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3. Jake


Me siento mareado cuando vuelvo a subirme al avión. El vuelo hasta Hawaii ha sido agotador, y aún queda mucho. He aprovechado la escala en Honolulu para comer algo en un restaurante del aeropuerto, además de poder sentir otra vez la tierra bajo mis pies y estirar las piernas. No he visto nada del lugar, por miedo a alejarme y perder el vuelo, así que he estado haciendo tiempo dando vueltas de un lado a otro sin dejar de mirar una y otra vez la hora en el móvil. Le he mandado un mensaje a Sarah, mi chica, diciéndole que cuando llegue al hotel de la isla la llamaré. Cuando vuelvo a mirar por la ventana casi me da vértigo y algo de pánico; solo se ve azul, agua y más agua por todas partes. Siento una especie de claustrofobia, de estar encerrado en una cosa volando por encima de la inmensidad oceánica. Intento no pensar en qué pasaría si hubiera una avería y el avión dejara de funcionar, miro fijamente el asiento que tengo delante y respiro hondo. Aún quedan muchas horas, más vale que me relaje. Espero que al final merezca la pena hacer todo este viaje... sí, claro que valdrá la pena. Voy a conocer a un gran y reputado arquitecto, hablaremos e intercambiaremos impresiones, y podré volver por fin a Nueva York, llevando grandes cosas conmigo. Solo es un viaje de negocios que pasará pronto, y cuando me quiera dar cuenta estaré de nuevo en mi cómoda rutina, en la familiar y ajetreada ciudad neoyorquina.

Sorprendentemente, me quedo dormido. Sin darme cuenta, mis nervios son aplacados por el sueño, y despierto cuando ya casi llegamos a Rarotonga. «Allá vamos», me digo, cuando anuncian que quedan veinte minutos para aterrizar, a pesar de que sigo viendo solo mar a nuestro alrededor.

***

Estoy en Rarotonga, capital de las Islas Cook. No se parece en nada al aeropuerto de Nueva York, nada se parece. Hasta el aire es distinto, con otra densidad, otros aromas, y un sol que me obliga a ponerme las gafas oscuras. Ahora tengo otro problema acuciante; encontrar a alguien que haya venido a por mí, si es que lo han hecho, o buscar el modo de moverme yo por aquí. Suelto un suspiro de alivio al ver a alguien con un cartel con el nombre de mi empresa, y le hago un gesto para que se acerque.

—¿Señor Davies? —me pregunta.

—Sí, soy yo, gracias por venir a recogerme. ¿Iremos directamente a ver al señor Alanda...?

—Oh, sí, lo llevaré a su avioneta.

Me quedo descolocado un momento, mirando al hombre que tengo delante, con esa sonrisa inmensa, y pienso si me está tomando el pelo.

—¿Avioneta?

—Claro, señor —agranda la sonrisa servicial—. El señor Alanda está en otra isla, no en Rarotonga.

—Ah, diablos —se me escapa por lo bajo.

Mira que revisé cien mil veces todo, y se me había escapado este detalle... o quizá solo es que lo olvidé, por todos los nervios que llevaba.

—De acuerdo —digo, intentando componer una sonrisa—. Estoy deseando llegar al hotel y descansar.

Cuando me enfrento a la avioneta que me llevará a mi destino final, todo lo poco que no se me había descompuesto ya, se me descompone. Dios mío, ¿quieren que me suba en eso? Si casi me da un ataque de nervios por volar sobre el océano en un avión de línea, hacerlo en esta avioneta se me antoja la mayor locura del mundo. Y yo jamás fui dado a hacer locuras. Me presentan al piloto, un hombre autóctono, ya entrado en años y de aspecto jovial. No parece importarle lo más mínimo llevarme en ese trasto.

Trato de mantener la calma y la compostura. Soy un hombre de negocios, he venido en un viaje de negocios, voy a llegar a mi destino, descansaré en un buen hotel y veré a un gran arquitecto. Pero para llegar a eso tengo que montar en una avioneta.

Me abrocho todos los cinturones que veo, sentado en mi puesto lo más rígido que puedo.

—¿Cuánto durará el vuelo? —pregunto al piloto, que se ha presentado como Silver.

—Depende.

—¿De qué depende?

—De muchas cosas. Puede tardar más, o menos. ¿Listo para despegar?

Virgen santa. No me da tiempo ni a rezar, cuando el trasto empieza a hacer ruidos, a convulsionar y a echar a correr por la pista. Despegamos. Tengo los ojos cerrados como si me fuera la vida en ello, y los nudillos blancos de apretar las manos en el asiento.


Yeeiii here we goo. 

En realidad tengo ganas de publicarlo todo, porque los capítulos son tan cortos yo voy escribiendo mucho más adelante, y ogh. Quizá termine publicando un par de veces por semana, quién sabe... O sea, sí. 

¡Espero vuestros comentarios, opiniones, impresiones, cualquier cosa!
No os olvidéis de compartir la historia para hacerme famosa y entonces os recompensaré. Digo-

Siento que no he revisado todo lo que debería, es más, según voy escribiendo pienso que tendría que reescribir el libro entero. Help. La necesidad de publicar, la necesidad de reescribir y perfeccionar... Mi cabeza hecha un caos... 

Mamma mia (literalmente estoy escuchando mamma mia).

¡Me voy a escribir! (O a mirar vídeos de perritos).

Mucho love, nos vemos el día menos pensado <3

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