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Mejores amigos por siempre

La relación entre los hermanos Köhler estaba mucho mejor de lo que cualquiera hubiera pensado. Ninguno hablaba de Victoria o de lo acontecido; no para evitar problemas, sino porque no les aportaría nada más que un sentimiento de vacío, melancolía y disgusto. Todo iba tan bien que Daniel se dijo a sí mismo varias veces que tal vez era mejor estar lejos de Victoria, que debían mantenerse lejos de ella para estar bien y que, con el tiempo, todos se irían acostumbrando. Sin embargo, los días que siguieron a aquel lunes, la chica no dejaba de rondar sus pensamientos. Daniel sentía una pequeña voz que, aunque estuviera pensando en algo en concreto, susurraba recuerdos de ella. Durante las noches, era en lo último en que pensaba antes de quedarse dormido. El rostro de Victoria era una perenne imagen en su cabeza, una escena fija en la película diaria de su día a día. Miguel también pensaba mucho en la chica, pero, más que todo, estaba preocupado por ella. A pesar de alegrarle que aún siguiera pintando, le intrigaba y, hasta cierto punto, angustiaba no saber si Mauricio le había vuelto a golpear o hecho algo peor. Le atemorizaba no estar allí para ella. No obstante, confió en que le diría si se viera en aprietos.

—¡Yes! Cuatro a uno —exclamó Miguel tras marcar un punto mientras jugaba ping pong con su hermano en el garaje.

Daniel tuvo que correr tras la pelota, que se dirigía hacia la calle, para mojarse lo menos posible. De regreso frente a la mesa, se la pasó a su hermano.

—¿La extrañás? —preguntó Miguel—. Pero sin pajas, decime la verdad.

—Sí, la verdad sí.

—Yo también. Literalmente ella no hacía nada, pero se hace extrañar. Es como si su presencia llenara todo el lugar.

—Sí... La fui a ver el lunes.

—¡¿Qué?! —pronunció, deteniendo su saque—. Mama dijo que no podíamos ir.

—Yo sé...

Miguel sonrió ampliamente.

—¡Rompiste las reglas! —exclamó, señalándolo con la raqueta—. No sos tan perfectito que digamos.

—Ay, no exagerés.

—Hombre, dejame disfrutar el momento.

—No es la gran cosa —afirmó, bajando la mirada hacia la raqueta que sostenía entre sus manos.

—Para vos, sí. ¿Y a qué fuiste?

—Quería ver si podíamos volver a ser amigos, pero no quiso.

—No me extraña, eso normal en ella. Está acostumbrada a pensar siempre en los demás más que en sí misma. Es bueno, pero exagera un poco.

—Ah...

—Mirá. Quiero que sepás que no me va a importar si están juntos, así que podés confiarme o preguntarme lo que querrás. Prefiero que esté contigo que con cualquier otro imbécil.

—¿Como vos?

—Ja, ja, ja. Chistosito.

Daniel sonrió ampliamente.

—Lo de Vicky y yo nunca va a pasar.

—¿Podés leer el futuro? No. Así que no podés saber lo que va a pasar —aseguró, preparándose para el saque.

—¿Y si hacemos un pacto de hermanos y prometemos no dejar que ninguna chica se interponga entre nosotros?

—Nop.

—Mike...

—No me voy a involucrar en un trato que sé que no se va a cumplir —dijo, encogiéndose de hombros—. Ya viste que tengo experiencia en romper tratos.

Daniel rio levemente.

—¿Y si la excepción es Vicky?

—Ese sí me gusta. Pero ni creás que me voy a escupir la mano para después dártela.

El chico volvió a reír.

—En fin, lanzá ya, así te chamarreo.

***

Desde que Victoria se había alejado de los hermanos Köhler, su vida se había vuelto bastante monótona. No tenía nada de qué quejarse, trabajaba en lo que más le gustaba, y su papá no sospechaba nada. Sin embargo, se había acostumbrado tanto a los mensajes y llamadas de Daniel o de Miguel que ahora sentía que le faltaba algo. Hacía tiempo que no bajaba por la soga ni alguien subía por ella, y temía que esta se rompiera del desuso. Apoyó los codos sobre la ventana y observó el cielo. Esperaba ver, al menos, algunas cuantas estrellas, pero no se veía más que la negrura de las nubes que amenazaban con hacer llover. Victoria oía las horrendas carcajadas, provenientes del primer nivel, de su padre y sus amigos. Luego de unos cuantos minutos durante los cuales luchó contra el sueño, Mauricio la llamó. Con el cuchillo de la navaja bajo la manga de su sudadera, respiró profundamente y acudió.

—¿Sí? —dijo tras haber entrado a la sala.

Los hombres la miraban de pies a cabeza, completamente alcoholizados.

—Acércate, que te quieren ver —ordenó Mauricio.

Con los nervios a flor de piel, se colocó al centro de la sala. Un hombre le tocó el muslo, lo cual fue suficiente para que corriera hacia la entrada de la casa. Sin embrago, el invitado logró alcanzarla, tomándola bruscamente de la cintura para hacerla regresar. Victoria luchó para deshacerse del agarre, pero fue inútil, así que, como pudo, sacó el cuchillo y se lo ensartó sobre la mano. El agresor la soltó, emitiendo un quejido de dolor. Una vez liberada y sin soltar la navaja, salió velozmente de su casa y corrió lo más rápido que pudo. Escuchó de lejos los gritos de su papá, quien le exigía que regresara. No sabía hacia dónde se dirigía, solo quería estar la suficientemente lejos. Cuando sintió que sus pulmones ya no daban más de sí, se puso bajo un farol. Un trueno le avisó de que llovería pronto. Se sentó sobre la acera para recuperar el aliento. Caminó a paso apresurado por las desoladas calles hasta encontrar un sitio techado y, por lo menos, más seguro que la calle. Antes de que pudiera llegar hasta la fachada de la tienda Delicadezas Españolas, la lluvia la había alcanzado.

Estando un poco más calmada y bajo el amparo del toldo, le prestó atención a la navaja que aún sostenía con fuerza entre su trémula mano. Tenía sangre. Agarró la manga de su sudadera y dudó si limpiarla con ella, pero optó por guardar el cuchillo y, después, el artefacto de regreso a su bolsillo. Se dejó caer sobre el frío y duro cemento, se hizo un ovillo y se echó a llorar para desahogar todo el pavor. Estaba de más decir que una gran paliza le esperaba al regresar, pero le importó muy poco. Aunque era la tercera vez que pasaba algo así, nunca conseguiría acostumbrarse. A Victoria no le agradaba tener que lastimar a alguien, y mucho menos de manera tan salvaje; sin embargo, eran ellos o ella. Las secuelas del escape y el verse forzada a quedarse en vela por la inseguridad de la calle, la fatigaron de manera exorbitante. Estaba segura de que, si cerraba los ojos, sería capaz de quedarse profundamente dormida. Entonces pensó en Miguel y en el último mensaje que había recibido de él. No tenía a nadie más a quién recurrir. Sacó el teléfono de su bolsillo y se quedó observando la pantalla durante varios minutos. Sentía si le pedía un favor tan grande, solo lo estaría utilizando; después de todo, hacía varios días que no hablaban, y lo había dejado en visto. Sin embargo, no tenía otra opción; era llamarlo o arriesgarse a quedarse vagando por las calles. Así que le mandó un mensaje.

"Hola Mike"

"Estás despierto?"

Tras una espera de cinco largos minutos, durante los cuales el frío comenzaba a calarle los huesos, se decidió a llamarlo. No contestó a la primera, pero, afortunadamente, la vibración del aparato consiguió despertarlo para el segundo intento.

—¿Aló? ¿Mike?

—Hola, Vicky —saludó con una voz ronca y adormilada.

—Perdoná que te moleste.

—No, decime —dijo, reincorporándose sobre la cama.

—Es que... Estoy en la calle.

Miguel apartó el teléfono de su oído para revisar la hora. Era la una de la mañana. Se puso de pie de golpe.

—¿Estás bien? ¿No te hicieron nada?

—No, no me hicieron nada.

—Va, mandame tu ubicación —pidió, abriendo su closet para sacar una chumpa.

—Gracias, de veras.

—No te preocupés, voy para allá.

Miguel, luego de cubrirse, agarró una mochila para meterle una toalla, una sudadera y una sombrilla. Antes de salir de su cuarto, se detuvo de golpe al recordar que había acordad con sus padres avisarles siempre adónde iría. Sin embargo, se escudó en el hecho de que tratarse de una emergencia. Agarró rápidamente un post-it y lápiz y escribió lo siguiente sobre su escritorio: "Vicky tuvo una emergencia, tuve que salir a ayudarla." Luego, sigilosamente, salió de su cuarto, bajó las escaleras, se metió dentro del carro y salió.

Ese emergente escape no pasó desapercibido ante su hermano. Daniel lo había escuchado salir de su cuarto, pero pensó que era su imaginación y decidió ignorarlo. Después escuchó a un carro salir a proximidad, así que se precipitó hacia la ventana de su cuarto para ver el frente de la casa. Tras un lapso de debilidad y mareo por el arrebato a dichas horas de la madrugada, observó el carro de Miguel alejarse en la penumbra. Pensó que tal vez se equivocaba de carro, así que se dirigió al cuarto adyacente. Abrió la puerta lentamente. Al ver que no había nadie sobre la cama, se animó a abrirla en su totalidad y entrar. Efectivamente, Miguel se había ido. La nota escrita sobre un post-it llamó su atención. Como siempre, seguramente no era prudente ir, pero, de todos modos, fue. Bajó, se metió al carro, buscó la ubicación de su hermano y fue tras él.

Miguel llegó rápidamente a la ubicación de Victoria. La chica, al ver el carro aproximarse velozmente, se levantó de golpe. El chico se parqueó frente a la tienda, tomó la sombrilla y salió al encuentro de su amiga.

—Hola —saludó Miguel.

Victoria estaba tan tensa, se conmovió tanto y se sintió tan segura que simplemente se abalanzó sobre él para abrazarlo fuertemente.

—Gracias, Mike —dijo entre el llanto.

El chico sonrió y le devolvió el abrazo, aferrándose a ella para dejar que su cercanía le calentara el corazón. Tener entre sus brazos a Victoria una vez más le hizo ver lo mucho que se necesitaban y que, por más lejos que estuvieran uno del otro, siempre encontrarían la manera de regresar con el otro. Además, le gustaba la idea de ser su lugar seguro y la primera persona en ser llamada para socorrerla. Unos segundos después, sobre el hombro de su amiga, vio como un carro similar al de su hermano se parqueaba a la tienda de al lado. Le extrañó, pero prefirió pensar que solo era una coincidencia.

—Te traje una sudadera y una toalla por si estabas mojada —informó Miguel luego de separarse.

—Gracias.

El chico la encaminó hacia el asiento del copiloto y, una vez los dos dentro, le dio ambas cosas. Claramente, se volteó cuando Victoria se quitó lo de encima para ponerse la sudadera.

—Perdón por haberte dejado en visto —se disculpó la chica.

N'hombre, me lo merecía.

Victoria rio levemente.

—Disculpá que te haya levantado tan temprano.

—Dejá de disculparte. Yo fui el que te dijo que me llamaras cuando tuvieras problemas.

—Sí, gracias por eso.

—Em... No he tenido oportunidad de decírtelo, pero... En serio lo siento.

La chica le dedicó una tierna sonrisa.

—Está bien, Mike; yo también lo siento. Pero ya pasó. ¿Qué tal has estado? ¿Qué tal todo con Dani? —preguntó, removiéndose sobre el asiento para quedar frente a su amigo.

—Bastante tranquilo, la verdad.

—Me alegro.

—Extrañándote mucho.

—Yo también los extraño un montón.

—¿Entonces por qué rechazaste a Dani?

Victoria desvió la mirada, esbozando una sonrisa.

—Ya te contó...

—Sí, ahora nos contamos todo.

—¡¿Todo?! —preguntó, alarmada.

—Sí... —dijo, frunciendo el ceño—. ¡Ah! Pero no, no le he contado nada de ti.

—Ah, menos mal —dijo, llevándose la mano al pecho—. Gracias.

—Tú me confiaste tus secretos como para que yo venga y se los diga a todo mundo. Además, son tuyos, no míos.

—Rechacé a Dani porque...

—Si es por mí, no te preocupés, en serio —interrumpió.

—Nunca vamos a estar juntos, Mike, de veras. Prefiero diez mil veces tenerte como amigo, y para eso es mejor mantener mi distancia con Dani. Y no es por interés, sino porque de veras te quiero.

—Nunca digás nunca. Además, yo prefiero diez y una mil veces que estén juntos.

La chica rio.

—Sabés... Las cosas no resultaron tan bien y...

—Metí la pata súper al fondo —interrumpió Miguel.

Victoria volvió a reír.

—Sí, pero estoy muy segura de que siempre serás mi amigo. Bueno, mi mejor amigo.

—¿En serio?

—Sí. Es que... Siempre estás allí sin importar qué. Estás al pendiente de mí, aunque quiera matarte. Sabiendo lo que pasó, no dudaste en venir por mí y ayudarme. Nadie hace eso solo porque sí. Bueno, tal vez lo considere mucho porque nadie ha hecho eso por mí en mi vida, pero... Eso no quita que hayás venido.

—Te quiero mucho, Vicky, como para no ayudarte si está a mi alcance. Y tú también sos mi mejor amiga, ninguna chica me había perdonado tremendas estupideces.

Ambos se dedicaron una sonrisa sincera antes de que Miguel se inclinara un poco hacia adelante para observar el carro que se había parqueado hace varios minutos. Había estado pendiente de él, y nadie se había bajado aún, lo que confirmó que Daniel era quien yacía dentro. Victoria, extrañada, volteó para ver hacia la misma dirección que su amigo.

—¿Qué pasó?

—Daniel me siguió; está allá afuera —respondió, tomando su teléfono.

—¿Lo vas a llamar?

—Sí —dijo, poniendo el aparato sobre su oído.

Tras unos cuantos bipeos, el teléfono lo mandó a buzón.

—¿Qué le vas a decir? —preguntó la chica.

—Que se vaya y que le explico después —respondió, llamando a su hermano una segunda vez—. Ya veré que excusa me invento.

El segundo intento fue en vano, así que decidió enviarle un mensaje.

"Sé que estas allí afuera"

"Vicky está bien"

"Regrésate a la casa"

"Después te explico"

Daniel se estaba muriendo de la curiosidad, pero, sobre todo, de la preocupación. Sin embrago, por más que quisiera bajarse para ver qué había pasado, Daniel tenía que darle a Victoria su espacio. Así que, a los segundos, ambos vieron como el carro de al lado se marchaba.

—Bueno, creo que ahora tengo a dos guaruras —dijo Victoria.

El chico sonrió.

—Si querés, dormite. Yo te despierto —ofreció al constatar que a su amiga se le cerraban los ojos del cansancio.

—Por hoy, te lo acepto —accedió, inclinando el sillón hacia atrás y acomodándose.

—¿No te querés acostar atrás?

—No, no te preocupés. Estoy más cómoda aquí.

—Va —dijo, poniendo la alarma en su teléfono.

Miguel también inclinó el respaldo hacia atrás para descansar y se puso de lado para quedar frente a perfil de su amiga.

—No sé ni qué voy a hacer cuando regrese —dijo Victoria con los ojos cerrados.

—¿Qué pasó?

—Le ensarté el cuchillo de la navaja sobre la mano a un amigo de mi papá.

—No te preocupés, ya veremos qué hacemos. Mejor descansá.

Después de varios minutos pensando en alguna solución y tras haber encontrado una muy buena alternativa, Miguel se quedó profundamente dormido, al igual que su amiga. A las siete de la mañana, la alarma sonó y ambos despertaron. Se desperezaron, regresaron los respaldos a su lugar y luego Miguel se dirigió hacia Cayalá.

—¿A dónde vamos? —preguntó Victoria.

—Hacia tu solución, ya vas a ver.

El chico entró al estacionamiento, se parqueó y apagó el carro.

—Ya regreso —indicó Miguel.

—Okey.

Victoria, sola en el carro, no conseguía imaginarse qué solución se la había podido haber ocurrido a su amigo. Por más buena que fuera, no era descartable el hecho de que Mauricio le daría una buena paliza. Sin embargo, le fue inevitable pensar en Daniel y esbozó una sonrisa al recordar que había seguido a su hermano. Lo extrañaba tanto que no podía dejar de pensar en él ni un solo día. Si bien Miguel había dicho de todo corazón que no le importaba que los dos estuvieran juntos, ella no lo consideraba correcto. Miguel no era para nada perfecto, pero era alguien en quien definitivamente podía confiar ciegamente, y por eso prefería mantener esa valiosa amistad. Unos minutos más tarde, vio a su amigo de regreso a través el retrovisor. Miguel suspiró al tomar asiento dentro del carro, sacó la billetera de su bolsillo y contó billetes antes de ofrecérselos. Victoria abrió los ojos a su máxima capacidad por la sorpresa.

—Tomalos —pidió Miguel.

—Mike...

—A tu papá lo único que le importa es tener dinero para chelas. No te va a golpear si llegás con dinero.

—Ya me has dado mucho dinero. Te lo agradezco, pero me siento en deuda.

—No te sintás así y ya, problema resuelto.

Victoria sonrió.

—¿Y dónde le digo que lo saqué?

—No sé... Le podés decir que te lo robaste o qué sé yo. Tú lo conocés mejor, sabrás mejor qué decirle.

La chica miró los billetes por unos segundos. La idea le pareció buena; después de todo, no tenía otra. Así que los tomó.

—Algún día te los voy a pagar.

—Que me dejés estar cerca de ti me basta.

Ambos se dedicaron una amplia sonrisa. Miguel llevó a su amiga a casa.

—Gracias por todo, Mike.

—Tú harías lo mismo por mí.

Victoria sonrió.

—A la una salgo de la oficina de tu papá. Tal vez...podamos ir juntos a Cayalá después para nuestro turno, si querés.

—Me parece bien. Te paso a traer a la una entonces.

—Okey.

—Espero que te funcione el plan.

—Yo también. Allí te cuento qué pasa; bueno, lo verás o no el lunes.

—Espero no verlo.

—¡Ah! Tu sudadera —dijo, comenzando a quitárselo.

—No, no, no —la detuvo—. Quedátela, te sirve más a ti.

—Dinero y ahora ropa... Me voy a quedar endeudada hasta el queque contigo.

El chico rio. Victoria se acercó a Miguel para despedirse con un beso sobre la mejilla. Después, se bajó del carro.

—Gracias. Adiós, Mike —se despidió.

—'diós.

La chica cerró la puerta y se armó de valor para regresar a su casa. Caminó a su ritmo por la calle; no tenía prisa en llegar. Revisó la hora en su teléfono: eran las ocho y cuarto de la mañana. Probablemente, su papá todavía estaba durmiendo como cada sábado por la mañana, especialmente tras una noche de reunión. Cruzó el jardín delantero y tocó la puerta. Mauricio se despertó y, de mala gana, se puso de pie para abrirla. Se apartó para dejar pasar a su hija y, una vez cerrada la puerta, la empujó tan fuerte que la tiró al piso.

—¡¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes de hacer eso?!

Victoria sacó de inmediato el dinero y se lo tendió. Mauricio quedó consternado.

—¡¿De dónde sacaste eso?!

—Eh... Lo... Lo robé.

El agresor le arrebató los billetes de la mano.

—¡¿Está mal de la cabeza?! —exclamó, taladrándole la sien a Victoria con el dedo índice—. ¡Te pueden poner presa! ¡¿Y quién se va a hacer cargo de la casa?!

Sin escrúpulos, comenzó a golpearla como habitualmente lo hacía, y la chica se cubría lo mejor que podía. Le quitó bruscamente la navaja del bolsillo del pantalón.

—¡La próxima, te va peor! —sentenció—. ¡Ahora andá a limpiar! —ordenó, dándole una última patada.

Victoria se puso de pie, adolorida, y subió a su cuarto a cambiarse para comenzar a limpiar. Se curaría las heridas después, no podía perder tiempo en atender las órdenes de su padre. Mauricio le había dado una fuerte patada sobre la espalda, lo que la estuvo molestando durante todo el día, especialmente porque tenía que agacharse. Sin embargo, no podía negar que esta vez le había ido mejor que otras.

Mientras tanto, Miguel conducía de regreso a casa, satisfecho y con muy buen ánimo por haber arreglado las cosas con su amiga. La situación por la cual se volvieron a ver no era muy alentadora, pero definitivamente había valido la pena. Durante el camino estuvo maquinando una excusa ingeniosa, ya que delatar a su amiga no era una opción. Parqueó el carro en el garaje y le escribió un mensaje a Victoria, informándole sobre la excusa que daría para que su versión y la suya de los hechos coincidieran. Después entró a su casa y colocó las llaves sobre el colgador de la entrada. Sus papás y su hermano lo estaban esperando en el comedor, quienes ya estaban desayunando.

—Buenos días —dijo Miguel, sentándose con ellos.

—Buenos días —le deseó Mariana.

—¿Qué pasó con Victoria? —preguntó Ivon.

—Estuvo trabajando de mesera en un evento y, con el que se iba a ir, la dejó porque tuvo una emergencia —respondió, sirviéndose huevos revueltos sobre el plato.

—¿Qué emergencia?

—Su abuela se cayó de las escaleras.

—¿Tiene otro trabajo? —preguntó Mariana.

—No, solo le pidieron ayuda para una noche.

—¿Y a qué hora terminó el evento? —cuestionó Ivon.

—Terminó a las tres de la mañana, pero la acompañé a hacer unos cuantos mandados.

—Pobre.

—Sí...

—Gracias por avisarnos, mijo —dijo la señora Köhler, dedicándole una sonrisa.

Daniel observaba a su hermano detenidamente, sin estar muy convencido de su historia; sin embargo, decidió disimularlo. Después del desayuno y de ayudar a lavar y guardar los platos, Miguel se dirigió a su cuarto.

—¿Qué fue lo en realidad pasó? —preguntó Daniel desde la sala, deteniendo a su hermano.

—¿A qué te referís? —cuestionó, frunciendo falsamente el ceño.

Daniel suspiró, se puso de pie y se acercó a su hermano.

—No me suena tu versión con lo que vi.

—Creé lo que querrás, pero fue lo que pasó.

—Entonces no te va a molestar que les cuente lo que yo vi.

—Allí vos —dijo, encogiéndose de hombros—. Yo no quedaré como el desconfiado.

—¿Entonces por qué Victoria no tenía uniforme?

—Porque se lo prestaron y tuvo que devolverlo después del evento.

—¿Y por qué no llevaba sombrilla?

—Porque se supone que se iba ir con un amigo.

—¿Cómo se llama el amigo?

—Camilo. Si querés lo podés ir a visitar al Family Bonds Café. Además, si no me creés, preguntáselo a ella.

—M... —pronunció Daniel, dudoso.

—¿Alguna otra pregunta, Sherlock?

—No.

—Entonces me voy a bañar —dijo Miguel, entrando a su cuarto y cerrando la puerta.

Por más que su hermano tuviera una respuesta para todo, Daniel sentía muy dentro de él que algo más sucedía con Victoria, algo grave. Aunque la vio de lejos, pudo percibir el miedo, la inseguridad y la tensión en el rostro de la chica, sobre todo, por el hecho de haber abrazado a Miguel al nada más verlo como si la vida se le fuera en ello.

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