Toda la verdad
Después de que la lluvia se calmara un poco, los invitados se despidieron y se retiraron, excepto Victoria.
—Solo dejame bañarme y te voy a dejar. ¿Va? —le dijo Miguel una vez que estuvieron solos en el recibidor.
—Bueno —dijo Victoria, sin la más mínima emoción en su rostro o en su voz.
Miguel exhaló bruscamente.
—Vicky...
—Hablamos después —interrumpió, antes de darse la media vuelta para dirigirse hacia la pérgola y ayudar a Daniel a recoger todo—. ¿No se supone que deberías guardar reposo?
—Nah, ya me siento mejor.
—Me alegro —dijo, empinando los platos.
—No te preocupés, yo lo hago —aseguró el chico.
—No te preocupés, yo también lo hago.
Daniel sonrió ampliamente.
—Gracias.
Mariana lavaba los platos, mientras los dos chicos dejaban los sucios bien ordenados sobre la encimera de la cocina. Tras ordenar el patio, regresaron a la cocina para ayudar a la señora de la casa a secar los platos.
—Gracias por toda tu ayuda —le agradeció Mariana a Victoria.
—No, gracias a usted por el almuerzo. Estaba súper rico.
De repente, comenzó a sonar el teléfono de Mariana.
—Vaya a ver quién es, porfa —le pidió a su hijo.
Este obedeció.
—Dice Carolina Sánchez.
—Ay, a ver —dijo secándose las manos antes de tomar el teléfono—. Ya regreso —informó, saliendo de la cocina para atender la llamada.
Victoria ocupó el lugar de lavaplatos mientras Daniel continuaba secando lo que su amiga lavaba. Eso le daba chance al chico de observarla sin que se diera cuenta. El momento bajo la sombrilla había sido el acabose, ya estaba cansado de fingir, de ocultar sus sentimientos y de complicar las cosas con suposiciones; sentía que ese era el momento de hacerle saber toda la verdad.
—¿Cuántos retratos has hecho, Vicky? —preguntó Daniel, colocando un plato sobre los demás dentro del gabinete.
—Pues... creo que, por el momento, tres.
—A ver —dijo, tomando un plato mojado para secarlo—. Solo he visto el de Mike y el de tu mamá. ¿De quién es el tercero?
Victoria detuvo su mano, que restregaba el plato con la esponja llena de jabón. Si Daniel sabía o no del retrato que había hecho de él, prefería no arriesgarse.
—No...no me acuerdo —se justificó, siguiendo con su tarea con la poca naturalidad que sus nervios le permitían.
—Qué raro... Porque, según sé, hacer un retrato lleva tiempo.
—Es que... lo hice hace tiempo.
Daniel exhaló pesadamente.
—¿Por cuánto tiempo vamos a seguir fingiendo Vicky?
La chica cerró el chorro y lo volteó a ver.
—¿A qué te referís? —preguntó, sintiendo sus extremidades casa vez más temblorosas.
El chico colocó el plato sobre la encimera y se acercó a su amiga.
—Hiciste un retrato mío, y sé que eso significa algo —aseguró el chico.
—¿C-Cómo lo sabés?
—Eso no importa —respondió, acercándose aún más, al punto de quedar a tan solo centímetros de ella—. Yo sé que sentís algo por mí, algo más que una amistad.
Victoria esbozó una sonrisa nerviosa.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque, sino me quisieras, no me hubieras hecho un retrato y no me hubieras dejado acercarme tanto a ti, como ahora. Porque si no, no te pondrías tan nerviosa como ahora y no podría ver cómo tu corazón está acelerado por el movimiento de tu sudadera.
La chica desvió la mirada, pero Daniel tomó su mentón para redirigirla hacia a de él.
—Me gustas, Vicky, mucho.
El chico se fue acercando más con la intención de besarla. Victoria cerró los ojos al sentir la respiración de Daniel cada vez más cerca, y sintió que el corazón se le saldría del pecho. Ambos sabían lo mucho que deseaban ese beso, pero Victoria no se dejó ganar por el impulso, se apartó enseguida y le dio la espalda, desconcertando a Daniel. La chica no quería arriesgar su amistad y, sobre todo, no quería herir a Miguel. Así que regresó al lavaplatos con la intención de volver al trabajo.
—Nada de esto pasó.
—¡¿Qué?! —exclamó Daniel.
—No voy a hacerle esto a Mike.
Miguel, quien después de bañarse había bajado a la cocina y escuchó la conversación detrás de la pared, decidió que ya era suficiente. Por más que la envidia, el egoísmo y el enojo lo carcomieran por dentro, ellos merecían ser felices. Sabía que, si se callaba, los haría a todos infelices por el resto de sus vidas. Se dio cuenta de que, por más que intentara mantenerlos alejados, finalmente ambos debían estar juntos, que el corazón de Victoria nunca le perteneció y solo él quería creer que sí. En realidad, él ya había perdido la guerra y tenía dos opciones: destruir a todos o establecer una tregua. Estaba seguro de que se arrepentiría en el futuro, pero se armó de coraje y entró a la cocina.
—Sí pasó —dijo el chico.
Daniel y Victoria lo voltearon a ver.
—Mike... —titubeó Daniel.
—No, déjenme hablar —interrumpió—. Hay cosas que los dos merecen saber.
—Miguel, no —pidió la chica, sabiendo que se refería al trato.
—Lo siento, Vicky, pero tiene que saberlo.
—Por favor, no lo hagás.
—Victoria y yo hicimos un trato.
La chica cerró los ojos y sintió cómo comenzaban a cristalizarse.
—Ella fingiría ser mi novia para que vos te enamoraras de ella —soltó Miguel—. Ella al principio no quería, pero yo la convencí.
—No, no me quités la responsabilidad, yo acepté —dijo Victoria, acercándose a Daniel para dar la cara—. No tengo otra excusa más que decirte que lo hice porque te quería, porque... creí que sería la mejor manera de que, por lo menos, me notaras. Fue estúpido, lo reconozco.
—¿O sea que todo este tiempo estuvieron engañando a todos? —preguntó Daniel, alternando la mirada entre su amiga y su hermano.
—De veras, lo siento, Dani —se lamentó, bajando la mirada y secándose las lágrimas con los dedos.
—¡¿O sea que estuviste peleándote conmigo por nada?! —se quejó con su hermano.
—No es todo —aseguró Miguel.
Victoria lo volteó a ver, intrigada por lo que tenía por decir. El chico tomó aire.
—Estuve saboteándolo todo —prosiguió—. Las peleas sí fueron reales. Sabía que a Daniel le gustabas desde que comenzó a preocuparse más por ti, pero hice lo posible para alejarlo y no te dije nada porque creí que tal vez tú... Algún día... —balbuceó sin poder mirarla directamente a los ojos—. Te enamorarías de mí
—Fue mi culpa por haberte dado alas y debía suponer que harías algo así, pero confié en ti, Miguel —dijo Victoria con la voz quebrada—. De veras lo hice.
—En serio, lo siento. Sé que fue muy egoísta.
La chica rio sarcásticamente y se secó las lágrimas con su sudadera.
—Lo que sí me cuesta creer es que cayeras tan bajo y te atrevieras a lastimar a tu hermano por celos, de veras. Y para que lo sepas, yo te hubiera querido de todas formas, Mike. Te... quería.
Victoria miró fijamente a Daniel, sintiendo cómo esos decepcionados ojos penetraban su corazón ahora destrozado.
—De veras, lamento haber hecho todo esto, Dani. Espero que algún día me perdones.
Daniel se sentía traicionado, engañado y decepcionado por ambos. Descubrir que Victoria siempre había estado enamorada de él no le causó esa inmensa alegría que siempre creyó, sino toda esa extraña mezcla de sentimientos negativos que lo dejaron sin habla y tan paralizado como una piedra.
—Nunca debí haber aparecido, —prosiguió, desviando la mirada—, nunca debí haber ido a esa fiesta. Mejor... me voy ya —dijo la chica, saliendo de la cocina.
—Vicky —la llamó Miguel, siguiéndola—. Yo te llevo.
Al salir, Mariana estaba de pie en la sala, observando la escena tras escuchar todo.
—Gracias por el almuerzo, señora Köhler, pero ya me tengo que ir —agradeció Victoria, intentando disimular el llanto.
—Yo te llevo —insistió Miguel.
—No, yo la llevo —decidió la señora de la casa.
—Se lo agradezco, pero no quiero molestarla.
—No es molestia, yo te llevo.
—Muchas gracias —dijo Victoria, esbozando una sonrisa.
—Usted vaya a lavar y guardar los platos con su hermano —le ordenó a su hijo—. Al regresar, quiero verlo todo limpio y en su lugar. ¿Entendido?
—Está bueno —respondió Miguel antes de acercarse a su amiga—. Vicky.
—Vaya Miguel, por favor —pidió Mariana, tomando a la chica suavemente de los hombros—. Allí le avisa a su papá que fui a dejarla, por favor.
—Sí.
Victoria y la señora Köhler se dirigieron al garaje, entraron al carro y se dirigieron hacia la casa de la invitada. Mariana no sentía ni una pizca de rencor hacia la chica, sino más bien una cierta pena. No la iba a despreciar solo por haber cometido un error, por más grande que fuera, así como les perdonaba a sus hijos sus equivocaciones. Después de todo, había comenzado a quererla como una hija. Mariana era alguien que, aunque tuviera siempre presente la realidad, procuraba ver lo bueno de cada situación o persona. Tras un tenso silencio, Victoria se animó a romper el hielo.
—¿Escuchó todo?
—Sí.
—Entonces... comprenderá mi incomodidad respecto a la situación.
—Los tres ya están grandecitos, pero no los hace estar exentos de errores.
—Sí, pero... yo fui la causante de todo esto.
—Tal vez tu manera de proceder no fue la mejor de todas, pero no fue completamente tu culpa.
—No entiendo, está hablando de sus hijos. Ellos valen más que una chica.
—Sí, pero ellos también se portaron muy mal.
—¿Por qué es tan buena conmigo? Yo no hice nada para merecer su buen trato, y ahora menos.
Mariana sonrió.
—Eres una buena chica, y todas las buenas chicas cometen errores. Me caes muy bien, y de alguna manera tengo que pagarte el bien que le has hecho a Miguel.
Victoria la miró, extrañada.
—Sé de los problemas de mi hijo, soy su madre. Sería una mala madre si no lo supiera.
—¿Desde hace cuánto?
—Desde que empezó.
—¿Su papá lo sabe?
—No.
—¿Y por qué no le dijo nada a nadie?
—Porque solo empeoraría las cosas. Ivon se enojaría, Daniel se pondría mal y Miguel se pondría más rebelde que nunca. Ya habrás visto hasta dónde es capaz de llegar y que no escucha razones u opiniones al respecto. Si le decía algo o se lo impedía, buscaría la manera de tomar o esconder cervezas en algún otro lugar. Sé que tal vez he sido una mala madre, pero no se puede hacer nada si él no quiere dejarlo.
—Aquí a la izquierda —indicó Victoria, con la vista hacia el frente—. Mike decidió cambiar por él mismo, yo no tuve nada que ver.
—Sí, tal vez tengas razón, pero tú lo motivaste a hacerlo.
—No quiero ser chismosa, pero... Dani también lo sabe.
—Lo sé —dijo Mariana sonriente—. Pero gracias por decírmelo—. Suspiró. —Mi pobre Daniel ha tenido que lidiar con todo esto solo, y yo no podría sentirme más culpable. Pero estoy convencida de que Dios te mandó de regreso con él para hacerle un bien.
—No diga eso; espero que lo que pasó hoy no le afecte tanto.
—Estará bien.
—Es aquí —indicó Victoria, señalando el portón.
—¿Quieres que te lleve al frente de tu casa? —ofreció, parqueando el carro.
—No, gracias. Aquí está bien.
—Muy bien, Antes de que te vayas... Sé que no te será cómodo estar llegando a la casa para pintar, así que te propongo que vayas a la empresa de Ivon a hacerlo. Tiene varios salones vacíos y puedes ocupar uno sin problema. ¿Qué te parece?
—Señora Köhler —dijo la chica, sonriendo y bajando la mirada—. Le debo muchísimo.
—Págamelo pintando.
Victoria rio levemente.
—Okey. Gracias, de veras.
—Paso por ti mañana a las seis. ¿Te parece?
—Sí, gracias.
—Vaya.
La chica se bajó del carro.
—Se está ganando el Cielo —comentó.
Mariana sonrió ampliamente.
—Dios te oiga.
—Feliz noche.
—Feliz noche.
Victoria regresó a su casa a toda prisa. Tenía miedo de que su padre no despertara o, por el contrario, la estuviera esperando para darle una paliza por haberse escapado. Sin embargo, al bajar al primer nivel, aún lo encontró durmiendo en la sala. Colocó sus dos dedos sobre la yugular de Mauricio y encontró pulso. Se calmó enseguida y se puso a preparar la cena. Cuando este despertó, autoritariamente interrogó a la chica, y esta tuvo que responder que él se había quedado dormido durante toda la tarde. Aunque le pareció extraño, Mauricio no se preocupó, ya que veía todo normal.
Después de tomar su habitual baño, la chica no supo qué hacer para distraerse. Sus cosas para pintar o dibujar estaban en la casa de los Köhler. Sin embargo, se puso sus audífonos, puso su lista de reproducción, sacó una pequeña libreta y un lapicero de su mesa de noche, y se puso a dibujar sobre su cama cualquier cosa que se le viniera a la cabeza. Esperaba que le llegara algo de inspiración, que sus sentimientos se plasmaran sobre el papel, o que quedarse estática frente a una hoja en blanco fuera suficiente para no pensar en lo que había pasado. Sin embargo, no pudo evitar comenzar a llorar al recordar todos los dulces momentos que pasó con Daniel, nada podía sentirse tan bien y tan mal al mismo tiempo. Después de tantos años intentando retratar el rostro de su amor platónico, ahora cada mínima facción, tanto de ternura como de decepción, estaba grabada de forma permanente en su memoria. Durante tanto tiempo quiso recordar el rostro de Daniel, y ahora que podía hacerlo a la perfección, deseaba olvidarlo para siempre. Unas cuantas lágrimas mojaron la pequeña libreta llena de garabatos antes de que Victoria la cerrara y se acostara, la vista hacia el techo.
En la casa de los Köhler reinaba el silencio mientras Daniel lavaba los platos y Miguel los secaba y guardaba. Ambos estaban tan enojados que más de una vez consideraron comenzar a tirarse los platos, pero definitivamente no era la mejor opción.
—Si te preguntan, voy a salir —informó Miguel luego de terminar.
—No, no vas a salir —se opuso Daniel.
—¡No te estoy preguntando!
—¡Me vale! ¡Ya me cansé de estar teniendo que irte a buscar!
—¡¿Qué está pasando?! —exclamó Ivon, quien entró a la cocina tras oír los gritos.
—Nada —dijo Miguel casi en un susurro.
—Claro, y por eso los dos están como perros y gatos. ¿Por qué no quieres dejar salir a tu hermano?
—Ya no quiero salir, ya no importa.
—Responde —le exigió a Daniel.
A pesar de lo muy enojado que estaba, no quería delatar a su hermano, sobre todo, porque este lo consideraría como una venganza por lo que había pasado. Sin embargo, era peor mentirle a su padre.
—No, por nada. Son... celos —aseguró Daniel.
—Cómo no. ¿Celos de qué? Nadie va a salir a ningún lado hasta que me digan la verdad.
Daniel se quedó corto de excusas, y a Miguel no se le ocurría una convincente.
—Se lo decís vos o se lo digo yo —sentenció Daniel.
Miguel lo observó con los ojos bien abiertos y negó levemente con la cabeza. Daniel le estaba dando tiempo de sacarse una historia de la manga, pero este no lo comprendía y se negaba a decir la verdad.
—Decile —insistió Daniel.
—No tengo toda la noche —se quejó Ivon.
—Miguel quería salir para ir a tomar. Tiene problemas con la bebida.
El susodicho miró hacia el vacío.
—¡¿Qué?! ¡Miguel, sabes que eso es una irresponsabilidad!
—¡Y tenías que abrir la boca! —exclamó Miguel, dirigiéndose a su hermano.
—¡¿Qué querías que hiciera?! ¡¿Qué le mintiera?! —protestó Daniel.
—¡Bueno, ya! —gritó el señor de la casa—. Dame tus llaves y tu billetera —le ordenó a su hijo menor, extendiendo la mano.
—¡¿Qué?!
—¡Ahora!
De mala gana, Miguel sacó ambas cosas de sus bolsillos y las colocó encima de las manos de su padre.
—Se te devolverán hasta nuevo aviso —informó Ivon.
—¡¿Feliz?! ¡Ya te quedaste con todo! —le reprochó Miguel a su hermano.
—¡Yo no te quité nada!
—¡No, qué va! ¡Solo fuiste tras de Vicky para quitármela!
—¡Que no te haya escogido no es mi culpa!
Miguel, tan furioso como para razonar bien, se abalanzó sobre su hermano y le atestó un puñetazo en el rostro.
—¡Miguel! —exclamó Ivon, sosteniéndolo firmemente del brazo para apartarlo y evitar que golpeara más a Daniel.
Mientras el herido se tocaba la mejilla, el agresor se zafó bruscamente del agarre de su padre.
—¡Estoy harto! ¡Ya me cansé de ser el rechazado! —continuó Miguel.
—¡Eso no es cierto! —aseguró Daniel.
—¡Ya estuvo! —gritó Ivon en un intento de calmar la situación.
—¡Vos sos el niño perfectito a quien todo le sale bien y no le reprochan nada! —prosiguió Miguel.
—¡Eso es mentira, no todo me sale bien! —afirmó el hijo mayor—. ¡Esto no me salió bien, Victoria me mintió y vos me odiás!
—¡¿Pero a quién le importa?! ¡A nadie le va a importar! ¡Si vos cometés un error, no es más que eso! ¡Pero si yo cometo uno, es un crimen! ¡Si yo hago algo mal, arde Troya! ¡Ella va a regresar con vos! ¡¿Y yo qué?! ¡Fuera de todo, como siempre!
—¡Vos te echás a ti mismo!
Miguel rio sarcásticamente.
—Sí, ajá —dijo antes de salir de la cocina.
—¡Miguel! —exclamó Ivon, quien fue tras de su hijo—. ¡Ven aquí ahora!
El chico lo ignoró y salió rápidamente de la casa; afortunadamente, había dejado de llover. Ya no le importaba nada, solo quería salir de ese ambiente cargado de enfado y decepción. No tenía carro, pero tenía sus pies para escapar; tampoco tenía dinero para que lo asaltaran. No tenía nada más que un enorme enfado hacia sí mismo, un gran rencor hacia su hermano y un remordimiento por todo lo que le había hecho pasar a Victoria. Caminó sin un destino específico, siguiendo la dirección que le placía. No le importaba perderse, ni siquiera si lo atropellaban. Vio a varias personas caminar rápidamente de regreso a sus casas o hacia su trabajo, con una mochila o un bolso sobre el hombro.
Tras un estruendoso trueno, la lluvia se dejó caer. Miguel tuvo que correr hacia un lugar techado, así que se vio forzado a entrar al centro comercial Minuto. Se sentó sobre una banca, recostó la cabeza sobre la pared y cerró los ojos. Estaba cansado de todo, y lo único que podía ver en su cabeza era el rostro decepcionado de Victoria. Era la primera vez que sentía la pena y el dolor en su máxima intensidad, y no había alcohol que lo atenuara o le hiciera escaparse de la horrenda realidad en la que vivía. Su paladar anhelaba el sabor a cerveza de tal manera que se vio tentado a entrar en el supermercado y llevarse una caja de cervezas sin pagar. El simple hecho de considerarlo le puso los nervios de punta. Su pierna no dejaba de mecerse bruscamente de arriba abajo, su pulso estaba acelerado y sus manos no cesaban de moverse. Su cuerpo necesitaba alcohol para estabilizarse, pero la indecisión lo frenaba. Finalmente, se puso de pie abruptamente y se dirigió hacia la entrada del supermercado, decidido a proporcionarle dicha bebida a su organismo. Sin embargo, al ver a la gente que salía y entraba tranquilamente, se detuvo de golpe. Sería una vergüenza que todos lo vieran hacer tal cosa. «Podré ser un borracho, pero no un ladrón», se dijo a sí mismo. Se alejó entonces de la entrada, regresó velozmente hacia la banca y se dejó caer. «Vos podés Mike», se animó.
Por primera vez en su vida, no tenía otra alternativa más que la de afrontar las consecuencias de sus actos de una manera distinta. Cerró los ojos y distrajo a su mente indagando en todo lo que había pasado hasta que logró calmar el descontrol de su cuerpo. Se dio cuenta de lo ridículo que había sido ese trato y todo lo que hubiera podido haber sido sin él. Sabía que había hecho mal muchas cosas, pero aún no entendía qué estaba mal en él, por qué todo lo que hacía causaba molestia o problemas. Pensaba que tenía una habilidad innata para causar revuelo. Sin embargo, se había cansado de entender y buscar, simplemente se consideró un caso perdido. Lo fuera o no, no podía perdonarse tan fácilmente el haberse llevado de corbata a Victoria. No podía cambiar el pasado, y mucho menos lo que él era, pero quería hacerle saber que siempre estaría para ella. Aunque fuera como amigo o conocido, Miguel hizo el firme propósito de nunca dejarla sola, porque no iba a permitir que sus defectos o cualquier catastrófica situación fuera mayor que su amor hacia ella. Sabía que seguramente no le respondería, pero no estaba dispuesto a dejar las cosas así y le escribió un mensaje por medio de Whatsapp a su amiga.
"Sé que no quieres hablar conmigo o siquiera saber de mí"
"Y está bien"
"Solo quiero saber si estás bien"
"Es todo lo que te pido"
Se quedó unos minutos mirando la pantalla con la esperanza de ver una respuesta. Sin embargo, la bloqueó nuevamente. Si era un caso perdido y ya no valía la pena luchar para que todos lo quisieran, o al menos alguien lo hiciera, lo único que le quedaba era arreglar las cosas. Si ya no importaba que hiciera el ridículo o cometiera los más tontos y grandes errores, usaría esa mala reputación para resolver la situación entre Daniel y su amiga. Era lo menos que podía hacer y su oportunidad de hacer algo verdaderamente bueno y significativo por ellos. Estaba dispuesto seguir siendo el rechazado y el odiado con tal de verlos bien. Su teléfono vibró debido a un mensaje de Victoria.
"Estoy bien"
El chico sonrió.
"Si llegaras a necesitar algo, por favor no dudes en llamarme o escribirme"
"Si necesitas que alguien te lleve al hospital o si un imbécil como yo no te quiere llevar a tu casa después de una cita"
"Te llevo o voy por ti"
Como era de esperarse, la chica lo dejó en visto. «Me lo merezco», se dijo Miguel. Finalmente, el chico regresó velozmente a su casa para mantenerse lejos de la tentación.
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