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Los casamenteros

Victoria y Daniel no habían entrado en contacto desde la última vez que se vieron en la oficina de Ivon. El chico, por más que intentara sacársela de la cabeza y seguir adelante con su vida, todo le parecía monótono. A veces sacaba el retrato de su mesa de noche y lo observaba por breves instantes con la intención de recordar a su amiga. Cerraba los ojos e intentaba recordar su perfil concentrado en su obra de arte y el leve sonido de su mano al dar pinceladas sobre el lienzo. Por el contrario, Miguel y ella se veían todos los días y salían seguido los fines de semana. Victoria estaba feliz de haber recobrado su amistad y sentía que el sacrificio de alejarse de Daniel valía la pena. Sin embargo, este último no podía evitar sentirse mal al ver a su hermano regresar cada tarde con una sonrisa de oreja a oreja y un espléndido estado de ánimo, sobre todo los fines de semana. Se sentía abandonado al saber que Victoria le contaba todos sus secretos a su hermano y, simplemente, que compartía mucho más con él. Miguel se dio cuenta del lamentable estado de su hermano y decidió tomar cartas en el asunto.

—Bueno, gracias por dejarme —agradeció Victoria, disponiéndose a bajar del carro.

—Esperate —la detuvo Miguel—. Te traje algo.

Se quitó el cinturón de seguridad, se estiró hacia los asientos traseros para sacar una carta y se la pasó a su amiga. Victoria sostuvo el viejo sobre entre sus manos y leyó su nombre escrito encima.

—¿Qué es esto?

—¿Cómo que qué es esto? Es una carta de Dani para ti.

—Cómo no, esto lo pudiste haber hecho tú.

—Hombre, cómo creés que haría algo así. Además, el papel está súper viejo y recordate que mi letra no es tan bonita que digamos.

La chica rio levemente.

—Eso es cierto —admitió, observando la carta más a detalle mientras sentía el aroma aguardado desprenderse del papel.

—Sé que te vas a enojar, pero... La tenía escondida.

Victoria lo volteó a ver y esbozó una sonrisa.

—Ve pues, te tomaste tu trabajo de novio falso en serio.

Miguel rio.

—¿Y por qué me la mostraste? —preguntó la chica.

—Porque quería que supieras que Dani siempre te ha querido de ese modo, simplemente se le olvidó o nunca se atrevió a decírtelo. Él siempre fue el primero en quererte.

—O sea, que leíste la carta.

Miguel le dedicó una sonrisa culposa. Victoria negó con la cabeza y desvió la mirada.

—Sé que no querés saber nada de él, pero...

—No es que no quiera saber nada de él —interrumpió la chica—. Es solo que las cosas están mejor así.

—Tú lo querés y, si lo has hecho durante tantos años, sé que no has dejado de hacerlo.

—Mirá, si lo que querés es ayudarme a estar con él para enmendar tu metida de pata, te lo agradezco. Pero, si de veras querés ayudarme, dejá las cosas así.

—No te quiero obligar a nada, pero has estado ocultando tus sentimientos por mucho tiempo, y ahora tenés la oportunidad de sacarlos.

—Ya los saqué, Mike.

—No, o por lo menos no de la mejor manera.

Victoria exhaló pesadamente.

—Me alegra que seamos amigos otra vez, pero no quiero ser la razón por la cual no estés con Dani —agregó Miguel.

—No es por ti, Mike, es... complicado. Todo está bien así, y no quiero que cambie —aseguró, esbozando una sonrisa.

—Está bueno —dijo el chico, dedicándole media sonrisa.

—Gracias por mostrármela —agradeció Victoria, tendiéndole la carta de regreso.

—No, quedátela.

—No es mía.

—Pero es para ti.

—Mike...

—Quedátela, en serio.

—Bueno —dijo, guardando la carta dentro de su mochila—. Nos vemos mañana —se despidió de beso.

—Nos vemos.

Por más que quisiera negarlo, Victoria aún seguía queriendo profundamente a Daniel. Para ella, él era alguien que siempre volvía y que se había vuelto parte de ella. Si bien Miguel era un factor importante por el cual había decidido alejarse de él, había muchísimos otros de los cuales se había percatado. No era tan amiga de Daniel como lo era de Miguel, pero quería conservar ese trato cordial; convertirse en su novia significaría sacrificar todo eso. Además, se vería obligada a contarle cómo era su vida, y eso era lo que menos quería. Él viviría intranquilo y compadeciéndose de ella, sin mencionar que, en casos extremos, podía ponerlo en peligro. No desconfiaba de que el afecto que ambos se tenían podría sobrepasarlo todo, pero no estaba dispuesta a arriesgarse ni arriesgar a otros. Después de todo, nadie puede morir de amor ni de sentimientos. Así que decidió guardar la carta y no leerla, ya que consideraba peligroso hacerlo si quería olvidarse de Daniel.

Mientras tanto, Daniel y Natalia estaban realizando un proyecto importante en plena sala de la casa Köhler.

—Ah —pronunció Daniel, frotándose el rostro con ambas manos—. Tomémonos un break.

—Dale—accedió su amiga.

—Voy por más jamaica —avisó, poniéndose de pie para dirigirse a la cocina y rellenar el pichel.

Al regresar a la sala, sirvió más de la bebida rojiza en los dos vasos que reposaban sobre la mesa de centro, repleta de papeles.

—Gracias —dijo Natalia.

—De nada.

—¿Y qué tal todo con Vicky? —preguntó, tomando un sorbo de refresco.

Daniel suspiró.

—No sé...

—¿Cómo que no sabés?

—Pues, no sé. Quise que por lo menos siguiéramos siendo amigos, pero ella no quiso, y la entiendo. No conviene que estemos juntos. Además, ella está feliz así y no quiero arruinarlo.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Si no lo estuviera, Mike tampoco lo estaría.

—Te apuesto lo que querrás a que eso no es cierto. Mike está contento porque tiene a Vicky junto a él prácticamente todos los días, pero eso no significa que ella esté súper feliz. Ella te ha de estar extrañando.

—De todos modos, no es correcto que estemos juntos.

—Pero... Mike te dijo que no le importaba que estuvieran juntos.

—Una cosa es lo que diga y otra lo que sienta. Estoy seguro de que, si salgo con Vicky, Mike sentiría que lo dejamos de lado.

—¿Y qué? ¿Se supone que todo va a terminar así? ¿Tú y ella siendo nada, y ella y Mike amigos por siempre?

—Si así todos están bien, pues sí.

—¿Y tú qué?

—Yo creceré, me graduaré y tal vez conozca a alguien con quien tendré hijos o varios perros.

—Sí, alguien para reemplazar el vacío que te dejó Vicky. 

—Naty, estamos jóvenes. Tenemos un montón de vida por delante como para preocuparnos por algo así o siquiera creer que compartiré el resto de mi vida con ella.

—¿Y si es así? ¿Y si por no hacer algo perdés esa oportunidad? Llamame sentimental, dramática o lo que querrás, pero si hay oportunidad de amar, no hay que desaprovecharla.

—No lo estoy desaprovechando.

—¡Claro que sí! Estás dejando que se te escape.

—Prefiero que se escape a arriesgarme.

—El amor es súper complicado. Bueno, nosotros lo complicamos, pero no podés pretender controlarlo o saber lo que pasará. Puede que te duela o puede que no, puede que funcione o no, pero te vas a arrepentir el resto de tu vida si no lo intentás. De veras.

—¿Y por qué tanto interés en este tema?

—Sos mi amigo, y sabés lo melosa que puedo llegar a ser.

Daniel la observó con los ojos entrecerrados.

—Todos los quieren ver juntos, Dani —agregó Natalia.

El chico exhaló bruscamente.

—En fin, sigamos, si no, no terminamos hoy.

Una media hora más tarde, Miguel regresó a casa y, dos más tarde, Natalia regresó a la suya. Tras despedir a su amiga, Daniel se dirigió hacia la cocina para preparar su cena. Mientras revolvía los huevos en la sartén, se dedicó a reflexionar sobre sus sentimientos.  Quería hacerse el fuerte y ser uno más de esos chicos que se centraban completamente en sus estudios e ignoraban la más mínima distracción femenina. Sabía que esa era una decisión sabia; de hecho, la mejor decisión de todas. Sin embargo, no pasaba ni un solo día en el que no pensara en Victoria. Estaba cansado de verla solo con el pensamiento y quedarse en el 'qué pasaría'. Su mente matemática y lógica creó muchísimos escenarios nefastos e ideales, y todo llegaba siempre una sola decisión: ir tras ella u olvidarse de ella. Recordó la conversación que tuvo con Victoria hace varias semanas acerca de su miedo a lo desconocido y, en base a eso, decidió salirse de su zona de seguridad y confort por una vez en la vida. Tomada la decisión, solo faltaba el siguiente paso: acercarse de una manera sutil. Su hermano entró unos minutos después, recién bañado.

—Mike —llamó su atención mientras removía sus huevos revueltos de la sartén.

Q'eu —dijo, abriendo la refrigeradora.

—¿Vos has ido a la casa de Vicky?

—Sí. ¿Por?  —preguntó, sacando el jugo de naranja antes de cerrar la refrigeradora.

—¿Sabés por qué no ha invitado a nadie más? Ni siquiera a Naty...

—No sé... —respondió, sirviéndose el jugo en un vaso.

—No...

—¿No qué?

—No, nada. Olvidalo.

—Hombre, decime.

—¿Vicky no confía en mí o algo?

—No sabría decirte —aseguró, tomando un sorbo de jugo.

—Nada sabés vos —se quejó.

—Es porque no soy Vicky.

—Va, pero sos su mejor amigo, la conocés muy bien.

—Eso no significa que sepa lo que piensa.

—Pero... ¿No te ha dicho algo?

—¿Cómo qué?

—No sé... ¿Algo sobre mí?

—Vicky no es de las chicas que invita a gente a su casa.

—Pero vos sí fuiste.

—Porque fui su novio.

—Ya...

—Solo acercátele.

—La última vez que lo hice, me dejó claro que no quiere ser mi amiga ni verme en pintura.

—Pero ella nunca fue tu amiga y nunca lo va a ser, porque siempre han estado enamorados el uno del otro. Solo acercátele, haceme caso.

Miguel se terminó el vaso con jugo de un trago y lo colocó sobre el lavaplatos.

—Allí lo lavás —ordenó Daniel, sirviendo los huevos sobre un plato.

—Nah. Después —dijo, saliendo de la cocina.

—Yo no lo lavo, conste.

—¡Vaya! —exclamó una vez fuera.

Miguel se dirigió a su cuarto, cerró la puerta con llave, agarró su teléfono de la mesa de noche, se sentó sobre la cama y llamó a Natalia.

—Hola, Mike —saludó la chica.

—Hola. ¿Qué tal te fue?

—Creo que se la está pensando. ¿Y a ti?

—Igual. Dani me preguntó por ella hace unos minutos. Creo que está planeando algo.

—Súper. Hey. ¿Estás bien?

—Sí. ¿Por?

—No, es solo que... esta situación no ha de ser cómoda para ti.

—Nah. Estoy bien. Esto de andar de casamenteros me gusta.

Natalia rio levemente.

—A mí también.

—Deberíamos trabajar de Cupido. Quién sabe, tal vez nos saquemos un dinerito.

—Cómo no. Aunque ya sabemos que a ti te queda bien el traje.

Ambos rieron.

El sábado por la tarde y a escondidas, Daniel le sacó una copia a la tarjeta de acceso de su padre. Estaba de más decir que no dominaba para nada el terreno del amor, pero no fue tan difícil encontrar un detalle que fuera del agrado de Victoria; después de todo, ella disfrutaba de las cosas simples. El chico había estipulado que, cada lunes, se levantaría muy temprano para pasar por las oficinas de Ivon, dejar en el salón de Victoria una flor y una bolsa de galletas, y luego ir a la universidad. El lunes por la mañana, cuando Victoria entró al salón, le sorprendió ver ambas cosas. Dejó caer la mochila de su hombro, se acercó a la mesa, tomó la margarita color rosa entre sus manos y la observó con una sonrisa. Por más que su conciencia le gritara que debía ignorarlo, le agradaba sentir que había un chico por allí que la amaba, por lo menos de esa forma. Tomó su block de hojas, posicionó la flor sobre la mesa, tomó asiento y se dedicó a dibujarla. El siguiente lunes pasó lo mismo, solo que con un girasol, y siguió pasando cada inicio de semana. Victoria le dedicaba unos veinte minutos al retrato de cada flor distinta que Daniel le dejaba, de modo que el viernes ya lo había terminado y se quedaba con la curiosidad de qué tipo de flor le traería el chico cada vez.

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