Capítulo 47
Elaya atravesó el corredor que daba a la sala del Rey a gran velocidad. Abrió la puerta de un empujón y, sin tan siquiera pensar en lo que hacía, se abalanzó sobre la figura encapuchada que estaba junto al Rey desenfundando su cuchillo.
Segundos después, cuando Gabriela entró, encontró a la princesa manoteando y pateando a un Varg que, desconcertado, parecía no saber lo que estaba sucediendo. Pero no tardaría demasiado en reaccionar. El príncipe estrelló el puño contra el rostro de la niña. Recogió el cuchillo que a punto estuvo de quitarle, y volvió a clavar la mirada en la princesa que ahora yacía en el suelo, aturdida. Se abalanzó sobre ella.
Gabriela chilló, tomó lo primero que encontró a su paso y le estrelló un jarrón en la cabeza antes de que lograra alcanzar a la princesa. Varg se desplomó en el suelo, con el rostro lleno de sangre.
Gabriela corría a socorrer a Elaya. Se arrodilló a su lado y la sacudió hasta lograr que abriera los ojos.
- ¡Lor...!
Aturdida como estaba, la mente de Elaya fue capaz de asimilar que Gabriela desapareciera de repente de su campo visual. Varg la había le había encajado un puñetazo en la parte trasera del cráneo, y tal había sido la fuerza empleada, que la mujer había salido rodando por el suelo.
Cayó inerte a los pies de la cama...
- Maldita hija de puta.- gritó Varg mientras se frotaba las gotas de sangre que bañaban su frente y ojos.
Corrió hasta Elaya y le estrelló el puño cerrado en el estómago. Elaya se dobló sobre si misma, sin aire, y cayó al suelo pataleando y manoteando.
Se le llenaron los ojos de lágrimas cuando volvió a patearla. Varg la golpeó durante largos segundos, y no cesó hasta que la chica dejó de chillar, al borde de la inconsciente.
Le dio un último bofetón, y Elaya cayó boca abajo en el suelo, con el cuerpo y la ropa embadurnada de su propia sangre.
Varg se frotó la cara con las manos para apartarse los chorros de sangre de los ojos. No deseaba haber tenido que hacer lo que acababa de hacer, pero no le habían dado otra alternativa. Tendría que matarlas.
- Estúpidas.- dijo entre dientes.
Recogió el arma del suelo, la cual se le había caído durante el enfrentamiento, y avanzó hasta Gabriela. Esta yacía con el rostro enrojecido por los golpes, inconsciente. Se agachó a su lado, deslizó los dedos sobre su esbelto cuello, y resbaló el filo del arma sobre la piel.
Las manos se le empaparon de sangre.
Inmediatamente después, se incorporó y miró desde lo alto a Elaya. Siempre le había gustado aquella muchacha. Era muy bella, con una sonrisa encantadora y un cuerpo esbelto y sensual... pero una metomentodo, como sus malditos hermanos.
Si hubiesen decidido posicionarse en el bando correcto todo habría sido distinto. Podría haber llegado a ser incluso su reina.
Se arrodilló a su lado y apartó de su bello rostro ahora herido los largos cabellos rubios. Acercó el cuchillo a su cuello, y justo cuando estaba a punto de hundirlo en su cuello, el reflejo del acero le mostró algo.
Varg giró sobre si mismo y esquivó a tiempo el golpe seco de Dorian. Rodó sobre si mismo, y empleando todas sus fuerzas para impulsarse, se abalanzó sobre él.
°°°°°
Con Darel y Symon a la cabeza, la guardia Alejandrina y los caballeros de Reyes Muertos alcanzaron la ciudad donde, aplastando edificios, derribándolos y prendiéndole fuego a todo, el monstruoso ser invocado por la bruja sembraba el pánico. Las llamas consumían los edificios. Los ciudadanos, aterrorizados, trataban de huir de la ciudad llevando consigo a sus niños y ancianos. La locura se había apoderado de la población. La visión de centenares de cadáveres carbonizados por los suelos y de la ciudad en llamas lograba crispar era aterradora.
Darel y Symon detuvieron a sus monturas a los pies de la ciudad, impresionados ante lo que estaban viendo. El ser parecía desatado, y nada ni nadie parecía capaz de detenerle. Era monstruoso, enorme, peligroso, letal... demasiado enorme como para que un simple humano pudiera enfrentarse a él.
¿Qué podían hacer ellos? Julius había derribado a un ser como aquel, pero el suyo no había medido veinte metros ni estaba formado de llamas.
Darel apretó los labios con nerviosismo. Se había ganado la confianza de todos sus hombres al ponerse a la cabeza de las tropas, pero ahora no sabía qué hacer.
Symon, en cambio, parecía algo más tranquilo. Él observaba la escena con el corazón encogido, pero no tenía temor alguno. Era peligroso, desde luego, un auténtico reto; complicado de derribar, y más mientras estuviera en llamas, pero no imposible.
Hizo girar sobre si mismo a su montura y estudió con detenimiento los alrededores. En el norte, en lo alto del monte, parte de la fortaleza estaba en llamas, al este los bosques ardían, y en el oeste el humo provocaba la oscuridad total. En el sur, más allá de la ciudad, los bosques se extendían hasta el infinito iluminados por el fulgor blanco de la bestia. Y más allá el océano.
Océano...
El caballero se volvió hacia Darel.
- ¡Tenemos que atraerle hasta el lago!
- ¿¡Al lago!?- el príncipe parpadeó, perplejo.- ¿¡Pero que...!?
- ¡Mientras esté en llamas poco podemos hacer! Hay que atraerlo.- volvió la mirada hacia las filas de guardias.- ¡¡Cupiz!! ¡Prepara a los arqueros! ¡Hay que provocar que nos persiga hasta el lago! ¡¡Iré a la cabeza!! ¡¡Dos minutos!! ¡¡Vamos!!
Symon desenfundó su espada, tomó con la mano libre las riendas, y salió disparado hacia el corazón de la ciudad ante la perpleja mirada de los presentes. Darel, con el rostro aún desencajado, tardó varios segundos en reaccionar, pero no dudó. Tiró de las riendas y se unió a él mientras Cupiz, cumpliendo con las órdenes, organizaba a los arqueros.
°°°°°
Témpano se detuvo en seco, y tiró a Arabela de la silla con una suave sacudida. La muchacha se estrelló por el suelo, rodó varios metros, y por fin, despertó. Aún le dolían los huesos y músculos cuando volvió a la conciencia.
Se incorporó con lentitud, y tomó la espada que, con la caída, había caído al suelo. Se apoyó sobre esta, apartó los mechones de pelo de la cara, y al alzar la vista se vio en lo alto de un barranco que daba a un sombrío pantano de naturaleza salvaje.
Volvió la mirada hacia el caballo en busca de respuesta, pero este no pareció reaccionar. Avanzó unos pasos hacia ella y le dio un suave empujón con el morro hacia delante. Señalaba el barranco, el pantano, el bosque, la naturaleza... la luz de las estrellas y el peculiar modo en el cual, aterrados, los espectros huían del corazón del bosque.
- ¡Dioses!- dijo al comprender lo que veía.
Enfundó la espada, se acercó hasta el borde del barranco y lo descendió resbalando por el lodo. Una vez rodeada por las gruesas raíces de los árboles, el suelo lleno de charcos y barro, la naturaleza salvaje y las decenas de especies de insectos, volvió a empuñar el arma y empezó a correr.
°°°°°
Cuando Elaya despertó, Varg se enfrentaba a alguien. La oscuridad y el dolor de cabeza apenas le permitían descifrar que estaba sucediendo a su alrededor, pero comprendió que la intervención de aquel tercero le había salvado la vida.
Trató de incorporarse, pero le dolía tanto el cuerpo que resultaba casi imposible.
Varg apuñaló en el pecho a su adversario. Este chilló cuando el acero le atravesó la cadera. Respondió con un fuerte cabezazo que derribó al príncipe, pero él también cayó al suelo entre aullidos de dolor.
El cuchillo escapó de las manos del príncipe y rodó hasta quedar a escasos metros de donde Elaya yacía.
Extendió la mano para alcanzarlo, pero tal era el dolor que sentía que ni tan siquiera logró rozarlo. Por fin pudo reconocerle cuando la luz de la luna iluminó su rostro.
- ¡¡Dorian!!- exclamó en voz en grito.
- ¡¡Coge el cuchillo!!- respondió este mientras se abalanzaba sobre el príncipe. Se puso sobre él, y empezó a golpearle la cara y pecho con las pocas fuerzas que era capaz de reunir.
Ambos estaban heridos, sangraban copiosamente y tenían huesos rotos, pero todo apuntaba a que Varg iba a ser el perdedor. Dorian estaba sobre él y le golpeaba sin cesar.
Elaya reunió todas las fuerzas que aún le quedaban y empezó a arrastrarse por el suelo. Durante su avance vio el cuerpo de Gabriela reposar sobre un charco de su propia sangre, pero se obligó a seguir.
- ¡¡Corre Elaya!! ¡¡Vamos!!
Varg se quitó de encima a Dorian con un brutal codazo en la mandíbula. El poeta cayó redondo al suelo, se llevó las manos a la garganta, falto de aire, y dio los suficientes segundos de ventaja al príncipe como para que este girase sobre si mismo y se abalanzara sobre el cuchillo.
Elaya se apresuró a cogerlo, pero Varg apareció de la nada, y se lo quitó de un fuerte empujón. Inmediatamente después, le estrelló la bota contra la cara. Elaya chilló con todas sus fuerzas, y a punto estuvo de volver a perder la conciencia.
Varg lanzó una rápida cuchillada a la muchacha y se retiró. Creía haberla cortado el cuello, pero esta, in extremis, logró alzar el brazo para defenderse. Chilló de dolor, y se ovilló, aterrorizada.
Encharcado de sangre y con el rostro destrozado por los golpes, el príncipe giró sobre si mismo empuñando el cuchillo. Dorian trató de enfrentarse de nuevo a él, pero de nada sirvió. El príncipe esquivó su golpe con facilidad y dio por acabado el combate cuando el acero cercenó de nuevo su garganta.
No sabía como había sobrevivido, pero tampoco deseaba saberlo. Tenía que acabar cuando antes y huir. Nadie debía saber que estaba allí. Corrió hasta la cama de su padre y le apuñaló el corazón.
Segundos después ya había desaparecido.
°°°°°
El suelo del pantano era un auténtico lodazal. Arabela había iniciado su avance tratando de atravesar el barro y las tierras movedizas, pero visto el resultado, optó por ir saltando de raíz en raíz. La superficie de los troncos era resbaladiza, los insectos de gran tamaño, y el hedor a podredumbre bastante intenso.
A pesar de ello, la mujer se movía a gran velocidad.
El tiempo corría en su contra. A sus espaldas la bestia de fuego arrasaba bosques y ciudades, llevándose conmigo decenas de vidas. En cualquier otra situación no le hubiese importado, pero esta vez se sentía culpable. El hecho de pensar que quizás entre las posibles víctimas se encontraban sus hermanos y seres queridos como Cupiz o Gabriela, la preocupaba enormemente.
Pensaba en ellos cuando más allá de un fétido estanque de agua verdosa donde varios enjambres de insectos devoraban un par de cadáveres encontró a su objetivo.
Severinne había perdido por completo su carcasa humana, y ahora se movía como lo que realmente era: un ser nacido de los Dioses. A simple vista podría haber pasado por una muchacha de buen ver de mirada perdida y convulsa, pero a los ojos de Arabela no era más que un jirón de firmamento de forma cambiante. A veces adoptaba la forma de un lobo, otras veces la de una serpiente.
Arabela saltó desde lo alto de uno de los troncos al suelo. Ya en tierra firme empezó a correr ladera abajo hacia el ser. Este estaba quieto, creyéndose a salvo en el centro de una hondonada de piedra caliza, pero al captar la presencia de Arabela trató de escapar. Reptó por el suelo convertido en un ser alargado de morro afilado. Volvió a transformarse en humano cuando uno de los cuchillos de Arabela le rasgó el muslo.
Severinne chilló instintivamente, pero no dejó de correr. Su vestido ya había dejado de ser blanco hacía rato. Se resistía a que la apresaran.
Concentró todas sus energías en los músculos de las piernas, y corrió con toda su alma, pero no fue suficientemente rápida.
Arabela surgió de la nada y se abalanzó sobre ella. La derribó, rodó sobre si misma, y recuperando de nuevo la posición vertical, se dispuso a desenfundar la espada. Apoyó la mano sobre la empuñadura, y los dedos sobre la empuñadura, pero el impacto de algo tan fuerte como el acero la lanzó por los aires, cegada.
Detrás de aquella luz se ocultaba una fuerza chasqueante, inodora y de tal fuerza que la muchacha rodó varios metros por el suelo antes de acabar estrellada contra una enorme roca de granito. Uno de sus propios cuchillos se le clavó en el muslo, la espada se le escapó de las manos y como el mundo volvió a iluminarse con un intenso color azul celeste.
Arabela se lanzó instintivamente contra el suelo, rodando sobre si mismo. La piedra de granito desapareció un segundo después, destruida por el humeante rayo de luz que la bruja acababa de invocar.
La guerrera fijó la mirada en el ser, en la espada, y corrió para recuperarla. Se mantuvo en movimiento alrededor de la bruja durante unos minutos, calibrando sus fuerzas, y tras esquivar un nuevo ataque con el que el ser parecía concentrar toda su atención, se abalanzó sobre ella con la espada por delante. Atravesó el cuerpo nebuloso con la espada, y desenfundando uno de los cuchillos, apuñaló su perverso rostro.
Inmediatamente después, la guerrera salió disparada con prácticamente todo el cuerpo en llamas. Ya en el suelo, giró sobre si misma para apagar las llamas. Recuperó el arma del suelo y volvió a lanzarse contra el suelo cuando un nuevo ataque arrasó el césped que pisaba.
- ¡Dioses!- exclamó tratando de encontrar cobertura tras unos árboles poco crecidos.- ¿Como demonios...?
Las ramas superiores de los árboles desaparecieron convertidos en cenizas. Se lanzó tras unos matorrales y trató de recuperar el aliento. No sabía como iba a hacerlo, pues parecía que su espada no la dañaba, pero tenía que acabar con aquella maldición de una vez por todas.
Podría despedazarla, se dijo, y enterrar en distintos lugares su cuerpo. También podía prenderle fuego. Otra opción era atarla a una roca y lanzarla al océano, pero con sus cambios de cuerpo no tardaría más que unos en liberarse.
Cambió de cobertura de nuevo y suspiró. Lo de despedazarla era lo único que parecía tener un mínimo de sentido.
Se preguntó que haría su hermano. Él era el de las buenas ideas; ella la de la espada. Lo mejor, se dijo, habría sido dejarlo en sus manos.
Volvió a asomarse y fijó el objetivo. Tenía ya el cuerpo tan destrozado que ni sentía dolor. No le quedaban muchas oportunidades...
Tenía que arriesgarse.
Cogió aire y empuñó el arma con la mano diestra. Cinco, cuatro, tres, dos...
°°°°°
El lago ya estaba dentro de su campo visual cuando la garra de la bestia alcanzó de pleno a su montura. Lo alzó por los aires.
Symon aprovechó los segundos que lo alzaba por los aires para saltar. Cayó a lo largo de doce metros sin control alguno de su cuerpo, y tras estrellarse en el suelo, rodó sobre si mismo. Uno de sus huesos crujió cuando se partió con el impacto. Symon aulló de dolor. Permaneció unos instantes en el suelo, pero se incorporó al oír el último lamento de dolor de su montura antes de estrellarse contra el suelo.
Trató de correr, pero se dio cuenta de que cojeaba mucho. Muchísimo en realidad. Lanzó una fugaz mirada hacia el lago y comprendió que no llegaría antes de que la bestia le alcanzara.
Magnífico, pensó, y sonrió para si mismo. No entendía porque había decidido hacerse el héroe, pero estaba a punto de conocer las consecuencias. El ser se alzó todo lo alto que era ante él, y Symon creyó ver en su rostro infernal una horrible mueca de diversión.
- Cojonudo.- dijo para si mismo.- Al menos alguien se lo está pasando en grande.
Analizó con frialdad la situación. Estaba a punto de morir, desde luego, y no se sentía feliz. Era curioso, pues él ansiaba la muerte más que nadie en el mundo, pero no así. Era demasiado pronto. Tenía tantas cosas por hacer...
Si esa estúpida de Arabela se hubiese estado quieta nada de aquello habría pasado. Últimamente había perdido el control, y él iba a morir por su culpa. Si le hubiese hecho más caso quizás habría podido comprenderla mejor. Siempre la había dado por un caso perdido, alguien incapaz de sentir lo más mínimo por alguien.
Se había equivocado, desde luego, y aquel era su castigo. Claro que, ella tampoco había dejado que nadie se le acercara demasiado. Gabriela siempre decía que tenía un buen corazón, pero él no la había creído.
Gabriela... a ella también la echaría de menos. Volverían a verse, por supuesto, pero hubiese preferido que fuera de otro modo. La muerte se había adelantado demasiado para su gusto.
Tenía tantas ganas de dar una buena paliza a su hermana mayor y darle un abrazo a Elaya que por alguna extraña razón, decidió optar por intentar resistirse a la acometida de la bestia. Si lograba salir de esta, se dijo, trataría de ser mejor persona. Se preocuparía de sus hermanas, de Gabriela, e incluso, quizás, asentaría la cabeza. Sí... le daría una nueva oportunidad a la vida. Después de todo, no tenía porque acelerar un proceso que, tarde o temprano, llegaría a su fin por si solo.
Giró sobre si mismo a tiempo de esquivar el golpe seco de la bestia. Desenfundó su espada, la clavó en su piel de fuego, y empleando todas sus fuerzas para sujetarse durante el trepidante ascenso, Symon logró sobrevivir en un esplendido ejercicio acrobático más propio de un simio que de un humano. Ya en lo alto del brazo del ser, bien agarrado a la empuñadura de su arma, lo observó muy de cerca. Él parecía casi tan perplejo como él.
- Vaya.- exclamó aún colgando del arma con una amplia sonrisa atravesándole la cara.- Fíjate tú que cosas.
Empuñó uno de los cuchillos y se lo lanzó directo a la cara. El arma atravesó el ojo de la bestia, y sacudiéndose de dolor, Symon volvió a salir disparado. Esta vez, los terroríficos rugidos del ser amenizaron la caída. Se estrelló de nuevo contra el suelo, y antes incluso de que el dolor del impacto pudiera llegar a cegarle, alguien le cogió por el brazo y tiró de él. Symon se agarró como pudo a su captor;
Segundos después comprendió que estaba a lomos del caballo negro de Darel.
- Maldito enfermo, ¡¡estáis loco!! ¡¡Podríais haberos matado!!- chilló Darel con los ojos inyectados en sangre.
- Desde luego.- admitió él al borde de la locura. La adrenalina corría por sus venas como la sangre.- Pero he logrado captar su atención.
- ¡Lo raro es que no lo hubieseis logrado!
Darel lanzó una fugaz mirada atrás justo cuando un garrazo de la bestia alcanzó el espacio donde, segundos antes, ellos habían estado. Tiró de las riendas con brusquedad para que el animal cambiara de rumbo, y tras saltar un par de troncos caídos, se internaron en lo más profundo del bosque.
Más allá de la enorme figura de la bestia en llamas, Cupiz y el resto los seguían muy de cerca, ansiosos por poder empezar a disparar.
- ¡¡Dioses!!- chilló Symon cuando otro zarpazo de la bestia le carbonizó el bello de la nuca. Dio un brinco hacia delante, y a punto estuvo de subirse en las espaldas del príncipe.- ¡Acelerad! ¡Por vuestra alma! ¡¡¡Acelerad!!!
- ¡¡Voy todo lo rápido que puedo!!
Symon frunció el ceño cuando, al volver la mirada atrás, vio que la distancia entre la bestia y ellos era cada vez menor. Al paso que iban, lograría alcanzarles en menos de un minuto.
- Genial.- dijo para si mismo entre dientes.- ¿Dónde demonios estamos? ¿Nos hemos desviado?
- Entramos en el pantano... ¿acaso no os dirigías a estos lagos?
Symon se encogió de hombros. Hacía rato que cabalgaba totalmente desorientado. Al fin y al cabo, resultaba complicado orientarse cuando una bestia en llamas te pisaba los talones por una zona que apenas conocía. En sus épocas de cazador, en Alejandría, no le habría pasado...
- ¡Por supuesto!- mintió.- ¡¡Por supuesto!! ¡Vamos allá!
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