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Capítulo 13

Capítulo 13

 

Tebekk Brousse era el encargado de llevar la marcha, y durante dos largas horas logró guiarles por estrechos caminos al margen de las poblaciones sin ser vistos.

El caballero era conciente de que tarde o temprano encontrarían el cadáver decapitado, pero para aquel entonces la guardia estaría tan lejos del lugar que nadie podría acusarlos. Y si lo hacían, seguramente seria a escondidas, pues la sombra de Julius Blaze era demasiado alargada como para atreverse a ponerle en duda.

Dos horas después del inicio del viaje, Tebekk alzó la mano y detuvo la marcha. Estaban en un pequeño claro del bosque, rodeado por cúmulos de nieve casi derretida de varios días en lo alto de las copas de los árboles. Los rayos del sol apenas lograban colarse entre las ramas de los árboles, pero había la suficiente luz como para que los temblores de la víctima fueran visibles.

Ordenó a sus hombres que bajaran al prisionero del caballo. Sus hombres obedecieron y lo derribaron con un fiero golpe en el interior de las rodillas. Sus gritos evidenciaron que era una mujer. Los caballeros desenfundaron sus armas, espadas de acero muy afiladas, y formaron un círculo alrededor de la muchacha. Uno de ellos, Verne, le arrancó el capuchón de la cabeza de un tirón.

La chica volvió a chillar al arrancarle también varios mechones de pelo.

La repentina aparición de luz le hizo bizquear, pero tan pronto logró recuperar la vista, empezó a temblar de terror. No quería llorar, pero la maraña de cabello, sangre y cortes que conformaba su rostro se llenó de lágrimas.

Arabela observó a la prisionera. Era sorprendentemente pequeña, baja y delgada; de la edad de su hermana menor, o quizás más joven.

La mujer chasqueó la lengua y desenfundó su espada. Sentía lástima por ella.

-    Mi señora.- llamó Tebekk.- Es el momento. ¿Deseáis conocer su nombre?

-    No. Únicamente quiero hacerle un par de preguntas.

-    Por supuesto. ¡Verne! ¡Karrym! ¡Sujetadla!

La chica pateó, mordió y gritó, pero los caballeros lograron sujetarla por los brazos con facilidad. La muchacha se estrelló contra el suelo cuando el tal Beddom, un hombre de estatura baja pero de gran envergadura, le dio un puñetazo en la parte trasera de la cabeza. De sus labios empezó a fluir un hilo de sangre.

Arabela frunció el ceño con desagrado cuando uno de los caballeros volvió a golpear a la muchacha en la espalda. Recortó la distancia que las separaba y clavó la espada en el suelo, a escasos centímetros del rostro de la muchacha. Apoyó las manos sobre esta antes de agacharse.

-    A ver...- canturreó mientras le apartaba con la mano la mata de pelo de la cara.- ¿Me oyes bien?

Denisse escupió, pero lo único que logró ganarse fue un golpe en el estómago. Por el crujido de costillas, Arabela supuso que le habían roto varias.

Curvó el labio inferior en una mueca de disgusto.

-    Venga muchacha, por tu propio bien. Respóndeme sin tapujos. ¿Viste a mi hermano envenenar la copa del artista o no?

Maldijo entre dientes, pero no tuvo más remedio que acabar negando con la cabeza para evitar un nuevo golpe.

-    Ahá... no. Claro que no... pero sí viste como yo caía fulminada, claro.

Alzó la mirada hasta encontrarse con los ojos de la mujer. Asintió dubitativa.

-    Llegaste a la conclusión de que mi hermano había sido el asesino por el mero hecho de que me viste caer.

-    ¡Él fue el culpable! Sabía lo que tenía que hacer, mi señora. Lo sabía. No dudó ni un segundo... y Dorian... Dorian no estaba en su cuarto. ¡Yo traté de avisar al Rey...! ¡Pero...!

Alzó la mano para hacerla callar. Denisse entrecerró los ojos, deseosa de seguir hablando, pero la obedeció. Arabela se incorporó y arrancó la espada del suelo. Giró lentamente hacia sus hombres. Su mirada se centró en Tebekk.

-    Eso es justo lo que deseaba escuchar. Es una mujer valiente; ni tan siquiera la amenaza de la muerte la ha hecho cambiar de versión, y eso es porque cree estar diciendo la verdad. Claro que no siempre somos conscientes de lo que estamos viendo. Por ejemplo: vos y vuestros hombres creéis estar a punto de ver como acabo con la vida de la muchacha... pero no sabéis que la voy a perdonar.

-    ¿Perdón?- Tebekk estaba perplejo.- Mi señora, eso no es posible, son órdenes del Príncipe hered...

-    Me da igual lo que mande ese estúpido niño.- replicó con frialdad.- Va a correr sangre, pero no será la de la muchacha.

Arabela descargó la espada en el cuello del hombre. Tan pronto escuchó el gemido de muerte del hombre, giró sobre si misma y adoptó la posición de ataque. Los caballeros reaccionaron. Detuvo el golpe de Verne y le respondió con un arco rápido a la altura del pecho con el que le abrió una gran herida sanguinolenta. El caballero rodó por los suelos cuando lo derribó con una patada en el estómago.

Los otros caballeros, perplejos, se apresuraron a volver sus armas hacia la mujer.

Denisse, que por aquel entonces ya había sido olvidada, corrió a ponerse a salvo detrás del grueso tronco de uno de los árboles. Se escondió, y ya creyéndose fuera del campo de visión de los hombres, observó en silencio la batalla.

Arabela parecía una estatua de mármol. Con el arma en alto y la mirada fija en sus adversarios, la mujer aguardaba con paciencia a que fueran ellos los primeros en atacar.

Durante largos segundos hubo un implacable intercambio de estocadas que Arabela detuvo con gracilidad, retrocediendo para evitar acabar siendo herida.

Tras los primeros treinta segundos de combate recibió la primera herida en la frente. Era un corte horizontal, largo y doloroso que le cubría toda la frente, varios centímetros por encima de las cejas. Apretó los puños con rabia y dejó atrás la defensa presa de la rabia.

El arranque le costó recibir una estocada en el costado, pero a cambio logró cortarle la cabeza a uno de los guardas. Empujó el cuerpo con una patada para que cayera sobre otro, y mientras este se levantaba del suelo, aprovechó para combatir con Karrym. Intercambiaron golpes secos de espada durante largos segundos, pero finalmente le brindó una gloriosa muerte al atravesarle el corazón. Karrym desorbitó los ojos cuando el metal atravesarle el pecho. Balbuceó palabras sin sentido, y empleando sus últimas fuerzas, hundió la espada en el estómago de la mujer.

Arabela chilló de dolor ante la herida, pero logró mantener el equilibrio. Se llevó la mano al arma, se la arrancó con un grito, y ya apenas sin fuerzas, se enfrentó a las duras estocadas del último superviviente. Detuvo varios golpes, recibió un par de golpes más en los brazos, y haciendo acopio de sus últimas fuerzas, logró lanzar la espada con la cabeza del caballero como objetivo. El filo del arma se clavó en el rostro.

Cayó fulminado al suelo.

Instantes después, escupiendo sangre y con los ojos desorbitados, fue Arabela la que se estrelló contra el duro suelo. Giró sobre si misma hasta acabar boca arriba, y empleó su último aliento para decir una última frase en dirección a la aterrorizada mujer que se ocultaba entre los árboles.

Mientras tanto, Symon paseaba tranquilamente por el interior de una de las tiendas de a ciudad de Reyes Muertos en compañía de Julius Blaze.

La ciudad estaba situada en la falda la montaña, a unos seis kilómetros de la fortaleza. Era un lugar tranquilo y grande, repleto de majestuosas avenidas llenas de todo tipo de comercios y habitáculos de madera y piedra donde la población vivía apelotonada para sobrevivir a las bajas temperaturas. No era un lugar especialmente bello, pues las gentes eran sombrías y las calles estaban sucias, pero a Symon le traía buenos recuerdos. Siendo un niño había viajado al pueblo con su madre en un par de ocasiones, y lo recordaba con especial cariño. Niños corriendo por las calles, vendedoras que chillaban a los cuatro vientos sus ofertas, tiendas de caramelos, la guardia del pueblo a lomos de sus caballos vigilando el bienestar de sus ciudadanos...

Era un recuerdo bello, y aunque la realidad no se asemejaba demasiado, se alegraba de volver a pisar aquellas tierras. Además, ver los rostros de terror de las gentes ante la presencia de Julius era un auténtico placer. Los niños corrían a esconderse en los portales de sus casas, las mujeres se encerraban en sus tiendas y los hombres agachaban las miradas. Algunos adolescentes trataban de demostrar su valentía manteniendo la mirada bien alta cuando tan tétrico personaje se cruzaba en su camino, pero la mayoría de ellos acababa cediendo al temor. Se alejaban, cerraban los ojos o se limitaban a agachar el ceño.

Y durante largo rato se había ido repitiendo una y otra vez la misma situación hasta que por fin habían llegado a la tienda que habían estado buscando. Dejaron los caballos a cargo de uno de los aterrados críos que no había tenido tiempo para esconderse y entraron al comercio.

Era una tienda pequeña y oculta en uno de los callejones más estrechos de la ciudad. Aparentemente parecía una vivienda, pues no tenía escaparates, ni cartel, pero nada más atravesar las puertas la imagen cambió. Era un lugar pequeño pero repleto de todo tipo de productos en situados en diversas estanterías y mostradores. Frascos de colores, flores secas, joyas, esferas de cristal, libros, muñecos, marionetas, instrumentos, jarrones de barro, perlas de mar, animales disecador... era un lugar donde todo parecía tenía cabida. Animales enjaulados, muñecas de trapo, muebles antiguos...

-    Buenos días.- saludó Symon amablemente a la anciana que aguardaba tras el mostrador. Era una mujer de pequeña estatura y rostro muy arrugado.

-    Buenos días.- respondió con voz queda.

Symon estudió con detenimiento los ropajes de colores de la mujer, y sus amuletos. Julius, por su parte, estaba bastante distraído. Había varios artículos que llamaban su atención, y no quería desaprovechar la ocasión. Perlas, gemas de colores, monedas de oro, virutas de cristal tintado...

-    Mi buena señora, vengo en busca de pétalos de rosa roja del Norte. 

-    Remedio contra los males...- musitó la anciana.

-    Y bien mezclado con vino, la más deliciosa de las especias.- se burló el joven para deleite del caballero.

-    No perdéis el tiempo, desde luego.- rió por lo bajo mientras tomaba de una de las estanterías una peculiar estatuilla de madera en forma de caballo.- ¿Qué clase de lugar es este? Cualquiera diría que es una tienda de hechicería.

-    ¿Hechicería?- abandonó el mostrador mientras la anciana buscaba entre los estantes para se acercarse al hombre.- Creía que vos mismo os encargabais de que no existieran este tipo de lugares.

-    Y lo hago.- aseguró.- Desconocía su existencia hasta ahora.

-    De todos modos, esto no son objetos mágicos.- prosiguió el joven.- No son más que detalles decorativos, perfumes, joyas y flores. En Alejandría tenemos este tipo de comercios. Son bastante populares... hay quienes creen que se trata de objetos de valor y compran, pero en realidad no son más que meros placebos.

-    Ahá.- replicó el hombre mientras seguía curioseando.- Curiosa costumbre.

-    Hay que tener al pueblo contento, mi señor. Cuanto más tranquilo y feliz es, menos problemas. ¿Veis?- extendió la mano hasta un amuleto de madera en forma de cuchillo que colgaba de un clavo.- Cualquier fantasioso creería que es un amuleto para asesinos... o algo peor, pero si lo veis de cerca comprenderéis que no es más que un colgante cualquiera. Bastante feo, por cierto. La idea es hacerles creer que sí es un objeto poderoso...

-    Charlatán.- se burló el caballero.- Serviríais para vender estrellas al mismo cielo, Symon. Ya me lo advirtió vuestra hermana.

-    Mi hermana.- sonrió divertido.- Siempre hablando bien de mí. Tengo entendido que os han visto por el castillo y los alrededores con ella... imagino que no tenéis pretensiones extrañas con ella.

La anciana llamó la atención de Symon, y este volvió al mostrador junto al caballero. Les esperaba un pequeño saco de tela rosada anudado con un lazo negro. Symon se lo llevó a la nariz y tras olisquearlo en un par de ocasiones, asintió.

-    Magnífica calidad, desde luego. Que más, que más... oh, ¡sí! Dadme un par de frascos del mejor perfume que tengáis femenino. Y ese colgante de allí... el que tiene forma de sol. El que parece de oro. Pero no lo es, claro.- añadió con una risita aguda cuando la anciana se alejó.- ¿No deseáis comprar nada, mi señor? Quizás alguna sortija, o alguna flor... tengo entendido que hay ciertos aceites que logran sacar un brillo excepcional a las armaduras. Es más... ¡señora! ¡Señora! Por favor, también quisiera comprar aquel frasco de aromas, el de cristal rojo... y aquel broche negro con forma de felino. Se parece mucho al vuestro, ¿no os parece?

-    Bastante.

-    Será un buen regalo para mi hermana.- aseguró.- ¿No os parece? Señora, ¿Qué animal es?

-    Una pantera, mi señor.- replicó la anciana.- Una bestia silenciosa y fiera que moraba por los bosques del sur hace siglos.

-    Pantera... Perfecto para mi hermana. En serio, Julius, ¿no deseáis nada?

-    Oh, no, no.- sacudió la cabeza.- No creo en este tipo de nimiedades.

Symon sonrió poco convencido. Pagó por todos los productos dejando una pequeña cantidad extra de dinero y, ya fuera, le dio un par de monedas al niño. De vuelta al castillo, Julius contemplaba con tranquilidad las calles de la población cuando, Symon volvió a sacar el frasco de vidrio color rojizo. Se lo ofreció.

-    Guardadlo. Llegado el día y el momento, utilizadlo. Antes no me habéis respondido, pero tampoco lo necesito. Tiene un olor peculiar... muy, muy peculiar en realidad, pero a mi hermana le encanta.

La mañana dio paso a la tarde, y después a la noche. Los fríos nocturnos se alzaron amenazadores y Denisse optó por mover por primera vez el cadáver. Lo arrastró con delicadeza hasta el interior de la maleza y lo ocultó entre los troncos. Allí el viento seguía siendo muy fiero y arrastraba consigo piedras y hojas secas, pero al menos no cortaba como cuchillos envenenados.

No comprendía porque la había obedecido. Le había pedido que velara su cadáver hasta el amanecer, y ella había obedecido. Al fin y al cabo, había sido gracias a ella que seguía con vida... aunque no comprendía el porque.

Deseaba llorar, chillar y maldecir, pero no se atrevía. Estaba aterrorizada. Tarde o temprano los miembros de la guardia volverían a buscar a sus compañeros, y la encontrarían. Debía escapar. ¿Pero a donde?

Tendría que abandonar el reino. Era una lástima, pues allí dejaba a su hermano y a buenísimos amigos como Dorian, pero si aquella era la única forma de salvar la vida no tendría más remedio que aceptarlo.

Durante largas horas tuvo todo tipo de dudas. No comprendía la actuación de la mujer, ni tampoco lo sucedido con su hermano. Tampoco el destino que le había brindado el príncipe, pues, en el fondo, ella solo había intentado ayudar.

No entendía absolutamente nada, pero sospechaba que si realmente intentaban acallarla de ese modo era porque había descubierto algo muy importante.

Se preguntaba si Dorian habría muerto. Si Arabela había sobrevivido significaba que el actor tenía posibilidades también, pero no sabía qué pensar.

A partir de ahora tendría que buscarse un lugar donde esconderse. Quizás en el futuro podría volver a la fortaleza, pero lo más importante por el momento era avisar a Dorian de que estaba en peligro. Era muy probable de que ya fuera tarde, pero por intentarlo no perdía nada. Al contrario. Y su hermano...

Estaba pensando precisamente en su hermano cuando el primer rayo de luz del amanecer surgió iluminó el horizonte. La muchacha alzó la mirada, agradecida por la aparición del sol. Deslizó la mano con delicadeza sobre el rostro ensangrentado de la mujer y le plantó un beso de agradecimiento en la frente, justo encima de la enorme herida que le habían abierto.

Se levantó y buscó con la mirada al único caballo que había logrado localizar. Al principio se había resistido a que le cogiera, pues era muy joven y enérgico, pero tras ver a su dueña en el suelo, se calmó. Témpano permitió que Denisse le atara a uno de los árboles, y durante largas horas aguardó a que el tiempo pasara.

-    Te devolveré a tus hermanos.- dijo con suavidad.- No es justo que hayas tenido tan triste final por mi culpa...

La cogió por debajo de las axilas y empezó a arrastrarla. No sabía como lo haría, pero la devolvería a sus hermanos.

La dejó en el suelo, ya cerca de la montura, y corrió a cogerla por las riendas. Debería haber hecho eso hacia muchas horas, pero ella se lo había pedido, y no había tenido más remedio que cumplir. Velar su cuerpo hasta el amanecer...

El amanecer iluminó por fin el horizonte, y el bosque se llenó de luz. Denisse desenredó las riendas de la rama donde las había depositado y, al volverse, enmudeció.

Ya en pie y con la mano en el rostro, Arabela avanzaba a duras penas hacia la montura envuelta de un halo de luminosidad antinatural. Recortó la distancia hasta su espada, la cual aún seguía en el mismo punto donde se le había caído, y tras recogerla, se apoyó en esta. Le temblaban las piernas y los brazos, le sangraba el hombro y el pecho, la herida de la frente... pero estaba viva. Sorprendentemente viva.

- ¡Es un... milagro...!- balbuceó.- ¡Un milagro...!

Corrió a abrazarla. Arabela chilló de dolor cuando la chica la apretó entre sus brazos. Se retiró unos pasos, pero rápidamente volvió a abalanzarse sobre ella antes de que se desplomara. Ya entre sus brazos, la ayudó a llegar hasta la montura.

-    ¡¡Dioses!! ¡Debéis acudir a un médico cuanto antes! ¡Cerca hay un puebl...!

-    Silencio.- ordenó con voz átona. Escupió sangre al suelo mientras se agarraba al cuello de Témpano.- Silencio...

-    Mi señora... es urgente. No sé como pero...

Los ojos grises de Arabela brillaron con frialdad desde detrás de los mechones de cabello azabache. Alzó la mano hasta el rostro pálido y se apartó la sangre que corría por sus cejas. Hacía mucho rato que había cesado de sangrar, pero con el despertar había vuelto a sangrar.

-    Vos... vos...

-    Dioses, siempre igual.- dijo entre dientes con cansancio.- Cállate y escucha si quieres vivir, niña.

Denisse retrocedió varios pasos, aterrorizada, pero no huyó. Le debía la vida, y aunque tuviera un tenebroso presentimiento del motivo por el cual había despertado de la muerte, no iba a abandonarla hasta escuchar sus palabras.

-    Bien... seré directa. Tengo una misión para ti.- hizo una pausa en la cual un chorro de sangre cayó de sus labios alarmantemente.- Has visto lo sucedido. Has presenciado mi muerte, pero también mi regreso.

-    Mi señora yo... yo... yo...- palideció y empezó a temblar de puro horror. Era una bruja, o un demonio, o algo peor. Y la iba a matar, era evidente.

De nuevo deseó correr, pero esta vez el cuerpo no le respondió de puro horror. Clavó la mirada en el suelo y lloró de amargura para disgusto de Arabela.

-    Basta.- chasqueó la lengua, con desagrado.- Deja de llorar, joder. Ya me duele bastante la cabeza como para tener que soportar tus lamentos. Si te he dejado viva es porque has sido franca, y valoro la sinceridad.

-    ¡Yo...! ¡Yo no diré nada...! ¡Se lo aseguro...!

Arabela sacudió pesadamente la cabeza.

-    Sí lo dirás, sí... quiero que viajes al Sur. Atraviesa la frontera y alcanza el reino de las Almas Perdidas. Verás que allí están en guerra... hay una mujer, una anciana llamada Laream. Encuéntrala... sirve a alguien importante. Encuéntrala y dile lo que has visto.- cogió aire.- Dile de lo que soy capaz... y que estoy buscando un ejército. Dile que... dile que las tierras sombrías se extienden, y los hermanos Muerte van en la cabeza. Kassandra Muerte ha vuelto.

-    ¡Kassandra Muerte...!- chilló con voz ahogada.

Conocía aquel nombre, como todos. La bruja. La peor bruja que jamás había conocido el mundo; la portadora de la muerte. La muerte misma, como decían algunos.

El simple hecho de escuchar aquel nombre la aterraba. Su muerte era lo único bueno que había hecho el ejército, y ahora la tenía ante ella. ¡Ante ella! Pero no... no podía ser la misma persona. Arabela era tan joven... ¿serían los hijos perdidos?

No deseaba saber más. Le bastaba con que la hubiese perdonado; tan maligna no sería.  Se dejó caer de rodillas al suelo y apoyó la frente sobre la fría tierra. La sombra de Arabela se cernía sobre ella con la majestuosidad que tan solo su apellido era capaz de otorgarle.

-    Lo haré... lo haré... lo juro...

-    Y no vuelvas. Dorian ha muerto, ya nada te ata aquí. Eres libre.

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El grupo de doce caballeros con Julius y Cupiz a la cabeza ya estaba conformado cuando, casi llegadas las nueve de la mañana, la voz de alarma corrió por todo el castillo. Habían divisado a un caballo blanco ascender los caminos pedregosos, y todo apuntaba que venía en solitario.

Cupiz, seguido muy de cerca de Symon y de Julius, fue el primero en ponerse al galope en busca de noticias. La noche había sido tan fría que habían tenido que aguardar hasta el amanecer, pero después de tantas horas, no podían demorarse más. Los hombres de Julius habían desaparecido, y todo apuntaba a que estaban muertos. Quizás una trampa de forajidos o algún accidente. Fuera lo que fuera, estaba claro que algo grave había sucedido. Y en cierto modo le habría importado poco si se tratara únicamente de los hombres de Julius, pero que Arabela estuviera entre los miembros del grupo lo cambiaba todo. Lorelyn había llorado al oír la noticia, y él no soportaba verla así.

Además, apreciaba a Arabela. De hecho muchos más de los esperados habían mostrado su simpatía y preocupación por la muchacha en tan tensos momentos. Y entre ellos, las reacciones más sorprendentes habían sido las de los dos príncipes herederos. Uno por mera curiosidad y, quizás, solidaridad con Symon. El otro, en cambio, lo hacía únicamente guiado por el amor que le unía a su prometida.

Pero a pesar de que eran muchos los que estaban dispuestos en acudir en su ayuda, no fue necesario. Cupiz fue el primero en alcanzar a Témpano, y pronto tuvo ya entre sus brazos a la maltrecha mujer. Había cubierto con la capa la herida del vientre para evitar levantar sospechas, pero su aspecto era tan lastimoso que fue trasladada de inmediato a los recintos médicos con bastantes dudas sobre su supervivencia.

Pasados las primeras horas, Symon acudió bajo petición expresa a la sala del trono donde, reunidos alrededor de una mesa llena de mapas, los príncipes herederos, el monarca, sus consejeros y varios miembros de la guardia de ambos reinos estudiaban la situación. Temían lo peor, y la revelación de Symon ensombrecía aún más las cosas.

-    Les han atacado. Mi hermana fue la única que logró escapar. Antes de perder la conciencia me dijo que creía que eran gentes del sur por el idioma. Fue una trampa.

-    Lo que nos temíamos.- dijo Solomon con el ceño fruncido.- Exiliados.

-    ¿Pero acaso las murallas no están cerradas, tío?- preguntó Darel sorprendido.

El Rey se frotó la barba, meditabundo. Varg y su tío intercambiaron miradas furtivas, pero fue el segundo el que decidió romper el tenso silencio que se había generado en la sala.

-    Hablamos de una muralla que rodea el reino de mayor tamaño de toda la isla, Darel. Cierto es que por el momento no hay ningún registro de que haya habido ningún ataque, pero eso no implica que no lo haya habido. No sería la primera vez que una incursión acaba con toda una población. Las noticias tardan en llegar. Muy posiblemente hayan entrado por la zona de Burgstem, o quizás por Lodderburg... al parecer hace una semana sufrieron una nevada que los dejó totalmente incomunicados. Es muy posible que esos bastardos aprovecharan las horas de confusión para caer sobre el puesto de  guardia. He enviado mensajeros al el sur, si es cierto que ha habido una fisura en la muralla, sabremos donde ha sido.

Julius alzó la mirada hacia su hermano en busca de reconocimiento, pero este no dijo nada.

Su dedo se detuvo allí donde todas las miradas convergían. Symon, que conocía a la perfección aquel lugar, no necesitó más que echar un vistazo a las expresiones de preocupación del resto de los presentes para comprender el significado de aquel gesto. Darel, por su parte, parecía confundido. Conocía aquel lugar solo por los libros.

-    ¿Qué sucede?- preguntó con curiosidad.- El Monte del Olvido, ¿verdad?

-    Efectivamente.- dijo Solomon con voz queda.- Tiempo atrás allí se encontraba uno de los mejores bastiones existentes sobre la faz de la tierra. Temibles guerreros aguardaban en el corazón de aquella fortaleza de piedra y nieve.

-    ¿Pero?- inquirió Darel con el ceño fruncido.- ¿Por qué hablas en pasado?

-    Porque esa fortaleza desapareció hace años, príncipe Darel.- sentenció Symon camuflando el orgullo que le producía aquella noticia.- Fue en los tiempos de las brujas por lo que tengo entendido.

-    La última bruja.- gruño Julius con desprecio.- Esa maldita zorra hizo caer todo el peso del mal sobre el bastión antes de morir, y ahora es un lugar maldito. Aguardan espíritus en su interior; las gentes de Reyes no somos bien recibidas.

Os cazan como a conejos, pensó Symon con malicia en su interior. Su madre había sido la encargada de embrujar aquel lugar, y a no ser que encontrasen alguna manera de acabar con la maldición, jamás podrían recuperar aquel bastión. Habían sido tantos los que habían caído en manos de la bruja de la muerte que incluso el fiero y valiente Julius se negaba a enviar a más hombres a una muerte segura.

Las sospechas de que los sureños habían llegado al reino a través del paso maldito generó malestar en la sala. El príncipe Varg, cegado por la vergüenza que le provocaba la situación, gritó que más hombres debían ser conducidos al Sur.

-    ¡Debemos recuperar el Monte del Olvido!

-    Estupideces.- se apresuró a decir su padre.- No nos precipitemos. Hasta ahora nadie ha sido capaz de atravesarlo, y menos con este tiempo. Aguardaremos hasta la vuelta de los mensajeros para descubrir donde se ha abierto la brecha. Estoy prácticamente seguro de que han derribado parte de la muralla.

-    Es muy posible, majestad.- le secundó Julius.- Me encargaré de que la información llegue cuando antes. Si es cierto de que han osado atacar nuestros pueblos no dudaré en ir yo mismo a la cabeza del ejército para acabar con esos sucios bárbaros.

-    Lo harás igualmente, tío.- gruñó Varg furibundo.- ¡Esos salvajes andan sueltos por nuestro reino!

-    ¡Al infierno con ello!- intervino Cupiz por primera vez en un arranque de furia descontrolada.- ¡Yo mismo me encargaré de darles caza junto con mis hombres! ¡Dadnos permiso, alteza, y batiré los bosques en busca de esos forajidos! ¡Os juro que os traeré sus cabezas en bandeja de plata!

Cupiz estaba dolido, pero aquella respuesta arrastraba consigo mucho más que furia. En realidad, aunque no fuera necesario decirlo abiertamente, ponía en evidencia el mal trabajo efectuado por la guardia de Reyes. Él podía hacerlo mejor, y aquel era el único modo de demostrar su valía. Viajaría por todo el reino en busca de los inexistentes forajidos, y aunque de nada serviría, lograrían que parte de la guardia de Julius tuviera que acompañarles por simple orgullo.

Symon estudió con detenimiento la reacción de su alteza y festejó por lo bajo la respuesta del resto. Cuanta menos gente hubiera en la fortaleza, mejor.

-    Julius, encárgate de formar una compañía de veinte hombres de la guardia. Acompañarán al caballero Cupiz y a sus hombres.- sentenció el Rey para disgusto de su propio hijo.- Les debemos este honor.

-    Dadme la oportunidad de ir con ellos, hermano.- pidió Julius.- Estas son mis tierras. ¡Debo protegerlas!

-    Desde luego...- le secundó Symon con voz queda.- Pero mi señor... ¿acaso no creéis que sería más inteligente que vos os quedaseis para proteger al castillo de un posible ataque? Puede que tan solo fuera un grupo aislado el que alcanzó a mi hermana. Además, estamos en tiempos de festejos y diversión, no rompamos la atmósfera antes de tiempo. Si es cierto que estamos en peligro ya habrá tiempo para hacérselo saber al pueblo...

-    Un punto de vista muy inteligente.- aseguró el Rey.- Comparto la opinión de Lothryel. Por el momento intentaremos mantener la calma. Deseo fervientemente que mi sobrino y su prometida disfruten de su visita, no mezclarlos en una batalla.- alzó las manos abiertas.- Confiad en mí, amigos, no permitiremos que esto vuelva a suceder. Y por favor...- volvió la mirada hacia Symon.- En cuanto vuestra hermana esté recuperada, pedidle que venga a verme. Quizás pueda sernos de gran ayuda.

-    Desde luego.

-    Y ahora, si sois tan amables, ¡continuad disfrutando de los festejos! Varg, acompaña a tu primo al salón principal. Tengo entendido que va a empezar un magnífico concierto en escasos minutos.

Los presentes fueron despidiéndose y saliendo de la sala. Todos excepto Julius. Al caballero le aguardaba una larga charla sobre su deber a la que Symon hubiese deseado poder asistir, pero a la que, por desgracia, se veía obligado a faltar.

De todos modos, no importaba. La corte estaba asustada, y solo le había hecho falta un poco de teatro para que confiaran en sus palabras.

Symon se despidió de los dos tan mal avenidos primos y optó por volver a la sala de curas donde unos minutos antes había dejado a su hermana descansando. Había ordenado a todos los curanderos que abandonaran la sala, pues él mismo se encargaría de su bienestar, y así era como debería haber encontrado la sala. Vacía a excepción de la ocupante de la camilla.

Pero no fue así.

Desde el pasillo pudo escuchar los murmullos de sorpresa de las dos ayudantes del médico al ver la enorme herida del torso de la muchacha. Symon chasqueó la lengua, molesto ante tal intromisión. Cerró las puertas tras de si, y tras asegurarse de que no había nadie más a parte de las dos damas y Gabriela, intentó calmarlas.

A partir de ahí, su destino dependería de sus reacciones y conocimientos.

-    Mis señoras, ¿a que viene tanto escándalo? Mi hermana necesita descansar.

-    ¡Symon!- exclamó Gabriela con el rostro sudoroso mientras sujetaba la muñeca de una de ellas con fuerza.- ¡Esta mujer asegura de que el doctor debe acudir de inmediato a ver a vuestra hermana! ¡Dice que...!

-    ¡¡Es una herida mortal!!- chilló con vehemencia la más joven.- ¡¡Esta mujer debería haber muerto!! ¡Es...! ¡Es cosa de hechicería!

-    Muerto...- murmuró Symon con cierta tristeza mientras se llevaba la mano al cinto.- Por favor, no digáis tonterías. Mi hermana está viva y está mejorando notablemente. No tratéis de alarmarme.

-    ¡Es imposible!- insistió la otra.- ¡Deben haberla herida con alguna hoja envenenada! Aunque no lo muestre su semblante, ¡debe estar sufriendo! Su vida llega a su fin. Créame mi señor, esto es cosa de brujas. Debemos acudir cuanto antes al médico para que le quite la vida sin daño alguno.

Symon frunció el ceño, sombrío. Cerró los dedos alrededor de la empuñadura del cuchillo que llevaba en el cinto y suspiró.

- Me temo, señoritas... que esto ha sido un triste error. Gabriela, si eres tan amable de asegurarte de que las puertas están bien cerradas...

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