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Un simple detalle

Los sábados no eran un día libre para Victoria, quien debía preparar las comidas, hacer las cuentas con su padre, ver qué faltaba comprar, limpiar toda la casa y lavar la ropa. Claro, cuando no tenía que ir a hacer las compras. Aunque no todo era tan malo ya que, mientras lo hacía, tenía el consuelo de su música. A las tres de la tarde bajó a la lavandería con los cestos de ropa sucia. Puso la ropa negra a lavar y se sentó sobre la lavadora, ya que la tapadera no cerraba bien. Revisó sus redes sociales, las cuales solo tenía de adorno porque, según ella, su vida no tenía nada digno ni interesante para ser compartido. Entró primero a WhatsApp porque tenía algunos mensajes de Miguel y otros de Sara. Atendió primero los de su amigo.

"Gracias por avisarme"

"Perdona que no te respondí es que ayer me dormí tarde"

Tras leerlos, le respondió.

"No te preocupes"

"Entiendo"

Luego entró en el chat de su compañera.

"Por qué no me contaste que eras novia de Miguel?!"

Victoria sintió cómo su pulso se disparó al leer el mensaje y entró directamente a Instagram. Miguel la había etiquetado en su publicación, se trataba de la selfie que se había tomado con ella el día anterior. En la descripción decía: "Con mi fresita. <3" Miró los comentarios.

"¡Qué lindos!, ¿Quién es ella?, ¡Chulos!, Hermosos"

Se despreocupó al saber que nadie la encontraría fácilmente, ya que no publicaba nada en su cuenta, la cual era privada y no tenía muchos seguidores. Sin embargo, sabía que debía tener cuidado con las publicaciones en las que aparecía o salía mencionada. Aunque su padre no usaba mucho las redes sociales, existía la posibilidad de que alguien cercano descubriera su perfil y, peor aún, dónde y con quiénes salía a escondidas. Al seguir indagando por los comentarios y los "me gusta", su corazón se aceleró al ver que Daniel le había dado un "me gusta". «¿Qué habrá pensado?», se preguntó. Luego, antes de que se le olvidara, le respondió a su amiga.

"Pues..."

"Sorpresa"

Enseguida recibió un mensaje de Miguel.

"Qué tal tu día?"

"Qué haces?"

"Bastante atareado"

"Estoy haciendo una pequeña limpieza en mi casa"

"Y tú?"

"Qué responsable 😊"

"Nada en especial"

"Estaba viendo la tele"

"Viste la publicación?"

"Sí"

"Dani me preguntó si eras tú"

"Le dije que sí 😉"

Victoria comenzó a ponerse nerviosa.

"Y qué te dijo?"

Miguel sabía bien que, si le decía que Daniel se alegraba por ambos, le haría sentir mal y querer terminar lo más pronto posible con el trato, así que optó por contarle solo lo positivo.

"Que debería invitarte a la casa"

Esta vez, el corazón de la chica se aceleró de la emoción, provocándole una sonrisa de oreja a oreja. Ya se veía elaborando un plan para poder escaparse y no ser descubierta.

"Eso es bueno!"

"Sí 😊"

"Dice que se acuerda muy bien de ti"

"Cuándo estas disponible para venir?"

Victoria le sonrió más ampliamente a la pantalla mientras se llenaba cada vez más de esperanzas. Solo que había un pequeño gran detalle: ella no disponía de su tiempo. Pero ya vería qué se le ocurría.

"Pues..."

"En el transcurso de la semana te aviso"

"Bueno?"

"Vaya"

"Ten un lindo día"

"Fresita 😉"

"Que tengas un lindo día también"

"Gracias 😊"

"😉"

Entró nuevamente en Instagram y sus dedos comenzaron a deslizarse por el perfil de Daniel para ver sus fotografías. Después de todo, era el contacto más cercano que tenía con ese atractivo chico rubio y atlético. Le encantaba pasar el rato admirándolo, tanto que no se dio cuenta de lo absorta que estaba en la pantalla hasta que, minutos después, la lavadora indicó el fin del ciclo de lavado.

***

Los domingos de Victoria no eran tan especiales, exceptuando las mañanas, ya que iba a misa con su padre. Era el único día en el que salía de casa y se sentía normal. Se sentía como una simple chica yendo junto a su padre a la iglesia. Se tomaba el tiempo de hacer su examen de conciencia, como le había enseñado su madre, antes de salir. Se confesaba todas las semanas sin falta. Mauricio, por su parte, era una total contradicción. Iba a misa, pero las palabras de la homilía le entraban por un oído para salirle por el otro. Dentro de su ser aún había una pequeña parte de remordimiento, pero su gran orgullo conseguía aplacarla. Victoria pensaba que aún había algo de bien dentro de su padre, ya que por algo nunca dejaba pasar un domingo sin ir. Consideraba que tal vez solo necesitaba tiempo para sanar, que algún día se arrepentiría de todo lo que había hecho y todo volvería a estar mejor. A pesar de lo dura que era su vida, ella nunca dejó de creer en Dios y, sobre todo, que la amaba. Era algo que la seguía manteniendo con vida y ánimo.

Tras un fin de semana bastante interesante, Victoria regresó a su rutina. Se levantó temprano para preparar el desayuno y el café de su padre. Una vez que este se hubiera ido, lavó los platos y se preparó para salir. Caminó hacia el trabajo como lo hacía habitualmente, solo que esta vez llevó una sombrilla. Era agosto y, con él, comenzaba la época de lluvia. Tras finalizar su turno, terminar de almorzar y nada más salir del baño de cambiarse de uniforme, Camilo se le acercó.

—Hay un chico que está preguntando por vos —informó.

Victoria frunció ligeramente el entrecejo al escuchar dicha afirmación.

—Gracias —dijo, colgándose la mochila sobre el hombro.

Salió y se encontró con Miguel.

—Hola, Vicky —saludó este sonriente.

—Hola —devolvió el saludo con un beso—. ¿Qué hacés aquí?

—¿Qué, no puedo visitar a mi novia?

—No sabía que tenías novio —comentó Camilo tras el mostrador.

—Ah... Sí... —pronunció la chica, titubeante—. Miguel, Camilo; Camilo, Miguel —los presentó.

—Mucho gusto —dijo Miguel, estrechándole la mano.

—Bueno, tengo que irme ya si no quiero llegar tarde a mi turno. Ten un buen día —se despidió Victoria de su compañero de trabajo.

—Buen día. Fue un gusto, Miguel.

—Igualmente —le respondió el chico.

Ambos salieron de la cafetería en dirección a Montano's.

—¿Cómo sabés en dónde trabajo? —preguntó Victoria mientras caminaban.

—Le pregunté a Sara.

La chica negó con la cabeza.

—¿Y qué más te contó?

—Que tenés dos trabajos y no estudiás por voluntad propia. Y que casi no salís.

—Bueno, ese es prácticamente el resumen de mi vida. Ya no tenés nada más que saber.

Miguel rio levemente.

—¿Por qué no estudiás? ¿Te aburren las universidades?

—No exactamente... —respondió vacilante mientras se le ocurría una excusa convincente—. Es simplemente que... no sé qué estudiar y, mientras lo descubro, decidí trabajar.

—Si querés te puedo ayudar con eso, aunque no sea el mejor.

Victoria le dedicó media sonrisa.

—¿Qué estudiás tú? —preguntó.

—Estaba estudiando arquitectura, pero pienso cambiarme a algo más.

—¿Qué no te gustó?

—No sé... Simplemente no me convence. Estoy igual de perdido que tú.

La chica rio, lo cual estaba haciendo bastante últimamente. Miguel la observó detenidamente al hacerlo. Simplemente le arrebataba el corazón ver sus dientes de "sonrisa Colgate". Llegaron frente al elegante restaurante.

—Yo tengo que trabajar —dijo, cesando la marcha—. ¿Qué harás tú?

—Te voy a esperar.

La chica exhaló pesadamente y encogió los labios.

—Es bastante tiempo, te vas a aburrir.

—Cayalá es bastante grande; más de algo encontraré para entretenerme. Quién sabe, tal vez me encuentre a alguien por allí. Todos estamos de vacas.

—Bueno. Entonces te dejo.

—¿A qué hora salís?

—A las seis.

—Va. Regreso a esa hora entonces.

Okey, nos vemos —dijo Victoria, despidiéndose.

Miguel se paseó por toda el área pensando en qué podía regalarle a Victoria para sacarle una sonrisa. Se sentó en el Café Barista y, remojando su champurrada dentro del café, siguió reflexionando. Habiendo consumido media bebida, pidió una cerveza para mezclarla: ya se le había vuelto más que una costumbre cada mañana. No quería tener que recurrir a Sara siempre para obsequiarle algo significativo a su amiga, quería que todo saliera de su ingenio. A pesar de conocerla hace años, no conocía sus nuevos gustos; después de todo, la gente puede cambiar demasiado en tres años. Sin embargo, a todas las chicas les gustaban las flores, así que buscó en su rezagada memoria algún recuerdo de alergia al polen, pero no encontró ninguno. Salió entonces de la cafetería y se dirigió a la floristería más cercana para pedir un ramo. Entre varias opciones, se las ingenió para resolver el problema de no saber cuáles eran sus favoritas. Todavía le quedaban varias horas, así que luego pasaría por él a la tienda. Se comunicó con algunos amigos para ver si alguno andaba cerca.

Mientras tanto, Victoria tuvo que lidiar con un incidente pequeño y otro grande. Luego de que un niño le hubiera tirado fresco de Jamaica encima, ensuciando su blanco uniforme, un señor se quejó de que se tardaban mucho en tomarle la orden. Fue ella la valiente que se animó a atender al problemático cliente. Cuando le llevó su platillo, se quejó de que lo había pedido sin camarones porque era alérgico, pero claramente no le había mencionado nada al respecto. Se lo cambiaron y, para rematar, se quejó de que le estaban cobrando doble cuando, en realidad, él había pedido dos bebidas. La cara de disgusto y las desagradables palabras de aquel cliente fueron suficientes para bajarle el ánimo. A pesar de estar acostumbrada a esas situaciones, no significaba que no tuviera sentimientos. El estrés y el maltrato siempre podían con ella. Sentía que no solo en su casa la tratarían así de mal, sino también en todos lados. Sin embargo, tal y como en ese día, solía llorar un poco para soltarlo todo antes de volver al trabajo; no le gustaba darse por vencida tan fácilmente. Tras el arduo turno que tuvo, vio a Miguel esperándola con un enorme ramo de flores. Se detuvo un momento para apreciar la escena con una gran sonrisa y luego se acercó sin que el chico lo notara, ya que el ramo le cubría gran parte del rostro.

—¿A cuánto la flor, señor? —preguntó la chica.

Miguel guardó el teléfono enseguida y se colocó de perfil. Estuvo a punto de golpear a Victoria con las flores, pero ella evadió el impacto a tiempo.

—Para una chica tan hermosa como usted, son gratis —contestó, siguiéndole el juego, para luego pasarle el ramo.

Victoria lo recibió y sintió el agradable aroma de las coloridas flores.

—No sabía cuáles eran tus favoritas, así que pedí un ramo variado —aclaró.

—¿Te llevaste toda la tienda?

Miguel rio.

—Gracias, de veras. No tenías por qué, Daniel no está aquí —agradeció Victoria.

—A mí me enseñaron que las cosas se hacen bien. Si tengo que ser tu novio falso, tengo que hacerlo bien.

La chica sonrió nuevamente.

—Pasame tu mochila —pidió Miguel—. Así podrás pasearte más cómodamente.

—No te preocupés, Mike, estoy bien así.

—No te pregunté si te podía ayudar —dijo, descolgándole la mochila del hombro.

Miguel fue a dejarla a su casa. Tenía la intención de cruzar el portón de la colonia, pero Victoria le aseguró que podía caminar de regreso desde allí.

—¿Te vas caminando al trabajo todos los días? —preguntó el chico, deteniendo el carro.

—Mhm —pronunció, asintiendo.

—¿Por qué? ¿Tu papá no te puede pasar dejando?

—No, él tiene que irse bastante temprano porque su trabajo queda lejos. Además, hay que ahorrar gasolina.

—Entonces, si querés, te puedo pasar trayendo.

—¿De veras te levantarías a las seis de la mañana durante tus vacaciones solo para llevarme al trabajo? —cuestionó, entrecerrando los ojos.

—Claro, y pasarte dejando a tu casa después.

—Pero... estás de vacaciones y me da pena que tengás que estar viniendo.

—No te preocupés, yo estoy encantado de llevarte.

—Muchas gracias —dijo, esbozando una sonrisa.

—No hay pena.

—Bueno, entonces nos vemos mañana.

—Vaya, me escribís por cualquier cosa.

Se despidieron y Miguel la ayudó a ponerse la mochila antes de que esta bajara. Victoria cruzó el portón y se dirigió a casa con el enrome ramo en brazos. Caminaba lentamente para poder olerlas a gusto, con una amplia sonrisa en el rostro que pronto tendría que disimular al entrar. Dejó el hermoso ramo al lado derecho de la casa, rogando que nada le pasara. Tenía planeado recogerlo luego bajando por la soga. Tras preparar la cena, lavar los platos y su uniforme blanco de la gigante mancha rojiza de refresco, subió disimuladamente una fresquera para las flores en su mochila.

—¡Victoria! —exclamó su padre desde la sala.

Bajó enseguida con el corazón en la mano.

—¿Sí? —preguntó.

—Este sábado vienen unos amigos a la casa, para que tengás todo listo y estés lista para atendernos. Vendrán a las siete.

—Bueno.

—Ahora traeme otra cerveza.

Victoria obedeció antes de subir, cerrar su cuarto con llave y, entre la lluvia, bajar por el ramo. Lo colocó delicadamente sobre su cama, guardó todo en su lugar, sacó la fresquera, la llenó con agua y la escondió dentro de su closet con el ramo dentro. Se desmaquilló, se bañó y, al salir, vio que había recibido un mensaje de WhatsApp. Era Miguel.

"Estas allí Vicky?"

"Sí"

"Qué pasó?"

"Nada"

"Solo quería desearte buenas noches y decirte que fue un gustazo pasar el día contigo 😊"

"Gracias por lo de hoy"

"De veras"

"De nada"

"Fresita 😉"

"Buenas noches que sueñes conmigo"

Victoria rodó los ojos y sonrió.

"Buenas noches Mike 😊"

Puso el teléfono a cargar, abrió su closet otra vez y se sentó sobre el piso para admirar las flores. Tocó los pétalos y las hojas para sentir su textura, y aproximó la punta de su nariz a cada una para oler su particular aroma. Nunca nadie le había regalado flores, por lo cual recordó inevitablemente a su madre recibirlas de su padre en un día de las madres, y lo que se dijo a sí misma en ese momento: «Algún día yo también recibiré flores de algún chico». Ella siempre había vivido con esa ilusión en lo profundo de su corazón y nunca imaginó lo que le pasaría a su madre después o que algún día las recibiría, y mucho menos de Miguel. Sonrió ampliamente y se la escapó una lágrima de melancolía, porque no solo eran las flores, el recuerdo de su madre, o su gran ilusión, sino el simple hecho de recibir algo bonito de alguien más. El hecho de saber que alguien más había pensado en ella durante el día y que le importaba lo suficiente para pensar en un obsequio que le agradara, fue lo que la hizo sentirse amada nuevamente tras un largo tiempo. Se dijo que tal vez el haber aceptado el trato no había sido tan malo, que tal vez debía darle una oportunidad a esa mala decisión. Tras otros largos minutos apreciando las flores, sacó su material y se dedicó a pintarlas.

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