Por qué te fuiste
Después de unas cuantas horas de dormitar, Miguel se desperezó y se sentó sobre la cama. Vio una pequeña nota sobre la mesa de noche que separaba su cama de la otra. Extrañado, la tomó y leyó.
"Fui a dejar a Vicky a su casa. Me llevé tu carro. – Dani"
Miguel se puso de pie de golpe y tomó su teléfono para llamar a su hermano mientras guardaba sus cosas precipitadamente.
—¿Ya te amaneció? —bromeó Daniel de su lado de la línea.
—Por favor, decime que Vicky sigue con vos.
—No... La acaba de dejar en su casa. ¿Por qué?
Miguel exhaló pesadamente y comenzó a guardar sus cosas rápidamente.
—Escuchame bien y prométeme que vas a hacer todo lo que te diga.
—¿Por qué?
—Te explico después —respondió, casi tropezándose con sus zapatos.
—¿Qué está pasando?
—¡Solo poné atención! No te alterés, pero esto es una emergencia. No quiero ser dramático, pero es de vida o muerte.
—¿Tiene que ver con Vicky?
—Sí. Ahora escuchá. Ahorita voy a salir para allá. Vos buscá en la casa dos cosas que sirvan como arma.
—¡¿Qué?!
—¡Solo hacé lo que te digo! ¡¿Estamos?!
—¡Está bien! Calmate...
—Buscá algo que sirva de pasamontaña o sino andá a comprar unos dos, rápido. Escogé ropa negra para los dos, solo negra. Llevá también guantes negros, dos pitas gruesas, una bolsa negra para basura y masking tape del duro. Ponelo todo en una mochila. Te aviso cuando esté cerca de la casa, así cuando llegue solo me meto al carro y vamos a la casa de Vicky. ¿Entendido?
—¿Vamos a enterrar un cadáver o algo por el estilo?
—¡Vos solo hacelo!
—¡Bien!
—Nos vemos.
Aceleradamente, se cambió, ni siquiera se bañó, y terminó de guardar sus cosas. Tras hacer el registro de salida del hotel, se dirigió hacia el restaurante.
—Buenos días —le deseó Sara, quien desayunaba tranquilamente con sus hermanos.
—Buenos días. Disculpá la molestia. ¿Será que me podrías prestar tu carro? Es que tengo una emergencia.
—¿Qué emergencia? —se alteró la chica.
—Una emergencia. Te prometo que te lo devuelvo sano y salvo. Porfa.
Sara lo observó con los ojos entrecerrados.
—¿No me estarás engañando?
—Te prometo que te cuento después, solo prestámelo, porfa.
—Va, pues —accedió, sacando las llaves de su bolsa de mano.
Miguel exhaló, aliviado.
—Gracias.
—Tiene que ver con Vicky, ¿verdad? —preguntó antes de entregarle las llaves.
Miguel la observó con el entrecejo fruncido. Sara suspiró y sacó se su bolsa una carta con su nombre escrito y se la entregó.
—La dejó sobre la mesa de noche —agregó la chica—. Solo espero que no vayás a hacer algo indebido.
—Gracias —dijo, recibiéndolo el sobre—. ¿Le podrías decir a mis papás que tuvimos una emergencia?
—¿Y si me preguntan qué emergencia?
—Deciles que me llamen, o a Dani.
—Okey.
—Va. Gracias, en serio. Nos vemos —se despidió de beso.
Tras despedirse del resto de sus primos, Miguel salió velozmente del hotel en dirección a la ciudad. Iba lo más rápido que podía, pero con cierta precaución, pues no quería accidentarse o dañar el carro de su prima. Le mandó un mensaje a Daniel para pedirle que no respondiera las llamadas de sus papás, y a su mamá.
"Estamos bien mama 😊"
Sin embargo, eso no evitó que Mariana le mandara muchísimos mensajes y recibiera llamadas de ella y su papá, las cuales ignoró. Tal y como lo planearon, Miguel parqueó el carro de Sara frente a la casa antes de pasarse al suyo, donde lo esperaba su hermano de piloto.
—¿Y esa carta? —preguntó Daniel.
—Después te cuento, pero mejor ahora te explico lo siguiente —dijo Miguel, guardándola en la guantera.
—Esperate —lo interrumpió su hermano, mientras manejaba—. Accedí porque se trata de Vicky, pero todo esto no me parece correcto, siquiera legal. Así que no voy a hacer nada hasta que me expliqués qué está pasando.
—No te voy a meter en problemas, solo confía en mí. ¿Sí?
Daniel lo miró de reojo, no muy convencido.
—Te lo explicaré todo después, lo prometo. Pero en serio necesito tu ayuda —suplicó Miguel.
El piloto no sabía si confiar en su hermano, ya que siempre había tenido el temor de ser decepcionado. Nunca confió en que su hermano mantuviera sus promesas o buenos propósitos; después de todo, siempre recaía en sus problemas con el alcohol. Sin embargo, no podía negar el hecho de que Miguel había comenzado a cambiar y, por esa vez, decidió hacerlo.
—¿Qué sigue? —accedió Daniel.
Miguel sonrió ampliamente.
—¿Qué trajiste como arma?
—Traje la llave más grande que encontré y un martillo.
—Va, entonces escuchá...
Al llegar frente al portón, se pusieron la ropa negra y los pasamontañas. Mientras Miguel se bajaba para cubrir las placas del carro con la bolsa y el masking, Daniel sacó del baúl las sogas, el martillo y la llave que había llevado como arma. Después se metieron nuevamente al carro y se parquearon frente a la casa.
—Por cierto —dijo Miguel antes de bajarse—. Ni se te ocurra hablar, y mucho menos decir nuestros nombres.
—Muy bien —dijo Daniel, con los nervios de punta.
—Todo va a salir bien, no te preocupés —lo calmó su hermano, dándole dos palmadas sobre el hombro.
Ambos bajaron del carro, dejando la puerta del piloto y la del asiento trasero abiertas, y tocaron el timbre. Mauricio, ebrio, se levantó del sillón de mala gana y abrió la puerta. Al nada más divisar su objetivo, Daniel golpeó el rostro del hombre con el martillo, tirándolo al piso. Los dos se abalanzaron sobre él y lo amarraron de pies y manos, mientras este se quejaba de dolor e intentaba liberarse. Luego Daniel le delegó el martillo a su hermano y subió velozmente al cuarto de Victoria. No fue necesario que abriera la puerta para ver la horrenda escena que yacía entre esas paredes. Su amiga estaba tirada sobre el piso, inconsciente y rodeada de charcos y manchas de sangre. Asustado y sin pensarlo dos veces, se arrodilló sobre el piso y se aproximó para verla más detenidamente. Casi todo su cuerpo tenía golpes, y no era difícil deducir que tenía varios huesos rotos, además de notar varios manchones que evidenciaban lo mucho que luchó para protegerse. El chico colocó ambos dedos sobre la yugular de Victoria para ver si aún tenía pulso. Era leve, pero lo tenía. Con máximo cuidado, la levantó del piso y bajó. Se precipitó hacia el carro para acostarla sobre los asientos traseros y subirse al baúl. Mientras tanto, Miguel buscó un chuchillo en la cocina para dejarlo sobre el piso a fin de que Mauricio pudiera liberarse más tarde, aunque a una distancia prudente. Después cerró la puerta de la casa y ocupó el lugar del piloto para dirigirse al hospital.
—¡¿Por qué no me dijeron nada?! —se quejó Daniel mientras se cambiaba la ropa.
—¡Solo cambiate rápido! —exclamó, quitándose el pasamontaña mientras manejaba—. ¿Cómo está Vicky?
Tras acomodarse la camisa, Daniel se asomó desde atrás y extendió el brazo hacia la herida para revisar el pulso una vez más.
—Sigue viva, pero meté la pata si querés llegar.
A mitad del trayecto y asegurándose bien que no hubiera ningún otro carro cerca, Miguel se aorilló para quitar las bolsas sobre las placas y cambiar de lugar con su hermano. Después de cambiarse y guardar todo en la mochila, Miguel se dedicó a inspeccionar a su amiga. Entre la penumbra, pudo ver los numerosos golpes que Mauricio le había impartido. Su rostro era más morado y pálido de lo que solía ser, y estaba parcialmente desfigurado.
—Por qué te fuiste —susurró tristemente.
Sacó su camisa negra de la mochila y le secó la poca sangre del rostro. Delicadamente, tomó la fría mano de su amiga entre la suya y le dio un beso sobre a frente. «Solo aguantá un poco más, yo sé que podés», le pidió a Victoria mentalmente, como si ella pudiera escucharlo dentro de su inconsciencia. Minutos más tarde, llegaron al hospital del Pilar y se parquearon frente al área de emergencias. Daniel se bajó, pidió ayuda y abrió la puerta. Inmediatamente, llevaron una camilla para colocar a la agonizante sobre esta.
—Se llama Victoria Rogelia Álvarez Cruz, tiene veinte años, su tipo de sangre es A positivo y tiene anemia —informó Miguel velozmente, ayudándolos a bajar a su amiga.
—¿Cuál fue el accidente? —preguntó un paramédico mientras revisaba a la chica.
—La encontramos en la calle, es una amiga.
—Muy bien.
Los paramédicos se adentraron rápidamente en el hospital. Daniel sintió el impulso de seguir a su amiga para acompañarla, pero se detuvo cuando cruzaron la puerta, consciente de que no lo dejarían pasar. Así que, junto con su hermano, se quedaron observando cómo ella desaparecía a lo lejos por el pasillo.
—Llamá a mama y papa —indicó Daniel, acercándose a la secretaria para dar información y completar el papeleo.
Miguel obedeció y reunió fuerzas para salir y hacer la llamada.
—¡Qué es eso de no estar contestando! —se quejó Mariana.
—Perdón, mama, es que teníamos una emergencia.
—¡¿Qué emergencia?!
—Es que... Vicky tuvo un accidente. Estamos en el Pilar.
—¡¿Y por qué no dicen nada?! ¡Vamos para allá!
—Va.
Luego de colgar, regresó a la sala de espera, donde descansaba Daniel sentado en uno de los sillones, junto a la máquina de chucherías. Tenía los codos recostados sobre sus rodillas, procesando todo lo que había pasado.
—Ya vienen en camino —informó Miguel mientras sacaba dinero de su billetera para la máquina.
—¿Están enojados?
—Más que enojados.
—A ver si estoy entendiendo bien... El papá de Vicky es alcohólico, por eso perdió su trabajo y la hace trabajar para poder cumplir con los gastos de la casa; bueno, sus gastos. Sin mencionar que le pega cuando se le da la regalada gana y prácticamente no la deja salir.
—Así es.
—Wow, ya... —dijo, resoplando y sobándose el rostro de lo consternado que estaba—. Y yo soy el último en enterarme... Por eso la ibas a visitar en la noche.
—Sip —afirmó, metiendo un billete de diez quetzales a la máquina.
—¿Por qué no me dijeron nada? —preguntó Daniel, observándolo.
Miguel exhaló bruscamente.
—Vicky no quería que lo supieras. ¿Querés algo? —ofreció, señalando la máquina.
—No, gracias. ¿Por qué?
—Creo que quería que la quisieras por lo que era y no por lo que había pasado —respondió, tecleando el código de unas galletas Chips Ahoy!.
Luego de que cayeran y las recogiera, tecleó el código para sacar una botella con agua pura.
—¿Hace cuánto está pasando esto? —preguntó su hermano.
—Varios años, prácticamente desde que la mamá de Vicky falleció.
—¿Por eso se alejó de todos?
—Ajá —respondió, sacando su botella con agua antes de sentarse junto a él.
—Por eso lo tenías todo súper bien planeado...
—Pues... sí.
—¿O sea, que la cicatriz que tiene en la nuca se la hizo su papá?
—No, fue del accidente —aseguró, abriendo el paquete de galletas.
—¿Y la de la panza?
—Esa sí fue él, pero no me corresponde a mí contártelo.
—Hombre, si ahora ya sé todo.
—Yo sé, pero le prometí que no te contaría nada.
—No entiendo por qué no me lo dijo. No la hubiera juzgado.
Miguel se encogió de hombros mientras saboreaba las galletas.
—¿Cómo podés estar tan tranquilo? —preguntó Daniel.
—Que no esté como vos no significa que esté tranquilo. Comer me calma. Si por mi fuera, me comería todas las galletas de la máquina.
—Eso se llama ansiedad.
—Ni modo —dijo, encogiéndose de hombros.
—Hubiera podido ayudarla.
—No te martiticés por eso; no te hubiera dejado —aseguró, arrugando el empaque de galletas entre su mano derecha—. Yo intenté hacerlo con este tema de la boda, y mirá cómo terminó todo.
—¿Por qué no lo denuncia?
—Es como si vos me denunciaras o a alguno de nuestros papás.
—Perdón, pero yo lo haría si quisieras matarme.
—Va, pero ella no es vos.
Daniel asintió, dirigiendo su mirada hacia el vacío.
—Tendrás todas las respuestas que querrás cuando ya esté bien —intentó tranquilizarlo Miguel.
—No sabemos si despertará.
—Yo sé que lo hará, siempre lo hace.
—Está bien que querrás ser positivo, pero en esta situación es mejor si sos realista.
—Ser realista es aburrido.
—Puede ser, pero es menos doloroso cuando la realidad se te viene encima.
—¿Cuánto creés que...?
Miguel no terminó la frase, ya que sus padres entraron veloz y notablemente preocupados. Ambos chicos se pusieron de pie y los saludaron.
—Cuando lleguemos a la casa, los voy a jalar de mocho —sentenció Mariana entre dientes—. ¿Qué pasó?
—Vengan —pidió Miguel, saliendo al parqueo.
La señora Köhler lo haló del brazo.
—No muchachito, nos lo dice aquí.
Miguel analizó su entorno. Si bien había gente, estaban lejos y distraídos. Exhaló pesadamente.
—Va pues, pero se los voy a tener que contar quiedito y súper resumido —advirtió el chico, aproximándose más a sus padres—. El papá de Vicky es alcohólico desde que falleció su mamá y le pega, solo que esta vez se le pasó la mano.
—Dios mío. Hay que...
—No —la interrumpió Miguel—. Vicky no quiere denunciarlo.
—¡¿Pero entonces qué se supone que hagamos?!
—Shhh... —pronunció el chico, viendo disimuladamente a todos lados para ver si no habían llamado mucho la atención—. Sé que hacerlo sería lo correcto, pero de nada va a servir si ella lo niega.
—¿Victoria Álvarez? —preguntó un doctor, saliendo del área de emergencias.
—Sí —dijo Miguel, acercándosele rápidamente.
El resto de los Köhler fue tras él.
—¿Es usted un familiar?
—No, pero no tiene a ningún otro; todos fallecieron. ¿Cómo está? —preguntó el chico.
—¿Conocen a la paciente?
—Sí, es nuestra amiga, pero no la veíamos hace años.
—Está bien. Ahora está en cirugía, una costilla rota le atravesó el pulmón. Le tomamos unas cuantas radiografías, tiene el brazo, varios dedos y la pierna rotos.
—Pero... sí se va a curar...
El doctor esbozó una triste sonrisa.
—Perdió mucha sangre y la anemia empeoró todo. Como vino de emergencia, no sabemos si hay algún otro órgano dañado y, por los golpes en la cabeza, es posible que tenga una contusión o daño cerebral, pero no lo sabremos hasta que despierte y le hagamos más estudios.
—¿Eso quiere decir que es poco probable que sobreviva? —preguntó Mariana.
—Haremos lo posible, pero su caso es muy grave.
Todos guardaron silencio durante unos segundos, sintiendo el impacto de aquellas palabras removerles las emociones.
—¿Saben qué pasó con ella? ¿Si alguien la agredió? —indagó el doctor.
—No, para nada. Estábamos regresando a nuestra casa hasta que la vimos en el piso. Nos bajamos del carro para ver quien era y la reconocimos. Después la trajimos aquí —mintió Miguel.
—¿Y no saben de alguien que viva con ella o esté relacionado?
—No, lo último que supimos era que vivía con una amiga, pero no sabemos si sigue con ella.
—Sería bueno que averiguaran algo. Tiene varias cicatrices y rastros de huesos rotos, y puede ser que haya sufrido algún tipo de abuso.
—Lo haremos, gracias.
—Muy bien. Los mantendremos informados del estado de la paciente.
—Muchas gracias, doctor —dijo Mariana, mirando el gafete— Martínez.
—Es un gusto. Con permiso —se excusó antes de retirarse.
—Ahora... —dijo Miguel, volteándose hacia sus padres— déjenme aclararles las cosas.
—Yo... voy a ir a caminar un rato —informó Daniel antes de entregarle las llaves del carro a su hermano y dirigirse hacia la salida.
—No se vaya tan lejos —pidió Mariana.
—No —dijo, siguiendo su camino a paso lento.
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