Capítulo 12
Capítulo 12
La presencia de los miembros de la familia Blaze durante las horas del desayuno en los salones privados resultaba inquietante, pero por suerte para los sirvientes, no solía darse muy a menudo. Gracias a los festejos y las obras nocturnas eran pocos los que se despertaban pronto, pero unas horas después del amanecer, Darel rompió la costumbre. Cruzó las puertas del salón con una leve sonrisa en el rostro, y tras saludar con un ligero asentimiento de cabeza a todos aquellos siervos que prácticamente se arrodillaban a su paso, se acomodó en una de las sillas de la enorme mesa central donde Symon y otros nobles disfrutaban de un magnífico desayuno. Frutas exóticas, carne roja recién hecha, cereales, zumos de naranja, piña, fresa y manzana, dátiles, azúcar, miel, queso...
El salón no era un lugar especialmente lujoso, pero resultaba muy acogedor. Junto a la entrada había un par de armaduras relucientes, y a lo largo y ancho de las paredes, magníficos cuadros de los antepasados de los Blaze. Una chimenea de piedra encendida, alfombras de pelo e hilo de oro a los pies... y en el centro, de espectaculares dimensiones, una flamante mesa de roble llena de todo tipo de inscripciones jeroglíficas en las patas.
De las treinta sillas presentes, tan solo cinco estaban ocupadas. Symon ocupaba la central con una amplia sonrisa de hiena rodeado por cuatro sucios y gordos comerciantes. Las risotadas de cerdo de los hombres indicaban que debía estar explicando algo divertido.
Darel apretó los labios de pura repulsión al escucharles, pero logró ocultar el sentimiento de repugnancia que sentía hacia ellos con una mueca de indiferencia. Saludó con un ligero ademán cuando estos inclinaron la cabeza, y tomó asiento. Las doncellas no tardaron ni un minuto en llenarle el plato de los deliciosos manjares y la copa de vino dulce con miel. El príncipe o volvió a asentir como agradecimiento, y empezó a comer tranquilamente.
- Mi alteza.- escuchó que le llamaba Symon unos minutos después.- Hablábamos sobre las maravillas del Reino. Quizás quiera participar en la conversación...
- ¿Las maravillas del Reino?- respondió Darel con la ceja derecha alzada.
Conocía aquella media sonrisa cargada de picardía y maldad. La conocía perfectamente, pues era la que siempre empleaba para burlarse de todos. Darel sabía que no debía caer en la tentación de caer en su juego, pero no pudo resistir la curiosidad.
De nuevo volvía a caer en las garras de la araña.
- Efectivamente. Mis amigos del gremio de comercio de Alejandría y de Reyes se preguntan el motivo por el cual las murallas están cerradas. Generar una ruta comercial entre los dos reinos podría ser muy productiva para nuestros comerciantes.
Darel se fijó en que no todos los comerciantes de la sala eran de Alejandría. Tan solo uno, el más bajo y rechoncho, era de Reyes Muertos. El día anterior le había visto junto a su primo reír mientras intercambiaban complicidades al oído.
- Pero nuestro soberano no parece tener intención alguna de abrir las murallas.- dijo el hombre llamado Sykman.- Las guerras han dañado mucho nuestro reino, y soy consciente de que el único modo de defendernos es mantener nuestras defensas alzadas pero eso no nos beneficia.
- Es una lástima.- se lamentó Symon.- Una buena relación comercial podría enriquecer al reino. Mi Príncipe, ¿habéis visto las armaduras que hace el señor Sykman? Son espléndidas.
Dudaba mucho que aquel hombre fuera herrero. Conociendo a las gentes de las que se rodeaba imaginaba que se trataría de un esclavista encubierto, o algo peor. En Alejandría habían derrocado a más de cinco comerciantes de su perfil, pero no cesaban de aparecer nuevos cada vez más fuertes y poderosos.
- No lo dudo.- dijo por fin.- Desafortunadamente, las murallas van a permanecer cerradas por lo que tengo entendido. Ahora que la guerra del Sur se extiende, mi tío no tiene la más mínima intención de poner en peligro a su pueblo. Al contrario. No me sorprendería saber que marchara al Sur a combatir.
- Una lástima, una lástima...- murmuró Symon por lo bajo.- Aunque sigo pensando que no sería tan problemático abrir las puertas del Norte.
- No es decisión nuestra.- insistió.
- Pero podría serlo. Pensadlo, alteza, al fin y al cabo esa muralla separa ambos reinos. Algo tendrá que decir Alejandría, ¿no?
Los comerciantes cuchichearon entre ellos ante aquella declaración. Symon se unió a sus cuchicheos, pero en ningún momento apartó la mirada de Darel. Le estaba poniendo a prueba, y el Príncipe lo sabía. Trataba de forzarle a que demostrara su poder, pero él no estaba dispuesto a caer en su truco. Estaba de acuerdo en que Alejandría debería intervenir en el cierre de las fronteras, pero no sería ni él quien lo discutiera, y mucho menos delante de aquella panda.
- Basta.- estalló.- ¡No son temas que meros comerciantes deban tratar, y menos cuando están disfrutando de las comodidades que os ofrece mi familia!
- Solo era un punto de vista, alteza.- replicó Symon sin perder la sonrisa.
- Pues guardaos vuestros puntos de vista. Nadie os lo ha pedido.
La tensión fue palpable durante los siguientes minutos. Darel sentía la mirada burlona de Symon, pero prefirió no prestarle atención. Desayunó tranquilamente tratando de mantener la mente en blanco, y tras lograrlo durante varios minutos, no tuvo más remedio que morderse la lengua cuando nuevas víboras acudieron al salón.
Varg entró en la sala acompañado de Julius, el único de la corte junto al Rey que le caía bien. Era un hombre severo y rudo, pero magnífico en su trabajo. Además, quizás no fuera más que una pequeñez, pero le gustaba el modo en el que le trataba.
Su primo no le caía demasiado bien, pero no tuvo más remedio que levantarse por educación. El Príncipe heredero de Reyes, vestido totalmente de gris, hizo una ligera reverencia como saludo, pero fue a Symon a quien dedicó las primeras palabras.
Darel volvió a sentir vértigo. No comprendía como lo hacía, pero aquella víbora parecía tener contactos hasta el infierno.
Symon hizo un ademán con la cabeza como saludo a los dos recién llegados.
- ¡Bienvenidos!- exclamó.- Su alteza, Julius...
- Vos por aquí, Symon.- replicó el otro con tono burlón.- Me alegro de veros, quería comentaros un par de cosas... pero eso será después. Ahora quisiera poder hablar tranquilamente con mi primo. Si sois tan amables...
- Por supuesto.- Symon se incorporó, y todo su sequito se apresuró a salir de la sala bajo la atenta mirada de un Darel bastante desconcertado.
Ya los dos jóvenes nobles a solas, se acomodaron alrededor de la sala. Las doncellas llenaron las copas, rellenaron los platos de comida y, casi corriendo del pavor que les inspiraba Varg, les dejaron en solitario.
Durante los primeros minutos la tensión era insoportable. Entre ellos nunca había habido relación alguna, pues no se conocían, pero ni tan siquiera ahora se gustaban. Su animadversión era obvia, y aunque a veces intentaban disimular por el bien de las relaciones entre reinos, era evidente que no podían ni verse.
Y precisamente por eso, por su mala relación, no comprendía el porque de aquel repentino interés. Pero a pesar de su mal estar, sentía curiosidad. ¿Sería un intento de normalizar la relación? ¿O quizás de empeorarla aún más?
Familia o no, Varg era un usurpador. Su primo ocuparía el puesto que él debería ostentar, y eso era algo que jamás podría perdonar.
- Tengo entendido que anoche disfrutaste de una magnífica velada con Lothryel y su familia.
- Parece que corren las noticias rápido. Demasiado rápido para mi gusto.
- ¡Oh!- pincho con el tenedor un trozo de carne.- Tengo muchos informadores, primo. No olvides que estás en mi fortaleza.
Por el momento, pensó Darel.
- Sea como sea, Dorian Strauss acudió a la velada, ¿verdad?
- ¿El poeta?- se sorprendió.- Sí.
- Ahá...- se llevó la carne a la boca y se deleitó de su sabor.- Delicioso. Bueno, a lo que iba... resulta que anoche paseaba tranquilamente por la fortaleza cuando mis hombres encontraron a una joven alborotadora que aseguraba que Strauss había sido envenenado. ¡Envenenado!
- ¿¡Envenenado!?- parpadeó, perplejo.- ¿Durante la cena?
- Se supone.- se encogió de hombros, con desdén.- Por lo que tengo entendido, la señorita Arabela también ha sufrido las consecuencias de ese "envenenamiento". Todo apunta a que no ha sido más que algún alimento en malas condiciones... pero dado que me he enterado de que tú también asististe a la cena, me preguntaba como estarías.
Tardó unos segundos en responder. Estaba desconcertado, pero no del todo sorprendido. La cena había resultado exquisita, pero era posible que hubiese habido alguna pieza en malas condiciones.
Lanzó un suspiro. ¿Estaría Lorelyn bien? En cuanto acabase la conversación acudiría cuanto antes a buscarla.
- Estoy bien.
- Oh, por tu expresión sobreentiendo que estas preocupado... ¿es por tu querida prometida?- ladeó ligeramente el rostro, con maldad.- Está bien, tranquilo, tan solo ha habido dos afectados. Y por suerte para algunos, y no todos, ambos han sobrevivido. Mis hombres localizaron a Dorian este amanecer tirado en uno de los pasillos. Aún respiraba.
Darel lanzó un suspiro de alivio. El desprecio con el que había pronunciado esas palabras evidenciaba el odio que sentía por el poeta. Él, por su parte, no tenía nada en su contra. Al contrario, si pudiera decidir, habría sido él su primo, y no Varg. Pero quisiera o no, seguía siendo un Strauss a pesar de que su rostro evidenciara lo obvio.
¿Sería por eso que le odiaba de ese modo?
Esbozó una media sonrisa.
- Es un auténtico alivio. Dorian parece una buena persona.- dijo con malicia.- Que por cierto, no he podido evitar escuchar los rumores. Es un Blaze, ¿verdad? Mi primo.
- ¿Un Blaze?- la rabia encendió su rostro.- ¡¡Jamás!! ¡No es más que un ratero del palacio por el que mi padre siente simpatía!- sacudió la cabeza.- Un don nadie.
- Claro, claro...- murmuró ahogando una carcajada.- Son rumores al fin y al cabo.
- Rumores que pronto desaparecerán. No entiendo porque mi padre lo permite. Cuando yo ocupe el trono los cortaré de raíz.
- Pero para eso aún falta bastante.
Más allá de los ojos inyectados en sangre de su primo se escondía una furia contenida que pocas veces había llegado a ver en alguien que no fuera él mismo. Al parecer el deseo de poder era hereditario. Desafortunadamente, los deseos de cada uno estaban demasiado lejos del otro como para poder llegar a crear algún tipo de alianza. De hecho, en el futuro, cuando reinaran, serían enemigos.
Consciente del exceso de rabia Varg forzó una sonrisa nerviosa. Se pasó la mano por el cabello en un gesto lleno de despreocupación y clavó el tenedor en una uva. Si lo que quería era desviar la atención de su primo, no lo logró, pero al menos recuperó la compostura.
- Desde luego, pero cambiemos de tema. Tengo un prisionero que asegura que ha sido vuestro futuro cuñado el que se ha encargado del intento de asesinato de Dorian.
Si quiso mostrar sorpresa, no lo logró. Fijó la mirada en el plato y recogió del fondo una nuez, aparentemente pensativo. No le sorprendía, ni muchísimo menos. Al contrario. Si había alguien capaz de matar a sangre fría empleando el más bajo de los métodos ese era Symon Lothryel. Claro que, bajo su punto de vista, habría sido bastante más fácil pedírselo a la salvaje de su hermana.
A veces dudaba que Lorelyn pudiera ser hermana de tan despreciables individuos.
Pero aunque sabía que era capaz, dudaba que en esta ocasión hubiese sido él el culpable. Hacía demasiado poco que habían llegado al castillo como para que ya hubiese podido encontrar un enemigo al cual desear eliminar... claro que aquella oportunidad era magnífica para deshacerse de él.
Tuvo la tentación de apoyar al prisionero y tratar de convencer a su primo de que él también había visto al joven Lothryel envenenar la copa de Dorian, pero amaba demasiado a Lorelyn. Aunque él les odiase, ella les amaba con todas sus fuerzas.
- Que absurdez.- dijo por fin con desgana.
Varg estudió con detenimiento la reacción de su primo. Le observó curvar los labios, fruncir el seño y responder a mala gana... tal y como Symon le había dicho, su primo les odiaba.
Sonrió. La aparente ambición de Symon le convertía en un magnífico aliado.
- Claro.- dijo con tranquilidad.- Claro, claro. No son más que estupideces de alborotadores. Le he encargado a nuestro tío que se encargue de ella.
- ¿Encargarse de ella?- arqueó la ceja.- Vaya, parece que la justicia de Reyes sigue siendo tan severa como cuentan las leyendas.
- Tan solo el soberano capaz de ejercer con mano dura es digno de ostentar a la corona... y no es que menosprecie vuestros métodos, Darel, pero debes comprender que ahora te encuentras en tierras de guerreros. Aquí manda la ley de la sangre... aunque no te voy a mentir, me parece muy admirable lo que habéis logrado en el Norte. La ley de... ¿Cómo la llaman? ¿Ley de la pluma?
Chasqueó la lengua, con desprecio.
- En fin... cada reino es un mundo.
Darel ladeó ligeramente el rostro, pensativo. Le hubiese encantado golpearle hasta arrancarle de la cara aquella estúpida sonrisa de engreído que lucía con tanto orgullo, pero no podía negar que en el fondo compartían ideología. Así pues, se limitó a darle un trago a su copa sin mostrar aparente interés.
- ¿Qué va a ser de la prisionera? ¿La azotaréis? ¿O le cortaréis la lengua?
- Primito... parece que no entiendes donde estás...
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Julius estaba eligiendo la mejor montura junto a sus hombres cuando, apoyada en la pared del patio, encontró por fin a la persona que durante tanto rato había estado buscando.
Los rumores no habían tardado en llegarle, y aunque en el fondo no le importaba lo más mínimo que el niñato muriese, el caso de la señorita era muy distinto. Claro que alguien como ella no iba a caer víctima de una cosecha en malas condiciones. Por sus venas corría sangre de guerrero, y eso, tal y como le sucedía a él, la convertía en alguien casi tan peligroso como resistente.
Hizo un ademán con la cabeza al jefe de su guardia, Tebekk Brousse, y se alejó varios pasos hasta alcanzar a la mujer. Bajo la luz del sol se mostraba como una estatua de mármol tan pálida y desafiante como los antiguos dioses guerreros de las leyendas.
- Llevo toda la mañana buscándoos.- dijo como saludo.- Tenéis bastante mejor aspecto de lo que cabría esperar para alguien que debería haber muerto.
- ¿Muerto?- Arabela dejó escapar una carcajada.- Se necesita mucho más que una simple copa de vino en mal estado para acabar conmigo, mi querido caballero. Pero por suerte, aún falta mucho para que mi sangre bañe vuestro amanecer.
- Contaba con ello.- volvió la mirada hacia sus hombres. Estos seguían avanzando hasta los barracones en silencio. Hizo un ligero ademán de fastidio.- Me temo que tendremos que aplazar nuestra cita de hoy. El Rey requiere mis servicios.
- ¿El Rey? ¿El Rey o vuestro sobrino, mi señor?- le guiñó el ojo.- Como bien sabéis, los rumores suelen acudir con mayor facilidad a aquellos a los que no les interesan.
Julius ladeó ligeramente el rostro, con una mueca de sorpresa y diversión en la cara. Agachó ligeramente la mirada para ocultar la sonrisa.
- Ya no estáis en Alejandría, mi señora. ¿Debo recordaros que aquí los fisgones comparten el mismo destino que los ladrones y asesinos?
- ¿Un futuro prometedor al margen de la ley disfrutando de jovencitos deseosos de aventura?- se burló.- ¿O una triste muerte encerrados en un barracón cualquiera con la única compañía de las ratas? Capto la idea... sí. Os agradezco el aviso. Se lo comentaré a mi hermano mayor. Él es el metomentodo de la familia.
Julius soltó una sonora carcajada que no pasó por alto a ninguno de los jóvenes aprendices que entrenaban bajo el sol de la mañana en el patio. Tampoco a algunos de los sirvietes que desempolvaban las alfombras en las ventanas, o a aquellos que paseaban por los pasillos, junto a las ventanas.
- En fin... lo lamento de veras. Me hubiese gustado poder salir a cabalgar de nuevo con vos. Espero que sepáis perdonarme, mi señora.
- Vaya, parece que además de la espada sabéis emplear la ironía. Todo un descubrimiento... en fin, yo también lo lamento enormemente. El día se presenta aburrido... aunque, quizás no del todo. Decidme una cosa, Julius. ¿Qué vais a hacer con el prisionero?
La sonrisa desapareció del rostro del hombre. Julius se pasó la mano por el rostro, deslizando con delicadeza los dedos sobre la cicatriz que le nacía del cuello y acababa en la ceja, y endureció la expresión. Miró atrás, pero sus hombres ya habían entrado en los barracones para aquel entonces.
- Cumpliremos la ley del Rey. Esa maldita rata asegura que ha sido vuestro hermano quien os ha envenenado. Tan solo la muerte acallará eternamente su lengua bífida.
- Vaya, un castigo francamente severo, aunque merecido. No voy a mentiros, mi hermano puede ser muchas cosas, pero no un asesino. Symon aprecia a Dorian, y mucho más a mí. La simple idea de pensar en un intento de asesinato me provoca nauseas.
- Es comprensible. Llevaremos al prisionero a las afueras. En tiempos de festividades es mejor intentar hacer pasar desapercibidos este tipo de eventos.
Arabela cruzó los brazos sobre el pecho, meditabunda. Desvió la mirada hacia los barracones, al patio donde los más jóvenes entrenaban y, por último, al rostro severo de Julius. Muchas eran las ideas que le corrían por la mente en aquel entonces,
- Pero no lo lograréis si sois vos el que vais al mando de una cuadrilla de hombres, ¿no os parece, Blaze?
- Bueno.- se encogió de hombros.- En cierto modo tenéis razón. Pero vaya, intentaremos pasar desapercibidos.
- Disculpadme...- Se deslizó con gracilidad hasta quedar a escasos centímetros del caballero. Depositó la mano sobre su hombro y resbaló el dedo hasta su cuello.- Pero no sois una persona capaz de pasar fácilmente desapercibida. Y no quisiera que me malinterpretarais...- acarició su cuello con la punta del dedo hasta acabar apoyando el dedo índice sobre su mentón apuntado.- O quizás sí...- entrecerró los ojos, maliciosa, y de nuevo recortó distancias. Podía captar el olor a vino amargo de sus labios.- Pero la cuestión es que me gustaría ayudaros.
Y tras decir aquellas palabras, se apartó del caballero deslizando con suavidad el dedo sobre el bello ligeramente crecido de la barba. Avanzó varios pasos hacia los barracones y apoyó la mano sobre la empuñadura de su arma. A sus espaldas, Julius trataba de disimular la excitación con una sonrisita nerviosa.
- Ese hombre ha intentado culpar a mi hermano de algo muy grave. Por favor, dadme la oportunidad de acompañar a vuestros hombres en vuestro lugar y darle muerte con mis propias manos. Mientras tanto vos podríais acompañar a mi hermano. Tengo entendido que quiere viajar a la ciudad, y no iría mal que alguien tan temido como vos le acompañase. Mi hermano fue un buen cazador, pero desde que me crucé en su vida se ha acomodado demasiado.
Julius frunció el ceño. No le gustaba dejar su trabajo a nadie, y mucho menos cuando había sangre en medio, pero tampoco quería impedirle tomarse su propia venganza. Además, mentiría si dijera que no sentía simpatía por la mujer. Es más, la frialdad con la que le había pedido que deseaba ser ella quien le arrebatase la vida al prisionero le había resultado de lo más estremecedor. Estremecedor, interesante, sensual... no era la mujer mas bella, pero tenía un magnetismo animal que lograba causarle estragos.
- Además...- prosiguió la mujer. Acercó los labios a su oído hasta rozarlos con el cuello.- Quizás así podríais pedirle que os acompañara al baile, ¿no creéis?
Tanta cercanía le trajo buenos recuerdos. Se deleitó del perfume de sangre y aceite que desprendía la armadura de la mujer, y no sin antes rozar sus labios con los de ella, asintió.
- Creo que hemos llegado a un trato, mi señora.
Unos minutos después, ya a lomos de Témpano, Arabela abandonaba la fortaleza de Reyes Muertos junto a cinco caballeros más y el prisionero con las manos atadas y la cabeza cubierta por una bolsa de papel.
Desde lo alto de una de las ventanas, con el rostro fruncido en una mueca de sorpresa, Elaya lo observaba todo con los ojos abiertos de par en par. Cupiz, a su lado, no daba crédito a lo que veía.
- ¿Pero que...? ¿De qué demonios va todo esto?- balbuceó la muchacha con incredulidad.- ¡Cupiz! ¡Dijisteis que no era más que una broma!
- Mi señora... no tengo ni idea de lo que está sucediendo.- respondió el otro.- Pero no me gusta. Ese tío es un lunático. Quizás deberíais hablar con ella. Arabela a veces peca de inocencia.
¿Inocencia? Elaya parpadeó, casi tan perpleja por la imagen de ver a su hermana flirtear con el tío de su prometido como por escuchar tal sandez. Apretó los labios y cerró los puños. Y hubiese empezado a maldecir si no fuera porque, en aquellos precisos momentos, la puerta de la habitación se abrió y el Príncipe Darel entró con el rostro contraído en una mueca de rabia contenida.
Cupiz se apresuró a saludar formalmente, pero viendo que su superior no parecía venir de buen humor optó por apresurarse a salir de la estancia. Hizo una elegante reverencia a ambos y, ya fuera, cerró la puerta.
Darel se acomodó junto a su prometida en el balcón, pensativo, pero no dijo nada hasta que su mirada se encontró con la de Lorelyn. Sus ojos estaban fijos en un grupo de guardias de Reyes, y si mal no le engañaban sus ojos, era su propia hermana la que iba a la cabeza del grupo.
Chasqueó la lengua con desagrado. Cuando no era él era ella, pero siempre estaban en medio de absolutamente todo.
Apretó los puños.
- No han tardado más que unos días en convertirse en la sombra de Varg y mi tío.- dijo con desagrado.- No pierden ni un maldito minuto.
Golpeó con el puño la barandilla y giró sobre si mismo, rabioso. La mezcla entre los desprecios de su primo y la visión de aquellas dos arpías había logrado sacarle de quicio. Y aunque no era la primera vez que sucedía, hasta ahora nunca había estado delante su amada prometida.
Pero tampoco le importaba. Estaba harto.
- ¿Pero que...?- dijo con voz chillona.- ¡Pero que estás diciendo...!
- ¡¡Pues lo que oyes!!- gritó.- ¡¡Estoy harto de verles metidos en todas partes!! ¡¡Allá donde hay puestos de poder ellos meten las narices!! ¿¡Es que acaso no te parece sospechoso que en apenas unos meses tu hermano se haya convertido en un consejero de mi padre!? ¡Y lo que es peor! ¡No cesa de alabar al mal nacido de mi primo! ¡Maldito batardo usurpador! ¡¡Debería matarle!! ¡¡A él y a mis tíos!!- derribó una mesa de una patada al entrar a la habitación.- ¡Los odio! ¡No lo soporto! ¡Ni a tus hermanos! ¡¡No los soporto!!- giró sobre si mismo.- ¿¡Es que no lo ves!?
- Lo único que veo es que estás enfadado con tu primo y lo cargas contra mis hermanos.- murmuró ella por lo bajo con los ojos llorosos.- Ellos siempre están intentando ayudar...
- ¿¡Ayudar!?- la tomó del brazo con brusquedad, y la metió de un empujón en la habitación.- ¿¿Ayudar?? ¡¡No son más que dos víboras que intentan quitarme lo que es mío!! ¡¡Mi palacio!! ¡¡Mi reino!! ¡¡Mi prometida!!- pateó la cama, logrando que Lorelyn corriera hacia la esquina de la habitación, aterrorizada.- ¡¡Son malvados!! ¡Y lo peor es que intentan ponerte en mi contra! ¡¡Y lo están logrando!!
- No digas... no digas... tonterías Darel. Ellos te aprecian... de veras...
Tomó uno de los jarrones que había en una de las estanterías y lo estrelló contra la pared. El suelo se llenó de pedazos de cerámica y agua, pero él ni tan siquiera se fijó. Lorelyn, aterrada, ahogó un grito y se dejó caer de rodillas al suelo.
Se cubrió la cabeza con las manos.
- ¡¡Y ni tan siquiera sabemos si son tus hermanos!! ¡¡Dioses!! ¡¡Mírales Lorelyn!! ¡¡Son terroríficos!! ¡¡Son...!! ¡Son...!- mascó las palabras, furibundo.
Volvió a patear una silla, pero no se fijó donde se estrelló. Se cubrió el rostro con las manos, furibundo, y ahogó una carcajada de pura desesperación.
- ¡Me siento tan impotente...! ¡Mira este reino Lorelyn! ¡Es magnífico! ¡Enorme! ¡Repleto de guerreros! ¡De leyendas! ¡De historia...! Es un lugar esplendido, y debería ser mío. Debería ser de mi padre...
Parpadeó con rapidez para evitar que las lágrimas cubrieran sus ojos. Se incorporó, con la mente algo más despejada, y miró a su alrededor. La habitación estaba hecha un desastre, y ni tan siquiera se había dado cuenta hasta ahora de lo que había hecho. La rabia, furia y envidia le había cegado.
Lanzó un suspiro y por fin fijó la mirada en la chiquilla llorosa que se escondía junto a la cama. La alcanzó con tan solo unas cuantas zancadas y se acuclilló a su lado. Tenía el rostro tapado por las manos, pero por las mejillas rodaban lágrimas de terror.
Apoyó las manos sobre las de ella y las apartó. A pesar del rostro totalmente congestionado y colorado, seguía viéndola la mujer más bella sobre la faz de la isla.
La quería, y precisamente por eso, tal y como había llegado la ira, llegó el arrepentimiento. La levantó en vilo y la llevó hasta la cama. Allí la depositó con suavidad antes de arrodillarse a su lado.
- Lamento este espectáculo.- murmuró por lo bajo.- No tenías porque haberlo presenciado.
- Lo entiendo.- murmuró mientras se frotaba las mejillas con los puños.- Entiendo como te sientes... pero... pero... quizás deberías planteártelo de otra manera Darel... por el momento no puedes hacer nada pero...
Hizo una pausa, ahogada.
- ¿Pero...?
- Pero... cuando seas Rey... cuando seas Rey podrás cambiar las cosas... podrás cambiar Alejandría. Podrás... podrá ser como tu deseas. Tu eres un gran hombre... serás un magnífico Rey... y tu reino será el mejor.
- Nuestro reino...- corrigió con suavidad.- Pero creo que no lo entiendes. Alejandría es un reino magnífico, pero...
- Lo entiendo, lo entiendo...- le interrumpió.- Lo entiendo perfectamente... pero déjame acabar. Lo que quería decir es que quizás ahora no puedas hacer nada, pero cuando seas Rey y tengas al mando toda Alejandría podrás hacer que todo cambie.
Le tomó de las manos y tiró de él hasta que este se sentó a su lado. Entonces le tomó del brazo, aún llorosa y temblorosa, y apoyó su rostro sobre su cuello, muy cerca del oído derecho. Sabía que nadie podía oírles, pero su hermano le había enseñado a ser muy precavida.
- Yo quizás no pueda ayudarte mucho, pero mis hermanos sí. Symon podría ayudarte, de veras... él ha vivido muchísimo y ya sabes la facilidad que tiene para entrometerse en todas partes... y Arabela... si lo que necesitas es montar un ejército ella podría ayudarte. Sabes como es, le encanta la sangre... no tendría ningún probl...
Darel alzó la mano y la futura princesa selló los labios. Sabía que lo que le estaba proponiendo era una locura, pero le conocía demasiado como para saber que hacía tiempo que pensaba en ello. No lo decía abiertamente, pero su mirada lo decía todo. El odio, la rabia contenida, la envidia... odiaba a su primo, y no solo porque fuera una persona altiva.
- No hablemos de esto.- finalizó.- No quiero que te entrometas bajo ningún concepto. ¿De acuerdo?- se incorporó con brusquedad.- Lo lamento, de veras. Olvídalo.
Y tras aquellas palabras, salió sin mirar atrás.
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