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17. Nereida


Hay algo en cómo me mira. No sé qué es, pero cada vez que estoy haciendo algo y me giro para descubrirlo con los ojos fijos en mí, en cada movimiento que hago, una sensación que no sé definir me recorre el cuerpo. Igual que me recorren el cuerpo sus ojos, con un brillo indefinible. Primero era simple, normal; quizá curiosidad, o así lo veía yo. Los primeros días me los pasaba mirándolo a él, de una forma curiosa, pues era el único ser humano que veía en mucho tiempo. Supongo que el nuestro es un caso quizá algo algo extraño; no encuentro otra forma de definirlo. Atrapados juntos en la misma isla sin salida, por algún designio desconocido.

Aquí yo tengo ventaja. Es mi hábitat, soy adaptable, lo he convertido en mi hogar; me siento perfecta, a gusto, libre y feliz, y no lo cambiaría por nada. En cambio él lo encuentra chocante, opuesto a todo lo que es. Cuesta que se adapte, pero sé que lo está haciendo, y lo está intentando por mí.

Me he acostumbrado a él asombrosamente rápido, más rápido de lo que podría haber imaginado; tanto que asusta. Ya es parte de mi vida, así, de golpe, porque es lo que hay. Igual que lo es Katrina, el mar o la selva. Como solo me preocupo por el presente, vivo cada día, lo hago todo con la ilusión de la primera vez, con él, llevándolo de ojos vendados por una cuerda floja. Sé que piensa en los suyos, en volver a su mundo; y, aunque me esfuerzo en no pensar en ello, una parte de mí desea que en verdad se quede. Es egoísta o estúpido, es un pensamiento que relego, centrándome en el momento presente; pero sé que está ahí. La parte que piensa en el futuro, en la esperanza de que se olvide de todo, se enamore de esto como me enamoré yo y se quede, para siempre; que no intente volver. Compartiendo este pequeño paraíso. Soy una persona solitaria, pues sola he pasado una gran parte de mi vida, totalmente independiente; nadie mejor que yo vive sin tener lazos con nada ni nadie. Pero aquí estoy, descubriendo de nuevo lo que es tener contacto con alguien, compartir cosas, hablar y reír, recibiendo respuesta.

Me levanto y desperezo de la siesta, camino internándome en la selva, paseando; hasta encontrarme con Katrina. Suelto una especie de gañido de alegría, al que ella responde. Me pregunto cuántas personas en el mundo tendrán un vínculo tan especial con una pantera negra. Compañeras y hermanas de otra especie. Nunca, jamás, en ningún momento me he atrevido a pensar que ella es «mía», como una mascota o animal de compañía. Somos dos animales distintos, pero muy parecidos en muchos sentidos; cada una tiene su vida. Independiente. Nos encontramos, jugamos, nos queremos, acompañamos, incluso nos comunicamos. Pero libres. Libres dentro de esta isla.

Una isla que puede ser considerada una cárcel o un hogar. Una vida, el paraíso o el averno, lo mejor o lo peor. Para mí es mi mundo, mi todo. De un pequeño salto me agarro a una rama, me impulso, apoyo los pies y me subo, entre las hojas del árbol moviéndome igual que un mono. Alcanzo las frutas maduras de la copa, que se ocultan en lo más lejano, peligrando en equilibrio sobre ramas estrechas. Me encanta hacer esto. Cambio a otro árbol, perdiéndome igual, escalando por ramas y recolectando frutos, hasta que la bolsa que llevo rebosa.

Encontré la mejor forma de aprovechar el traje que llevaba Jake en la maleta. Me miró como si estuviera loca por pretender destrozar un traje, pero le hice ver lo inútil que era en una isla del Pacífico Sur, de temperaturas permanentemente cálidas. Así que ahora cuento con un buen saco y una bolsa de recolección. La tela es algo que hay que cuidar y saber aprovechar; a una sola prenda se le pueden dar muchas vidas.

Estando en pleno trance de recolectora silvestre, al moverme a otro árbol me encuentro con que no estoy sola. Ahí está él, mirándome fijamente, con unos ojos avellanas; de forma paulatina, se ha transformado. Del hombre vestido con camisa y pantalones largos que se esforzaba por mantenerse lo más presentable posible, ahora viste esa mima camisa, sucia, sin mangas y con el cuello abierto; y los pantalones que yo misma rompí delante de sus ojos, remangados a media pierna. Y le sienta bien.

Me cuelgo de una rama alta, solo con una mano y una pierna, haciéndole un saludo a la vez que sonrío.

—¿Te animas? —invito.

—¿Estás loca? No querrás que me suba ahí... no sé cómo no te matas —dice, sin dejar de mirarme anonadado.

La risa se escapa de mis labios, balanceándome suave, aún jugando con estar solo agarrada con la mitad de mis extremidades.

—¿Qué dices? Si es un juego —Suelto mi pierna y subo la otra mano, quedando colgada de ambos brazos antes de que él suelte una exclamación—. ¿Cuántas veces en tu vida te has subido a un árbol?

—Ninguna.

—¿Ni de niño en un parque? —me asombro.

—Noo. Mi madre decía que me podía romper la crisma y tenía razón. Luego están los locos como tú —lo dice con un asomo de sonrisa.

Sin dejar de sonreír a mi vez, me descuelgo hasta otra rama, apoyando los pies descalzos en la corteza y sujetándome con las manos, hasta quedar cómodamente instalada en la rama gruesa más baja, balanceando las piernas. Igual que hace Katrina, cuando se echa la siesta en algún árbol.

—Acércate.

Obedece, hasta encontrarse debajo de mí. Saco la mejor fruta que llevo en el bolso.

—¿Ves esto? Es la única comida que vas a tener hoy. Ven a por ella —sentencio seria, pero juguetona a la vez.

Su mirada se vuelve desconcertada y divertida, y levanto una ceja, retadora. Acepta el reto. Intenta impulsarse para alcanzar la rama, cosa que consigue a la segunda. Lo veo agarrarse al tronco una vez está sobre las ramas.

—Maldita sea mi estampa —masculla en voz baja.

—¡Alcanza lo que quieres! —desafío, moviéndome a otra rama como un mono.

—¡Ven aquí, mona salvaje!

Lo consigue, llegando hasta donde estoy, acorralándome contra un tronco. Mientras él respira yo me río.

—Lo has conseguido, has venido a por lo que buscabas —digo, con la fruta aún en mis manos, alargándosela.

—¿Y si quiero algo mas?

—Lo que quieras, tienes que ir a por ello —susurro.

Estamos muy cerca. En precario equilibro en el árbol, apoyados en sus ramas; tengo su cara frente a la mía, y estamos cuerpo con cuerpo.

—El cazador que caza a su presa.

Y siento sus labios sobre los míos.



WAIT WHA- 

Okay esperad al siguiente capítulo.
*procede a no subirlo hoy* MUAHAHAHAH. 

He decidido pasar olímpicamente de revisar. Perezosa, sí. Pero me cansa releer lo que he escrito y reescrito y leído ya dos veces, para encontrarme con que todas las frases me rayan y terminar en crisis :D. Nueva filosofía de vida del mínimo esfuerzo, lmao.

Contadme, ¿qué tal os va la vida? ¿Cómo ha ido vuestra semana? 

VENGAN ESOS COMENTARIOS Y FANGIRLEOOOSS.

Nos vemos ¿hoy? ¿mañana? ¿otro día?

Love u <3

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