Capítulo 1
Capítulo 1
La cerveza de Ámbar era de las mejores que Symon había probado. El sabor especiado no era el que se esperaba de una bebida como aquella, pues normalmente se solía acompañar con canela o menta, pero el jugo de la manzana mezclado con la cebada resultaba francamente refrescante. Además, el sabor afrutado resultaba agradable al paladar.
A lo largo de los años, Symon había tenido la oportunidad de probar muchas clases de cerveza; espumosa, clara, negra, avinagrada, con cierto aroma a vainilla... pero jamás había probado aquella variedad.
A cada trago se preguntaba si realmente era manzana lo que saboreaba. Parecía imposible que esa fruta pudiera darle tan buen sabor a prácticamente todo.
Sospechaba también que otra de las razones por la cual le sabía especialmente bien era por la compañía. Decenas de mujeres habían pasado por sus brazos a lo largo de sus veinte años, pero ninguna de ellas era tan atractiva, tan inteligente ni tan maliciosa como su hermana pequeña.
El tiempo separados les había sentado bien a ambos. Entre ellos había muchísimo parecido físico. Tanto que había quien les había llegado a confundir con gemelos cuando eran niños. Con el paso del tiempo, la larga cabellera azabache de ella y el escultural físico de él habían marcado una enorme diferencia, pero a pesar de ello seguían teniendo las facciones de la cara tan parecidas como dos gotas de agua. Labios finos, él rosados y ella rojizos, ojos gris acerado, cabello negro azabache, piel pálida como la nieve y facciones finas, rectas y tan delicadas como las de las muñecas de porcelana. Físicamente se habían desarrollado de modo muy distinto. La vida llena de viajes y de combates había esculpido el cuerpo de Symon hasta convertirle en un joven vigoroso de cuerpo musculoso. Su hermana, en cambio, a pesar de haber vivido circunstancias parecidas, era una mujer muy delgada y de aspecto desnutrido.
Entre risas y bromas llenas de complicidad, compartieron vino, cerveza y un lechón que, tras una nueva ofensa al honor del tabernero, la joven Muerte había logrado conseguir para su hermano. También comieron patatas asadas, sopa de pescado y pan tan tierno y blanco como la leche que llenaba los vasos de los niños de las otras mesas.
Charlaron sobre aquellos años separados. La vida no había sido especialmente fácil para ninguno de los dos, pero ambos habían logrado salir adelante gracias a sus talentos naturales. Ella la provocación; él la valentía y el orgullo.
En el fondo, cazador y estafadora habían compartido un destino muy parecido en el que el engaño, la guerra y la sangre ocupaban la mayor parte de su tiempo.
- Así pues, tres años en el Reino de Ámbar te han bastado para convertirte en una auténtica forajida.- comentó Symon mientras hacía girar el contenido de la copa entre sus manos sin verter ni una gota.
- Coleccionista de honor.- puntualizó ella con los labios contraídos en una mueca burlona.- Dicen que arrebato honor a los caballeros, la sonrisa a sus damas y la diversión a sus niños. Y todo a punta de espada...- se llevó la copa de madera a los labios y le dio un largo sorbo.- Parecen olvidar que a veces también empleo el puñal.
- Puñal o espada, poco importa, el resultado es el mismo.- sacudió la cabeza.- Eso es pillaje, hermanita, y no era ese el destino que había planeado para ti.
- Pero es el que me aguardaba.- añadió con simplicidad. Al ver a su hermano fruncir el ceño, la muchacha se apresuró a añadir las últimas palabras.- Aunque no el que deseaba. Te aseguro que yo hubiese deseado ser una princesa de cuento, pero todos los Príncipes estaban comprometidos. Además, matar princesas para ocupar su lugar no es algo que esté demasiado bien visto.
Dicho eso, le guiñó el ojo.
Hermano y hermana intercambiaron miradas, él ceñuda y ella traviesa, pero cuando rieron, lo hicieron a al vez. Symon hundió el tenedor en la grasa del lechón y se lo llevó a la boca con voracidad. Ella, en cambio, se limitó a darle un trago a su copa de cerveza. Apenas había probado la carne.
- No comprendo porque estás tan delgada consiguiendo estos manjares.- Symon alzó el cuchillo y señaló la comida.- ¿Por qué no comes?
- La falta de costumbre de comer acompañada, imagino.- reflexionó ella.- Así es mucho más ameno... aunque me cuesta acostumbrarme. Te miro y a veces creo estar delante de un espejo.
- Un espejo que no dudará en darte una buena si no empiezas a comer. Empieza, y que yo te vea.
- ¡Oh!- Arabela no pudo evitar reír. Tomó los cubiertos de la mesa y los hizo girar entre sus dedos con maestría. – Un hermano protector; quien lo diría. Me siento afortunada.
- En eso coincidimos.
Los cubiertos de Arabela danzaron sobre la comida. Cogía comida de los platos, un poco de aquí, un poco de allí, pero no parecía hacer más que probarla y dejarla en el plato para disgusto de su hermano.
- Siempre me pregunté cuando llegaría el día en el que volverías a buscarme.- reflexionó mientras seguía curioseando los platos.- Ha habido veces, no te voy a mentir, en la que aguardaba con ansia el poder compartir un banquete contigo, visitar algún paraje o reírme a carcajadas viendo peleas de taberna... pero nunca llegabas.- se encogió de hombros.- Te he esperado mucho tiempo. ¿Por qué tardaste tanto? No recuerdo cuanto hace que nos separamos exactamente, pero fue hace mucho.
- Demasiado...- le dio un sorbo a la copa.- No quisiera mentirte hermana, pero las cosas no han salido como deberían. Mentiría si dijera que no he sido afortunado, pero solo en relación al dinero y a las mujeres. La búsqueda ha sido mucho más dura de lo que cabría esperar. Podría explicarte la historia si lo deseas, pero lo único que lograría es que te enamorases de mí, y eso no sería bueno.
Ladeó ligeramente el rostro y dibujó una mueca seductora que únicamente logró arrancarle una carcajada. Arabela dio otro sorbo a su copa y resbaló la lengua sobre la piel de una porción de lechón que con gustoso cariño había rebanado su hermano para ella. Después, sin llegar a mascarlo, lo dejó en el platoo, justo al lado del resto de la comida que únicamente se había dignado a lamer.
- Eso es repugnante.- se quejó Symon con desagrado.- Cualquiera diría que no tienes dentadura. ¿Por qué demonios no comes?
- Cuando reciba una respuesta a mi pregunta, contestaré.- replicó con una amplia sonrisa de dientes blancos.- Ahora, empieza.
- No por el momento. Primero debemos reunirnos con nuestra hermana menor. Una vez estemos los tres juntos podré revelaros la triste historia de nuestra separación.
- ¿Hermana?- Arabela arqueó las cejas.- ¿Te refieres al saco de huesos y llantos que llevabas en brazos la noche en la que madre y padre nos sacaron de aquella casucha antes de que los caballeros del Rey Solomon le prendieran fuego?- dijo con frialdad sin cambiar un ápice la posición de su cuerpo.
Symon, perplejo, escuchó la breve narración de algo que ella no debería haber recordado y que, por desgracia, él jamás podría olvidar. Dejó los cubiertos sobre el plato lleno de huesos y de restos de comida y contempló con detenimiento la mueca de labios apretados que ahora decoraba el rostro ceniciento de su hermana.
- No deberías...
- No me digas lo que debería o no recordar, pues no soy yo quien lo decide.- le interrumpió con brusquedad.- Pero dime, ¿te refieres a ella o no?
Sacudió la cabeza con lentitud.
- La misma.
- Ya veo...
Durante largos segundos Symon se sintió muy incomodo. Su hermana contemplaba con desdén la comida, la removía con la punta del cuchillo y balbuceaba maldiciones mientras que él no hacía más que preguntarse en qué estaría pensando. No es que le entristeciera haberla encontrado, pero cierto era que sí le preocupaba la extraña actitud de la muchacha. Sus respuestas, su conducta, el modo en el cual sonreía curvando únicamente la comisura derecha del labio cuando algo la divertía...
Le traía muchos recuerdos, y no estaba seguro de si eso era bueno. Estaba totalmente desconcertado.
Tras unos segundos, la muchacha se llevó una cucharada de sopa a la boca y la engulló ruidosamente. Se relamió los labios con la punta de la lengua.
- Pues claro, mi hermana menor.- dijo de repente recuperando el buen humor.- Me parece una magnífica idea. Los hermanos nunca deberían separarse. Hay una familia... creo que se llaman los Cosser. Viven en la ciudad y son cinco hermanitos. Siempre están juntos, y ellos tampoco tienen padres. Uno de ellos, el mayor, los cuida.- dejó la cuchara e hincó los codos sobre la mesa de roble.- Y es para eso que tú has vuelto, ¿verdad? Para cuidar de nosotras, claro.
Symon asintió lentamente. Su hermana se incorporó con gracilidad y se sentó sobre sus rodillas. Hundió el rostro en su pecho como un niño. Symon la rodeó con los brazos.
- Por supuesto.- finalizó Symon presionando a la jovencita contra su pecho con suavidad.- Precisamente por eso he vuelto...
Symon durmió aquella noche con sospechas. Su conducta, sus miradas, el modo en el que no se alimentaba... todos aquellos detalles eran los que diferenciaban a su madre del resto. Arabela se le parecía demasiado y eso no era bueno. Adoraba a su madre, pero sus rarezas eran las que habían provocado aquella situación.
¿Tendría un mismo final Arabela?
Prefería ni tan siquiera planteárselo.
- Arabela.- la llamó al abrir los ojos.
Aquella noche habían dormido bajo techo por primera vez en mucho tiempo. El posadero les había tomado por pareja por lo que habían tenido que compartir una cama de paja de grandes dimensiones. Por suerte, a ninguno de los dos les importó. Symon había dormido con su hermana abrazada a su cuello, pero despertó solo.
Volvió a llamarla. La falta de respuesta le hizo levantarse de un brinco. Recorrió la habitación vestido únicamente con los calzones y una camisa de algodón blanca algo ennegrecida y corrió hasta la puerta. Más allá, apoyada en el marco de la ventana, su hermana contemplaba la luz de la mañana a través de los sucios cristales. Lucía grandes ojeras bajo los ojos acerados.
- Buenos días, hermanito.- dijo con voz alegre. La luz del sol bañaba su rostro delgado, pálido y consumido por las ojeras.- He estado pensando que deberíamos aguardar a que caiga la tormenta para salir.
- ¿Tormenta?
Se acomodó a su lado junto al marco de la ventana y fijó la mirada en el cielo azulado. El sol brillaba en un océano de paz sin nubes en el que tan solo suaves ráfagas de viento enturbiaban un clima perfecto.
Rodeó los hombros de su hermana con los brazos de modo protector. Lejos de sentir paz ante tan glorioso espectáculo climatológico, Symon temía ser reconocido. Tan solo la noche era un lugar seguro donde ocultar sus más turbios secretos.
- Hace un día francamente bueno, preciosa.- murmuró en su oído.- Pero si lo que quieres es permanecer un tiempo aquí, no me importa. Al contrario. Después de todo no estoy muy seguro de por donde deberíamos empezar la búsqueda.
Pero no era la luz del sol lo que realmente preocupaba a su hermana. La muchacha deslizó la mano con suavidad hasta depositarla en el brazo derecho de su hermano y apretó las yemas sobre este.
- Habrá tormenta.- aseguró.- Pero si no me crees, partiremos cuanto antes. La tormenta no tardará en llegar; con suerte habremos llegado a la siguiente posada a tiempo.
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