Capítulo 18
Capítulo 18
Oculto tras el fondo del escenario negro, Dorian podía oír los pasos de los curiosos y espectadores. Calculaba que había mucha gente, pero no le importaba. Solo deseaba la presencia de una persona; los demás eran complementarios.
Su vestuario era sencillo: una armadura negra bastante pesada que le impedía moverse libremente, una espada pintada de negro y un yelmo grisáceo con cuernos. Los hombres de Julius le tenían prohibido que se acercaran a ellos así que había sido Cupiz quien le había ayudado a conseguir el equipo.
La espada era la de su padre. Jamás la había empuñado, pero se sentía a gusto con el metal entre sus manos. Era pesada, incómoda y bastante peligrosa, pues el filo estaba muy afilado... pero también muy bella, con un dragón con la boca abierta en la empuñadura. Era un arma de porte elegante, con un brillo tan intenso que ni tan siquiera la tinta negra había logrado matar.
Era un arma digna de un caballero.
Jamás había vestido como un guerrero. La armadura era muy pesada, y resultaba francamente incomoda, pero había algo en su mente que le decía que aquel tenía que haber sido su destino.
- Dorian, todo preparado.- dijo Cyric, uno de los miembros de la compañía de teatro.- Dos minutos.
- De acuerdo.
Se frotó las manos presa del nerviosismo, y cogió aire. El escenario era muy sencillo; unas sillas cubiertas por una manta blanca que simulaba el desfiladero de un monte nevado y un muro negro. La acción transcurriría únicamente allí y a manos de un único actor, pero confiaba en que podría ser un magnifico espectáculo.
Contó los últimos segundos con el corazón acelerado y cerró los ojos cuando las luces de la sala se apagaron.
Era su momento.
- Estoy siendo demasiado benevolente con vosotros.- dijo Arabela en un susurro a su hermana.
Las dos hermanas, acompañadas por Cupiz, ocupaban una de las mesas del fondo de la sala. No comprendía aun porque se había dejado engañar para acudir a la obra de teatro, pero allí estaba, y todo apuntaba a que no podría escapar. Era un consuelo saber que no era la única que tendría que padecer aquella tortura, pues Cupiz tampoco parecía feliz. Ansiaba encontrar una vía de escape por la que poder huir y salir a cabalgar. Desafortunadamente, la mirada inquisitiva de la menor de sus hermanos complicaba bastante la escapatoria.
Le dio un trago a su copa de vino y frunció el ceño al notar el sabor amargo en la garganta. Había sido Symon quien había elegido la cosecha, y no se lo había tomado a la ligera. Era muy fuerte. Incluso ella, acostumbrada a beber en todo tipo de tabernas, tuvo ciertos problemas para poder tragar sin que los ojos le llorasen. Sospechaba que el vino sería lo mejor de la velada.
Que su hermano les acompañara había sido esperanzador. Aburrirse a su lado era complicado. Pero Symon únicamente las acompañó hasta la puerta. Una vez dentro,se unió a unos cuantos nuevos amigos miembros de la guardia del Rey.
- No seas tan negativa.- respondió Elaya con una amplia sonrisa.- Seguro que te gusta. Además, Dorian me pidió que te convenciera para que vinieras. Aguardaba tu presencia con mucho interés.
- ¿De veras?- arqueó la ceja derecha, sorprendida. Sonrió con malicia.- Imagino que querrá cobrarse venganza por lo de su amiguita.
Elaya sacudió la cabeza con una media sonrisa en los labios.
- ¿Por qué eres siempre tan negativa? Si quisiera matarte lo haría donde nadie pudiera verle, no durante una obra de teatro.
- Quizás quiera hacerlo a lo grande.- sugirió divertida.
- No lo lograría.- apuntó Cupiz.- Tendría que pasar por encima de mi cadáver.
Arabela volvió la mirada hacia la mesa de su hermano. Julius Blaze acababa de unirse a ellos. No le sorprendía; su hermano estaba tan obsesionado con el poder que tenía Julius en castillo que cualquier oportunidad era buena para tratar de sonsacarle algo nuevo.
Se llevó la copa a los labios y dio un sorbo. Pensó en el posible motivo por el cual Dorian requería su presencia. Cabía la posibilidad de que quisiera sacrificarse en público, pero lo dudaba. ¿Habría descubierto la verdad?
Sería un gran problema. Si así fuera, tendría que matarle, y aunque no sentía simpatía alguna por él, no deseaba tener que matar a ningún inocente.
O al menos a ningún otro más.
- ¡Empieza!
Arabela volvió a mirar hacia la mesa de su hermano. Podía sentir la mirada de los guardias clavados en ella...
Julius frunció el ceño cuando la mujer apartó la mirada de él para centrarla en el poeta que colgaba en lo alto del escenario. Ni tan siquiera disfrazado de guerrero ograba encontrar parecido. Era impensable que fuera su hijo.
Un hijo con una mujer como Arabela habría sido mucho mejor. Quizás no habría sido tan atractivo, pero sí un auténtico guerrero. Un digno heredero de su espada y su escudo, y quizás, llegado el momento, del trono.
Apreciaba mucho a su sobrino, pero sus malos modales le pasarían factura tarde o temprano. Quizás fuera mejor tener como Rey a un auténtico caballero poseedor no solo del don de la guerra, sino también el de la lengua. Dorian habría sido un gran candidato.
Apretó los puños. Recogió de la mesa su jarra de cerveza y le dio un largo trago. Dorian había empezado a pronunciar poemas a la oscuridad, a la vida y a la muerte. Versos trabajados y bellos, totalmente impropios del hijo de un caballero.
Sintió nauseas. Si hubiese podido, le habría arrastrado fuera del escenario a empujones. Era más decepcionante a cada segundo que pasaba.
- No entiendo que demonios hago aquí.- gruñó por lo bajo.- ¿De que queríais hablarme, Symon?
Fascinado como estaba, Symon tardó unos segundos en reaccionar. Había algo extraño en las palabras de Dorian, en sus cánticos y en sus rimas... algo que le resultaba familiar. Demasiado familiar. ¿Acaso ya no lo había oído antes? Hacía ya muchos años, cuando no era más que un niño...
Pero a pesar del interés que le suscitaba la obra, volvió la mirada hacia el caballero de la cicatriz. Podía ver la vergüenza implícita en su mirada.
- Es curioso.- respondió en un susurro.- Tiene talento, desde luego.
- Symon.- insistió en un gruñido.- No tengo tiempo que perder.
- Oh, cierto... quería hablaros sobre mi hermana.- endureció la expresión.- Como ya sabréis apenas sale últimamente de su habitación. Está algo asustada...
- ¿Asustada?- sacudió la cabeza.- Cuanto lo dudo.
- De acuerdo, de acuerdo. Me habéis pillado...- soltó una risotada.- En realidad soy yo quien le ha pedido que no salga. Ansía ir de caza y a cabalgar, pero no me fío de que vaya en solitario.
Julius cruzó los brazos sobre el pecho. Volvió a mirar hacia la mujer, que ahora observaba a su hijo anonadada, y asintió ligeramente. Le gustaba Arabela. Deseaba poder salir con ella y conocerla mejor, pero le disgustaba el no poder recordar como había acabado la noche que pasaron juntos. Uno de sus hombres le había asegurado que les había visto entrar en su habitación... ¿sería por eso que ni tan siquiera había acudido a recibirle a su llegada? Había despertado con la mano cortada y el sabor de sus labios en la boca, pero nada más. Ni recuerdos ni notas ni nada. Absolutamente nada.
Era muy frustrante.
- Me pedís que salga con ella de nuevo.
- No creo que sea algo que os disguste, Julius. Al contrario...- bajó el tono de voz.- Ya he visto como la miráis... es muy llamativa. Además, vos ya sois mayor; quizás ya sea hora de encontrar a alguien con quien desposaros.
- ¿Tan mayor me veis?- sonrió.- Apenas tengo diez años más que vos, Symon. Pero sí, si deseara buscar la compañía de una mujer, sin duda vuestra hermana sería una magnífica candidata. Desafortunadamente, la vida del caballero es demasiado complicada como para poder compartirla.
- No os pido que os caséis con ella.
- Es todo un alivio escucharlo.- ironizó; cogió su jarra y le dio otro largo trago.- Iremos a cazar, hace tiempo que no traigo una pieza en condiciones.
- Quizás podríamos organizar una cena como despedida, al fin y al cabo mis hermanas y yo vamos a viajar a Salemburg... y cuando se pisan tierra de brujos nunca se sabe cuando se va a volver.
- ¡Salemburg!- se alarmó.- ¿Por qué?
- Asuntos del Rey, me temo. De nuestro Rey.
- ¿Por qué iba Konstantin ha enviaros a tal lugar?- replicó más para si mismo que para Symon.- Conozco a mi hermano y sé que comparte nuestro respeto hacia ciertos temas. La hechicería ha hecho mucho mal a nuestra isla... es un lugar peligroso.
- Lo era. De limpiar las calles ya se ocupó el Rey hace catorce años, ¿verdad? La última bruja... ¿Cómo se llamaba? Kassandra... oh, sí, Kassandra. Dicen los cuentos que tuvisteis que darle muerte nueves veces antes de que pereciera finalmente; debió ser aterrador. ¿Qué edad teníais por aquel entonces? ¿Veinte años? ¿Diecinueve? Puedo comprender vuestro miedo, pero...
- Jamás podríais llegar a comprenderlo.- murmuró por lo bajo.- Es un poder que se escapa del conocimiento.- lanzó un ligero suspiro y, nuevamente, volvió la mirada hacia Arabela.- No deberíais arriesgaros de ese modo, y mucho menos llevando a vuestras hermanas. Os asignaré a varios miembros de mi guardia para que os acompañe.
- Oh, no es necesario, al fin y al cabo Arabela viene con nosotros.- volvió a centrar la mirada en el escenario. Ya sin el yelmo y con la mano derecha extendida hacia el vacío, Dorian recitaba un curioso poema del que, casualmente, hasta ahora él siempre se creía el único conocedor.- ¡Vaya...! Es francamente sorprendente. Me pregunto de donde habrá sacado todo esa inspiración...
Symon buscó con la mirada a sus hermanas, y pronto empezó a atar cabos. Durante las últimas noches su hermana Arabela se había ausentado en muchas ocasiones. ¿Cómo imaginar que era para estar con el poeta? ¿Sería por eso que se había negado a complacer a Blaze?
Resultaba sorprendente, pues Dorian no era el tipo de persona que podía llegar a gustar a alguien como Arabela, pero no cabía duda de que habían estado compartiendo datos muy personales. Demasiado personales y privados en realidad. Al fin y al cabo, aquellos poemas, citas y melodías eran las que había compuesto su madre cuando ellos no eran más que niños.
Se sentía muy incómodo, pero logró mantener la compostura. Siguió el espectáculo meditabundo. Una vez acabara, tendría que hacer muchas preguntas.
Pero sería Julius el que se adelantaría. El caballero había visto la mirada y la reacción, y parecía haber unido cabos. Entrecerró los ojos cegado por los celos al ver la mueca de deleite con la que Arabela observaba a su hijo y apretó con tal fuerza el puño que la jarra se rompió en mil pedazos entre sus dedos. Tal era el desprecio, odio y envidia que sentía en aquellos precisos momentos que no hubiese dudado en arrastrarle del escenario y decapitarle allí mismo.
Lanzó una última mirada cargada de odio al escenario y se retiró con rapidez. Necesitaba que le diera un poco el aire si no quería enloquecer. Niños herederos, aldeas en llamas, guerra en el sur, visitas a Salemburg... el mundo empezaba a perder sentido a su alrededor.
Y mientras que él salía a regañadientes, las hermanas contemplaban y escuchaban el espectáculo con los ojos abiertos de par en par y una extraña sensación de bienestar mezclado con temor en su interior. A Arabela le ardía la sangre y le dolían los oídos ante tal reproducción de sus recuerdos. Elaya, en cambio, no sabía exactamente que era lo que estaba escuchando, pero le gustaba. Le hacía sentir protegida, amada... venerada.
Tomó la mano de su hermana por debajo de la mesa y la apretó. Su hermana estaba rígida y pálida como una estatua. Parecía estar en trance.
- Te dije que te gustaría...- murmuró Elaya.
Arabela no respondió. La otra mano se deslizó instintivamente hasta el pomo de su espada y sintió como un extraño estremecimiento le recorría todo el cuerpo. Su sed de sangre estaba aumentando peligrosamente. Ansiaba poder acariciar el cuello del artista con el filo de la espada, pues estaba entonando cánticos que ningún mortal debería conocer, pero a la vez deseaba seguir escuchándolos.
Lo necesitaba.
Eran palabras con fuerza, palabras de poder... palabras que la llenaban y a la vez la hacían sentir vacía y abandonada. Palabras que la hacían sentir sola al alcance de las garras de un mundo que no comprendía... un mundo que ansiaba su muerte, pero que era incapaz de arrebatársela.
Soltó la mano de su hermana en completo silencio y se incorporó. No quería escuchar ni una rima más. Solo quería respuestas.
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El aplauso fue atronador.
Dorian bajó del montículo de sillas con el corazón latiendo con fuerza y aguardó a que el escenario volviera a encenderse para saludar. Hizo una reverencia a su público. Tan pronto todos se levantaron y empezaron a aplaudirle y a ovacionarle, este se retiró con el orgullo bien alto.
Ya detrás del escenario fueron unos cuantos de sus compañeros los que se acercaron a felicitarle. Dorian les dio las gracias y se retiró a una de las salas a disfrutar del triunfo en soledad.
Fue entonces cuando, procedente de uno de los rincones oscuros de la sala, alguien surgió de la nada y le derribó con un golpe seco en la nuca.
Unos minutos después, cuando abrió los ojos, Dorian estaba atado a una silla y amordazado. Todo estaba a oscuras y en silencio; tardó unos segundos en darse cuenta que seguía aún en el teatro. A su agresor, en cambio, lo reconoció de inmediato. Vestido de oscuro, con el rostro pálido y los ojos encendidos por la llama de la furia, Arabela mantenía la espada en alto, con la punta apretada en su cuello.
Dorian separó los labios, asustado, pero no dijo nada. Tal era la furia que reflejaba la mirada de Arabela que no se atrevió ni tan siquiera a parpadear. Le dolía la cabeza y la espalda, pero también el cuello, pues aunque no había llegado a cortarle la garganta, sí había abierto una herida en la piel por la que manaba sangre a borbotones.
Todo apuntaba a que estaba a su merced. Trató de retirar la cabeza, con la intención de apartarse del filo, pero de nada sirvió. Ella apretó aún más el arma.
El olor a la sangre era muy intenso.
- Maldito seas.- dijo la mujer entre dientes.- Maldito... dioses... ¡¡DIOSES!! ¿¡Quien demonios eres!?
- ¿Pero que...?- murmuró Dorian con temor.- Soy Dorian...
- ¡No!- apretó aún más el arma.- ¡¡No mientas!! ¡¡Dímelo!! ¡¡Dímelo!!
Su voz se volvió estruendosa, altiva y aterradora. Atrás había quedado el tono jovial y burlón habitual de la dama. Ahora, pálida como la nieve y con los ojos inyectados en sangre; temblorosa y con todos los músculos en completa tensión, parecía un auténtico espíritu vengador ansioso por beber su sangre.
- ¡¡Quien eres!!- volvió a chillar, y le encajó un puñetazo en la cara.- ¡¡Habla!!
- ¡Arabela por el amor de los Dioses!- chilló aterrorizado.- ¡Soy yo! ¡Dorian! ¡Dorian Strauss! ¡El actor!
- ¡Estás mintiendo!- insistió ella.- ¡Tú...!
- ¡¡Creedme!! ¡¡Soy yo!! ¡¡Acudí a vuestra habitación a pediros cuentas por mi amiga y dijisteis que la habíais matado!! ¡¡Y cenamos juntos cuando fui envenenado!! ¡Asegurabais que era hijo de Julius...!
El pulso de Arabela se aceleró. Dorian sintió el acero más pegado a su piel que nunca durante unos instantes. La mujer lanzó una maldición, escupió varios insultos y por fin, apartó el arma. La muchacha apretó la mandíbula y enfundó la espada. Le temblaban aún las manos cuando hincó la rodilla en el suelo.
- Dorian...- musitó con voz queda.- ¿De donde habéis sacado esas canciones? ¿De donde...? ¡Dioses! ¡No deberíais conocerlas!
El hombre se encogió de hombros, asustado.
- Os dije que había soñado con vos... erais la mujer de mis sueños... y entonabais esas canciones...
Tardó unos segundos en reaccionar, pero por fin reaccionó. Volvió a empuñar su arma para terror del músico, se acercó a él, y dejó caer el arma contra las cuerdas. Le ordenó que se incorporara a gritos y le empujó hacia la puerta ya con los ojos llorosos.
- ¡¡Fuera!!- chilló.
Y tal y como abandonó la sala, Arabela se dejó caer en la silla y maldijo presa de la histeria. Se cubrió el rostro con las manos y lloró amargamente sin saber porque.
Pasaron unos segundos antes de que una tercera persona interviniera.
Lo había visto todo, y aunque al principio había estado a punto de actuar, había decidido esperar hasta que estuvieran a solas. Si hubiese intentado matarle se habría visto obligado a intervenir, pero dado que al final parecía haberse arrepentido, decidió no actuar. Y seguramente se habría ido si no fuera porque escuchar aquellos lamentos habían logrado enternecerle.
Julius apoyó la mano sobre el hombro derecho de Arabela y lo apretó con suavidad. Tal fue la sorpresa que cuando alzó la vista ni tan siquiera se dio cuenta de que tenía los ojos cubiertos de lágrimas.
- ¿Pero que demonios...?
- Os habéis adelantado.- dijo con una media sonrisa en la cara.- Yo no habría sido tan agradable, os lo aseguro. Ha tenido suerte.
- ¿Me he ganado un castigo por esto?
Julius se acuclilló ante ella.
- Me temo que sí, pero creo que podríamos olvidarlo si decidís acompañarme este anochecer fuera de la fortaleza.- ladeó ligeramente el rostro, tratando de mantener la compostura, pero le resultó imposible. Las carcajadas de la muchacha lograron arrancarle una sonrisa- Ya sé que se me dan mal estas cosas, no hace falta que os riáis.
- Fatal en realidad.- recuperó el buen humor.- Pero sí... no me importaría salir de aquí. Empiezan a ahogarme estos muros.
- Antes necesitaría saber algo.
La muchacha se incorporó con lentitud, como si a sus espaldas cargada con el peso del mundo. Se secó las lágrimas que aún corrían por sus mejillas con el dorso de la mano y se apartó los mechones de cabello. En momentos como aquel habría sido mucho más cómodo portar su yelmo a cuestas para poder ocultar el rostro.
Julius la observó en silencio hasta que se serenó. Se deleitó con el suave movimiento de sus caderas al caminar y del brillo de sus ojos al sonreír. Incluso sintió deseos de poder besar aquellos labios rojizos cuando se los humedeció. Sus brazos delgados, las pequeñas curvas que formaban sus pechos en el escote del vestido...
- ¿El qué?
Parpadeó antes de lograr escapar de la fantasía.
- Uhmm, sí. Por lo que he podido entender de vuestro hermano, Dorian estaba entonando canciones propias de vuestra familia. Sé que ocupáis su habitación... ¿es posible que os haya robado algún tipo de libro o algo en el cual haya podido encontrar toda esa información? Al fin y al cabo, puede tener una copia de la llave.
Se encogió de hombros, dubitativa. La mente Julius estaba trabajando muchísimo más rápido que la suya, y le costaba responder sin dudar. En aquellos momentos le hubiese encantado poder tener la mente audaz y rápida de su hermano y saber qué responder.
Se llevó la mano al rostro y se lo cubrió, meditabunda. Julius aguardaba su respuesta con interés.
- No lo sé. No soy muy dicha para los libros, pero quien sabe, puede que mis hermanos sí que trajeran algo...- apretó los labios.- No lo sé.
- Ya veo...- sacudió la cabeza.- Parece que no pierde el tiempo. Sea como sea, hablaré con él si es que no lo hace vuestro hermano. No me gusta este tipo de situaciones tan comprometidas. Resultan incómodas.
- La gente parecía maravillada.
- Poco me importa lo que opine el resto si hay una persona a la que le ofende.- insistió. Aflojó la presión de la mandíbula al ver su tierna expresión.- Será que mi odio hacia ese chiquillo es mucho superior de lo que yo esperaba.
- Nunca es suficiente.- le tomó la mano.- Vayámonos, necesito aire.
Un rato más tarde, ya en los establos, Julius y Arabela ensillaron caballos. Él a un bravo semental de color negro llamado Acero, y ella a Témpano. Cabalgaron por el patio hasta las puertas, y justo antes de que el sol cayera para dar paso a la noche, partieron de la fortaleza.
Cabalgaron por el camino de piedra con rapidez, y pronto atravesaron los lindes del bosque hasta perderse en el océano de árboles y arbustos.
Armados con arcos, la caza resulto mucho más divertida de lo que cabía esperar. Los animales nocturnos alertaban a las bestias a base de gritos y rugidos de la presencia de los caballeros. Los animales huían, pero ellos disfrutaban persiguiéndolos y dándoles caza sin importar la oscuridad ni la distancia.
Las temperaturas descendieron al caer la noche.
Arabela había tomado una de las pieles más gruesas que los hombres de la guardia le habían ofrecido junto al arco, pero incluso con ella en las espaldas sentía como los fríos dedos de la noche se colaban por las mangas, y el cuello de sus ropas. Cabalgar le hacía entrar en calor, pero no lo suficiente.
Necesitaba moverse, y consciente de ello, no dudó en desmontar para enfrentarse a una de sus presas. En aquella ocasión, era un gigantesco oso pardo de descomunal envergadura. Sus movimientos eran amenazantes, pero en su mirada se veía el reflejo del miedo.
Arabela desenfundó su espada, persiguió a la enorme presa lanzando algún que otro espadazo hasta los pies de un despeñadero de piedra grisácea y allí la azuzó hasta la llegada de Julius. Ya juntos, dieron muerte al enorme oso pardo. Lo arrastraron hasta los pies de lo que parecía un muro de piedra natural, y allí Arabela se dedicó a despellejarlo mientras el caballero encendía una gran hoguera.
El combate con el oso había sido apasionante. La fiera había intentado resistirse, y en varias ocasiones les había lanzado furiosos garrazos con los que les había derribado, pero entre los dos habían logrado acorralarle y asestarle golpes hasta la muerte.
Julius había aprovechado el golpe final para hacer una magnífica cabriola en el aire. Se abalanzó sobre las espaldas de la bestia, se impulsó hasta el cuello, y allí hundió el arma en su garganta. Mientras la bestia caía, él había saltado por los aires dando una vistosa voltereta.
Había acabado embadurnado de sangre, pero había valido la pena.
Antes habían cazado un par de ciervos de enorme envergadura, tres liebres y una manada de cinco lobos que había intentado atacarles, pero habían optado por dejar los cuerpos de los últimos para los carroñeros. Los ciervos y las liebres, en cambio, le harían compañía aquella noche.
Acamparon a los pies de la pared de piedra, en un pequeño claro cercano a un río. La situación estratégica del claro impedía que el viento les diera de pleno. A pesar del frío estremecedor, podrían soportar la noche gracias a la hoguera y las pieles.
Arabela aprovechó el rato en el que Julius encendía la hoguera para arrancarle la piel al oso con ayuda de sus cuchillos. La cortó en dos enormes piezas chorreantes de sangre y aprovechó las aguas cristalinas del río para lavarlas. Tardarían unas semanas en perder el hedor de sangre, pero al menos podrían emplearlas aquella noche una vez estuvieran secas. Las plantó junto a la hoguera y estudió con detenimiento las ropas ensangrentadas y la piel sucia de su compañero. Manchado de sangre y vísceras, resultaba francamente aterrador.
- Aprovechad el río.- le sugirió.- Con ese olor atraeréis a todas las bestias del bosque... a mí incluida.
Le guiñó el ojo.
Julius respondió con una sonora carcajada. Le dio una suave palmada en el hombro, y la obedeció. Un rato después, ya con la piel y la armadura algo más limpia, se acomodó junto a las pieles húmedas para secarse.
Haciendo gala de la habilidad que tan solo dan los años de supervivencia en el bosque, la mujer se encargó de desollar a las dos liebres. Cortó la carne a pedazos, la sazonó con especias picantes, y las metió en un cuenco de agua dulce. Después, sin acercarlo demasiado a las llamas para que no se deshiciera ni chamuscara, depositó el cuenco de barro junto al fuego.
- No se os da mal del todo esto de la caza.- comentó Arabela una vez hubo acabado. Recogió del suelo una de las piezas de piel de oso y la giró para que se secara por la otra cara.- El hedor no es muy agradable, pero nos ayudará a pasar la noche.
- De esos retales podrían salir un par de buenas capas. Ha sido un rival digno, su piel adornaran mis espaldas a partir de ahora. Y las vuestras si lo deseáis, claro.
- Por supuesto.- tomó la otra pieza y le dio también la vuelta.- Ha sido una buena noche. Siempre preferí la caza nocturna; me siento más cómoda.
- Los Lothryel sois gente a la que os gusta el peligro... aunque quizás demasiado.- extendió las manos hacia las llamas para entrar en calor.- Tengo entendido que vais a viajar a Salemburg.
Aquella revelación hizo reír a la muchacha. Asintió suavemente con la cabeza mientras agitaba el contenido del cuenco. La carne estaba bastante cocida, pero aún tardaría un par de minutos más en estar hecha por dentro.
- ¿No decíais que a los curiosos se les hacía pagar con sangre?
Julius sonrió sin humor. Había aguardado toda la noche en busca del mejor momento para tratar el espinoso tema, pero hasta ahora no había encontrado el momento adecuado. Lamentablemente, aquel tampoco lo era, pero el tiempo pasaba rapido, y pronto llegaría la madrugada.
No tuvo más remedio que aprovechar aquel momento.
- Hablo en serio.
Lo único que logró fue que la mujer soltara una sonora carcajada que el viento arrastró más allá del bosque. Arabela dio un golpe seco al cuenco y su contenido dio un vuelco en el aire antes de volver a caer sin derramarse ni un ápice.
- Aunque ya no esté vivo, tuve padre.- le informó con ironía.- No necesito a nadie que vigile y opine sobre mis actos. No me decepcionéis a estas alturas, Julius.
- No lo pretendía.- dijo mientras se ponía en pie.- Os he visto cazar. Es evidente que sabéis cuidaros bien, pero quisiera que escucharais mi opinión antes de tomar una decisión.
Arabela dejó el cuenco en el suelo y se puso en pie, frente a él. Cruzó los brazos sobre el pecho. Empezaba a aburrirse de aquella conversación.
- ¿De que demonios estáis hablando? Empezáis a irritarme.
- Hablo de Salemburg. Symon me explicó que ibais a via...
- Ah.- sacudió la cabeza antes de volver a reír.- No me digáis que os dan miedo los cuentos de brujas. ¡Por el amor de los Dioses! ¡No son más que estupideces!
- ¡No lo son!- exclamó con ferocidad mientras recortaba la distancia que les separaba. Depositó las manos sobre sus hombros.- ¡Yo la vi! ¡La vi! ¡Y sufrí su ira! ¡Muchos de los nuestros murieron por culpa de esa maldita arpía!
Julius se mordió los labios con temor cuando los recuerdos de aquellos años acudieron a su mente. Necesitó llenarse los pulmones de aire al recordar la época de muerte y desolación vivida en el reino. Habían sido tiempos duros en los que muchos habían muerto. Demasiados amigos, demasiados hermanos... demasiados compañeros.
Aquella batalla había sacado lo peor de los hombres, pero también lo mejor. Nuevas alianzas, amistades, hermandades... el mundo había cambiado, y Julius había formado parte de aquel nuevo renacer.
Arabela no pudo ocultar su sorpresa ante la sorprendente reacción del caballero. Le fascinaba ver el temor reflejado en su rostro, pero a la vez le entristecía pensar en los posibles temores que ocultaba aquella mente tan compleja. No cabía duda de que su madre había sido un auténtico demonio; seguir sus pasos sería un auténtico honor. No tenía demasiado interés en aterrorizar a hombres como Julius como ella había hecho en el pasado, pero no lo descartaba. Por el momento le bastaba con jugar. Pero sabía que llegaría el día en el que tendría que proseguir con las hazañas de su madre, y no renegaba de ello.
Pensó en las palabras del caballero con detenimiento. Sospechaba que su madre le había causado algún tipo de trauma cuando de joven. Eso podría llegar a ser un gran problema. Julius aún no lo sabía, pero cuando dijo que le recordaba a alguien, era de ella de quien hablaba. El día que recordase, tendría un problema grave.
¿Acaso no sería mejor matarle directamente y ahorrarse problemas?
No, se dijo. Sospecharían de ella. Tendría que ser cuidadosa.
De todos modos, Arabela no deseaba su muerte. A lo largo de su vida había conocido a pocos hombres que le resultaran interesantes, pero Julius estaba entre ellos.
- Venga ya Julius.- dijo con tono amigable.- No temáis tanto por nosotros, ¡sé cuidarme las espaldas! Además, ya no quedan brujas. Vuestro Rey se encargó de ello.
Pronunció las palabras con desprecio, pero el crepitar de las llamas logró ocultar la mueca de asco que se había dibujado en su rostro. Julius quiso responder, pero antes de que pudiera hacerlo, su acompañante Arabela le arrebató el arma del cinto. La empuñó con gracilidad y la alzó hasta depositar la punta en la mejilla dañada del hombre. Julius trató de retirarse unos pasos, pero la presión ejercida por el acero era tal que la simple fricción le habría abierto una nueva brecha en la cara.
Sonrió.
- ¿Qué hacéis?
- Veo que no confiáis en mi palabra... así que os lo voy a demostrar. Si vos salís vencedor, no viajaré a Salemburg. Pero si soy yo la vencedora, no volveréis a poner en duda ninguna de mis acciones. Y cuando digo ninguna... es ninguna.
Giró el arma con gracilidad para tomarla por la punta y se la entregó por la empuñadura. Inmediatamente después, empuñó la suya y retrocedió un paso para alzarla y apuntar directamente a la garganta del hombre.
- ¡Vamos!- le provocó con voz chillona. Su espada dibujó un arco en el aire.- No me quisiera pensar que pierdo el tiempo con un cobarde.
- ¿Provocaciones?- replicó con diversión.- No tenéis ni idea de a quien os enfrentáis, jovencita.
- ¡Jovencita!- ironizó.
Como si de una víbora se tratara, lanzó un picotazo con la espada a tal velocidad que ni tan siquiera Julius fue capaz de seguir. El caballero notó de inmediato el dolor agudo del mordisco del acero en el hombro y retrocedió varios pasos, casi tan sorprendido como abochornado. Aquella fue la única vez que retrocedería. Empuñó su espada con ambas manos, y tras adoptar la pose de combate, esbozó una media sonrisa llena de seguridad.
- Ya habéis demostrado cuan traicionera sois, jovencita... veamos que tal se os dan los duelos.
- Veamos si el tigre es tan fiero como aparenta ser.
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