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Zángano

Miguel entró a su casa de golpe y Padme fue a su encuentro.

—¿Ya de regreso? —preguntó Mariana, extrañada, desde la sala.

Todos los presentes lo observaban.

—Sí, es que estoy muy cansado —se excusó el chico antes de subir rápidamente las escaleras.

Mariana no se tomaría la molestia de seguirlo, y mucho menos de preguntarle si algo había pasado, tenía la gran sospecha de que era un tema bastante delicado para tratar frente a las visitas. Miguel entró a su cuarto, cerró desganadamente la puerta tras de él, se quitó los lentes violentamente, se sentó sobre la cama y sacó una botella de vodka. La abrió y le dio un gran trago. Observó la botella entre sus manos y se detestó a sí mismo por colgarse siempre la soga al cuello, por seguir causándole problemas a sus seres queridos, por no ser lo suficientemente fuerte para dejar de beber, pero, sobre todo, por herir a la persona a la que más amaba en este mundo y que había confiado en que no la lastimaría. Tras otro sorbo, la cerró y la metió dentro de una mochila para terminársela en el camino. Tomó su teléfono con la intención de llamar a Victoria, pero estaba de más pensar que le respondería. Miguel bajó para salir.

—¿A dónde va? —interrogó su madre.

Miguel hizo caso omiso, tomó las llaves de su carro y salió.

—¿Miguel? —dijo Mariana.

Ivon lo siguió.

—¡Miguel! —exclamó cuando el susodicho ya estaba dentro del carro.

Intentó detenerlo, pero el chico ya había arrancado y desaparecido. Miguel sabía muy bien que una gran regañada le esperaría al regresar, pero no era su prioridad en ese momento. Buscó en su teléfono algún lugar en el que vendieran palicrepas y otro en el que vendieran algodones de azúcar. Después fue a la Torre para comprar dulces de piñata, a Oakland Mall para comparar una blusa color rojo y, finalmente, a un Dollarcity para comprar una bonita caja de cartón y unas cuantas cosas de papelería. En el parqueo arregló todo antes de dirigirse hacia la casa de Victoria. Una vez allí, le mandó un mensaje por WhatsApp.

"Puedo subir?"

La chica recién había salido de bañarse, por lo cual Miguel tuvo que esperar cinco minutos para que leyera su segundo mensaje.

"Estás allí?"

Se asomó por la ventana y vio el carro de su amigo.

"Qué haces aquí?"

"Te traje algo"

Victoria no tenía tantos ánimos de verlo después de lo que pasó. Estaba segura de que se sentiría incómoda, y no tan segura de cómo sus emociones la traicionarían esta vez. Pero también estaba consciente de la gran terquedad de su amigo, por lo que era imposible evadir el tema de la noche anterior. Además, consideraba que era mejor enfrentar la situación de una vez y acabar con el trato.

"Subí"

Miguel salió del carro y sacó la caja del asiento trasero. Ya subido a media pared, Victoria recibió la caja y la colocó sobre el suelo antes de tomar la soga con ambas manos y asomarse aún más para que Miguel la viera.

—¿Y tú por qué seguís subiendo? —le preguntó a su amigo.

—Me dijiste que subiera —respondió, frunciendo el ceño.

—Sí, pero no te dije que entraras. Ya me dejaste la caja, ahora bajate.

Miguel se quedó en shock por unos segundos. No supo qué hacer mientras sus brazos pedían piedad. Victoria rio levemente.

—Te lo merecías. Ya, subí —indicó la chica, soltando la soga y entrando a su cuarto.

Miguel esbozó una sonrisa y continuó con la escalada.

—Vamos a ver qué me trajiste —dijo la chica, agarrando la caja para colocarla sobre su cama.

Encima tenía un papel color rojo pegado que tenía escrito: La caja de LO SIENTO. Sonrió al leerlo, mientras Miguel la observaba expectante. La abrió y sonrió ampliamente al ver su contenido. Le pareció muy dulce que su amigo se hubiera dedicado todo un domingo por la tarde para comprarle todo eso y, sobre todo, que le hubiera traído viejos recuerdos. Miguel se había tomado la molestia de separar los dulces de fresa del resto de la bolsa de dulces ya que, durante las fiestas de cumpleaños, ella solía intercambiar con otros niños los de otros sabores por los de fresa. Él sabía que Daniel recogía siempre lo máximo posible de dulces de ese sabor para poder dárselos.

—¿Dónde conseguiste las palicrepas? —preguntó Victoria.

—No es por nada, pero me estuve un buen rato buscándolas.

La chica rio levemente.

—Perdón por lo que pasó, en serio. ¿Me... perdonás? —pidió Miguel.

—Ya te perdoné, Mike, pero... no quiero seguir con este trato.

—Mirá, si es por lo del beso, te prometo que no lo vuelvo a hacer.

—Si no fuiste capaz de seguir una simple regla, no quiero saber lo que pueda pasar.

—Pero si todo está yendo bien, hoy me peleé con Dani.

—¿Qué? —preguntó, abriendo los ojos grandemente.

—Quería saber por qué estabas mal en la fiesta y yo le dije que no se metiera.

—¿Y creés que pelearte con tu hermano es bueno?

—Pues sí —afirmó, encogiéndose de hombros—, se interesó en ti.

—No creo que a Dani y a tus papás les caiga bien que se estén peleando. Y no es agradable saber que es por mí, por más dramático que suene.

—Hombre, el único perjudicado soy yo.

—¿Y se supone que eso es mejor?

—Dani no tiene por qué enterarse.

—¿Y si sí? No creo que le alegre saber que hemos estado jugando con sus sentimientos. Tal vez estemos causando el efecto contrario.

—El único que lleva las de perder soy yo, no tú.

—Yo no quiero eso. Yo sé por qué estás haciendo todo esto Mike.

El corazón del chico dio un pequeño salto de la impresión. «Ya te quemaste», se dijo a sí mismo.

—¿A qué te referís? —balbuceó Miguel.

—Es obvio que querés que me enamore de ti, y no es agradable saber que yo he estado contribuyendo a eso.

El chico suspiró pesadamente, pero no se dio por vencido. Iba a poner sus mejores y últimas cartas sobre la mesa para convencerla de seguir con el trato.

—Esas son mis intenciones, pero tú no tenés la culpa de nada. Yo sé a lo que me metí y, si te puedo ayudar con una metida de pata, dejame hacerlo. Te puedo prometer que está funcionando, ayer pasaste casi toda la noche con Dani.

La chica suspiró pesadamente.

—Miguel...

Victoria de verdad no quería arriesgarse; primero fue un beso, pero después sería algo peor. No se sentía bien tener que hacerlo bajar de la nube tan de golpe que rompiera su corazón en millones de pedazos junto con su valiosa amistad, pero alimentar ilusiones que nunca existieron, ni existirían, tampoco evocaba buenos sentimientos. Sin embargo, por lo cabeza dura de Miguel, era fácil adivinar que no la dejaría en paz de ninguna manera. Inclusive lo consideraba capaz de amenazarla una vez más con contarle toda la verdad a Daniel. No quería seguir lastimando a su amigo, pero tenía que admitir que estaba más cerca de Daniel de lo que había estado en toda su vida, y terminar con Miguel significaba renunciar a eso. Aunque lo considerara egoísta, solo pudo pensar en una alternativa: seguir con el trato teniendo la esperanza de que su amigo se cansaría.

—Bueno, pero si se te ocurre hacer otra fechoría más, te mando a freír espárragos —sentenció la chica, señalándolo con su dedo índice.

El chico rio.

—Va pues.

—¿Dani no sabe que sé que se pelearon?

—Nop.

—Ya, entonces debo fingir que no sé.

—Exacto.

—Bueno.

Victoria puso la manta sobre el piso, sacó las palicrepas de la caja y se sentó, seguida de Miguel. Le pasó una.

—Gracias, pero son para ti —dijo el chico.

—Solo agarrala. Con algo te tengo que agradecer lo que has hecho por mí.

—Gracias —accedió, recibiéndola.

—¿Alguna vez te han llamado zángano? —preguntó Victoria tras un mordisco.

Miguel rio levemente.

—Qué insulto —dijo sarcásticamente—. Me han dicho cosas peores.

—Pues, para que lo sepás, es uno de los peores insultos para mí.

—¿Y qué quiere decir?

—Buscalo, te lo dejo como tarea.

Un tranquilo silencio se instaló entre ambos mientras comían a gusto. Miguel observó a su amiga de reojo, intentando disimular la sonrisa que delataba un pensamiento que se le acababa de llegar a la cabeza.

—¿Qué? —inquirió Victoria, entrecerrando los ojos.

—Nada —contestó el chico, regresando la mirada hacia su palicrepa.

—Ay, yaaa —se quejó—. ¿Qué pasó?

—Te iba a preguntar algo, pero mejor no.

—¿Qué cosa?

—Olvidalo.

—Decime.

—Va, pues —accedió, sonriendo—. Pero conste que me tenés que responder —condicionó, dirigiéndole la mirada.

—Dale.

—¿Qué tal beso?

—Migueeel —se quejó, cubriéndose la frente con la mano.

—¿Qué? Tú insististe.

Victoria negó con la cabeza.

—Ahora me tenés que responder —exigió el chico.

—Ash... Estabas bolo.

—¿Y? Eso no define si estuvo bien o mal.

—Claro que sí.

—Claro que no.

—Aaaaaaaaah.

—Si se te hace difícil, solo calificalo del uno al diez.

—Bueno... —vaciló mientras le daba otro mordisco a su palicrepa—. Dejando de lado el horrible sabor a alcohol y el simple hecho de que estaba bolo...

—Hombre —protestó.

Victoria se encogió de hombros.

—Tú me pediste que lo calificara, ahora te aguantás. Yo le pondría un... siete.

—Se nota que fue tu primer beso —aseguró sonriente.

—¿Y eso cómo lo sabés? —preguntó, observándolo con los ojos bien abiertos.

Miguel rio levemente.

—Se nota. Yo me hubiera puesto máximo un cinco.

—Zángano.

El chico rio.

—No estoy orgullosa de eso —prosiguió Victoria—, pero, aunque no haya sido como lo planeé y me haya sentido de la patada, me alegra que no haya sido con un desconocido.

—¿En serio?

La chica asintió.

—¿Querés practicar? —preguntó Miguel, elevando las cejas.

Victoria lo empujó levemente del hombro.

—Baboso.

Ambos chicos conversaron hasta las once de la noche. Estaban tan a gusto que el tiempo se les fue de las manos como agua. Cuando Miguel entró al carro y revisó su teléfono, vio que tenía muchísimas llamadas perdidas de sus padres. Tenía la vaga esperanza de que el regaño pasara para el día siguiente, ya que a esa hora se suponía que todos estaban durmiendo. Sin embargo, se preparó mentalmente, porque sus deseos eran demasiado buenos para ser ciertos. Al entrar a casa, sus padres, quienes lo esperaban en la sala, se pusieron de pie al vislumbrar la puerta abrirse. Padme se levantó de su cama para saludar a su dueño al olfatearlo. Tras haberle dado unas cuantas caricias a su mascota, a Miguel se le borró la sonrisa al encontrarse con la mirada enfurecida de su padre. El chico, sosteniendo la bolsa de dulces, se dirigió a la sala con la cola machucada.

—¡¿En dónde estabas?! —exclamó Ivon.

—Fui... a pasear un rato —respondió, acercándose a ellos cabizbajo.

—¡Estuviste toda la tarde afuera sin contestar el teléfono!

—Perdón, es que...

—¡Es que nada! —interrumpió.

—Llamaré a Dani para avisarle que ya regresaste —informó Mariana, dirigiéndose al patio.

—¿Dani me estuvo buscando? —preguntó Miguel, frunciendo el ceño.

—Sí. Ya nos contó que estabas de malas y se pelearon.

—Ah...

—Que estés de malas no significa que nosotros tengamos que pagar los platos rotos, Miguel —dijo severamente—. El que hayas ignorado a tu mamá fue una falta de respeto, y no te regañé allí mismo solo porque había visitas, pero la próxima te prometo que no me va a importar.

—Perdón.

—Además, ¿para qué te compré ese aparato si ni siquiera respondes? Si no lo vas a usar, mejor te lo quito.

—¡No! —exclamó, elevando la mirada—. Perdón, en serio. No lo vuelvo a hacer.

Ivon exhaló bruscamente.

—No sé qué hacer contigo, Miguel. Ya estás grande para que todos te estemos arreando.

—Ya viene Dani —informó Mariana, regresando a la sala.

—Discúlpate con tu mamá —ordenó el señor de la casa.

—Perdón, mama.

La señora esbozó una sonrisa.

—No había necesidad de portarse así, Miguel. Si quería ir a distraerse o calmarse, simplemente hubiera avisado —dijo Mariana.

—Yo sé...

—Te quedan prohibidas las salidas y las fiestas durante todo el mes, y me vas a entregar tus tarjetas —determinó Ivon—. Si necesitas comprar algo, se lo pides a tu mamá.

—¡¿Qué?! ¡¿Y si me pasa algo?!

—¿Cómo qué? Solo tienes que ir al trabajo. Si tienes una emergencia, nos llamas y ya. Tu mamá te dará un poco de efectivo por si acaso, pero, si te lo gastas, es tu problema. Si te comportas te devuelvo todo, permisos y tarjetas. ¿Entendido?

—Está bueno —dijo de mala gana.

—Ve a tu cuarto que mañana es lunes.

—Buenas noches —le deseó a su mamá con un beso sobre la mejilla.

—Buenas noches, mijo.

—Buenas noches —le deseó a su papá con un abrazo acompañado de dos palmadas sobre la espalda.

—Buenas noches.

Miguel subió a su cuarto para bañarse.

—¿Cuándo cambió tanto este niño? —le preguntó Ivon a su esposa luego de dejarse caer sobre el sillón.

—La adolescencia le agarró tarde, pero dale tiempo. Si lo presionas, va a ser peor.

—¿Dani viene cerca?

—Sí, llega en unos diez minutos. Si quieres yo me quedo esperándolo, ve a descansar.

—Entonces, te espero arriba —dijo antes de darle un beso y subir.

Tras unos cuantos minutos de espera, Daniel regresó y cada uno fue a su respectivo cuarto. Sin embargo, antes de entrar al suyo, el chico decidió hacer las paces con Miguel, así que tocó su puerta.

—¡Voy! —contestó el castigado, levantándose de la cama para abrir—. ¿Qué pasó? —preguntó, recostándose sobre el marco de la puerta con una paleta de dulce en la boca, listo para recibir la regañada de parte de su hermano.

—¿Dulces a esta hora?

—¿Viniste a regañarme?

Daniel rio levemente.

—No. Solo quería disculparme. Tenés razón, no debería estarme metiendo tanto.

—Está bueno, te la debo.

Miguel tomó la bolsa de dulces de su cama y se la tendió.

—¿Dulcito? Por portarte como buen hermano.

Daniel rio.

—No, gracias. Allí te lavás bien los dientes.

—Sí, mama número dos.

—Buenas noches, mijito —deseó Daniel, entrando a su cuarto.

Tras cerrar la puerta, Miguel se sentó sobre la cama y buscó en internet el significado de la palabra "zángano". Según Google, significaba: una persona floja, desmañada y torpe, u holgazana que se sustenta de lo ajeno. Sin embargo, había otra definición: macho de la abeja reina. Entró a WhatsApp y le escribió a Victoria.

"Ya investigué"

"Gracias por llamarme machote 😎"

"Ya vas... 😒"

"Seguís despierta?"

"No fíjate que te está escribiendo un fantasma 🙄"

"Jajaja"

"Chistosita me resultaste"

"No es mi culpa que te me pongas en bandeja"

"Eso quiere decir que técnicamente me llamaste mantenido y bueno para nada? 😳"

"Duele"

"Ya viste? 😊"

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