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Capítulo 17

Capítulo 17

Durante los siguientes dos días la fortaleza se convirtió en un océano de nervios, angustias y temores. Los habitantes de Reyes Muertos estaban aterrorizados, y sus soberanos eran incapaces de evitarlo.

Julius había partido junto a más de cien caballeros hacia Dundayl, pero pronto volvería sin noticias. Las granjas habían sido arrasadas por el fuego, las vidas de los habitantes segadas a punta de espada, y las bestias liberadas de sus establos. El caos reinaba en las tierras del este, y los habitantes de los pueblos de alrededor, aterrorizados, habían optado por abandonar sus hogares y dirigirse a la capital. Largas caravanas de gente llegarían en menos de una semana. Muchos no encontrarían habitaciones en las posadas, pero acamparían en las afueras sin temor a las bajas temperaturas ni a las manadas de lobos. La sombra de Reyes era alargada, y si había un lugar seguro en el cual refugiarse, ese era la fortaleza.

Eran tiempos complicados, pero se habían vivido épocas peores. Solomon reunió a un pequeño ejército de más de doscientos caballeros, tanto de Reyes como de Alejandría, y los envió de caza. El Rey y sus consejeros sospechaban de la presencia de un grupo de sureños era el causante de todos los males. Hasta que no tuvieran en bandeja de plata la cabeza de su líder, no cesarían con la búsqueda.

-    ¡Removed cielo, mar y tierra, pero traedlos!- había ordenado.

De forma ordenada y guiados por los mejores exploradores del reino, los hombres de Solomon se lanzaron a los bosques en busca de los culpables. Y mientras que unos buscaban enemigos inexistentes, los otros, comerciantes, nobles e hijos de alta cuna, seguían disfrutando de las dulces mieles del éxito y deleitándose de los espectáculos de palacio. Mientras el castillo no estuviera en peligro, las celebraciones no se detendrían.

 

-    ¡Brindemos!- exclamó Symon alzando su copa.- Por ti, mi mayor tesoro.

-    Por mí, entonces.

Brindaron, bebieron y rieron.

Llevaban ya tres horas bebiendo, y lo que al principio habían sido sonrisas y felicitaciones en susurros, había acabado convertido en carcajadas y abrazos. El primer asalto había sido un auténtico éxito. La sangre de decenas de inocentes a los que habían arrebatado la vida no escapaba de la mente de ninguno de los dos, pero trataban de eludir aquellos pensamientos. Poseían corazones endurecidos por el dolor de la injusticia, venganza y muerte, conciencias silenciosas en las que se acumulaban depravaciones y tragedias, y lenguas afiladas casi tan afiladas como sus vidas con las que enfrentarse a la vida. Para cabalgarla.

Un gran destino les aguardaba al final del camino, y por muchas que fueran las penurias que sufrirían, nada les haría cambiar de opinión. La vida y la muerte les pertenecían; maestros del engaño, dueños de la mentira y paladines de la traición, los hermanos Muerte no temían a nada. Y por grande que fuera el enemigo, mayor sería su deseo de victoria.

-    Teñiremos la tierra con el carmín de la sangre, el cielo de oscuridad y sus corazones de terror. Nuestra palabra se extenderá por todo el océano, y pronto las tierras sombrías volverán a apoderarse de esta maldita isla.- proclamó Symon, sombrío.- Y entonces, solo entonces, daremos por finalizada nuestra venganza.

Arabela bebió el contenido de su copa con lentitud mientras negaba con la cabeza. Su mirada, más sombría a cada segundo que pasaba, irradiaba una frialdad que tan solo aquella última negativa había logrado transformar en furia contenida. En odio.

-    No. Esto no acabará hasta que tenga su cabeza, Symon.- dijo en un susurro. Su voz, cada vez más aguda y furibunda, fue ascendiendo de tono hasta convertirse en gritos de histeria.- Deseo su muerte... ¡¡Me lo prometiste!! ¡¡Dijiste que sería mío!!

-    Y no mentí.- se apresuró a decir.- Pero aún no... pero falta poco. Confía en mí.

Volvió la mirada hacia la puerta que daba a la terraza y suspiró al ver el reflejo de las estrellas en el cristal. Era una magnífica noche, oscura, sombría, silenciosa... nadie parecía atreverse a romper la paz reinante. Hacía ya siete noches que el cielo se había teñido de rojo, y no tardaría mucho en repetirse. Arabela ansiaba volver a deleitarse del hedor de la sangre y la muerte, pero también ardía en deseos de acabar con la vida del asesino de sus padres. Deseaba acabar con el viaje, dar por finalizado su cometido y alejarse antes de que fuera tarde. Aquella visita se estaba alargando más de la cuenta. Los festejos de palacio, las cenas inacabables, las conversaciones insustanciales... hasta ahora lo había esquivado todo de buena gana, pero las excusas cada vez eran peores. Pronto tendría que volver a mezclarse con la gente, y eso era lo que más temía.

 La excursión al este le había devuelto el buen humor, pero después de la inyección de adrenalina, su ánimo se había vuelto sombrío. Por las noches cavilaba sobre lo acontecido en los últimos días, y dudaba. Su mente parecía estar sufriendo algún tipo de trastorno generado por el contacto humano, y empezaba incluso a dudar de si misma. Había habido tantas ocasiones últimamente en las que su corazón se había visto dañado y complacido por actuaciones de segundos que temía estar empezar a sentir más de lo necesario.

-    En dos noches partiré hacia el Sur.

-    Y el tercero viajaremos a Salemburg.

-    A casa...- entrecerró los ojos y estrechó la mano de su hermano cuando este se la ofreció.- Es curioso. En aquel entonces no era más que una niña, pero tengo muchos recuerdos de nuestro hogar.

-    Creo conocer la razón.- confesó Symon con voz queda.

Apoyó las espaldas en el respaldo de su silla y dejó caer la cabeza atrás. Él también tenía recuerdos de Salemburg y de sus padres, pero no se podían considerar más que meros destellos en la noche en comparación con los de su hermana. Ella había heredado el físico de su madre, y, en cierto modo, también parte de su personalidad.

-    Vuestro parecido es tan extremo que a veces me pregunto si no estoy en compañía de mi madre en vez de la tuya, hermana.- musitó por lo bajo.- Es como si... como si fuerais la misma persona en dos cuerpos distintos.

-    ¿Será por eso que hasta la muerte me teme?- respondió repentinamente burlona.- Vaya hermanito, ¡tienes respuesta para absolutamente todo! ¡Ja!

Empezó a reír.

Symon saboreó los instantes de paz y júbilo y permitió que los festejos se alargasen durante unos cuantos minutos más antes de retomar el tema central de aquella pequeña reunión.

Bebió, canturreó por lo bajo y rió hasta que su cuerpo se negó a aceptar más alcohol. Entonces, haciendo gala de sus bastos conocimientos y contactos en el mundo de la herbología local, consumió una de las infusiones que había ordenado a Gabriela que le preparase unas horas antes para recuperar parte del dominio de su mente. Arabela, en cambio, no necesitó más que mordisquear los restos de su cena, un par de piezas de fruta madura y un pedazo de carne apenas sin cocinar, para recuperarse. Le dio un largo trago a la fuente de agua, se mojó la cara y abrió de par en par las ventanas.

El viento gélido de la noche habría podido despertar hasta a los muertos.

Symon sacó de entre los pliegues de su ropa una pequeña pitillera de oro con el dibujo de un águila en plata en la base. Le ofreció un cigarrillo. Había sido un regalo de una de sus últimas amantes. No recordaba el nombre ni su cara, pero sí su posición social: la hija de Barbar Geeman, el mejor herrero de todo el Reino. Una auténtica mina de oro.

El tabaco era espléndido. Ninguno de los dos era fumador, pero jamás se habían resistido a deleitarse de vez en cuando de tan esplendido capricho.

Encendieron los cigarrillos con la llama de la vela.

-    Quisiera tratar cierto tema contigo, Arabela.

-    Sé que te disgusta la idea de que viaje hasta Derrman, pero te aseguro que lograré volver a tiempo. Témpano es veloz y astuto. Demonios, aún no sé como logró encontrar el modo de escapar de la fortaleza sin que nadie le viera.

-    No es eso... aunque no mentiré, me preocupa. Sea como sea, tú eres la que decides, lo dejo en tus manos.- hizo una breve pausa.- De lo que realmente quiero hablar contigo es de tu situación actual en el castillo. Hasta ahora no he necesitado tus servicios y has podido disfrutar de los días como más te ha apetecido... pero me temo que de nuevo voy a necesitar la mejor de tus sonrisas.

Arabela mostró su enojo frunciendo el ceño. Conocía su posición en todo aquel juego de mentiras y asesinatos, y aunque le disgustaba, sabía que no podía negarse a cumplir órdenes. Al fin y al cabo, él también estaba corriendo un gran riesgo al acercarse tanto a ciertos miembros de la realeza con los que últimamente alternaba.

- Hoy ha vuelto Julius.

Su respuesta fue inmediata. Sacudió la cabeza y se levantó de la silla de un brinco.

-    Ya tenemos de él lo que nos interesa.- dijo desde lo alto con voz tensa.- Conozco caminos secretos por los que cabalgar más rápido y la salida secreta de la fortaleza. Ya no puede aportarnos más.

-    En eso te equivocas. Siéntate, por favor. ¿Por qué pones tan nerviosa? Creía que hasta ahora había ido todo bien con él. ¿Acaso hay algo que no me hayas contado?

-    No. Claro que no. Es solo que no me gusta.- chasqueó la lengua.- Su presencia no me es grata. No es alguien de quien podamos fiarnos; puede ser peligroso.

-    Cualquiera diría que le temes.- ironizó Symon totalmente perdido. Empezaba a creer que temía tener que enfrentarse a él.- Pero poco importa eso. No deseo que combatas con él en campo de batalla precisamente.

-    Sea como sea.

-    Arabela.- insistió.- Julius está a la cabeza de la guardia. Conocer sus movimientos es básico. Vamos, te ganaste una vez su confianza logrando que ocuparas su lugar en la muerte de esa cría... puedes volver a hacerlo. Es más, debes hacerlo.

Arabella estrelló la copa contra la mesa, pero Symon logró esquivar a tiempo los cristales que salieron despedidos. Se incorporó con lentitud, conteniendo la furia, y atrapó la muñeca de su hermana con fuerza. La estrelló contra la pared y le apretó el rostro contra el cristal de la ventana. Más allá de la cortina de oscuridad se hallaba el vasto reino de Reyes; silencioso, hermoso... mucho más perfecto de lo que jamás podría nadie imaginar. 

-    Míralo fijamente y después piensa tu respuesta.- dijo sin soltarla.- Deléitate de sus colores, sus perfumes y sus formas. Permite que el deseo de un pueblo que sufre bajo el mando de un usurpador llegue a tu corazón, y entonces dime si no vale la pena la minucia que te estoy pidiendo.- la liberó de la presa.- Es más... toma mi mano y no te sueltes. Quiero que veas algo.

-    ¿Ahora?

Ya libre, Arabela se volvió hacia este con las cejas arqueadas. No recibió más que una sonrisa como respuesta. Su hermanota tomó de la mano y juntos salieron de la habitación prácticamente a la carrera. Recorrieron los largos y silenciosos pasillos de piedra a grandes zancadas y ascendieron larguísimas escaleras. Atravesaron un pequeño puente interior de piedra que unía dos de las torres, y nuevamente en el corazón de la fortaleza, ascendieron una escalera de caracol.

Durante el camino encontraron cuadros antiguos y estropeados por el paso del tiempo, armaduras llenas de polvo y puertas que llevaban años cerrados. Cortinas roídas por alimañas, mesas vacías y volcadas y, por último, oculta entre el mobiliario viejo, una puerta entrecerrada tras la cual se ocultaba un espléndido mirador.

Symon acompañó a su hermana hasta el borde del mirador. Una vez allí, la ayudó a que subiera a lo alto de una pequeña estructura de piedra ya abandonada. Tiempo atrás los vigías habían escudriñado el horizonte en busca del enemigo desde aquel lugar.

Pasearon con cuidado de no resbalar por el montículo, y ya en lo alto de la torre más alta de la fortaleza, avanzaron hasta tener bajo sus pies la barandilla de piedra.

Mirar hacia abajo habría logrado aterrar a cualquiera, pues atrás quedaban las barandillas y la seguridad, pero ninguno de los dos cayó en la tentación. La visión del reino desde aquel punto era tan fascinante que una muerte más habría valido la pena con tal de poder deleitarse de aquel placer. Las montañas de piedra nevadas, los bosques salvajes repletos de todo tipo de bestias salvajes y los ríos de agua cristalina se mezclaban en una geografía rica en variedad y llena de pequeñas poblaciones que la luz de la luna iluminaba con su tenue resplandor.

-    Es aquí a donde traes a tus niñas para enamorarlas, ¿verdad?- bromeó Arabela sin apartar la mirada del horizonte. Rodeó el cuello de su hermano con ambas brazos y le besó la mejilla presa del amor fraternal.- Estás a punto de conseguirlo conmigo.

-    No me hace falta.- rió Symon.- Con susurrarles al oído bajo la luz de las velas me basta, pero gracias por el halago. Es una lástima que compartamos sangre.

-    Así pues, este es tu lugar secreto.

-    Dicen las leyendas que desde lo más alto del castillo de Reyes Muertos se pueden divisar los cuatro reinos... y en los días más claros, incluso los continentes que rodean la isla.

Arabela soltó una carcajada.

-    ¡Anda ya! ¡Eso no es más que una mera suposición!

-    ¿En serio lo crees?- soltó una risotada.- Llegará el día que te enseñe todo el mundo, pero será más adelante. Ahora debemos concentrarnos en lo que tenemos entre manos.- hizo una breva pausa.- Este lugar me inspira... ¿a ti no?

Arabela cerró los ojos y el sonido del mundo acudió a su mente a lomos del viento. Los bosques, las aguas y los cielos parecían estar cantando para ellos. El mundo entero volvía a postrarse a sus pies.

-    Puedo oír a los lobos aullar... el grito de las montañas, el rugido de los ríos; el lamento de la tierra. Hasta el canto de las sombras llega a mis oídos... el latido de un corazón que se extingue.- abrió los ojos.- Suplican ayuda. Ansían nuestra vuelta...

-    No hay vida sin muerte, hermana. ¿Lo comprendes ahora? No podemos ignorar las súplicas de los que ansían nuestra vuelta; no sería humano. Le debemos mucho a esta tierra, y tan solo lograremos devolvérselo a base de sacrificio. No temas; todo irá bien... pero para eso necesito que confíes en mí plenamente. 

 

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Elaya no había logrado conciliar el sueño en los últimos días. Al cerrar los ojos extrañas pesadillas relacionadas con los posibles altercados en el este acudían a su mente, y se despertaba a media noche con la cabeza llena de gritos. A veces incluso creía que podía sentir el hedor de la sangre en su cuarto.

Eran sueños demasiado reales.

A pesar del paso de los días, Elaya aún estaba aún impactada por el brillo de las llamas. Sospechaba que, a través de los sueños, era la forma que tenía su cuerpo de obligarle a recordar que la vida no era tan sencilla como Darel quería darle a entender. El pueblo se revelaba, los bandidos quemaban aldeas  los niños y ancianos morían por desnutrición y abandono...

En Alejandría no tenían aquellos problemas. El gobierno de Konstantin vivía totalmente centrado en su pueblo y ofrecía todo aquello que tuviera en sus manos para mejorar sus vidas. Solomon era distinto. Tan distinto como Varg y Darel, o como el día a la noche. Él vivía para la guerra. Incluso en tiempos de paz no cesaba de hacer planes para una futura participación en las tierras del sur.

Era un soberano ambicioso, y sospechaba que esa sería su perdición.

Pero la semilla de la ambición no era solo cosa de los Blaze del Sur. En el corazón de Darel había nacido también la inquietud. Su príncipe ansiaba poder, y a cada día que pasaba, su desdicha iba incrementándose hasta el punto de haberle transformado en una persona distante, envidiosa y rabiosa. Una persona llena de odio que lentamente se iba alejando del antiguo Darel con el que ella había crecido y del que se había enamorado. Pero aún había tiempo para salvar su alma, o al menos eso creía. Conocía la respuesta a sus preguntas y sabía como lidiar sus penas. Elaya sabía como entregarle el poder que jamás debieron usurparle. Symon se lo daría. El más listo de los hombres, el más audaz, el más manipulador... Él podría devolverle su corona, calmar su furia y traer de nuevo al hombre que ella tanto ansiaba recuperar. ¿Pero como lograrlo si Darel les odiaba?

A veces tenía la tentación de creer que les odiaba de tanto que les envidiaba.

Aquel amanecer, Elaya desayunó con el Príncipe heredero de Reyes Muertos. Varg era un hombre joven de bastante mal carácter. Era rudo con sus guardias, mal educado con sus empleados y bastante grosero con los comerciantes. En cambio, con ella, era todo un auténtico galán. Le reservaba las mejores sonrisas, miradas y palabras, tal y como tiempo atrás había hecho Darel. Pero no hacía falta ser demasiado astuto para darse cuenta de que únicamente lo hacía para molestar aún más a su primo. En el corazón oscuro de Blaze no había cabida para ningún sentimiento bondadoso, y el mero hecho de intentar utilizarla de aquel modo le provocaba nauseas.

Si fuera valiente como su hermana, pensó, le cortaría la cabeza. O si hubiese sido astuta como su hermano podría haber mandado que le decapitasen sin que la noticia hubiese salido a la luz... Pero por suerte para Varg, ni era inteligente ni valiente... pero sí vengativa. Y aunque no fuera ni hoy ni mañana, le arrebataría el trono, le encerraría en la torre más alta y pondría en su lugar a su prometido.

-    Tengo entendido que mañana saldréis de excursión con vuestros hermanos, mi señora.- comentó Varg mientras cortaba un pedazo de carne muy hecha.- ¿Salemburg?

-    Habéis entendido mal. Será dentro de dos días.- corrigió sin perder la sonrisa.

-    Imagino que sabéis que es un pueblo fantasma.- prosiguió Varg sin prestar atención de su corrección. La sangre que manaba de la carne tiñó el plato de carmín.- Un pueblo con muy mala reputación, sí señor.

-    Cualquiera diría que creéis en brujas.

-    ¿Y quien no lo hace? Mi tío cazó a la última que quedaba con vida hace ya quince años. Yo era un niño en aquel entonces... pero aún recuerdo las maldiciones de aquella demente. Hizo mucho daño al reino, ¿lo sabíais?

Elaya se encogió de hombros.

-    Algo he oído. Kassandra era, ¿no? La bruja de la muerte.

-    La misma, la misma.- se llevó la carne a la boca y la masticó enérgicamente antes de engullirla.- Pues bien, ella era habitante de Salemburg.

-    ¿Y desde entonces el pueblo está deshabitado?

-    No. Lo llamamos pueblo fantasma porque está repleto de estos molestos espectros que con tanta libertad pasean por los pasillos de la fortaleza al caer la noche. Imagino que se arremolinan alrededor del pueblo aguardando la llegada de su antigua dueña. ¿Sabéis lo que contaban de ella, no?

Volvió a encogerse de hombros. Ni le interesaba ni le importaba; ella no creía en brujas ni en cuentos.

-    Dicen que era la misma Muerte. Arrebataba la vida de los cobardes y guiaba a las almas perdidas hasta su camino celestial; levantaba hordas de muertos en vida y las lanzaba contra los tiranos. ¡Hacía brujería! ¡Curaba a los enfermos! ¡Mataba a los sanos...!- chasqueó la lengua.- Hay millones de leyendas.

Elaya frunció el ceño.

-    Entonces no era malvada del todo.- sentenció.

-    Se podría decir que no... no lo era. Simplemente daba equilibrio a la vida.

Hundió la cuchara en la sopa y empezó a darle vueltas, bastante aburrida. Aquello le recordaba a los viejos cuentos que contaban las ancianas de Alejandría para asustar a los niños en los días lluviosos. Todos, incluso Darel, habían empezado a temer a los espíritus desde aquel entonces. Ella, en cambio, nunca tuvo miedo.

Elaya ansiaba poder irse. La charla de Varg le aburría, pero sabía que no podía mostrarse mal educada. Forzó una sonrisa e intentó mostrar interés.

-    ¿Y porque la apresaron, entonces?

-    La señora Muerte tenía la capacidad de vivir eternamente... mi padre quería hacer un pequeño trato. A cambio del perdón de sus hijos, ella tendría que ofrecerle el don de la vida eterna.

-    ¿Y si se negaba?

Varg esbozó una amplia sonrisa cargada de maldad. Sus dientes, algunos manchados de sangre de la carne, parecían más afilados y peligrosos que nunca.

- La encerrarían hasta el fin de los días y cazarían a sus hijos. Un buen trato, ¿no os parece?- se encogió de hombros.- No tuvo más remedio que aceptar. 

Elaya arqueó la ceja, sorprendida ante la estupidez infinita de Varg al creer en esos cuentos. Volvió a girar la cuchara.

-    Una historia apasionante.- murmuró.- Aunque un poco extraña, ¿no creéis? El Rey Solomon es un gran guerrero, pero de ahí a que sea inmortal...

-    Ay Lorelyn, que sabréis vos.- se burló, y le dio otro mordisco a la carne.- Es una historia apasionante.

Obvió el comentario.

-    Así pues, debo entender que la tal Kassandra sigue con vida.

-    Tan solo tenéis que cerrar los ojos y escuchar en la noche para oír su canto. Aquellos temerosos de la muerte son incapaces de oírla... pero ella canta día tras día desde su celda.

-    Así que debo suponer que en el palacio hay una prisionera desde hace más de quince años.

-    Catorce en realidad.- corrigió.- Mi tío era casi un niño por aquel entonces, pero ya demostraba que su valía. Hay pocos capaces de vencerle.

-    Mi hermana podría.- aseguró instintivamente. Después se arrepintió, pero ya era tarde para ello. Varg arqueó las cejas y empezó a reír a carcajadas.

-    Vuestra hermana... es más fácil que acabe en brazos de mi tío que sobre su cadáver, Lorelyn. Parece que nuestras familias van a quedar más ligadas de lo que creía.

No si yo puedo evitarlo, pensó, pero volvió a sonreír. Hizo un ligero ademán de cabeza y empezó a comer sopa fantaseando con un gran combate entre su hermana y Blaze en el que ella le humillaba ante todos.

Tan concentrada estaba imaginando la cara de humillación de Varg que ni tan siquiera se dio cuenta de que la estaban llamando hasta que este alzó la voz. Cuando volvió en si, Elaya vio como Varg trataba de fulminar con la mirada a un Dorian más delgado y sonriente de lo habitual.

Elaya se incorporó de un brinco, sorprendida de volver a verle después de todos aquellos días. Se apresuró a salir junto a él de la sala.

El artista la guió lejos del comedor. Saludó a varios curiosos que pasaban por allí, y sacó del interior del bolsillo interior de su casaca un magnífico sobre de color canela. En su interior, escrito a mano, había una invitación para aquella misma noche.

-    Me alegro de volver a veros, Dorian. Creía que habíais vuelto a enfermar.- sonrió.- Tenéis muy buen aspecto.

-    Lo lamento mi señora, estuve algo ocupado... nunca se sabe cuando va a volver la inspiración, y no es cuestión de dejarla escapar.

-    Artistas; vuestra mente no tiene límites, ¿eh?- tomó el sobre con delicadeza e hizo una ligera reverencia.- ¿Es algo grande?

-    Enorme. He pasado toda la semana componiendo esta obra. Yo mismo la interpretaré, y sería para mí todo un honor que vos y vuestros hermanos acudieseis. Sobretodo vos y vuestra hermana... creo que le gustará.

-    ¿A mi hermana?- soltó una risotada aguda.- Ya la conocéis, Dorian... pero si tanto os importa su presencia, intentaré que venga. De todos modos, últimamente no sale demasiado de la habitación... pero por probar no perdemos nada.

-    Os lo agradezco, mi señora.

-    Por cierto... antes de que os vayáis.- depositó las manos sobre sus hombros.- Me enteré de lo que sucedió con vuestra amiga... y lo lamento profundamente. Este tipo de altercados son los que demuestran que la política que tenemos en Alejandría de escuchar antes de cortar cabezas no es tan mala.

Dorian asintió con la cabeza, pero no hubo sentimiento alguno en su mirada cuando una pequeña lágrima de tristeza le recorrió la mejilla. Depositó las manos sobre las de la futura reina con delicadeza e hizo una reverencia.

-    Sois tan bondadosa... cuan afortunado es Alejandría de poseer tan grandes personas como gobernadores. Quizás debería empezar a plantearme un traslado.- bromeó.- Claro que no sé que haría Julius sin mí. Su vida perdería sentido.

-    Serías muy bien recibido, desde luego, aunque vistas como están las cosas, no me extrañaría que Julius os persiguiera hasta Alejandría de la mano de mi hermana.

-    Oh, sí.- frunció el ceño.- La extraña pareja.- se encogió de hombros e hizo una mueca para quitarle importancia. Tenía tanto a decir sobre aquella peculiar unión que prefería no abrir la boca a acabar sentenciado a muerte.- Sea como sea... decidle a Arabela que acuda, por favor.

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