Una razón
Daniel colocó la bolsa sobre el lavamanos, tomó un pedazo de algodón y lo remojó en líquido antiséptico. Victoria cerró los ojos para que comenzara a rozarlo suavemente sobre la herida.
—Perdón por lo que pasó en el carro —se disculpó la chica.
—¿Qué cosa?
—Por haberte respondido mal.
—N'hombre, no te disculpés por eso —aseguró el chico, tomando la carta para tantearla—. Está bien si no querías hablar.
Tras tirar el algodón al basurero, Daniel comenzó a usar su mano como abanico para que el líquido se secara más rápido. Victoria rio.
—¿En dónde estaba? —preguntó el chico, refiriéndose a la carta.
—Debajo del colchón.
—Dijo que no la iba a leer.
La chica rio levemente.
—Pues te mintió.
—¿Ah, sí?
—Sí. El sobre está abierto de un lado —informó Victoria—. No sé cómo le hizo, pero lo cortó superbien que ni se nota.
El chico sacó uno de los parches de la bolsa, y después de la caja, para quitarle la envoltura mientras Victoria los observaba detenidamente.
—¿No te parece que la vida es como un hilo muy fino? —preguntó la chica, colocando todo en su lugar.
—¿Por lo larga?
—Sí, pero sobre todo por lo frágil —respondió Victoria, cerrando los ojos nuevamente para que Daniel le colocara el parche—. El hilo se rompe si lo estiramos mucho o si alguien lo corta. Podemos morir de un solo por una caída o despacio por una enfermedad fea. Vivimos tanto para que todo termine en unas cuantas horas o en varios días. Somos tan frágiles que nuestros días se pueden contar como los metros en un hilo.
—Listo—dijo, disponiéndose a guardar las cosas de regreso en a bolsa—. ¿Solés pensar mucho en la muerte?
Victoria se encogió de hombros.
—A veces —respondió, tomando asiento sobre la cama—. Aunque prefiero pensar más en la vida. Cada vez que pienso en ella me imagino un hilo color rojo.
Daniel tomó asiento junto a su amiga.
—¿Por qué rojo?
—No sé... Supongo que es porque es mi color favorito —dijo, esbozando una sonrisa.
Ambos se observaron detenidamente. Daniel le dedicó una leve sonrisa.
—Admiro la manera en que sonríes a pesar del dolor —comentó el chico.
—Si algo aprendí de Mike es que nosotros somos los que escogemos tomarlo con calma y resignación, o de mala gana y con rencor. Aunque me cueste un mundo, no me quiero amargar la vida.
De alguna manera, tenerse cerca y que pudieran entender el dolor del otro les hacía recobrar un poco el ánimo. Después de todo, los dos habían querido profundamente a Miguel. Victoria tomó la carta de la mesa de noche.
—¿Querés leerla? —le ofreció a Daniel.
—No sé —dijo, removiéndose sobre la cama—. Si tú querés.
Victoria rio levemente.
—Te pregunté a ti si querías.
—La verdad, sí quiero, pero solo si no te incomoda...
—No tengo nada que esconder —aseguró la chica, sacando la carta del sobre—. Querido Mike. Cuando leas esto, lo más seguro es que me haya ido. Sabes muy bien las razones, no tengo que explicártelas, pero no podía hacerlo sin antes despedirme.
La chica respiró profundamente en un intento de contener el llanto para no mojar el parche una vez más.
—Sabes bien que yo no me expreso tan bien con las palabras, y tampoco serían suficientes para expresar todo lo que has hecho por mí y los varios sentimientos que siento por ti, que van más allá de la gratitud. Pero lo voy a intentar porque ninguno de los dos merece un final tan seco. A diario recuerdo aquella tarde en la que estábamos en la sala mientras llovía muy fuerte. Recordarás que tú querías salir, y yo estaba tan preocupada por enfermarme. Pero lo que no sabías es que, en ese momento, me enseñaste algo que me marcaría de por vida: bailar bajo la lluvia. Me enseñaste que a veces hay que quitarse los zapatos para poder ser feliz. Me enseñaste que no importa si nos mojamos, porque ninguna tormenta es tan fuerte para impedirnos bailar, reír hasta cansarnos y escuchar la música a nuestro alrededor. Me enseñaste que, después de cada tormenta, siempre vendrá un cálido sol para secarnos. Y, si no hay sol, siempre habrá alguien que nos dé una toalla para secarnos. Me devolviste la alegría y la esperanza que nunca creí que recuperaría. Me mostraste un lado de la vida que creía perdido. Me enseñaste lo que era amar y ser amado de verdad. Me diste la oportunidad de ser lo que siempre quise, de ser vulnerable sin tener miedo a lo que podría pasar. Me ayudaste a luchar por esa libertad que siempre ansié y que por fin he conseguido. La vida no ha sido fácil para ambos, las tormentas no han dejado de cesar y probablemente nunca lo harán, pero siempre tendremos ese recuerdo para seguir creyendo en la bondad y el amor. Lamento el dolor que seguramente te causaré por mi ausencia, pero espero que encuentres consuelo en no tener que verme sufrir más. Así que no te preocupes tanto por mí, preocúpate por ti y tus sueños, porque tienes una hermosa vida por delante. Cuando quieras recordarme, píntame en tus recuerdos. Cuando quieras escucharme, mi voz estará en las gotas de lluvia. Cuando quieras sentirme cerca, basta con cerrar los ojos e imaginarme. No me extrañes tanto, úsame como una excusa para seguir viviendo de verdad: superándote a ti mismo y amando a los demás como me amaste a mí. Dile a Dani que siga siendo el chico dulce que siempre ha sido y que lo amo más de lo que imagina, a mi padre que lo perdono y que nunca es tarde para hacer las cosas bien, y a Mariana e Ivon que han sido unos de los mejores padres que he conocido. Y a ti, dite todos los días al mirarte al espejo que tendrás a alguien a quien recordar con gratitud y cariño. Con amor, Vick Vapor Rub.
Los dos rieron tras esa despedida original. Victoria dobló la carta nuevamente, la metió dentro del sobre y la colocó sobre la mesa de noche.
—Me alegra saber que por lo menos le dijiste adiós —comentó el chico, esbozando una sonrisa mientras sentía cómo sus labios temblaban y unas cuantas lágrimas brotaban de sus ojos.
La chica le dedicó una triste sonrisa y se aproximó a su amigo. Daniel envolvió la espalda de Victoria, y ella rodeó su cuello con los brazos. Ambos cerraron los ojos y se abrazaron fuertemente para que ese simple contacto sanara las heridas que Miguel les había dejado. Daniel no era un chico que externalizara tanto su dolor, y Victoria lo sabía muy bien. Si bien no reprimía sus emociones, tendía a ser de aquellas personas a las que solo un dolor realmente profundo lograba herirlas.
—Sé que te hubiera gustado despedirte, pero estoy segura de que todo lo que hiciste por él vale más que ese último adiós —aseguró Victoria sobre su hombro.
La chica sintió cómo su amigo inhalaba profundamente y acarició su espalda para consolarlo. Se separó un poco de él, le secó las lágrimas con las manos y sonrió tiernamente. Unir sus miradas fue suficiente para que ambos sintieran que todo iba a estar bien. Victoria se puso de pie y le ofreció la mano.
—Vamos.
Daniel esbozó una sonrisa, la tomó de la mano y se levantó. Antes de bajar para meterse al carro y dirigirse a las capillas para el velorio, ambos prepararon unas mochilas con ropa. Al llegar, se dirigieron a la capilla Azahares. Una vez allí, saludaron y abrazaron a Mariana e Ivon, seguidos por todos los primos, Pablo y Natalia, quienes les dieron el pésame. Después de poner las mochilas dentro del cuarto, Daniel se dispuso a saludar a los miembros de la familia Ramírez y a todos los que iban llegando. Victoria se quedó a un lado con sus otros dos amigos.
A pesar de que Mariana tuviera deseos de que todos conocieran a Victoria, se abstuvo de presentarla tras verla sin ánimo. Una vez sola, Victoria tomó asiento sobre uno de los sillones cerca de los restos de su amigo. Tomó su rosario y se puso a rezar sin despegar la mirada del ataúd. A su alrededor, veía a varios amigos y conocidos de la familia Köhler saludar, dar el pésame, quedarse un rato, despedirse y luego irse. Sin embargo, no se movía de donde estaba. De algún modo, se sintió ajena a aquel sitio. Sentía que ella se veía a sí misma en tercera persona y lo que presenciaba era una chica sin ningún sentimiento dentro de sí. El dolor era tan profundo que había sido capaz de neutralizar cualquier otra cosa. Seguramente, y era lo que ella creía, era el vacío que había dejado Miguel.
Mientras tanto, Daniel estuvo pendiente de ella. Tras cada saludo y despedida, le dirigía una leve mirada a su amiga. Tuvo la intención de acercarse, pero sentía que debía dejarla sola. No fue hasta que la vio cabecear que se aproximó y tomó asiento junto a ella. Victoria, con el ojo medio cerrado por el agotamiento, le dedicó media sonrisa.
—¿No querés ir a dormir? —le ofreció el chico.
La chica asintió.
—Va, venite.
Daniel la guio hasta el cuarto adyacente.
—¿Y tu familia que vive en Alemania? —indagó Victoria al entrar.
—Vienen en camino. Van a llegar casi solo para el entierro —respondió el chico, abriendo la puerta y encendiendo las luces.
Había una cama, una pequeña mesa con una lámpara encima, dos pequeños sillones a cada lado y un baño justo al frente de la entrada. Las mochilas estaban en una esquina del cuarto.
—¿Y tus papás? —preguntó la chica.
—Me dijeron que no van a dormir.
—Cómo que no van a dormir. Han de estar supercansados.
—No tanto como tú.
—Qué pena con tus papás.
—N'hombre, no te preocupés. Tú dormite.
—¿Y tú?
—Tú dormite, no te preocupés.
La chica esbozó una leve sonrisa.
—Gracias —dijo, tomando asiento sobre la cama para quitarse los zapatos.
—Si necesitás algo me mandás un mensaje.
—Okey —pronunció, enredando el rosario entre su mano derecha y metiéndose boca arriba dentro de las sábanas.
—Buenas noches.
—Buenas noches.
Daniel apagó las luces y cerró la puerta tras de sí, una vez afuera del cuarto. Victoria sintió esa pequeña incomodidad y ardor al cerrar los ojos debido a tanto llanto. Cuando pensó que ya no lloraría más, lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. No le agradaba para nada sentirse así: repleta de nada, presa fácil de la tristeza y al borde de la desesperación. Ella sabía que no había nada de malo en extrañar; después de todo, ella extrañaba a su madre desde los diez años, pero no quería estar condenada a deprimirse cada vez que algún recuerdo de Miguel se asomara. Aunque la muerte de un ser querido no fuera algo nuevo para ella, esa vez era distinto. Ella no pudo evitar la muerte de su madre, pero, en un pasado no muy lejano, pudo haber evitado la de su mejor amigo. Le fue imposible preguntarse el "hubiera"; no obstante, había algo que aún le daba esperanza: vivir por Miguel y por todos aquellos que la querían y seguían allí para ella. «Algún propósito debo tener para seguir con vida», dijo para sus adentros, dirigiéndose a Dios. «No sé cuál es, pero por algo me salvaste y no a Mike». Procurando que esas esperanzas abrazaran su corazón, su alma se aferrara a ellas y llenaran el vacío que sentía por dentro, se quedó completamente dormida.
Una media hora después, Daniel regresó a la habitación para ver cómo estaba su amiga y descansar un poco sobre uno de los sillones. De golpe y antes de entrar, recordó la medicación de Victoria, así que salió a buscar una botella con agua y, estando de regreso, programó una alarma en su teléfono para despertarla a la hora indicada. Entró lo más disimuladamente posible, encendió la lámpara esperando que no despertara a la chica y colocó todo sobre la mesita junto a la bolsa con las pastillas y todo lo demás. Tomó asiento sobre uno de los pequeños sillones para observarla en la penumbra.
Si bien su intención no fue quedarse dormido, estaba tan cansado que su espalda pegada a la fría pared fue lo suficientemente cómodo para entregarse al descanso. Cuando la alarma sonó unas horas después, exactamente a las siete de la mañana, sobresaltándolo, se despertó y la apagó.
—¿Dani? —pronunció Victoria con una voz de recién despierta.
El chico se levantó y encendió la luz del cuarto.
—Disculpá que te haya despertado tan temprano, pero te tenés que tomar tu medicina —informó, tomando la caja de ibuprofeno de la bolsa.
—Ya se me había olvidado —admitió la chica, reincorporándose sobre la cama.
—No creás, a mí también.
Victoria rio levemente. El chico sacó la pastilla del blister y se la pasó para luego abrir la botella por ella.
—Gracias —dijo la chica, recibiendo ambas cosas.
—¿Dormiste bien? —preguntó Daniel, tomando asiento sobre la cama junto a ella.
—Sí, gracias. ¿Y tú? ¿Te quedaste dormido sobre el silloncito? —indagó antes de ponerse la pastilla al fondo de la lengua y tomar un sorbo de agua.
—Sí, hombre —respondió, moviendo suavemente su cuello en varias direcciones.
—Nos hubiéramos turnado.
—Ya fue —contestó, encogiéndose de hombros—. Mi familia ya llegó de Alemania. Mi abuela te quiere conocer.
—Okey —contestó, cerrando la botella con agua—. Solo que creo que mejor me limpio el ojo primero, se siente súper húmedo y no sé qué tan bueno sea que esté así.
—Dale, yo te espero —aseguró, poniéndose de pie.
—Bueno.
De no haber sido por el hecho de estar cansada, seguramente se hubiera puesto nerviosa de conocer a más miembros de la familia Köhler.
—¿Tus dos abuelos son full alemanes? —preguntó la chica mientras repetía el proceso de limpieza dentro del baño.
—No, solo mi abuelo. Mi abuela es chapina.
—Aaah. Entonces por eso tu papá y tus tíos hablan bien español.
—Sí.
—¿Por cuánto tiempo vivió tu papá en Alemania?
—Vivió toda su infancia en Guate. Después se mudaron a Alemania como a los once años por allí.
—¿Por qué?
—Creo que para que no perdieran la cultura alemana.
—Se debe sentir chilero ser parte de dos culturas. Es como tener dos casas.
Daniel rio levemente.
—Pues sí.
Al chico le gustaba que su amiga estuviera interesada en su familia, pero había dos cosas que lo turbaban: el que se encantara tanto por Alemania que terminara yéndose, y que ella no quisiera hablar de su propia familia. Daniel ya conocía la situación de la familia de Victoria, así como sus antecedentes, pero la parte brillante y agradable de ella le era desconocida. Al no recibir más preguntas por parte de su amigo, Victoria se asomó por la puerta del baño.
—¿Por qué tan calladito? —preguntó la chica.
Daniel rio levemente.
—No, por nada.
—Ay, sí, ajá.
—¡Te lo prometo!
—Lo que pasa es que no me querés decir.
—N'hombre.
—Sí, hombre.
Daniel sonrió abiertamente. Una vez lista para aparecer en público, Victoria salió del baño y se plantó frente a él.
—¿De veras no me vas a decir?
El chico exhaló fuertemente antes de levantarse.
—Te iba a preguntar algo sobre tu familia, pero... —confesó, desviando la mirada—. No sé...
—Dani —pronunció, sonriendo—. Me podés preguntar todo lo que querrás sin pena. De veras. No tengo miedo de compartir nada de lo que me pasó. Fue feo, pero ya pasó.
Daniel le dedicó una sonrisa sincera.
—Pero... mejor me lo preguntás después, porque de seguro tu abuela nos está esperando —agregó la chica.
—Dale.
Ambos salieron al encuentro de la abuela Inés. Dicha señora parecía más alemana que chapina. Aunque no era de estatura considerable y sus ojos no fueran de un color exótico, su tez era blanca y su altura era más grande que el promedio. A medida que se aproximaban, los trazos de arrugas en su rostro se hacían más visibles tras sus lentes. A Victoria le pareció una señora con una gran sabiduría, seriedad y, hasta cierto punto, intimidante.
—Abue —la llamó Daniel, interrumpiendo la conversación de su abuela con la tía-abuela Margarita.
La señora elevó la mirada, se excusó y se puso de pie lentamente.
—Ella es Vicky —le indicó.
—Mucho gusto —dijo Victoria, insegura si acercarse para saludarla de beso.
La señora sonrió abiertamente, la tomó por los hombros delicadamente y la saludó de beso, desechando por completo la idea que Victoria se había hecho de ella.
—Mucho gusto, me llamo Inés.
—Mi más sentido pésame por lo de su nieto.
—Gracias.
—Las dejo para que platiquen —dijo el chico—. Allí te traigo algo de comer —le informó a su amiga cerca del oído antes de retirarse.
—Gracias —dijo la chica, volteándose a medias para verlo alejarse.
—Ven —pidió la abuela Köhler, tomándola de la mano para guiarla, a paso lento, al área exterior de descanso.
El sol ya había aparecido, pero en sus más cálidos tonos por ser de mañana. Al salir, se sintió el aire que, poco a poco, iba enfriando el clima en aquella época del año. Se sentaron sobre una de las bancas.
—Mariana me contó mucho sobre ti.
—Espero que cosas buenas.
Inés sonrió.
—Tenía mucha curiosidad por conocer a su nueva hija.
—Me imagino —dijo, esbozando una sonrisa.
—Me mostró tus obras de arte. Son muy bonitas.
—Espero que no le haya contado absolutamente todo sobre mí, sino no habrá nada que le pueda contar.
La señora sonrió levemente y la observó a detalle. Desde que escuchó mencionar a Victoria y prácticamente todo lo que había sido de su vida hasta ese momento por medio de Mariana, Inés quedó completamente encantada con ella.
—Me pareces una chica bella y chula.
—Qué bueno que se lo parezca, considerando que tengo el ojo lastimado.
La abuela Köhler rio suavemente.
—Mariana me contó todo y, no espero ser la primera persona que te lo diga, pero eres muy fuerte y valiente.
Victoria negó.
—Valiente hubiera sido si hubiera denunciado a mi papá cuando tuve la oportunidad.
—Valiente es sonreír después de que te lastimen; es ser capaz de recordarlo todo sin la más mínima gota de amargura y rencor. Todas las rosas se podan para que nazcan otras más bellas, pero si no tenemos cuidado de regarlas con paciencia y amor, se marchitan.
La chica le dedicó una media sonrisa. Ella misma no se consideraba fuerte, ni mucho menos. De hecho, ella nunca se consideraba a sí misma. Quería creer que lo que decía Inés era verdad, pero aún había mucho de ella que trabajar y solucionar. Era como si todo estuviera en pausa dentro de ella, esperando el momento oportuno para poder sacarlo y lidiar con ello. Sin embargo, aceptó el elogio por cortesía.
—Tienes mucho talento, y si llegaras a querer profesionalizarlo, quiero que sepas que las puertas de mi casa están abiertas —prosiguió la señora.
—¿De veras? —preguntó, abriendo grandemente su ojo sano.
—Por supuesto.
—¡Eso sería fantástico!
—Piénsalo bien.
Por lo menos un poco de alegría había llegado a su vida tras tantas cosas desastrosas.
—¿Cómo es Alemania? —se interesó la chica, llena de ilusión.
La señora sonrió y comenzó a contarle varios detalles sobre Alemania, así como las anécdotas de sus travesías entre su país y Guatemala. Victoria no dejaba de hacer preguntas, y cada respuesta le proporcionaba una gran dosis de ilusión. Tras un rato, Daniel salió a su encuentro con dos bolsas de Denny's y una de Burger King en mano.
—Perdón que interrumpa —se disculpó el chico—. Te traje tu desayuno —informó, pasándole una bolsa de Denny's y la otra de Burguer King.
—Gracias, Dani —dijo Victoria, recibiéndolas.
—Voy a ver qué tal todo va allá afuera —comentó Inés, poniéndose de pie—. Ustedes quédense aquí comiendo. Provecho.
—Gracias —dijeron los dos al unísono.
—¿Por qué dos bolsas? —cuestionó Victoria—. ¿Me viste cara de hambrienta?
Daniel rio.
—Abrila —dijo, tomando asiento junto a ella.
—Vamos a ver qué me trajiste... ¡Qué rico! —exclamó la chica, al ver que eran tostadas francesas—. Gracias —volvió a agradecer, sacando la pequeña caja de cartón.
El chico sonrió ampliamente mientras abría su bolsa.
—De nada. Es que me acordé de que una vez que pasamos dijiste que te encantaba. De Denny's te pedí un Double Berry Banana Pancake Breakfast.
—Muchas gracias, de veras. ¿Y tú qué pediste?
—Un Meat Lovers algo... Vamos a ver qué tal está —respondió, abriendo la caja de duroport.
—¿Qué tiene?
—Huevo, tocino, jamón, salchicha, queso y hash brown.
—Ala, sí está poderoso ese tu desayuno.
—Es que el hambre llama.
Victoria rio.
—¿De qué hablaban con mi abuela? —preguntó el chico, con la intención de saber qué tanto le había contado sobre Alemania.
—Me contó mucho sobre cómo vinieron a parar todos por acá y por allá.
—¿Como qué?
Mientras ambos comían y conversaban, la chica observó a su amigo como nunca lo había hecho antes. Se sintió un poco mal por no haberle preguntado, por lo menos, cómo se sentía; después de todo, él había tenido muchísimas atenciones con ella, y eso solo logró que lo amara más de lo que ya lo hacía.
—¿Cómo te sentís? —indagó Victoria tras darle un bocado a uno de sus panqueques.
—Pues... bien... —respondió, frunciendo el ceño.
—Definí bien.
Daniel sonrió.
—Pues bien, bien.
La chica rio levemente.
—Bueno —dijo, regresando a sus panqueques.
—¿Por qué?
—Solo quería saber.
—¿Y tú?
—Mejor —aseguró, dirigiéndole una tierna mirada—. Gracias por todo Dani, de veras.
—Para eso estamos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro