Solo tengo miedo de salir
Una vez los yesos retirados de sus extremidades, Victoria tenía que ir a terapia para recobrar movilidad, sobre todo en los dedos, que fueron los más afectados. Afortunadamente, los deliciosos y nutritivos platillos de Mariana le hacían recobrar poco a poco la salud. La chica no tuvo miedo de salir de la casa de los Köhler, ya que solo se dirigían hacia el mismo edificio, el cual consideraba un lugar seguro, puesto que tenía la suficiente seguridad como para que a su padre ni se le ocurriera asomarse. Como le había recomendado la terapeuta, salió a caminar tranquilamente un lunes por el condominio mientras hacía algunos ejercicios para la mano con la pequeña pelota de espuma. Cerró la puerta tras ella y se dispuso a comenzar su habitual caminata, pero el sonido de una puerta abrirse a sus espaldas captó su atención.
—¡Esperame! —exclamó Miguel mientras se ponía una chumpa deportiva encima.
El chico se acercó velozmente a su amiga, sonriente.
—¿Y eso que me vas a acompañar? —preguntó Victoria.
—Quiero empezar a ser saludable, por lo menos un poco —respondió, encogiéndose de hombros.
Victoria sonrió ampliamente.
—Bueno, vamos, pues —dijo, emprendiendo la marcha.
—¿Pensás regresar a trabajar?
—La verdad, no sé, pero posiblemente.
—Ya. ¿Qué pensás hacer para tu cumple?
—Mejor decime tú qué pensás hacer, el tuyo es antes que el mío.
—No mucho, solo una reunión en la casa con la familia y una salida por la tarde con Pablo y Naty.
—¿Estoy invitada?
—Por supuesto.
La chica le dedicó una amplia sonrisa.
—Dani y yo ya te tenemos tu regalo —agregó Miguel.
—¿De veras?
—Ajá. Y estoy segurísimo de que te encantará.
—Qué vergüenza, yo todavía no te he conseguido el tuyo.
—Nta, no te preocupés. Lo más importante es que lo celebrés conmigo.
—¿Y qué tal el tema de la U?
—Allí va. Ya hice la inscripción y el examen de admisión.
—¿Y qué tal?
—Empiezo en enero.
—¡Qué bueno! —exclamó Victoria, abrazándolo por un costado—. Te felicito, de veras.
—Gracias —agradeció sonriente, devolviéndole el gesto—. ¿Qué tal el tema de Dani?
—Mike... —pronunció, apartándose de su amigo.
—¿Qué? ¿No puedo preguntar?
—Estamos bien como estamos. Todo está bien así.
—Pero podría ser excelente.
—Ya te dije que no puede haber nada entre él y yo.
—Sorry, pero dejame decirte que ya hay algo, y todos se dan cuenta. No te digo que te lancés, tal vez los dos necesitan conocerse mejor, pero se nota que se gustan.
—Ya —dijo, rodando los ojos.
—Vas a ver que es cuestión de tiempo.
Fueron avanzando tranquilamente hasta que llegaron cerca del portón de entrada. Victoria observó a varias personas que se movilizaban a pie, pasando frente a él. Unos pasos más adelante, paró en seco. Con la mirada fija sobre la reja, se preguntaba cómo se sentiría salir con sus amigos, como solía hacerlo, o simplemente ir a trabajar. Estaba consciente de que no podría quedarse encerrada en la casa de los Köhler para siempre, como una princesa en una torre. Tenía que reiniciar su vida o, por lo menos, continuarla de la mejor manera posible, pero sus varios temores y preocupaciones hicieron que ese simple hecho se viera como algo imponente o, incluso, imposible. Tenía miedo de que su padre la encontrara y todo volviera a ser como antes, que le hiciera algo a alguno de la bondadosa familia que la había adoptado prácticamente.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —preguntó Miguel, notando algo inusual en la expresión de su amiga.
Al no recibir respuesta, tomó a la chica por los hombros y la miró fijamente. Esta redirigió su mirada del portón hacia la de Miguel.
—E-Estoy bien. Mejor regresemos —pidió Victoria, esbozando una sonrisa forzada.
—Está bueno.
Ambos dieron media vuelta y emprendieron el camino de regreso a casa.
—¿Qué pasó? —preguntó el chico.
—Nada solo... —exhaló bruscamente—. Solo tengo miedo de salir.
—¿Por tu papá?
—Sí. No quiero que me encuentre.
—Solo tenés que tener cuidado.
—No es tan fácil. Cualquier cosita puede darle pistas: una foto, un simple paseo... —dijo, sintiendo cómo su garganta se estrechaba y sus ojos se cristalizaban—. Sé que algún día tengo que salir y que la única manera de librarme de esto es denunciarlo, pero...
La chica no aguantó más el llanto y su amigo no dudó dos veces en abrazarla.
—No quiero vivir toda mi vida con miedo —aseguró Victoria.
—Yo sé, pero todo tiene su proceso. No te presionés, solo tenete paciencia.
***
Daniel, quien tenía que ir a la librería para comprar material para algunos trabajos finales, fue al cuarto de su amiga para preguntarle si se le ofrecía algo.
—¿Se puede? —preguntó, luego de tocar la puerta.
La chica cubrió velozmente la mesa con una manta y volteó bruscamente hacia él.
—Ah —pronunció, exhalando—. Sos tú.
—¿Qué pasó? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Ah, solo estoy haciendo el regalo de Mike —respondió, quitando la manta y apartándose de la mesa para permitirle ver un busto de la cara de su hermano.
Daniel se aproximó y observó la obra detalladamente.
—Nunca en mi vida había hecho una escultura —comentó la artista.
—Pues te está quedando superbien. Le va a encantar; para él, los retratos no bastan.
Victoria rio.
—Voy a ir a la librería, por si se te ofrecía algo —agregó Daniel.
—Ah, sí. Me hace falta más arcilla, ya se me está acabando.
—Muy bien. Entonces regreso en un rato —se despidió, dirigiéndose hacia la puerta.
—Te acompaño —dijo la chica, deteniéndolo.
—¿Segura? —preguntó, volteándose.
—Sí, solo dejame buscar un suéter, ya está empezando a hacer frío —respondió, dirigiéndose hacia su closet para sacar uno.
Mientras tanto, Daniel se aproximó al lienzo terminado de Natalia.
—Te quedó súper hermoso —comentó el chico.
Victoria se aproximó tras él.
—Gracias, lo va a venir a recoger el jueves. Como te conté, me dijo que quería flores o un paisaje, pero se me vino a la cabeza ella sujetando un enorme ramo de flores. Usé algunos tonos similares a su cuarto para que combine.
—Está súper, te felicito —elogió, dedicándole media sonrisa a su amiga.
Los dos bajaron y entraron al carro. Victoria, por fin, se había animado a salir; sintió el impulso y se decidió antes de arrepentirse. No fue hasta que cruzaron el portón que comenzó a ponerse realmente nerviosa, y le fue inevitable disimularlo. Sus manos estaban un poco temblorosas y no hallaba una posición cómoda para colocarlas, su pulso estaba acelerado y la respiración le pesaba. Su mirada se alternaba entre la ventana del frente y la de su lado derecho.
—¿Estás bien? —preguntó Daniel, tras observar de reojo el comportamiento de su amiga.
—Sí.
—¿Segura? Es que te mirás nerviosa.
—Bueno, un poquito.
—¿Te da miedo salir?
—Mhm —respondió, asintiendo.
—Podemos regresar si querés.
—No, gracias, pero no. Voy a estar bien —aseguró, esbozando una sonrisa insegura.
—¿No querés poner música? —ofreció, pasándole su teléfono.
—Sí, gracias —dijo, tomando el aparato.
Victoria buscó en Apple Music la primera canción que se le vino a la cabeza para distraerse: Arms de Christina Perry. Al repetir la letra en su cabeza, sintió cómo su cuerpo se destensaba un poco. «Estás segura, nadie te puede hacer nada», dijo para calmarse.
—¿Mejor? —preguntó Daniel, dándole una rápida mirada.
—Sí, perdón.
—N'hombre, no te disculpés por eso. Poné toda la música que querrás.
—Gracias.
El chico le subió más el volumen, y su amiga sonrió. Victoria observó disimuladamente a su amigo, sintiendo cómo su tranquilidad la contagiaba. Justo como era de esperarse, el tráfico estaba terrible. Daniel pensó que, si hubieran salido más temprano, se hubieran ahorrado bastante tiempo.
—No pensé que habría tanto tráfico —comentó Victoria.
—Sí, hombre, justo salimos a la hora pico y la lluvia no ayuda.
—¿Y a qué tenés que ir a la librería?
—Para comprar material para un trabajo.
—Ah. ¿Y te queda mucho por hacer?
—Digamos que hoy no tengo planeado dormir —respondió, esbozando una sonrisa.
—¿Tan así?
—Sí.
—Te puedo ayudar si querés.
—Ala, gracias, pero no te quiero atrasar con la escultura.
—No te preocupés, no la voy a terminar hasta dentro de un mes. Es la primera vez que lo hago.
—¿De verdad?
—Sí.
—Gracias.
Victoria lo observó con media sonrisa en el rostro. Ya se había tranquilizado y se permitió a sí misma disfrutar el momento; mejor dicho, disfrutar de la compañía de Daniel.
—Qué bueno que estés más tranquila —comentó el chico, con la mirada fija al frente mientras avanzaban lentamente por la calle.
La chica rio levemente.
—¿Nunca has tenido miedo de hacer algo? —preguntó la copiloto.
—¿Cómo qué?
—No sé... Algo que sabés y querés hacer, pero te da miedo.
—Sí... ¿Por?
—¿Qué fue? Si se puede saber.
—Aunque no me lo creás, fue el haberte dicho que me gustabas.
—¡¿De veras?! —exclamó, volteándose para verlo más a detalle.
—Mhm.
—¿Por qué?
—Pues... aparte de que estabas con Mike, no creí que me pasarías balón.
—¡No!
—Sí —dijo, riendo—. Yo nunca le había confesado mis sentimientos a alguien, por lo menos no de ese modo. En realidad, nunca supe lo que era estar enamorado de verdad. Puede sonar supertonto, pero... solo lo sabés hasta que te pasa. Quería a Naty, pero no es que sintiera algo fuera de lo normal. Era como si me hubiera metido a esa relación porque sabía que me iba a dar cierta estabilidad, pero no sabía que el amor es lo que nos desestabiliza hasta cierto punto.
—M... —pronunció, asintiendo.
—¿Por qué la pregunta?
Victoria exhaló fuertemente.
—Es por mi papá —respondió, bajando la mirada hacia sus manos—. Sé que tengo que denunciarlo, pero no me atrevo. No es fácil denunciar a alguien que quieres mucho.
—Nunca ha estado en esa situación, y espero nunca estarlo, pero recordate que 'no hay mal que por bien no venga'. Ir a la cárcel va a ser muy duro, pero va a evitar que siga tomando. Estando básicamente solo, seguramente se va a dar cuenta de todo lo que hizo y lo que no. Las cosas no van a ser como antes, pero por lo menos podrás tener a tu papá de regreso, por así decirlo.
—No lo había visto de ese modo.
—De todos modos, hacelo cuando te sintás lista. Tomalo con calma, no es bueno tomar decisiones a la carrera.
—Gracias por el consejo.
—Cuándo querrás —dijo, dedicándole media sonrisa.
—Sobre lo que me dijiste... Estar enamorado es diferente a amar a alguien. Esa inestabilidad que mencionaste dura poco; el amor es diferente. El amor no conoce de tiempo o aspecto, pero sí de sacrificio. Es cuando ves todas las debilidades del otro y, aun así, quieres seguir a su lado, cuando no te da miedo ser transparente. Es ser capaz de dar lo mejor al otro y estar preparado para lo peor—. Suspiró. —El amor es muchísimas cosas.
—No me acuerdo si alguien me lo dijo o si lo leí en algún lado, pero dicen que amar a alguien es una elección.
—M... Sí y no. Yo diría que primero conocés a la persona y luego decidís quedarte o no.
—De todos modos, yo siempre te escogería.
—Dani... —masculló, desviando la mirada, avergonzada.
—Es cierto —aseguró, encogiéndose de hombros.
—Soy difícil de amar.
—Claro que no. No es difícil amar a alguien que te ama gratuita y desinteresadamente.
—Ay, yaaa —se quejó, cubriéndose el rostro con las manos.
El chico rio abiertamente.
—Mejor cambio la música —dijo la chica, fijando su mirada hacia el aparato nuevamente.
Tras un trayecto relativamente tranquilo, llegaron a Office Depot de Plaza Escala. Daniel se parqueó justo al frente.
—Si querés, solo me bajo yo y me esperás.
—Gracias.
—¿Querés que te deje la ventana abierta o te dejo encendido el carro?
—Mejor apágalo.
—Muy bien —. Apagó el carro. —De todos modos, te dejo las llaves por si acaso —indicó, tendiéndoselas para que las tomara—. Es arcilla modelable de la blanca, ¿verdad?
—Sí, gracias.
—Muy bien, ya regreso. Allí me escribís o me llamás por cualquier cosa. ¿Sí?
—Bueno.
El chico salió, y Victoria se quedó completamente sola, con las llaves tintinando entre sus manos. Tenía deseos de bajarse, pero el gran miedo que tenía le puso frenos a su impulso. Sentía cómo los nervios volvían de golpe. Si bien estaba más tranquila, su cuerpo y su mente aún estaban alerta. Cada cinco segundos revisaba todas las ventanas del carro, y ante el presentimiento de cualquier movimiento, se volteaba para ver quién se acercaba. La ansiedad la estaba comiendo viva, así que se aferró a las llaves, cerró los ojos y respiró profundamente. Sabía que no podía seguir así si quería volver a salir como antes. «Estoy bien y estaré bien. Él no está aquí, no sabe que estoy aquí», se dijo a sí misma para calmarse. Todo el rato estuvo intentando serenarse, pero sus nervios aún no cedían. Cuando Daniel abrió el baúl, la chica se sobresaltó tan bruscamente que sintió cómo su corazón se detenía por un segundo. Al percatarse de que se trataba de su amigo, exhaló aliviada. Daniel entró y, al ver a su amiga más asustada que nunca, se preocupó.
—¿Qué pasó?
—No, nada, solo me asustaste —respondió, regresándole las llaves.
—Perdón.
—No, no te preocupés.
—Te compré algo —informó, pasándole una bolsa plástica.
La chica la abrió y vio dos botes de helado Häagen Dazs.
—Mike me dijo que te gustaba esa marca —agregó Daniel.
Victoria sonrió ampliamente y sintió como ese simple gesto la tranquilizaba.
—Gracias —dijo, esbozando una sonrisa.
—No agradezcás. Si querés, te lo podés comer ya —aseguró, metiendo la llave para arrancar el carro.
—¿Y si mejor nos lo comemos aquí mientras baja el tráfico? Bueno, si te parece.
—Por mí está bien —accedió, soltando las llaves.
La chica le pasó el bote de helado sabor a chocolate amargo, y ambos comenzaron a comer. Quería un momento para poder relajarse un poco e, innegablemente, aprovechar para tener un momento a solas con él.
—Pregunta. ¿Con quién almorzabas en el colegio? —preguntó Daniel antes de llevarse una cucharada a la boca.
—A veces me quedaba con Sara, y a veces iba a la biblioteca a hacer tarea porque, al llegar a casa, tenía que hacerme cargo de la cocina y esas cosas. A veces no me daba tiempo de hacer tarea.
—O sea que solo Sara lo sabía, aunque no todo.
—Mhm.
—Y... ¿Tenías que ver el super y todo?
—Sí.
—¿Y por qué no nos lo contaste?
—No es fácil estar con alguien que no puede salir y que prácticamente cada semana tiene un golpe nuevo en la cara o en los brazos. Solo los hubiera hecho preocuparse, y yo me hubiera martirizado.
—Por lo menos ahora nos tenés a nosotros.
Victoria le dedicó media sonrisa mientras lo veía degustar el helado.
—Pero ahora todo será diferente —aseguró la chica, enterrando varias veces la pequeña cuchara de madera sobre el frío postre—. Lo voy a denunciar.
—¿Estás segura?
—Sí —respondió, asintiendo—. Quiero dejar de esconderme y de tenerle miedo a casi todo. Quiero tener una vida.
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