Capítulo 22
Capítulo 22
Una hora después, cuando Arabela llegó a la hacienda de los Erym, una enorme hoguera ardía en el centro de los campos de cultivo secos. Los cuervos se habían reunido en los árboles de alrededor, expectantes. No tardarían en empezar los festejos.
Elaya fue la primera en verla. Alzó las manos y le hizo señales para que se acercara donde, sentados alrededor de la hoguera, los tres jóvenes atendían a la charla de la anciana.
La mujer desmontó de Témpano con gracilidad, pero no soltó las riendas de la bestia hasta no estar junto a la hoguera. Más allá de las llamas doradas, veía rostros que le resultaban familiares, pero temía tanto que no fuera más que una ilusión que ni tan siquiera se movió por temor a romperla.
Christoff, la anciana, sus hermanos... en aquel entonces no había sido más que una niña, pero sus recuerdos eran sorprendentemente vívidos. Aún sonreía cada vez que la voz atronadora de la anciana restallaba en su mente al gritar a su hermano que se bajara del manzano...
Durante unos segundos, la mujer se mantuvo en silencio, observando a la anciana. Priscilla extendió sus delgados brazos, ensanchó la sonrisa y la llamó. La muchacha corrió a arrodillarse a su lado y abrazarla. Christoff, por su parte, aguardó a que su madre liberase de su presa a la mujer para saludarla con una ligera sonrisa tímida.
- Así que no es un sueño.- murmuró tras apoyar la mano en el hombro derecho de Christoff.- Seguís aquí... creía que el ejército os habría dado muerte.
- Lo intentaron.- aseguró Christoff.- Pero no lo lograron.
La anciana y el joven habían cuidado de su familia desde hacia siglos. Habían sido guardianes y protectores, pero también buenos amigos. La anciana había educado a sus padres por separado y unos años después, cuando se conocieron y casaron, ella misma fue la encargada de la ceremonia. Las malas lenguas siempre habían dicho que la familia de los Erym era capaz de leer el futuro. Precisamente por ello, se decía que habían sido capaces de llegar a los distintos miembros de la que iba a ser la dinastía de los Muerte a lo largo de los años y unirlos. Arabela siempre había sostenido la idea que habían sido ellos mismos los que habían elegido a los miembros. La anciana les conocía, les educaba y les presentaba; después, el resto surgía por si mismo. Y así había ido sucediendo hasta que Solomon había decidido interferir.
Arabela notó como la anciana volvía a tomar su mano. Se arrodilló a sus pies para que la mujer pudiera deleitarse con la visión de un rostro que ya creía perdido.
- Tus hermanos son parecidos a tus padres, pero tú... tú eres diferente. Tú eres la heredera, de eso no cabe duda. No es la primera vez que conozco al futuro heredero, pero jamás creí que llegaría el día en el que vuestra madre nos dejara. Han pasado ya casi quince años, pero...
- Quince años no es suficiente para hacernos olvidar.- aseguró Symon con los brazos cruzados sobre el pecho.- Hemos tardado, pues nos tuvimos que separar para sobrevivir, pero ahora hemos vuelto, y estamos más cerca que nunca.
- ¿Más cerca que nunca?- preguntó Christoff con cierta sorpresa.- Cuanto lo dudo. Nunca se está lo suficientemente cerca.
- En esta ocasión sí.- aseguró con vehemencia.- Mi hermana menor es la prometida del heredero de Alejandría, sobrino del Rey Solomon, y Arabela está muy cerca de Julius...
- ¿Julius Blaze?- preguntó la anciana con curiosidad.- Lo dábamos por muerto.- volvió la mirada hacia su hijo, el cual se mantenía en pie junto a la recién llegada.- ¿Acaso no...?
- Creía que estaba muerto, madre.- aseguró turbado.- Nadie hubiese podido sobrevivir a aquella herida.- cruzó los brazos sobre el pecho, meditabundo.- Yo mismo hundí mi espada en varias ocasiones en su pecho. Además, le alcancé el rostro.
Arabela apretó los puños al escuchar aquellas palabras, pero no permitió que palabra alguna escapara de sus labios. Sentía amor fraternal por aquellas dos personas, pues habían formado parte de la vida de sus padres, pero también le dolía descubrir al culpable de tan cruel herida. Julius empezaba a ocupar demasiado espacio en su mente.
- Sea como sea.- se apresuró a decir Symon.- Está vivo, y Arabela lo tiene comiendo de su mano.
Tomó la mano de su hermano y la atrajo hacia él. Esta no reaccionó hasta unos segundos después. Julius... no podía creer que Christoff fuera el culpable de la cicatriz. Claro que el caballero había participado en la muerte de sus padres, pero en cierto modo había llegado a engañarse a si misma negándolo. Aquel descubrimiento volvía a evidenciar su participación.
- ¿Y que hay de ti, jovencito?- preguntó la anciana.
- Por mi parte...- rodeó la cintura de su hermana cuando esta tomó asiento en sus rodillas.- Me relaciono con los nobles, comerciantes y la monarquía. Me informo y diseño los planes... tratamos de generar desconcierto entre las coronas. Enfrentamientos, y lo estamos logrando.- extendió la mano hacia Elaya y le guiñó el ojo.- Hasta ahora Elaya desconocía de donde procedía, pero creo que ahora empieza a entenderlo todo.
La anciana desvió la mirada hacia la princesa, pero no dijo nada. Empezaba a comprender la situación. Sin duda Symon había hecho un buen trabajo, pero aún le quedaban algunos asuntos que tratar, y entre ellos, el más importante, era el de su hermana menor. Era evidente que Arabela sentía devoción por él, pero con Elaya las cosas eran distintas.
- Trabajamos para Alejandría.- aseguró Symon.- Servimos al Rey Konstantin, y al Príncipe Darel, y somos conscientes de la injusticia acaecida con su reino. Nuestro propósito es el de ayudarles... y beneficiarnos de ello. No olvidemos que mi hermana es la futura reina.
- Ya veo...- murmuró la anciana.- Aliados.
Symon asintió. A su lado, Elaya estaba tensa, pero no parecía disgustada. Sabía que Darel en los últimos tiempos había ansiado hacer justicia, y él no hacía más que ofrecer su ayuda. La alianza era demasiado beneficiosa para ambos como para ignorarla, y Elaya siempre había sido consciente de ello.
- Veo que sabes moverte bien, tienes el instinto de tu padre.
- Espero ser mejor que él.- dijo con frialdad.- Su instinto les llevó a la muerte. Yo, en cambio, busco recuperar lo que nos pertenece.
- No te engañes, Symon. Buscas venganza, y es comprensible, pero para eso primero debes conocer lo que sucedió aquí hace catorce años...
- Y es precisamente por eso que están aquí, madre.- sentenció Christoff con la mirada fija en el hombre.- No es una mera visita de cortesía.
La anciana asintió, y tan pronto alzó la mano derecha, las llamas de la hoguera aumentaron de tamaño hasta los cinco metros. Las dos hermanas se levantaron de las butacas con un rápido brinco, la pequeña para apartarse de las llamas; la otra para protegerla, pero apenas se alejaron unos pasos. Aquella imagen le trajo dulces recuerdos a la memoria. Cuando no era más que una niña, en varias ocasiones había hecho lo mismo con idénticas consecuencias; ella, asustada, se había levantado de un brinco mientras que Symon ni tan siquiera se había inmutado.
- Christoff, enseña a las chicas el círculo.
- Claro, madre.
El hombre hizo una ligera reverencia y se apartó de la zona junto a las dos hermanas. Pasearon por los campos de cultivo bajo la atenta mirada de los cuervos. Una vez estuvieron lo suficientemente distanciados como para que no se escuchara la conversación, dio el alto. Miró a una y después a la otra, y sin llegar a intercambiar palabra, desenfundó su espada. Hundió la punta en la tierra ennegrecida por el fuego y dibujó círculos, estrellas y extrañas letras sin significado aparente para ninguno de ellos. Unos minutos después el dibujo ya ocupaba más de cinco metros.
El círculo había dejado paso a un triángulo con cuadrados en las tres puntas, círculos llenos de dibujos alquímicos en los laterales, y, en el centro, un enorme ojo rodeado de cruces.
Era un dibujo extraño, sencillo pero bello. Un dibujo cargado de poder alrededor del cual el viento empezó a generar remolinos que arrastraban consigo risitas agudas, aullidos y voces melodiosas. Tal y como había sucedido en lo alto de la fortaleza de Reyes, Arabela volvió a captar el grito de la noche aclamarla como su auténtica dueña.
Cerró los ojos y se relajó. Podía notar la caricia del viento en la punta de los dedos, las mejillas y la nariz. A pesar de estar prácticamente solos, se sentía mucho más acompañada de lo que nunca se había sentido. Amigos que jamás había tenido, familia que ya había perdido, sus hermanos, sus padres, Julius...
Se estremeció al creer sentir el calor de los labios de su caballero sobre los suyos.
Abrió los ojos y parpadeó, incrédula.
Christoff y Elaya, que se habían dado cuenta de la reacción, intercambiaron miradas de sorpresa.
- ¿Hermana? ¿Estás bien?
Balbuceó la respuesta, sorprendida consigo misma, y apartó aquellos estúpidos pensamientos de su mente.
- Esto que veis es lo que nosotros conocemos como el Círculo. Mi madre suele ser la encargada de transmitir estos conocimientos, pero dada la situación, me encargaré yo mismo.- alzó la espada hasta apoyar el filo sobre la palma de la mano.- Sois gente especial, como ya bien sabréis... y estáis en un lugar aun más especial. Este es el hogar de la Muerte, mi madre y yo somos sus guardianes, y vosotras sois sus herederos. Y en concreto, tú, Arabela.
Volvió a sonreírle con timidez, pero Arabela ni tan siquiera se dio cuenta. Estaba tan ensimismada con sus pensamientos que era totalmente incapaz de ver más allá de sus propias narices.
- ¿Y qué ha heredado?- curioseó Elaya al ver que su hermana no reaccionaba.
- Oh, grandes talentos.- aseguró Christoff. Apretó el filo del arma contra la palma de su mano hasta abrirse una brecha. La sangre goteó hasta caer sobre el ojo del dibujo.
Y tal y como contactó con el ojo, grandes llamas doradas y azuladas surgieron de su corazón. Las dos muchachas trataron de apartarse de nuevo, aterradas por la cercanía del fuego, pero esta vez Christoff no se lo permitió. Tomó a Arabela del brazo, y empleando todas sus fuerzas, la lanzó a las llamas.
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Symon se incorporó de un brinco cuando Christoff lanzó a su hermana contra las llamas, pero la anciana se apresuró a cogerle del brazo para impedir que saliera en su ayuda. Cerró los dedos con fuerza alrededor de la muñeca, y lo sentó de un tirón.
- ¡¡Pero que demonios hace!!
- Tranquilízate, jovencito... y observa.
Horrorizado y con el corazón acelerado, Symon observó como la muchacha caía entre las llamas. El fuego lamió su piel, su cabellera y su cuerpo, pero ella no dio muestras de dolor. Al contrario. Las llamas aullaron de placer y ella se carcajeó. Se incorporó con naturalidad, y sin inmutarse ante el calor, extendió los brazos. El fuego empezaba a deformar su armadura. Anabella empezó a quitarse la ropa.
Ya desnuda y envuelta en llamas, Arabela empezó a danzar entre sonoras carcajadas mientras Elaya daba brincos alrededor de la hoguera, casi tan emocionada y alegre como horrorizada.
La mezcla de emociones logró dejarle sin palabras. Symon contempló con envidia a sus hermanas, y pronto sintió deseos de unirse a ellos en el festejo cuando gentes del pueblo acudieron junto a espectros a danzar y cantar. Muchos portaban panderetas, flautas y tambores; otros flores que lanzaban a las hermanas y jarras de vino.
Minutos después, ya envueltos en un auténtico festejo lleno de desenfreno, gritos y risas, Symon vio como los pueblerinos se arrodillaban a los pies de su hermana cuando esta decidió salir del fuego con el cuerpo desnudo. Ella saludó con una reverencia burlona y se unió a los bailes entre sonoras carcajadas tan sinceras que resultaban totalmente impropias.
- Cielos... cualquiera diría que es una bruja.- balbuceó Symon tras los primeros segundos de desconcierto.
- ¿Y acaso no lo es en cierto modo?- inquirió la anciana divertida.- Muchacho, ya son demasiados años fuera de vuestro hogar... simplemente se están liberando. En pocos minutos tú también estarás danzando con ellas.
- Me hubiese gustado poder venir antes.- admitió.- Aunque no creía que fuera a encontraros... os daba por muertos.
- Symon, - la anciana tomó la mano del muchacho con delicadeza.- aquellos que no disponemos de vida no podemos perderla. Seremos guardianes hasta que nuestra señora nos lo pida. Hasta entonces no abandonaremos ni desapareceremos... simplemente aguardaremos a vuestro lado, como hemos hecho durante siglos.
Symon volvió a fijar la mirada en Arabela, que ahora danzaba alrededor de la hoguera junto a su hermana. A pesar de la distancia, podía notar la liberación que irradiaba su mirada. No sabía qué, pero Christoff había hecho algo con lo que había logrado liberar a la niña que dormía en su interior. Atrás quedaba la máscara de hielo e indiferencia; ahora no era más que Arabela Muerte, hija de Dioses, disfrutando de la inocencia que jamás deberían haberle arrebatado.
- Estas tierras os pertenecen, Symon, y aunque tú seas el hermano mayor y Elaya la princesa, la auténtica heredera de Muerte es ella, con sus virtudes y sus defectos. Todas esas gentes que ves arrodillarse son vuestros súbditos... y los mismos que quince años atrás alzaron sus armas para intentar proteger a vuestros padres.- la anciana volvió a mirar a las niñas, y su expresión cambió. Donde antes había habido amor maternal ahora había auténtica devoción.- Si hubiese salido a la luz lo que realmente acaeció aquí el Rey se hubiese visto obligado a exterminarnos... pero sabía que no era capaz. Esto es Salemburg, y aunque los tiempos cambien, estas tierras seguirán siendo sombrías hasta el fin de los tiempos.
Symon analizó aquellas palabras, pero no confesó el abanico de oportunidades que acudió a su mente. En vez de ello, se cruzó los brazos, meditabundo, y se limitó a fingir que pensaba en algo cuando, en realidad, se limitaba a deleitarse ante el glorioso espectáculo de ver danzar a sus dos hermanas entre sus siervos.
Quizás las hubiese más bellas, más esbeltas y con rostros más atractivos, pero ninguna de ellas podría brillar como lo hacían sus hermanas. Eran seres distintos, bellos e inquietantes... pero, sobretodo, misteriosos. Pozos de auténtico misterio a los que a veces ni tan siquiera él era capaz de acceder.
Durante unos segundos deseó saber que estarían pensando en aquellos momentos. Elaya desearía que estuviera allí Darel, por supuesto, ¿pero y Arabela?
Era un auténtico misterio, aunque sospechaba que, en realidad, su simple presencia le bastaba para llenar el vacío generado por la soledad. Era autosuficiente, y precisamente ese rasgo era el que la convertía en un ser tan peligroso.
Una perfecta heredera.
Verlas bailar de ese modo entre las llamas y la oscuridad le inquietó. Los aldeanos parecían adorarlas... ¿pero acaso no era más que una máscara? Después de todo, Arabela se parecía a su madre, pero no era ella.
- ¿Estamos en tierras seguras?
- Desde luego. Es complicado que el Rey acuda aquí, pues nos teme, pero sí que es cierto que en el caso de que así fuera, no padeceríais daño alguno. Bueno... al menos Arabela; vuestro caso es distinto.
Sorprendido, arqueó las cejas.
- ¿Dices que mi hermana no puede ser dañada aquí?- sacudió la cabeza.- ¿Entonces porque sí lo fueron mis padres? ¡Ellos fueron asesinados!
- Pero no aquí...- bajó el tono de voz.- Acudieron los hombres del Rey, con Julius y el traidor a la cabeza. En aquel entonces Julius no era más que un niño... pero era temible. Los hombres le obedecían, y no dudaron en abalanzarse sobre nosotros cuando lo ordenó. Fue una batalla muy encarnizada; todo el pueblo se abalanzó sobre el ejército. Los vivos morían, pero los muertos...- sacudió ligeramente la cabeza, entristecida ante tales recuerdos.- Fue una auténtica matanza... y no habría tenido fin si no fuera porque, al quinto día, Solomon acudió a la llamada de su hermano. Sus filas estaban sufriendo una cantidad de bajas aterradora. No tuvo más remedio que acudir por si mismo. Creíamos tener la guerra vencida; pero nos equivocábamos. Ese sucio bastardo tenía una carta muy bien guardada en la manga, y no dudó en ponerla sobre la mesa.
Symon aguardó en silencio. Creía saber como acababa aquella historia, y no resultaba fácil aceptar que posiblemente ellos habían cavado la tumba de sus propios padres.
- Veo por tu expresión que lo comprendes... os habían encontrado durante la huída, muchacho. Tres niños solos...- hizo una breve pausa.- Fue una auténtica locura. Creí que Kassandra enloquecería al descubrirlo, pues nosotros teníamos nuestras sospechas, pero para sorpresa de todos, logró controlarse. Eran conscientes de que aquella batalla estaba perdida en aquellas condiciones, pero no la guerra. Aceptaron la derrota con tal de salvaros la vida y se sacrificaron a cambio de un juramento por parte del Rey que aseguraba vuestra supervivencia. Tus padres abandonaron Salemburg escoltados por la guardia del Rey y lo que quedaba de un Julius al que todos dábamos por muerto. Los Dioses saben que fue de ellos. Dicen que murieron... pero yo no estoy tan segura.- ladeó ligeramente el rostro, meditabunda.- Las malas lenguas dicen que llegaron a un pacto...
Se estremeció al escuchar aquellas palabras, y por un momento deseó creerla, pero no se dejó llevar por la esperanza. Había muchos testigos oculares de sus muertes. Demasiados como para poder llegar a dudarlo... aunque le hubiese encantado.
- Ya veo...- murmuró con voz temblorosa.- Sea como sea... es un auténtico placer poder saber que puedo contar con vosotros. Siempre creí que los acontecimientos habían sido muy distintos...- lanzó un suspiro.- Sea como sea, ahora está aquí Arabela, y ella ocupará el trono de mi madre.
- Desde luego.- afirmó.- Y para ello debéis conocer todos los secretos. Imagino que goza de vida eterna, como vuestra madre.
- Eso parece, aunque tengo ciertas dudas. Hablamos de alguien que muere pero vuelve a la vida... pero, en cambio, mi madre sí pudo morir.- juntó las manos sobre las rodillas y volvió a fijar la mirada en su hermana. En aquellos momentos se contoneaba demasiado cerca de Christoff para su gusto.- No sé qué pensar.
- Comprendo tus dudas, pues yo también las tengo... y es por eso que no tengo más remedio que poner en duda su muerte. Amaba a tu madre como si fuera hija mía... a veces creo que es la desesperación en vez de mi sentido común el que habla.- apuntilló la anciana.- Pero sea como sea... debes ser precavido, el camino de la inmortalidad no es tan sencillo como parece. Cierto es que tiene el don de despertar de la muerte, pero eso no implica que no pueda quedar atrapada en el limbo como muy posiblemente le haya sucedido a Kassandra.
- ¿Atrapada?- arqueó las cejas.- ¿A que te refieres?
- Piénsalo fríamente. Una herida de guerra puede enviarla al limbo existente entre la vida y la muerte durante unas cuantas horas... hasta el nacimiento de un nuevo día normalmente. Pero dime una cosa, ¿qué crees que sucedería si le cortasen la cabeza? ¿Y si la ahorcaran? O lo que es peor... ¿y si muriera víctima del fuego? La desaparición del cadáver complicaría mucho las cosas.
Symon parpadeó, aterrado ante las posibilidades, pero siguió prestando atención.
- ¿Qué deberíamos hacer entonces?
- Evitarlo, claro.- sentenció la anciana con voz risueña.- Pero si sucediera esto... ten en cuenta que tarde o temprano volvería, pero tendrías que traerla de vuelta. Necesitaría ayuda...- cruzó con lentitud los brazos sobre el pecho. La anciana parecía estar a punto de quebrarse con cada movimiento por lento que fuera.- Jovencito, ¿ves la hoguera donde están bailando?
Echó un rápido vistazo y asintió.
- Sí, claro.
- Mi hijo ha hecho un dibujo en el suelo y de su interior han surgido las llamas.- explicó brevemente.- Es un ritual de liberación. Generación tras generación hemos ido enseñando los caminos de la vida y de la muerte a los miembros de tu familia, pero me temo que con vosotros no hay tiempo. Simplificaré.- hizo un ademán con la cabeza para que Symon se pusiera en pie.
Este obedeció, y siguiendo instrucciones, empleó uno de los cuchillos de su hermana para dibujar en el suelo una mezcla de símbolos idénticos al que Christoff había hecho un rato antes. El dibujo estaba conformado por un círculo, un triángulo y tres cuadrados. En el interior del triángulo se encontraba el circulo, y en las esquinas, tres cuadrados de pequeñas dimensiones. Y situado justo en el centro del círculo y rodeado de símbolos de menor tamaño, un gran ojo.
Una vez inscrito en la tierra seca, la anciana le pidió que volviera a sentarse a su lado.
- Es poderoso.- sentenció al notar que el viento empezaba a formar círculos alrededor del dibujo.
- Lo llamamos el "círculo". Tiempo atrás la Muerte se ocultaba tras disfraces de carne y huesos. Intercambiaba identidades con sus víctimas, pero nunca olvidaba su auténtica naturaleza. Los Dioses le habían ofrecido elegir su propio destino, y ella optó por moverse entre las sombras y sembrar el caos a su paso... pero de eso hace ya muchos siglos. Dice nuestro folklore que los años fueron pasando, y Muerte acechaba a sus presas con corazón de hielo. Era un ente que daba forma humana a su cuerpo, pero de extraña procedencia. Seguramente fue un Dios, pero el contacto con los humanos la había vuelto juguetona. Le encantaba mezclarse con jovencitos y divertirse con ellos antes de darles muerte. Y así fue su historia hasta que alguien se cruzó en su camino. Su nombre era Taryanna, y era la hija del Rey de Almas Perdidas. Su hermano heredaría el reino, pero para asegurarse de ello, preparó una dulce muerte a su hermana mayor, la favorita de su padre. Muerte fue convocada. Y ahí fue donde sucumbió.- en el rostro maltrecho de la anciana surgió una leve sonrisa.- Cuentan las leyendas que Taryanna era tan bella que Muerte cayó a sus pies nada más verla. El corazón de piedra empezó a latir, y antes de darse cuenta estaba ya tan profundamente enamorado que nada le impidió acabar con la vida del hermano de Taryanna para ocupar el trono de Almas con la mujer. Y durante años disfrutaron del amor, pero pronto comprendieron que el trabajo de Muerte era demasiado complicado como para que pudieran estar juntos. Así pues, Taryanna acudió a Laream, su hermana solo por parte de padre. La niña había nacido de una de las tantas infidelidades de su padre, pero a diferencia de las otras hermanas perdidas, Laream era una mujer con fuerte personalidad y grandes soluciones. Desde su nacimiento había sido expulsada a los bosques, y allí había sobrevivido gracias a sus dones.
- Una bruja.- sentenció Symon pensativo.- Conozco ese nombre. Mi hermana ha enviado a un emisario en su búsqueda... jamás imaginé que podría ser alguien tan anciano.
- No puedes hacerte a la idea.- rió la anciana.- Laream acudió al reino junto con su media hermana para estudiar la situación. Unos días después llegó a la conclusión de que tanto Muerte como el reino necesitaban un heredero para que les ayudase. Un heredero... después de tantos siglos, Muerte no parecía comprenderlo. ¿Acaso un ente sin vida puede dar vida? Parecía imposible, pero Laream era una mujer astuta, y durante sus largos años en el bosque había llegado a conocer los caminos de la vida y la muerte. Tan solo estando en vida podría ofrecerle un hijo, así que Laream se puso manos a la obra y creó el círculo. Vertió parte de su propia sangre, y a costa de quedar atrapada en el limbo entre la vida y la muerte, logró ofrecerle la posibilidad de mantenerse en vida mientras pisara aquel lugar de poder.
- ¿Laream quedó atrapada?
- Sí. Algunos lo ven como un sacrificio, pero en realidad era lo que ella deseaba. Entregó su vida y su muerte por su media hermana, y quedó atrapada para siempre.
- Pero ella vive... mora en los bosques de Almas. O al menos eso dice mi hermana.
- Mientras Muerte siga entre nosotros, ella seguirá en la isla, en el limbo. Ni viva ni muerta.- desvió la mirada hacia la hoguera, y se mantuvo unos segundos en silencio, meditabunda.- Tanto mi hijo como yo estamos vinculados al círculo. Desconozco mi procedencia real, pero sospecho que Laream tiene algo que ver. Ella ofreció guardianes a Muerte y a su hermana, y de ahí surgí yo... mira, déjame el cuchillo, muchacho.
Dudó, pero finalmente le ofreció el arma para que la bañara con su propia sangre. Después, siguiendo órdenes, volvió a ponerse en pie y dejó que el dulce néctar carmesí resbalara por el acero hasta caer en el ojo del círculo. El dibujo reaccionó de inmediato lanzando una enorme llamarada azul y dorada, pero tal y como había surgido, desapareció dejando tan solo un brillo azulado oculto entre la oscuridad.
- Mi hijo y yo somos los únicos que podemos crearlos. Yo fui la encargada de vuestro nacimiento, ¿lo sabías?
- No.- dijo tras una risita nerviosa.- Desde luego que no...
- Tus padres deseaban formar una familia. Tiempo atrás Muerte se encargaba de prácticamente todo, pero ahora, con nuestra presencia, todo era bastante más sencillo. Claro que eso era cuando Kassandra vivía... ahora con su ausencia y vuestra desaparición Christoff no daba a basto. Personalmente no lo he visto, pero dicen que los caminos están llenos de espectros perdidos.
- Es cierto.
- Me lo imaginaba... no damos a basto, pero bueno, ahora con vuestra presencia será mucho más fácil... en fin, qué te estaba contando... oh, sí, tus padres. Ellos ansiaban tener hijos; y habrían tenido alguno más si no hubiese sucedido lo que pasó. Os adoraban hasta tal extremo que a pesar de vuestra existencia, vuestra madre se negaba a designar un heredero. No quería dejaros esa carga... pero por desgracia, el destino eligió por ella.
- ¿Cómo lo hizo? Quiero decir... si no eligió ella, ¿Cómo fue?
- Complicado, complicado... pero necesario que lo sepas. Tu madre no eligió, pero sí los hombres. Fue durante el embarazo. Ella había decidido instalarse una temporada en Vikker, un pueblo cercano situado junto a un lago. Tú habías nacido allí, y deseaba que Arabela corriera la misma suerte... pero los humanos son traicioneros, muchacho. Tu madre era una mujer muy bella, pero delicada a pesar de su naturaleza. Ofrecía el aspecto de una muñeca, y más cuando se ponía aquel colgante que tu padre le había regalado. Tan brillante, tan deseable... le pedí que siempre que deseara salir a pasear que me lo hiciera saber, pero aquella vez...- suspiró con tristeza.- Christoff nunca se lo perdonó. Fue un grupo de ladrones, o mercenarios, no lo sé. No importó. Mataron a tu madre, y con ello convirtieron a tu hermana en la heredera. Mi hijo les dio caza, desde luego, y durante años sus cadáveres colgaron en las calles de Salemburg, pero es algo que ninguno de los dos pudo olvidar. Fueron tiempos difíciles para la familia... pero bueno, con el tiempo comprendieron que, en el fondo, era necesario. Sin un heredero, tu madre no podría haber desaparecido, o lo que sea que le ha sucedido.
- Un heredero...- repitió para si mismo, meditabundo.- ¿Significa eso que la muerte de mi madre durante el embarazo convirtió a Arabela en heredera?
- Así es.
- Y ese círculo... ¿podría hacerlo yo también? Me gusta ver a mis hermanas así. Parecen tan felices...
La anciana sonrió y asintió, totalmente de acuerdo.
- Lo son. Arabela está liberada, y Elaya, en cierto modo, también. No es la heredera de la Muerte, pero sí comparte sangre. No podría asegurarlo, pero yo diría que en cierto modo están conectadas.- se encogió de hombros.- Por otro lado, tú podrías crear el círculo, pero sin nosotros no sería más que un mero dibujo pintado en el suelo.
- Ya veo...
La anciana comprendió el significado de su mirada, pero no dijo nada. Al contrario, se limitó a soltar una risita aguda. A pesar de su juventud, el pequeño Symon había heredado la malicia de los Muerte.
- Haciendo planes, ¿eh?- sacudió la cabeza, risueña.- Tranquilo... ahora que os hemos encontrado, Christoff no os va a abandonar. En otra época estuvo muy enamorado de tu madre.- volvió a reír.- Puedes contar con él... anda, vete ya con ellas, que lo estás deseando.
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