Capítulo 50
Capítulo 50
El octavo día despertó con el cielo despejado y con una magnífica temperatura primaveral. Durante las últimas semanas habían sido muchas las tormentas que habían azotado la región, pero aquel amanecer las predicciones habían acertado, y las nubes dejaron paso a un glorioso día.
De pie frente a un enorme espejo, la princesa se cepillaba su larga cabellera dorada bajo la atenta mirada de su hermano mayor. Con el paso del tiempo las heridas habían cicatrizado, pero muchas de ellas habían dejado marcas que jamás les abandonarían. Otras, como la quemadura de la cara, podían ser disimuladas con maquillajes o el mismo cabello, pero ella se negaba. Aquel corte, por muy pequeño que fuera, la hacía sentir más cerca de sus hermanos, y aquel motivo era más que suficiente como para que incluso ese día, uno de los más importantes en su vida, la luciera con orgullo.
Pero la quemadura de la mejilla no era la única cicatriz que ahora decoraba su cuerpo. El corte que Varg le había infligido en el brazo le había dejado una fea cicatriz rosada. Los otros golpes, por suerte, no dejaron marca.
Las heridas tardaron tres meses en cerrarse, pero ahora, casi un año después de lo ocurrido, aún creía poder sentirlas al despertar. Tampoco había podido olvidar la imagen del cadáver de Gabriela, ni la maravillosa ceremonia que había organizado Symon ya en Alejandría en su honor. El féretro había sido acompañado por centenares de personas que, entre cánticos y flores, custodiaron el cuerpo de la muchacha hasta el lugar de su eterno descanso.
Había sido una pérdida muy dolorosa para todos, pero su recuerdo se veía eclipsado por la terrorífica imagen de las mazmorras.
Se quedaba en blanco cada vez que pensaba en lo ocurrido. Había acordado con Dorian mantenerlo en silencio por el bien de sus dos hermanos, pero sabía que tarde o temprano se enterarían. Para entonces esperaba que Darel hubiese invadido ya Reyes Muertos, y fuera su salvamento lo que desvelara la tétrica realidad.
Quince años encerrada...
No podía soportarlo.
Elaya no había vuelto a ser la misma desde entonces. Su habitual alegría había sido sustituida por una profunda melancolía que, aunque a veces trataba de disimular con sonrisas vacías, se reflejaba en su mirada.
Pero Elaya no había sido la única que había cambiado. Symon era una persona totalmente distinta. Su carácter era ahora muchísimo más sombrío e irónico que tiempo atrás. Seguía siendo un auténtico maestro de la diplomacia, pero su interés en las damas y, en general, en todo, se había visto muy mermado. Ahora pasaba horas mirando al vacío, con la mente muy lejos de allí, pensando en cosas que jamás nadie habría sospechado.
También había vuelto a ponerse en forma. Sus músculos habían vuelto a crecer, y el dominio de la espada y de la monta se convirtió en algo habitual en su vida cotidiana. Salía a cazar a los bosques a diario en compañía de su hermana, y participaba en los ejercicios en los patios de armas. Por las noches intervenía en los entrenamientos de Darel, paseaba por los pasillos, y ya casi llegado el amanecer, se encerraba en su habitación acompañado únicamente con una botella de vino.
Su carácter se había visto afectado por los acontecimientos, pero también su físico. Había incrementado su tamaño, pero las heridas habían dejado secuelas en él. Los huesos de la pierna habían soldado correctamente, pero Symon no se separaba del bastón. Los días más húmedos cojeaba, y cuanto más bajas fueran las temperaturas, más agudos eran los dolores que sufría.
Los cortes y heridas habían tardado tan solo unas semanas en sellarse, pero hasta el quinto mes no logró volver a caminar bien. Fueron tiempos complicados, pero Symon no mostró debilidad alguna durante todo el proceso. Ni debilidad ni emoción. Se encerró en si mismo, abandonó la fortaleza, y tardó casi un mes en aparecer.
Cuando volvió, nadie hizo pregunta alguna de cual había sido su paradero. Sus hermanas le recibieron con cariño, y la tranquilidad y normalidad por fin volvieron al hogar de los Muerte.
- Estás preciosa.- dijo Symon con una ligera sonrisa en el rostro.
La muchacha respondió a su hermano con un guiño a través del cristal. Para aquel día se había hecho un traje a medida de color blanco, de corte vaporoso. En la falda llevaba cosidas flores rosas, en la garganta una bella gargantilla de oro, y sobre los bucles una corona de oro, brillantes y pétalos.
En su mano derecha brillaba el anillo de compromiso que su hermano le había dado a Darel hacía ya meses.
El tiempo había pasado tan rápido...
- Debería ir a asegurarme de que todo está preparado...
Elaya sonrió. Sabía perfectamente a qué se refería.
- No hay problema.
- ¿Te las apañaras sin mí?
- Tranquilo.
Se acercó para besar su mejilla con cariño. Symon vestía totalmente de negro, con elegantes ropas de terciopelo que hacían juego con unas botas de caña alta de cuero y una larga capa de color borgoña a las espaldas.
Su cabello, tan corto como de costumbre, estaba perfectamente peinado, sus ropas perfectamente planchadas, y porte tan majestuoso como de costumbre.
Se incorporó con lentitud y tomó su bastón. Hacía ya casi ocho meses que lo usaba, pero parecía como nuevo. La barra estaba hecha de madera de roble teñida de negra, y en el pomo lucía una magnífica cabeza de león con las fauces abiertas de ónice.
Apoyó el bastón en el suelo y volvió a besar a su hermana; esta vez en el cabello. Olía a lavanda.
- Todo irá bien.
- ¿Crees que...?
- Se portará bien; lo ha prometido.
- Eso espero.- lanzó un suspiro. Volvió la mirada hacia el espejo y frunció el ceño con tristeza al volver a ver que, en el reflejo, no estaba Gabriela. Jamás lograría acostumbrarse a su falta. Tomó el peine de nuevo.- Eso espero...
Arabela tardó tres semanas en despertar. Las heridas padecidas habían sido muy graves, y durante todo el tiempo que tardó en despertar tuvo a los suyos terriblemente preocupados. Por suerte, tras abrir los ojos, sus heridas empezaron a cicatrizar. Los huesos soldaron, los cortes se cerraron, y pronto volvió a montar, correr y saltar como de costumbre. Ahora una gran cicatriz recorría su espalda y otra de menor tamaño le partía la ceja derecha. Pero a ella no parecía importarle en absoluto. Al contrario, las lucía con gran orgullo.
Sus hermanos habían temido por su salud mental. Arabela había vivido situaciones de alta tensión, y había tardado mucho en despertar, pero por suerte no parecía deprimida ni afectada. Los primeros días habían sido los más complicados, pues de vez en cuando se quedaba en silencio y pensativa durante horas, pero recuperoó el buen humor.
Ocupaba las horas con la compañía de sus amigos y hermanos. Salía a cazar, viajaba a las ciudades de los alrededores y participaba en el adiestramiento de los muchachos. También participaba en los torneos, retaba a duelos a todos los caballeros con los que se cruzaba, y perseguía ladrones y asesinos junto a Cupiz y el resto de guardias.
Siempre parecía estar de buen humor. Elaya sospechaba que era para intentar hacer sonreír a su hermano mayor, pero en otras ocasiones creía que, simplemente, había perdido parte de cordura. De hecho había veces, como cuando combatía o reía, que parecía haber perdido la cabeza.
Pero al menos parecía feliz... pero que lo pareciera no significara que lo fuera, y es que aunque siempre parecía risueña y dichosa, Elaya no necesitaba más que mirarla a la cara para saber que parte de su corazón había quedado atrapado en Reyes Muertos.
Los que parecían haberse adaptado muy bien al cambio habían sido Dorian y Willhem. Los dos muchachos habían encontrado en la corte muchas distracciones.
El artista había sido recibido con los brazos abiertos por la compañía de teatro del castillo mientras que Willhem servía como mensajero a Symon. No era un trabajo complicado, pero sí lo suficientemente entretenido como para que, además de viajar y conocer gente, fuera incrementado sus aptitudes.
Christoff pasaba los días enteros junto a Arabela. La relación entre ellos se había estrechado; no había tarde que no salieran juntos a disfrutar del anochecer. Les gustaba bañarse en los lagos, beber bajo el manto de estrellas, combatir bajo la lluvia y perseguir ciervos y alces hasta acabar agotados.
Pero hoy no era un día para salir a cazar, ni pelear, ni beber hasta caer rendidos. No. Hoy era un día especial para un miembro de la familia, y haciendo alarde del aprecio y respeto que sentían por los dos prometidos, decidieron comportarse bien.
Pero comportarse bien no implicaba que fueran a perder el tiempo. Ya arreglados para la ceremonia con sus trajes, el mayor de los hermanos los encontró en la zona de la ceremonia compartiendo una de las botellas de vino reservadas para el evento.
Para la ocasión, Arabela había elegido un ceñido vestido de color azul eléctrico lleno de ribetes blancos. El escote, amplio y llamativo, dejaba a la vista un torso delgado y pálido, pero muy bien decorado con una magnífica medalla de plata.
Christoff había elegido un atuendo cómodo a la par de elegante para la ceremonia. Un jubón negro con incrustaciones de pedrería en la pechera, unos pantalones de cuero grises y botas de piel negras. A las espaldas llevaba una capa negra, y en el hombro, silencioso pero amenazante, un magnífico halcón negro.
Aunque estuvieran ocultas por las capas, ambos llevaban sus armas.
Saludaron a Symon con un ligero ademán de cabeza, y le invitaron a unirse a la pequeña celebración.
- Ya queda poco.- dijo Arabela.
Había perdido más peso aún durante aquellos días. Las pocas curvas que antes lucía ahora habían desaparecido, y con ellas se había esfumado parte de su encanto. Ahora, a parte de unos ojos bonitos y una personalidad implacable, poco había de atractivo en ella.
Cupiz se unió un rato después al grupo. Aunque al principio había parecido que iba a salvar el ojo, la última batalla le había cerrado del todo el párpado. Era una lástima, pues no había sido un hombre feo, pero aquella herida había disminuido su encanto. Afortunadamente para él, era tan encantador que ni tan siquiera aquel defecto lograba detener a las muchachas que, locas por ser la mujer de tan gran caballero, le perseguían por toda la corte.
- Parece que ya van llegando los invitados.- dijo con una amplia sonrisa en la cara. Alzó ligeramente el mentón, y disimuló al señalar a Shanya y Konstantin Blaze.
- Los peces gordos.- se burló Arabela entre dientes.- Menudo honor.
- Arabela.- le advirtió su hermano.
- Vale, vale...
Los jardines elegidos para la celebración habían recibido todo tipo de cuidados durante los últimos meses. El césped, verde y lleno de vida, se extendía liso cual alfombra por los suelos mientras que flores de todos los colores, formas y tamaños, situadas en todos los rincones y macetas, llenaban de alegría los jardines.
En el centro de los jardines había un bello templo de paredes y columnas blancas donde se celebraría la unión. La edificación era de tamaño medio y únicamente de una planta, pero dado que tampoco habían sido muchos los invitados, era lugar más que suficiente para reunir a la familia, a la guardia y a parte de la nobleza del reino. El pueblo, tal y como había dicho el Rey, lo celebraría en las calles.
Al templo se accedía a través de unos peldaños de mármol decorados con pétalos. La entrada era amplia y acogedora, formada por un gran arco de medio punto a través del cual se podía ver el interior.
Por dentro el templo no era gran cosa. A parte de una estatua a la diosa de la naturaleza, plantas enredaderas en las paredes y bancos de piedra, no había nada más.
Iba a ser una ceremonia tranquila y sencilla, sin excentricidades ni rituales pseudo-religiosas que a nadie le apetecía ver. Contraerían matrimonio, se haría una celebración con músicos en los jardines, y la velada acabaría tan pronto como los invitados considerasen que ya habían bebido suficiente como para irse a la cama.
Muy tarde, vaya.
Una nueva oleada de invitados entraron en el templo bajo la atenta mirada del grupo. Ellos aguardaban fuera, junto a varias de las enormes estatuas de piedra en forma de ninfas que decoraban los jardines, justo al lado de una de las mesas de comida.
El ambiente estaba muy animado. Los invitados charlaban y reían bajo el son de la música mientras que los sirvientes, todos uniformados de oscuro, se paseaban por dentro y fuera del templo repartiendo copas de vino dulce.
Todos parecían felices. Demasiado felices.
Arabela lanzó una mirada atrás cuando empezaron a entrar en el templo. Todo apuntaba a que no iba a haber más invitados, pero por alguna razón ella tenía esa esperanza. Había pasado casi un año pero...
- Arabela.- la llamó su hermano. Descendió con ayuda del bastón los peldaños, y tomó su brazo con suavidad.- Vamos.
Atravesaron el pasillo central pisando pétalos de rosa. Pasaron entre los bancos saludando a aquellos que se levantaban a felicitarles, y tomaron asiento en el banco de piedra situado en el lateral derecho de la primera fila. En el izquierdo estaban los familiares del novio; Konstantin y Shanya Blaze.
- Chicos.
Dorian apareció entre la gente vestido con ropajes de terciopelo oscuro bordados con hilo de oro. Como si de un familiar de toda la vida se tratase, tomó asiento junto a Symon. Christoff ocupó el otro lado, con Arabela, y juntos aguardaron a que empezara la ceremonia entre cuchicheos y risitas burlonas.
Willhem tomó asiento en las filas traseras en el lado de la novia mientras que Cupiz se quedó junto a la entrada, rodeado del resto de los miembros de la guardia. Y así fueron situándose y llenando el templo hasta que por fin empezaron a sonar las campanas del castillo.
La sala quedó en silencio y las miradas se centraron en la entrada. Después de la larga espera, los dos jóvenes prometidos irrumpieron en el templo.
Cogidos de la mano, sonrientes y más radiantes que nunca, los dos muchachos saludaron con una espléndida sonrisa a sus invitados. La banda empezó a tocar, los invitados a aplaudir y empezó la ceremonia.
±±±±±
La ceremonia fue corta, intensa y muy bella. Los hermanos se emocionaron cuando Elaya selló el matrimonio con un beso en los labios. Fueron los primeros en levantarse y aplaudir con los ojos brillantes, al borde del llanto.
Los invitados felicitaron al recién formado matrimonio, y tras los primeros momentos de emoción desbordada, abrazos y besos, la celebración prosiguió en los jardines. Ya con vino y cerveza, comida y música, se encendieron las hogueras, y empezaron los bailes.
El Rey y Shanya fueron los primeros en abandonar la celebración. Ambos habían disfrutado de la velada, y muestra de ello eran las distintas demostraciones de cariño y amor que habían brindado a lo largo de la ceremonia a los muchachos, pero su presencia en la boda había llegado a su fin, y era hora de retirarse. Se despidieron de los invitados más cercanos.
Ya fuera de la vista del monarca, los invitados se relajaron. El consumo de alcohol se disparó, los bailes se multiplicaron, y los jardines se llenaron de risas, bromas y cánticos. Los nobles se mezclaron con la guardia, la nobleza con los invitados del extranjero y pronto los rangos y nombres cayeron en el olvido.
Apoyado contra una de las estatuas del jardín Symon lo observaba todo. Su hermana y su prometido atendían a unos invitados del lejano reino de Ámbar mientras que Arabela y Christoff interpretaban alrededor de una de las hogueras una especie de danza más parecida a una pelea que otra cosa. No muy lejos de allí, Dorian charlaba con una muchacha de larga cabellera pelirroja, pero no apartaba la mirada de su hermana.
En los últimos tiempos Dorian había tratado de estrechar su relación con Arabela. Ella no se había dado cuenta de ello, o al menos eso parecía, pero a Symon no se le había escapado. Al principio había creído que el poeta se había fijado en su otra hermana. Cuando se dio cuenta de la realidad, no pudo evitar soltar una sonora carcajada.
Era curioso las vueltas que podía llegar a dar el mundo. Un año atrás ella había estado enamorada de su padre, y ahora, él, era quien la perseguía.
Julius le hubiese cortado el pescuezo sin tan siquiera planteárselo dos veces.
Pero Julius no estaba, y su hermana necesitaba un hombre que cuidara de ella. No estrictamente, claro, pues para eso no necesitaba ayuda alguna. Pero sí era cierto que Arabela necesitaba un padre para su hijo, y dado que todo apuntaba a que Christoff no parecía lograr ocupar ese lugar, Dorian se convertía en un candidato aceptable.
Hubiese preferido que el padre de su sobrino fuera un guerrero, por supuesto, pero visto lo visto, valía más que fuera alguien leal al mejor guerrero sobre la faz de la tierra.
- ¿Una copa?
La voz del Príncipe Darel le sacó de sus cavilaciones. Symon volvió la mirada hacia el hombre, y aceptó la copa de vino que le ofrecía.
Él también había sufrido grandes heridas durante los combates en Reyes Muertos, y de hecho había tardado un par de meses en recuperarse, pero en aquel entonces Darel estaba mejor que nunca. Había crecido, tanto en musculatura como en altura, y se había dejado crecer la barba. Ahora parecía un hombre de unos veinte años a pesar de no llegar a los dieciocho; fuerte, atractivo y de mirada implacable, cumplía con todos los requisitos que el pueblo pedía a su futuro Rey.
Durante la ceremonia había mostrado una gran serenidad, y eso era algo que agradecía profundamente. Cuidaba de su hermana con ternura y devoción, y aunque tiempo atrás había llegado a dudar de su valía, ahora estaba agradecido de que fuera él quien contrajera matrimonio con Elaya, y no cualquier otro depravado sin corazón.
- Enhorabuena de nuevo, mi señor.
- Gracias.- hizo una ligera reverencia con la cabeza.- Vuestra hermana es el mayor tesoro que tengo. Más incluso que el trono.
- No lo dudo.
En aquellos momentos Elaya charlaba entre risas con su hermana y Christoff. Parecía feliz, aunque conociéndola, dudaba que aquella alegría durase mucho. Se había vuelto tan taciturna y melancólica que resultaba muy complicado arrancarle una sonrisa sincera.
Se alegraba de volver a verla reír.
- Ha sido una ceremonia muy emocionante. Os habríais sorprendido de ver que tanto mi hermana como yo estuvimos al borde del llanto.
- Lo vi, lo vi.- confesó divertido.- Me interesaba mucho vuestra reacción... al fin y al cabo, sois casi tan hermano como padre de Elaya.
Elaya... sonaba raro escuchar aquel nombre de los labios de Darel.
Symon sonrió.
- Está todo bien, Darel. Si vosotros sois felices, nosotros también.
El muchacho suspiró aliviado. No era estúpido. A lo largo de todo aquel tiempo había sabido que la antipatía entre ellos procedía de ambos lados, pero con el paso del tiempo había llegado a apreciarlos. Era un auténtico alivio saber que contaba con su apoyo. Habría sido un problema de no ser así pues, si Elaya antes amaba a sus hermanos, ahora sentía auténtica devoción por ellos.
Probablemente, si tuviera que elegir entre ellos y él, Darel sería el perdedor.
- Arabela parece feliz. Creí que la ceremonia la incomodaría.
- En eso coincidimos.- respondió con la mirada fija en sus hermanas.- Quizás, después de todo, no quería tanto a vuestro tío como todos creíamos.
Darel asintió. Había aprendido a respetar a Arabela, pero no a apreciarla. El carácter explosivo y descontrolado de la mujer era totalmente incompatible con el suyo. Y aunque agradecía que ahora se mostrara más agradable que antes, su mirada le inquietaba más que nunca. Después de haber vivido tantos horrores no le sorprendía en absoluto verla tan enloquecida. Pero que no le sorprendiera no significaba que no le preocupara. Arabela parecía estar al borde de la demencia continuamente, y si no cambiaba, seguramente llegaría el día en el que explotaría. Y si había algo que tenía muy claro en la vida era que no deseaba estar allí ese día.
- Tengo entendido que hay varios hombres interesados en ella. Imagino que llegado el momento, elegirá al adecuado.- Symon se encogió de hombros al borde de la carcajada, consciente de que lo que acababa de decir no tenía sentido alguno.
Compartieron unos instantes de complicidad, pero esta se vio quebrada cuando, con el rostro contraído en una mueca de alarma, uno de los miembros de la guardia acudió en busca de Darel. Le susurró unas cuantas palabras al oído. Este, perplejo, necesitó unos instantes para responder.
Asintió al guardia con la cabeza en un par de ocasiones antes de que este se alejara.
De nuevo a solas, el príncipe se acabó el contenido de la copa de un trago. Parecía inquieto, pero no disgustado. Al contrario. Symon no comprendía porque, pero el muchacho estaba intentando ocultar una sonrisa.
- Tenemos visita.- dijo por fin.
- ¿Visita?- arqueó la ceja, sorprendido.
- Sí...- lanzó un vistazo a su mujer.- Acompañadme. Por el momento creo que es mejor que ellas no sepan nada.
±±±±±
El castillo había cambiado mucho desde la última vez que estuvo allí. De aquello hacía muchísimos años, por supuesto, pero aún no se hacía a la idea. Se sentía como un auténtico extraño, pero le gustaba la nueva decoración. Todo era tan austero y sencillo que no cabía duda a quien pertenecía.
Konstantin...
Se había sorprendido con los cambios del castillo, pero no con los del Rey. El paso del tiempo le había sentado francamente mal, pero detrás de aquella maraña de arrugas y de delgadez extrema, se ocultaba el mismo hombre que, acatando la decisión impuesta por su hermano menor, había aceptado que le expulsaran de su propio reino para ocupar otro de menor valía.
Había pasado muchísimo tiempo de aquello, por supuesto, y muchas cosas habían cambiado, pero no su personalidad. Konstantin seguía siendo tan severo, tranquilo y sabio como en aquel entonces, y todo apuntaba a que el paso del tiempo había incrementado notablemente sus dotes mentales.
Solomon había sido un magnífico guerrero, pero nadie podía dudar de que Konstantin era igual o mejor en el arte de la diplomacia.
- Cuanto tiempo.- le había dicho tras fundirse con él en un abrazo. Después, con una amplia sonrisa atravesando su rostro enjuto, había aguardado unos segundos en silencio estudiando con detenimiento al recién llegado.- Estáis magnífico. Cualquiera diría que el tiempo no pasa para vos.
- Pasa, os lo aseguro. Me alegro de volver a veros. Debería haber venido mucho antes.
- Desde luego, pero no soy rencoroso, lo sabéis. Pero por favor, tomad asiento.- llamó a una de las sirvientas y le pidió una bebida para su invitado de honor y el resto de caballeros que le acompañaban.- Imagino que habéis venido para el enlace de Darel.
- Efectivamente.
- Pues ya es tarde.- intervino el mismo Darel, que en aquel instante atravesaba el umbral de la puerta con los brazos abiertos.- Pero sois bienvenido igualmente.
El caballero se incorporó, giró sobre si mismo y parpadeó perplejo ante el cambio de imagen del príncipe de Alejandría. Los dos hombres, ahora de la misma altura, se estrecharon las manos con cordialidad.
Si el encuentro se hubiese dado en otras circunstancias seguramente se habrían fundido en un abrazo.
Desde la puerta, Symon frunció el ceño. Había sospechado que tarde o temprano sucedería aquello, pero no había esperado que fuera precisamente aquel día.
Entró en la sala ayudado por el bastón cuando todas las miradas se centraron en él. Recorrió la distancia que le separaba de la mesa donde el Rey y los caballeros se habían acomodado, y les saludó con un ligero ademán de cabeza.
El caballero no dudó en tenderle a él también la mano. Estaba francamente sorprendido por el bastón, pero no modificó ni un ápice su expresión de severidad.
- Symon.- saludó.
- Julius... es una auténtica sorpresa veros por aquí después de tanto tiempo.- dijo sin apartar la mirada del hombre, desafiante.- Imagino que habéis venido por la boda del Príncipe y mi hermana.
El modo en el que remarcó la palabra hermana le hizo sonreír.
- Entre otras cosas... espero que no os moleste.
- ¿A mí?- ni se molestó en que su sonrisa pareciera sincera.- Para nada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro