Capítulo 33
Capítulo 33
Las noticias cayeron entre los hermanos como un jarro de agua fría. Elaya lloró encerrada en su cuarto durante horas. Tan solo Darel tuvo la oportunidad de consolarla.
Symon reaccionó de un modo mucho más radical. Estrechó entre sus dedos la carta de Cupiz hasta dejarla convertida en un mero trozo de papel arrugado, y la lanzó a la chimenea. Inmediatamente después, pidió a gritos una montura y su espada. Viajaría al sur, arrasaría con todos y cada uno de los habitantes de aquel demoníaco pueblo y después traería a su hermana de vuelta aunque tuviera que matarla para conseguirlo.
Más tarde, gracias a las tranquilizadoras palabras de Gabriela, logró calmarse. Se dejó caer en uno de los sillones del pequeño salón donde se encontraban y fijó la mirada en las llamas. El mensaje ya se había consumido hacia minutos cuando vertió las primeras lágrimas.
- ¡Yo soy el culpable de todo esto!- dijo mientras se cubría el rostro con las manos.- ¡Jamás debería haberle pedido que se adentrara en el Reino en solitario! ¡Es culpa mía!
- No digas eso, por favor.- suplicó Gabriela arrodillada ante él. Le tomó la mano y besó su dorso con devoción.- Tu hermana decide que caminos seguir aunque tu marques la pauta. No te sientas culpable; no lo eres.
- Debería traerla de vuelta. Rescatarla.
- ¿De quien? ¿De si misma?- Gabriela negó con la cabeza.- Déjala, volverá cuando lo crea conveniente. Ahora necesitará unos días para poder pensar. Además, no está sola. Christoff vela por ella.
- ¡Maldito sea Christoff! ¿Qué clase de protección es esa que le brinda que permite que la esclavicen y maltraten? ¡Dioses! ¡Que la violen!- sacudió la cabeza, iracundo.- ¡¡Maldito sea!! ¡En cuanto vuelva serán muchas las explicaciones que tendrá que darme si no quiere que acabe con su mísera vida!
Gabriela ladeó ligeramente el rostro, curiosa, pero antes de formular la pregunta, aguardó unos segundos a que Symon se calmara. Le acercó la copa de vino para que bebiera, y ya más relajado, se situó en sus espaldas para masajearle los hombros.
Meditó durante largo rato. Caviló y dudó, pero logró relajarse. Planes, ideas, guiños, susurros... todo tipo de información acudía y huía de su mente a gran velocidad, y él, incapaz de retener todos los datos necesarios, no podía hacer más que aguardar a que volvieran. Debía tomar decisiones. Hacer algo; pero sobretodo debía impedir que la locura se apoderase de sus hermanas.
Lo ocurrido había sido un gran contratiempo, pero pensándolo fríamente... ¿acaso no devolvía la humanidad perdida a su hermana? En el fondo, ser las víctimas a los ojos de los cortesanos no estaba tan mal. Es más... era magnífico. ¿Cómo sospechar de alguien que tanto había sufrido a causa de la incompetencia del Reino?
Sacudió la cabeza con desdén. A veces sentía incluso asco de sus retorcidos pensamientos. ¿Cómo aprovecharse de un acto tan miserable y deleznable para sus propios intereses? No habría sido humano... aunque, por otro lado, ¿acaso lo era? Después de tantas mentiras, engaños y falsedades ya no sabía qué pensar. Diferenciar entre su vida real y la falsa resultaba cada vez más complicado. Tan solo tenía una cosa clara, y era que quería a sus hermanas por encima de todo. Si su bienestar le costaba un reino entero, no dudaría en rendirse.
- ¿Estás mejor?- preguntó Gabriela con suavidad.
Por un instante se había olvidado de ella. Gabriela, la dulce y bella jovencita de Alejandría que le seguiría hasta el mismo infierno si él se lo pidiera...
Era afortunado de tenerla a su lado. Muy afortunado en realidad. Sabía toda su verdad, su naturaleza y sus planes, las maldades que habían hecho, y las que harían, y lo mejor era que no había salido corriendo. Al contrario. Le ayudaba, le animaba y amaba; adoraba a sus hermanas, admiraba sus actos, y les apoyaba ciegamente. ¿Acaso podía ser más afortunado?
- Desde luego. Eres muy amable.- alzó la mano hasta alcanzar su rostro y acarició su mejilla con cariño.- En momentos como este me pregunto como me las arreglaba en el pasado sin ti.
- Con mucha astucia.- replicó esta con una amplia sonrisa en el rostro. Dio la vuelta al sillón y ocupó su lugar junto a Symon. Le tomó las manos.- Symon, eres un hombre inteligente; las tres dependemos de ti. La situación es complicada, y tu hermana ahora necesita un poco de paz y calma. Cuando crea adecuado volver, lo hará, pero hasta entonces no podremos hacer nada más que rezar porque esté bien. Ahora intenta animar a tu hermana...- estrechó sus manos entre las suyas.- Que yo me encargaré de ti.
Symon sonrió. Tomó sus manos con suavidad y la atrajo hasta recostarla en sus rodillas. Una vez allí besó sus pechos, su cuello y sus labios.
- Tienes razón. Mi hermana sabe cuidar bien de si misma... y yo ahora tengo demasiados problemas aquí como ausentarme. Varg se está poniendo más estúpido de lo que esperaba. Ansía contraer matrimonio antes incluso que Darel y mi hermana. Cualquiera diría que va a decapitar a su padre mañana mismo.
- ¿Y quien dice que no vaya a hacerlo? Si es capaz de amenazarte con acabar con tu vida y la de tus hermanas con tal de ganar tu apoyo, ¿quién te dice que esperará a la muerte de su padre para llegar al trono? A no ser que el Rey dictamine que desea que Julius ocupe su lugar, Varg es el heredero. Quizás desee apresurarse antes de que cambie de opinión.
- Es posible, aunque claro, mientras Arabela esté lejos de nada sirve que me amenace una y otra vez. Por suerte...
Gabriela frunció el ceño cuando Symon dejó la frase a medias. Sabía en lo que estaba pensando, y el mero hecho de pronunciar aquellas palabras le daba nauseas.
- Es cruel decirlo pero...- dijo con tristeza.- Un Príncipe jamás se casará con una dama a la que le han arrebatado el honor públicamente. Sería un escándalo. Aunque haya sido durante poco tiempo, ha sido una esclava y Varg nunca se mezclaría con alguien así. No olvidemos que el caso de Damyria y el campamento ha sido un escándalo que afecta a muchos. Aunque sea de modo encubierto, muchos de los grandes comerciantes de Reyes emplean esclavos en sus talleres... unirse a ella en matrimonio podría verse como un ataque directo a la esclavitud y, en consecuencia, a aquellos a los que yo arrastro conmigo.- Metió la mano debajo de la falda de la muchacha y deslizó la mano por el muslo.
- Significa entonces que la sociedad no vería con buenos ojos ese enlace.
- Esos mal nacidos nos han hecho un favor en el fondo. La situación cambia... pero me imagino que Varg ideará otro plan para deshacerse de su tío. Me pregunto que pasará ahora...
A diferencia de Symon, Elaya fue incapaz de dejar de llorar durante horas. Sabía que su hermana era fuerte, pero incluso ella se habría visto afectada ante tal humillación. ¡Atrapada por esclavistas! Pensar en todas las crueldades que debían haberle hecho le hacía temblar de puro pavor. Su pobre y queridísima hermana...
Darel no sabía qué pensar. Desconocía que podría haber sucedido en aquel campamento, y, de hecho, prefería no saberlo, pero le dolía ver tanto sufrimiento en alguien tan magnífico y bello como era Lorelyn. Además, fuesen cuales fuesen los males que había padecido Arabela, no eran justificados por mucho que la odiase.
Pero lo que él creyera o sintiera no tenía cabida en aquellos momentos. Elaya lloraba desconsolada, y él ansiaba poder hacer cualquier cosa con tal de calmar su pena. La estrechó de nuevo entre sus brazos, besó su cabello, y cuando se calmó, le dio de beber una infusión que había ordenado preparar para ella.
Elaya dio tan solo unos tragos a la infusión, pero fueron más que suficientes para lograr serenarse. Dejó atrás la cama para ocupar una de las butacas frente a la chimenea, y ya allí aguardó durante largos minutos hasta que las lágrimas cesaron de brotar de sus ojos. Darel ocupó la butaca de al lado. Le estrechó la mano cuando esta se la ofreció.
- Maldito sea este reino, Darel. Está podrido, y a nadie parece importarle. Ni al Rey, ni a su hermano ni a su hijo. ¡A nadie! Bendito sea tu padre; él al menos cuida de sus ciudadanos.
- Son mundos totalmente distintos, querida.- admitió él.- Y cuando Varg se alce como Rey, será mucho peor. Si mi tío Julius tuviera un poco de poder quizás podría encaminar el rumbo de los acontecimientos, pero tanto el Rey como Varg no le tienen apenas en cuenta. Parece sorprendente, pero ahora que por fin él y sus hombres han salido de la fortaleza son ya más de cien bandidos los que han sido ejecutados. Cien hombres y mujeres que habían sembrado el caos entre gentes buenas... Dioses, ¡si mi tío hubiese ocupado un puesto de poder desde el principio esto no habría ocurrido! Este reino es grande, pero su sombra es mucho más alargada. Podría haber mantenido la paz, pero mi tío Solomon... Hace quince años que apenas sale de su fortaleza. Tiempo atrás fue un magnífico Rey, pero desde lo acaecido en Salemburg no volvió a ser el mismo. El reino está desbordado, y no hace falta más que darse un paseo por las aldeas para darse cuenta de que las cosas no están bien.- hizo una breve pausa.- ¿Y sabes qué es lo peor? Que piensa antes en encabezar la guerra contra los sureños que en arreglar los problemas de su propio reino.- apretó los puños.- Reyes Muertos estará perdido si no se toman medidas rápidas. Joder, solo mi tío parece tomar medidas, pero necesita un apoyo que ni el Rey ni Varg están dispuestos a ofrecerle...
- Entonces se la ofreceremos nosotros.
- ¡Ojalá pudiera! Pero ya sabes que mi padre no cooperará jamás con Reyes Muertos mientras la política belicosa en la que creen siga en pie. Perdonó a su hermano que le arrebatará el reino, pero jamás que lo convirtiera en lo que ahora es. Esclavos, bandidos, represión, temor a la guardia... ¡no cabe en cabeza alguna! Mi tío debería ser su señor, ¡no su dueño! Si yo pudiera...
- ¡Puedes!
- ¡No, no puedo!- dijo casi a gritos cegado por la frustración.- ¡Aún no! Pero el día que mi padre muera...
- ¡¡Pero para entonces quizás ya sea tarde!! Solo hay una opción Darel, y ambos la conocemos de sobras. Si tu padre no entra en razón tú tendrás que sustituirle.
- Para eso tendría que morir. No puedo sustituirle por incapacidad... y lo sabes. ¿Acaso crees que nunca me lo he planteado? Soy joven, sí... pero la perspectiva de mi padre es la de un hombre al que su hermano expulsó de su reino para darle uno menor. Desde entonces nunca ha vuelto a dejar Alejandría; no sabe como funciona el mundo. Es sabio, sí, y una gran persona, pero su buen carácter le impide ver más allá de las palabras. Y no es que yo no aprecie a mi tío, al contrario, pero sí considero un crimen lo que nos hizo. Este Reino nos pertenece, y si no hubiese sido por ellos, ahora Reyes Muertos sería grandioso.
- Esperemos por su propio bien que entre en razón entonces.
- En razón...- se puso en pie, meditabundo.- Es complicado, pero lo intentaré. Te pediría que volviésemos ya a Alejandría, pero la situación no es la adecuada. Aguardaremos al retorno de tu hermana y nos iremos. La primera semana celebraremos nuestro matrimonio, y después exigiré a mi padre que intervenga. Intentaré que mi tío acuda a la boda para que pueda ver su estado de salud, y entonces, quizá sí pueda convencerle de que debemos actuar.
Elaya conocía lo suficiente al Rey Konstantin como para saber que de nada serviría que le hablara sobre la situación o que le mostrara a su tío en el lecho de muerte. Konstantin jamás abandonaría Alejandría, y mucho menos la llevaría a la guerra contra su propio sobrino o hermano. Tan solo gente joven como ellos podían cambiar las cosas. Sin alianzas, sin lealtad alguna a la sangre... gente sin escrúpulos.
Desafortunadamente, Darel aún conservaba algunas de las tradiciones que su padre le había transmitido, y por mucho que ansiara el poder, no se lo arrebataría a la fuerza como, sin duda, Varg haría. Y es que, aunque a veces se mostrara frustrado, iracundo o simplemente molesto con todo lo que le rodeaba, Darel era una buena persona. Demasiado buena en realidad. Al fin y al cabo, ¿Cuántos príncipes se hubiesen casado con una huérfana encontrada en los bosques sin historia ni propiedades en vez de con la hija de un noble?
Elaya le amaba, pero también quería a sus hermanos. Los amaba tanto que si no había dudado en sacrificar sus creencias para aceptar quien era no descartaba la opción de ser ella misma quien blandiera el puñal contra su propio Rey si ellos se lo pedían. Darel debía gobernar, y si él no era capaz de acabar con la vida de su propio padre, ella lo haría por mucho que le doliera.
La muchacha siguió con la mirada los movimientos nerviosos de su prometido. Comprendía la batalla interna que estaba viviendo. El deseo de reinar le estaba enloqueciendo cada día más, ¿pero habría sido igual su comportamiento si Varg hubiese sido un digno candidato al trono?
Prefería no saber la respuesta a aquella pregunta, pues por mucho que ella le amara, sus hermanos simplemente le aceptaban por su posición social y por sus ansias de venganza. El resto, fuera buena persona o no, no les importaba lo más mínimo aunque trataran de demostrar lo contrario. El hecho de que fuera la persona a la que ella amaba era algo que tenían en cuenta, por supuesto, pero no era lo suficientemente importante como para salvar la vida únicamente por ello.
Extendió las manos para alcanzar las de Darel y tiró de él para captar su atención. Este, aún inquieto ante las temibles ideas que pasaban por su mente no necesitó más que verla sonreír para serenarse.
- Tranquilízate, Darel.- le recomendó Lorelyn con dulzura.- Llegado el momento ya veremos que medidas debemos tomar; hasta entonces esperaremos en las sombras, como hasta ahora. Lo único que ahora podemos hacer es aguardar a la vuelta de mi hermana y rezar porque ninguna otra desgracia azote a nuestra amada familia. Después, tal y como tú has dicho, volveremos a Alejandría. Esta visita se está alargando más de lo que hubiese deseado.
- La próxima vez que volvamos será para recuperar nuestras tierras.
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Calixia había sido una bella población tiempo atrás. Un pueblo de casas familiares de madera y piedra, calles estrechas llenas de niños y tiendas, campos de cultivo y unas magníficas bodegas que siempre habían estado repletas. Sus gentes eran amables y atentas con los extranjeros, y sus posadas dignos lugares donde los viajeros disfrutaban de grata compañía y magníficos manjares.
Cuando Julius y sus hombres llegaron, parte de la muralla había caído, varias casas habían ardido junto a los campos, y las calles estaban desiertas. Las bodegas habían sido asaltadas, las ventanas tapiadas, y las puertas selladas.
Vega silbó cuando, a su paso, ventanas y puertas fueron cerrándose con llave. Tal era la calma que reinaba en la zona atacada que tan solo el sonido de los cascos de los caballos rompían el tétrico silencio.
El camino les llevó a través de la mayor de las avenidas antes de llegar a la casa del gobernador. Las magníficas casas que tiempo atrás habían llenado aquella calle habían sido destruidas, las tiendas habían cerrado y las flores silvestres, antes cuidadosamente depositadas en los grandes ventanales, habían desaparecido para dejar en su lugar fachadas ennegrecidas, vegetación carbonizada y un desagradable y desalentador hedor a muerte en todos los rincones de Calixia.
Se olía la podredumbre en el ambiente, el terror y la demencia. Calixia parecía estar al borde del precipicio de la locura, y ni tan siquiera ellos, caballeros del Rey, parecían ser capaces de comprender como un lugar tan bello como aquel podía haber sucumbido a la oscuridad.
Con Julius y Vega a la cabeza, la línea de caballeros atravesó la ciudad hasta llegar a los pies de la casa del gobernador. Allí fueron recibidos por el señor de Calixia, en compañía de los pocos guardias con vida que aún quedaban en la población.
Un rato después, ya sentados alrededor de una mesa junto a un hogar encendido, el gobernador ofreció los detalles sobre los acontecimientos más recientes. Además de los guardias, el edificio estaba lleno de vecinos aterrorizados.
Laguna de la Rosa era un hombre de unos cuarenta años al que el deseo de proteger su ciudad le había hecho perder la mano derecha y la vista. Alto, de espaldas anchas y de larga cabellera rubia; Laguna cubría sus ojos con una cinta blanca. Tiempo atrás había sido un hombre atractivo, de barba ya encanecida muy cuidada, ropas de porte nobiliario y rasgos aguileños, pero la batalla había causado estragos en él, y ahora se mostraba envejecido y cansado.
- Combatimos con ellos durante las primeras cinco incursiones, pero tas ser mal herido no fui capaz de seguir guiando a mis hombres. Uno a uno fueron cayendo. Solo quedan cinco varones en edad de combatir en la población.
- ¿Solo cinco?- Julius estaba asombrado. Miró a su alrededor, y lo único que vio fueron ancianos, mujeres y niños aterrorizados.- Ya veo...
- El enemigo es imbatible.- prosiguió Laguna.- Sus tropas saquean y destruyen nuestra aldea cada tres días. Su señor aguarda en el molino a que los suyos vuelvan. De todos los que nos hemos enfrentado a él, tan solo yo he podido volver con vida.- hizo una pausa.- Es un ser demoníaco. Su simple visión me dejó ciego.
- ¿Puede ser un brujo?- inquirió Vega con preocupación.
- No lo creo, pero si así fuera sería el más poderoso sobre la faz de la tierra. Tiene aspecto humanoide, pero en vez de ojos, tiene llamas. Es altísimo, de quizás dos metros y medio, o tres, y tiene músculos de piel roja como la sangre. Abre las fauces para emitir rugidos inhumanos que parecen atravesar las mentes de quienes los escuchan, ¡y porta en la cintura una enorme espada que ningún humano sería capaz de empuñar! De sus espaldas cuelgan unas pieles hechas de pellejo humano, y en la cintura lleva un cinturón de huesos.
Julius se estremeció al escuchar la descripción, pero no dejó que el terror se apoderase de él. Estudió con detenimiento las expresiones de horror de los guardias y aguardó unos segundos hasta que en su mente se dibujó la posible imagen de aquel engendro. Si era cierto lo que el bueno de Laguna decía, poco podría hacer él.
- Pero veamos...- prosiguió Vega con cierta reticencia.- ¿Para qué querría saquear un ser como él vuestro pueblo? Nada tenéis que pueda interesarle. ¿O quizás sí?
- No que yo sepa. No somos seguidores de la Muerte ni nada por el estilo, ¡os lo aseguro!
- Pero sí es cierto que hace poco quemamos a una bruja.- intervino el más joven de los guardias con vida. Su cabello era negro, su piel pálida, y tenía el rostro cubierto de enormes heridas que seguramente le dejarían como recuerdo enormes y feas cicatrices.- Su nombre era Deedy, y había llegado al pueblo hacía tan solo unas semanas antes de que todo empezara.
- Oh, Deedy, claro.- replicó Laguna con amargura.- Aquella maldita bruja estuvo a punto de entregar a ese asqueroso demonio la vida de mi hermana. Empezamos a sospechar después de que la primera niña desapareciera. Se encerraba en su habitación de la posada, y solo salía de noche.
Julius cruzó los brazos sobre el pecho, meditabundo. Una preciosa muchacha de poco más de treinta años acudió a la mesa con un par de jarras llenas de té y unas tazas. Todos excepto él bebieron. Los tintes que estaba tomando la historia habían logrado cerrarle el estómago.
- ¿Porque sospecharon de ella?- preguntó con curiosidad.
- Había quien la había visto curioseando por la noche por las ventanas, y en un par de ocasiones llegaron a mí quejas de que había intentado colarse en alguna casa. No tuve más remedio que darle un toque de atención... pero visto que no obedecía, decidimos vigilarla. Y fue entonces cuando fue a por mi hermana y trató de llevársela a la fuerza al molino.- el hombre apretó los labios. Su voz empezó a temblar de pura rabia.- Cuando la cogimos chillaba incongruencias; no tuvimos más remedio que matarla. Era una bruja. Prendimos fuego a su cuerpo. Tres noches después empezó todo.
El instinto había hecho que Laguna agachara la vista, como si mirase al suelo. Uno de sus hombres depositó las manos sobre sus hombros, pero no reaccionó. Negó ligeramente con la cabeza, perdido en sus ensoñaciones, y permaneció en silencio durante largos minutos. Terry McReegan, el más joven de los guardias, mantuvo la mirada fija en su superior, deseoso de ofrecer su opinión. Se puso en pie, hizo una reverencia con la cabeza, y se apresuró a salir de la sala.
Vega y Julius intercambiaron miradas de compenetración. Vega se puso en pie, y sin mayor disculpa que una simple reverencia, se retiró en la misma dirección que había tomado el muchacho. Julius, en cambio, aguardó unos minutos más en la sala.
- ¿Esa tal Deedy llegó a hablar con vuestra hermana, gobernador?
- Sí... pero ella apenas recuerda nada.
- Ya veo.- hizo un ligero ademán a sus hombres con la cabeza para que se dispersaran.- ¿Y podría hablar con ella? Necesitaría contrastar algunos datos antes de diseñar un plan de ataque.
El hombre alzó el rostro con una mueca de sorpresa. Y no solo él. Todos los presentes, a excepción de los guardias, le miraron, perplejos. Empezaron a darle las gracias entre sollozos y llantos. Laguna tomó su mano derecha entre las suyas y se arrodilló.
- Os lo agradezco de todo corazón, mi señor. ¡Si pudiera blandir una espada...! ¡Dioses! ¡Hasta el mismo infierno os seguiría! Pero sin vista no sería más que un estorbo.
- Vuestro lugar está aquí. Dejadlo en nuestras manos... yo mismo me encargaré de empalar a ese engendro para vuestra aldea. Y quien sabe, si aún descansan los cuerpos de los suyos en el molino, los traeré de vuelta con sus familias. Ahora, por el momento, si sois tan amable, me gustaría hablar con vuestra hermana.
- Por supuesto. La encontraréis en la planta superior. Desde lo sucedido está muy nerviosa; apenas sale. Quizás vos podáis convencerla.
Julius asintió, pero no prestó demasiada atención a sus últimas palabras. Ordenó a Geller que se ocupara del resto del interrogatorio, y subió las oscuras escaleras de madera hasta el segundo piso. En una de las habitaciones de la casa, arrodillada de espaldas a la puerta frente a la imagen de una de las Diosas de la naturaleza, encontró a una preciosa muchacha de poco más de veinticinco años de aspecto demasiado exótico para pertenecer al reino. Su cabello era del color de la nieve, liso y largo hasta la cintura recogido en una magnífica coleta alta, sus ojos oro fundido y sus labios rosados. Su cuerpo era menudo, de miembros muy esbeltos, y sus exquisitos ropajes blancos y dorados. En el cuello llevaba un colgante de piel del cual pendía una piedra preciosa de color violeta en forma de lágrima de extraño brillo, en la cintura un cordel de perlas que enmarcaba su esbeltez, y en las muñecas y tobillos todo tipo de pulseras y amuletos de madera, cristal y piedras preciosas.
Aquella era la mujer más bella que jamás había visto en su vida. Sus rasgos, delicados y exquisitos, recordaban a los de los ángeles mientras que su cuerpo, esbelto y atractivo, encendía en los hombres la llama del deseo.
Julius se estremeció al verla.
La muchacha se volvió al oírle entrar. Hizo una reverencia con la cabeza y tomó asiento sobre la cama de sábanas caoba que tenía a su lado. Juliusse acomodó a su lado cuando ella señaló la cama con sus delicadas manos.
- Vos debéis ser Julius Blaze.
- El mismo. Y vos la hermana de lord Laguna.
- En realidad no soy su hermana aunque él me tome como tal. Mi nombre es Severinne Du Laish.
Julius volvió a estremecerse al besar su mano. El simple roce de la piel con los labios le aceleró el corazón. Necesitó traer a su mente el recuerdo de Arabela para tratar de calmar el instinto.
Las mujeres son traicioneras, se dijo. No la mires.
- Un placer. Debería hablar con vos sobre lo sucedido. El gobernador me ha comentado que estáis pasando por un mal momento, pero no temáis, hemos venido para acabar con la amenaza del molino.
- Sois muy valiente... pero temo que no puedo explicaros demasiado. Desde que esa loca deseó llevarme con ella al molino no he salido apenas. Esas crueles bestias acuden a nuestro pueblo en busca de vidas a las que llevar a su amo. Niños, ancianos, mujeres... esa bestia devora carne y bebe sangre. Cualquier presa le sirve.- sacudió ligeramente la cabeza, entristecida.- ¿Como imaginar que nuestra población iba a ser presa de tan cruel maldición? Si esa mujer no hubiese aparecido...
- Tengo entendido que trató de tomaros prisionera. ¿Podría saber si os dijo algo durante el periodo anterior a que fuerais rescatada?
- Locuras.- aseguró ella en un susurro estremecedor.- Nada tenía sentido. Hablaba de brujas, demonios, muertes, sangre... deseaba mi muerte.- cruzó los brazos sobre el pecho y hundió el rostro. Estaba a punto de romper a llorar.- Por suerte mi hermano y Ferry me salvaron... pero tuvo tiempo para hacerme un corte en el hombro.
La mujer apartó peligrosamente el tirante del hombro derecho para mostrarle el corte, pero lo único que logró es que la imaginación de Julius volara a un mundo de fantasía en el que solo existían ellos dos. Su cuerpo desnudo, su mirada, su cabello...
Parpadeó nervioso cuando la mujer se quitó el vestido en sus sueños. La apartó trayendo de vuelta el recuerdo de Lothryel, y apartó la mirada.
Volvió a cubrirse el hombro, y bajó la mirada hasta el suelo.
- Pertenezco a las tierras del Sur, mi señor. Nací en el Reino de Almas Perdidas, pero llevo casi toda mi vida aquí. Pero esa mujer... esa mujer era del Reino de Ámbar. Decía que yo era una bruja. ¡Yo! Maldición, ¡era ella! Ya había acabado con una niña, y deseaba que yo fuera la siguiente... la siguiente en morir...
Rompió a llorar. Se cubrió el rostro con las manos, y sollozó amargamente durante largos minutos. Julius, indeciso, deseó poder abrazarla y consolarla, pero sentir tanto deseo por alguien únicamente por su aspecto angelical no le gustaba.
Algo no iba bien. Aquella mujer tenía algo demasiado extraño e inquietante que le asustaba. Comprendió que lo mejor era irse, y así hizo. Se despidió con un ligero ademán, y tan pronto como pudo, huyó de aquella casa para reunirse con Vega en la calle. En pocos minutos caería la noche. Las temperaturas estaban empezando a descender peligrosamente.
- Las últimas palabras de la bruja en la hoguera fueron que Severinne debía morir.- informó Vega con aparente indiferencia mientras escudriñaba el horizonte.- Terry es el prometido de la muchacha, y está bastante nervioso con todo lo que está sucediendo. Sospecha que la bruja le dijo algo antes de que él y Laguna la rescataran, pero cree que está demasiado asustada como para confesar.
- Es una mujer extraña.- confesó Julius con inquietud. Hubiese deseado poder confesarle el deseo desenfrenado que su mera presencia había despertado en él, pero se avergonzaba demasiado de ello. Decidió no decir nada.- No sé qué pensar. Sea lo que sea que mora en el molino será destruido, desde luego, pero temo que quizás nos enfrentemos a un enemigo demasiado poderoso. No estoy dispuesto a tener perder a ninguno de los nuestros. Acudiré yo mismo esta noche con una patrulla de tres hombres. El resto quiero que aguardéis en retaguardia. Si creo conveniente que entremos en batalla, seréis advertidos, sino volveremos a la ciudad y pediremos refuerzos.- lanzó un sonoro suspiro.- Imagino que en el fondo no se trata más que de un brujo... pero la descripción de Laguna ha logrado asustarme.
- Si al menos tuviésemos otro testigo con el cual poder comparar versiones podríamos saber a qué nos enfrentamos. Me resulta imposible pensar que ahí fuera nos aguarda un demonio.- tras decir aquellas palabras, esbozó una sonrisa nerviosa a la que Julius acompañó con una sonora carcajada.- Suena tan absurdo...
- Piénsalo así, si es cierto que ese cabrón es un demonio tendremos una magnífica pieza de decoración para el bastión. Y si no...- se encogió de hombros.- Bueno, nos sacaremos de en medio a un hechicero más. En el fondo siempre salimos ganando.
- ¿No será arriesgado que vayáis solo?
- Desde luego, y de ahí mi interés.- depositó la mano sobre la empuñadura de la espada. - Si salgo victorioso y un demonio es quien me aguarda, puede ser glorioso. Y si no, será una gran muerte, ¿no crees?
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