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¿Me quedo?

Más tarde, Daniel regresó a su casa del gimnasio como de costumbre, solo que esta vez se llevó una sorpresa al ver algo inusual sobre su mesa de noche. Colocó su mochila sobre el piso, se aproximó y tomó entre sus manos un pequeño carro de origami. «De seguro fue Vicky», se dijo a sí mismo. Lo tanteó delicadamente, con una sonrisa involuntaria en el rostro, pensando en qué podría hacer para acercársele discretamente. Al terminar su tarea, se armó de valor y se dirigió al cuarto de Victoria con un libro en mano. Tocó la puerta y se asomó.

—¿Se puede pasar?

—Sí —respondió la chica, ocultando su emoción encogiendo los labios.

Daniel pasó, se colocó a los pies de la cama y carraspeó.

—¿Puedo... leer aquí? Es que... es un lugar muy tranquilo.

La chica esbozó una sonrisa.

—Sí, dale.

—Gracias —dijo Daniel, tomando asiento sobre la silla junto a ella.

Victoria lo observó de reojo para ver lo que leía: La Catedral del Mar. El chico sabía que lo observaba, pero estaba muy nervioso como para devolverle la mirada, así que se centró en su libro. La chica no le quitó la mirada de encima, con una sonrisa sincera. A pesar de lo que había pasado, su presencia aún seguía removiéndole todo por dentro, y cada vez que lo observaba, le era inevitable enamorase más. Abrió la boca para decirle algo, pero se abstuvo, no quería arruinar el momento.

—¿Qué me querías decir? —preguntó Daniel, mirándola directamente.

—Ah —balbuceó, desviando la mirada—. Quería agradecerte por la flor.

El chico asintió, esbozando una sonrisa.

—Gracias por el carro. Supongo que fuiste tú, porque Mike apenas puede pintar.

—Sí —aseguró, riendo.

—No sabía que hacías origami.

—Un artista tiene que saber varias cosas —comentó, encogiéndose de hombros.

—Tú... Em... ¿Te está gustando el libro?

—¿Nunca has leído Cumbres Borrascosas? —cuestionó, dirigiéndole una mirada con los ojos bien abiertos—. Es un clásico.

—Para serte honesto, no leo mucho ese tipo de historias. Leo más sobre historia y esas cosas.

—Está bien que leás cosas constructivas, pero ¿nunca te han dado curiosidad? A veces es bueno leer uno que otro libro de ocio. Encima, el libro que estás leyendo tiene un poco de romance.

—¿Ya lo leíste? —preguntó, impresionado.

—Pues sí. No tengo mucho que hacer, todavía no me puedo levantar.

Daniel sonrió ampliamente, y su amiga volvió al libro para buscar el párrafo que estaba leyendo, el más adecuado para la situación.

—"Disfrutaba de un mes con un tiempo delicioso a orillas del mar, cuando descubrí a la más fascinante de las criaturas: una verdadera diosa a mis ojos, que, sin embargo, no pareció fijarse en mí —leyó—. Nunca le dije mi amor de palabra; pero si las miradas hablan, podía comprender que yo estaba locamente enamorado. Me comprendió al fin, y me miró del modo más dulce que pueda imaginarse."

La chica elevó la mirada en dirección a su oyente, quien había cerrado su libro, recostado sus codos sobre sus rodillas, el mentón sobre sus manos, y la observaba con pleno interés.

—Leés superbien —comentó Daniel.

Victoria sonrió.

—Se nota que es superfresa —agregó.

—Que no estés acostumbrado al romance de verdad no significa que sea fresa. Sabés, tal vez por eso es que algunos hombres son tan insensibles.

—O ustedes son muy sensibles.

—Pues sí —dijo, encogiéndose de hombros—. No te lo niego, pero es lo que le pone dulzor a la vida. Es lo que le pone emoción y sentimiento a cualquier historia.

—Puede haber emoción sin necesidad de romance.

—Dani, el romance está en todas partes. Está en el amor a la patria, a la aventura o al misterio. El amor no tiene que ser obligatoriamente entre dos personas de manera romántica. Encima, el amor es un sentimiento humano; es imposible que una buena historia sea contada sin alguna emoción. Pero bueno —dijo, regresando la mirada hacia el libro—. No te molesto más para que sigás con tu lectura varonil.

El chico rio levemente.

—No es mi estilo de libro, pero tu voz me hizo querer saber más.

—¿De veras querés que te lo lea en voz alta? —preguntó, entrecerrando los ojos.

Daniel asintió.

—Siempre hay una primera vez para leer un libro fresa —agregó.

—Bueeeeno —dijo Victoria, regresando a la página inicial—. Te tengo que advertir que tenés que terminarlo conmigo para que valga la pena volver a empezarlo.

—No hay problema.

Okey, aquí voy —dijo la chica—. Conste que me tenés que ir a traer un vaso con agua si me canso.

Daniel rio.

—"Regreso en este momento de visitar al dueño de mi casa..."

***

Con el tiempo, Victoria se fue sintiendo muchísimo mejor. Miguel se tomó la molestia de traerle todo el material de arte de la oficina de su padre para que pudiera continuar pintando. La chica se la pasaba entre pinturas, pinceles y trazos; era su sueño hecho realidad. Todas las tardes, al regresar de la universidad, Daniel saludaba a su amiga y echaba un rápido vistazo a la obra de arte antes de dirigirse a su cuarto y comenzar a hacer tarea. Después, caída la noche y antes de ir a cenar, era reglamentario que el chico fuera a su cuarto para que ella le leyera Cumbres borrascosas. Ambos, sin expresarlo textual u oralmente, se habían perdonado mutuamente. Para Victoria ya no valía la pena volver a tratar el tema de la discusión. Tenerlo cerca hacía que todo aquello se convirtiera en agua pasada. Sin embargo, Daniel sí sintió la necesidad de hablar sobre lo que había pasado; quería dejar las cosas claras entre ambos y no arrepentirse en el futuro de no haberlo hecho.

—¿Se puede? —preguntó Daniel tras regresar temprano de clases y tocar la puerta con los nudillos.

—Hola, Dani. Sí, pásale —dijo la chica, concentrada en su trabajo.

El chico dejó su mochila sobre el piso, a la par de la entrada, y se colocó tras su amiga para ver cómo avanzaba la pintura.

Puchis, sí avanzaste un montón —comentó.

Victoria rio ligeramente.

—Sí, hoy sí me caminó la mano.

—Qué bueno porque... —dijo con la voz temblorosa—. Es que... quería hablar contigo.

—¿De? —preguntó, dando otra pincelada.

—De... lo que pasó en el hospital, pero solo si querés.

La chica detuvo automáticamente cualquier mínimo movimiento, mientras su amigo la observaba como si la vida se le fuera en ello. Apoyó el pincel sobre el caballete, dejó la paleta sobre la pequeña mesa que tenía a su izquierda y se volteó hacia su amigo.

—Bueno, soy todo oídos —aseguró Victoria.

Daniel esbozó una tímida sonrisa, tomó la silla que estaba junto a la cama, la colocó a la par de Victoria y se sentó.

—Muy bien... Sé que ahorita las cosas están bien entre los dos, pero no quería dejar de disculparme por lo que te dije y por cómo te hice sentir. O sea... me dolió que no hayás confiado en mí, pero eso no me da el derecho de juzgarte, y mucho menos tratarte así después de que te hayás disculpado. Nadie se merece ese trato, y menos tú después de lo que pasaste. No he vivido lo que tú, y tal vez tenías tus razones para no contármelo. Y yo tampoco he sido el más honesto de todos. No te dije lo que en realidad sentía por semanas—. Suspiró. —En fin, solo... quiero que los dos volvamos a confiar uno en el otro. Que... tú me contés desde lo que creás más tonto hasta lo que te haga llorar.

La chica sonrió ampliamente.

—No te voy a decir que olvidemos lo que pasó, pero creo que en este caso nos conviene fingir que eso nunca pasó. Ya sabés lo que dicen: fake it until you make it. Finjamos hasta que de verdad lo olvidemos.

Ambos rieron levemente.

—No sé qué lleguemos a ser, pero... lo que sé es que te quiero —aseguró Daniel.

Victoria desvió la mirada, enternecida y un poco inquieta por lo que acababa de escuchar. A ella siempre se le complicaban las cosas románticas; era como si estuviera hecha para amar de una manera distinta. Más allá de los abrazos y las palabras dulces, amaba desde muy dentro, y las acciones y pequeños detalles eran para ella la mejor manera de demostrarlo. Si bien le agradaban las cosas del tipo acaramelado, en la vida real parecían empalagarla bastante. Por su lado, Daniel no podía creer que hubiera dicho algo así. Creía que, seguramente, leer Cumbres borrascosas ya empezaba a cambiar el vocabulario que usaba, además de hacerle pensar en mariposas y en el color rosa casi todos los días. La reacción de su amiga le hizo dudar en si le había agradado o incomodado.

—¿Sonó raro? —preguntó.

—No, es solo que no estoy acostumbrada a este tipo de cosas. Nunca he sido muy romántica que digamos.

—Nunca creí que escucharía a una artista decir eso.

Victoria se encogió de hombros.

—No todos los artistas son iguales.

—Ni igual de bonitas que tú.

La chica sonrió ampliamente y se cubrió el rostro con la mano. Daniel rio.

—Fue mucho, ¿verdad?

—Un poquito, sí —admitió Victoria.

—No creás que yo siempre fui así de romanticón ni nada por el estilo.

—Adivino, ahora me vas a decir que solo sos así conmigo —dijo, mirándolo fijamente y apoyando su brazo sano sobre el apoyabrazos de la silla para aproximarse más a él.

—No... Iba decir que de estar leyendo tanto romance me va a dar algo. De verdad que contigo sí no se puede ser romántico —aseguró, negando.

Victoria volvió a encogerse de hombros, sonriendo ampliamente.

—Pues no. Perdón por desilusionarte, pero conmigo te vas a tener que esforzar.

—No creás, solo con decirte cosas bonitas te chiveás.

—Me chiveo con todo el mundo.

—No. Te chiveás porque te importa, sino no lo harías.

—¿O sea, que tú conocés mis reacciones más que yo?

—No, solo intento hacer que me digás que me querés para que seás romántica por lo menos una vez en tu vida.

—¿O sea, que me estás forzando a decírtelo?

—No, solo estoy viendo por dónde entrarle para que lo hagás.

—Qué labia —dijo, entrecerrando los ojos.

—Yo lo llamaría astucia.

—Nunca me vas a escuchar decirte eso.

—¿Qué? —dijo mientras su sonrisa se desvanecía de inmediato.

El pulso de Daniel se detuvo de golpe para luego acelerarse como si no hubiera un mañana.

—No te quiero, Dani. Yo te amo, es distinto.

El chico soltó todo el aire que retuvo por el nerviosismo y su amiga rio ampliamente.

—Casi me matás —se quejó el chico, colocando la mano sobre su pecho.

—Ay, de amor no se muere.

—Yo difiero.

—Tú diferís en todo conmigo.

—Difiero.

Victoria rodó los ojos.

—¡Hora de almorzar! —exclamó Mariana desde el primer piso.

—¡Voy! —respondió su hijo.

Los dos no se despegaron la mirada de encima y estuvieron tentados a besarse; después de todo, la abierta declaración afectuosa les hacía sentir todo de manera más intensa. Fue uno de esos momentos en los que no era la primera vez, pero lo era. Si bien él había tenido novia y ella un pseudo novio en el pasado, no sabían lo que era satisfacer ese hormigueo de sus labios y esas ansias de su corazón. Sin embargo, Victoria no quería que fuera así, y menos en ese momento. Amaba a Daniel, pero su interior romántico quería que fuera distinto.

—Se va a enfriar el almuerzo —dijo Victoria, desviando la mirada.

—Sí—pronunció, carraspeando y entendiendo el mensaje mientras se ponía de pie—. Ahorita te traigo tu almuerzo.

—Yo voy contigo —aseguró la chica, quitándose el delantal con una mano.

—¿Cómo?

—Quiero bajar, ya me cansé de estar arriba.

—Y... ¿cómo le hacemos?

—Me arrastro por las escaleras.

—¡¿Cómo que te vas a arrastrar por las escaleras?!

La chica rio levemente.

—Mentira, me voy medio caminando —dijo, levantándose lentamente—. Es que ya me cansé de casi ni moverme.

—Esperate, yo te cargo —dijo, acercándosele.

—No quiero darle un golpe a tu masculinidad, pero, por más pequeña que sea, no soy tan ligera, y los yesos, menos.

—Probemos y allí vemos.

—No, no. Encima, es peligroso. Es suficiente si me apoyo en ti, de veras.

Daniel esbozó una sonrisa, puso un brazo tras la espalda alta de su amiga para sujetar su costado y sostuvo la mano sana de la chica con la suya.

—Aviso que no me hago responsable por daños y perjuicios hechos hacia tu persona —informó Victoria.

Daniel rio. Ambos se dirigieron hacia las escaleras y se concentraron en el piso para no dar un paso en falso. La inválida bajaba cada escalón primero, apoyándose fuertemente sobre la mano y el brazo de su amigo, y Daniel bajaba con cuidado después. La chica disimulaba una sonrisa al sentir la agradable sensación de sentir los fuertes brazos del chico sostenerla. «Qué bien le funcionó el gym», pensó en sus adentros para luego sonrojarse. Mariana, quién tenía la intención de asomarse por las escaleras para llamar a su hijo por segunda vez, se llevó una sorpresa no tan agradable.

—¡¿Cómo se les ocurre hacer eso?! —exclamó Mariana al ver la escena.

—No lo regañe, yo se lo pedí —dijo Victoria.

—No es de hule, Daniel. Debe guardar reposo.

—No, es de acero —comentó el chico.

La chica disimuló la sonrisa.

—No se haga el chistoso. Está bien que te sientas mejor, pero todavía tienes que guardar reposo —le insistió Mariana a Victoria.

—Gracias por la preocupación, pero ya me siento capaz de moverme, de veras.

—Está bien, tómense su tiempo para llegar, no hay pisa.

Una vez abajo, Daniel la llevó hacia una de las sillas del comedor para sentarla delicadamente.

—Servida.

—Gracias —dijo la chica sin soltarle la mano para dedicarle una mirada.

Cuando vio el rostro levemente enrojecido de su amigo, tuvo que disimular una sonrisa por tercera vez.

—¿Qué? —preguntó, extrañado.

—Nada —respondió, soltándolo y desviando la mirada.

Caída la tarde, Daniel se dispuso a estudiar para sus últimos exámenes en el cuarto de Victoria, a fin de hacerle compañía, mientras esta pintaba. Mariana se asomó por la puerta y, al verlo tan concentrados en sus cosas, sonrió.

—Daniel —susurró para llamar la atención de su hijo.

—¿Sí? —dijo el chico, elevando la mirada de sus libros.

—¿Me dejaría a solas con ella? Quiero hablar con ella.

—Muy bien.

—Gracias.

Daniel se puso de pie y fingió dirigirse a su habitación para pegar su espalda sobre la pared y escuchar la conversación. Mientras tanto, la chica colocó el pincel sobre el caballete y se volteó hacia la señora Köhler, quien se sentó sobre la cama, cerca de ella.

—Te está quedando muy bonito —comentó Mariana, refiriéndose a la pintura.

—Me alegro de que le guste —dijo la chica, esbozando una sonrisa para darle un rápido vistazo a su obra.

—¿Te estás sintiendo a gusto?

—A gusto se quedó corto para definir lo que ustedes han hecho por mí. De veras se los agradezco.

—No hay nada que agradecer. Quería tratar un tema importante contigo que tiene que ver con eso.

—Es si me quedo o no, ¿verdad? —preguntó con media sonrisa en el rostro.

—Sí. Sabes que no queremos presionarte, y nos alegra que cada día estés mucho mejor, física y emocionalmente, pero... de verdad queremos que te quedes.

—Es muy amable de su parte, y no es que sienta que estorbo o que me dé pena, pero... si fuera otra la situación, no lo dudaría dos veces. Han sido tan amables conmigo que no quiero meterlos en problemas.

—Victoria... —pronunció, acercándosele para tomarla de la mano—. Sé que te aterra lo que tu papá pueda hacernos y, sobre todo, a ti. Todos sabemos lo que puede pasar si regresas; por eso, déjanos ser tu alternativa. Sé que muy en el fondo sabes que lo correcto es denunciarlo, ya tomaste la decisión hace tiempo, pero que no te sientas lista para hacerlo no significa que tengas que regresar con él. Sabemos que si regresas tendrás más miedo y estarás muy lejos de denunciarlo. Quédate con nosotros, déjanos cuidarte hasta que tú puedas cuidar de ti misma.

Victoria bajó la mirada hacia la mano de Mariana, sintiendo cómo sus ojos se cristalizaban.

—Yo... —titubeó—. Hace tiempo tuve una familia —soltó, dejando caer las lágrimas—. Sabía lo que se sentía tener una en la cual existiera el cariño mutuo, pero, por cuestiones que desconozco, me fue arrebatada. Por mucho tiempo olvidé lo que se sentía hacer parte de una, saber lo que era la preocupación por el otro y el cuidado por los detalles—. Esbozó una triste sonrisa. —A veces estamos tan acostumbrados a ellos que no sabemos apreciarlos hasta que ya no están. Y... es muy cierto que 'no hay mal que por bien no venga', porque perdí a mi familia, pero encontré a otra muy hermosa de la que esta vez sí puedo escoger ser parte. Y... tengo miedo de lo que pueda pasar, pero me encantaría quedarme.

La chica redirigió su mirada hacia la señora Köhler, quien también externalizó su emoción y nostalgia a través del llanto. Ambas se dedicaron una tierna sonrisa antes de abrazarse fuertemente.

—No importa lo que vaya a pasar, yo te querré, te protegeré y te apoyaré siempre —aseguró Mariana.

—No sé si sea prudente decir esto, pero es una madre excelente.

La señora rio.

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