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2. Nereida


El sol pega fuerte sobre mi piel, ya acostumbrada a ello. Voy caminando por la orilla del mar, en busca de cosas que pueda traer la marea; ya llevo algunas en mi bolsa de red. Nada interesante. Regreso rápidamente, internándome en la selva y vegetación salvaje, típica de las islas del Pacífico sur. Y llego a mi refugio, mi casa... mi hogar. Paso junto a un tronco de palmera en el que está grabado «Nereida», mi nombre, que escribí ahí poco después de llegar a esta isla desierta.

Me siento en el suelo con las piernas cruzadas y extiendo a mi alrededor todo lo que he recogido. Trozos de plástico, que lamentablemente siempre encuentro, y varias conchas; nada comestible. Mantengo entre mis dedos algunas de las cosas, pensando qué puedo hacer con ellas. Hacer colgantes, baratijas que pongo por aquí y por allá, complicarme y entretenerme en inventar nuevos cachivaches con algo tan simple como un tapón de botella o una caracola, siempre ha sido una buena forma de pasar el tiempo.

Echo una mirada a mi alrededor, no veo a Katrina por ninguna parte. Supongo que estará durmiendo en algún árbol de los alrededores. Tengo hambre, así que decido buscarme algo de comida.

Mi casa, construida con mis propias manos y mucho esfuerzo, con reformas constantes, es como una choza indígena, hecha a base de troncos y palos, hojas de palmera y ramaje. Lo suficiente para dar cobijo, refugio y sombra, para dormir y tener mis muy escasas pertenencias. Agarro un mango maduro de entre las frutas que he recolectado esta mañana y que están en una fuente de fibras trenzadas; le doy un mordisco sin miramientos, como el puro animal salvaje que soy. El jugo me resbala por los labios, la barbilla y el cuello, y el sabor dulce y sabroso me inunda la boca. Una de mis cosas favoritas en el mundo es un buen mango maduro y rebosante de jugo. Me siento en el suelo a comer tranquilamente, chupando y mordisqueando el mango, pringándome los morros y las manos sin que me importe.

Cuando termino de morder la pulpa alrededor del hueso, lo arrojo con tiro certero a más de quince metros.

Esta es mi vida. Es salvaje, es plena, es sencilla. Vivo en conexión con lo que me rodea; naturaleza en estado puro, completamente aislada del mundo. Y no me importa. Tantos años así hacen que me sienta más como un animal, que como una persona normal. Al principio odiaba esto, pero lo que realmente odiaba era cómo había llegado. En realidad, esto me encanta. Mi vida está ligada a esta isla, mi isla, porque la siento mía; en nadar en el mar como un león marino, escalar a los árboles como un mono, explorar cada rincón cambiante, construir y trabajar en cosas sin parar, buscarme mi comida, ir desnuda, libre, salvaje. Así soy yo.

Después de comerme el mango y quedarme allí sentada, completamente relajada, mirando toda la vegetación que me rodea, decido dar una batida de exploración; lo que viene siendo mi paseo diario. Agarro otra fruta, le doy un par de mordiscos y me interno en la jungla, caminando descalza pero con la seguridad de quien lleva haciéndolo toda la vida. Los restos de hojas en la tierra apenas hacen ruido bajo mis pies curtidos; sigo senderos casi invisibles que he creado a lo largo de los años. Conozco toda la isla como la palma de mi mano, cosa que me llevó mucho tiempo. Así como conozco cada especie de animal que hay aquí. Escucho los miles de cantos de las aves, cada cual más maravillosa; un sonido que me ha acompañado media vida. Me cruzo con una serpiente, y la dejo pasar quedándome inmóvil. Es fácil convivir con todas las criaturas salvajes que hay aquí, una vez aprendes a hacerlo; simplemente soy una más, las dejo tranquilas y las respeto, y yo vivo también tranquila. Hago un recorrido por la jungla, entre la espesa vegetación, encontrándome con papagayos y lagartos; después, salgo hacia la costa oeste de la isla. Arena lisa y blanca hasta el mar, azul cristalino. Esto es un completo paraíso.

Me desprendo de la poquísima ropa que llevo, apenas lo suficiente para protegerme ciertos puntos; la escasa ropa que tengo está vieja, rota y remendada, pero sigue siendo perfectamente útil. Desnuda como los primeros humanos de la tierra, corro por la arena hasta la orilla, sintiendo feliz los rayos calientes del sol y el agua lamiendo mis pies, llevándose la arena de debajo, en el ir y venir de las olas. Y así me meto, refrescándome, nadando en las aguas puras de mi isla; aquí están tan transparentes que puedo ver mi sombra en la arena del fondo. Me sumerjo, buceo y vuelvo a salir, jugando con las olas; mi pelo rubio, decolorado por el sol, se me pega a la cara pegajoso por el agua salada. Y yo sonrío, como una niña, disfrutando ese momento. Vuelvo a sumergirme en el agua.




No puedo ponerme seria en la nota de autora, juro que lo he intentado. Pero... 
AAAAHHH NEREIDA Y UNA ISLA PERDIDA DEL PACÍFICO. Yeah baby, la chica y su vida salvaje.

¿Qué os parece Nereida? ¿Qué tal el capítulo? Contadme vuestras impresiones, sugerencias, whatever.

Que levante la mano quien quiera estar ahora mismo en la playa o en una isla perdida. (Sí, yo la primera).

Estos dos capítulos los he publicado más juntos (en verdad iba a publicar mañana, pero alguien me presionó para darle ración extra y publicar hoy y mañana). Pero para seguir publicando pensaba hacerlo semanalmente, para que me duren más los capítulos y pueda seguir escribiendo, so, ¿qué os parece los viernes?

Muchas gracias por darle una oportunidad a la historia, leer, comentar, compartir y todo. No olvidéis guardarla en la biblioteca y listas de lectura para cuando actualice :3.

Love u, nos vemos muy prontito <3





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