Capítulo 27
Capítulo 27
El relajante sonido del agua al resbalar por la fría piedra de la fuente resultaba de lo más inspirador para una mente imaginativa como la de Dorian. El gran artista de la corte, amado por unos y odiado por muchos otros, jamás volvería a ser el mismo. Su nueva naturaleza había desarrollado su mente hasta tal punto que no había podía evitar que su mente divagara sobre todo aquello que el viento traía consigo. Voces, risas, silencios, susurros...
Dorian creía sentir el mundo girar a su alrededor. Su realidad había cambiado. Atrás quedaban las dudas existenciales, las inseguridades y todo aquello que le atara a su vida pasada. Él era Dorian, el no muerto, uno de los elegidos para cabalgar a lomos de la vida hasta el fin de los días, y nada podría ensombrecer tan magnífica existencia.
¿Una maldición? ¡Aún se carcajeaba al recordar aquellas absurdas palabras que con tanta severidad había pronunciado Arabela para describir su nueva existencia! Aquel don era digno de Dioses, y tan solo un ciego, o quizás un engañado, sería incapaz de verlo. Y precisamente eso, un ciego, era lo que había sido anteriormente.
Le habían ayudado a quitarse la venda de los ojos, y ahora que por fin con tan claridad podía ver el mundo, creía ser capaz incluso de volar más allá de aquellos finos muros que durante tantos años le habían impedido ver que la vida no hacía más que empezar.
Cuentos, canciones, poemas... Dorian les había prendido fuego a todos al horrorizarse ante su mediocridad. Ahora sus versos eran mejores, sus ideas más delirantes y sus poemas dignos de ser oídos por los dioses. Aquel beso que tanta desdicha había creído que le aportaría le había devuelto la vida, y aunque aún no tenía a una musa con la cual poder inspirarse, en su ágil mente ya se desdibujaban los nombres de varias damas.
Pero libros, poemas y canciones a parte, Dorian se sentía feliz. Sonreía a todo aquel que se cruzaba a su paso, salía a pasear por los jardines y disfrutaba como un niño de todas y cada una de las horas del día.
Durante el primer día como inmortal Dorian había deseado poder mostrar su más profundo agradecimiento a su señora, pero dado que esta había estado demasiado ocupada para él, no había hecho más que buscar a sus hermanos con el mismo poco éxito. Durante la cena, en cambio, pudo intercambiar alguna que otra palabra con la princesa Lorelyn. Había sido entonces cuando habían decidido que aquella mañana se verían en uno de los jardines.
Y siempre fiel a su palabra, Lorelyn descendió las escaleras que daban al jardín a la hora acordada. Aquella mañana vestía de azul, con un bello traje encorsetado con ribetes blancos, guantes de terciopelo, una capa de color crema y una magnífica gargantilla dorada en el cuello. El cabello, de un intenso color dorado, caía alrededor del bello rostro sonrojado formando gruesos bucles que destellaban la luz del sol.
Tan bella y arrebatadora como siempre, la muchacha se abrió paso entre las flores deslizando con delicadeza la punta de los dedos enguantados por los pétalos abiertos. Aunque los gélidos dedos del invierno amenazaban la vida de las flores, estas luchaban por subsistir en contra de las inclemencias climatológicas.
Encontró a Dorian vestido con ropas negras de terciopelo en uno de los bancos de piedra. A escasos metros había una magnífica fuente de piedra con forma de castillo de la cual, en el extremo más alto, una torre escupía un magnífico chorro de agua. Había más fuentes a lo largo del jardín, todas ellas labradas por los mejores maestros del reino, árboles frutales y todo tipo de magnífica vegetación de colores grisáceos, azules y blancos que llenaban de vida el jardín. Todas las flores eran de colores tristes, apagados y lúgubres, pero fuertes como el acero. Eran las Flores de Hierro, como algunos las llamaban, símbolo de algunas de las casas nobles del reino, y, entre ellas, la Strauss.
- Mi bellísima princesa.- saludó tras ponerse en pie con una grácil pirueta. Le tomó la mano con exquisita educación y besó el dorso.- Ilumináis el camino con vuestra simple presencia.
- Que halagador.- rió Elaya.- Os veo de buen humor... cualquiera diría que...- bajó el tono de voz.- Que en vez de un beso envenenado mi hermana os ha bendecido con el mayor de los regalos.
- ¿Y acaso no ha sido así?- recogió de la fría piedra un cuaderno de piel teñida de violeta.- Me ha abierto los ojos.
- ¿De veras?- tomó el cuaderno con diversión. En este había escrito todo tipo versos y rimas.- No está nada mal... aunque sigo sin entender en que os ha ayudado ese beso para escribir esto.
- Es sencillo.- se acomodó a su lado.- ¿Recordáis los sueños de los que os hablaba? Aquellos en los que oía aquella dulce voz... ¿aquellos en los que vuestra hermana cantaba para mí?
- Mi hermana cantando.- ironizó Elaya con dulzura. Sacudió la cabeza, risueña.- Lo recuerdo, sí, ¡jamás podré imaginar tan extraña imagen!
- Pues bien... lo que antes no eran más que sueños muy vívidos pero olvidadizos ahora se ha transformado en un torrente de sensaciones y de inspiración que no me abandona nunca. De hecho, esta noche, mientras trataba de conciliar el sueño, creí volver a oír su voz... y aunque era en mi mente, ¡no eran sueños!
Elaya frunció el ceño, pensando que tenía ante sus ojos a un auténtico demente, pero mantuvo la compostura. Depositó la mano enguantada sobre la suya y sonrió con amabilidad.
- Al menos ahora sabemos que no robáis las ideas a nadie, Dorian.- dijo, y le guiñó el ojo.- Ahora hablando en serio... quizás no se trate más que del entusiasmo, pero me alegra veros tan feliz. Cuando me enteré de lo sucedido temí que pudieras entristeceros... No sabéiss cuanto me alegra saber que sois tan feliz.
Dorian asintió, agradecido. Bajo petición expresa de la muchacha, entonó los versos que con tanto cariño había escrito para ella. La princesa disfrutó de la canción, y una vez hubo acabado, le felicitó por la calidad de los versos. Quizás fuera casualidad, pero su retórica había mejorado mucho. Sorprendía ver que alguien con tanto talento como él pudiera seguir mejorando. ¿Acaso no tenía fin? Si así era, esperaba que tardara en encontrarlo, pues verle sonreír de aquel modo lograba alegrarle el corazón.
Al caer la tarde Symon y Gabriela se unieron a la reunión. La pareja parecía muy feliz, como de costumbre. Los acontecimientos de aquella noche y mañana habían dejado marcas físicas en Symon, pero Gabriela prefería ignorarlas. Le amaba demasiado. Era consciente de que yacía casi a diario con otras, pero era incapaz de buscar fuerzas en su interior para abandonarle. Claro que él también ayudaba a que su amor persiguiera. Symon aseguraba que únicamente yacía con ellas por interés, y que tan pronto consiguiera sus objetivos, ella se convertiría en su reina.
Tales palabras bastaban para que la muchacha siguiera creyéndole.
Gabriela aquella tarde vestía de verde con un magnífico vestido lleno de volantes que se ceñía en la cintura, realzando sus magníficas curvas. Llevaba la larga cabellera negra como la noche suelta y reluciente, y aunque cubría sus hombros y parte del escote con una gruesa capa blanca, sus pechos eran lo suficientemente voluminosos como para que siguieran siendo el centro de atención de las miradas más audaces. Symon, por su parte, vestía con unos pantalones oscuros, botas de cuero y un magnífico jubón de color borgoña. A las espaldas llevaba su capa, y depositado con exquisito gusto sobre el pecho, un flamante broche en forma de cuervo con un granate injertado en el ojo derecho.
Elegantes, majestuosos y de belleza inquietante, Symon y Gabriela conformaban una de las parejas más envidiadas de la corte. Tantos eran los hombres que la deseaban a ella como a él, con la única diferencia de que Gabriela no había consentido que nadie lograra llegar a conquistarla. Symon, en cambio, no compartía la misma lealtad, pero sí lograba pasar totalmente desapercibido.
A parte de él, Gabriela, su hermana y las señoritas, nadie sabía de sus citas.
- Así que es aquí donde os escondéis.- dijo Symon con voz cantarina como saludo.- Hermanita, Dorian...- miró a un lado a otro.- ¡Vaya! ¿Por qué será que no me sorprende que su majestad el Príncipe heredero de Alejandría no esté aquí?
- Está reunido con su primo y su tío, el Rey.- le excusó ella con una falsa sonrisa en el rostro.- Parece que Lord Julius va a tardar en volver...
- ¡Maravilloso!- exclamó Dorian.
Ninguno de los dos recién llegados apoyó la moción. Symon sonrió por educación mientras que Gabriela, inquieta, se limitó a tomar asiento en uno de los bancos más cercanos.
- Dudo que tu hermana se sienta tan lozana como tú, Elaya.- comentó Symon aún de pie.- Por suerte para todos, ella también se ha ausentado. Negocios en el sur... esperemos que vuelvan ambos a tiempo antes de que esta historia se estropee.
- Solo hay una solución viable...- murmuró la princesa por lo bajo, pero su hermano prefirió no prestar atención alguna. Symon le besó la frente como siempre hacía y se acomodó junto a su querida.- Sea como fuere, ahora que ninguno de los dos está en la fortaleza hay quien respira más tranquilo...
- Christoff también ha partido con ella.- prosiguió Symon.- Tendremos que ser precavidos. Ahora que dicen que hay adoradores de brujas sueltos habrá que intentar pasar desapercibidos... por cierto, Gabriela, ¿podrías mostrarle a Dorian el libro del que te hablé?
Era una excusa para quedarse a solas con su hermana, y ambos lo entendieron como tal. Symon aguardó unos minutos a que el jardín quedara totalmente en silencio antes de tomar asiento junto a su hermana. Rodeó sus hombros con el brazo y volvió a besarle el cabello, a modo protector.
Charlaron sobre los festejos, el viaje a Salemburg y el notable cambio de conducta de Dorian. También sobre la evidente mala relación entre primos, el curioso estado de salud del Rey y el importante cambio que comportaría el hecho de que las tierras del sur se rindieran a sus pies. Era un gran paso, y Symon deseaba que su hermana lo supiera. Al fin y al cabo, ella sería la reina del futuro imperio.
Elaya, haciendo gala de su madurez a pesar de la edad, lo comprendió y celebró. Había tardado en descubrir su secreto, pero ahora nada en el mundo podría hacerle cambiar de opinión. Ella era Elaya Muerte, y lo tenía muy claro. La princesa Lorelyn Lothryel no era más que un personaje que no tardaría en eliminar con el tiempo.
- ¿Y que hay de ti y de Darel? Últimamente pasáis poco tiempo juntos.
- Los asuntos de palacio requieren demasiada atención para mi gusto, pero lo comprendo. Y de hecho podría acompañarle, pero el príncipe heredero me resulta tan vomitivo que prefiero darme un paseo que tener que verle la cara.
- ¡Vaya! A eso le llamo yo sinceridad.- dijo entre risas.- Veo que compartimos simpatía hacia ese cabroncete pelirrojo.- negó ligeramente la cabeza, recordando los últimos acontecimientos.- Es un mal nacido, pero no te voy a engañar, es astuto. Inteligente no mucho, pero se las da de listo... demasiado listo, y no le va mal del todo. Un buen susto a tiempo le habría callado esa bocaza tan grande que tiene... pero ya es tarde... aunque, espera. Es normal que yo no le soporte, ¿pero y tú?
La muchacha se encogió de hombros. Tenía tantas razones para odiarle que no sabía por donde empezar. Su actitud, su cara, sus modales, el modo en el que trataba a Darel, la manera como la miraba... su prepotencia, su mal carácter, la historia que le explicó sobre el Rey y su madre...
Sí, sin duda aquella historia había sido la peor. No en el momento, claro, pero sí ahora que era consciente de todo. Y es que, aunque nunca había sabido la verdad, siempre la había sospechado, y mucho más desde que aparecieron sus hermanos.
- Es insoportable.- resumió con desprecio.- En parte estoy deseando volver ya a Alejandría por él. Además, a este paso no nos vamos a casar nunca... y no es que esté preocupada pero...- le tembló la voz por un instante.- Bueno, está demasiado nervioso.
Las dudas y el temblor de la voz provocaron en su hermano mayor cierta sensación de malestar. Conocía lo suficiente a la joven para saber que jamás diría nada en contra de su prometido, pero en casos como aquel no era necesario que confesara para dar a entender que la situación era más tensa de la deseable. De todos modos, Symon había recibido noticias sobre la conducta de Darel en los últimos días, y no se sorprendió. Al contrario. Si era cierto lo que su hermana había dicho sobre la violencia desenfrenada con la que había arremetido contra ella durante las noches de entrenamiento, no le sorprendía lo más mínimo que incluso Elaya hubiese tenido que aguantar algún que otro espectáculo subido de tono. ¿Pero acaso él podía hacer algo?
Adoraba a su hermana, y por nada del mundo permitiría que ese príncipe mediocre del que estaba enamorada la dañara... pero en una situación tan tensa no se podía ser extremista. Soportar el mal carácter de Darel no era más que una minucia en comparación al gran beneficio que esperaba conseguir. Claro que, si descubría que estaba dañando a su hermana, se encargaría de que padeciera la peor de las torturas una vez ya no le necesitara.
Todo era cuestión de tiempo.
- Darel no es mala persona.- dijo, y no mintió al decir aquellas palabras.- Es joven e inexperto... envidioso en cierto modo. Rabioso. Tiene mucho carácter para ser hijo de quien es, y el estar aquí y ver el reino que podría haber sido suyo no le hace ningún bien. Y mucho menos cuando su primo se pavonea delante de él continuamente. En cierto modo...- reflexionó.- Me sorprende que aún no le haya matado. Yo, en su lugar, lo habría hecho.
- Creo que nos evita a todos para no acabar así. A él, a mí... a todos. Y es que...- chasqueó la lengua, dubitativa, pero no acabó la frase.
Le avergonzaba formular aquella pregunta, pero los celos y la preocupación que sentía era tal que no tuvo más remedio que hacerlo. Tomó las manos de su hermano y las estrechó contra las suyas. Cuando habló, su voz denotaba miedo.
- No se lo digas a nadie, pero he descubierto que por las noches desaparece. Quería preguntarle a donde va... pero está de tan mal humor que me preocupa que... bueno...
- ¿Qué te levante la mano?- preguntó, sorprendido a la vez que indignado. Frunció el ceño, furibundo, y clavó la mirada en los ojos de su hermana, deseoso de poder leer en ellos la respuesta.- Dioses, Elaya, dame una excusa y le mataré yo mismo. ¡Creía que solo te gritaba!- se puso en pie.- ¡Maldito mal nacido!
- No, ¡no...!- atrapó a su hermano y le instó a que volviera a sentarse.- No es que me levante la mano, ¡ni muchísimo menos!
- ¿Seguro?
Resultaba imposible mentir ante aquella mirada inquisitiva.
Elaya apretó los labios y asintió.
- Segurísima.
- Eso está bien... al menos por su propio bien.- dijo con frialdad. Parpadeó un par de veces, sintiéndose más débil que nunca, y volvió a centrar la vista en la muchacha. Esta estaba al borde del llanto.- ¿Pero entonces...? ¿Por qué le tienes tanto miedo? Tu hermana y yo también chillamos a veces. Incluso Cupiz gritaba cuando tuvieron que intervenirle el ojo.
- Ya, pero no es lo mismo que chilléis vosotros a que lo haga él... ya sabes.- se secó la primera lágrima.- No me gusta verle así; dice cosas horribles.
La chiquilla estalló en lágrimas en brazos de su hermano. Tan pequeña, tan frágil... tenerla en brazos le recordaba a las niñas que con tanta devoción sostenían a sus muñequitas de trapo.
Llegado aquel punto no tenía más remedio que hacerle saber lo que realmente estaba sucediendo. Hasta ahora se lo había ocultado por simple comodidad, pero, ¿Cómo imaginar que estaría pasándolo tan mal?
Empezaba a sentirse culpable.
- Venga, venga, no llores pequeña.
- ¡Pero y si estuviera con otra...! ¡Y si se ha aburrido ya de mí...! ¡Yo no sabría qué hacer...!- se enjuagó las lágrimas con los puños.
- Anda, deja de llorar, tonta. Te diré una cosa si dejas de llorar, sino...- miró de un lado a otro, dubitativo.- Bueno, ahora Arabela no está pero... me encargaré de que alguien te dé un buen susto.
- ¿Ni eso vas a hacerlo tú?- replicó con ironía.
Se llevo la mano al pecho, fingiendo estar ofendido.
- Oh, vamos. ¡Que cosas tan horribles dices! En fin, ten familia para esto...- tomó sus pequeñas manos de tan finos dedos y besó en dorso.- Te confesaré algo que apuesto a que hará que dejes de llorar.
- ¿Significa eso que tú sabes algo?
Se encogió de hombros.
- Pasa las noches con Arabela, hermanita, y no precisamente engendrando hijos... o monstruos.- dejó escapar una risita aguda al imaginar el monstruo que nacería de aquella extraña unión. Elaya, en cambio, no tenía cara de estar divirtiéndose lo más mínimo.
- ¡Entonces que demonios hacen!- chilló al borde de las lágrimas otra vez.
- Veamos... antes de dejar Alejandría tratamos de que Darel se uniera a nosotros. No es que le revelásemos quienes éramos, pero sí le tendimos una mano que, él, tan estirado y estúpido como es, rechazó. Pero el tiempo ha ido pasando y parece que por fin ha recapitulado y se ha dado cuenta de que, sin nosotros, no puede lograr nada. Así pues, noche tras noche, tu hermana trata de convertirle en un fiero guerrero. Ya sabes que un ejército jamás seguiría a la guerra a un Rey incapaz de blandir una espada... y me temo, hermana, que si no es hoy será mañana, pero la guerra entre primos va a estallar de un momento a otro. Y cuando esto suceda, nosotros, por supuesto, apoyaremos a los nuestros.
- ¿Significa eso que consideras a Darel de los nuestros?
- Que remedio.- se encogió de hombros.- Mientras tú seas su reina, poco me importa. Ahora mismo los nuestros cabalgan hacia el sur para reunir a los siervos de nuestra madre. Alejandría no está preparada para luchar... pero lo estará.
- Pero hermano, tanto Solomon como Konstantin aun siguen con vida.
- Pronto caerán.- aseguró.- No sería la primera vez que un hijo acaba con su padre para poder tomar las riendas del reino. Y si él no tiene la sangre suficiente para hacerlo... en fin, lo haré yo.- sacudió la cabeza ante la expresión de horror de la muchacha.- Elaya, no me mires así, ya sabías que las cosas serían así. El Rey Solomon esta empeorando de salud, y no me sorprendería que muriese en breves... tu hermana ansía con todas sus fuerzas poder matarle.
- Ya, pero...
- Es una muerte que estoy obligado a brindarle.- la interrumpió con severidad.- Solomon morirá, y cuando Varg alcance el trono, Darel se apresurará a hacer lo mismo. Nos interesa la batalla... y, sobretodo, nos interesa que Alejandría venza. Una vez tengamos en nuestro poder Alejandría y Reyes, Almas caerá. Tiempo atrás fue un reino muy poderoso, pero estando en guerra será más fácil vencerla. Después todo será mucho más fácil. Ámbar no es un reino fuerte... aunque hay que ser precavidos, es un nido de cazadores de brujas.- se llevó la mano al mentón, meditabundo.- ¿Sabes? Ahora que tan sincero estoy siendo, deseo confesarte algo que seguramente te sorprenda... y no gratamente.
Volvió a mirar a su alrededor, pues aunque sabía que no había nadie espiándoles, necesitaba unos segundos para poder ordenar los pensamientos. Poder hablar abiertamente de todas aquellas ideas le estaba sirviendo para desahogarse, pero también le estaba generando más dudas. Trazar las líneas de actuación no era tan sencillo como parecía.
- Al principio no era más que un rumor, pero Varg me lo confirmó... al parecer, ahora que corren tiempos de guerra, el Rey tiene ciertas dudas a la hora de asignar heredero. Al parecer el príncipe teme que sea su tío quien le arrebate el trono por su experiencia en combate... se dice que podrían ponerlo como regente.
- ¿Regente?- Elaya escupió una carcajada sarcástica.- Ese perro rabioso jamás dejaría el trono una vez lo tuviera.
- Adora la guerra.- evidenció.- Pero dudo que le gustara gobernar en tiempos de paz.
- Pero hermano, ¿acaso no sabes lo nuevo? Con la llegada de su prima, la tal... ¿Cómo era? ¿Shanya? Bueno, como sea, la capitana de la expedición Omega. Resulta que han descubierto que hay más continentes... ¿acaso crees que cuando tenga el trono no va a intentar hacer la guerra también con ellos?- sacudió la cabeza con desdén.- Varg, por muy estúpido y prepotente que sea, tiene razón. Su tío tomaría el trono, y jamás se lo devolvería.
- Es un punto de vista.- admitió.- No había pensado en ello; chica lista. Pues bien, en esa guerra de poder Varg ha tomado posiciones, y parece convencido de que el apoyo de nuestra familia puede marcar la diferencia.- hizo un alto.- Seamos realistas, eres la futura reina de Alejandría y yo el amigo de los nobles. Nuestro apoyo es vital en este tipo de decisiones... pero hay un gran problema, y es que cree que Arabela está de lado de Julius.
- ¿Cree?- rió con ironía.- ¡Por el amor de los Dioses, Symon! ¡Toda la corte sabe que entre ellos hay algo! O que lo había, pues lo de ayer no es algo que se pueda olvidar con facilidad.
- Sí... la verdad es que el interés de tu principe por entrenar a toda costa ha empeorado la situación entre ellos. No sé si hasta el punto de haber dejado su affaire... pero sí lo suficiente para contentar a Varg. Y es que nuestro amiguito, tan tonto que parece, ha decidido tomar posiciones como ya he dicho, y nos tiene en su mente. Desea nuestro apoyo, y considera que el único modo de conseguirlo es que el interés que Arabela siente por su tío le pertenezca.
Elaya parpadeó, perpleja, pero no intervino hasta que su hermano empezó a reír. Al instante ella también estallaba en carcajadas. Imaginar a Arabela y a Julius resultaba inquietante, pero, en cierto modo, posible; pero que Varg ocupara su lugar resultaba de lo más divertido.
- Cielos, ¡que estupidez!- dijo entre risas.- ¡Arabela se lo comería!
- Si devorase niños, sí.- lanzó un suspiro.- Pero así es. Anhela ser Rey por encima de todo, y parece dispuesto a jugársela para conseguirlo a toda costa. La cuestión es que... bueno, es estúpido, sí, pero tiene a sus espaldas el apoyo de todo el reino.
- ¿Significa eso...?- murmuró asustada.
- Exacto pequeña. Me tiene bien pillado por los huevos. O le apoyo o mi cabeza no tardará demasiado en separarse de mi cuerpo.
- ¡¡Cielos!! ¿¡Y que vas a hacer!?
Symon suspiró. Aquella era la gran pregunta. Lo mejor era acabar con Varg, pero no era tan fácil. Que Julius y Arabela hubiesen abandonado la fortaleza durante unos días le facilitaba las cosas, pero sabía que tarde o temprano tendría que actuar.
- Por el momento Varg está satisfecho de que no se presentara a la cena... pero cuando vuelva no sé qué pasará. En cierto modo prefiero que Arabela continúe con su affaire con Julius, pues él era el que controla el ejército, y necesito conocer los movimientos del Reino, pero por otro lado preferiría que fuera Varg quien ocupara el trono. Julius es muy astuto, y enfrentarnos a él con todo el poder del ejército a sus espaldas resultaría muy peligroso. No olvidemos que el señor de Alejandría será Darel, no yo, y dudo que él fuera capaz de vencer a su tío. En cambio, si fuera Varg el señor de Reyes todo sería mucho más fácil. Su orgullo le ciega, y aunque pudiera depositar el peso del ejército sobre las espaldas de su tío, preferiría guiarlo él mismo con tal de demostrar que es mejor Rey. Así pues... no sé qué hacer. Me gustaría conservar el pescuezo, pero debo tantear todas las alternativas.
Elaya asintió lentamente, dubitativa. Comprendía la dificultad de la situación, pero eso no implicaba que no pudieran encontrar soluciones. Le gustaba tan poco Varg como su tío, y si tuviera que decidir seguramente les habría enviado a los dos a la horca, pero dado que esa opción no parecía viable, todo apuntaba a que su hermana iba a acabar en brazos del niño príncipe.
Frunció el ceño ante la idea.
- Cielos, a Arabela le va a dar algo cuando se entere...
- Pero esto no acaba aquí. Antes de entrar en batalla es necesario que Arabela nos dé un sobrino... y por el momento solo Julius tiene posibilidades de hacerlo. Piénsalo, tenemos que mantener la estirpe, si uno de esos sucios cazadores de bruja interviniera y lograra acabar con, ella este sería nuestro fin.- sacudió la cabeza para quitar aquella tétrica imagen de la retina.- Tenemos que apresurarnos.
- ¿Y que pasa con Christoff?
- Me temo que tu hermana solo tiene ojos para un hombre.
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