimas horas de soledad. Charlaron en susurros sobre lo vivido y fantasearon con el futuro. Darel y Elaya decían nombres para su futuro hijo; Julius y Arabela discutían sobre cual de los dos era mejor con el arco. Ellos hablaban sobre la posibilidad de construirse una casita en las afueras de Alejandría, cerca de la playa; los guerreros sobre la posibilidad de mejorar su adiestramiento entrenándose en la arena...

Eran dos mundos totalmente distintos, con conversaciones totalmente diferentes, pero ambas parejas parecían disfrutar por igual.

El mal ya estaba hecho, y más que nunca, las dos hermanas comprendieron que esta vez no habría marcha atrás.

±±±±±

Symon bebía plácidamente una copa de vino dulce cuando uno de los mensajeros de la corte le informó de la llegada de la comitiva. La noche había caído hacía varias horas, y él estaba tan a gusto en soledad que ni tan siquiera se molestó en acudir a recibirles como, normalmente, habría hecho. Christoff, acomodado en una butaca a su lado, tampoco pareció inmutarse ante la noticia. Llevaban varias horas charlando, y aunque el momento álgido había llegado hacia ya diez minutos, la conversación era suficientemente interesante como para no levantarse.

Lothryel despidió al mensajero con un ligero asentimiento de cabeza y le dio otro sorbo a su copa. Sobre la mesa de madera había un magnífico mapa de la isla entintado de colores oscuros en el que los pueblos y ciudades de mayor importancia estaban marcados con puntos rojos.

-    Bien...- Symon se acabó la copa de un sorbo y se incorporó.

Abrió el cajón de uno de los armarios y sacó un pergamino amarillento doblado, una pluma y un pequeño frasco de tinta fresca. Depositó el pergamino sobre la mesa, junto al mapa, y estudió con detenimiento los distintos puntos rojizos. Christoff le había informado sobre las distintas poblaciones aliadas que encontrarían a lo largo y ancho de la isla, pero ninguna le parecía lo suficientemente lejana para sus planes. Quizás ¿Lamcaster? Muy al norte, pero perdida entre las montañas... ¿y Sweetholl? Era un lugar interesante, muy cercano a una ciudad comercial y con un magnífico puerto... pero demasiado cerca de la frontera de Ámbar.

-    Uvervladd.- recomendó Christoff.- Más allá de la frontera de Alejandría, en una zona volcánica al margen de la sociedad Ambarina. La ciudad más cercana está a cuatro días a caballo.

-    ¿Territorio sombrío?

-    Como Salemburg.

-    Interesante... ¿Quién está al mando?

-    Hace unos años Alice Ravenblut. Hoy en día los Dioses sabrán.- se encogió de hombros.- De todos modos no importa, es un buen lugar.

-    ¿Pero podrás conseguirlo?

Christoff arqueó la ceja ligeramente sorprendido. Era la primera vez que le ponían en duda, y no le gustaba.

-    ¿Acaso desconfías de mí?

Symon se apresuró a negar con la cabeza. Confiaba en él, por supuesto, pero aún no había logrado entender del todo el funcionamiento del ritual del que le había hablado. Era consciente del poder oculto tras aquella carcasa de guerrero, pero dado que hasta ahora lo había ocultado, le sorprendía aquella repentina demostración.

Siempre había sospechado que Christoff estaba ansioso por acabar con Julius, pero jamás lo había demostrado de un modo tan evidente hasta ahora.

Mejor, pensó. Él también ansiaba poder acabar cuanto antes con el caballero, pero no porque tuviera nada en su contra, al contrario. Julius le caía bien, y habría sido un magnífico cuñado de no ser por su  naturaleza vil y traicionera, pero dada la situación lo mejor era exterminarle cuanto antes. Además...

-    ¿Uvervladd decías?

-    Así es.- sonrió.- Tardaré doce días en llegar.

-    Entonces parte cuanto antes. Quiero que todo esté organizado en un mes. De haberlo sabido lo habría organizado mucho antes.- sacudió la cabeza.- ¿Por qué no me lo dijiste antes?

-    No me lo preguntaste. 

La sonrisa de Christoff resultó muy inquietante. Tan inquietante que Symon opto por abrir el frasco de tinta y empezar a escribir. Erym viajaría hasta el norte, a Uvervladd, y allí contactaría con Alice Ravenblut.

Según Christoff había revelado, conocía el modo de atraer hasta allí a Varg. No quiso confesar como, pues era a través de secretos de su familia, pero tras discutir durante unos minutos, habían llegado a la conclusión que era un gran plan. Además, quizás con un poco de suerte, podría matar a dos pájaros de un tiro. ¿O quizás tres?

Enviarían a los hombres de Julius a por Varg. Atraparían al traidor y matarían a Julius. Todo acabaría de un plumazo...

Después todo lo demás sería mucho más sencillo. Mucho más rápido. Tras la desaparición de la más peligrosa de las cabezas, podrían lanzarse al cuello de la bestia.

Trazó las letras con caligrafía alargada, clara y elegante. A la luz de las velas resultaba más fácil escribir aquel tipo de cosas. Christoff le obligaba a que transcribiera las órdenes en papel, para cubrirse las espaldas...

Symon no sabía porque. Imaginaba que era por Arabela, por si le pedía explicaciones, pero le resultaba extraño. Bajo su punto de vista era una actitud algo cobarde que no iba con él.

Sospechaba que debía haber algo más detrás de aquella petición, ¿pero qué?

Miró de reojo a Christoff con dudas. Se estaba volviendo muy paranoico. Demasiado paranoico. Quizás, en el fondo, aquello no era más que una demostración de cuanto le había afectado el paso del tiempo.

Sea como fuere, no era el momento de dudar. Christoff era su aliado. Su hermana era aliada... ¿Cómo era posible que se le hubiese olvidado? ¿Qué hubiese dudado?

-    Christoff.- alzó la mirada del papel.- Ve a buscar a mi hermana. Quiero hablar con ella.

-    ¿Elaya?

-    No. Arabela.

Asintió, hizo una breve reverencia, y se marchó. Ya a solas, Symon redactó toda la nota. La dobló sobre si misma, la guardó en un sobre, vertió cera y depositó con suavidad el sello que portaba inscrito en uno de los anillos.

Un rato después, Christoff volvió en compañía de Arabela. La muchacha parecía más feliz que nunca, y tan pronto vio a su hermano, le demostró su alegría dedicándole una amplia sonrisa. Symon despidió a Christoff entregándole la carta. Ya a solas, se centró en ella.

Arabela se movía por la sala como una sombra, curioseando las llamas de la chimenea, la pluma, la tinta, y la botella de vino.

Últimamente estaba bebiendo demasiado para su gusto, y aquella noche no fue distinta. Se llevó la botella a los labios y le dio un largo trago.

Su hermano se apresuró a quitársela.

-    Empieza a comportarte como una señorita.

-    Que te den, Symon.- replicó ella.- ¿Qué hacías? ¿Firmar mi sentencia de muerte?

-    La tuya no.- plantó la botella sobre la mesa y se cruzó de brazos.- ¿Qué tal el viaje? ¿Traes noticias?

-    Tu hermana está intentando quedarse embarazada.

-    Lógico.

No pudo disimular la sorpresa. Chasqueó la lengua disgustada.

-    ¿Y no vas a hacer nada? ¿Es que acaso soy la única que los ve demasiado jóvenes para estar ya...?

Symon se encogió de hombros de tal modo que Arabela ni tan siquiera se molestó en acabar la frase. No valía la pena.

-    Lo único que está en mis manos es recordarte que tú también deberías empezar a buscar al futuro padre de tus hijos. Empiezas a tener una edad.

-    ¿De veras?- ensanchó la sonrisa con malicia.- Pues entonces imagino que te encantará saber que puede que ya lo haya encontrado.

Se mantuvieron la mirada, como si los ojos fueran sus armas y la sala su terreno de combate, pero pronto ambos estallaron en carcajadas. El duelo había llegado a su fin. Arabela besó el mentón de su hermano con devoción y aprovechó para arrebatarle la botella.

-    El viaje ha ido bien.- aseguró.- Creo haberle hecho cambiar de opinión.

-    Eso es bueno. Yo tampoco me he quedado quieto. Dado que confiaba plenamente en ti, opté por empezar con la búsqueda de Varg, y creo que la he avanzado bastante. Muchísimo en realidad...- apartó el frasco de tinta y la pluma y tomó asiento sobre la mesa.- Dentro de poco habrán nuevas noticias y los hombres de Julius partirán.

-    Magnífico. Yo también iré.

Aquello le cogió por sorpresa. Volvió a arrebatarle la botella para darle un largo sorbo. Su hermana parecía muy emocionada. Demasiado.

El viaje debía haber sido magnífico.

-    No. Tú te quedarás aquí conmigo, velando por tu hermana.

En respuesta cruzó los brazos sobre el pecho, ladeó ligeramente el rostro y negó. No estaba dispuesta a perderse aquel viaje, y mucho menos sabiendo que el objetivo de la caza iba a ser Varg. De hecho le sorprendía que él no quisiera ir. Sus motivos tendría, por supuesto, pero le resultaba extraño.

Sea como fuera, esa era su decisión.

-    No.- le aseguró.- Yo también voy a ir.

Suspiró. Sus peores temores empezaban a convertirse en realidad.

-    ¿Te ha vuelto a engañar?

-    ¿Julius?- soltó una estruendosa carcajada.- No seas estúpido. Simplemente no quise que muriese; le considero un gran rival. Quiero enfrentarme a él en el futuro. Quiero...- hizo una breve pausa.- Quiero que llegado el momento presente batalla y así poder demostrar todo nuestro potencial.

Symon arqueó las cejas, perplejo, pero no respondió inmediatamente. Su hermana parecía sincera, y eso le inquietaba. ¿Acaso se había estado engañando? Había estado tan convencido de que volvería a caer en sus brazos...

¡Estúpido de él! Tal había sido su paranoia que ni tan siquiera se había dado cuenta de que su mayor enemigo era su inseguridad.

¡Idiota! ¡Idiota! ¡Idiota!

Tendió los  brazos hacia su hermana y la estrechó contra su pecho. Si no fuera su hermana la habría besado.

-    Perdóname. Por un momento creí que...

-    Ya sé lo que creíste.- dijo con una media sonrisa atravesándole el rostro.- No importa, te lo aseguro. Estamos juntos en esto... y Julius caerá tarde o temprano, pero no ahora. Además, nuestro objetivo era quitárnoslo del medio. Estará tan ocupado con Varg que se olvidará de su carrera como cazador de brujas durante una temporada.- le guiñó el ojo.- Un poco de paz siempre va bien, y mucho más a estas alturas. Por otro lado, quiero partir con ellos y cazar a ese mal nacido que tanto daño nos ha hecho, hermano. Quizás haya pasado mucho tiempo... pero yo no olvido.- alzó el puño hasta el pecho y lo depositó sobre su corazón.- Lo pagará caro. Le daré caza y te lo traeré.- tomó sus manos.- Dime, ¿A dónde nos dirigiremos? Ardo en deseos de poder volver a empuñar mi espada.

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