Capítulo 11
Capítulo 11
Cuando Symon depositó a su hermana sobre la cama, ya había muerto. Su rostro cetrino había tomado una extraña expresión indescifrable. Lejos de mostrarse condenado, en la media sonrisa que dibujaba su rostro Symon creyó encontrar una cercanía alentadora, pero también miedo, horror, rabia y deseos de venganza.
Ordenó a Gabriela que cerrara la puerta y ventana y trajera un cuenco con agua caliente. Minutos después, horrorizada, la muchacha veía como, totalmente enloquecido, Symon trataba de reanimar el cadáver una y otra vez mientras lágrimas de dolor corrían por sus mejillas. Humedecía su rostro pálido, le masajeaba el pecho a la altura del corazón e insuflaba todo el aire que era capaz de almacenar en sus labios.
Pero nada ocurría.
A pesar de ello, Symon no cesaba.
Como buen cazador de bestias y bandidos, Symon había visto a muchos animales y hombres fallecer. Trataba de engañarse diciéndose que podría traerla de vuelta, pero en el fondo sabía que lo que tenía ante sus ojos era un cadáver. Hacía ya minutos que había muerto, y jamás regresaría.
Pero insistió.
Una hora después, Symon comprendió que era demasiado tarde. Se dejó caer de rodillas ante la cama, con el rostro contraído en una mueca de dolor, y apoyó la cara en el pecho de su hermana para poder llorar sin ser visto.
Gabriela nunca podría olvidar aquellos minutos.
Jamás olvidaría el llanto desconsolado de un hermano al perder a su más querido tesoro, ni la sensación de que el mundo entero parecía enloquecer a su alrededor. Arabela y ella nunca habían mantenido una relación demasiado estrecha, pero sabía perfectamente que tras sus meses de romance con Symon se encontraba su mano. Desde que se conocieron supuso que sería una doncella más en su lista de amantes, pero por alguna extraña razón, algo la había hecho distinta a los ojos de Symon. Y si el instinto no le fallaba, ese algo había sido la simpatía que su hermana sentía por ella. Una simpatía que no dudaba en mostrar al sonreírle cuando se cruzaban, o al guiñarle el ojo cuando, desde el patio de armas, la veía mientras entrenaba junto a los caballeros.
Aquella mujer había logrado hacerse un hueco en su corazón con sus particularidades y rarezas, y precisamente por ello era tan doloroso verla yacer sobre la cama envenenada por la trampa de su hermano. Tan doloroso que ella también se había unido a los llantos.
Durante casi tres horas ninguno de los dos se atrevió a romper el silencio. Los segundos parecían pasar muy despacio, pero en realidad el amanecer se abría paso a grandísima velocidad. El cielo se tiñó de rojo cuando el sol despertó... y una tercera voz rompió el silencio.
Symon, que hasta entonces había estado a los pies de la cama de rodillas, desorbitó los ojos. Se llevó la mano al pecho al descubrir la procedencia de la voz.
Iluminada por los rayos dorados del amanecer, el rostro del cadáver abrió los ojos. El acero de su mirada se había tornado más gélido, y la piel alrededor de los ojos estaba totalmente ennegrecida, pero a pesar de ello, se movía. Parpadeó un par de veces, torció los labios y apoyó pesadamente las manos muertas sobre las sábanas blancas. Estiró los brazos y bostezó como si no hiciera más que despertar de una dulce siesta.
Se frotó el rostro con ambas manos. Le escocían los ojos, manos y piernas.
Aterrorizado, Symon retrocedió hasta la pared donde, sin aire y con las piernas temblorosas, Gabriela contemplaba el espectáculo. Tenía tanto miedo que, a pesar de desear llorar, era totalmente incapaz. Su cuerpo no respondía; estaba en shock.
Pero eso no pareció importar al cadáver. Arabela se puso en pie de un brinco y alzó las manos para mirarlas con detenimiento. En su mirada no parecía haber más que vacío, pero su rostro parecía iba recuperando la vida lentamente.
Flexionó las piernas, se apartó la larga cabellera negra del rostro y, por fin, su fría y perturbadora mirada de ojos grises se fijó en los presentes.
Symon cayó de rodillas al suelo cuando su hermana arqueó la ceja al fijarse en él.
- ¿Symon?- preguntó con sorpresa.
Gabriela no pudo soportar más la tensión. Se llevó las manos al rostro y se desmayó. Por suerte, antes de que pudiera llegar a caer, Arabela ya la tenía entre brazos. La llevó hasta la cama hasta donde hacía escasos segundos ella había yacido sin vida, y la depositó como si de una delicada muñeca de porcelana se tratara. Cuando se volvió hacia su hermano, este la miraba con fascinación.
- Es imposible.- dijo.- Imposible... estabas muerta. Te vi. ¡Yo...!
Arabela frunció el ceño y trató de recordar los últimos segundos antes de morir. Había cantado algo absurdo mientras su cuerpo ardía de dolor. También recordaba la cena, a Darel con su eterno ceño fruncido, a Elaya con su bella sonrisa angelical y al actor bebiendo con los nervios a flor de piel. Symon le había dicho que si seguía así se atragantaría, y él había dejado de beber. Después la cena había acabado. Mientras se despedía de su hermano le había dado un trago a una de las copas. A la copa del actor en concreto; la única que aún tenía algo de vino.
Apretó los colmillos cuando un latigazo de dolor la dejó aturdida. Volvió a sentir el sabor amargo de la muerte en la boca y sacudió la cabeza. Aún notaba el cuerpo entumecido y frío.
- ¿Por qué has intentado envenenar al actor?- preguntó por fin.- Si lo que deseabas era su muerte podrías habérmelo pedido a mi directamente.
- ¿Pero que...?
- Sé que estaba la copa envenenada.- insistió.
- Arabela, hace menos de un minuto estabas en esa cama sin vida...- dijo Symon con apenas un hilo de voz.- Yo lo he visto. Lo he comprobado. Tú... tú...
La mujer apartó la mirada, y con aquel simple gesto, Symon supo que no estaba equivocado. Cerró los ojos y trató de procesar la información. Desafortunadamente para él, fue totalmente imposible.
Se pellizcó las mejillas para tratar de despertar de aquel sueño, pero ni tan siquiera el bofetón más fuerte logró borrar la peculiar imagen del cadáver andante. Al contrario, cuanto más le dolía la mejilla, más real le parecía la escena. Reconocía los andares inquietos de su hermana y su mirada; el modo en el que agitaba las manos cuando estaba nerviosa, y sobretodo, la sarta de maldiciones que con tanta facilidad solía recitar.
- Dime como.- suplicó.- Como lo has hecho.
- Fue cosa del veneno.- mintió.- Quizás en según que cantidades provoca...
- No.- aseguró él mientras se incorporaba.- Estabas muerta. Muy muerta. Dime como lo has hecho o...
- ¿O que?- inquirió clavando la mirada en él, amenazante.- ¿Qué vas a hacer? ¿Matarme?- de su garganta surgió un siniestro sonido ronco parecido a una carcajada.- No podrías.- cruzó los brazos sobre el pecho.- No ha sido el veneno, lo acepto.
- ¿Entonces?
La mujer avanzó hasta la mesa y tomó asiento sobre esta, visiblemente cansada. Por su parte, Symon se apresuró a acercarse, pero no se atrevió a tomarle de la mano como hubiese hecho antes. Aunque la reconocía, seguía aterrado.
- ¿Entonces?- repitió ella.- Entonces se podría decir que he vuelto a morir. Creo que es la decimocuarta vez... aunque no la primera desde que nos conocemos. Es algo complicado de explicar.
- Hazlo.- suplicó.
Dudó unos instantes, y antes de decidirse, volvió a mirar al cuerpo desmayado de Gabriela.
- La primera vez me asusté bastante.- dijo con sarcasmo.- Fue cuando no tenía más de once años. En aquel entonces yo vagaba por las tierras del este, o quizás del oeste... no lo sé. Después de nuestra separación me encontró un caballero de la corte de Ámbar. Me adoptó, y durante varios años cuidaron de mí en la corte. Yo no ostentaba a convertirme en princesa ni nada por el estilo, pero sí que vivía en el castillo. Era una más entre un montón de niños huérfanos a los que la guerra había dejado sin padres, así que, en el fondo, se podría decir que tuve suerte. Conocía gente y me trataban bastante bien. Tenía... amigos.
Perplejo, Symon necesitó parpadear un par de veces antes de poder comprender toda aquella información. Tomó asiento.
- Me caía especialmente bien uno de ellos. Thomas, el hijo del gran Lord, como le llamábamos nosotros. Era familia lejana del Rey... el hijo del sobrino, o algo parecido, pero por extrañas razones, heredaría el trono con poco más de quince años.
- ¿El Rey Thomas?- preguntó con perplejidad.
- Murió, ¿verdad?- ni tan siquiera aguardó a la respuesta de su hermano. Lo sabía perfectamente.- Bueno, tenía buenos amigos, pero él era bastante más cercano que los otros. ¿Cómo decirlo...?
- ¿Un amor infantil?
- Más o menos. Me sacaba unos años, tres o cuatro, no lo sé.- volvió a mentir. Lo sabía perfectamente; tres años.- Es lo más cercano que he tenido a un novio.- se burló tratando de ahogar el dolor que le generaban aquellos recuerdos.- Era una persona especial para mi, así que cuando me dijo de ir a dar un paseo juntos por el bosque, imaginé que sería para pedirme matrimonio, o algo por el estilo. Ya sabes, de niña se tienen muchos pájaros en la cabeza.
Su hermano asintió con lentitud, absorto por la historia.
- Y no me equivocaba.- volvió a reír.- Dioses, en aquel entonces no lo sabía, pero podría haber llegado a ser reina... pero como suele pasar, la historia no tuvo un buen final. Me pidió que me casara con él, y yo no dudé en aceptar. Estábamos muy emocionados, e hicimos lo que tantas veces habíamos visto hacer. Nos besamos.
Bajó de la mesa y deambuló por la sala nerviosamente, sin alzar la mirada en ningún momento del suelo. A partir de aquel entonces la historia fue explicada a tal velocidad que incluso su hermano se perdió parte de los detalles.
- Al principio fue bien, ya sabes. Fue bonito. Estaba muy enamorada; era una desgraciada con mucha suerte... pero una desgraciada al fin y al cabo. Aquella misma noche Thomas enfermó... y fui culpada de envenenamiento. Decían que le había dado algo durante nuestro paseo.- hizo una pausa.- No pude desmentirlo.- volvió a soltar una atronadora carcajada.- ¿Cómo hacerlo? Después de todo, estaban en lo cierto.
<< Aquella misma noche el Rey ordenó mi muerte. A él nunca le había gustado lo más mínimo nuestra relación por lo que, cuando dictó sentencia, lo hizo de buena gana. Por suerte, la noticia se filtró en el castillo y tuve la oportunidad de escapar antes de que me cazaran. Corrí con toda mi alma campo a través hasta que el cansancio me venció. Era una niña así que antes del amanecer ya estaba rendida. Encontré un escondite perfecto entre las raíces de unos árboles y me detuve allí a descansar. No quería dormirme, pero fue inevitable...>>
- Me desperté con mi propio grito de dolor al sentir el acero atravesar mi corazón.- apretó los puños al recordar el dolor.- Aquella noche fue la primera vez que la muerte vino a mi... pero tal y como ha pasado hoy, desperté. Al despertar la herida del pecho no era más que un arañazo, pero creo que la del corazón nunca llegó a sanar.
Hubo unos segundos de silencio en los que ninguno de los dos se atrevió a decir palabra. Symon temblaba de rabia, pero también de tristeza. Arabela, meditabunda, se limitaba a rememorar con melancolía lo que había sido el principio de su calvario personal.
- Es una especie de castigo.- explicó.- Al principio lo tomé como un golpe de suerte. De hecho llegué a creer que no me habían herido, que había sido una pesadilla... lo traté de olvidar. Pero mi vida ya se había derrumbado, y tan solo a través del engaño logré sobrevivir. Había visto empuñar el arma a los caballeros de los patios durante mucho tiempo así que, cuando robé mi primera espada, fui capaz de manejarla medianamente bien. Pasé una temporada en los bosques antes de viajar de ciudad en ciudad, pero por aquel entonces la muerte volvió a por mí. Y una vez más, me traté de engañar a mi misma. Huí de los bosques y centré mi vida en las ciudades. Robaba y hacía duelos con niños. Era bastante buena, pero no lo suficiente como para enfrentarme a un adulto. Pero era estúpida y creída, y convencida de que me iba a comer el mundo, decidí empezar a enfrentarme a jóvenes y adultos. Y ahí, en el primer duelo, fue cuando comprendí que tenía un don.
Abrió la puerta de la terraza y avanzó con paso lento sobre la piedra desnuda. Ante sus ojos se alzaba el cielo rojo, bañado por el amanecer, pero su mirada iba más allá del horizonte. A a pesar de los años, aún podía ver la expresión de maldad del barquero que la venció en su primer duelo.
- No me mató, pero me dejó inconsciente. Cuando desperté estaba encerrada en una mazmorra en su granja.- apoyó los brazos en la barandilla y desvió la mirada hacia su hermano cuando este decidió a seguirla.- Era un mal nacido sin escrúpulos. Durante mucho tiempo soporté abusos diarios y maltratos. Me trataba peor que a una esclava. Cada día rezaba por morir, pero era tan estúpida que no me atrevía a suicidarme.
Los dos hermanos fijaron la mirada en el cielo de sangre, pensativos. Symon había conocido a muchos tipos de persona en su vida, pero no era capaz de imaginar que clase de monstruo era capaz de encerrar a una cría. Un demente, por supuesto... un salvaje. Un loco que no merecía más que la muerte.
- Dime quien es y me encargaré de que tenga la peor de las muertes.- aseguró con los nudillos en blanco de tanto apretar los puños.
Como respuesta, Arabela soltó una carcajada.
- Una de las noches, cuando vino a la mazmorra, mi desesperación era tal que decidí enfrentarme a él. Muchas otras veces lo había intentado, pero el resultado había sido pésimo. Palizas, violaciones, torturas... pero ya no tenía nada que perder. Decidí esperar detrás de la puerta. Tarde o temprano vendría, y yo le estaría esperando.- hizo una breve pausa.- No tenía cubiertos ni botellas ni nada con lo que atacar por lo que me pasé todo el día golpeando la cama hasta conseguir sacar uno de los maderos. No era gran cosa, pero sirvió. ¡Vaya si sirvió!- otra atronadora carcajada escapó de sus labios.- Tal y como entró le di en toda la nuca, y le dejé inconsciente. ¡Zas! Fue... fue delicioso sentir su sangre correr por mis manos. Me cegué. Le arrastré hasta la casa y le até a una cama. Durante casi dos semanas le torturé hasta acabar cortándole su amado miembro viril. Después le dejé que muriera desangrado, o Dios sabe como.- sacudió la cabeza.- Pero desde entonces no volví a ser la misma, ¿sabes?
<< No había muerto físicamente, pero sí mentalmente. La niña había perecido a manos de aquel desalmado, y mi nuevo yo decidió tomarse su propia venganza contra el mundo. Retomé los duelos y, poco a poco, fui aprendiendo. Me mataron en unas cuantas ocasiones, ¿pero sabes que? No me importaba. Era feliz a mi manera. Si me mataban, al día siguiente ya estaba en pie y volvía a por venganza. Y durante largos años así fue mi vida... hasta que decidí volver a Ámbar. Tenía aún algo por hacer.>>
Una lágrima corrió por su mejilla al recordar el retorno a la ciudad. Su hermano, enternecido, no pudo soportar más la distancia, y tal y como siempre había hecho y haría, la abrazó por la cintura. Sentirla entre sus brazos era lo único que lograba calmar las ansias de venganza que tenía en aquel entonces.
- ¡Pero Thomas había muerto!- balbuceó al borde del llanto.- Logró sobrevivir los primeros meses... y de hecho mejoró bastante. ¡Hasta fue coronado Rey! Pero al final se consumió. Le había abierto una herida que jamás podría cerrarse, y la muerte vino a él, ¡y yo ni tan siquiera me enteré! Para cuando yo llegué a Ámbar él ya llevaba bastantes meses muerto y enterrado. Muerto y enterrado...
Su mirada volvió al interior de la habitación. Apoyada justo al lado de la cama, el filo del arma de Arabela refulgía con más fiereza que nunca.
- Deseaba verle una vez más. Sospechaba que la muerte nunca nos uniría, y no lo soportaba. Así pues, me informé de donde estaba y me colé en el cementerio de los Reyes. Le habían hecho un mausoleo magnífico... pero ni tan siquiera la presencia de tres guardias me detuvo. Acabé con ellos sin piedad y le desenterré. Y ahí yacía él... tan bello como en vida. Parecía estar dormido con las manos cruzadas sobre el pecho... sobre su amada espada.- se secó las lágrimas con el puño.- Es el único recuerdo que me queda de aquella época. La espada y la maldición de no poder volver a verle nunca más. Una vida eterna...- apoyó el rostro sobre el cuello de su hermano.- No es más que una maldición llena de promesas incumplidas. Una maldición que durante mucho tiempo intenté destruir provocándome todo tipo de muertes de las que siempre volvía. Muertes que cesaron cuando tú apareciste, claro. Tú y Elaya me habéis devuelto las ganas de vivir, y ahora doy gracias a los Dioses por haberme hecho como soy, pues sino ahora sería mucha la distancia que nos separaría por una mala decisión.
- Una mala decisión...- La abrazó aún más fuerte.- Hoy creo haber comprendido que mi vida depende de vosotras... así que sí, le doy gracias a los Dioses, o a lo que sea que te haya dado ese don.- le besó la cabellera.- Dime una cosa. ¿Todo aquel que besa tus labios muere?
- Cuando era joven sí. Es como si hubiese estado descontrolada. Hoy en día, no. Puedo otorgar el beso de la muerte, pero también el de la maldición de la vida eterna... o simplemente puedo besar si lo deseo, aunque no acostumbro a hacerlo. ¿Por...?
Le besó con ternura las mejillas y la frente, los ojos y los labios. Después volvió a estrecharla contra su pecho a pesar de los intentos de su hermana por liberarse de la presa. Por fin, ya libre, se frotó los labios con el puño, fingiendo disgusto.
- Eso ha sido a traición, maldito.- bromeó.- No hay muchos afortunados que hayan podido compartir la miel de mis labios.
- Temo haberme precipitado al pedirte que sedujeras a Julius. Te pido disculpas.
Hizo un ademán con la mano para quitarle importancia.
- Julius es un tipo atractivo. Además, tiene cierto encanto la mala fama que arrastra. Me gusta su manera de ser, sombrío, frío... es un desalmado tan parecido a mí que nos hace parecer hasta hermanos. Si existe una mujer sobre la faz de la tierra que pueda seducirle, esa soy yo.
- Lo dejo en tus manos entonces.
- Cuenta conmigo... eso sí, primero quiero saber el porque del intento de asesinato del actor.- cruzó los brazos sobre el pecho.- Está claro que no soy la única que guarda secretos, y no me refiero precisamente a ese extraño talento que tienes de susurrar en los oídos ajenos.
Le arrancó una sonora carcajada. Symon se encogió de hombros, incapaz de ocultar su orgullo ante tan preciada habilidad. Algún día le explicaría como lo hacía, claro, pero no sería ni aquel amanecer ni en aquel balcón.
Se aseguró de que no hubiese curiosos en los balcones de alrededor.
- Tu misma lo has dicho, intento de asesinato. No había suficiente cantidad para matarle ni que lo hubiese bebido entero... claro que, viendo el resultado contigo, ya no sé qué pensar. Aunque no es comparable su buena salud con la tuya, claro. El hecho de que aunque mueras puedas volver no implica que puedas vivir con una salud tan precaria, hermanita.
- Ya, ya, dejemos ese tema de lado. Dime, ¿Qué pasa con el actor?
- Es algo largo de explicar... pero te diré que no fue decisión propia. Alguien susurró en mi oído, como tú dices, y yo acepté hacerle un favor. Ya sabes... me gusta tener amigos hasta en el infierno. Desafortunadamente para ese alguien, veo demasiado importante a Dorian como para acabar con él.
- Ahá... buena manera de quedar bien con ambos. Has cumplido con ese alguien que...- hizo un alto.- ¿Quién es?
Ladeó ligeramente el rostro, dubitativo. Sondeó los pro y contra, pero tras la confesión tan privada de su hermana, no tuvo más remedio que revelárselo.
- El Príncipe heredero.
- ¡Darel!- exclamó perpleja.
- El Príncipe Varg.- corrigió.- El motivo de su enojo con el actor es precisamente el porque de mi simpatía hacia él.- hizo un alto.- ¿Sabías que ocupamos su habitación?
Se encogió de hombros, aunque no mostró sorpresa alguna. Poco le importaba donde estuviera. Lo que realmente le interesaba era el motivo del enfrentamiento.
- Son familia.- obvió ella.
- Desde luego. Hermanos, al menos eso creo, y él también. Nadie sabe la verdad, pero yo diría que Varg está preocupado ante la posibilidad de que, en un futuro, él pudiera competir por el trono. Claro que no veo a Dorian dirigiendo un reino ni con deseo de hacerlo.
- Cosas más raras se han visto... pero yo no creo que sean hermanos.- sacudió la cabeza.- Vaya, estoy casi segura. Diría que son primos.
- Hijo de Julius...- reflexionó él.- Quien sabe. Sea como sea, lo importante es que por el momento controlo la situación. Me he ganado su confianza en poco más de un día, y eso es un gran avance. Ese Varg parece más fiero de lo que realmente es. Es curioso, pero incluso Darel es más inteligente que él.- lanzó una fugaz mirada al interior de la sala.- El problema ahora que más nos apremia es Gabriela...
La inquietud se apoderó de Arabela. Conocía el significado de aquella mirada, pues muchas otras veces la había empleado para sentenciar a gente, pero esta vez no la creía adecuada. Siempre había visto en Gabriela el reflejo de la niña estúpida y enamorada que ella había sido en el pasado, y eso le hacía sentir mucha más piedad por ella de lo habitual.
Llegaría el día en el que ella también se convertiría en un impedimento, como todos, pero trataría de alargar al máximo la llegada de ese día.
- Gabriela sabrá mantener la boca cerrada.- aseguró la mujer para sorpresa de su hermano.- Sabe a quien debe lealtad, y no es estúpida.
- Ya...- chasqueó la lengua.- En el fondo yo también siento aprecio por la chica. Hasta ahora se ha comportado muy bien. Además, tiene bastante sangre fría para ser tan joven.
- Perfecto.- sentenció.- ¿Hay algún otro testigo?
Symon negó con la cabeza. Lamentablemente, estaba errado. Tomó el brazo de su hermana y la invitó a pasar de nuevo al interior de la habitación. Empezaba a notar el cansancio acumulado de todas las emociones vividas aquella noche, y aunque daba gracias a los Dioses por poder compartir al menos un día más con ella, necesitaba descansar.
Se dejó caer en la otra cama junto a su hermana antes de echarle un último vistazo a Gabriela.
- En cuanto despierte hablaré con ella.
- Me encargaré yo. Tú asegúrate de mantenerla contenta y no tendremos problemas. Mañana pasaré el día con Julius. Cabalga rápido, y aunque no es bienvenido en ningún pueblo, conoce todos los caminos. Es un auténtico depredador.
- Fantástico, aprovecha para buscar los puntos más débiles del Reino. Dentro de poco empezarán las visitas nocturnas...- esbozó una media sonrisa cargada de maldad, pero no permitió que sus sueños de grandeza le cegaran. Prosiguió con su plan.- Al anochecer visita a Dorian. Estoy casi convencido de que nadie nos ha visto, pero este lugar es muy grande. No quiero que corrieran rumores extraños.
La muchacha asintió de mala gana. El actor no era alguien que llamara en absoluto su atención. Al contrario. La diferencia de estilos de vida entre ellos era tal que resultaba prácticamente impensable poder entablar una conversación con él. Pero lo haría.
Durante bastante rato ninguno de los dos dijo nada. Disfrutar de la presencia del otro era suficiente para mantener la poca cordura que aún poseían. Ante ellos se abría un gran abanico de posibilidades a través de las cuales alcanzarían su objetivo, pero hasta entonces aún quedaba mucho trabajo por hacer.
Symon pensó en lo sucedido aquella noche y volvió a abrazar a su hermana. El temor le recorría el cuerpo como el fuego cada vez que pensaba en ello.
- ¿Qué se siente?
Tardó unos segundos en responder. Le sorprendía que no se lo hubiese preguntado antes, pero tampoco se había planteado nunca como expresar con palabras la extraña sensación de vacío con la que despertaba de la muerte.
- Es como despertar de un sueño muy profundo... un sueño que ha consumido parte de tu pasado y de tus emociones... de tu vida. Despierto más fuerte que nunca a nivel físico, pero más débil mentalmente. Con cada muerte estoy más lejos de lo que era, y más cerca de convertirme en otra persona. Me temo que llegado el momento, no seré más que un cadáver con sed de sangre.
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