Me encontró
Mientras Victoria comenzaba a vivir una vida maravillosamente normal, Mauricio estaba al borde del colapso. Desde que su hija había desaparecido, la desesperación era el único sentimiento que lo dominaba. Sin embargo, este no era impulsado por el cariño que, muy en el fondo, le tenía a Victoria, sino porque sin ella no había nadie que se hiciera cargo de la casa, de los gastos y de su vida. La casa estaba hecha un desastre: había platos sucios por todos lados, basura por doquier y polvo sobre cada esquina. La canasta de ropa sucia esta rebosante y la refrigeradora completamente vacía, salvo por unas cuantas bebidas alcohólicas. El hecho de que pronto se quedaría sin dinero para cerveza y de no soportar más la suciedad lo torturaban. Una alerta Alba Keneth no era opción si no quería que descubrieran todo el maltrato y las pésimas condiciones en las que mantenía a Victoria. Se dedicó entonces a buscar a su hija por su cuenta. Primero fue a los lugares donde trabajaba y preguntó por ella, pero le informaron que ya no trabajaba allí desde hace varias semanas. Durante varios días de exhaustiva búsqueda por centros comerciales, calles y cualquier lugar transitado por jóvenes, no logró encontrar ni el más mínimo rastro de ella.
No fue hasta que se reunió con sus amigos que las redes sociales la delataron. Las fotografías que Miguel había subido junto a ella le dieron la primera pista. Mauricio aún guardaba un recuerdo distante del rostro del chico, permitiéndole recordar el de Daniel y sus padres. Conocía a los Köhler y sabía bien que, si bien no era tan difícil perjudicarlos, no le convenía para nada meterse con ellos. Desconocía lo que Victoria les habría dicho, su relación con los muchachos o si ella estaba con ellos. Además, no le convenía que más personas supieran lo que su hija y él habían vivido. Varias fotografías tenían de fondo un sitio que le resultaba familiar: Cayalá. Así que decidió dirigirse allí en su búsqueda. Encontró el lugar de trabajo de Miguel y se familiarizó con sus horarios de entrada y de salida. Después se animó a seguirlo y a descubrir donde vivía. Observó a ambos hermanos y los siguió durante semanas sin notar nada fuera de lo usual o verlos en compañía de su hija. Estuvo a punto de rendirse, pensando que muy posiblemente no sabían dónde estaba Victoria y que estaba malgastando su tiempo. Sin embargo, decidió seguirlos una vez más, y fue entonces que la vio entrando al edificio donde estaban las oficinas de Ivon.
Victoria había decidido regresar a trabajar, de modo que Daniel la dejaba en las oficinas antes de ir a la universidad y Miguel la recogía después del trabajo. Mauricio pensó en salir abruptamente del carro e ir por ella al nada más divisarla a lo lejos, pero se controló para pensar en un plan efectivo que quedara fuera de sospecha. Esperó a que Miguel la fuera a recoger y los siguió, descubriendo que vivía con ellos. Al día siguiente, Mauricio se estacionó frente a la entrada y esperó a que Victoria saliera. Cuando la chica se asomó, salió bruscamente del carro y fue a su encuentro con un trapo en mano. Miguel, quien no lo había reconocido hasta que parqueó el carro, se quitó el cinturón de seguridad y bajó inmediatamente. Al ver el rostro de su padre salir de la nada, a Victoria se le heló la sangre y se le paró el corazón por un momento, de modo que no supo cómo reaccionar. En cuestión de segundos, el hombre le cubrió la boca con un paño y Miguel se le tiró sobre la espalda para que la soltara. Sin embargo, Mauricio logró tirarlo al piso con un brazo y, al caer, se golpeó la cabeza contra la acera, quedando semi consciente. Victoria, quien veía la escena horrorizada, intentó gritar, pero el pedazo de tela sucio y grueso ahogaba cualquier sonido. El criminal no se detuvo a ver el resultado del empujón, solo llevó a su hija hacia el carro y la metió en los asientos de atrás para largarse velozmente de allí. La chica se pegó a la ventanilla del lado derecho y exclamó el nombre de su amigo a todo pulmón, en vano, mientras golpeaba el vidrio con las manos. Miguel, inutilizado por el golpe, presenció con la vista borrosa cómo se llevaban a su amiga. No pudiendo ponerse de pie y, sintiendo un líquido caliente salir detrás de su cabeza, la tocó para constatar que se trataba de sangre. Sin más, Miguel cayó inconsciente.
—¡Cállate o esta vez te mato! —gritó Mauricio mientras manejaba.
Victoria obedeció; ya nada podía hacer.
—Siéntate o te disparo —ordenó el conductor, enseñándole la pistola que empuñaba y había pedido prestada a uno de sus amigos.
La chica se sentó.
—Y ni se te ocurra romper los vidrios o intentar otra cosa. Allí cuando lleguemos a la casa te doy tu merecido.
Con el corazón intentando romper sus costillas y sus manos temblorosas, la conmoción despareció y Victoria tomó consciencia de todo lo que había pasado y lo que estaba ocurriendo. Comenzó a llorar. Sin embargo, como si se tratara un rápido destello de luz cruzando frente a ella, se le ocurrió una última acción que podría salvarla. Discretamente, ya que Mauricio no le despegaba la mirada de encima a través del retrovisor, sacó el teléfono de su bolsillo y le escribió rápidamente el siguiente mensaje a Daniel:
"Mi papa me wncontro"
"Vamos hacia mi cada"
"Manda ala policía"
"Mike esta herido frente al oficina"
Seguidamente, procedió a enviar su ubicación, pero Mauricio la descubrió, le arrebató el teléfono y lo tiró fuera de la ventana para que el carro le pasara encima.
—¡¿Qué hiciste?! —reclamó Mauricio—. ¡¿A quién le escribiste?! —exigió, alzando el arma.
—¡Nada! —respondió, alzando las manos con el miedo de morirse por un balazo o un paro cardíaco—. ¡Solo quería llamar a alguien!
—Si me estás mintiendo, te juro que te mato —aseguró, dirigiéndole una atemorizante mirada a través del retrovisor.
Mauricio colocó la pistola junto a él y siguió conduciendo. Había tráfico, ya que era la hora de salida. A Victoria solo le quedaba rogarle a Dios que Daniel mirara el mensaje pronto y no fuera demasiado tarde para evitar una tragedia. Aunque ella muriera, por lo menos deseaba que Miguel estuviera a salvo. Ella ya conocía el dolor y, en cierto modo, lo que era enfrentarse a la muerte. Hacía tiempo que estaba lista para que eso pasara, solo que prefirió ignorar las altas probabilidades de que sucediera.
Daniel, quien estaba plácidamente haciendo tarea en su cuarto y ponía en vibrador su teléfono para no distraerse, escuchó un primer mensaje. Lo ignoró, pensando que posiblemente sería una notificación de actualización de software o algo por el estilo. Sin embargo, recibió otro que también ignoró. Luego le llegaron dos más, y fue entonces decidió ponerle atención al teléfono. Esperando a que fuera un aviso de su mamá desde el primer nivel o su hermano queriendo molestarlo, encendió la pantalla del aparato para ver de quien se trataba. Leyó el primer mensaje y sin dudarlo dos veces entró al chat. Sintiendo cómo su pulso se aceleraba del susto, se puso de pie bruscamente.
—¡Mama! —gritó mientras se dirigía al primer nivel, bajando las escaleras lo más rápido posible.
—¡¿Qué pasó?! —preguntó Mariana al ver el rostro horrorizado de su hijo.
El chico le mostró la pantalla; esta leyó y su corazón de madre se activó.
—Llame a su papá ahorita y avísele. Yo llamo a la policía —ordenó, regresando a la cocina por su teléfono.
Daniel avisó a Ivon y Mariana a la policía.
—¿Qué le dijo su papá? —preguntó la señora Köhler luego de colgar y mientras preparaba su bolso para salir.
—Dijo que ya llamaron a la ambulancia.
—¿Cómo está Miguel?
—Sigue inconsciente.
—Usted quédese aquí; yo voy para ver qué pasa.
—Te acompaño.
—No estoy para preocuparme por usted también —dijo, firme.
—Pues si no me llevás, de todos modos, voy a ir en el otro carro. Y todos tenemos que denunciar, y yo tengo pruebas.
—Ya, vamos que no tenemos tiempo.
Madre e hijo entraron al carro y se dirigieron a la casa de los Álvarez.
Victoria rezaba para que, al llegar a casa, la policía estuviera allí, pero no. No veía nada más que la imponente fachada de la entrada a su infierno. «Esto era lo que tenía que pasar». Tras parquear el carro, Mauricio se bajó y la agarró firmemente del brazo para conducirla hacia la casa. Cerró la puerta tras de sí y la tiró al piso violentamente. El golpe sobre la espalda le hizo emitir un breve quejido de dolor.
—¡Con que creías que te ibas a librar de mí! —gritó, dándole una patada sobre el estómago.
Victoria se hizo un ovillo, tosió y cruzó los brazos sobre su estómago para intentar aminorar el efecto del impacto. Mauricio sacó la pistola de su bolsillo y le apuntó con ella.
—Levántate —ordenó.
La chica, con dificultad y atemorizada por el arma letal cerca de su cabeza, se levantó para que luego su padre la agarrara bruscamente del cabello y la encaminara hacia la cocina. Una vez allí, la soltó con desdén frente al maloliente lavaplatos.
—Vas a empezar por aquí —dijo—. Ya después te daré lo que te mereces.
Victoria comenzó a limpiar los platos mientras Mauricio tomaba asiento en una de las sillas. Se apoyó sobre la mesa y colocó la pistola sobre esta. Solo Dios sabía cuántos días llevaban allí todos esos platos sucios. La chica tuvo que hacer un esfuerzo para que el desagradable olor y la asquerosa textura de la comida sobre los platos no la hicieran vomitar. Aún con la esperanza de que pronto vendría la policía, lavaba los platos lentamente para hacer tiempo.
—¡Apúrate que no tengo todo el día! —se quejó Mauricio.
Una vez todo limpio, Mauricio tomó una bolsa para basura de una de las gavetas y volvió a jalar del cabello a su hija para dirigirla hacia la sala. Una vez más la tiró al piso, y esta vez su cadera y su brazo derecho pagaron el precio. No satisfecho, atestó varias patadas en dirección a su rostro, el primero alcanzó su ojo izquierdo y una pequeña parte de su nariz, pero consiguió cubrirse con los brazos para los siguientes.
—¡Ya, levántate y recoge todo! —exigió el agresor, lanzándole la bolsa encima y dejándose caer sobre el sillón.
Victoria se puso de pie otra vez con las pocas fuerzas que le quedaban, apoyándose en una de las sillas, tomó la bolsa y comenzó a acatar la orden. Lentamente, iba recogiendo cada botella y lata de cerveza con sus doloridos brazos, mientras sentía cómo un poco de sangre brotaba de su ojo. Cada parpadeo era doloroso, y su organismo, en un intento de aliviar el dolor, la hacía lagrimear, lo cual entorpecía su visión. Unos minutos más tarde, Victoria logró escuchar unas sirenas que resonaban a lo lejos. Su pulso comenzó a acelerarse de emoción, pero evitó sonreír para no levantar sospecha. «Ya vienen por ti». Mauricio también las había escuchado, pero pensó que irían a un lugar cerca de allí. Cuando las escuchó cada vez más cerca, se levantó bruscamente y tomó a Victoria del cabello.
—¡Con que me delataste! —gritó, apuntándole con el arma de fuego cerca del rostro.
La tiró al piso una vez más y pateó sus costillas. Victoria, armándose de valor y sabiendo que faltaba muy poco para su libertad, tomó la muñeca de su padre con ambas manos y la torció, con la intención de que soltara el arma. Tal acción hizo que Mauricio emitiera un horrendo quejido de dolor, la pistola se disparara y ambos se cubrieran las cabezas. Velozmente y aun estando sobre el piso, la chica pateó el arma hasta la otra esquina de la sala. Mauricio, al constatar que la ayuda ya estaba frente a la casa, intentó huir por la puerta trasera, pero la policía logró entrar antes de que pudiera hacerlo. Victoria, tendida sobre el suelo y con la respiración acelerada, vio cómo arrestaban a su padre antes de cerrar los ojos y exhalar aliviada. Pudo escuchar que otros policías subieron al segundo nivel y a otras partes de la casa para revisarla. Un policía se le acercó, se arrodilló junto a ella y le preguntó si estaba bien.
—Sí —aseguró la chica, reincorporándose con dificultad.
—¿Cree que pueda levantarse?
Victoria asintió y él la ayudó a tomar asiento sobre la silla más cercana.
Daniel, quien había llegado tan solo unos segundos después de que la policía sacara al atacante, salió del carro, sin siquiera cerrar la puerta, esperando lo peor. Tenía la intención de entrar, pero un policía se plantó frente a él para impedírselo.
—¡Necesito entrar! —exigió Daniel, intentando evadirse.
—¿Es familiar de la víctima? —inquirió el policía, jalándolo del brazo.
—Soy Mariana Ramírez —intervino la señora Khöler detrás de su hijo—. Yo fui quien realizó la llamada, y él es mi hijo. Es amigo de la víctima.
—Dejalos pasar, Marcos —indico otro policía desde la entrada de la casa—. Él área está segura y sí es la señora que hizo la llamada.
El policía se quitó del camino y Daniel subió las escaleras a toda velocidad. A medio pasillo, buscó a Victoria con la mirada. Tras encontrarla en la sala, viva, exhaló pesadamente, destensándose. La chica, al verlo entrar, ignoró todo el dolor físico, se puso de pie y se abalanzó sobre él para abrazarlo. El corazón de ambos amenazaba con explotar tras tantas emociones vividas de golpe. Completamente aliviada entre los cálidos brazos de su amigo, comenzó a llorar.
—Tranquila, ya estás bien —susurró Daniel antes de darle un beso sobre la cabeza y apoyar su barbilla sobre ésta.
No se soltaron hasta que las caricias Daniel sobre su espalda lograron hacer que los brazos de Victoria dejaran de aferrarse al chico con tanto ímpetu. La chica sintió el bajón de adrenalina traducirse en un dolor en cada milímetro de los golpes que recibió. Al ver a Mariana atrás de ellos, esbozó una sonrisa y se aproximó hacia ella para abrazarla y derramar algunas cuantas lágrimas más. Mariana no pudo evitar ocultar el llanto causado por el consuelo que sintió al verla a salvo; después de todo, ahora era su hija.
—¿En dónde está Mike? —preguntó la chica tras separarse.
Secándose las lágrimas con cuidado debido a su ojo, se percató que había manchado la manga de su suéter de sangre.
—Está en el hospital y será mejor que vayamos —dijo Mariana, viendo el estado de la chica y sacando un pañuelo para limpiarle la sangre de rostro—. Puedes declarar después.
—Pero ¿cómo está?
—No sabemos todavía, pero Ivon está con él.
—Bueno, entonces vamos ya —pidió Victoria, sosteniendo el pañuelo para luego salir de la casa, seguida de ellos.
Mariana se dirigió hacia los policías para informarles que irían al hospital. Mientras tanto, Victoria se detuvo de golpe al ver a su padre a través de la ventanilla del pickup. Este la observaba fijamente, y ella intentó descifrar lo que sus ojos querían transmitirle. Sintió pena por él; después de todo, era y siempre sería su padre, aquel que fue madre y padre al mismo tiempo, aquel que puso un techo sobre su cabeza. De verdad quería perdonarlo y creer que, de esta, ya todo sería distinto.
—¿Vicky? —dijo Daniel, colocando su mano sobre el hombro de su amiga.
Sin embargo, sentía que la mirada de su padre estaba perdida, él estaba perdido. No lo percibía triste o enojado, simplemente no le transmitía nada. Estando libre, Victoria recordó todo el daño que le había hecho y sintió que el amor que había sentido ya no era suficiente para cubrir el dolor, que los recuerdos ya no eran suficientes para ignorar el sufrimiento injusto por el que le había hecho pasar. Por fin, se dio cuenta y aceptó que ese agresor había dejado de ser su padre hacía mucho tiempo. «No esta vez». Rápidamente se dirigió al carro para ir al hospital. Lo único en lo que quería centrar sus pocas energías era en lo que aún valía la pena: Miguel. Además, así podría atrasar el envenenamiento de rencor que amenazaba su corazón.
Los tres se dirigieron al hospital El Pilar. Mariana llamó a Ivon para informarse sobre el estado de su hijo, pero no le contestó. Victoria estaba más intranquila que nunca, aunque su rostro y sus costillas dolieran inimaginablemente.
—¿Te golpeó en las costillas? —preguntó Daniel, quien la había estado observando sostenerse el costado.
—Sí.
—Vas a ver que Mike va a estar bien —aseguró, tomando su mano para calmarla.
—Prefiero no hacerme ideas precipitadas.
Tras llegar al hospital, se dirigieron al área de emergencias. Victoria no quería ser atendida; prefería esperar a recibir noticias de su amigo. Sin embargo, Daniel y su mamá insistieron y la convencieron de dejarse atender. Acostaron a la chica sobre una camilla en uno de los cubículos. Un doctor la examinó, mandó a llamar a un oftalmólogo especializado para que revisaran el párpado inferior rasgado y si había alguna otra rasgadura al interior del ojo. Además, por los golpes en el estómago y las costillas, ordenó hacer radiografías para asegurarse de que no hubiera quebraduras.
—Yo me quedo con ella. Tú ve a ver qué averiguás de Mike —le dijo Daniel a su madre.
—Allí me avisa cualquier cosa.
—Señora Köhler —dijo Victoria para llamar su atención antes de que se fuera—. Por favor, dígale a Mike que lo quiero mucho.
Mariana esbozó una sonrisa y le dio un beso sobre la cabeza antes de ir a buscar a su hijo. Daniel tomó asiento junto a su amiga.
—¿Cómo te sentís?
La chica dejó caer su cabeza sobre la almohada sin dejar de limpiarse el ojo y exhaló pesadamente.
—La verdad, no sé —respondió, con la mirada fija sobre el techo—. Pasaron muchas cosas en muy poco tiempo que aún no logro digerir. Es como una horrible película de acción; las imágenes pasan tan rápido que a penas te da tiempo de procesarlas. Intentas reproducirla otra vez para evaluarla segundo a segundo.
—Ya. Debe de ser por el miedo y el sistema de alerta de tu cerebro contra el peligro. Solés recordar solo lo importante y dejar lo demás aparte.
—No creo que sea eso, porque recuerdo hasta el aroma del trapo con el que me tapó la boca. La idea de la muerte y el peligro no son nuevas para mí.
Ambos guardaron silencio por unos segundos. Daniel estaba atento, mientras Victoria se analizaba a sí misma para descifrar la respuesta correcta.
—Creo que... —prosiguió— tal vez fue por la desesperación. A veces es peor que el miedo. Es algo que creo que nunca había experimentado, o por lo menos no a ese nivel. Sabía que esto posiblemente pasaría, pero no del modo en que pasó. Encima, esta vez fue diferente. Está vez tenía esperanza; hubiera preferido morirme que volver a estar encarcelada.
Antes de que Daniel pudiera articular algún comentario o pregunta, o Victoria continuar con su análisis, la oftalmóloga se asomó con el instrumental necesario para examinar a la paciente. Afortunadamente, no había ningún daño al ojo en sí, pero deberían suturar con mucho cuidado. A Victoria le limpiaron la herida y le aplicaron anestesia. Ver cómo la oftalmóloga preparaba la jeringa para insertarla en su ojo provocó que sus músculos se tensaran. A pesar de haber pasado por varias cirugías y casi todo tipo de procedimientos médicos, siempre se ponía ansiosa. Daniel, al notarlo, tomó su mano, que reposaba sobre la camilla, entre la suya y la acarició con su pulgar. Victoria, al sentirla, la apretó un poco para clamarse. Tras el delicado procedimiento y las indicaciones médicas, con el ojo parchado por una gasa y sobre una silla de ruedas, se dirigieron al área de radiografías. La paciente no demostraba ninguna expresividad ya que en lo único que podía pensar era en su amigo.
Mientras pasaba por el famoso aparato de radiografías, no pudo evitar pensar en aquella vez que Miguel la acompañó en ese mismo hospital. Y junto con todos esos recuerdos, vinieron muchos más. Sonrió levemente y cerró los ojos para intentar revivirlos, pero especialmente uno en particular. Podía sentir el recuerdo de la lluvia mojando su piel y el frío césped rozando sus pies desnudos, cada mínimo detalle del rostro de Miguel y el sonido de su risa mezclándose con la música y el repiqueteo de las gotas sobre el suelo. Deseaba con todas sus fuerzas poder volver a verlo y escucharlo, aunque fuera para molestarla. Una pequeña lágrima se escapó de su ojo y, si bien no le convenía llorar por el otro, no le importó. «Espero que estés bien», deseó para sus adentros.
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