Quedate
Tras una animada velada, el peso del cansancio se hacía notorio en los adormilados ojos de Victoria.
—Tú no sos de desvelarte mucho, ¿verdad? —preguntó Daniel.
—Eh... No. ¿Por?
—Es que... Te mirás muy cansada.
—Ah —dijo, esbozando una sonrisa.
—¿Te vas a quedar? ¿O quedaron con Mike en llevarte a tu casa?
—Eh... Se supone que él me tiene que ir a dejar —respondió, buscando al susodicho con la mirada entre los invitados.
—Si querés, yo te llevo.
—Ay, no, cómo creés.
—Él siempre se queda casi que de último. No tengás pena.
—Ay, gracias, de veras.
—Vamos entonces si querés.
—Bueno.
Ambos se pusieron de pie y se dirigieron a la salida; sin embargo, Miguel los interceptó desde lejos y fue velozmente tras ellos.
—¡Hey! —exclamó antes de que los dos se voltearan—. ¿A dónde van?
—Voy a ir a dejar a Vicky a su casa —respondió Daniel.
—Solo... ¿Puedo hablar contigo un momentito? —le pidió a su amiga.
—Bueeeeno.
Miguel la tomó de la mano y se apartaron unos cuantos metros de Daniel.
—Quedate —pidió el chico.
—¿Qué?
—Sara tiene una cama extra en su cuarto; te podés quedar allí.
—Sabés que no puedo, Mike.
—Mirá, solo no regresés a tu casa.
—¿Estás bolo o algo? —preguntó Victoria sin creer lo que escuchaba.
—No.
—Digamos que me quedo hoy. De todos modos, tengo que regresar.
—Pues no lo hagás.
—¿En dónde se supone que me quede después?
—En mi casa.
Victoria exhaló pesadamente.
—Miguel... Es la casa de tus papás, tú vivís con ellos, no ellos contigo.
—Yo hablo con ellos.
—A ver, es casi seguro que no me van a dejar.
—Lo harán si les llegamos de sorpresa. Y sino encontramos otra solución, la que tú querrás. Sé que no querés denunciar a tu papá y está bien, pero no quiero que te siga lastimando. No quiero que algún día ya no respondás mis mensajes o mis llamadas, no quiero pensar que cualquier día podría ser el último, no quiero llegar a eso.
—Este tu plan tiene patas cortas. ¿Sabés?
—Pues armamos otro. Solo quédate, en serio.
Victoria analizó la situación en unos breves segundos. Estaba muy cansada, y era muy peligroso andar por la calle a esa hora, además de no querer que ese sentimiento de bienestar y seguridad terminara. Siempre había querido salir de la situación en la que estaba, pero no creía que esa manera fuera la más adecuada ni la más durable. Sin embargo, no podía ignorar que era una oportunidad que posiblemente solo se daría una vez.
—Bueno pues —accedió.
Miguel la abrazó, emocionado.
—No te preocupés, encontraremos algo —aseguró el chico.
—Eso espero.
—Vení —dijo, indicándole con la mano que lo siguiera de regreso junto a su hermano—. Vicky se va a quedar en el cuarto de Sara —le informó a Daniel—.Yo le aviso. Traje ropa extra en mi mochila para que la use de pijama.
—Esperate. ¿Tenías esto planeado? —preguntó Victoria, sorprendida.
—Sí. ¿Por?
—Zángano —dijo, cruzándose de brazos y entrecerrando los ojos.
Miguel rio.
—Entonces te dejo con Dani. Si necesitás algo, solo llamame. ¿Va?
—Bueno.
—Descansen —dijo Miguel, despidiéndose de su amiga de beso antes de adentrarse nuevamente en la fiesta.
—Buenas noches, Mike —le deseó Victoria.
—Qué bueno que te vayás a quedar —comentó Daniel, esbozando una sonrisa.
—Sí...
—Te acompaño al cuarto.
—Gracias.
Luego de que Daniel le hubiera entregado la ropa a su amiga y pedido unas cuantas cosas de aseo personal en la recepción, ambos se dieron las buenas noches. Victoria entró a la solitaria y oscura habitación para tomar un relajante baño. Tomando prestado el desmaquillante de Sara, retiró la sombra de ojos y el resto de maquillaje de su rostro. Una vez teniendo la cara completamente limpia, observó su reflejo. No había rastro de lo que había sido hace unas cuantas horas. Si bien seguía siendo ella, no era lo mismo. Literalmente, se sentía como Cenicienta: la magia del momento, con el hermoso vestido y el guapo príncipe, se había acabado, y ahora era tiempo de regresar a su realidad como limpiapisos; en su caso, limpiamesas. Había sido una de las mejores noches de su vida, pero tenía que aceptar que no fue nada más que un instante. Fingir y sentir que su vida no era fuera de lo común le había proporcionado un poco de alegría; sin embargo, era consciente de que eso no duraría por siempre.
Salió del baño, apagó las luces y se acostó a dormir. Por más que lo intentó, no pudo conciliar el sueño, ya que varios pensamientos catastróficos inundaron su mente, haciéndola entrar en un estado de ansiedad. Podía oír su acelerado pulso en los oídos, y ninguna posición era lo suficientemente cómoda. No podía evitar pensar en lo que podría pasar si se quedaba con los Köhler. Su padre seguramente se dedicaría a buscarla y, si la encontraba, no le importaría en lo más mínimo dañar a sus amigos y a su familia. Si bien sabía que tenía la oportunidad de escapar de una posible muerte, no estaba segura de que valiera la pena poner en peligro a los que más amaba y a los que más la habían ayudado. Pensó que, si tan solo no hubiera ido a la fiesta, se habría ahorrado todo eso, pero su complicada situación tenía que terminar tarde o temprano y, aunque no supiera el cómo, ese era el momento. Sin embargo, la consoló el haber asistido a una boda como invitada al menos una vez en la vida y el haber hecho muchas otras cosas más de las que nunca estaría arrepentida.
Victoria aún estaba despierta cuando Sara regresó de la fiesta. Esperó a que esta se durmiera para poder levantarse en máximo silencio, tomar un lapicero, un sobre y una hoja de papel de la habitación, y entrar al baño. Una vez dentro, encendió la luz y se apoyó sobre el lavamos para usarlo como escritorio. Ella solo era buena para expresarse pintando, no escribiendo, pero era lo único que tenía para dedicarle un último mensaje a Miguel. Se tomó el resto de la madrugada para redactar la carta lo más claro y perfecto posible, aunque con algunos tachones. Tras terminarla y ver discretamente en la ventana que el sol se asomaba, se cambió, guardó sus cosas y se dispuso a salir. No sabía cómo regresaría a su casa, aunque probablemente contrataría un Uber. Camino al lobby para desayunar, se encontró con Daniel, quien iba de regreso a su habitación del gimnasio.
—¿Vicky?
—Buenos días —le deseó la chica.
—Buenos días —dijo, observando que llevaba su mochila sobre la espalda—. ¿Ya te vas?
—Eh... Iba a... desayunar.
—¿Con tu mochila?
—Es que... después me iba a ir.
—¿Te urge regresar a tu casa?
—Un poquito.
Daniel sonrió ampliamente.
—Si querés, dame chance de bañarme; así desayunamos juntos para que no estés solita, y después te voy a dejar.
—No quería molestarte, estás como de vacaciones.
El chico rio levemente.
—No, cómo creés. Yo te llevo, sin pena.
—Bueno, gracias.
—Ahorita regreso —dijo, dirigiéndose a su habitación velozmente.
Victoria se sentó en una banca cercana a esperarlo, mientras la indecisión de quedarse o irse la atacaba otra vez. Era casi seguro que no volvería a ver a Daniel y entonces pensó si valdría la pena decirle toda la verdad, pero, si lo hacía, podía olvidarse de regresar a casa. La verdad era que no quería regresar, ya que la simple idea de vivir con ellos y escapar de su desdichada casa le hacía ilusión. Sin embargo, decidió olvidarse de esos deseos con tal de saber que ellos estarían bien si ella ya no estaba. Unos minutos después, vio a su amigo regresar con sus cosas y el cabello goteándole parcialmente.
—Ya —dijo Daniel, plantándose junto a ella.
Victoria esbozó una sonrisa mientras lo observaba a detalle para disfrutar esos últimos momentos con él.
—¿Qué pasó? —preguntó el chico, frunciendo el ceño.
—Nada. ¿Vamos?
—Vamos. ¿Qué tal dormiste? —preguntó, caminando junto a su amiga.
—Pues... Bien, gracias. ¿Y tú?
Se dirigieron al restaurante y desayunaron tranquilamente mientras conversaban animadamente de muchas cosas, bajo los suaves rayos de sol que se colaban por la ventana. Victoria gozó cada segundo de la presencia de Daniel y consideró una pena no poder repetir la ocasión de comer junto a su amigo, o por lo menos tener más tiempo con él. Se le hacía un nudo en la garganta cuando consideraba la posibilidad de decirle la verdad, pero su amor hacia él la detenía. Mientras más lo observaba, más su conciencia le gritaba que él estaría bien. El chico notó que su amiga lo observaba más de lo usual, pero le restó importancia y lo consideró un avance en su confianza mutua. Luego de hacer el registro de salida, se dirigieron al parqueo. Una vez cerca del carro de Miguel, Daniel lo encendió.
—Esperate... ¿Nos vamos a ir en carro de Mike? —preguntó Victoria, deteniéndose.
—Sí. ¿Por? —respondió, abriendo el baúl.
—¿No traías tu carro?
—No, me vine con mis papás. No te preocupés, se puede ir con Sara o con mis papás —aseguró, colocando su mochila sobre la parte trasera del carro.
—¿Y no se enoja? —preguntó la chica, colocando su mochila junto a la de su amigo.
—Nah.
Después se subieron al carro y emprendieron camino de regreso a la ciudad.
—Me encanta la Antigua —comentó Victoria, observando como las lindas casas quedaban atrás y se adentraban en la carretera.
La chica sonrió levemente, sintiendo cómo estaba cada vez más cerca de su casa y lejos de los momentos bellos que ya hacían parte del pasado.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —preguntó Daniel.
—Decime —respondió, volteándolo a ver.
—Podés no responderla, si querés.
—Okey...
—¿Por qué te alejaste de todos?
—Ah. Es... Em... Es que... —titubeó, pensando en qué decir para ser sincera, pero sin soltar toda la verdad—. La verdad, no estaba bien emocionalmente. Creo que quería estar sola, sabés... La muerte de mi mamá me hizo reconsiderar muchas cosas y me movió todo.
—¿Pero por qué?
—No sé, simplemente creía que nadie me entendería. Todos estaban tan bien que no quería contagiarlos de mi tristeza.
—Tal vez no perdí a mi mamá como tú, pero puedo entenderte, aunque sea un poquito.
—¿Ah, sí? —preguntó con el ceño fruncido.
—Mhm —asintió—. Vi morir a mis dos abuelos maternos el mismo año.
—¿Hace cuánto fue eso?
—Hace dos años, por ahí. Recuerdo que me puse supermal. Casi ni comía ni tenía ganas de nada. Es que pasaba mucho tiempo con ellos. Eran de esos abuelitos dulces. Mi abuela cocinaba sus famosas galletas para Navidad, y mi abuelo era el que me enseñaba muchísimas cosas; me enseñó a manejar bicicleta y luego el carro. Él fue el que falleció primero de un infarto. Yo estaba allí cuando pasó todo en la sala de su casa. Meses después, fue mi abuela. Ella falleció por falla respiratoria, pero la tristeza fue lo que más acabó con ella.
—Por lo menos te los gozaste. No es por nada, pero se puede decir que yo no tuve abuelos. Todos fallecieron cuando era pequeña.
—Sí... Tal vez mi tristeza no se compara con la tuya, pero sé lo que se siente perder a alguien que estuvo la mayor parte de tu vida contigo. Sé cómo se siente recordar a alguien que ya no está. Y, te digo algo, la compañía es la mejor medicina para la tristeza. Aferrarse a ellos es una de las muchas cosas buenas de la vida. Está bien si querés estar solo por un tiempo, pero es mejor si te rodeás de gente querida. Son lo que te queda todavía, y no sabés cuando se van a ir, así que es mejor si los disfrutás lo más que podás. Y son los únicos que pueden entender tu dolor.
Victoria dirigió su mirada hacia el frente, pensando en su papá. Daniel la miró de reojo.
—¿Qué pasó? —preguntó el chico.
—Nada.
—¿Entonces por qué estás así?
La chica no pudo contener las lágrimas que brotaban de sus ojos.
—Perdoname si te puse triste, no fue mi intención —se disculpó Daniel.
—No, no te preocupés —aseguró, secándose el rostro con las manos y esbozando una sonrisa—. Es solo que me puse sentimental y pensé en mi papá.
—Y... ¿Cómo es él?
—Es... súper cariñoso —respondió con voz temblorosa—. Siempre se preocupa por mí y de cómo estoy; me pregunta cómo me fue cada noche y cómo dormí cada mañana. Es... de esos papás que ponen atención a los detalles, que va a tu cuarto solo para revisar cómo estás, aunque a veces te moleste. Es... Es un buen papá.
—Espero poder conocerlo algún día.
Durante el camino, la duda albergaba la cabeza de Victoria, poniéndola cada vez más nerviosa a medida que se aproximaba a su destino. Daniel tenía razón en afirmar que rodearse de gente querida mejoraba cualquier situación, de modo que a Victoria no le fue difícil darse cuenta de que los Köhler eran el salvavidas más seguro y cercano; sin embargo, aún tenía a su papá. Si bien no era una tan buena compañía, era la única familia que se había quedado con ella. En tan solo unos cuantos minutos, tenía que decidirse entre ambos. Transcurrido ese tiempo, por fin habían llegado al portón.
—¿No querés que te deje al frente? —preguntó Daniel.
—No, no te preocupés, aquí está bien. Gracias.
—Muy bien.
Ambos bajaron del carro y el chico abrió el baúl para sacar la mochila de su amiga y ayudarla a ponérsela.
—Gracias por traerme.
—No hay problema, me encantó pasarla contigo —aseguró con media sonrisa en el rostro.
—Antes de irme... quería decirte algo importante.
—Mhm.
Victoria lo miró directo a los ojos, intentando contener el llanto que delataría el huracán de emociones que sentía.
—¿Qué cosa, Vicky? —preguntó Daniel, serio y casi en un susurro.
La chica se acercó aún más a su amigo, sin despegarle la mirada de encima.
—Quería decirte que sos una persona muy especial, sobre todo para mí —dijo, forzando una sonrisa.
Daniel exhaló bruscamente.
—¡Ah! —exclamó, colocando la mano sobre su pecho—. Pensé que era algo malo; ya me habías asustado.
Victoria rio levemente.
—Tú también sos muy especial para mí, Vicky, de verdad —aseguró Daniel—. Y no solo ayudaste a Mike, a mí también. Eres de las pocas personas con las que disfruto estar.
Tras dirigirse una mutua y sincera sonrisa, la chica tomó suavemente el rostro de su amigo entre sus manos y se aproximó muchísimo más a él. Tenía la intención de cumplir un último deseo antes de no volver a verlo: darle un beso. Por su lado, Daniel se puso nervioso al no saber lo que Victoria pretendía; podía deducirlo, pero no tenía la certeza de que lo fuera. Aun así, también se acercó más a ella. «No puedo hacerle esto», se dijo la chica a sí misma. Finalmente, Victoria depositó un beso sobre su mejilla antes de dedicarle una tierna mirada.
—Adiós, Dani —se despidió tras soltarlo.
—Adiós.
Victoria se dirigió hacia el portón.
—¡Nos vemos el lunes! —exclamó Daniel, deteniéndola.
La chica, con una mano en la puerta del portón, se volteó a medias y sonrió ampliamente.
—¡Nos vemos! —se despidió antes de cruzar el portón.
Un mar de llanto la invadió mientras se dirigía a su casa a paso lento.
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