Capítulo 49
Capítulo 49
A pesar de las heridas, Julius se sentía como nunca. El monstruo yacía a sus pies, muerto, y pronto sería poco más que un montón de roca calcinada. Los incendios de los bosques no tardarían en apagarse, pues el amanecer había traído consigo lluvia, y la ciudad se reconstruiría. Los muertos nunca podrían ser sustituidos, por supuesto, pero las heridas sí que sanarían.
- Tranquilo.- le había dicho unos minutos antes a su sobrino, el cual, con el cuerpo destrozado, yacía entre la hierba rodeado de varios caballeros que intentaban levantarle.- Te recuperarás.
Cupiz también había salido mal herido, pero él no había dudado en incorporarse y ayudar a organizar a los hombres. Era un líder nato, y la valía mostrada aquella noche no iba a ser olvidada por nadie. Ni la suya ni la de Darel, por supuesto, pues sin él nada de aquello habría sido posible.
- Destruidlo.- ordenó Julius a los suyos.- No quiero que quede de él ni polvo.
El sol ya había salido hacia unos minutos cuando Willhem bordeó el lago corriendo. El caballero le siguió con la vista, a la defensiva. Cuando unos instantes después vio surgir a Symon de entre los árboles con su hermana en brazos, corrió a alcanzarles.
Symon estaba casi tan excitado como temeroso. Se había ganado centenares de heridas durante su maniobra de distracción, pero al menos lograba mantenerse en pie. Por su aspecto, Julius dedujo que estaba profundamente agotado.
Arabela, en cambio, envuelta en la capa negra y con la capucha cubriendo parte de su rostro, parecía dormida. Symon se había encargado de que tanto los huesos rotos como las peores heridas hubiesen quedado cubiertas a la vista de cualquiera.
- Lord Blaze.- dijo Symon con una fría sonrisa atravesándole el rostro.- Me alegro de ver que volvéis a ser libre.
- Habéis sido vosotros quienes habéis acabado con ella, ¿verdad?
Symon asintió meditabundo. Había pedido a Willhem que advirtiera a Christoff de que lo ocurrido. Un rato después esparciría los pedazos de la bruja por la zona de los árboles carbonizados y la encerraría para siempre a través de algún ritual. Y es que, aunque él hubiese logrado destruirle gracias a la sangre que el hombre había vertido en el acero de la espada, Symon no sabía qué hacer con el cadáver.
La mirada de Julius se centró en su hermana, pero Symon la apartó de su alcance. No sabía exactamente porque, pero aquel amanecer ella no había despertado. Quizás, pensó, era a causa de las heridas, pues eran muy, muy profundas, pero prefería no pensar demasiado en ello. Lo único que deseaba era escapar de allí, volver a Alejandría y poder descansar durante unos días. A fin de cuentas, a él también estaba muy mal herido.
- Está inconsciente.- mintió.- Ha combatido con ferocidad... deberíais estar muy agradecido. Ha sido gracias a ella que vos volvéis a ser libre.
- Y lo agradezco, por supuesto. Si pudiera hablar con ella...
- No.- Symon parecía convencido.- Ya está bien, Julius. Sabéis que siento gran simpatía por vos, pero esta historia ha llegado ya a su fin. Lo mejor es que vos os quedéis aquí, tratando de reconstruir vuestro reino, y nosotros partamos cuanto antes. Mi hermana os adora, lo sabéis... pero lo mejor es que esto acabe ya.
Julius separó los labios, dispuesto a discutir, pero no surgió palabra alguna de su garganta. Se resignó a aceptar la petición de su hermano y, respetuosamente, se limitó a apartarse.
Con el corazón roto y sintiéndose más desgraciado que nunca, Julius los observó partir. Symon pidió ayuda a Cupiz para que le ayudara a montar en uno de los corceles, y tras intercambiar unos cuantos susurros, los hermanos partieron.
Ya en solitario, Julius volvió la mirada hacia sus hombres. Todos ellos golpeaban los pedazos de roca con los pomos de sus espadas, ansiosos por acabar cuanto antes. Se llenó los pulmones del aire fétido del pantano, lanzó un profundo suspiro, y se unió a ellos. Ya no podía hacer nada más para salvar aquella historia que tanto tiempo atrás había llegado a su fin.
°°°°°
Una hora después, agotado y con los ojos enrojecidos de sueño, Symon entró en la amplia sala donde el resto de los suyos habían estado aguardando hasta entonces. Saludó con un ligero ademán de cabeza a Elaya y Dorian, y tras depositar con suavidad el cadáver de su hermana en la cama, se dejó caer pesadamente en una de las butacas.
Parte de la fortaleza había sido destruida. Aún había quien lloraba desconsolado por los rincones, aterrado por lo sucedido o por la pérdida de algún familiar, compañero o amigo, pero en general, todo el personal había reaccionado bastante bien. Los guardias y sirvientes estaban preparando salas para los heridos y los nobles ayudaban en todo lo que podían ofreciendo los servicios de sus guardaespaldas y esclavos. Ellos, por supuesto, no movían un dedo, pero eso era algo que no sorprendía a nadie.
A Symon le dolía tantísimo el cuerpo que no sabía que hacer. Pero no era el único, desde luego. Cuando su hermana cojeó hasta él para abrazarle, Symon se dio cuenta de que estaba llena de vendajes y heridas selladas de las que aún manaba sangre. Olía a medicamentos, a té y sangre. Tenía el rostro enrojecido, los ojos inyectados en sangre y las manos y piernas tan temblorosas que parecía estar a punto del colapso.
La tomó con suavidad entre sus brazos y la sentó en el brazo de la butaca. Dorian, sentado a los pies de la cama, también parecía haber sobrevivido a una batalla, aunque él parecía bastante más sereno.
Suspiró. Resultaba irónico decirlo, y seguramente nunca lo admitiría, pero se alegraba profundamente de que el artista hubiese estado ahí para poder cuidar de su hermana.
- ¿Qué os ha pasado?- dijo sintiendo una punzada de dolor con cada palabra.- Dorian, que nadie entre en la sala.
El muchacho se apresuró a poner el seguro de la puerta. No había necesitado más que echarle un vistazo al cuerpo inerte de Arabela para comprender el porque de aquella petición.
- Han pasado muchas cosas, hermano. ¡Varg...!
El artista ayudó a la niña a dar su versión sobre lo sucedido. Ella no paraba de llorar al recordar los acontecimientos, y aunque él solo había intervenido ya muy empezada la pelea, creía haber asistido a los acontecimientos más importantes. De todos modos, fue una explicación confusa, llena de lagunas, golpes y violencia. Al parecer, Varg había tenido fuerzas para repartir patadas, puñetazos y cuchilladas a todos.
Symon escuchó con atención la historia. El mundo enloquecía con cada una de las palabras que pronunciaban, pero logró aguardar en silencio hasta el final de la historia. De hecho, ni tan siquiera dijo nada cuando, entre llantos, su hermana confesó el triste final de Gabriela.
Entonces Symon no mostró reacción alguna. Apretó ligeramente los puños, pero no dijo absolutamente nada.
Cuando habló, al acabar la historia, no hizo mención alguna sobre la muchacha.
- ¿Por qué no te mató?- preguntó directamente a su hermana.
- Creo que él estaba convencido de que me había matado, solo que interpuse el brazo en el último instante. Estaba todo muy oscuro que probablemente no se dio cuenta. Además, se le echaba el tiempo encima...
- Bien hecho, princesa.- respondió con una cálida sonrisa. Hizo un gran esfuerzo para besar la mejilla de su hermana.- Estoy muy orgulloso de ti. Y de ti, Dorian. Gracias por intervenir... aunque no entiendo qué hacías por allí.
Dorian suspiró. Su historia era bastante más extraña que la de ellos. Había muerto hacia ya dos días, pero no había logrado despertar hasta escuchar los gritos de Elaya... era como si alguien le hubiese mantenido inconsciente hasta el momento adecuado.
¿Habría sido obra del mismo ser que le había guiado hasta allí?
- ¿Dorian?
- Hace dos días me colé en las mazmorras y tras varias horas de viaje, encontré la puerta.- la señaló con el mentón.- Está en lo alto de unas enormes escaleras de piedra. Al fondo estaba el cadáver de Mitras Blake, así que decidí subir a ver qué había pasado. Cuando llegué, Varg estaba visitando a su padre.
- Te ha matado dos veces en menos de cinco días.- reflexionó Symon para horror de su hermana. La muchacha se tapó la boca con las manos, y empezó a sollozar de nuevo.- Elaya, cállate.
Se cubrió el rostro con las manos, pero no pudo contener las lágrimas. Corrió a la cama y abrazó el cuerpo de su hermana, presa de la desesperación.
Symon, por su parte, chasqueó la lengua con disgusto. No sabía que pensar ni qué hacer. Estaba en blanco. Arabela yacía muerta en la cama, su hermana no paraba de llorar, el Rey había vuelto a la vida después de que le apuñalaran el corazón, Julius volvía a ver, Varg había huido...
Y Gabriela estaba muerta.
Muerta.
Cerró los ojos y se tomó unos segundos para pensar. Le dolía mucho la cabeza. Muchísimo en realidad.
- En cuanto Christoff vuelva nos iremos. No quiero pasar ni un segundo más aquí. No lo soporto.
Dorian asintió. Él también partiría con la comitiva, pero sabía que antes de partir tendría que tener una última conversación con el Rey. Deseaba respuestas, y todo apuntaba a que, de una vez por todas, las recibiría esa misma tarde. ¿Sería él quien le había estado guiando todo aquel tiempo? No lo creía, pero estaba prácticamente seguro de que la dueña de aquella voz sí estaba relacionada con él.
- ¿Podrías cuidar un poco más de ella?- Symon señaló a su hermana con el mentón.- Darel no tardará demasiado en aparecer, pero hasta entonces...
- Claro.
- ¿Y de Arabela? No te dará mucho trabajo, tranquilo.- sonrió con gélida ironía.- Está muerta.
El muchacho volvió a asentir. Giró sobre si mismo de nuevo para echar un vistazo a las dos hermanas, pero no tardó más que unos segundos en apartar la mirada.
- Cuidaré de ellas.- prometió.
- Gracias muchacho.- le dio una suave palmada en la espalda.- No tardaré.
°°°°°
Christoff volvió acompañado de Darel para ocupar el lugar de Dorian como cuidador de Arabela. El caballero parecía bastante divertido ante todo lo sucedido, pero también aburrido. Al igual que el resto de los Alejandrinos, parecía ansioso por abandonar la fortaleza.
Dorian se despidió de él con un apretón de manos, y atravesó los largos pasillos hasta alcanzar uno de los salones. Los pasillos estaban muy silenciosos, y no parecía que hubiese nadie en la fortaleza a excepción de ellos. Entró en uno de los comedores. Pidió algo de comer, una cerveza, y se acomodó en uno de los rincones más sombríos a disfrutar de una comida más que merecida.
Más allá de los cristales, el amanecer había traído consigo un día claro y agradable, con una suave lluvia fría que había hecho aumentar ligeramente la temperatura. Pero de eso ya hacía muchas horas, y ahora el cielo se había vuelto rojo. Al caer la noche iniciarían el viaje de ida.
Sería la primera vez que salía del reino, pero no estaba emocionado. Las últimas horas habían sido tan intensas que apenas había espacio en su alma para poder disfrutar los acontecimientos que estaba a punto de vivir.
Varg...
Nunca le había caído especialmente bien, pero tampoco le había llegado a odiar. Era curioso; siempre creyó que si moría asesinado sería en manos de Julius. Pensar que había sido él el asesino le resultaba inquietante. Doloroso. Después de todo, ¿acaso no cabía la posibilidad de que fueran hermanos?
Dorian negó con la cabeza. El simple hecho de recordar que de niños habían sido buenos amigos le resultaba muy doloroso. Varg se había sentenciado, eso estaba claro; la ambición le había cegado... ¿pero acaso eso no era algo característico en los Blaze?
Incluso él también era ambicioso. No del mismo modo que ellos, pero no había parado hasta ser el mejor artista del reino... ¿acaso no cabría la posibilidad de que él también tuviera que superar una prueba como Varg?
Temblaba de solo pensarlo.
Se frotó los ojos con los puños heridos. Tardaría unos cuantos días aún en darse cuenta que aquello no había sido una pesadilla.
Y precisamente estaba tratando de dejar la mente en blanco para alejar aquellas horribles vivencias de la memoria cuando alguien irrumpió en la sala. Dorian le dio un trago a su cerveza, y al girar el rostro para curiosear, se encontró cara a cara con Julius.
Pegó un brinco, pero inmediatamente después se puso a la defensiva. Julius, en cambio, se limitó a observarle durante unos segundos. Por primera vez, su mirada no irradiaba odio, sino algo parecido a indiferencia.
El caballero se llenó los pulmones de aire antes de hablar. Había oído las noticias sobre su partida, y la verdad es que se había sorprendido. Desde su punto de vista, Dorian seguía siendo un niño; un crío.
Pensar que se iría y seguramente no volvería a verle le provocaba unas emociones extrañas. No era lástima, ni tampoco añoranza, pero sí algo que le inquietaba.
Sea como fuera, pasaría rápido.
- El Rey me ha explicado lo que habéis hecho. Os lo agradezco.
Dorian fue incapaz de articular palabra de la sorpresa. Como solía pasar cuando el caballero estaba delante, los nervios volvieron a traicionarle. Julius ni tan siquiera se inmutó.
- He oído que partiréis a Alejandría esta misma noche con la comitiva.
- Así es.
Metió la mano entre los jirones de su ropa, y extrajo un pequeño sobre de papel amarillento. Deslizó los dedos por la superficie por séptima vez desde que lo cerrara con cera, y dudó en entregárselo. Finalmente, se lo dio sin tan siquiera mirarle a la cara.
- Dádselo a la señorita Lothryel.
El artista tomó el sobre, bastante sorprendido, pero ni tan siquiera tuvo tiempo a preguntar pues, cuando alzó la vista, Julius ya había desaparecido. Guardó la carta entre sus ropas, le dio un nuevo trago a la cerveza, y siguió comiendo tranquilamente mientras, en su mente, se preguntaba si su curiosidad vencería a la caballerosidad.
°°°°°
La sala era grande, silenciosa y bastante impersonal, pero había sido decorado con gusto exquisito teniendo en cuenta la situación. Habían quitado todos los cuadros por petición expresa del Rey, y en su lugar habían colgado todo tipo de símbolos religiosos para que velasen por las almas de los caídos. Habían repartido distintas mesas a lo largo de la sala, y habían dividido las salas con cortinas portátiles para dar algo más de intimidad a los dolientes.
La mayoría de los caídos eran sirvientes sin familia que yacían en soledad. También había guardias de ambos reinos, pero seguramente sus familias aún no habían recibido las noticias de sus muertes. Tardarían días o semanas antes de llegar.
Y después estaba Gabriela.
Symon cojeó a lo largo de toda la sala tratando de mostrar el máximo de dignidad. Caminaba erguido a pesar de las heridas, con la única ayuda de un bastón de madera, pero su avance era lento. Muy lento.
No deseaba llegar.
Avanzó entre varias docenas de cortinas, y se detuvo a escasos metros de la última. Más allá, iluminada únicamente por un cirio, descansaban los restos de Gabriela.
El Rey se había mostrado muy compasivo con ellos. Había dado órdenes a sus doncellas para que lavaran el cadáver, lo perfumaran y vistieran con un precioso vestido de color verde. También habían decorado todo su cuerpo con flores blancas y sus cabellos con pétalos de rosas. Depositaron también una lágrima de color granate sobre su frente.
Symon cogió aire. Le dolía el cuerpo, pero mucho más el corazón. Cerró los ojos y respiró profundamente. A pesar de la distancia, podía captar el perfume de las flores...
Hundió la mano en el interior de uno de los bolsillos y saco del interior el pequeño saco que unas semanas antes ella misma le había entregado. En su interior aguardaban joyas muy preciadas para él. Eran tres anillos de compromiso, uno para cada una de sus tres mujeres.
Sacó uno de ellos, con una bella filigrana de oro y plata alrededor de la gema, y se obligó a si mismo a sonreír. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y cruzó la cortina.
Tumbada entre flores, Gabriela parecía dormir plácidamente. Su rostro había adoptado una expresión extraña, antinatural, pero al menos parecía estar feliz.
- Buenas noches Gabriela.- saludó mientras avanzaba hacia ella. Depositó el bastón sobre la silla de cuero que habían situado junto al cuerpo, y se situó a su lado. Tomó con suavidad su mano derecha.- Ha sido un día duro... muy duro, pero todo ha salido bastante bien. Has logrado salvar la vida a Elaya... y por alguna absurda razón, el Rey sigue vivo. Varg ha logrado escapar... pero te doy mi palabra que lo mataré con mis propias manos, tranquila. Por lo demás... Dorian está bien... y Christoff. Arabela se resiste a despertar, pero tarde o temprano lo hará... ya sabes lo tozuda que es.
Symon hablaba con naturalidad, aunque las lágrimas corrían por sus mejillas. Si alguien le hubiese oído, seguramente habría creído que hablaba con alguien.
- Y... oh, Julius vuelve a ver... ¿un milagro?- sacudió la cabeza.- No. Simplemente tiene mala suerte eligiendo a las mujeres... aunque tú tenías razón, aun sigue pensando en Arabela. Tenemos suerte, si ella estuviera consciente seguramente se habría resistido a separarse. Pero es lo mejor. Lo mejor...
Se le quebró la voz. Bajó la mirada hasta el suelo y tragó saliva, con visible nerviosismo. Tomó con suavidad el anillo, y se lo colocó en la mano. Después depositó sus manos sobre el vientre, la una sobre la otra.
- Sí, sí... sé que no creías que fuera a llegar este momento, pero ya ves.- se agachó para besar sus labios con suavidad.- Espero que aceptes... porque sino vas a acabar muy aburrida de intentar esquivarme. La eternidad es muy larga. Larguísima en realidad...- recogió su bastón.- Espérame, por favor. Pronto celebraremos la boda. Ves eligiendo el vestido y haciendo los preparativos. Ya sabes, eso que tanto os gusta a las mujeres... Yo aún tengo que aclarar unas cuantas cosas antes de volver.
°°°°°
Unos minutos antes del anochecer, Dorian y Elaya fueron reunidos en uno de los salones más ocultos de la fortaleza. Ambos habían perdido ya la esperanza de descubrir el secreto del Rey, pero el monarca cumplió con su palabra. Tras juntarlos en el salón, les guió hasta alcanzar las puertas de las mazmorras. Juntos descendieron largas escaleras de piedra, atravesaron salas que llevaban años sin ser visitadas, y abrieron puertas que la oscuridad ocultaba al ojo humano.
El Rey conocía a la perfección el camino a pesar de llevar años sin pisarlo. Tiempo atrás había visitado en muchas ocasiones aquel lugar, pero de eso ya hacía mucho tiempo. En los últimos tiempos había estado demasiado encerrado en si mismo como para incluso recordar que, atrapada en una de las frías celdas, su pasaje para la vida eterna aguardaba en silencio.
Tardaron casi media hora en recorrer las celdas, pero una vez atravesada una gruesa puerta de metal negro, alcanzaron la zona de alta seguridad. Allí el aire estaba viciado. Hedía a podredumbre y había placas de hielo en los suelos de piedra del frío que hacía.
A diferencia de la zona de presos comunes, allí no había ratas ni alimañas. El silencio era total, y si alguna vez había habido algún ser que habitase aquellas celdas, era evidente que el abandono había acabado con él hacia años.
Era un lugar aterrador. Algún demente había llenado las paredes con palabras y símbolos apocalípticos escritos con su propia sangre. En algunos rincones había montones de huesos roídos que descansaban en tétrico silencio. Había celdas abrasadas, otras reventadas por completo, y otras que, tras haber sucumbido a las tinieblas, no eran más que un mero borrón de oscuridad.
Los tres se sentían observados.
Elaya empezó a temblar. Dorian tomó su mano con la clara intención de tranquilizarla, pero de nada sirvió. Los dos chicos se juntaron aún más para seguir el avance del Rey.
Solomon les guió por los largos pasillos de piedra hasta llegar a su fin. Salieron a una sala central y allí se detuvieron ante una amplia puerta de forma circular de oro puro tras la cual se ocultaba el mayor tesoro del reino. Sobre el metal habían inscrito calaveras, y alrededor del marco había todo tipo de inscripciones. Pero ni aquellos símbolos mágicos ni nada serviría si el preso lograba escapar. Consciente de ello, el Rey había ordenado que tan solo existiera una llave para esa cerradura. Una única llave de la que, por razones obvias, jamás se había apartado.
El hombre se descolgó una gruesa cadena de oro del cuello y empleó un extraño colgante de forma alargada como llave. Lo introdujo en una cerradura con forma de cabeza de carnero. Tras hacerlo girar tres veces, la puerta cedió.
Los muchachos aullaron de terror cuando, al abrir la puerta, la sala se llenó de extraños tentáculos de vapor negros que giraban sobre si mismos. Solomon se deshizo de los que trataron de apresar sus tobillos con una rápida patada, y sin soltar en ningún momento la antorcha con la que había iluminado todo el camino, desenfundó su espada.
Ordenó a los muchachos que entraran. Una vez en el interior de un túnel, volvió a cerrar la puerta con la llave.
- No os alejéis de mí.- les dijo.
Y de nuevo se puso en camino. Descendieron por un empinado túnel de paredes negras decorado con calaveras de oro sonrientes en las paredes, y durante largos minutos no vieron más que aquellos extraños jirones de sombra que parecían perseguirles allá donde fueran.
Pero el túnel llegó a su fin. El trío llegó a una enorme sala circular totalmente iluminada por enormes antorchas de fuego azulado en la cual, situada en el centro, había una gran jaula de oro. En su interior, un ser reposaba envuelto en una túnica negra.
Dorian desenfundó su espada al ver el ser y se plantó delante de Elaya, a modo protector. Solomon, en cambio, siguió avanzando hasta quedar a escasos metros de la jaula. Se agachó, y mostrando una frialdad aterradora, le sonrió.
- Largo tiempo sin vernos.- dijo.
Agarrada a las espaldas de Dorian y temblando de puro horror, Elaya asomó ligeramente la cabeza por encima de su hombro para poder ver mejor qué era aquel ser. Observó las extremidades huesudas y sin carne que dejaba entrever sus ropas, y creyó reconocer un cráneo bajo la capucha. A simple vista parecía un esqueleto, pero...
Se acercó un poco más. No podía ser. Sobre el hueso la piel estaba muy estirada, y con el paso del tiempo su cabello oscuro se había convertido en una mata de cabello muerto blanco, pero sus ojos seguían brillando con la misma fuerza que quince años atrás.
El ser depositó las manos huesudas sobre los barrotes de oro y se incorporó con grandísimos esfuerzos. No era demasiado alto, pero si lo suficientemente osado como para no mostrar respeto alguno hacia el monarca. Sus ojos grises le miraron, desafiante, pero pronto perdió interés en él. Ladeó ligeramente el rostro, y centró la atención en los dos muchachos.
Fue totalmente imperceptible para el resto, pero Elaya vio en ella una sonrisa. Se cubrió la boca con las manos, al borde del infarto, e incapaz de articular palabra, creyó ver en ella una expresión de profunda melancolía. Sacó uno de los brazos huesudos a través de los barrotes, en dirección a ella, y trató inútilmente de alcanzarla.
Elaya habría corrido a sus brazos de no ser porque Dorian, consciente de lo que estaba sucediendo, la detuvo a tiempo.
Solomon hizo retroceder a la prisionera al amenazarla con la antorcha. Después miró a sus dos acompañantes.
- Muchachos, os presento a Kassandra Muerte; mi seguro de vida.
°°°°°
La comitiva partió a media noche. La oscuridad era total. Una suave lluvia fina embarraba el camino, pero ni las bajas temperaturas ni el cansancio acumulado evitaron que aquella noche los Alejandrinos partieran de la fortaleza de Reyes Muertos.
Atrás dejaban grandes historias, amigos y enemigos... pero sobretodo un deseo de venganza que jamás podría ser olvidado.
Con el rostro contraído en una máscara inexpresiva, Symon lanzó un último vistazo a la fortaleza desde lo alto de su montura. Un poco más adelante viajaban sus dos hermanas en una carroza, juntas y en completo silencio. Arabela aún no había regresado, y Elaya se había hundido en un extraño estado de shock del que nadie parecía capaz de sacarla.
Darel no había querido separarse de ella, pero las circunstancias habían obligado a que los dos amantes viajaran por separado. Él iba al frente, junto a Cupiz, y ellas escoltadas por Christoff, el guardián eterno, y Willhem, el chico de las tierras del Sur.
Symon iba a unos cuantos metros de distancia. Muchos habían sido los que habían intentado entablar conversación con él, pero el hombre se había deshecho de ellos con facilidad. No deseaba hablar, y poco más hacia falta que una mirada para ahuyentar a los curiosos.
Aún con la mirada fija en el castillo, Symon detuvo a su montura. La lluvia le había empapado ya la capucha y el cabello, pero se resistía a viajar en uno de los carruajes. Sabía que era imposible, pero si Varg se cruzara en su camino...
Encontró a Dorian cabalgando entre los últimos miembros de la caravana. Él, al igual que Elaya, también parecía muy impresionado por los últimos acontecimientos. Imaginaba que estaba relacionado con la confesión del Rey, pero tal era la tristeza que arrastraba consigo que ni tan siquiera le importaba.
Gabriela...
Se obligó a si mismo a borrar su imagen de la cabeza. Cuando llegase a Alejandría buscaría un lugar bello donde enterrarla. A partir de ese momento, la desterraría de su vida hasta que volvieran a verse.
Fijó la mirada en el artista; llevaba una carta entre manos.
- Dorian, ¿Qué lees?
El hombre alzó la vista. Tenía los ojos enrojecidos hundidos en dos enormes ojeras de color púrpura.
Arrugó la carta y la lanzó al suelo con desprecio. Era la segunda vez que la leía, y sentía tanto asco o más que antes ante la cantidad de mentiras y tonterías que Julius había escrito.
- Estupideces.- dijo.- Nada que valga la pena ni tan siquiera mencionar.
- Es la primera vez que abandonas Reyes Muertos, ¿no?
- Sí... pero dudo mucho que vaya echarlo de menos.
FIN DE LA TERCERA PARTE
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro