Capítulo 10
Capítulo 10
Symon eligió una de las terrazas de mayor tamaño para celebrar la cena. Ordenó a las doncellas que preparasen una amplia mesa circular para cinco personas, y tras iluminar toda la zona con velas, acomodaron los cinco servicios de plata para los distinguidos comensales.
Una de las doncellas se había ofrecido para servir la comida durante la cena, pero Symon aseguró que no sería necesario. Hizo instalar una mesa secundaria para los segundos platos, y tan pronto cayó la noche, ordenó preparar la mesa. Un rato después, uno a uno, irían acudiendo todos cada uno de los invitados.
Era una noche clara y agradable, fría, como todas, pero sin viento.
La fortaleza entera parecía dormida a pesar de los incesantes conciertos y obras que se celebraban en su interior. O tal y como le gustaba pensar a Symon, aguantaba la respiración, aterrorizada ante su siguiente paso.
Symon cruzó los brazos tras la espalda y paseó tranquilamente por el balcón una vez la mesa estuvo servida. La luz de las estrellas iluminaba su rostro pálido, su jubón rojo ricamente decorado con joyas y piedras preciosas, y los magníficos pantalones de terciopelo negro que había elegido para el evento. A las espaldas llevaba una amplia capa de color blanco anudada al pecho con un broche de oro macizo en forma de cuervo, y, sobre la pernera del pantalón, unas magníficas botas de cuero negro de caña alta. Había dejado la espada apartada de su vestuario, pero no de la terraza. Además, oculta en la bota derecha, llevaba una de las cuchillas rojas de su hermana mayor.
Deambuló tranquilamente y canturreando por lo bajo hasta que el primer comensal salió al balcón. Acostumbrado a verla de negro y con su armadura, fue una auténtica sorpresa ver aparecer a su hermana con unos pantalones de montar blancos y un elegante corpiño azul anudado con un lazo en la espalda. Quizás por deferencia a él había cambiado su vestuario, pero también su aspecto. Por primera vez en mucho tiempo, Arabela había permitido que las sirvientas le maquillaran su pálido rostro para mejorar su aspecto enfermizo. Además, llevaba el cabello recogido en una alta coleta que dejaba caer sus largos mechones azabaches por el pronunciado escote del corpiño. Las botas, en cambio, seguían siendo las mismas de siempre.
Entre manos tenía un mapa enrollado.
Arabela saludó a su hermano con un ademán de cabeza y extendió el mapa en la mesa, justo encima de uno de los platos. En este, reflejado con tintas de distintos colores, se podía ver la geografía que conformaba el reino de los Reyes Muertos. Lo estudió con detenimiento durante unos segundos, y ya localizado el punto, lo señaló con el dedo índice.
- Salemburg.- susurró Symon.
- No hemos podido llegar aún, pero tengo en mente ir mañana.- deslizó el dedo sobre el mapa hasta plantarlo sobre otra de las poblaciones.- Deverg. Estuve este mediodía. Es un lugar pintoresco, con granjas y todo tipo de paletos que darían su vida por el Rey.- volvió a mover el dedo.- También visitamos Tamerg, Vorgen y Zaraverg. Todas aldeas de mala muerte a poco más de diez kilómetros.
- ¿Habéis viajado por la zona de los campos?
- Me encargué de eso por la mañana. Julius tenía interés en acompañarme.
- Ahá...- lanzó una fugaz mirada a su alrededor para asegurarse de que estaban solos.- Que romántico.- se burló.- Bueno, bueno... ¿alguien te vio?
Arabela se encogió de hombros.
- ¿Partir de la fortaleza? Quizás, pero no viajar hasta allí. Me encargué de no pisar los caminos. Campo a través nadie se atreve a viajar; temen a las bestias salvajes.
- Lógico.- se llevó la mano al mentón y se lo frotó con delicadeza, pensativo.- De acuerdo... espera esta noche y mañana, con la caída del sol, viaja hasta el sur.- señaló con el dedo una franja de campos de maíz.- ¿Has llegado hasta aquí?
- Desde luego.
Aguardó unos segundos antes de asentir.
- Perfecto... entonces ya sabes lo que tienes que hacer.
La muchacha asintió, dobló el mapa con delicadeza, y sin mostrar emoción alguna, se lo guardó en el interior de la bota. Se dejó caer en una de las sillas y tomó una de las naranjas de la mesa. Olía a carne asada, a verduras y pescado, pero también a fruta y sopa de ajo. Un auténtico festín.
- ¿Celebramos algo?- preguntó mientras contaba las sillas.- ¿Cinco? ¿A quien has invitado? ¿Viene acaso el principito?
Pronunció con tal desprecio la última palabra que Symon no pudo evitar estallar en carcajadas. Apoyó las manos sobre los hombros de su hermana y le plantó un beso en la cabellera.
- Me temo que sí.
- Y la otra silla es para Gabriela, imagino.- reflexionó mientras agujereaba la naranja con uno de sus propios cuchillos.- Quizás te suene raro, pero esa chica me cae bien. Es idiota, pero no me parece bien lo que haces con ella. Quiero decir...- hizo una breve pausa para recoger con la punta de la lengua el zumo que resbalaba por la piel de la naranja.- Ya que la utilizas, al menos ten la delicadeza de que no te vean con otras, sino lograrás cabrearla y saldrán a la luz cosas.
- ¿Dándome lecciones de cómo tratar a las mujeres, hermanita?- se sorprendió Symon mientras se acomodaba a su lado.
- Simplemente digo lo que hay. Las mujeres somos rencorosas, y más en temas amorosos. Cabréala y empezará a soltar todo lo que sabe. ¿Y entonces qué harás? ¿Matarla?
- ¿Matarla?- negó con la cabeza.- No digas bobadas, Arabela. Yo no la mataría; lo harías tú.
- Ya, pero es que a mí sí que me cae bien, y no me apetece tener que matarla.- se quejó.- Así que haz el favor de ser un poco más discreto.
Symon frunció el ceño, ofendido, pero antes de que pudiera llegar a decir nada, dos personas más acudieron a la invitación. Elaya, acompañada por Darel, mostraba una magnífica sonrisa de dientes blancos mientras que su Príncipe, algo menos contento, se limitaba a no mostrar el disgusto.
Aquella noche Elaya lucía un magnífico vestido vaporoso de encaje de color rosa, con flores secas cosidas a las costuras. Colgado del cuello llevaba una magnífica gargantilla de diamantes, en las muñecas unas pulseras de cerámica de colores y, en los dedos, anillos de oro. Llevaba el cabello dorado recogido en una trenza muy trabajada, el rostro maquillado y, en los pies, unos pequeños zapatitos de tacón.
A su lado, vestido totalmente de negro, Darel vestía un jubón de incrustaciones y unos pantalones ajustados que evidenciaban las delgadas piernas del joven. Llevaba el cabello recogido en una coleta baja, una capa de pelo grueso negro a las espaldas y la espada colgada del cinto.
Elaya abrazó a su hermano como saludo e intentó hacer lo mismo con su hermana sin éxito. Por su parte, Darel, se limitó a hacer una ligera inclinación con la cabeza, sin mostrar interés alguno en invertir ni una palabra en el dúo.
- ¡Bienvenidos!- exclamó Symon recuperando el buen humor.- Mi princesa, mi príncipe...- hizo una reverencia.- Empezábamos a preocuparnos.
- Lamento la tardanza, hermano, pero Darel estaba ocupado en una reunión.
Desde el otro lado de la mesa, Arabela balbuceó un insulto que, por suerte, no llegaron a escuchar. Symon se acercó a ella y, disimuladamente, le dio un codazo para que se comportara. Ella, a regañadientes, no tuvo más remedio que obedecerle.
- ¿Y a quien esperamos ahora?- preguntó Elaya mientras tomaba asiento al otro lado de su hermana.- ¿Gabriela?
- Eso parece.- respondió esta.
- Me temo que no, señoritas. Esta noche vamos a tener un invitado de excepción. Oh, mirad, ya viene.
Dorian entró en el balcón con el rostro macilento. Estaba nervioso por estar junto a Symon, pero lejos de calmarse con la presencia de otros invitados, solo logró enervarse más.
- Ya estamos todos.- exclamó Symon abriendo los brazos de par en par.- Magnífico. Dorian, venid, acercaos. Creo que ya conocéis a su majestad Darel, Príncipe heredero.
- Por supuesto.- hizo una reverencia con la cabeza.- Un honor, mi alteza.
Darel se limitó a asentir, sorprendido ante su presencia. Su prometida, en cambio, se apresuró a estrecharle las manos y ofrecerle asiento a su lado.
- Oh, espera querida. Dorian, quiero presentaros a mi hermana mayor, Arabela.
Intentó que le prestara atención, pero no logró hasta dar un pequeño golpe con la punta de la bota en la silla. Ofendida, la mirada de la mujer se fijó en el artista.
Dorian vestía con una camisa blanca, un chaleco de color negro y unos pantalones a juego que le daban un aspecto bastante señorial en comparación a la imagen de pordiosero bohemio que daba normalmente. Además, siguiendo órdenes del Rey, vestía botas altas de cuero.
El terror se reflejó en su mirada cuando la mujer centró la mirada en él. Le estudió con detenimiento, pero pronto perdió el interés. Le estrechó la mano cuando este se la ofreció con la intención de besársela y volvió a concentrarse en su plato vacío. Con la otra mano aún sujetaba la naranja.
- Venid Dorian, sentaos a mi lado.- pidió Elaya, tratando de relajar al muchacho.
- Oh, no, no, tú a mi lado, hermana.- se apresuró a decir Symon. Ocupó su lugar junto a la joven y dejó a Dorian al otro lado, junto a Arabela.- Bien, ahora que estamos todos podemos empezar.
En completo silencio, el resto de invitados ocupó su lugar. Darel no deseaba estar junto a Arabela, pero prefirió no comentarlo. Se limitó a tragar saliva y mirar para otro lado. Dorian, en cambio, fue incapaz de ocultar su nerviosismo. Tomó asiento entre los hermanos y centró la mirada en la mesa. Los cubiertos de gran calidad, los platos de porcelana y las jarras de barro adornados con zafiros y rubíes.
Las bandejas estaban llenas de todo tipo de magníficos alimentos con magnífico aroma. Carne asada y salpimentada, patatas asadas, pescado de agua salada y dulce, judías blancas y pintas, legumbres, tomates de todos los tamaños, peras de agua, manzanas rojas, naranjas...
A Dorian se le hizo la boca agua.
- Tiene un aspecto esplendido.- murmuró recordando los mejores banquetes a los que había acudido en la corte del Rey.
El resto asintieron, de acuerdo.
- Lo mejor para los mejores.- proclamó Symon.- ¿Un brindis por la reunión?
Empezó a llenar las copas de cristal de todos los presentes con vino dulce. Tomaron sus copas, las alzaron y juntaron en el centro de la mesa.
- Mis señores, nobles, artistas, caballeros, consejeros... es un honor poder compartir con todos ustedes esta noche. ¡Por nosotros!
- ¡Por nosotros!- dijeron todos.
Y tras brindar, bebieron hasta vaciar las copas.
Empezaron a comer.
Mantuvieron las buenas formas y la educación esperada durante toda la cena. Los nervios del principio desaparecieron, y tras escuchar las aventuras de los hermanos mayores y sus travesuras a lo largo y ancho de todos los reinos, Dorian se animó a explicar algunas de sus vivencias sobre el escenario. Sus vivencias no eran tan emocionantes como las de ellos o las de un príncipe, pero sí lo suficientemente distraídas como para que lograra captar la atención de casi todos. Y es que, mientras que él explicaba los detalles más sorprendentes, el Príncipe y Arabela intercambiaban entre susurros todo tipo de pullas.
Más tarde, mientras se deleitaban de un arroz con especias, la conversación se centró en los preparativos de la boda. Entonces fueron Darel y Elaya los que hablaron. Charlaron sobre la ceremonia, el banquete y las distintas posibilidades que había. El vestuario que de los invitados, el vestido de la novia, la recepción de los familiares...
- Muy interesante.- interrumpió Arabela tras aguantar más de media hora a su hermana hablar de mas de veinte tipos distintos de flores.- ¿Pero no habéis pensado en organizar algo realmente interesante? Quiero decir, algo como un foso de guerreros, o quizás una carrera de caballos. En Alejandría hay espacio suficiente.
- Desde luego.- respondió Darel, orgullo.- Habrá todo tipo de festejos, pero me temo que las mujeres no pueden participar en ese tipo de eventos.
- Ni tampoco sus altezas.- le recriminó ella sin perder la media sonrisa sombría con la que llevaba escuchando a sus compañeros desde hacía rato.- Es una auténtica lástima. Me hubiese gustado poder patearos el...
- Arabela.- le cortó con brusquedad su hermano, comprendiendo cuales serían sus siguientes palabras.- Por favor.
Darel y Arabela intercambiaron miradas de desprecio, pero no volvieron a sacar ningún tema que pudiera llegar a comprometerles. Symon volvió a tomar las riendas de la conversación como buen anfitrión, y antes de que se dieran cuenta, los dos hombres, con las aportaciones de Elaya, ya estaban enfrascados en una interesante conversación sobre los conflictos armados del sur. Symon insistía en la necesidad de no interceder por el momento mientras que Darel parecía incapaz de ocultar sus ganas de guerra, y no precisamente en los reinos del sur.
Mientras tanto, aburridos de las charlas sobre política, Arabela y Dorian aprovecharon para intercambiar alguna que otra palabra. Ella por puro aburrimiento y él por curiosidad. La imagen que había tenido de ella se alejaba mucho de la realidad, pero a pesar de ello, seguía sintiendo interés.
- ¿Os aburrís tanto como yo?- preguntó Arabela mientras jugueteaba con uno de los cuchillos en voz baja.- Nunca entendí porque les interesa tanto la política. Es francamente aburrida. Ejércitos por aquí, territorios por allá, usurpadores, héroes, caballeros...- bostezó sonoramente.- Creen poder liberar las tierras bajo el estandarte de la libertad y justicia, pero en el fondo no saben lo que hacen. Esta isla no les pertenece; pronto volverá su legítimo dueño. Entonces veremos como se arrodillan suplicando clemencia.- rió entre dientes.- Oh, sí, eso será francamente interesante.
- ¿Uhmm...? ¿De qué habláis, mi señora?
Clavó el cuchillo sobre el corazón de manzana que reposaba en su plato y, por fin, clavó los ojos en el joven incrédulo que tenía a su lado.
- ¿Qué edad tenéis?
Se le encendieron las mejillas.
- Casi veinte.
- Casi veinte.- canturreó ella, burlona.- ¿Casi veinte años y no sabéis de qué estoy hablando?- ladeó ligeramente el rostro.- No me lo creo. Decidme más bien que, en realidad, no queréis saber de qué hablo. Entonces sí que os creeré.
Recuperó el cuchillo bajo la atenta mirada del muchacho y siguió jugueteando con este, al margen de todo. Inquieto, Dorian no tuvo más remedio que romper de nuevo el silencio en busca de respuestas.
Normalmente se hubiese ofendido ante tal insulto, pues además de tratarle de niñato le había llamado mentiroso o estúpido, pero prefirió no enfadarla. El dominio que tenía sobre el cuchillo evidenciaba que en caso de enfrentamiento, no sería el vencedor.
- No entiendo de que habláis.
- Pues deberíais. ¿Qué sucede? ¿Es que acaso nunca habéis salido de la fortaleza? ¿No habéis visto mundo? Los rumores avanzan rápido, implacables como el viento. ¿La isla entera teme su vuelta y vos os limitáis a ignorarlo?- chasqueó la lengua.- Oh, disculpad, olvidaba que erais un artista. Vivís al margen de la realidad.
Tal fue el desprecio con el que pronunció aquellas palabras que a Dorian se le aceleró el pulso. Entrecerró los ojos, furibundo, y clavó la mirada en la mujer.
- ¿Acaso creéis que los artistas somos estúpidos?- le recriminó con el tono algo menos elevado de lo que sería necesario para una discusión.- Porque si es así...
La mano de la mujer se alzó para hacerle callar. Este, de inmediato, selló los labios ante la orden silenciosa.
- No creo nada, me limito a opinar sobre lo que veo.- dijo.- Os muestráis como un estúpido artista con aires de bohemio que no es más que un niño mimado al que sus papás han criado entre algodones. No sabéis de política, ni tampoco historias entretenidas que no traten sobre vuestras vivencias. ¡Ni tan siquiera conocéis el folklore básico de nuestra cultura! Os dejáis avasallar por mi hermano y ni tan siquiera sois capaz de responder decentemente a mis insultos...- dejó escapar un siseo.- ¿Qué imagen creéis que debería llevarme de vos?- dramatizó una larga pausa en la que el muchacho no supo qué decir.- Que vuestro padre me haya sacado de paseo esta tarde no es un motivo suficiente para que os respete, ¿sabéis?
- ¿Padre?
El corazón le dio un vuelco.
Al escuchar aquellas palabras Symon intervino preguntando sobre lo que habían hecho aquella tarde ella y Julius, pero para aquel entonces la mente de Dorian ya estaba muy lejos. Tan lejos que no escuchó absolutamente nada hasta que Symon volvió a llamar su atención apoyando la mano sobre su brazo.
- Quizás te has propasado, hermana. Por lo que tengo entendido, el señor Dorian es hijo de Rodrik Strauss, un antiguo miembro de la guardia que falleció en acto de servicio. Muy honorable.
- ¿Hijo de un guardia?- preguntó Elaya con interés.- ¡Vaya! Nuestro padre también era una especie de guardia...
Buscó el apoyo en la mirada de sus hermanos, pero ninguno de los dos dijo nada. Intercambiaron miradas cargadas de fría complicidad y se mordieron los labios para no intervenir. El recuerdo de sus padres era tan doloroso que podrían llegar a comparar el malestar que sentían al escuchar sus nombres con el estallido de un volcán.
Symon se incorporó con rapidez y se apresuró a plantar las manos sobre los hombros de su hermana mayor, temeroso de que reaccionara. Por suerte, consciente de la presencia de otros, logró mantener su carácter a ralla. Cerró puños y ojos, notando como la furia ascendía por su garganta y desconectó de la conversación.
El tiempo pasó rápido para unos, pero muy despacio para otros. Por suerte, pasó. Una vez acabada la cena, se despidieron y retiraron. Elaya besó las mejillas a sus hermanos con cariño y Darel estrechó las manos.
Dorian no se sentía bien. Algo durante la cena le había sentado mal, y sospechaba que debía haber sido la última copa. De todos modos, se despidió respetuosamente de los hermanos y el Príncipe y se retiró. Pero sus pasos no le llevarían demasiado lejos. Deambuló por el pasillo, sintiéndose más febril que nunca, y finalizó su avance al estrellarse contra el suelo con la mala suerte de que el rincón donde acabó no estaba iluminado. Para cuando le encontraron hacía ya cinco horas que había caído.
Pero eso sería más tarde, pues antes de que incluso él cayera, los dos hermanos volvieron a juntarse en la terraza. Ambos parecían satisfechos con el resultado de la cena, pero también reflexivos ante el comentario de su hermana menor. Muchas habían sido las cosas que le habían revelado a lo largo de aquellos meses, pero también muchas otras las que habían decidido esperar para explicar.
Apoyados en la barandilla, el uno junto al otro contemplaron el manto de estrellas.
- Ha llegado el momento.- murmuró Symon por lo bajo.- Debe saberlo. Prepara el viaje para Salemburg esta misma semana. Elige un par de caballos veloces y encárgate de que ese amigo tuyo, Julius, esté entretenido.
- Cupiz se encargará de ello.- aseguró la muchacha.- Me encargaré de que salgamos en tres jornadas.
Y tras decir aquellas palabras, giró sobre si misma con la intención de irse. Pasó frente a la mesa, cogió una de las copas en las que aún quedaba un poco de vino dulce con miel y le dio un largo trago.
Reconoció de inmediato el sabor oculto entre los aromas de la miel.
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Arabela escupió al sentir el veneno correr por su garganta. Alzó la copa con perplejidad, y giró en redondo. A su alrededor el mundo empezaba a perder sentido. Veía a su hermano avanzar hacia ella, pero a cada paso que daba su silueta iba perdiendo forma. Los colores se oscurecieron, la voz se distorsionó y la realidad entera pareció romperse.
Perdida en la inmensidad de aquel laberinto de sombras y misterios, Arabela creyó escuchar su nombre. Alguien la estaba llamaba, pero ella ya estaba muy lejos.
El líquido corrompía y destruía todo aquello que encontraba en su camino.
Arabela comprendió que se había envenenado, y sospechaba que no era la única. No sabía a quien pertenecía aquella copa, pero por la cantidad consumida imaginaba que, a aquellas alturas, ya estaría muerto. Darel, su hermana, el artista...
Tenía que ser el artista, desde luego. ¿Pero porque?
Lo último que sintió antes de desvanecerse fueron los brazos de su hermano al tomarla por la cintura. La muchacha se derrumbó en sus manos y dejó los ojos en blanco. De sus labios empezó a salir espuma...
Pero la oscuridad duró poco.
Cuando abrió los ojos estaba boca abajo, con el pelo cubriéndole las espaldas y el rostro cubierto de sudor y vómito. A su derecha, de rodillas y con las manos temblorosas, Symon no cesaba de echarle agua en la nuca. Y a su izquierda, con un pequeño frasco de cristal entre las manos y los ojos llenos de lágrimas, Gabriela los miraba horrorizada.
Arabela supuso que Symon la había sacado de la cama, pues aunque cubría sus ropas con una gruesa capa de piel, era evidente que debajo vestía únicamente un camisón.
Se incorporó aún padeciendo todo tipo de dolores y pinchazos musculares. Trató de avanzar un paso, pero al instante volvió a derrumbarse sobre el cuenco de agua que había usado su hermano.
El contacto con el agua fría logró reanimarla bastante, pero aún tardaría aún unas cuantas horas en recuperar su estado habitual si es que sobrevivía.
- ¿Estás bien?- escuchó que alguien decía en la lejanía.
- No.
Le hicieron beber de nuevo el contenido de una de las copas de cristal, pero el líquido le dio arcadas. Se dobló sobre si misma y devolvió copiosamente en el suelo.
Con el estómago ya vacío y el amargo sabor del vómito en la boca, Arabela se dejó caer en el suelo. Aún notaba el escozor y el ardor en el cuerpo, pero al menos la neblina que le velaba los ojos había empezado a desaparecer.
- ¿Qué demonios... está pasando?- balbuceó sin fuerzas. Cogió aire.- ¿Tratas de envenenar al artista y ni tan siquiera se lo cuentas a tu propia hermana?
No sabía exactamente donde se encontraba. De hecho, ni tan siquiera veía a su hermano, pero podía imaginar que Symon estaría cerca de ella. Es más, si su olfato no la engañaba, juraría que era su mano la que sujetaba la suya.
- ¿Artista?- preguntó Gabriela, sorprendida.
- ¡Silencio!- ordenó Symon visiblemente nervioso. En cualquier otra situación hubiese intentado mantener la compostura, pero en esta ocasión ni tan siquiera se lo planteó.- ¡Arabela!- lanzó una fugaz mirada a Gabriela.- Tenemos que irnos de aquí. No tardarán en venir las doncellas.
- ¡Pero Symon, como vas a moverla!- insistió Gabriela.- ¡Mírala! ¡Se muere!
Respondió asestándole un bofetón.
- ¿¡Es que no me has oído!?- chilló.- ¡Hay que sacarla de aquí!
Gabriela se llevó las manos al pómulo dañado y ahogó un lamento. Arabela, al margen de la realidad, empezó a canturrear.
Symon enloquecía por segundos.
- Estás loco, hermanito.- cantaba.- Loco, loco, loco, loco, loco...
La canción llegó a su fin cuando Arabela se perdió en el sueño de la inconciencia. Aterrado, Symon la tomó en brazos y la levantó en vilo. Acarició sus delgados hombros con anhelo. Parecía dormida, pero sospechaba que se estaba alejando. En su imaginación la vio alzando el vuelo con grandes alas blancas en las espaldas.
Hizo un ademán con la cabeza a Gabriela para que se encargara de limpiar el desastre antes de partir.
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Lo había visto todo.
Denisse pegó la espalda a la pared cuando Symon pasó junto a ella con la mujer muerta entre brazos. Aguantó la respiración hasta que los dos hermanos desaparecieron por el pasillo. Ya libre, empezó a buscar a Dorian con un pálpito en el corazón. El artista del que hablaban tenía que ser él, no otro, ¡y habían intentado envenenarle!
No comprendía nada, pero tampoco le importaba. Necesitaba encontrarle antes de que fuera tarde, pero fue imposible. Dorian no estaba ni en su habitación ni en los pasillos. Tampoco estaba en las dependencias de ninguna de sus amigas ni en las cocinas. Tampoco en el teatro ni asistiendo a uno de los conciertos. Parecía haber desaparecido, y tras una hora de intensa búsqueda, Denisse comprendió que, en solitario, no lograría encontrarle.
Se planteó varias opciones, pero ni se molestó en pensar en los pro y en los contra. Buscó en sus pensamientos a la persona que más cuidaba de Dorian, y antes incluso de darse cuenta, ya estaba corriendo por las escaleras hacia las estancias del Rey.
Por el pasillo se cruzó a varias escoltas armadas, pero logró pasar desapercibida al ocultar su pequeño cuerpo entre las sombras. Siguió su loco avance por los pasillos y escaleras hasta el piso del Rey, y allí eludió a un par de patrullas más. Ya en el pasillo al final del cual se encontraba su habitación, fue capturada por uno de los guardias.
Primero sintió como dos pesadas manos se apoyaban en sus hombros, después como la alzaban, y al final, como el filo de una espada se apoyaba en su cuello hasta abrirle una pequeña herida. Ante ella, acorazados con sus flamantes armaduras, dos guardias veteranos la contemplaban con el desprecio que tan solo una rata merecía.
- Mira que tenemos aquí.- dijo el que la sujetaba tras estrellarla contra la pared con violencia.- Una rata de cloaca. Una magnífica ratita de cloaca.- desenfundó su espada y se unió al otro para apuntarle al cuello.- ¿A dónde creías que ibas, bonita?
Denisse tardó unos segundos en recuperarse del golpe. Había sido su cabeza la que se había estrellado contra la pared, y aunque había seguido escuchando las voces de los temibles guardias, no fue hasta que uno de ellos extendió la mano para sujetarla por la cabeza que no fue consciente de la situación. Se zafó con rapidez, tratando de huir de la presa, pero otro guardia la derribó con una patada en la rodilla.
Los dos guardias se juntaron de nuevo frente a ella y apoyaron sus armas sobre el muslo derecho de la chica. Cuchichearon algo por lo bajo y hundieron la punta de la espada hasta hacerla sangrar de nuevo.
Retrocedió a rastras hasta que la espalda le chocó con la pared. Apoyó la mano contra el muslo herido y entrecerró los ojos, sudorosa. Frente a ella, los guardias, con una amplia sonrisa desdentada uno, y el otro con una mueca de desdén en la cara, intercambiaron risitas cargadas de maldad.
- ¡Como os atrevéis...!- chilló.
- Cállate, escoria.- dijo uno, y la pateó.
La bota tenía como objetivo sus costillas, pero ella se logró zafar en el último momento y logró que tan solo le alcanzara el hombro. Pronto se abalanzaron sobre ella. Uno la sujetó por los brazos y el otro volvió a apoyar el filo del arma en su cuello. Asustada, no se atrevió ni tan siquiera a patear o a quejarse. Esta vez el filo del arma estaba tan apretado que no tardó más que unos instantes en brotar la sangre.
- ¡Esto es un error!- gritó por fin.- ¡Tengo que hablar con el Rey!
- Zorra.- gruñó el de la espada, y le encajó un puñetazo en la mandíbula.- ¿¡Acaso crees que eres la primera!?
- ¿Primera?- preguntó en tono de súplica.- ¿Pero de que demonios hablas?
- ¡Cállate!- tronó, y volvió a golpearla.- ¡El peso de la justicia del Rey caerá sobre ti! Escoria. Todos sois iguales. Alejandría es un nido de resentidos.
Escupió al suelo y volvió a golpearla. Después, sin mostrar piedad alguna, le hundió la espada en el hombro derecho hasta atravesárselo. Denisse chilló, histérica, pero no logró hacer más que ganarse un bofetón. El guardia que la sujetaba la empujó y el otro la estampó en el suelo con un tremendo puñetazo en la clavícula. La chica empezó a llorar con el rostro bañado de sangre. No estaba segura, pero estaba casi segura de que tenía algún hueso roto.
Pero nuevamente no mostraron clemencia alguna; la patearon entre carcajadas hasta convertida en poco más que un montón de sangre y carne maltrecha. La levantaron por el pelo. La aplastaron contra la pared, y cuando logró abrir los ojos, fue el rostro desdentado el que volvió a ver ante sus ojos. No entendía lo que decía, pero estaba relacionado con el asesinato y la muerte, con el Rey, con la desgracia y el peso de la justicia, la soga, las prisiones... y con el Príncipe.
El Príncipe Varg surgió de uno de los pasillos, alertado por los gritos, y se apresuró a reunirse con sus hombres. Estos se apresuraron en mostrarle a la prisionera y asegurarle de que era una presunta asesina, pero el Príncipe no pareció demasiado convencido. Es más, solo le bastó echarle un vistazo rápido para reconocerla.
Cruzó los brazos sobre el pecho y lanzó un bufido cargado de desprecio cuando la niña lloró de puro alivio al verle. Los guardias la dejaron caer al suelo cuando alzó la mano.
- Es una de las actrices de Strauss.- dijo con desprecio.
- ¡Sí...!- exclamó casi sin aliento.- ¡Soy Den...! ¡Deni...!
Alzó el puño de nuevo y la mujer se calló.
- Sé quien sois por desgracia, pero desconozco cual es el motivo de vuestra intromisión. ¿Es que acaso no sabéis que este piso está reservado para el Rey y sus hijos? ¡Tan solo los miembros de la guardia y los autorizados tienen permiso para pisar estas estancias!- sacudió la cabeza.- Decidme quien sois y con que autoridad irrumpís en un lugar tan privado como este. ¡¡Hablad!! Y quizás os perdone el castigo.
La muchacha se frotó la mezcla de sangre y lágrimas que corrían por sus mejillas heridas. Se incorporó con lentitud, con el cuerpo gimiendo de dolor, e hizo una ligera reverencia con la cabeza profundamente agradecida.
- Mi señor, ha pasado algo grave. ¡Muy grave! ¡Buscaba al Rey para advertirle de que han envenenado a Dorian!
- ¿Dorian?- exclamó. Trató de ocultar la sonrisa, pero le resultó prácticamente imposible. Denisse, en cambio, tenía los ojos tan entrecerrados que no se dio cuenta del detalle.- ¿Habláis de Dorian Strauss?
La muchacha asintió con vehemencia para diversión de Varg. El Príncipe intercambió miradas de complicidad con los guardias y cruzó los brazos sobre el pecho. Hubiese sido bastante más sencillo dejar el tema en manos de los guardias e irse a acostar, pues estaba cansado, pero disfrutaba tanto con la noticia que se tomó la libertad de quedarse unos cuantos minutos más. Más tarde, en la habitación, lo celebraría degustando uno de los mejores vinos del reino.
- Así pues... decís que han envenenado a Dorian.- dijo jubiloso.- ¿Y está muerto?
- ¡No lo sé mi señor!- insistió.- ¡No lo encuentro! ¡Subía con la intención de suplicar ayuda al Rey! ¡De todos es sabido el cariño que siente por él!
Varg torció el gesto, irritado ante tal comentario. Era cierto que todos conocían el cariño tan especial que sentía su padre por aquel mendigo, pero él seguía sin comprender el porque. Bajo su punto de vista no era más que un metomentodo que merecía la muerte. Un insolente. Un pretencioso...
Fantaseó con su muerte durante unos segundos. Se deleitó con la idea de ser él quien encontrara su cadáver, y rápido encontró una nueva motivación para permanecer unas cuantas horas más despierto. Además, la posibilidad de que se salvara le irritaba. Tendría que encontrarlo él el primero para poder asegurarse que no sobreviviera.
Se llevó la mano al mentón, pensativo, y pensó en las distintas posibilidades. Mientras tanto, en completo silencio, tanto los guardias como la chica aguardaban a la decisión final.
- Mi alteza... por favor...
- Oh, sí.- dijo con tranquilidad.- Gracias, maja. Me encargaré personalmente de encontrarle. Habéis sido de gran ayuda.
La muchacha rompió a llorar de puro agradecimiento. Si se lo hubiesen permitido, habría besado el anillo de su dedo como tantas veces había visto hacer a los nobles de la corte con el Rey Solomon.
- Gracias majestad... gracias...
- De nada, de nada, es un autentico placer servir a mis ciudadanos. Vakness, Theor, encargaros de que la muchacha salga a salvo de esta zona...- giró sobre si mismo y se alejó, planteándose por donde empezar.- Ah, y llevadla a las mazmorras.
Y dicho lo cual, ni tan siquiera se molestó en mirar atrás cuando los dos guardias se llevaron a rastras a la chica. Denisse gritó con toda su alma, pero su voz se perdió entre las estruendosas carcajadas de los guardias.
Varg paseó tranquilamente por el pasillo en dirección a la habitación de su padre; deseaba ver su cara al saber que Dorian estaba muerto.
Se planteó la opción de decírselo una vez hubiese conseguido el cuerpo de Dorian, pero prefería ver el sufrimiento en sus distintas etapas. Primero el desconocer cual sería el desenlace, los nervios de la espera y, por último, la desesperación de ver su cuerpo destrozado por el veneno.
Sería magnífico, desde luego. Magnífico...
Llamó con los nudillos a la puerta y entró cuando la voz de su padre le invito a hacerlo. Lo encontró leyendo un grueso volumen en una de las mesas situadas junto a la cama. Había cambiado sus ropajes de terciopelo por un sencillo jubón y unos pantalones, pero no se había despojado de su capa ni de su espada. Esta siempre le había acompañado a todos sus viajes y en casi todos los momentos de su vida por lo que, dado que actualmente todo el castillo se encontraba en una situación comprometida, prefería no deshacerse de ella. Al fin y al cabo, sus guardias eran magníficos, los mejores de todo el reino, pero llegaría el día que fallarían. Llegado ese día, no dudaría en volver a blandir el arma.
Solomon se sorprendió al ver a su hijo entrar. Dejó el libro sobre la mesa, y le invitó a que tomara asiento en una de las sillas.
La habitación era grande y espaciosa, llena de todo tipo de mobiliario lujoso y elegido con muy buen gusto. En el centro había un gran escritorio de roble donde repasaba los mapas y los edictos antes de acostarse, en un rincón una enorme cama de matrimonio con dosel y, al lado de la puerta, un enorme armario lleno de todo tipo de armas y armaduras que había ido usando a lo largo de todos los años como gobernante.
- Padre.- saludó con un ligero ademán de cabeza.- Lamento molestaros a estas horas tan tardías.
- No importa; veo que el gusto por la noche es hereditario.
Varg asintió con la cabeza, sonriente. No era tan descarado como otros de la corte, pero si era cierto que solía deambular por las noches por el castillo. A veces para compartir confidencias y risas con compañeros y buenos amigos; otras para disfrutar de la compañía de las bellas damas de la corte.
- Seré breve, padre, pues el tema que me trae me entristece profundamente.
El rostro severo del Rey se frunció en una mueca de preocupación. Conocía el significado de aquellas palabras, y no era algo que precisamente deseara escuchar en aquellos momentos. Al menos no con sus invitados del norte en la fortaleza.
- Noticias del Sur, ¿verdad?- lanzó un bufido.- Me lo suponía. Imaginaba que la guerra llegaría pronto, pero no tan rápido.- se llevó la mano al mentón y se frotó la barba, pensativo.- Cielos, tendremos que pedir a Darel que vuelva al Norte. No quiero que mi hermano se mezcle en esto. Asegúrate de que parte de nuestro ejército viaja con ellos y protegen Alejandría con su vida ante cualquier posible amenaza.
- No, padre, no.- dijo cuando el Rey hizo una breve pausa. Jamás se había atrevido a interrumpirle, y desde luego no lo haría por primera vez aquella noche.- Por el momento no hay noticias del Sur, y doy gracias por ello. Si aún no han acudido en nuestra ayuda es porque la situación es sostenible. No es eso lo que me trae aquí.
Varg era consciente de que su padre conocía su mala relación con Dorian por lo que tratar de mostrar lastima era absurdo. Trató de mantener la compostura, y aunque se deleitó de la expresión de desesperación de su Rey al escuchar la mala noticia, logró mantener la sonrisa oculta hasta salir de la habitación.
Solomon tuvo la tentación de organizar él mismo la partida de búsqueda del actor, pero la expresión de desafío en el rostro de su hijo le hizo comprender que mostrar tanto interés podría traerle más problemas. Apreciaba a Varg y confiaba en él como futuro heredero de su Reino, pero no lo suficiente como para darle motivos para que le sentenciara. No sería la primera vez que en tiempos de guerra un Rey caía en manos de sus propios hijos accidentalmente, y no quería correr la misma suerte.
Así pues, haciendo gala de una paciencia infinita, Solomon dejó que él mismo se encargara de la búsqueda. Si era cierto que le habían envenenado, ya estaría muerto a aquellas alturas, pero mentiría si dijera que no confiaba en un posible milagro.
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