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Capítulo 41

Capítulo 41

Cuando Julius entró en sus aposentos junto a Darel, Severinne aún estaba en la terraza observando con atención los acontecimientos que acaecían en el patio.

Darel cerró la puerta, acompañó a su tío hasta la sala y le apartó la silla de la mesa para que se sentara. El antiguo caballero cogió la botella de vino que había sobre esta y pidió un par de copas que su sobrino rápidamente le dio. Las llenó no sin derramar parte del contenido en la mesa y le ofreció una.

Dejó caer la cabeza hacia atrás después de darle un largo sorbo.

-    Esto me agota.- dijo con brevedad.

-    Quizás deberíais descansar un rato, tío.

-    No es cansancio físico lo que siento.

Darel estaba a punto de tomar asiento cuando la puerta de la terraza se abrió. La muchacha sonrió ampliamente al verles. Darel, haciendo gala de sus buenos modales, se apresuró a besarle la mano.

Era la mujer más bella que jamás había visto, pero también la más exótica. Sus rasgos eran encantadores, su sonrisa angelical y su mirada profunda y sensual, su cuerpo voluptuoso y su cabellera tan larga...

Parecía un regalo de dioses.

Pero había algo  que le provocaba escalofríos.

-    Severinne...

-     Alteza.- respondió esta con reconocimiento. Tomó la mano de Julius con delicadeza y le besó la mejilla. Él ni se inmutó.- Os esperaba, mi amor. ¿Lo habéis oído? Se va a celebrar nuestro enlace en cinco días.

-    Genial.- murmuró este como respuesta con tono glacial.- Severinne, querida, ¿te importaría dejarnos un rato a solas? Quiero hablar con mi sobrino.

La muchacha asintió, lanzó una mirada depredadora al príncipe y abandonó la sala con una sonrisita inquietante atravesándole el rostro. Ya a solas, Darel necesitó coger una buena bocanada de aire para lograr relajarse y tomar asiento en la mesa. Por primera vez, dio las gracias a los Dioses porque su tío no pudiera ver el nerviosismo que en aquellos momentos tanto le hacía temblar.

Era tan hermosa...

-    Espectacular, ¿eh?- dijo él, como si leyera su mente.- Una dama muy bella.

-    No está mal.- afirmó Darel aún con las mejillas encendidas.- Demasiado exótica para mi gusto. Lorelyn es mucho más bella bajo mi punto de vista.

-    También para mí.- aseguró él, y se encogió de hombros.- ¿Entonces?, dirás. ¿Por qué demonios te vas a casar con ella?- sacudió ligeramente la cabeza.- Imagino que los acontecimientos no son como uno los desea. Si aún pudiera ver, créeme, esa muchacha no estaría aquí, o al menos como mi prometida. Pero dada la situación me temo que por mucho que me resista, voy a tener que seguir el camino de tu padre y tío.

-    Pero tío, ¿acaso lo deseas?

Julius soltó una estruendosa carcajada.

-    Para nada, pero al menos así acallo bocas. Mientras piensen que estoy en brazos de una dama disfrutando de la buena vida no me tendrán en cuenta. Siempre he morado las sombras, ¿por qué iba a cambiar ahora?

Darel arqueó la ceja, sorprendido, pero al fin comprendió el significado de aquella carcajada. Sonrió, divertido, y le dio un sorbo a su copa. El vino dulce no era su favorito, pero en aquel entonces le sentó de maravilla.

Se aseguró de que la puerta estuviera cerrada antes de seguir hablando. Julius no deseaba que la extraña escuchara la conversación, y él estaba totalmente de acuerdo. Esa mujer no era de fiar. Nadie con el pelo blanco y joven podía ser de fiar desde el punto de vista de Darel.

El príncipe estudió la habitación. Decenas de armas y escudos decoraban las paredes de una sala de pocas dimensiones. La cama no era excesivamente grande, ni tampoco acogedora, pero a Julius no parecía importarle. Después de todo, acostumbrado a acampar al raso en los bosques, estar entre sábanas era un auténtico placer.

Al pensar en su tío, Darel a veces olvidaba lo distinto que era a sus hermanos. Tanto su padre como Solomon eran personas diferentes, pero a la vez muy parecidos. Sus puntos de vista sobre la política de sus reinos eran totalmente distintos, igual que sus caracteres, pero en el fondo eran dos gobernantes adultos, tranquilos y, en cierto modo, muy distantes. Julius, en cambio, era totalmente distinto. Su sangre era joven y ardía cada vez que algo fuera de lugar se cruzaba en su camino. Amaba al reino por encima de todo, la guerra y la sangre, la juventud y la libertad. Era precisamente esa conducta la que tanto le diferenciaba de ellos. La que le convertía en una pieza clave en el reino... en un rival perfecto para Varg.

Pero ahora, estando impedido como estaba, sus posibilidades se veían disminuidas por mucho que él se resistiera a aceptarlo. Pronto estaría casado, y viendo la carrera de la dama Du Laish, seguramente tendría niños. Entonces, ciego, atado y comprometido... ¿Cómo iba a poder actuar? Quizás ahora no lo veía, pues aún gozaba de libertad, pero pronto todo acabaría para él. Se encerraría en su fortaleza de cristal, y el mundo lo olvidaría. Quedaría ciego del todo... enterrado en vida.

¿Acaso ese era su plan?

-    Tío, una vez abandonéis la fortaleza quedaréis atado de pies y manos.

-    Lo sé, y precisamente por eso no deseaba abandonarla, pero tu primo es muy inteligente. No desconfío de él, al contrario, creo que podría llegar a ser un buen Rey... pero aún no. La juventud es un gran tesoro, pero la ambición puede llegar a acabar con el mejor de los hombres. Temo que tu primo haya empezado a hundirse en las tinieblas.

-    ¿Teméis por el Rey, verdad?

-    Es mi hermano.- le recordó.- Y aunque a veces no comparta su manera de ver la vida, siento un gran amor fraternal hacia él. En otros tiempos fue un gran Rey, y sé que puede volver a serlo. En cuanto vea lo que está pasando entrará en razón y reaccionará. Pero necesito tiempo, y creo que mi sobrino no está dispuesto a dármelo.

-    Cinco días no es demasiado, desde luego.- cruzó los brazos sobre el pecho.- Quizás podríamos intentar alargarlo un poco más.

Julius chasqueó la lengua. Se acabó el contenido de su copa y volvió a llenarla sin necesidad de pedir ayuda a su sobrino. Tenía muchas cosas en mente, pero tan solo una parecía tener el poder suficiente como para cambiar los acontecimientos.

- ¿Y si salto por la ventana?- dijo en tono jocoso.- Mientras esté medio muerto en casa no me obligará a casarme.

-    Ya claro, pero lo suyo es que estéis en plenas facultades, tío.- rió el.- Estoy pensando que... quizás podríais enviar a un mensajero para que acudiera el hermano de vuestra prometida. Le llevaría un tiempo en llegar...

-    Eso no suena nada mal. Es más, podría enviarla a ella misma, y así me la podría quitar de encima.

Hizo girar el contenido de la copa con maestría entre las manos, pensativo. Ladeó ligeramente el rostro, y por un instante Darel creyó sentirse observado por aquellos ojos ciegos que se ocultaban tras la cinta. No sabía como ni porque, pero tenía la sensación de que más allá de los problemas del trono, Julius tenía otras cargas a sus espaldas. Unas cargas demasiado pesadas que, unidas a su estado, parecían estar arrancándole la vida por segundos.

-    Seguramente te haga caso. El tiempo corre en nuestra contra. Pronto te irás, y volveré a quedarme totalmente ciego. Debemos actuar con celeridad. Lo primero es asegurarnos de que mi hermano no corre ningún riesgo... después intentar salvarle la vida.

El príncipe negó con la cabeza.

-    ¿Y si no fuera posible?- replicó Darel.- Dicen las malas lenguas que está al borde de la muerte, y francamente tío, las ocasiones que he podido ir a visitarle no me han hecho cambiar el punto de vista en exceso. De hecho, desde que el doctor desapareció no ha vuelto a recuperar la conciencia.

Que casualidad, pensó Darel con maldad. Varg debía saber que tan solo el doctor era capaz de hacerle despertar. Estaba casi seguro de que él era el culpable de su desaparición.

-    Es muy sospechoso que desapareciera la misma noche que Varg decidió ir a ver a su padre.- murmuró el joven.

-    He oído que dice que cuando él entró, el doctor ya no estaba. Uno de mis hombres, Vega, lo confirmó. Cuando entró él ya no estaba. Es curioso, eso significa que ese vejete ha logrado esquivar a toda la guardia que mora a las puertas de los aposentos de mi hermano.- hizo una pausa.- Suena raro, ¿no crees?

-    Bueno...- Darel se encogió de hombros. No le parecía adecuado mostrar sus sospechas aunque su tío fuera consciente de su mala relación.- Dicen que ese hombre pasaba mucho tiempo entre libros... que sabía bastante sobre medicina y pociones. Quizás...

-    ¿Un brujo?- sacudió la cabeza.- Jamás creería tal sandez. Tiene que estar en algún lugar... apuesto a que la alcoba del Rey tiene un pasillo secreto. Es más, estoy seguro, después de todo, mi señor padre metía en su cama a sirvientas y damas de alta cuna estando la puerta cerrada.

Darel puso los ojos en blanco. Su abuelo no había sido un santo precisamente. Por todos era sabido la gran cantidad de amantes que había tenido. De hecho, su padre y sus tíos eran hijos de su tercera esposa. La primera había muerto pocos días después de contraer matrimonio durante una expedición junto a su marido por los bosques, y la segunda al octavo mes de matrimonio, cuando dio a luz a una niña.

Del destino de la madre y la hija nada se sabía, pero tampoco parecía importarle a nadie. Ambas cayeron en el olvido. El Rey pronto volvería a casarse, y esta vez, para siempre.

En la familia Blaze las mujeres no tenían demasiada importancia. Una a una las esposas de los Reyes habían ido muriendo, pero si antes habían tenido descendencia, no eran sustituidas. Darel no tenía hermanas, ni tampoco primas. De hecho, la única mujer en la familia era la prima Shannya, y nadie parecía prestarle especial atención. Sin duda, Darel era la excepción. Mientras que su primo Varg ni tan siquiera se planteaba el casarse, él ansiaba poder compartir su vida con su princesa. La amaba con pasión. Pero mentiría si dijera que no sentía desconfianza hacia el resto de las féminas. Y no es que no le gustaran, al contrario. Las mujeres le apasionaban, pero en sus miradas creía ver el reflejo de las brujas que tiempo atrás tanto habían maltratado la isla. No se sentía a gusto a su lado, y por mucho que lo intentase, como en el caso de Arabela, era incapaz de sentirse a gusto con ellas. Darel opinaba que en la vida de cada hombre tan solo había hueco para una mujer, y en su caso, ese espacio estaba cubierto por Lorelyn.

Y aunque Julius era distinto a sus hermanos, Darel estaba prácticamente seguro de que le sucedía lo mismo. Tan solo había habido una dama en su corazón una vez, y le había durado demasiado poco. Por muy bella que fuera y por mucho que lo intentara, aquella jovencita de pelo blanco no lograría más que calentar las sábanas.

- Si así es, imagino que el tío Solomon lo sabría.

- Seguramente, aunque creo que él no comparte la afición de mi padre por las damas. Pero de todos modos, si así fuera, ¿Qué importaría? Está inconsciente.

- Ythan dice que el anciano le hacía despertar tomando una poción... quizás Symon pueda ayudarnos. Él es un auténtico experto en narcóticos y hierbas exóticas.

- Apuesto a que sería incluso capaz de despertar a un muerto.- dijo en un susurro poco convencido.- Pero en estos últimos días le he estado esquivando. No creo adecuado pedirle ahora su ayuda.

- Yo le soporto a diario. Le pediré consejo... y si no es posible, me colaré en la habitación. Sé que Varg ha prohibido el paso a todo el mundo, pero encontraré la manera de entrar. ¡Es más...! No soy estúpido, sé como mira a mi prometida... quizás podríamos conseguir que él mismo nos enseñara ese pasillo secreto.- dio otro sorbo a la copa, meditabundo.- Al fin y al cabo, el Rey debe ocupar la habitación asignada para tal cargo, ¿no?- esbozó una media sonrisa cargada de malicia.- Además, estar a tanta altura no puede ser bueno para un paciente. Varg debería ocupar esa habitación... y si es cierto que existe un pasillo secreto, se lo mostrará a mi prometida.

Julius frunció el ceño, poco convencido.

-    Eso es jugar con fuego, sobrino.- le advirtió.

-    Lorelyn haría cualquier cosa con tal de adquirir pruebas en su contra. El doctor jamás abandonaría a mi tío, y es demasiada casualidad que haya desaparecido justo cuando mi primo decidió ir a verle. Ha debido hacer algo con él... y apuesto a que buscará alguna ocasión especial para sacarlo sin levantar sospechas.

-    Una ocasión especial como puede ser una boda.

El muchacho ladeó el rostro, sorprendido ante el resultado de sus sospechas. Asintió convencido de que su teoría era totalmente cierta.

Julius, por su parte, tenía bastantes más dudas.

-    Todo esto es una locura. Conozco a mi sobrino, y aunque quizás no sea un príncipe de cuento, tampoco es un desalmado. La ambición le ciega a veces pero...

Julius no acabó la frase, pues a pesar de no poder verle, pudo sentir la repentina tensión que se apoderó de su sobrino. Darel, por su parte, trató de disimular ante aquellas palabras, pero la expresión de sospecha de su tío provocó que empezara a hablar. Estaba demasiado ansioso por poder lanzar un nuevo enemigo sobre su primo como para desaprovechar la oportunidad.

-    Tío, Varg no es tal y como creéis. Esta mañana ha hecho asesinar a muchos sirvientes de la corte que llevaban años trabajando aquí. No ha ido a visitar a su padre en días a pesar de estar en la misma fortaleza, y ni tan siquiera se inmuta cuando el consejo habla sobre la posibilidad de que muera. De hecho tan solo se inmutó cuando los rumores de que vos podríais ser nombrado Rey temporalmente en vez de él, y su reacción fue de lo más deplorable.- juntó las manos y se las frotó con nerviosismo. Nuevamente sentía la mirada de su tío taladrándole la nuca.- Sé que estoy faltando a mi promesa con mi querida prometida, pero tenéis que saber lo que sucedió...

±±±±±

Oculta entre las sombras de uno de los patios, Elaya observaba con atención el balcón de piedra que se alzaba a veinte metros por encima de ella. A pesar de la capa de lana, sentía el terrorífico frío rasgarle la piel; tenía las manos y los pies totalmente congelados, el rostro congestionado y los ojos llorosos.

A pesar de ello, no se había movido ni un ápice en las últimas dos horas.

Elaya había acudido a los pies del balcón guiada por un mal presentimiento. Mientras que Darel y Julius se concentraban en buscar alternativas para acabar con Varg, ella había encontrado un nuevo objetivo. Alguien a quien nadie prestaba atención, pero que tenía un gran peso en los acontecimientos. De hecho, sin esa persona, Julius no abandonaría la fortaleza, y Varg no se quedaría solo.

Ella era el centro neurálgico, y lo que era peor, la única que se había atrevido a hacer sombra a su hermana. A Elaya no le gustaba en absoluto Julius para Arabela, pero ella lo había elegido, y se negaba a permitir que nadie se lo arrebatara.

Además, esa mujer tenía algo extraño que la perturbaba.

Les había estado esquivando todos aquellos días, y Elaya sospechaba que era porque escondía algo. Julius estaba débil, pero no era estúpido. Era un hombre fuerte y apto que jamás dependería de nadie. El hecho de que hubiese vuelto con una dama a cuestas cuando aún suspiraba por su hermana la hacía sospechar. Y es que, aunque quisiera negarlo, cosa que no hacía, Julius pensaba en su hermana, y por ello esquivaba a Elaya.

Había decidido acabar de una vez por todas con aquella situación. Si esa mujer le había hecho algo, ella lo descubriría y la eliminaría. Y con un poco de suerte, antes de que su hermana volviera.

Es más, su plan era limpiarle el camino. Cuando Arabela volviera Julius la estaría esperando, y sería ella quien se convertiría en su mujer. El caballero se uniría a ellos, viajaría a Alejandría y se posicionaría junto a su sobrino y los Muerte.

Pensar en todo aquello le daba fuerzas para seguir aguantando las bajas temperaturas. Esa mujer saldría al balcón tarde o temprano, pues a pesar del frío, era una noche magnífica, y allí estaría ella para observarla y estudiarla.

En realidad había sido Cupiz quien le había informado que le  gustaba salir al balcón por la noche, pero ella prefería pensar que había sido su propio instinto quien la había guiado hasta allí.

Elaya se apretó la capa en las espaldas y le dio un sorbito a la botella de té que su hermano le había preparado. A pesar de las horas, el contenido seguía estando casi tan amargo como caliente.

Llevaba varias horas esperando cundo una sombra cruzó el campo visual de Elaya. Alterada, la muchacha giró sobre si misma. Postrado en lo alto de una de las ramas de un pino, encontró al causante.

Era un cuervo negro como la noche, de grandes ojos rojos y pico plateado. Un bello ser portador de malas noticias para la mayoría,  pero dulces recuerdos para ella. No sabía como era capaz de recordarlo, pero la imagen de un bosque lleno de cuervos que velaban por ella moraba en su memoria desde bebé...

El cuervo graznó, y Elaya silbó. Tan pronto el sonido ululante alcanzó al ser, este voló hasta postrarse en una rama junto a ella. Frotó el pico contra la rama y volvió a graznar. Tras él, perdidos entre la maleza y los árboles, varios espectros deambulaban con las miradas perdidas mientras entonando suaves cánticos lastimeros.

Darel hubiese chillado de terror ante tan tétrica visión, pero Elaya se limitó a contemplarles en silencio. En Alejandría solían morar por los pasillos, y a ella nunca le habían resultado una molestia. Al contrario. Le tranquilizaba su presencia, y ahora, más que nunca, agradecía que la acompañaran en una noche tan fría y solitaria como aquella.

Les dedicó una sonrisa amable y volvió a alzar la mirada hacia el balcón. El cuervo tuvo que graznar de nuevo para que Elaya comprendiera que deseaba que le acariciara el plumaje.

Lentamente, los espectros fueron acercándose a la muchacha. Se situaron a su alrededor, a poco más de dos metros, y sellaron los labios. Embutidos en antiguas armaduras de acero, con cascos apuntados y una larga capa oscura a las espaldas, todos los espectros lucían su antiguo uniforme de la guardia del reino. Habían muerto muy jóvenes, pues ninguno de ellos parecía superar los veinte años de edad, pero no parecían haber sufrido ningún tipo de tortura. El primero tenía un largo corte alrededor de la garganta, el segundo una herida en el pecho, a la altura del corazón, y el último todo el costado derecho magullado.

Elaya supuso que habrían caído en alguna batalla.

Los tres guardias hincaron las rodillas en el suelo como saludo a su señora. De repente, se abalanzaron sobre ella. La muchacha intentó chillar, aterrada, pero su voz quedó ahogada por los graznidos del cuervo. Notó la mano espectral de uno de los guardias posarse sobre sus labios, y aún oculta tras aquellos cuerpos traslúcidos, vio que la mujer había salido al balcón.

Sus ojos, del color del oro fundido, estaban fijos con una expresión feroz en el grupo de espectros. Si no hubiese sido por ellos, seguramente la habría visto.

¿Pero como?

Elaya se arrastró por el suelo hasta ocultarse detrás de uno de los arbustos. Los espectros prefirieron quedarse donde estaban, convirtiéndose así ellos en el blanco de la mujer. El cuervo alzó el vuelo. Ascendió los veinte metros que le separaban del balcón y depositó sus garras sobre la fría piedra de la barandilla. Agitó las alas frente a la mujer para captar su anteción.

La mujer era extraña. Tan extraña que el simple hecho de ver su rostro provocó a Elaya un escalofrío. Su exterior era muy peculiar, pero su interior irradiaba una fuerza antinatural que tan solo había visto atrás una sola vez... y fue en Salemburg.

Salemburg...

Las delicadas manos de la muchacha se extendieron hasta el plumaje del cuervo. Empezó a acariciarle con la punta de los dedos. Aparentemente era una mujer joven, de espectacular belleza y rasgos angelicales, pero Elaya creía poder ver más allá. Podía ver que no era más que una máscara, un engaño...

-    Bruja.- dijo uno de los espectros.- Bruja.

-    ¡Bruja!- le secundó otro alzando la voz.- ¡¡Bruja!!

Elaya se volvió a encoger cuando la mujer lanzó una fugaz mirada hacia los espectros. No sabía como, pero los había escuchado, y no tardó en actuar. Apretó la mandíbula y puños, y murmuró algo entre dientes en una extraña lengua. El simple hecho de escucharla resultaba doloroso.

Elaya, repentinamente asustada, cerró los ojos. Durante esas décimas de segundo, algo ocurrió a su alrededor. Los espectros aullaron, el cuervo graznó horrorizado, y un chasquido parecido al de los huesos al romperse llenó el silencio. Una explosión de fuego negro alcanzó de pleno a la muchacha. Esta sintió la piel en llamas, y cayó al suelo inconsciente. Lo único que fue capaz de ver antes perder la conciencia era que los espectros habían desaparecido.

±±±±±

El aullido silencioso de los espectros al desaparecer de la faz de la tierra provocó que Arabela despertara con los ojos bañados en lágrimas de sangre. Se incorporó como un resorte, y ahogó con un profundo lamento la extraña sensación de amargura que le provocó aquella enorme pérdida. Le dolía el corazón, las costillas y los músculos, la cabeza y las extremidades. Sintió unas nauseas horrorosas.

Fuese lo que fuese que había ocurrido, Arabela sabía que no debía haber sucedido. Era algo en contra de la naturaleza; algo en contra del sistema conformado para el círculo vital de la vida y la muerte. Alguien había roto una de las reglas más básicas, y ella estaba padeciendo las consecuencias.

Ella y él, pues Christoff, con el corazón encogido en el pecho, había caído de rodillas junto a las llamas de la hoguera cuando el grito de los caídos estalló en su mente. Escupió sangre al suelo. Tuvo que verter el contenido de la cantimplora en la cara y manter los ojos cerrados durante unos instantes para no desvanecerse.

Willhem, profundamente dormido, ni tan siquiera se inmutó.

-    Dioses.- murmuró Arabela mientras recogía su cantimplora para imitar a su compañero. Quitó el tapón y se la vacío en la cabeza y nuca.- ¿Qué demonios ha sido eso? Es como si me hubiesen dado un martillazo en el corazón.

Aún temblaba, pero poco a poco iba recuperando la  normalidad.

-    No lo sé, pero creo que ha pasado algo muy, muy malo.- replicó Christoff con apenas un hilo de voz.- El mundo entero de los muertos se ha sacudido, y si no has sido tú la culpable, significa que tenemos a un peligroso enemigo morando por la isla.

-    ¿Quién podría ser?- exigió saber Arabela con el rostro empapado.- Nunca había sentido nada parecido.

-    No lo sé.- murmuró este con cierto temor.- Pero deberíamos ser precavidos. Lo mejor es que nos apresuremos. No sé que demonios debe estar pasando, pero no quiero que me vuelva a coger en medio del bosque.

-    De acuerdo.- Se puso en pie, aún con las rodillas flojas.- Despierta al niño, nos vamos ahora mismo.

±±±±±

Symon aulló de dolor cuando el mundo a su alrededor pareció explotar. El aullido de millones de personas al sufrir colapsó su mente. El hombre creyó sentir su cuerpo en llamas, y todo su ser pareció perder el control.

Gabriela, a su lado, le estrechó entre sus brazos cuando empezó a temblar.

El hombre se incorporó con lentitud, con el rostro y el cuerpo cubierto de sudor frío. Trató de contener el dolor que azotaba su alma. Devoró con ansiedad el sufrimiento, masticó el mal estar, y engulló la angustia hasta lograr poder recuperar el control de su cuerpo.

Ya algo más calmado, se incorporó en la cama y se apartó los mechones azabaches de cabello de la cara. Deambuló con dificultad hasta la mesa y le dio un trago a la botella de vino que había dejado unas horas antes.

Se masajeó las sienes.

-    ¿Estás bien?- musitó Gabriela desde la cama.

-    No... no lo sé... ¿lo has notado?

-    Debe haber sido una pesadilla... vuelve a la cama.

-    Una pesadilla...- meditó sobre ello breves segundos.- Espero que tengas razón...

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