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Capítulo 16

Capítulo 16

 

Cayó la tarde. Julius paseó por los alrededores durante horas, pero Arabela no apareció. No acudió a comer, ni tampoco a cabalgar. Tampoco se presentó a la cena. Nadie la vio por la fortaleza, y por mucho que preguntó, de nada sirvió. Symon le aseguró que no sabía donde estaba, y Elaya se negó a hablar con él. Darel tampoco conocía el paradero de la muchacha, y Cupiz aseguró que no la había visto.

Decepcionado, decidió ir en su búsqueda a su habitación, pero no recibió respuesta. Contrariado, se dirigió a las mazmorras. Le hubiese gustado poder hablar con ella antes de las ejecuciones del amanecer, pero dado que parecía imposible, decidió apartarla de su mente.

Minutos después, Gabriela, que había visto casualmente a Julius en la puerta, entró en la habitación. Había llamado un par de veces, pues sabía que Arabela aguardaba dentro, pero dado que ella había decidido no abrir, entró con la llave de Symon. Atravesó la sala algo dubitativa. Sentada en el frío suelo de la terraza, encontró a la mujer ya vestida con su armadura negra. El filo de la espalda refulgía en la oscuridad de la noche.

Arabela parecía estar en trance. Tenía los ojos cerrados y había adoptado una peculiar pose con las piernas cruzadas. Sobre las piernas soportaba el peso de la espada, y justo sobre el filo de esta, tenía las manos unidas, con los dedos entrelazados. Curiosamente, tenía los dedos embadurnadas de sangre.

La mujer frunció el ceño ante la perturbadora visión. Cruzó la puerta de la terraza y ya fuera no tuvo más remedio que arrebujarse con la capa. Fuera el frío era mortal.

Se agachó a su lado y vio que más allá de las rodillas había un par de botellas de vino vacías. Mezclado con el perfume que le había regalado su hermano y la sangre, había un profundo hedor a alcohol tan fuerte que Gabriela creyó incluso marearse.

-    Arabela.- la llamó en un susurro.

Tardó unos segundos en reaccionar, pero abrió los ojos. Dedicó una mirada perturbadora llena de dudas a Gabriela. La muchacha no pudo evitar estremecerse ante el extraño semblante de su amiga. Estaba distinta; donde antes había habido una mirada cálida ahora únicamente había frialdad e inexpresividad.

Pálida como la nieve, con profundas ojeras y una mueca cargada de brutalidad en la cara, Gabriela creyó ver en ella el reflejo de la misma muerte.

Apartó la vista.

-    El caballero Blaze ha estado buscándoos todo el día... estaba llamando a la puerta hace unos minutos.

-    ¿Blaze?- respondió con voz átona mientras se incorporaba.

-    Julius.

-    Oh, Julius.

Tal era la indiferencia y dureza con el que expresó su sorpresa que Gabriela comprendió que era mejor no entretenerla demasiado.

-    ¿Estáis bien?

-    Por supuesto.- se puso en pie pesadamente y entró en la habitación. Tenía los músculos fríos.- ¿Qué hora...?- Volvió la mirada atrás para comprobar el cielo.- Debo partir ya. ¿Dónde está mi hermano?

Gabriela se encogió de hombros.

-    Quien sabe. La última vez que le vi estaba charlando con la hija de los Brisa.

-    Ya veo... cuando vuelva decidle que mire hacia el este. Pronto tendrá noticias mías.

-    ¡Arabela! ¡Esperad! Por favor.

Recogió su yelmo de una de las mesas y se detuvo frente a ella. Gabriela estaba inquieta; no sabía como expresar lo que sentía, pero tenía las ideas muy claras. Después de escuchar sus planes durante tantas semanas tenía una idea demasiado clara sobre sus objetivos como para poder permanecer más tiempo callada. Si ahora permitía que actuara, ya no habría vuelta atrás.

- Esto ha ido demasiado lejos.- dijo con voz temblorosa.- Por favor... pensad antes de actuar. Esa gente es inocente. No son más que granjeros, familias con niños... ¡Ancianos! ¡Por favor! ¡Tened piedad!

Arabela ladeó ligeramente el rostro y la observó con curiosidad. No parecía comprender el significado de sus palabras.

- Por favor... sois la única que lo puede detener. ¡Haced algo!- le tomó las manos con desesperación.- ¡Detened esto antes de que se os vaya de las manos!

- ¿Por qué iba a querer detenerlo?- replicó con voz turbada. Parecía aturdida.- ¿Por qué estáis diciendo esas cosas?

- ¡Trato de evitar la masacre!

Parpadeó, pero no supo qué decir.

- No va a acabar mal para nosotros.- aseguró.- Aunque nuestros actos sean perversos, no tenemos alternativa.- apoyó la mano sobre su hombro y lo estrechó con complicidad.- Confiad en mí, sé lo que hago. A veces es necesario un sacrificio por un bien mayor. Tened paciencia, pronto todo acabará.- le guiñó el ojo.- Ahora descansad, y cuando la noche se llene de gritos, mirad al este. Volveré antes del amanecer.

Enfundó su espada, se puso el yelmo y salió de la habitación.

Gabriela la siguió con la mirada hasta que se perdió en la oscuridad de los pasillos.

Ya a solas, entró de nuevo a la habitación. Se dejó caer en la cama y aguardó en la sombra hasta que el sueño pudo con ella.

Unas horas después, o quizás unos minutos, gritos procedentes del patio y los pasillos lograron despertarla. Gabriela se apresuró a salir al pasillo. La gente corría en dirección a las habitaciones aterrorizada. Algo les había alertado, y aunque Gabriela imaginaba el porque, necesitó verlo con sus propios ojos. Entró a la habitación y salió a la terraza.

Iluminado por llamas doradas y carmesíes, el horizonte ardía en un infierno de muerte, destrucción y desolación.

Quince años después, la sombra del terror volvía a cernirse sobre el reino. 

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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