Capítulo 38
Capítulo 38
- ¿Qué piensas?
La segunda noche desde su llegada a la fortaleza fue fría y muy lluviosa. Las temperaturas eran muy bajas, excesivamente bajas incluso para su gusto. Los dos norteños no tuvieron más remedio que atrincherarse frente a la chimenea de la habitación de ella. No era un lugar especialmente grande ni acogedor, pero al menos la cama era cómoda y la chimenea suficientemente grande para que ambos se acomodaran delante.
Al igual que el resto de la fortaleza, la única decoración de la sala eran los estandartes blancos y negros de la casa de Frío Acero. Una decoración que, dadas las circunstancias, les sirvió para mantenerse calientes. Emplearon los estandartes como manta. Se cargaron las ropas en las espaldas antes de acomodarse en las dos cómodas butacas de piel gris.
- No es como me lo esperaba.- respondió Arabela.
A cada palabra que pronunciaba una nube de aire gélido escapa de sus labios ahora azulados. Aspiró aire con demasiada fuerza, la garganta se le heló, y la muchacha empezó a toser. Era sorprendente que fuera incapaz de morir, pero sí de enfermar.
- Dioses.- se quejó.- Me duele tanto la garganta que empiezo a pensar en la posibilidad de arrancármela. Imagino que tarde o temprano volvería a crecerme.
- Que exagerada.- rió Christoff.
Sonrieron con complicidad.
- Imagino que tu pregunta no iba por ahí. Hablamos de Eva, ¿verdad?
- La misma.
Arabela chasqueó la lengua. Había visto como Christoff la miraba, y no tenía demasiado interés en saber hasta que punto se había interesado por ella. Pero lo que sí era cierto era que no era exactamente el tipo de persona que habría deseado encontrarse.
Se encogió de hombros, meditabunda.
- Es una mujer agradable, pero demasiado bondadosa para vencer una batalla de estas características. Aún no ha tomado la decisión a pesar de tener al ejército de su hermano a las puertas... quizás para cuando se decida ya sea demasiado tarde. Tiene suerte de tener a Samael a su lado. Ese tipo sí sabe llevar a los hombres, pero me pregunto hasta cuando durará su lealtad. No olvidemos que es un pirata.
- Ese tipo de gente vive para la batalla. Dudo que la abandone o traicione por el momento, pero una vez la batalla haya sido vencida las cosas cambiarán. O quizás no, quien sabe. Puede que entre ellos haya algún tipo de pacto... aunque espero que no sea de matrimonio.- soltó una sonora carcajada.
Intercambiaron una larga e intensa mirada de complicidad. Al instnate Arabela se unió a las carcajadas. Le dio un sorbo a la taza de té que habían preparado unos minutos antes, y suspiró cuando el líquido caliente calmó el dolor de garganta que tanto la atormentaba. Se hundió en las mantas hasta la nariz.
- Si no aceptan no tendré más remedio que buscar ayuda en el bando contrario.- confesó Arabela.- En el fondo no me importa lo que pase en este lugar; únicamente busco aliados. Cierto es que quería ayudar a la anciana, pero... en fin, esa vieja amargada parece bastante decepcionada de que haya sido yo la que haya vuelto en vez de mi señora madre.
- No se lo tengas en cuenta.
- La hubiese matado de no saber que al día siguiente volvería a levantarse.- murmuró por lo bajo.- Sea como sea, espero que entre en razón pronto. Comprendo perfectamente su situación, pues yo misma habría tenido mis dudas; pero a veces hay que hacer grandes sacrificios para un bien mayor.
- Esta tarde, mientras tú jugabas a la guerra con Calendras y sus hombres, yo pude compartir un poco de intimidad con la señorita Eva y Laream. Parecían bastante preocupadas por algo. Decidí intentar sonsacarles qué sucedía.
- Veo que juegas bien tus cartas. ¿Debo suponer que te vas a convertir en el nuevo Symon?- bromeó Arabela.
Volvieron a reír, pero pronto Christoff negó con la cabeza. Le dio un sorbo a su taza y se acomodó en la butaca. Recordaba perfectamente la conversación, la mirada de pavor de la mujer, y la frialdad con la que Laream había confesado sus temores. También recordaba el modo en el que Eva le había tomado de la mano. Aquel detalle no se le olvidaría nunca.
- Lord Axel también ha sabido jugar bien sus cartas. Al parecer él también dispone de ayuda "especial".
- ¿Especial?- Arabela arqueó la ceja derecha, sorprendida.- ¿A que te refieres? ¿Ha contratado a un brujo?
- Dudo que haya en el mundo recompensa suficiente para pagar a esos demonios humanos, pero todo apunta a que sí. Por lo visto se le ha visto acompañado de una mujer ya conocida para los habitantes del Reino. Su nombre es Lyonna, y es una peligrosa bruja que a su paso ha sembrado el caos en muchas localidades.
- Interesante... ¿es la misma Lyonna de las leyendas?
- Eso parece.
Las leyendas hablaban de la existencia de dos poderosas entidades nacidas del mismo universo que moraban por las tierras en busca de los objetivos marcados por las estrellas. Una de ella cambiaba de nombre y forma, personalidad y apariencia, y se asentaba en localidades para aguardar la llegada de su auténtico objetivo. La otra, en cambio, era conocida por la ferocidad con la que arrasaba todo aquello que se encontraba en su camino mientras buscaba a su objetivo.
Eran seres poderosos y temibles, pero siervos de los Dioses después de todo. A lo largo de la historia habían sido vistas en varias ocasiones, pero hacía ya mucho tiempo que no habían surgido nuevas historias sobre ellas. Los tiempos de las antiguas guerras habían pasado, y ahora el mundo no necesitaba de ellas. O al menos esí había sido hasta ahora. Las hermanas celestiales habían vuelto, y si las sospechas de la anciana y Eva eran ciertas, era posible que la situación se complicara gravemente. Eran seres muy poderosos y capaces de destruir prácticamente todo, pero solo hasta cumplir con su misión. Las hermanas renacían en busca de un objetivo, y una vez lo encontraban, se unían a él para ofrecerle todo el poder de las estrellas.
Si el objetivo de Lyonna era Lord Axel, lo más sensato era cambiar de bando... pero pensar en aquellas leyendas y cuentos era un error.
Arabela negó con la cabeza.
- Sé lo que estás pensando. No son más que meros cuentos.
- Pienso lo mismo, pero Laream parece estar bastante convencida. Tan convencida que empieza a pensar que esta batalla está perdida, y eso es lo que le ha transmitido a Eva. Quizás por eso ella se siente tan insegura y reacia a la hora de tomar la decisión.
- Esa anciana ha pasado tanto tiempo fuera de Salemburg que ya no sabe ni lo que dice.- dijo con desdén.- Ansiaba con esperanzas la vuelta de mi madre, ¿y al ver que no es ella ya lo da todo por perdido?- chasqueó la lengua con desprecio.- Maldita sea.
Christoff aguardó unos segundos a que volviera a tranquilizarse antes de hablar. Últimamente Arabela estaba sufriendo cambios de humor demasiado bruscos, y no deseba que volviera a repetirse. La muchacha necesitaba calma para recuperarse de todo lo sucedido en Damyria, y esa no era la mejor manera.
- Vamos, vamos.- le tomó de la mano y la atrajo hacia él. Arabela tomó asiento en sus rodillas.- Tranquila. No la hagas caso... tu misma lo has dicho, hace demasiado tiempo que está alejada de nuestra realidad.
- Me siento menospreciada.- dijo con profunda amargura.- Tu conocías a mi madre, ¿tan distintas somos? Hay quien dice que somos idénticas.
- Y no mienten.- le rodeó la cintura con los brazos.- Kassandra y tú sois muy parecidas, pero a la vez muy diferentes. Tú eres mucho más joven, más impulsiva y más visceral; más belicosa. Ella era más astuta. Ten en cuenta que su legado se ha dividido en tres. Tú posees su fuerza y sus más preciados dones... pero su astucia ha sido heredada por tu hermano.
- ¿Y que hay de Elaya?
- Ella ha heredado su serenidad y saber estar.- le dedicó una sonrisa sincera.- La unión de los tres hermanos es la que os dará el éxito... por eso, ahora que estás tu sola, te pido que te calmes y que pienses con claridad. No te dejes llevar por la furia ni la rabia. La situación es la que es; Laream no confía en ti, pero no necesitas su apoyo para mostrar tu valía.
- Lo sé... pero ahora, para colmo, están esas brujas... es un poderoso enemigo.
- Pero no tan temible como tú. Ellas pueden ofrecer ayuda, pero tú la inmortalidad. ¿Acaso es comparable?
Hundió el rostro en su cuello y cerró los ojos, meditabunda. La falta de confianza en si misma no era algo habitual en ella, pero los últimos sucesos le habían provocado padecer una crisis de personalidad importante. Era una mujer poderosa, desde luego, su herencia era la más poderosa sobre la faz de la tierra... pero entonces, ¿Por qué había caído presa con tanta facilidad?
Jamás podría olvidar aquellos días. Se le aceleraba el corazón de solo pensarlo.
Recordó la celda con las mujeres, el dolor de las heridas, la muerte a manos de aquel gigante...
Se estremeció. Se abrazó a si misma, aterrada, y se obligó a si misma a apartar aquellos recuerdos de la mente. No le beneficiaban en absoluto. Ahora necesitaba tener la mente clara para poder actuar como habría hecho su hermano en su lugar.
Fijó la mirada en las llamas y meditó durante unos segundos. Seguía siendo demasiado humana como para poder actuar como debía. Demasiado humana...
- ¿Arabela? ¿Estás bien?
Arabela, Arabela... tenía que reaccionar de una vez. Se estaba comportando como una auténtica niñata. Por suerte, Christoff confiaba en ella. La hacia sentir valiosa, poderosa, útil...
Le besó con suavidad la mejilla.
- Les mostraré lo que puedo hacer.
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Symon y Gabriela admiraban las joyas de oro y gemas uno de los escaparates de la ciudad de Reyes Muertos cuando las voces y rumores llenaron las calles. La pareja trató de descubrir el motivo de aquel nerviosismo.
Procedentes del corazón del bosque se oían pasos y el galope de caballos. Cascos de caballos, voces, ruedas de madera... unos minutos después salió a la luz del sol un grupo de jinetes y carrozas con los colores del reino en sus estandartes.
Cegado por la curiosidad, Muerte pidió a Gabriela que se encargara de recoger las joyas. Ya libre, se abrió paso entre los ciudadanos, y alcanzó con una carrera rápida al caballero que iba en primera posición. No le conocía personalmente, pero le había visto en tantas ocasiones en los patios que no tardó más que unos segundos en recordar su nombre.
Steiner, el segundo de Vega, era un hombre alto, de cabeza afeitada y rostro rudo. Iba bastante mal afeitado. Tenía la nariz muy grande y aguileña, los labios finos y el mentón casi tan afilado como los Blaze.
Tan pronto el caballero reconoció a Symon, se apartó de la fila. Ordenó a uno de sus hombres que prosiguieran con el avance, y él se apresuró a mostrar su preocupación ante la soledad de tan distinguido noble en tiempos tan peligrosos.
- Mi señor, acompañarnos a la fortaleza. No es el mejor momento para que estéis solo.
- No os preocupéis, estaré bien. Tan solo deseaba haceros un par de preguntas. Como imagino que ya sabéis, mi hermana salió de la fortaleza hace ya unas semanas, y me preguntaba si se encuentra entre los vuestros.
- Lo lamento mi señor, pero no nos hemos cruzado con lady Arabela en ningún momento. Este grupo es el que estaba al mando del señor Blaze.
- ¡Julius!- Symon cruzó los brazos sobre el pecho.- Pero hablas en pasado... ¿acaso ha caído?
- No.- se apresuró a asegurar.- Pero actualmente Vega ocupa su lugar a la cabeza del campamento.
- Ya veo...- asintió ligeramente con la cabeza.- ¿Y podría hablar con Julius? Me gustaría poder...
- El señor Blaze no se encuentra en las mejores condiciones. Lo mejor es que aguarde a su llegada a la fortaleza para poder hablar con él. Necesita descansar.
Symon asintió poco convencido, pero optó por alejarse. Sentía curiosidad por saber qué era eso tan grave que le debía haber ocurrido al gran Julius como para tener que apartarle del liderazgo del grupo. Quería saberlo, sí, pero a su vez no lo deseaba. Julius le caía bien, y pensar en que podía haber sufrido daño le enfurecía. Además, ya a nivel práctico, se podría decir que le necesitaban entero y en plenas facultades para poder servirles de algo. Enfermo, herido o muerto no resultaba útil.
¿Pero que clase de enemigo era aquel que era capaz de herir a tan fiero guerrero? A cada paso que daba su curiosidad aumentaba. Los últimos acontecimientos le estaban sorprendiendo muy negativamente. Primero había sido su hermana, y ahora él... ¿acaso no estarían siendo víctimas de alguna especie de maldición? Era tan inexplicable que dos grandes guerreros como ellos sufrieran las penurias de la batalla que no sabía ni qué pensar. Pero una cosa tenía clara, y era que necesitaba respuestas.
Se detuvo a los pies de la joyería, y desde allí estudió con detenimiento el paso de los caballeros y el carruaje. Él debía estar allí, se dijo. Quizás inconsciente, herido, o muerto... Se preguntó si alguien como él podía morir. Tal era su fama que siempre le había confundido con un ser inmortal como su hermana, o con los héroes de leyenda.
Si Julius había muerto significaría que ni tan siquiera ellos estarían a salvo. El mundo enloquecía por segundos, y ahora ya no solo era él el culpable.
- Symon.- le llamó Gabriela una vez salió de la tienda.
Le entregó la bolsa de seda roja donde el joyero había guardado las magníficas piezas de orfebrería. Su mirada curiosa y vivaracha no tardó más que unos segundos en centrarse en el avance ya cada vez más lejano de los guardias.
- ¿Iba...?
- No. Aún no ha vuelto. Dentro de ese carromato va alguien que jamás adivinarías, mi amor. Alguien por el que me temo que poco más podemos hacer que rezar.
Mantuvo la mirada fija en la caravana, y no la apartó hasta que esta se perdió entre el océano de edificios y callejones que conformaban aquella ciudad. Tomó entonces la mano de su amada, le besó la mejilla y abrió con cautela la bolsa. En su interior aguardaban tres fantásticas piezas de joyería de misteriosa belleza.
- No me ha dejado verlas. Asegúrate que son las correctas.
- Lo son.- le rodeó los hombros con el brazo.- Anda, volvamos a la fortaleza; tengo un mal presentimiento sobre todo esto.
Una hora después Julius sintió como la carroza se detenía. Inspiró profundamente el aire gélido de la cima de la montaña, y aguardó en silencio a que sus hombres dejaran las monturas.
El viaje había resultado duro e incómodo. Se había mareado en muchas ocasiones, y aunque no había deseado mostrar debilidad delante de sus hombres, no había podido evitar sentir nauseas y devolver en un par de ocasiones. Estando ciego, sentía más que nadie las vibraciones y los golpes del carruaje, los giros, las pendientes y las cuestas. De hecho lo sentía absolutamente todo. Captaba el olor de los cigarrillos cuando fumaban, de las hogueras cuando se detenían, de la comida cuando se alimentaban... incluso podía captar el olor de las fieras segundos antes de que se cruzaran con ellas. Creía sentir todo lo que les rodeaba, pero a la vez nada. Y es que, ¿de qué servía poder captar el olor si era incapaz de ver a aquel que lo emitía?
Severinne y Vega, que eran los que más rato pasaban con él, aseguraban que se acostumbraría, pero a cada hora que pasaba Julius lo dudaba más. Vivía obsesionado con no olvidar los rostros y paisajes que ya conocía, pero de nada servía. La oscuridad del olvido empezaba a consumir sus recuerdos más lejanos.
Julius estaba desesperado. Cada día al despertar se preguntaba cuanto mas duraría aquella pesadilla. Soñaba con que volvía a cabalgar y luchar, soñaba que podía ver... que volvía a disfrutar de la vida tal y como lo había hecho antes de dejar la fortaleza. Cazaba, corría y reía, comía a los pies de la hoguera, escuchaba el sonido de los bosques y disfrutaba del cielo estrellado... y todo ello en la mejor de las compañías.
Al menos mientras soñaba podía ver, y eso le consolaba. Quizás, cuando muriese, volvería a ver. O quizás no, pero al menos vivía con esa esperanza. De hecho incluso empezaba a preguntarse cuanto más tendría que aguardar antes de poder librarse de aquella tortura.
Julius vivía dos realidades. Una era la de sus sueños, donde vivía como siempre había deseado junto a la mujer a la que amaba. Los sueños siempre eran los mismos, pues revivía las noches que habían pasado juntos, sobretodo la primera en el bosque... pero era más que suficiente para darle fuerzas para soportar un día nuevo.
Y luego estaba la otra realidad. La triste y fría realidad en la que él no era más que los restos del gran guerrero que había sido en el pasado. Un hombre abandonado a la desesperanza al que se le había asignado una bella dama para que le cuidase. Seguramente acabarían contrayendo matrimonio. Y es que, pensándolo fríamente, ¿Quién querría estar con un ciego? Tiempo atrás ni tan siquiera se habría planteado el casarse, pero dadas las circunstancias no tenía más remedio que depender de alguien...
Julius captó el sonido de la puerta del carruaje al abrirse. Las manos fuertes y enguantas de Vega le tomaban por la muñeca.
Los primeros días se había resistido a recibir ayuda, pero visto los resultados no tuvo más remedio que aceptarla. Tomó la mano de su buen amigo, bajó los peldaños con cuidado, y una vez en el patio, se llenó los pulmones del aire puro del medio día.
A su alrededor había un gran alboroto. Los guardias saludaban a otros, algunos siervos anunciaban su llegada, y otros tantos hacían todo tipo de ruidos. De hecho había tantísimo ruido que, por un instante, Julius incluso se mareó. Suponía que estaba en los patios, ¿pero como saberlo? ¿Como saber que no le habían llevado a cualquier otro lugar?
Era desesperante.
Alguien le tomó de la mano y susurró con dulzura en su oído.
- Tranquilo, Julius, estoy a vuestro lado.
- ¿Dónde estamos?
- En la fortaleza, mi señor. Es un lugar maravilloso. Enorme... todos pareces muy felices de veros. De hecho... hay alguien que os llama. ¿Lo oís? Creo que viene hacia aquí... oh, son dos.
Julius trató de captar las voces, pero fue incapaz de reconocerlas hasta que sus dos sobrinos mayores le alcanzaron. Ambos habían estado intercambiando espadazos en el patio cuando habían llegado los guardias.
- ¡¡Tío!!- exclamó Darel con la voz quebrada.- ¡Tío! ¿¡Que os ha pasado!?
- ¿Es que no es obvio, estúpido?- inquirió Varg casi a gritos.- ¡Tío Julius!- le tomó las manos y estrechó con fuerza.- Dioses, ¡tiene que veros un médico!
- ¡¡Un médico!!- chilló Darel como respuesta con el rostro desencajado.- ¡¡Por todos los Dioses!! ¡¡Un médico!!
- Muchachos, muchachos.- trató de calmarlos.- Tranquilizaos. Ya me han visto médicos, y me temo que esto no tiene solución alguna.
- ¡Tío...!- Darel parecía desesperado.- ¡Dioses!- le abrazó con el corazón acelerado, a punto del llanto.- Tío...
Julius le estrechó con fuerza entre sus brazos, y por un instante sintió que, incluso ciego, aún algo podía hacer. Tranquilizó a su sobrino con palabras de aliento falsas en las que aseguraba que estaba bien, y le convenció para que no se preocupara. Varg, por su parte, algo más distante y frío, aguardó a que su primo dejara de gimotear para tomar con cuidado el brazo de su tío.
- Tío, debéis descansar. Avisaré a mi padre de vuestra llegada.
Julius asintió, pero en vez de guiarle, su sobrino le soltó. Segundos después volvía a ser la mano de piel aterciopelada de Severinne la que ocupó su lugar. A pesar de no verles, el guerrero imaginó las expresiones de sorpresa de los dos jóvenes.
- Mi nombre es Severinne.- se presentó.- Soy la persona que cuida de vuestro tío, muchachos. Imagino que debéis ser los Príncipes Darel y Varg.
- Los mismos.- dijo Varg con satisfactoria sorpresa.- Es un auténtico placer, mi señora. Ahora que vos estáis aquí con él me siento mucho más tranquilo. Pediré que trasladen a mi tío a una habitación más grande.
- Os lo agradezco.- estrechó con fuerza su mano.- Mi señor necesita descansar un poco... si fueseis tan amables.
- Varg, guía a Severinne a la fortaleza y encuentra unos aposentos adecuados para ella cerca de los míos. Darel me acompañará en unos segundos.
Varg frunció el ceño disgustado. La mujer se había despedido de él con una muestra de cariño excesiva bajo su punto de vista, y eso no le había gustado en absoluto. Una vez ya solos, tomó a su tío del brazo con cuidado y le guió hasta uno de los bancos de piedra.
Aguardaron unos segundos a que Vega organizara a sus hombres y el patio quedase algo más despejado para poder charlar tranquilamente.
- Me encanta el frío de aquí.- dijo Julius mientras se cubría bien por su capa de pelo.- En el sur también hace frío, pero el de aquí es tan estremecedor que tiene incluso personalidad propia.
- En Alejandría el clima es más agradable.- dijo Darel con desánimo. Siempre había admirado y querido tanto a su tío que verle así le resultaba desmoralizador.
- Es un buen lugar en el que vivir. Imagino que pronto volveréis.
- Así es... de hecho ahora tan solo esperamos la vuelta de la hermana de Lorelyn. Una vez estemos ya todos juntos nos iremos...- chasqueó la lengua.- resulta irónico, pero creía que vendrías con nosotros, tío.
- Hubiese ido, te lo aseguro, pero ahora las cosas han cambiado.- se encogió de hombros, con pesar.- Necesito que me informes de los últimos acontecimientos. Sé que Vega no está siendo sincero conmigo. Me protege como si fuera un niño.
El muchacho bajó la mirada, entristecido. Comprendía la posición de Vega, pues él habría hecho lo mismo en su situación, pero también a su tío. Sabía que algo grave había sucedido en los últimos tiempos, y mantenerle al margen no hacía más que empeorar su estado mental. ¿Acaso no se sentiría ya mal habiendo perdido la vista como para ahora dejarle también al margen de todo?
Tomó de nuevo la mano de su tío y la estrechó con fuerza. Tanto él como su hermano habían sido los únicos que le habían tratado como a un sobrino, y apreciaba mucho aquel detalle. Muchísimo en realidad. Tanto que se había convertido, junto a su padre y su prometida, en una de las personas a las que más quería.
- Han sucedido muchas cosas, tío.
- Soy todo oídos.
Cogió aire.
- Tus hombres han traído a muchos forajidos y bandidos. Muchos de ellos han muerto por órdenes directas del Rey, pero aún hay quienes esperan en las celdas su destino. Al parecer el Reino ha estado algo descontrolado en los últimos días. Es como si... como si algo les hubiese hecho despertar el lado oscuro.
- En eso coincidimos.
- Hace ya unas semanas un grupo combinado de los reinos encontró un campamento esclavista en Damyria.
Julius palideció, perplejo ante aquella noticia. No comprendía como era posible que Vega no le hubiese informado de algo tan grave como aquello. De hecho, incluso dudaba de que hubiese llegado a saberlo.
- ¿¡Como!?
- Sí, tío. Enorme, con muchísimas mujeres encerradas y muchos más crímenes a sus espaldas.
- ¡Dioses!- se puso en pie de un brinco, con el rostro totalmente desencajado.- ¿¡Y qué ha pasado!? ¿Y su líder?
- Le mataron. De hecho todos ellos excepto un par murieron durante el asalto... los supervivientes están encerrados en las celdas.
Julius lanzó una sonora maldición, chasqueó la lengua y sacudió la cabeza. Necesitaba más información, más datos... necesitaba mucho más de todo. Y sobretodo, necesitaba hacer algo. ¡¡Esclavistas!! ¡¡Esclavistas en su reino!! La simple idea le hacía enloquecer.
- Yo mismo fui quien decidió no ir a Damyria.- maldijo entre dientes.- Estúpido de mí. ¡Si lo hubiese sabido...!
- Lo lamento, tío. Todo el reino tiene el corazón encogido ante las noticias. Por suerte Christoff pudo advertir a los hombres, y pronto acabaron con ellos.
- ¿¡Christoff!? ¿Cómo que Christoff? ¿Qué coño hacía ese maldito mal nacido ahí? ¿¡Acaso no era el guardián de Arabela!?
Darel volvió a coger aire, dubitativo. Dado que tarde o temprano acabaría enterándose de las noticias, decidió que sería él quien se lo explicaría. ¿Pero como hacerlo ahora que tan nervioso estaba? A pesar de tener los ojos cubiertos por una venda, Darel estaba casi convencido que los tenía en llamas.
Tomó las manos de su tío con cuidado y le invitó a que volviera a tomar asiento. Si quería saber el resto, primero tendría que calmarse.
- Christoff y Arabela abandonaron la fortaleza unas horas después de vuestra marcha, tío. No sé exactamente qué les motivaría el salir, pero así fue. Y precisamente fue él quien dio la voz de alarma. Por lo que he podido escuchar, fueron asaltados por los esclavistas durante la noche, mientras descansaban, y apresaron a Lothryel... por suerte, un par de días después lograron liberarla. Estaba bien. Con heridas, magullada y algo desconcertada, pero estaba bien, tranquilo.
Julius se llevó las manos instintivamente al rostro, y se lo cubrió tembloroso. El simple hecho de pensar en que él podría haber intervenido le hacía sentir tan mal que a punto estuvo de echarse a llorar de pura desesperación.
- ¿Está bien?
- No la he visto, tío, pero eso dicen.
- ¿Dónde está? ¡Quiero verla!
Verla...
Darel no respondió cuando Julius ahogó un lamento de impotencia. Jamás volvería a verla, ni a ella ni a nadie. Absolutamente a nadie. Aquel era su castigo por tantos años de dura justicia.
- No ha vuelto aún, tío. Ha seguido con su viaje... pero imagino que no tardará mucho más en volver, si es que lo hace, claro. Lorelyn no sabe el porque, y si Symon lo conoce, no me lo ha querido revelar, pero ambos sospechan que no tardará más que una semana o dos en volver.
- El Reino se ha vuelto peligroso, sobrino. No es buena idea que ni ella ni nadie ande fuera de la fortaleza.
- Lo sé... y en cierto modo me preocuparía si no fuera porque han llegado noticias de que la han visto atravesar el Monte del Olvido en compañía de Christoff y de un niño. Imagino que ahora...
- ¿El Monte del Olvido?- Julius, perplejo, ya no sabía qué decir o pensar. Los recuerdos de aquel lugar eran tan duros y horribles que el simple hecho de pensar en ellos le hacía temblar.- Si eso es cierto, significa que ya ha muerto.
Darel frunció el ceño. Él también había llegado a esa conclusión, pero por respeto a Lorelyn había decidido intentar mantener la compostura y la esperanza. Cierto era que tanto ella como Christoff eran grandes guerreros... ¿pero tanto?
No, Arabela ya debía estar muerta a aquellas alturas; pero hasta que no hubiese pruebas de ello, no podrían volver a Alejandría.
- Ordenaré a Vega que envíe un par de exploradores, pero vaya, atravesar esa montaña es sentenciarse. Ahora tan solo nos queda aguardar a recibir noticias. Quien sabe... quizás les confundieran con otros.
- No nos iremos sin recibir noticias de ella, tío.- hizo una breve pausa.- Lorelyn está destrozada... pero por suerte logro animarla hablando de la boda.
- Lo comprendo.- esta vez fue él quien buscó apoyar la mano sobre su hombro en un intento de ofrecerle un poco de consuelo.- Pero es fuerte... si el desenlace de esta historia es el peor, tardará, pero lo superará.
- No lo sé, tío. Los tres hermanos están muy unidos. A veces pienso que son la misma persona dividida en tres cuerpos. Aunque en esta ocasión las cosas son distintas. Lorelyn está destrozada, pero Symon parece mucho más tranquilo... de hecho él aguarda su regreso con ansias. Hoy ha acudido a la ciudad a por un obsequio para ella con lady Gabriela.
- Ojalá tenga razón...- musitó Julius ya apenas sin voz.
Pero no dijo más. Dejó que la amargura que en aquellos instantes azotaba su corazón le cegara, y durante largos minutos se mantuvo en completo silencio.
Solo podría disfrutar de ella en sus sueños, dijo tratando de consolarse. Pero de nada servía. Solo la muerte esperaba en el Monte del Olvido. Si hubiese ido a Damyria podría haberla detenido. Podría haber evitado que caer en el molino. Podría haber evitado todo... pero ya era tarde para mirar atrás. El mal estaba hecho, y ya nada ni nadie podrían cambiarlo.
Jamás se lo podría perdonar.
- ¿Qué va a ser ahora de vos, tío? Ansío volver a Alejandría, pero no podría abandonar este lugar sabiendo que os quedáis aquí.- sacudió la cabeza.- ¿Por qué no volvéis conmigo? Mi padre es tan hermano vuestro como Solomon.- hizo una reve pausa.- Allí la temperatura es más agradable... además podríamos darte una buena finca para que pudieras disfrutar de la vida junto a esa mujer. Además, vuestra prima también quiere venir para hablar con mi padre... podríais acompañarla; aunque fuera solo durante una temporada. Además, estar lejos del sur podría haceros mucho bien...
- Hablas como si ya fuera un viejo. O peor. Como si fuera un inválido.- bromeó Julius con tristeza. Tras la venda tenía los ojos llenos de lágrimas de tristeza.- No... por el momento me necesitan aquí. Quizás ya no pueda combatir como antes, pero imagino que mis consejos seguirán siendo útiles. Además, imagino que tan pronto mi hermano recupere un poco la salud y reciba todas las informaciones se lanzará a la batalla. El reino necesita un buen lavado de cara. ¿Y qué decir sobre el sur? Si es cierto que Arabela no vuelve, te aseguro que aunque no sea culpa suya, convenceré al Rey para que les hagamos la guerra.
Darel meditó sobre las palabras de su tío. Un rato después, le acompañó hasta sus aposentos, y allí le dejó en compañía de la extraña y bella mujer.
De nuevo en los patios de la fortaleza, esta vez solo, Darel paseó en silencio. Deseaba volver a Alejandría y apartarse de toda la maldad y locura cuanto antes, pero a la vez le dolía abandonar sus tierras.
Porque él ya las consideraba suyas, desde luego.
Reyes Muertos iría a la guerra, eso estaba más claro que nunca, pero lo que a él realmente le preocupaba eran las posibles consecuencias de esta. ¿Acaso no aprovecharía Varg la guerra para acabar con su padre si no caía por si mismo?
Por supuesto; no era estúpido. ¿Pero no significaría eso también la muerte de su tío? Estando ciego no resultaba tan peligroso, pero no debía olvidar que seguía siendo el líder no oficial de la guardia. Ellos le seguirían hasta el fin, y eso, conociendo a su primo, podría ser su sentencia de muerte.
El paso del tiempo marcaría el futuro de los reinos, pero estaba claro que sus tíos, ambos en precarias condiciones de salud, estaban en peligro. ¿Sería eso suficiente para que su señor padre, el Rey de Alejandría, decidiera entrar en el juego? ¿O acaso tendría que ocupar él su lugar a la fuerza?
Sospechaba que pronto lo descubriría.
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