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Capítulo 40

Capítulo 40

Hacía ya muchos días que Varg no acudía a los aposentos de su padre.

Cuando aquella noche apareció, los guardias no pudieron disimular la sorpresa. Sus hermanos menores iban cada día a verle y pasaban muchas horas a los pies de la cama donde estaba postrado. También habían acudido a visitarle conocidos como Dorian, el más querido de los artistas del Rey, su sobrino Darel y su prometida; el señor Symon Lothryel, y miembros de la guardia de ambos reinos. Incluso había ido su hermano menor un día después de su llegada, pero de Varg no había habido visita alguna.

Los rumores decían que el joven heredero ya estaba formando su propio consejo de sabios. También se decía que estaba diseñando planes de futuro, buscando lealtades y aliados, pero lo único que era cierto es que se estaba preparando para ocupar el trono.

Pero que él ya estuviera saboreando el trono no implicaba que el Rey fuera a morir. Su estado empeoraba día a día peligrosamente, pero cuando parecía llegar al límite, al siguiente amanecer despertaba recuperado. Era un ciclo sin fin. Pero Varg sabía que mientras su padre siguiera con vida, de nada servirían sus planes. El Rey daba órdenes a su consejo desde la cama, y este los ejecutaba sin problemas.

Y fue precisamente aquella situación la que provocó que Varg decidiera acudir a los aposentos de su padre. Su último intento de apoderarse del trono antes de la muerte del Rey había sido rechazado por el consejo y parte de la guardia, y empezaba a estar cansado.

¿Acaso era necesario que corriera la sangre de su padre? Porque si así era, no dudaría en apuñalarle con su propia daga, pero antes de llegar a aquel extremo le gustaría poder encontrar alguna otra alternativa.

- Padre.- llamó desde detrás de la puerta. Llamó un par de veces a la puerta, y aguardó unos segundos antes de entrar.

La sala estaba totalmente a oscuras cuando entró. La ventana estaba abierta, y un frío infernal amenazaba con congelar a su silencioso padre. Este, envuelto entre gruesas sábanas, permanecía dormido.

Sentado en una pequeña silla de madera estaba el doctor Mitras Blake, uno de los mejores amigos del Rey Solomon. El ya anciano doctor había asistido a los tres nacimientos de los hermanos, y desde entonces no había abandonado la fortaleza. Apreciaba a Solomon y a Julius como a sus propios hijos, pero el paso del tiempo le había vuelto olvidadizo. En los últimos tiempos había ido olvidando detalles. Uno de ellos, y sin duda el más sorprendente, era que ya no recordaba a Konstantin. El haber olvidado al Rey de Alejandría provocaba que no fuera capaz de ubicar al joven Darel. Esto le había impedido sentirse a gusto en su presencia, y durante los últimos días se había mantenido oculto en sus aposentos. Y habría seguido escondido si no fuera porque el empeoramiento de la salud del Rey le había hecho levantarse de la cama. Desde entonces no se había alejado ni día ni noche de él.

-    ¿Ythan? ¿No es ya tarde para que estés despierto, muchacho?

-    No soy Ythan, doctor.- respondió Varg con tranquilidad.- Mis dos hermanos duermen hace ya rato.

-    Vaya, el joven heredero... menuda sorpresa verte por aquí.- dijo el doctor con voz pastosa.- Imaginaba que estarías jugando a ser Rey.

Harapiento, calvo y de poco más de un metro y medio de altura, Varg vio en él una posible víctima de su rabia si no era capaz de controlar esa lengua viperina que los Dioses le habían dado. Tiempo atrás había sido sabio y persuasivo, pero ahora ya no quedaban más que la sombra de lo que había sido. Ojos azules apagados y llenos de cataratas, piel lechosa sobre huesos débiles, manos temblorosas... a parte del recuerdo, poco quedaba de aquel al que tiempo atrás había respetado casi tanto como a su padre.

-    Muy agudo.- respondió con sarcasmo.- Veo que no es mi padre el único que empieza a delirar. ¿Acaso vos también estáis ya a las puertas de la muerte, doctor?

-    Más quisieras.- gruñó entre dientes.- Ni él ni yo vamos a abandonar el reino tan pronto, víbora.

-    Menos insultos, viejo, o empezaré a tomar medidas.- dijo de mala gana. Se acercó a los pies de la cama de su padre y tomó asiento.

Su padre había perdido el vigor que siempre le había caracterizado. Su aspecto ahora era el de un hombre débil. Tenía los ojos cerrados, los labios ligeramente entre abiertos y los pliegues de la sábana apretados entre los dedos.

Si no fuera porque su pecho se inflaba y desinflaba rítmicamente, hubiese jurado que era un cadáver el ser que descansaba entre las sábanas.

-    Me pregunto porque habrá enfermado tan de repente.- dijo con voz cantarina.

Volvió la mirada hacia los recipientes y distintos ungüentos que llenaban la mesilla de noche de su padre y chasqueó la lengua. En aquellos precisos momentos el doctor estaba humedeciendo una compresa en un cuenco lleno de agua de color amarilla.

-    Quizás sean las bajas temperaturas, la edad... o quizás esas pócimas de brujo que empleas, ¿no crees?

El anciano no le prestó atención. Plantó la compresa sobre la frente del Rey y enjuagó con delicadeza las gotas de agua amarilla que cayeron por su rostro pálido. El hombre cerró los ojos, como si el simple contacto le generase dolor, pero pronto se quedó tranquilo.

-    Son estas mismas pócimas las que salvaron a tu tío hace años, niñato desagradecido.

-    ¿Cual? ¿El ciego o el cobarde?- cruzó los brazos sobre el pecho, con una amplia sonrisa de hiena en el rostro.

-    Eres afortunado, muchacho. Si tu padre pudiera oírte mandaría que te mataran.

-    Precisamente por eso hablo cuando él no me escucha.- rió entre dientes.- Dime viejo, ¿Cuánto le queda? ¿Horas? ¿Días? Parece un cadáver.

-    Ha estado peor.- se aventuró a decir. Tomó un par de frascos de cristal que había sobre la mesa y mezcló en un tercero sus contenidos.- Muchísimo peor. De hecho estoy convencido de que en un par de días podrá volver a levantarse.

-    Para volver a caer, claro.- chasqueó los dedos.- Siempre el mismo proceso... ¿es que acaso no va a morir nunca?

-    Si no lo ha hecho ya, dudo que lo haga.- sacudió el frasco tres veces y vertió el contenido, de un intenso color dorado, en los labios cortados del hombre.- Y doy gracias al cielo por ello.

-    ¡Estupideces!- extendió la mano hasta la de su padre, y apretó los dedos alrededor de la muñeca. Había pulso, muy débil, pero pulso a fin de cuentas.- Maldición, viejo, ¿¡es que acaso no vas a morirte nunca!?

Varg apretó los colmillos, pero soltó a su padre cuando el anciano le abofeteó. El muchacho ladeó el rostro, con una mezcla de sorpresa y rabia en la garganta, y se obligó a si mismo a sonreír en vez de abalanzarse sobre su cuello y estrangularle.

-    ¡Modera tu lengua alimañaza! Soy viejo, pero no sordo.

-    Y pronto serás manco y mudo como vuelvas a atreverte a levantarme la mano, estúpido.- se frotó el pómulo, profundamente ofendido, pero no dio mayor importancia al pequeño corte que le había abierto. Se atusó el cabello detrás de las orejas y suspiró.- Despiértale, quiero hablar con él.

-    No puedo.

La mano de Varg alcanzó su garganta con tal velocidad que ni tan siquiera pudo acabar de pronunciar la última palabra. Cerró los dedos con fuerza alrededor de la garganta del anciano y lo alzó a pulso con facilidad. Este, aterrado y medio ahogado, empezó a manotear, pero no sirvió para nada. El muchacho le arrastró como si de un muñeco se tratara hasta la pared, y allí le estrelló de un fuerte empujón.

Una vez estuvo ya en el suelo, se agachó a su lado.

-    Creo que hoy hemos empezado bastante mal, viejo.- dijo con voz aguda al borde de la histeria.- Pero apuesto a que aún hay tiempo para que nos reconciliemos... al menos por el bien de la familia, ¿no crees?

El anciano lloriqueó algo relacionado con su espalda y los huesos, pero él no le prestó la más mínima atención. Se incorporó con paso firme y tomó un par de frascos de cristal de la mesa. Cada uno contenía distintos líquidos de colores poco apropiados para el concepto que él tenía sobre los medicamentos.

-    Mis hermanitos son de lo más bocazas. Son muy jóvenes... unos niños en realidad, pero saben lo que ven. Y me dijeron, con una amplia sonrisa atravesándoles el rostro, que el doctor había despertado a "papá". Todo un milagro, ¿eh?- sacudió sin delicadeza alguna los frascos para horror del doctor.- Despiértale, viejo, o te moleré a patadas hasta que escupas la respuesta.

 Mitras Blake lloriqueó cuando el muchacho volvió a patearle. Trató de resistir, pero el dolor se hizo insoportable cuando Varg decidió abrirle una amplia herida en el muslo con la daga. El anciano balbuceó la respuesta con los ojos llenos de lágrimas de terror, y corrió a refugiarse a uno de los rincones.

Varg, por su parte, permaneció unos minutos deleitándose del pavor del anciano. Estudió con detenimiento el reguero de sangre que fue dejando la herida de la pierna y rió a carcajadas cuando este empezó a lloriquear.

-    Siempre fuiste un auténtico payaso.- dijo entre risas.- Pero por el momento no me interesas muerto; tienes suerte.

Y tras decir aquellas palabras, cogió el frasco de color rojo que Mitras había mencionado y lo destaponó con facilidad. En su interior había un extraño líquido viscoso de color azul de aspecto nauseabundo, pero con un magnífico aroma que no dudó en verter entre los labios de su señor padre.

Tomó asiento a su lado unos instantes y tomó su mano con amor hasta que Solomon abrió los ojos. Lo recibió con una amplia sonrisa. Una vez se aseguró de que le había reconocido, le besó con falsa devoción la frente sudorosa. El Rey trató de estrecharle la mano, pero tenía tan pocas fuerzas que ni tan siquiera fue capaz.

- Varg.- barboteó.- Cuanto me alegro de verte... decían que estabas fuera de la fortaleza.

Muy atentos, pensó Varg con malicia.

-    Lo lamento padre, pero no pude acudir antes a veros. ¡Cielos! ¿Pero que os ha pasado? La última vez que nos vimos estabais mal, ¡pero no tanto!

-    No lo sé, hijo mío.- dijo con voz cansada.- Siento que las fuerzas me abandonan continuamente, y tan solo dormido encuentro un poco de paz. Me duele el cuerpo... ¡me duele hasta el alma!

-    Pero a pesar de ello seguís con vida... ¿Qué clase de enfermedad es esta que juega con vos de esta manera? ¡Viajaré por todo el mundo si es necesario en busca de un médico capaz de salvaros!

-    No mientas, pequeño.- dijo el Rey.- Sé que ansías que muera. Te conozco. Eres tan ambicioso como yo de joven... pero no me rindo por el momento.

-    ¡Que cosas tenéis, padre!- rió Varg con excesiva alegría.- Cualquiera que os escuche dirá que sospecháis que soy yo quien trata de mataros.

-    Si fueran cuchilladas no dudes que lo pensaría.- tomó la mano de su hijo entre las suyas y la estrechó con suavidad.- Mi hijo... debes hacer algo. Temo que me están envenenando.

¿De veras?, pensó Varg con diversión.

-    ¡¡Envenenándote!!- exclamó.- ¡Cielos Santo padre! ¡Eso es horrible! ¿Acaso sospecháis...? Quizás el doctor...

-    Oh, no, él no, te lo aseguro. Él ha logrado traerme del reino de los muertos en varias ocasiones. No, no...- tosió sangre.- Sospecho que es la comida. Alguien en las cocinas debe estar intentando envenenarme... ¡un conspirador! Precisamente por eso no como ya apenas.

-    Padre, eso no son más que locuras producidas por la fiebre.- le tranquilizó.- Estáis tan débil que no sabéis ni lo que decís. Sospecho que, en realidad, es la enfermedad lo que os consume.

-    ¿Lo crees?

-    Claro padre. Confiad en mí, yo nunca os mentiría... pero de todos modos, para que os quedéis más tranquilo, haré que les corten las manos a todos los cocineros y contrataré a nuevos. Si es cierto que intentan envenenaros yo mismo me encargaré de acabar con su maléfico plan.   

El hombre asintió ligeramente con la cabeza, profundamente agradecido.

-    Eres un gran hombre, Varg.

-    Hijo de un gran Rey.- replicó este con suavidad.- Me entristece profundamente veros así, padre. Ojalá pudiera hacer algo para ayudaros.

-    Debes obedecer a tu tío, Varg. Él es un gran guerrero. Te ayudará a convertirte en el gran Rey que en el futuro serás.

Las palabras se quebraron en los labios de su padre, pero a él no le importó que perdiera parte de la conciencia. Varg apretó los colmillos, profundamente dolido, y mantuvo la mirada fija en el rostro consumido de su padre hasta que este pareció volver a despertar.

Necesitó masticar las palabras antes de poder tragárselas. ¿Qué obedeciera a su tío? ¿Al ciego de su tío?

La sangre le hervía.

-    Padre, mi tío se ha quedado ciego.

-    Lo sé, lo sé...- trató de alcanzar de nuevo la mano de su hijo, pero este no le ayudó en absoluto.- Pero es un hombre muy sabio...

-    No es justo, padre. Julius ha traído consigo a una mujer. A su prometida. Después de todo lo que ha hecho por nosotros no es justo que sigamos aprovechándonos de él incluso ahora que tan mal lo está pasando.

-    Julius casado...- barboteó meditabundo.- Jamás me lo imaginé... esa Lothryel...

-    No es con ella con quien se va a casar, padre. Es una dama muchísimo más bella y de más alta cuna. Madame Severinne Du Laish.

Solomon arqueó las cejas, sorprendido, pero no le dio mayor importancia. Varg, por su parte, aún estaba dando gracias a los Dioses por no necesitar tener que casarse con aquel monstruo para poder tener el apoyo de los hermanos Lothryel. ¿Pero como imaginar que aquella mujer recibiría su merecido tan pronto? Y lo que era más inesperado, ¿quién iba a suponer que su tío se casaría con una auténtica extraña? Estaba claro que la muchacha tenía ganas de escalar grados en la escala social; de no ser así nadie con su belleza jamás habría contraído matrimonio con un ciego. Era una mujer astuta; un auténtico tesoro de los Dioses.

-    Padre, quizás al tío le iría bien retirarse a descansar a la fortaleza Erytra. Sé que es un lugar muy especial para vos, pero vuestro hermano lo merece. Después de todo, sin él seguramente nosotros ya no estaríamos aquí. Ha hecho tanto que creo que es lo mínimo que podemos ofrecerle.

-    Dudo que Julius lo acepte. Es tan tozudo...

-    Padre, a veces es necesario tomar decisiones como esta. Vos estáis mal, pero sé que sanaréis, pero él... él ya no tiene salvación. Lo mejor es que se adapte cuanto antes a su nuevo estilo de vida, y allí, en Erytra, los sirvientes le cuidarán muy bien. ¡Pero ya sabéis como es! Si no se lo ordenáis...

-    Tampoco desearía que nos abandonase en unos momentos tan críticos como estos... es una decisión complicada.

-    No tanto, padre.- tomó de nuevo su mano, con amabilidad.- Mi primo sigue aún aquí... y asegura que hasta que no os recuperéis no se irá. Entre él, la prima y el consejo, la guardia y mi persona lograremos mantener la calma en el reino hasta vuestro regreso. Además, siempre estaríamos a tiempo de enviar un mensajero. No hay tanta distancia entre las dos fortalezas.

El anciano se quedó en silencio, meditabundo, pero asintió con la cabeza levemente. No estaba convencido de lo que le estaba diciendo, pero tampoco se sentía con fuerzas como para plantearse nada más. Sentía dolor y cansancio, y lo único que deseaba era dormir.

Ladeó ligeramente el rostro, agotado, y entrecerró los ojos. Si hasta ahora había visto a su hijo a través de un velo de oscuridad, ahora prácticamente flotaba entre sombras. A cada segundo que pasaba se sentía más lejos de la realidad... más agotado... más...

-    Quizás tengas razón, hijo mío... tu tío también merece descansar, como yo. Descansar... sí, ordénale que, tras casarse, ocupe la fortaleza de Erytra. Me gustaría tanto poder verle casado...- cerró los ojos del todo.- Y a ti también, hijo mío... y a tus hermanos... el tiempo pasa tan rápido... pero a la vez tan despacio...

-    Paciencia, padre.- murmuró como despedida mientras le arropaba.- Paciencia, todo acabará pronto.

Acarició el rostro ya dormido de su padre, y se incorporó, pensativo. Sentía tristeza por ver el estado de su padre, pero también alegría. Una alegría tan profunda por estar tan cerca de su objetivo que eclipsaba al resto de emociones.

Giró sobre si mismo con fuerzas renovadas y detuvo la mirada en el anciano. Este, aún tembloroso, moraba en el suelo sobre un charco de su propia sangre.

- Ay viejo, si no estuvieras tan mayor cualquiera te creería cuando dijeras que he sido yo quien te ha herido.- se burló con maldad. Después, con enervante tranquilidad, desenfundó la daga que portaba anudada a la cintura.- Pero visto lo visto, me parece que ya nada te ata al mundo de los vivos. Alguien envenena a mi padre, y tan solo hay dos claros candidatos. O los cocineros o tú.

Alzó el arma, amenazante, y sonrió presa de la más profunda de las maldades.

-    Y no te voy a engañar. Nunca me has gustado demasiado.

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Elaya apartó la vista del estrado segundos antes de que los verdugos iniciaran su trabajo. La acusación de intento de asesinato era muy grave; una muerte segura en la mayoría de las regiones, pero únicamente una acusación en Alejandría ante la ausencia de pruebas. En esta ocasión, no las había. Los delirios del Rey habían sido empleados por su hijo como demostración de poder, y aquel terrorífico espectáculo era el resultado.

Las puertas de la fortaleza se habían vuelto a abrir para recibir a los centenares de personas que habían sido convocadas de las aldeas y pueblos de los alrededores. En el patio principal se había instalado una plataforma de madera de dos metros de altura, y allí habían aguardado durante tres días sin comer ni beber los prisioneros. El cuarto amanecer los verdugos acudieron a su encuentro, les encadenaron al suelo, les obligaron a situar las manos sobre los cajones, y esperaron entre gritos de terror y lamentos hasta que se las cortaron.

A medio día les cortarían la cabeza ante los ojos del pueblo, como señal de justicia, fuerza y disciplina. Quizás el Rey no estuviera en su mejor momento, pero mientras estuviera su hijo con vida, no escatimarían las demostraciones de poder.

Elaya apretó la mano de Darel cuando el público quedó en completo silencio. Podía captar el hedor de la sangre, el terror de los niños, los murmullos de los adultos... la justicia de Reyes no siempre servía para liberar al pueblo de amenazas.

En casos como aquel lo único que lograban era aterrar al pueblo; objetivo real del futuro Rey.

Lo observaban todo desde lo alto de uno de los balcones. Incluso desde allí arriba podían sentir el temor de los ciudadanos.

-    ¿Se ha inmutado?

Junto a la pareja estaba el tío de Darel, Julius Blaze. A pesar de la petición expresa de su sobrino, el hombre había decidido asistir al evento. Aún no estaba recuperado, y seguramente tardaría mucho en lograrlo, pero el mal estado de salud no le había impedido presentarse. Deseaba saber qué estaba sucediendo, y bajo su punto de vista, la narración de su sobrino Darel era la que más se asemejaba a la realidad. Era consciente del odio y rivalidad que había entre ambos primos, pero a diferencia de Varg, consideraba a Darel una persona digna de confianza. Tarde o temprano le cegaría la codicia, como a la mayoría de los miembros de la familia Blaze, pero hasta entonces aprovecharía la poca inocencia que aún poseía para sonsacarle información. Tras su marcha, sería el turno de sus sobrinos más jóvenes.

-    No deja de sonreír.- respondió Darel en un mero susurro.

Darel no mentía. Varg había iniciado el evento con un largo y aterrador mensaje de justicia divina en el cual se había autodenominado el justiciero del reino. Después había leído los nombres de los miembros de la familia de cada uno de los cocineros y asistentes, ofreciendo una importante recompensa a aquellos que los trajeran con vida. Se había pavoneado paseando sobre los charcos de sangre de los prisioneros, y había ordenado a varios de sus siervos que les diera de beber una pócima revitalizadora. Los prisioneros despertaron, y con la conciencia volvió el dolor de los miembros perdidos, el mareo de la falta de sangre y la desesperación de saber que serían plenamente conscientes de su fatal destino.

Por último, había mandado cortarles la cabeza con un ligero ademán de cabeza mientras él, acomodado en un trono que se había hecho tallar de oro macizo, lo observaba todo con una copa de vino entre manos.

Tal y como Darel había dicho, no había dejado de sonreír como un auténtico perturbado durante toda la ceremonia.

-    Ya veo.- sentenció Julius con frialdad.- ¿Ha acabado ya?

-    No, esperad, parece que va a decir algo.

Varg dio un largo trago a su copa de vino bajo las atentas miradas de sus súbditos. Algunos ciudadanos habían empezado a abandonar el recinto, pero antes de que pudieran llegar a irse, los miembros de la guardia se replegaron, impidiendo su salida.

El nerviosismo empezó a brotar entre los presentes...

Pero duró poco. El joven príncipe dejó caer la copa desde el brazo del trono, se secó los labios con un pañuelo blanco, y se puso en pie. Todas las miradas se clavaron en él cuando el cristal se estrelló contra el suelo.

Paseó entre los cadáveres y los verdugos con las manos tras la espalda. En su rostro aún se podía ver una mueca de desdén propia de aquellos a los que aquel tétrico espectáculo no les afectaba lo más mínimo. Canturreó por lo bajo, pensativo, y por fin se detuvo a los pies de la plataforma, con la mirada fija en la marea de personas que le observaba.

-    Mi amado y devoto pueblo... después de este trágico pero justo suceso con el que nuestro reino se ha visto azotado, me enorgullece poder ofreceros una noticia que, sin duda, llenará vuestros corazones de gozo y alegría.

Hizo una breve pausa en la cual aprovechó para seguir deambulando por la plataforma. Los murmullos y susurros empezaron a multiplicarse entre el gentío.

Darel y Elaya, por su parte, intercambiaron una larga mirada de complicidad. Ambos sospechaban lo que estaba a punto de anunciar, y temían la posible reacción de Julius. El príncipe soltó la mano de su prometida para tomar el brazo de su tío.

-    Tío, deberíamos irnos ya.

-    No será capaz.- replicó este sin moverse ni un ápice.

La pareja volvió a mirarse, dubitativa, pero pronto Julius recibió su respuesta. Varg volvió a detenerse en la plataforma y esbozó una amplia sonrisa cargada de orgullo y alegría falsa.

-    Como todos sabéis, mi señor primo, hijo del Rey Konstantin de Alejandría, va a contraer matrimonio con lady Lothryel en breves... y lamentablemente nosotros no podremos ser testigos de tan bello enlace, pues se celebrará en el Reino de Alejandría. Por suerte, en su lugar vamos a poder disfrutar de uno de los enlaces más esperados... y no precisamente el mío.

Julius suspiró profundamente y apretó los puños, deseoso de poder coger por el pescuezo a su sobrino. Escuchó de nuevo la petición de Darel de abandonar el balcón, y optó por obedecerle. Lorelyn, por su parte, prefirió quedarse allí para acabar de escuchar el discurso. Darel ordenó a Cupiz que se quedara con ella.

Juntos contemplaron con sorpresa el transcurso de los acontecimientos.

-    Mi amado tío ha sufrido un terrible accidente durante una de sus expediciones... y es precisamente por eso por lo que mi padre ha decidido ofrecerle la posibilidad de retirarse a descansar en la fortaleza Erytra. A partir de ahora él será el señor de la fortaleza... pero antes de partir celebrará su tan esperado enlace con su prometida, la señorita Severinne Du Laish. Una dama de alta cuna...

Cupiz frunció el ceño, pensativo. La fea cicatriz que ahora cruzaba su ojo era de un intenso color rosa, casi rojo. Tardaría en sanar del todo, pero nunca le abandonaría.

El hombre cruzó los brazos sobre el pecho y estudió con detenimiento la reacción del pueblo. Tal y como era de esperar, todos parecían desconcertados, y no solo por el hecho de que fuera a casarse. La gran sorpresa había sido la identidad de la prometida.

La señorita Du Laish había surgido de la nada, y su exitosa carrera resultaba demasiado sospechosa. Era evidente que ella no amaba a Julius y que su matrimonio era de puro interés, ¿pero acaso no tenía él nada a decir?

Cupiz no conocía demasiado a Julius, pero lo poco que habían podido hablar durante aquellos días le había bastado para hacerse una idea muy distinta del caballero de la que ahora ofrecía. A Julius no le interesaban las mujeres ni los compromisos, tampoco la posición social. Su vida era la guerra, y aunque ahora estuviera privado de vista, dudaba que eso fuera excusa suficiente para él como para apartarse del campo de batalla.

Varg le estaba obligando a retirarse; a alejarse de Reyes, ¿pero acaso también le obligaba a casarse? Había quienes decían que había aceptado a la muchacha para poder tener a alguien que le cuidara, pero Cupiz dudaba mucho que alguien como él dependiera de alguien. Desde su óptica, aquellos acontecimientos eran totalmente inesperados y extraños. Tenía que haber algún extraño motivo que mantuviese a aquellas dos personas juntas, y sospechaba que era algo oscuro.

-    Así pues, dictamino que el enlace se celebrará dentro de cinco días. Todas aquellas familias que reciban la invitación será bienvenida, y el resto, dado que imagino que ansiara poder compartir estos momentos de júbilo con los suyos, disfrutará de tres días de celebraciones en sus poblaciones.- hizo una pausa teatral.- ¡Va a ser un gran día para todos!

-    Y sobretodo para ti, mal nacido.- murmuró Elaya por lo bajo.- Impresionante, se ha deshecho de su padre y de su tío de un plumazo. ¿Qué será lo siguiente?

-    Nosotros, princesa.- replicó Cupiz en un susurro.- Una vez nosotros abandonemos la fortaleza, ya nada ni nadie apartará al príncipe Varg del trono.

Elaya apoyó las manos sobre la fría piedra de la barandilla y observó con detenimiento al príncipe heredero. Tras el discurso había llegado el momento de prender fuego a los cuerpos decapitados y clavar las cabezas en las picas. Un ritual espeluznante al que él parecía dispuesto a asistir con una amplia sonrisa atravesándole el rostro.

Le encantaba ser el centro de atención; le hacía sentir poderoso. Tan poderoso como si portara la corona sobre la cabeza y el cetro de mando en la mano.

Elaya le odiaba. Había jugado sus cartas a la perfección, y ayudado por la mano de los Dioses, había conseguido alcanzar el poder antes incluso de que nadie pudiera darse cuenta. ¿Sería consciente de ello el Rey? Seguramente no. Mientras que su hijo danzaba entre cadáveres, él seguía en el lecho de la cama moribundo y solo. Tan solo que cualquiera podría acabar con su vida sin que nadie se diese cuenta.

Si al menos Mitras Blake estuviera a su lado todo habría sido distinto.

Se decía que el anciano había enloquecido, y quizás fuera cierto, pero jamás se había apartado de su Rey hasta ahora. Hacía ya tres días que había desaparecido, y Elaya sospechaba que alguien había ayudado al anciano a quitarse del medio. Y no es que sintiera demasiado aprecio por el anciano, pues cada vez que había acompañado a Darel a visitar al Rey este había preferido ir a otra habitación, pero había habido algo en la mirada perdida del doctor que había provocado que Elaya sintiera lástima por él. Lástima por ser un alma abandonada a la suerte de los Dioses, pues la única familia que se le conocía era el mismo Rey que ahora se debatía entre la vida y la muerte en la cama, pero también afecto, pues tal era el amor y la ternura con la que trataba a Solomon que Elaya dudaba que pudiera haber cabida a la maldad en un corazón tan puro.

Pero ahora él tampoco estaba, y el Rey estaba solo. Julius pronto abandonaría la fortaleza y ellos partirían al norte. Ya nada quedaría para detenerle.

El reino estaba a punto de caer en sus garras.

-    No sé qué pensar. Todo está pasando demasiado rápido.- reflexionó Cupiz.

-    Yo sí sé qué pensar, pero si Varg me escuchara seguramente me haría decapitar también a mí.- dijo Elaya con rabia.- Lo mejor es que nos vayamos cuanto antes. Si no me equivoco, imagino que pronto el reino se verá envuelto en una guerra civil si no cambian las cosas. No olvidemos que el Rey sigue con vida, y tanto sus consejeros como sus seguidores rechazaran que Varg ocupe el trono que tanto ansía. Un par de muestras de poder más como esta y pronto caerán sobre él con todo el peso de la justicia.

-    Claro que Varg también tiene a sus seguidores.

-    Y si no los tiene, los comprará. Si no es estúpido, muy posiblemente convenza a la guardia para que le sirva a él en vez de a un Rey medio muerto. Ahora que Julius ya no está, la guardia no podrá rechazar sus órdenes. No olvidemos que sirven a los señores del castillo, no al Reino o sus consejeros.

Cupiz asintió ligeramente. Cubrió los ojos de la muchacha con sus manos enguantadas cuando empezaron a clavar los cráneos en las estacas que adornarían la fortaleza durante una temporada. La guió hasta el interior de la terraza, y una vez ya dentro del edificio, la volvió a liberar.

Quizás no había visto la escena, pero había podido imaginarla. Elaya cruzó los brazos sobre el pecho a modo defensivo y aguardó unos segundos en silencio mientras, a su alrededor, el sonido de los festejos en su honor seguían amenizando el silencio. Ni tan siquiera aquella mañana, con los cadáveres de sus compañeros aún calientes en el patio, los artistas y músicos habían podido dejar de trabajar.

Pobre de ellos que lo hicieran.

Un malabarista vestido con un traje a cuadros rojo y verde actuaba en aquellos precisos momentos en el escenario de la sala. Muchos habían sido los curiosos que habían salido a ver lo que ocurría fuera, pero otros tantos habían preferido quedarse a ver el espectáculo del artista. Darle la espalda a la realidad era fácil cuando se pertenecía a la nobleza de Reyes Muetos. La justicia era tan quebradiza que cualquiera con dos dedos de frente aprendía la regla básica del juego: mantenerse alejado del Rey. Disimular y hacer ver que no sucedía nada era la única manera de lograr mantener la cabeza pegada al cuerpo, y todos ellos eran muy conscientes de ello. Tan conscientes que, en vez de preguntarse si debían actuar y buscar alguna solución, preferían reír, aplaudir y beber.

-    Son repugnantes.- gruñó Elaya entre dientes.- ¡Si el Rey Konstantin estuviera aquí no lo permitiría!

-    No podría hacer nada, querida.

-    ¡Pero este es su reino!

-    No lo es. Alejandría es su reino, mi señora. Nosotros no tenemos peso alguno aquí. Solo somos invitados, y por mucho que me duela tener que decirlo, lo mejor es hacer como ellos. Apartar la vista y callar hasta que volvamos a casa.

-    Si al menos Julius pudiera hacer algo...- balbuceó Elaya con amargura al darse cuenta de que, por mucho que lo deseara, todo apuntaba a que no iba poder evitar que su reino se hundiera en manos de Varg.

-    La guardia no desea que Julius siga sufriendo. Adoran a ese hombre, y consideran un insulto para él que siga en la fortaleza. Ahora que los tiempos han cambiado, le desean lejos de toda esta locura. En el fondo solo intentan protegerle. Queramos o no, serán los hijos de Reyes quienes tendrán que decidir el destino de su reino.

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