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Capítulo 39

Capítulo 39

Con la caída de la noche fueron ocho gargantas las que fueron cercenadas a manos de la joven extranjera. Su demostración de poder sería el único modo de cerrar la alianza que la uniría con las gentes del sur, y consciente de ello, Arabela no dudó en elegir a fieros enemigos. Cazó a cuatro lobos salvajes de los bosques de los alrededores, los arrastró hasta la aldea, inconscientes, y ya a los ojos de todos, les cortó la garganta. Las bestias gimieron hasta la muerte, y ya abandonados por el espíritu de la vida, permanecieron inmóviles hasta el amanecer.

Durante las largas horas que faltaban hasta el amanecer, Arabela estuvo en compañía de Christoff, Willhem y los hombres de Eva de Acero. Esta había deseado acompañarles, pero por recomendación de la anciana, aguardó en la fortaleza. El resto, con Samael a la cabeza, formaron un círculo alrededor de los cuerpos, encendieron una hoguera y comieron y rieron durante toda la noche bajo la fría y ligera lluvia sureña.

 Las horas pasaron lentamente, y pronto el frío se apoderó de los presentes. El círculo se juntó más a las llamas, hirvieron agua para mezclarla con hierbas aromáticas y pasaron el resto de la noche bebiendo tazones de té.

Unas horas después, con el primer rayo de luz, un jadeo surgió de una de las gargantas de las fieras. Todas las miradas se centraron en ellas. Tal fue el silencio que cuando el resto de fieras se unieron a los lamentos y se pusieron en pie, el mundo pareció quebrarse.

Samael, a la cabeza de los caballeros, recortó la distancia que le separaba del grupo de Arabela, Christoff y Willhem. Se detuvo ante estos con los miembros temblorosos, y sin decir palabra alguna, se arrodilló.

-    Hay trato.- dijo con voz trémula.

-    Por supuesto que hay trato.- Arabela se puso en pie y cruzó los brazos sobre el pecho, aparentemente meditabunda. Observó a los presentes, uno a uno, hasta volver a concentrar la mirada en Samael.- Partiré esta misma noche de nuevo hacia el Norte. Organiza a tus hombres y que los elegidos se presenten ante mí esta tarde. Acabaremos con esto cuanto antes.

Unas horas después, ya a los pies de una enorme y peligrosa hoguera de llamas azules y verdes, Arabela fue plasmando el don de la vida eterna en todos y cada uno de los guerreros que conformaban la larga fila. Muchos de ellos eran demasiado jóvenes como para incluso haber recibido un beso con anterioridad por lo que, cuando ella les besaba la frente, se estremecían y sonreían sonrojados. Otros, en cambio, eran tan mayores que incluso habían olvidado el sabor de los labios de una mujer. A estos Arabela les mostraba su agradecimiento con un suave y rápido beso en los labios.

Uno a uno, más de 2.000 hombres y mujeres fueron dejando atrás la mortalidad. Dieron las gracias a Muerte con una respetuosa reverencia, y pronto se unieron al resto del nuevo ejército entre gritos de alegría y abrazos de entusiasmo.

 Ya entrado el anochecer, Willhem reunió las monturas. Él no había recibido el don de la vida eterna a pesar de haberlo pedido, pero no le importaba. Deseaba viajar con ellos, y la posibilidad de alejarse de aquel reino de locura era suficiente regalo como para preguntarse porque no había sido uno de los elegidos.

- Así pues es cierto.- escuchó Arabela que le decía una voz.

A punto como estaba de montar a Témpano, volver a encontrarse cara a cara con la anciana Laream fue toda una sorpresa. Desde su último desplante no habían vuelto a verse, y en cierto modo lo había agradecido. Desafortunadamente, la racha de buena suerte parecía haber llegado a su fin.

Entregó las riendas al joven Willhem y con un simple ademán de cabeza le hizo entender que debía unirse a Christoff en el campamento de Samael.

Ya a solas, la mujer volvió la mirada y la atención a la anciana. Esta parecía algo más respetuosa y comprensiva que la última vez, aunque también mucho más cansada y ojerosa.

-    ¿El qué es cierto, anciana?

-    Lo que decías. No has mentido.

Arabela se encogió de hombros con desdén.

-    No tenía necesidad.

-    Conocí a tu madre hace muchísimo tiempo. Era una mujer admirable... aún me duele pensar que la hemos perdido. El tiempo pasa lentamente a los ojos de los mortales, pero para mí un año no es más que un mero suspiro. La primera vez que oí hablar sobre ti y tus hermanos no lo creí. La Kassandra que yo conocí no deseaba transmitir los horrores de su naturaleza a nadie... pero veo que cambió de opinión. Era cuestión de tiempo... siempre tiene que haber un heredero.

La muchacha sacudió la cabeza, bastante sorprendida ante aquella conclusión, pero no respondió. Trató de dar por zanjada la conversación tomando las riendas de su corcel, pero antes de que pudiera, la mano de la anciana alcanzó su muñeca. Tiró de ella con suavidad para obligarla que volviera a mirarla.

-    ¡Muchacha! ¡Escucha los consejos de esta vieja anciana! Cuando sois jóvenes os creéis capaces de comeros el mundo, pero siempre hay un enemigo capaz de vencer incluso al inmortal.

-    ¿Hablas de esa tal Lyonna?- chasqueó la lengua con desprecio.- Ella es vuestro problema ahora, no mío. Eva y Samael acabarán con ella.

-    ¿Y que hay de la otra?- insistió la anciana.- ¡Se cruzará en tu camino!

-    Déjate de patrañas, vieja.- se soltó de un brusco tirón.- No me importa lo más mínimo. Son brujas, nada más. Si desean enfrentarse a mí, morirán en el intento. Si deciden unirse, en cambio, serán aceptadas de buen grado.

La anciana sacudió la cabeza.

-    ¡No son meras brujas, niña estúpida!

-    Cuidado, anciana.- advirtió ella. Depositó la mano sobre la empuñadura de la espada, amenazante.- No juegues conmigo.

-    Escúchame. Una de ellas está localizada, y tiene como objetivo acabar con esta guerra que sucumbe el sur. Pero la otra aún no se ha dado a conocer... y apuesto a que no lo hará hasta que la guerra estalle entre hermanos.

-    Hay mil motivos por los cuales pueden haber acudido, no tiene porque ser por mí. Pero si así fuera, no me importa. Si se ponen en mi camino, morirán.

Y sin permitirle que volviera a interrumpirla, Arabela montó a lomos de Témpano, y se apresuró a alcanzar el campamento donde, acompañados por Eva de Frío Acero y Samael, aguardaba Christoff y el joven Willhem.

Cabalgó a gran velocidad hasta alcanzarlos y desmontó a su lado. Ofreció las riendas al niño y se unió a Christoff a la despedida. Este estaba estrechándole la mano al guerrero en aquellos precisos momentos. Ella, por su parte, besó el dorso de la mano de Eva de Frío Acero cuando esta se la ofreció.

Logró arrancarle una sonora carcajada.

-    Mi futura reina.- dijo con una ligera sonrisa en el rostro.- Os deseo suerte.

-    Acudiremos en vuestra ayuda tan pronto nos necesitéis, mi señora.- contestó Eva con un brillo especial en la mirada. Tras recibir el beso de la inmortalidad, la mirada de Eva había adquirido unos tintes exóticos que hasta ahora no habían tenido.

-    Confío en ello.

Estrecharon las manos e intercambiaron un último beso en la frente como despedida. A pesar de las pocas horas que habían pasado juntas, los lazos de unión entre las dos eran lo suficientemente fuertes como para haberse convertido en importantes aliadas. Después de todo, les estaba ofreciendo la posibilidad de vencer una batalla perdida... ¿acaso no era de esperar que, al menos, contara con su apoyo?

En gran parte era la lealtad lo que les uniría, pero también el temor hacia el enfado de un ser como ella. Por el momento conocían únicamente su cara más amable, pero eso no implicaba que no se preguntaran como podría ser su parte más peligrosa.

Le serían leales, desde luego.

Eva volvió a besarle las mejillas, cegada por la devoción, y contempló con tristeza como la muchacha se apartaba de sus brazos.

Christoff ocupó su lugar, y ella el de él.

Samael, a diferencia de Eva, se apresuró a arrodillarse de nuevo ante su señora, profundamente emocionado y agradecido por lo que había hecho por ellos. Arabela trató de hacer que se incorporara, pero dado que no tuvo demasiado éxito, optó por acuclillarse frente a él.

Mientras tanto, a su lado, Christoff aprovechaba los últimos segundos para llenar de alabanzas a la futura reina sureña. Si antes le había gustado, ahora notaba como el corazón latía desbocado en su pecho con tan solo tenerla delante.

-    Debéis tener en cuenta que vuestros hombres no despertarán hasta el amanecer. Puede ser un auténtico problema si no sois cuidadosos... pero apuesto a que aprovecharéis vuestra superioridad.- le dio una suave palmada en la pechera de la armadura.- Dudo mucho que esa bruja, Lyonna, pueda ofrecerles nada mejor, pero si así fuera, contactad de nuevo conmigo. Por el momento estaré en el Reino de Reyes Muertos, pero creo que pronto volveré a Alejandría a programar y preparar mi propia guerra.- se puso en pie, y logró que él también lo hiciera.- Tan pronto necesite vuestro apoyo enviaré a Willhem con noticias. Vosotros, por vuestra parte, haced lo mismo. Enviad a un mensajero destinado a mi hermano o a mí, y aguardad. Acudiremos en vuestra ayuda, os lo aseguro.

-    Lo mismo digo, mi señora.- Samael hizo una ligera reverencia con la cabeza.- Las fuerzas del Sur se unen al plan de la Muerte. La cabeza de esa bruja decorará la pica de nuestro estandarte cuando acudamos al Norte.

-    Magnífico detalle.- rió ella. 

Christoff aprovechó la ocasión y la cercanía para no escatimar en recursos de persuasión. Intercambió confidencia con la futura reina al oído, y ya como despedida, besó sus labios. Hizo una reverencia a la pareja, y montó a lomos de su corcel junto al resto.

El campamento entero salió de sus tiendas y dejó atrás sus quehaceres para despedirse entre gritos de júbilo y alabanzas de los norteños. El trío se despidió entusiasmado y apenado por tener que abandonar el campo de batalla, pero pronto se pusieron en camino hacia los caminos del norte. Un mundo entero de aventuras, historias y compañeros aguardaba más allá del Monte del Olvido, y a cada segundo que pasaba, mayor era el deseo de volver.

-    No pierdes el tiempo.- dijo Arabela ya lejos del campamento.- ¿Te has ganado ya la corona de sureño?

-    Me basta con ganarme a la reina algún día.- rió.- Te regalo la corona.

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