21. Nereida
—¿Por qué eres tan preciosa? —me pregunta.
Los rayos oblicuos del sol barren la playa, despertándonos al comienzo de la mañana. Pacíficamente perezosos. Cuando abro los ojos él está a mi lado, dirigiéndome esa mirada.
—Porque me miras con esos ojos —murmuro, aún adormilada. Sonrío y guiño los ojos, pegándome a él. Queriendo estar así más tiempo. Apoyada en él, con esa sensación cálida y acaramelada.
Pienso en todo lo que pasó anoche. Fue increíble. Me siento renacida, plena, rebosante. Revivo cada instante. Sus manos en mi piel, sintiéndonos, él haciéndome suya. Y luego el mar. La conexión, nosotros, bailando con las olas, fundiéndonos con el océano.
Como si me leyera la mente, comenta en un susurro, muy cerca de mi oído:
—Fue una pasada.
Sus labios rozan el lóbulo de mi oreja, juega con su lengua y muerde suavemente. Baja a mi cuello, enterrando la cara en mi pelo. Por todos los dioses y el cielo, me vuelve loca. Sus labios en mi cuello hacen que quiera volver este instante eterno; cierro los ojos, entierro mis dedos en la arena de la playa, aferrándola. Me giro y le devuelvo un beso, en la parte baja del cuello, para luego quedar medio incorporada. Su mirada se dirige a mis pechos, desnudos y firmes; mientras me mira, me envuelvo en la tela del pareo a modo de vestido.
—Me voy a desayunar —anuncio con una sonrisa en mis labios.
Voy a la cabaña, donde saco las frutas recolectadas del día anterior, y entonces llega a unirse a mí. Con los pantalones a media pierna y sin camiseta, ese pelo castaño oscuro desordenado a los lados y una barba de varios días perfilando su cara. Provoca que me muerda el labio por dentro, antes de morder la papaya madura que tengo entre manos. Me mira mientras muerdo y el jugo rebosa, manchándome la boca, la barbilla y las manos, y sonríe negando con la cabeza. Tan divino.
Desayunamos frutas, frutas de las que esta isla es el paraíso, de las que rebosan, maduras y sabrosas, jugosas. Cuando terminamos, aparece Katrina. Fabulosa, negra, silenciosa, fantasma de la noche y reina de la selva. La llamo con chasquidos de lengua y se acerca a mí; Jake queda paralizado, como siempre que la ve.
—Vamos, relájate —le digo—. Ya se ha acostumbrado a ti.
—Pero yo a ella no.
—Si ella te acepta, ya lo tienes todo ganado.
—Joder con la panterita.
—En realidad es un jaguar.
Acaricio la poderosa cabeza de Katrina. Cabeza ancha y fuerte de jaguar. Y entonces tomo la mano de Jake, llevándola al pelaje de la pantera antes de que pueda retirarla. Un escalofrío le recorre cuando entra en contacto con el pelo negro, sedoso y brillante, sintiendo el calor, el poder y los músculos del animal. Sonrío mirando a Jake, mientras mantengo su mano en Katrina y la acaricio. Luego el momento se desvanece, Katrina se va, trepando como una sombra a su árbol predilecto, dejando a Jake sin aliento.
Me mira alucinado.
—No vas a dejar de llevarme al límite.
—No —sonrío. Y eso me encanta.
Pasamos el rato tranquilos. Los sonidos de la selva nos envuelven, mil cantos de aves y el aire cargado, con una brisa fresca viniendo del mar. Katrina se lame, limpiándose el pelaje de olores, ritual que cumple diariamente varias horas, apostada en las ramas del árbol con total dejadez.
—Ojalá pudiera afeitarme —dice Jake, pasándose la mano por la barba que le empieza a crecer.
—Tampoco te queda mal la barba... —comento.
—Prefiero afeitado.
Me levanto y vuelvo hasta él, trayéndole mi cuchillo de caza con la hoja descubierta. Se lo tiendo, y me mira con esa cara ya tan familiar: la de «¿estás loca?». Alzo una ceja.
—No tengo el último modelo de máquina de afeitar... Pero peores cosas se han visto. Está bien afilada.
Cuando toma el machete de mis manos, sonrío expectante. Esto va a ser divertido.
Maldiciones a la falta de un espejo, con el cuchillo y mi ayuda, además de un corte en la mejilla, termino teniendo ante mí un Jake afeitado como el primer día que vino. Como el primer día no; mucho mejor. La dejadez del pelo y la ropa, sumado a estos días de sol, han hecho que se vea insuperable.
—¿Qué? —me pregunta, apelando al resultado.
—Divino.
—Me gusta este espejo —dice mirándome y devolviéndome la sonrisa.
Pasamos un día sereno. Hablando, disfrutando, riendo, andando de acá para allá. Nos bañamos en el mar, a donde lo arrastro cuatro veces por la mañana y por la tarde; comemos fruta y pescado; jugamos y corremos, o dormitamos a la sombra de las palmeras, pacíficamente dejados. Sintiendo esta conexión, una química creciente, en cada sonrisa y cada caricia. Este «nosotros».
A la caída de la tarde, dando una vuelta de exploración, encuentro cangrejos de los cocoteros. Salen de sus madrigueras terrestres y escalan las palmeras, agarrándose al tronco, haciendo honor a su nombre en busca de cocos; he visto bastantes en mi vida, pero cuando Jake los ve da un respingo.
—¿Qué coño es eso?
—Cangrejos de los cocoteros.
—¡Son gigantes!
—Es el cangrejo terrestre más grande por peso —explico, acercándome a observarlos—. Bastante comunes en islas del Pacífico e Índico. Me encanta observarlos cuando trepan a los árboles a por frutos; lo mejor es cuando cogen cocos. Les abren agujeros con las pinzas para comérselos.
—Wow —dice, mirándolos impresionado—. ¿Entonces no me van a comer si me acerco?
—Bueno... —me río—. Aunque comen principalmente frutas, los he visto de devorar sin piedad tortugas bebés, cadáveres de aves y otras cosas. Tenemos la cena resuelta.
Mientras él me mira interrogante, me acerco a los cangrejos y saco mi cuchillo de supervivencia de la vaina, que llevo colgando en la cintura. Lo más rápido que puedo, le atizo en la cabeza por detrás. El exoesqueleto de estos bichos es duro que te pasas, pero termino por meterle la punta del cuchillo en la cabeza; rápido, brutal. Yace a mis pies. Antes de que escape, me encargo del segundo. Procuro posicionarme por la espalda, evitando un enfrentamiento con las pinzas; igualmente, lanzo el cuchillo a la cabeza. Con dos tendremos de sobra; cada uno pesa casi cuatro kilos así entero. Los agarro de las patas, cargándolos, y me vuelvo para encontrarme con un Jake que me mira alucinado.
—¿Qué? —digo casual, con los dos bichos encima y el cuchillo colgando.
—Wow —se le escapa, dejando la boca entre abierta. Una sonrisa quiere asomar a la comisura de mis labios.
—¿Puedes llevarlo?
—La duda ofende, mujer —finge escandalizarse.
—Como digas, hombre —sonrío tirándole encima el peso muerto del cangrejo.
Los llevamos a la espalda hasta la cabaña, que queda a un paseo.
—Son deliciosos —digo—. Suelen salir de noche, y con humedad. Ciertos días de la luna nueva o después es cuando se suelen ver más en las islas y los cazan. Puede que vaya a llover —añado.
Jake mira al cielo.
—No ahora mismo, bobo. En estos días.
—Eres increíble —suelta al rato. Caminamos por el borde de la vegetación.
—¿Por?
—Tendrías que haberte visto —sonríe—. Saltando como una fiera y atacando con el cuchillo, certera y brutal, como si nada. Y mirándome tan así, con los bichos muertos encima.
—Uhh, suenas como si te estuvieras enamorando de una mujer salvaje —me burlo, pero una sonrisa aparece en mi rostro.
—Quizá —La mirada franca que me dirige me desarma.
Wow... uhm... ha pasado mucho tiempo... *se esconde tras un árbol para que no la maten*
Hace un año estaba sumergida completamente en esta historia; seguía en ese estado mágico de inmersión, con Nereida, con Jake, con su historia de amor, perdida en una isla del pacífico, con una pantera negra y corriendo por la playa.
Luego decidí tomarme una pausa... y se hizo un tanto larga.
Aunque ya no esté enamorada de esta historia, creo que debería publicar los capítulos que tenía escritos. Da igual que nadie vaya a leer, es algo entre Adhara de 2022 y yo.
Gracias por leerme, gracias por acompañarme en cada viaje de destino desconocido con más vueltas y giros que una montaña rusa.
Sigo viva, seguiré escribiendo cosas.
Love y'all <3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro