
Capítulo 44
Capítulo 44
Las voces le habían guiado hasta las mazmorras. No sabía el motivo, pero allí estaba, en medio de la oscuridad, envuelto por paredes de piedra y acompañado únicamente por un cuchillo y una antorcha con la que iluminaba los caminos.
Había logrado llegar a través de uno de los pasillos secretos que Varg le había enseñado de niño, cuando eran amigos. Este daba a un complejo subterráneo lleno de mazmorras frías y húmedas, de paredes musgosas, criptas de barrotes oxidadas y salas llenas de huesos de ratas y alimañazas de distintos tamaños que descansaban junto a cuerpos podridos de delincuentes.
Era un lugar terrorífico. A cada paso que daba, Dorian creía oír sonidos y chasquidos procedentes de todos los rincones, susurros y voces, pero cuando lo comprobaba, no había más que oscuridad. Oscuridad y sombras terroríficas, claro. Sombras que generaban en su mente imágenes y conceptos temibles que incluso lograban asustarle a él, un hombre capaz de vencer a la muerte.
Pero era inevitable. Aunque hubiese sido bendecido con la vida eterna seguía siendo un jovencito de mente muy imaginativa. Un gran poeta, un artista, un músico... y ahora un aventurero.
- Maldita la hora en la que decidí meterme aquí.- masculló por lo bajo.
Avanzaba ahora por un pasillo de piedra bastante estrecho lleno de telarañas. De vez en cuando notaba el roce de algún animal en los tobillos; temblaba y sentía nauseas, pero seguía avanzando. Tenía que avanzar. Sabía que alguien le llamaba desde esas mazmorras, y deseaba descubrir quien era.
Aquellas eran las mazmorras de alta seguridad. Mazmorras abandonadas en las que hacía años que no había nadie encerrado, o al menos eso es lo que se decía. Dorian sospechaba que no era así. Había alguien muy poderoso ahí abajo. Alguien que había adoptado la forma de Arabela para llegar hasta él y luego le había llamado para atraerle hasta allí.
Los pasadizos de piedra le llevaron hasta una zona circular con varios pasillos alternativos. La sala estaba totalmente a oscuras, con los rincones llenos de telarañas y el suelo cubierto de cadáveres de ratas. La humedad había formado charcos de agua pestilente en el suelo que, mezclada con el hedor procedente de los cuerpos, provocaba que el avance resultara muy desagradable.
Con un pañuelo cubriéndose la boca y nariz, Dorian alzó la antorcha para ver mejor lo que le rodeaba. Había tres pasillos y unas altísimas escaleras que ascendían varios pisos. Los pasillos descendían y se perdían en la oscuridad mientras que las escaleras, pegadas a la pared frontal, ascendía hasta perderse entre las sombras.
Dorian no sabía por donde seguir. Descender aún más le preocupaba, pues empezaba a estar demasiado lejos de la superficie, pero ascender tampoco le parecía demasiada buena idea. Al estar más cerca de la superficie era más factible que alguien le oyera, y no deseaba que nadie lo descubriera.
Deambuló por la zona, meditabundo, y se asomó a uno de los pasadizos. Era tan oscuro que ni tan siquiera la luz de la antorcha lograba iluminar poco más que un par de metros cuadrados.
- Genial.- ironizó Dorian sintiendo como el terror se apoderaba de él.
Notó como un escalofrío le recorría toda la espalda al asomarse. Presentía que aquel era el camino que debía seguir, pero tenía miedo. Retrocedió unos pasos, ansioso por recuperar un poco de aliento, y tropezó con uno de los cadáveres. Cayó de espaldas al suelo. La antorcha se le escapó de las manos y rodó sobre si misma varios metros hasta acabar a los pies de la escalera.
Dorian se incorporó con un grito ahogado. Se frotó la parte trasera de la cabeza, donde se había abierto una brecha, y maldijo entre dientes.
Le palpitaba la cabeza.
Al alzar la vista se vio rodeado por las sombras. Corrió a recoger la antorcha. Aún no se había apagado, pero la llama había disminuido bastante...
- ¡¡DIOSES!!- chilló cuando la luz iluminó parte de un cráneo humano.
El muchacho se quedó paralizado, horrorizado ante la visión del cuerpo atacado por las ratas. Al reconocer el cadáver, se acercó al cuerpo para sacar a patadas a los animalejos que roían su piel.
Parecía un muñeco, una tétrica marioneta...
- ¡¡Doctor!!- chilló con los ojos cubiertos de lágrimas.- ¡¡Doctor!!
La noticia de la desaparición del doctor Mitras Blake había recorrido todo el palacio unos días antes, pero pronto habían surgido los rumores de que el anciano había decidido abandonar el lugar a causa de una fuerte discusión con Varg. Desafortunadamente, no había sido así. La muerte había sido quien había acabado con la vida del dulce anciano, y ahora, teniéndole entre sus brazos, no podía hacer más que llorar por todo el cariño con el que le había tratado a lo largo de los años.
El cadáver tenía las cuencas de los ojos vacíos, la piel del rostro parcialmente roída, y la carne de los muslos abierta por enormes heridas que, sin duda, se habría infligido durante la caída. Los peldaños estaban manchados de sangre seca, y el cuerpo mostraba tantos golpes y zonas grisáceas que era evidente que su muerte se había producido por la caída.
Dorian alzó la mirada hacia las escaleras y se preguntó qué estaría haciendo allí el anciano. Dejó con delicadeza el cadáver apoyado contra una de las paredes y empezó a ascender las escaleras decidido. Alguien debía ser el culpable de su muerte, y ahora, rabioso como estaba, ansiaba encontrarle para hacérselo pagar.
Subió las escaleras como un huracán, y durante más de diez minutos no vio más que oscuridad, peldaños de piedra rotos y sangre. Había sangre por absolutamente todas partes. Paredes, peldaños...
Sus pasos le llevaron hasta el final de las escaleras. Entre la oscuridad se materializó la parte trasera de una puerta, y Dorian se abalanzó sobre esta con el hombro por delante. La puerta cedió ante el brusco empujón, y tan pronto se abrió, el músico cayó de boca a los pies de la cama del Rey. Este, envuelto por las sábanas, gemía de dolor con los ojos vidriosos mientras que tan solo el viento respondía ululante cuando se colaba a través de la ventana...
Dorian contempló la sala, desconcertado, pero corrió a los pies de la cama de inmediato cuando de los labios del Rey escapó un nuevo gemido de dolor. O lo hubiera hecho si no fuera porque, de entre las sombras, surgió una sombra que le derribó con un fuerte puñetazo en la nuca. Dorian cayó al suelo de boca. Allí recibió otro golpe en la parte trasera del cráneo.
Empezó a manar sangre.
Alguien le cogió del cuello y le lanzó contra la pared con violencia. Dorian volvió a golpearse la cabeza, y cerró los ojos entre aullidos de dolor. El viento ululaba tan fuerte que su voz quedaba silenciada.
La figura se detuvo frente a él y desenfundó una espada corta de oro con zafiros incrustados en el mango. Delgado, alto y con la capa a las espaldas hondeando, Varg alzó el arma hasta el cuello de su primo y la depositó con firmeza sobre la piel ahora ensangrentada. A la luz de la luna, Varg no parecía más que un espectro de lo que tiempo atrás había sido.
- Estúpido metomentodo.- dijo entre dientes.- ¿Por qué no has podido seguir escondido como hasta ahora?
Hundió la punta de la espada en el cuello del hombre sin piedad alguna, y repitió la operación en el pecho. Dorian volvió a chillar de dolor, con los ojos bañados en lágrimas. Trató de incorporarse, pero Varg le derribó de una rápida patada en las pantorrillas.
De nuevo en el suelo, apartó la cabeza a tiempo para que la espada le cortara únicamente un mechón de pelo en vez de la oreja.
- Mentiría si dijera que lo siento más que tú, pero hubiese preferido no tener que matarte.
- Maldito demente.- barboteó Dorian.- Fuiste tú, ¿verdad? ¡Era un viejo! ¡Dioses! ¡Un...!
Varg puso los ojos en blanco. Alzó el arma y le cortó la garganta con un rápido corte horizontal. Dorian se llevó las manos al cuello, perplejo, pero no pudo seguir hablando. Notó como la cabeza se le embotaba, como el mundo daba vueltas a su alrededor y se ahogó en un océano de dolor agónico.
- Idiota.- dijo mientras le veía morir.- Sois todos igual de metomentodos.- se apartó un mechón de cabello de la cara y suspiró. Unos segundos después, ya inmóvil, le dio una suave patadita al cadáver de Dorian para asegurarse de que ya había muerto.- Siempre fuiste un auténtico gilipollas, primito. Tu padre me lo agradecerá.
Abrió la puerta secreta oculta en la pared y tiró del cuerpo del artista hasta los pies de las escaleras. Echó un rápido vistazo a la oscuridad, cogió del pelo a su primo, y lo lanzó por la escalera con un fuerte empujón.
El cadáver trastabilló por los peldaños, embadurnándolo todo de sangre, pero Varg ni tan siquiera se inmutó. Cerró la puerta con suavidad, centró la mirada en las manchas de sangre y lanzó un sonoro suspiro de aburrimiento. Tendría que limpiarlo él, claro.
Recogió el cuenco de agua y la compresa fría con la que humedecían la frente de su padre y lo empleó para limpiar los grandes manchurrones. Después, para eliminar las pruebas, encendió la chimenea, quemó la compresa hasta convertirla en poco más que hollín y apagó las llamas con el agua ensangrentada.
Acabado el trabajo, Varg se incorporó, tomó asiento en la cama junto al cuerpo de su padre, y le observó con una media sonrisa en el rostro. Estaba inconsciente, jadeante y moribundo; agarrándose a los últimos retazos de vida que aun quedaban en su corazón.
Varg le separó los dedos que con tanta fuerza apretaba en forma de garra y le tomó la mano. Aunque ansiara ocupar su lugar, su muerte y apoderarse de todas sus tierras y riquezas, quería a su padre. De hecho, era su modelo a seguir en al vida. Su ferocidad, su mano de hierro, su autoritarismo... seguiría su estela, y pronto, donde no había más que un títere de sus propias emociones y temores, volvería a resurgir un mandatario de voluntad de hierro.
Se llenó los pulmones de oxígeno antes de despedirse de su padre con un beso en la frente. La expresión del Rey pareció relajarse por un instante, pero no fue más que durante unos breves instantes, pues el dolor volvió a arremeter contra él con más fuerza que nunca. Apretó los ojos y gruñó maldiciones en sueños.
- Ay padre.- dijo en un susurro.- Me temo que esta va a ser tu última noche. Y desearía con todo mi corazón poder acompañarte... pero me temo que tengo una cita a la que no puedo faltar.
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- Eso te pasa por no hacerme caso.- dijo Symon entre dientes mientras avanzaban por los pasillos.
Arabela había acudido a la habitación de muy mal humor. Tras discutir durante unos cuantos minutos a voz en grito con su hermano, habían logrado calmarse, pero ambos seguían igual de enfadados.
Elaya estaba recuperándose bastante bien, y Symon calculaba que en dos días podrían irse, justo el día anterior a la boda, pero antes tenían que sellar todos los tratos y alianzas que durante todas aquellas semanas habían logrado establecer. Symon se había pasado muchas horas trabajando en ello.
Ahora solo quedaba uno, y se trataba del más peligroso y problemático. Un trato sellado en contra de su voluntad que, debido a los acontecimientos, había ido variando hasta alcanzar un punto que ni tan siquiera él conocía.
Precisamente por eso habían discutido. Acompañaría a su hermana a la cena y se aseguraría de que el príncipe acababa satisfecho. Ahora que Julius no era más que un perdedor, conocer los deseos e inquietudes del príncipe heredero era básico para el posible ataque.
Symon sopesaba la posibilidad de cambiar de bando. Darel era buen hombre y adoraba a su hermana, pero seguía sin convencerle. Había demasiada ira en su corazón. Además, era muy joven. Varg, en cambio, era algo más mayor y más decidido. Más metódico.
Claro que ninguno de los dos se podía comparar a Julius. Tenerle de su bando habría sido magnífico, aunque peligroso. Cuando descubriera su auténtica identidad el cuento llegaría a su fin, y tendrían que matarle. ¿Sería precisamente por eso que tanto se alegraba que hubiese rechazado a su hermana?
Lo que había empezado como un mero juego había alcanzado unos extremos peligrosos, y no deseaba que ninguna de sus dos hermanas sufriera. Elaya había tenido suerte eligiendo a Darel, pues en el fondo no era más que un niño fácil de manipular, pero Julius era alguien totalmente distinto. Demasiado astuto, demasiado poderoso... demasiado peligroso.
¿Pero como imaginar que Arabela iba a poder llegar a sentir algo por un tipo como él? Siempre había pensado que en el corazón de su hermana no había más que hielo, pero ahí estaba, rabiosa y al borde de la histeria porque ese estúpido de Julius fuera a casarse con otra.
Era una auténtica locura. ¿Pero qué podía hacer él a parte de poner buena cara? Ya le había dicho en más de doce ocasiones que había hecho el estúpido, y ella parecía haberlo entendido. Ahora lo único que les quedaba era rezar porque no le hubiese mentido. Arabela era una de sus mejores armas, y pensar en una posible victoria sin ella era un disparate.
- Vamos, alegra esa cara. Después de todo no es más que un imbécil, hermanita. Tarde o temprano íbamos a tener que matarlo, así que mejor que haya sido así.
- No puedo evitarlo.- replicó Arabela algo cabizbaja.- Que esté con una u otra me da igual, pero que deje que Varg se apodere del trono de este modo me provoca nauseas.
- ¿Y acaso no es mejor para nosotros?- sonrió ampliamente.- ¿O es que acaso prefieres enfrentarte a Julius armado con todo un ejército?
- Hubiese preferido que fuera él quien estuviera a la cabeza de la fortaleza con nosotros susurrando en su oído.- insistió ella.- Además, no olvidemos quien es su heredero. Si Julius muriese y Dorian ocupase el trono...
- No es un hijo reconocido. Nadie lo sabe.
Se detuvo, sorprendida.
- Pero nosotros sí.
Symon negó con la cabeza, pero no se detuvo. El pasillo era bastante largo, y estaba iluminado por velas. No tardarían más que unos minutos en alcanzar el magnífico comedor donde el mensajero les había informado que deberían reunirse con su alteza.
- ¿Y acaso tú ibas a traicionar la confianza de Blaze?- soltó una carcajada risueña.- No me hagas reír.
- Yo no, pero tu sí.
Aceleró el paso para alcanzar a su hermano. Ya a su altura, prosiguieron paseando tranquilamente por la zona. Era un área restringida para prácticamente todo el mundo a excepción de la guardia por lo que, aunque de vez en cuando se cruzaran con una patrulla, hablaban con tranquilidad.
- De acuerdo.- aceptó.- No te lo voy a negar, es un buen plan... pero la cuestión es que es inviable. Julius se casa, y abandona la fortaleza.- se encogió de hombros.- Acéptalo de una vez.
Arabela chasqueó la lengua. Volvió la mirada al frente y siguió avanzando moviendo con gracia con cada paso el vestido color borgoña que su hermano había elegido para ella. Era un traje de pecho muy ceñido, escote prominente y larga falda vaporosa que giraba alrededor de sus largas piernas dejando ver de vez en cuando los muslos a través de la raja lateral. A las espaldas lucía la capa negra que Julius le había regalado, en la muñeca una pulsera de diamantes y en el rostro un suave maquillaje que disimulaba su delgadez enfermiza y realzaba sus ojos acerados.
Symon vestía totalmente de negro, con exquisitas y elegantes piezas de terciopelo que se ceñían sobre su musculatura a la perfección. En las espaldas llevaba una capa de color pardo, y se había vuelto a cortar el pelo muy corto. Él, a diferencia de su hermana, desprendía una majestuosidad digna de reyes. Ella, en cambio, era incapaz de disimular su espíritu guerrero ni tan siquiera luciendo las mejores joyas y vestidos.
Los dos hermanos hacían buena pareja. Ambos tenían un encanto extraño, una mirada peligrosa, y una imagen tan exótica y peculiar que les convertía en personas muy llamativas. Y si a su aspecto se le añadía el extraordinario parecido físico, se convertían en un dúo difícil de olvidar.
A escasos metros de alcanzar la puerta de cristal del comedor, Symon tomó la mano de su hermana. Le besó el mentón.
- Todo va a ir bien, ¿de acuerdo?- le susurró con una amplia sonrisa en el rostro.- Estoy aquí para cuidar de vosotras. Últimamente estoy siendo muy duro contigo, pero creo que es lo adecuado. Eres fuerte, y no quiero que sigas dañándote tontamente. En dos días a lo máximo nos iremos de aquí. No tendrás que aguantar mucho más.
- Tengo ganas de volver.- murmuró con un hilo de voz.
- Mañana saldremos a cazar juntos.- le aseguró.- Te irá bien un poco de aire libre. Además, me estoy oxidando.
- Le he regalado a Témpano a Julius.
Symon puso los ojos en blanco.
- Eres tonta.
- Un poco.
Empezaron a reír. Symon también había hecho muchas estupideces de joven; por mucho que insistiera, sabía que no serviría de nada. Tenía que aprender por si sola, y la única manera de lograrlo era a base de práctica.
La abrazó por la cintura y le plantó un beso en la frente.
- En fin, vamos.
Varg les estaba esperando en una preciosa sala acristalada llena de cuadros de marcos dorados, jarrones de colores ocres y grandes centros florales perfumados. El suelo estaba alfombrado con pieles de oso, la chimenea encendida, y una magnífica mesa alargada repleta de una fantástica cubertería de oro macizo, copas de cristal y bandejas llenas de comida. Pescado asado con zanahoria, judías verdes, manzanas cocidas, tomates verdes y rojos, huevos fritos... un auténtico banquete digno de Reyes.
El príncipe iba vestido con un magnífico jubón verde con bordados dorados, unos pantalones negros de cuero, botas hasta las rodillas de monta y una magnífica capa de color rojo en las espaldas. Llevaba el cabello recogido en una coleta baja, las solapas perfumadas y un amplio cinturón de cuero con una hebilla de oro y zafiros en forma de cabeza de lobo.
Era un hombre atractivo. Joven, de rostro algo severo, pero con mucho encanto. Su sonrisa era agradable, su mirada sincera, y su expresión muy maliciosa. Tan maliciosa que parecía que siempre estuviera maquinando algo.
Les recibió con los brazos abiertos.
- No esperaba tanta compañía, pero me alegra profundamente veros, Symon.
Los hombres se estrecharon las manos.
- El placer es mío, majestad.- replicó este con educación.- Es una sala magnífica. No la conocía.
- No suelo traer a nadie.- tomó la mano de Arabela y la besó con delicadeza.- Estáis preciosa, mi señora.
Arabela captó el hedor de la sangre en su perfume. Lanzó una fugaz mirada al mangote de la camisa del príncipe, y oculto bajo las mangas, alcanzó a ver una mancha de sangre en la muñeca.
- Muy amable.
Tras sentarse, las sirvientas llenaron sus platos de los exquisitos manjares. Symon sabía que su hermana no cenaría demasiado, como de costumbre, pero tampoco se preocupó demasiado por que el príncipe se llevara una mala imagen. Tan absortos estaban su alteza y Symon en sus charlas que ni tan siquiera prestaban atención de la muchacha. Hablaban sobre las tierras altas del reino, los mercaderes, las curiosas maravillas de las caravanas comerciales, los tesoros de la familia Blaze...
Era una conversación muy interesante, con grandes demostraciones de conocimientos de la materia por parte de ambos. Datos precisos sobre compras y ventas, materiales exóticos surgidos de las minas del interior de la isla, telas del Reino de Ámbar, rosas norteñas, piedras preciosas del sur... todo un tipo de tesoros que, a simple vista, parecía imposible encontrar en un reino con fronteras cerradas.
Había fisuras en la muralla, era evidente. El reino no era tan magnífico como ellos decían, y ahora, después de haber conocido parte de la nobleza y las distintas opiniones de mercaderes, pueblerinos y dignatarios, era evidente que la ausencia de una figura de mando real como había sido el Rey había provocado la corrupción. Con la reaparición de un Rey fuerte el reino podría volver a brillar como tiempo atrás en las mejores épocas de Solomon, pero ninguno de los dos hermanos creía que Varg fuera el adecuado. Demasiado ambicioso, demasiado duro, demasiado joven. Lo consideraban un peligro para el reino, pero un fácil enemigo al que eliminar.
El tiempo fue pasando muy lentamente para Arabela. Apenas había probado la comida, y aburrida como estaba de aquellas charlas intrascendentales, no podía evitar que su mente volase por los pasillos de piedra de la fortaleza hasta una de las habitaciones. En concreto, una habitación que en aquellos momentos permanecía a oscuras y en la que, sentado en la cama, el dueño se mantenía en completo silencio concentrado en sus pensamientos.
A Julius le dolía la cabeza, los ojos y el pecho, pero aquel dolor no era más que una nimiedad en comparación con la avalancha de quebraderos de cabeza que le impedían conciliar el sueño.
Deseaba de todo corazón no haber tomado la decisión de viajar a Calixia. De no haber sido así, su destino habría sido muy distinto. Seguramente mucho mejor. Incluso si la muerte le hubiese aguardado en las remotas tierras de Damyria lo habría considerado mejor que estar enterrado en vida.
Podía cabalgar y luchar, ¿pero acaso servía de algo cuando era un mundo de sombras lo que le rodeaba? Todo escapaba entre sus dedos, y era incapaz de detener el avance de los acontecimientos.
Todo estaba sucediendo demasiado rápido. La ceguera, Severinne, la aparición de Arabela, la boda, la enfermedad de su hermano... ni en un millón de años hubiese creído que toda aquella cadena de acontecimientos se podría entremezclar de aquel fatídico modo. Pero así había sido, y lo mirase por donde lo mirase, sentía que salía perdiendo.
Tarde o temprano perdería la pista del reino, su hermano moriría, y la boda con Severinne le impediría seguir la estela de Lothryel... Pero ese era su destino, y debía aceptarlo. Resistirse a él era una estupidez, y consciente de ello, sabía que no podía hacer más que dejarles escapar. Su sobrino tendría que encargarse de Reyes Muertos, a su hermano le encontraría más allá del velo de la muerte, y a ella...
A ella únicamente le podía desear que fuera feliz. Pero no demasiado, por supuesto, pues por mucho que la amara, seguía siendo un hombre egoísta, y no deseaba que estuviera en brazos de otro.
Se llevó las manos al rostro y se lo cubrió presa de la desesperación. Lo había tenido todo al alcance de las manos. Un ejército, un trono, una mujer, y lo había perdido con una mala decisión. Calixia le había arrebatado la vida, y por mucho que trataran de devolvérsela a través de la muchacha Du Laish, jamás volvería a ser el mismo...
Pero no era el único que jamás volvería a ser como antes.
De pie frente a uno de los espejos de su alcoba, Elaya contemplaba su rostro marcado por el fuego. Las heridas estaban curándose, pero su cara quedaría marcada para siempre.
La muchacha apoyó los dedos sobre el espejo y contempló con tristeza como la ceja se curvaba de forma antinatural al final del arco. Por mucho que quisiera cubrirlo con el cabello, jamás volvería a ser la misma. Y por mucho que Darel insistiera que sanaría, ella sabía que no era así.
Aquella herida jamás podría sanar del todo, pues no había sido provocada por una llamarada normal y corriente. Había sido dañada por un poder mucho más siniestro y misterioso, y la marca del mal jamás la abandonaría.
El mal...
No pudo evitar reír ante la ironía. Ellos, los hijos de la Muerte, hablando del mal. Se preguntó si los ángeles hablarían del bien, o de si Dios se preguntaría quien era su creador.
Seguramente serían consideradas preguntas absurdas para cualquiera, pero ella les encontraba sentido. De hecho, sin la existencia de aquellas dudas seguramente ya habría enloquecido. Necesitaba llenar su mente de nimiedades, para olvidar.
Cada vez que cerraba los ojos volvía a sentir aquel penetrante dolor y estallido de furia en la cabeza. Volvía a recordar lo ocurrido con tanto realismo que le temblaban las rodillas.
Se apartó los mechones de cabello rubio de la cara para ver mejor la herida. Pronto los ojos se le llenaron de lágrimas.
- Lorelyn...- susurró Darel tratando de apartarla del espejo.- Vamos, vuelve a la cama.
Arabela también tenía una cicatriz en la cara, pensó ella. Era una cicatriz horrible en la frente que la marcaría para siempre. Ahora aquella era la suya. ¿Acaso no era demasiada coincidencia?
No creía en las coincidencias.
Aquella cicatriz le había sido impuesta para que no olvidara jamás su procedencia. A veces había deseado no pertenecer a la familia Muerte, sobretodo cuando Symon era sorprendido con alguna jovencita, o cuando Arabela se enfrascaba a espadazos en los patios con los caballeros alejandrinos. En aquellos momentos se había preguntado si realmente aquel par de individuos de cabellos oscuros y semblante peligroso compartían la misma sangre que ella. Pero de eso ya hacía mucho tiempo, y ahora estaba casi tan convencida como orgullosa.
- Lorelyn.- insistió Darel.- Es ya tarde.
- Elaya.- respondió en un susurro mientras se secaba las lágrimas con el puño.
- ¿Cómo dices?
El reflejo del espejo le sonrió del mismo modo que solía hacer su hermana mayor, y anteriormente, su difunta madre; con seguridad.
- He dicho que me llamo Elaya.- dijo con fuerzas renovadas mientras se giraba.- Deja de llamarme Lorelyn. Odio ese nombre.
- ¿Pero qué...?- replicó Darel perplejo, y aunque buscó apoyo en Christoff, este se limitó a ensanchar la sonrisa.
- Veo que por fin has despertado de tu dulce sueño.- canturreó Christoff de pie junto a la chimenea.- Me alegro... quizás ahora puedas contarme realmente que pasó.
Aburrida, Arabela le dio un sorbo a su copa de vino hasta vaciarla. Apartó los cubiertos de oro del mantel y cerró el puño. Un instante después ambos hombres cerraron la boca, sobresaltados por el puñetazo que la muchacha acababa de estrellar contra la madera.
- Me habéis hecho venir hasta aquí.- dijo Arabela con la mirada fija en Varg.- Y aún no sé el porque. No demoréis más el asunto si es que realmente hay algo de que hablar. Si no es así, preferiría poder irme. Ha sido un día largo.
Varg miró desafiante a la mujer, pero logró controlar su mal carácter. Aquel comportamiento hubiese sido suficiente motivo para que la decapitaran, pero dado que Varg deseaba su apoyo, no le dio mayor importancia.
Hizo una ligera reverencia a la mujer antes de hablar.
- Es cierto mi señora. Lamento haberos estado atormentando con estas conversaciones que, sin duda, os habrán parecido de lo más aborrecibles.
- Más bien poco éticas.- apuntó ella.- Pero no importa.
No te la juegues, pensó Varg. Volvió a ensanchar la sonrisa.
Symon parecía divertido ante la evidente tensión del ambiente. Tarde o temprano tendría que intervenir, por supuesto, pero antes quería ver hasta donde era capaz de aguantar el heredero con tal de ganarse la simpatía de los Lothryel.
- Veréis, mi señora, el reino pasa por una situación complicada. Como bien sabéis, mi señor padre, el Rey, está en un estado crítico, y es posible que dentro de poco tenga que ocupar su trono.
- Dios no lo quiera.- exclamó Symon.
- Desde luego. Amo a mi padre con todo mi corazón, y daría mi propia vida con tal de que él pudiera sobrevivir... pero me temo que su supervivencia no depende de mí. Así pues, debo empezar a pensar en los cambios que marcará mi llegada al trono... y entre ellos está la ligera modificación de la guardia real.
Los dos hermanos se miraron entre ellos, sorprendidos por el cambio de rumbo de la conversación. Centraron toda su atención en el joven. Por primera vez desde que le conocían, les interesaba sinceramente lo que tuviera que decir.
- No hace falta que os recuerde el estado de salud de mi tío Julius.
- No es necesario.- obvió Arabela.
- La cuestión es que nuestra orden de caballeros ha quedado debilitada. Es cierto que mi tío Julius no era su líder, ni muchísimo menos, pero sí es cierto que era una pieza clave de gran importancia. Era un hombre con experiencia que se había ganado el respeto de todos sus compañeros... cosa que, por otro lado, en muy pocas otras ocasiones se ha dado con tanta rapidez.
- Entiendo por donde vais, alteza.- reflexionó Symon.- Mi hermana se ha ganado el favor de muchos caballeros a base de demostrar su valía, tanto en el patio de armas como en los combates reales.
- Y eso no ha pasado desapercibido para mí.- juntó las manos sobre la mesa, con una amplia sonrisa atravesándole el rostro.- Para nosotros sería un auténtico honor que os unieseis a nuestra orden. Hay pocas mujeres, pero creo que vos cumplís con todos los requisitos adecuados para llegar muy lejos.
Arabela parpadeó, perpleja. Había pensado en muchos posibles temas de conversación con el príncipe, pero aquella no entraba en su abanico de posibilidades.
Symon estaba tan estupefacto y sorprendido como su hermana. Dado que no podía casarse con ella, ahora le ofrecía unirse a la guardia para suplir a Julius. Era una magnífica estrategia para ganarse su confianza, y seguramente, hundir a su tío. Afortunadamente para el caballero, Arabela le amaba demasiado como para dañarle.
Era una situación complicada.
Buscó las palabras adecuadas con las que responder por su hermana, pero esta se adelantó con las mejillas encendidas.
- Su alteza, con todos los respetos, ¿Que clase de petición es esta? ¿Acaso creéis que voy a suplir a vuestro tío? ¿Es que no tenéis respeto alguno? Aún no está muerto.
- Pero ya no puede servir en la guardia.- respondió con enervante tranquilidad.
Arabela se levantó negando con la cabeza, indignada. Symon trató de detenerla, pero esta se limitó a no prestarle la más mínima atención. A pesar de que no había sido un ataque directo a su persona, lo consideraba como tal.
- Creía que respetabais más a un buen hombre que tanto ha dado al reino. No acepto, por supuesto, y espero que nadie acepte este cargo jamás. Lo mínimo que deberíais hacer es rendirle un homenaje como se merece, y no deshaceros de él tan vilmente.- apartó la silla de un fuerte empujón.- Esto me repugna.
Y sin más, salió de la sala cerrando con un fuerte portazo que hizo temblar toda la cristalería. Ya a solas, Symon se encogió de hombros para quitar importancia al asunto.
- No se lo tengáis en cuenta, después de todo Julius y ella son muy buenos amigos, ya sabéis.-le dio un sorbo a la copa.- En fin. ¿Qué tal si seguimos con lo nuestro?
- Claro.- dijo al captar el significado oculto de aquella mirada de ojos acerado tan peligrosa.- Como decía...
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