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La vida sigue

Tras el entierro de Miguel, Victoria tuvo que comparecer ante el juzgado para declarar, así como la familia Köhler. La chica no quería hacerlo, ya que eso significaba que vería a su padre de nuevo y no sabía cómo reaccionaría: si le gritaría por haberlo denunciado, le expresaría arrepentimiento con una mirada sufriente o se humillaría a sí mismo ante todos para pedir clemencia. Victoria ya no le tenía miedo ni le guardaba rencor por todas las veces que la golpeó o casi la mató, pero le seguía costando trabajo perdonarlo por haber matado a su mejor amigo. Sin embargo, estaba consciente que debía hacer justicia por Miguel y quería asegurarse de que no volviera herir a nadie más, así que participó del juicio, siéndole completamente indiferente a Mauricio. Aunque llorara mares durante sus declaraciones, no le dirigió ni siquiera una mirada de reojo, temiendo decirle o expresarle cosas de las que luego se arrepentiría o que ni siquiera se merecía. Durante los días siguientes, tuvo que someterse a exámenes médicos para comprobar sus lesiones, tanto físicas como emocionales. Finalmente, Mauricio fue condenado a treinta años de prisión, lo cual no le alegraba ni le disgustaba, solo sentía que había cumplido con su parte.

Entre tanto ajetreo, todos extrañaban a Miguel entre lágrimas y silencios dolorosos y prolongados. Sin embargo, con el paso de las semanas y una vez finalizado los procesos judiciales, recordaban al chico de manera más nostálgica, sonriendo ante todas las historias divertidas por las que habían pasado y las ocurrencias del fallecido. Más que un triste recuerdo, Miguel se transformó en uno repleto de felicidad y orgullo, aunque no siempre fuera fácil aceptar su ausencia. Guardaron algunas cosas del fallecido chico en la bodega y otras las vendieron, pero el retrato se quedó en el cuarto de Victoria, tal como ella lo había pedido. Adecuaron el cuarto, ahora vacío, para visitas.

A Victoria le había estado costando trabajo aceptar que ya no volvería a ver a su amigo, y sentir algo por su padre. No volvió a llorar, pero había muchas emociones y pensamientos dentro de ella que seguían siendo demasiado confusos. Había días en que pensaba demasiado, otros en los que no pensaba en nada y otros en los que prefería no pensar. A pesar de estar acostumbrada al dolor, nunca imaginó que llegaría a un nivel en el que ella no podría controlarlo. Su manera de enfrentar ambas situaciones era sumirse en una especie de tranquilidad, en la cual los recuerdos del pasado no eran más que eso y solo había lugar para el futuro y todo aquello que deseaba hacer. Pensaba que, si se llenaba de pensamientos positivos e ilusiones, todo el rencor y el dolor desaparecerían. Aunque supiera que su pasado era una carga que siempre llevaría sobre sus hombros y que, por más que lo intentara, no podría olvidarlo, le fue más fácil preocuparse por las cosas que sí podía cambiar, que estancarse en eventos que ya no estaban en sus manos. Su trabajo como artista formaba parte de aquellas cosas que le permitían escaparse de cualquier pensamiento y sacar lo mejor de sí misma mientras retrataba lo bello de la vida. De boca en boca, los pedidos de pinturas, retratos y demás no cesaban. El tacto de los pinceles y el ruido prácticamente imperceptible de estos contra el lienzo o la pintura la llenaban por dentro. Se pasaba todo el día pintando en las oficinas de Ivon, de donde salía a las seis de la tarde. Encantada, se quedaba más horas con tal de seguir en su estudio de arte para esperarlo.

Por otro lado, Daniel sentía la ausencia de su hermano de una manera distinta, aunque sin dejar de ser lo suficientemente dolorosa. Ya no tenía a quien molestar, jugar ping-pong casualmente o simplemente hablar sobre cosas de varones. Pensaba seguido en todas las veces que lo había protegido y encubierto sus travesuras de mala gana. Se reprochaba que, si tan solo hubiera sabido que se iría tan pronto, lo hubiera hecho con más cariño y paciencia. Todas las cosas que hubiera querido decirle no eran más que monólogos internos para él. Sin embargo, Victoria era la única que conseguía atenuar esos remordimientos; era como si ella fuera una parte que Miguel le hubiera dejado solo para él, como si le hubiera dejado una muy buena razón para ser feliz y dejara de extrañarlo tanto.

Día a día, los sentimientos de Daniel hacia su amiga aumentaban, y no era capaz ni tenía deseos de detenerlos. Tenía la intención de hacérselos saber a Victoria, ya que aún guardaba la esperanza de que un futuro no tan remoto fueran algo más que amigos. Sabía que, luego de lo que había pasado, probablemente no era un tema adecuado para tratar, pero ya estaba cansado de esperar o seguir dándole largas al asunto. Sin embargo, se martirizaba cada día al sentirse decidido y teniendo el coraje para decírselo, pero terminando por hablar de otra cosa. Los lunes, sin falta, el chico siempre le llevaba a Victoria las famosas galletas de fresa y una flor, y se quedaba un rato con ella. Pero, cada vez que podía, pasaba a verla o a almorzar con ella.

Una tarde, llegó una carta de Mauricio al correo de los Köhler. Mariana tenía la intención de entregársela inmediatamente a Victoria, pero creyó que era mejor que Daniel se la diera; después de todo, consideró que él sabría cómo hacérsela llegar de una manera más adecuada. Cuando el chico regresó de la universidad, la señora Köhler se la entregó y le pidió dicho favor. Daniel subió directamente al cuarto de Victoria para cumplir con su cometido. Se plantó frente a la entrada, viendo cómo, de espaldas, la chica hacía algo sobre una mesa pequeña. Estaba tan concentrada y escuchando música a través de un audífono que no se percató de su presencia. Sonrió y se quedó un momento, recostado sobre el marco de la puerta, observándola. «¿Y si se lo digo ahorita?» Bajó la mirada hacia la carta. «Mejor no». Tocó la puerta con los nudillos.

—¿Se puede? —preguntó.

—Sí, dale —respondió la chica sin moverse.

El chico entró y se aproximó. Pudo observar cómo Victoria terminaba el busto con la cara de su hermano fallecido. La chica exhaló pesadamente y se apartó de golpe.

—Listo —aseguró.

—¡Ala! ¿lo terminaste? —comentó Daniel, acercándose para verlo más a detalle.

—Sí —afirmó, sin despegar la vista de su obra maestra con una leve sonrisa en el rostro—. No quería que con el tiempo se me olvidara cada detalle de su cara.

—Te quedó súper.

—Gracias, ahora solo hay que esperar a que se seque.

Victoria se limpió las manos con un trapo, se quitó el audífono del oído derecho y volteó a ver a su amigo para prestarle toda la atención del mundo.

—Bueno. ¿Qué se te ofrece?

Verla animada y de buen humor lo hizo sentirse más confiado en darle la carta sin provocar ningún efecto negativo en ella.

—Em... Llegó una carta de tu papá —informó, pasándosela.

Victoria la tomó y observó la información detrás. Daniel se recostó, frente a su amiga y con los brazos cruzados, sobre la mesa que sostenía el busto para observar su reacción. El dolor incitaba a la chica a romperla en millones de pedacitos, pero el amor le indicaba que lo mejor era leerla. Sin embargo, no se sentía lista para hacerlo. Apenas y podía contenerse de detestar a su padre, y leer la carta probablemente aumentaría ese sentimiento de rencor. Además, si lo que yacía dentro se trataba de una disculpa, no quería recibirla sintiéndose así.

—¿La podés guardar por mí, porfa? —pidió Victoria, regresándole la carta.

—¿No la querés leer? —preguntó el chico, recibiéndola.

—No, ahorita no —contestó, negando y desviando la mirada de regreso al busto—. No es el mejor momento y no quiero tener la tentación cerca.

—Muy bien.

—Gracias —dijo con media sonrisa en el rostro—. ¿No te querés quedar con él? —le ofreció a su amigo, elevando la barbilla en dirección a su finalizada obra.

—¿El busto? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Mhm.

—¿No te lo querés quedar tú?

—Es que yo ya tengo el retrato, y tú no tenés nada de Mike.

—Gracias, Vicky —dijo con una amplia sonrisa.

La chica le dirigió una de esas tiernas miradas que lo extasiaban. Con el pulso ya acelerado por los nervios, sintió el impulso de decírselo.

—Vicky... —balbuceó casi inaudiblemente y sin que ninguno de los dos se despegara la mirada de encima.

—¿Sí?

—Te... quería decir algo importante.

—Mhmmm... —pronunció, sonriendo abiertamente.

Daniel carraspeó y desvió la mirada durante lapsos de tiempo.

—Es que... quería saber si querías ir con Pablo y Naty a comer algo por allí el viernes.

«Imbécil», se castigó a sí mismo por esa mala coordinación entre su cerebro y su boca, que se había vuelto costumbre.

—Nop, eso no es lo que querías decir.

—¿Qué?

Daniel sintió como su sonrisa se borraba enseguida al ponerse más tenso de lo que ya estaba. Victoria rio levemente y se puso de pie para aproximarse a su amigo.

—No lo hago tanto como tus papás, pero te conozco, Dani. No creás que no me di cuenta de que toda esta semana has estado intentando decirme algo.

—Ah.

—Creo saber de qué se trata por lo nervioso que te ponés, pero me puedo equivocar.

«Ya no tenés de otra», se dijo el chico a sí mismo. Exhaló pesadamente.

—No se te puede ocultar nada.

Victoria rio. Esa risa, de alguna extraña manera, hizo que Daniel se calmara un poco y lo hizo pensar: «No te vas a morir por esto».

—Vicky... —dijo, acercándose a uno centímetros de ella—. Yo sé que lo de Mike y tu papá todavía es muy reciente, pero... me hizo darme cuenta de que no sabemos cuándo nos vamos a morir y que solo tenemos pocas oportunidades en la vida para disfrutarla con las personas que amamos, considerando lo larga que es. Y... No quiero perder la oportunidad de vivirla contigo, no solo como amiga, o por lo menos decirte cómo me siento. Esas cosas de 'qué pasaría si se arruina nuestra amistad' y todo lo demás no me importa porque yo de verdad te quiero. Hemos pasado por tantas cosas que tenerle miedo a enamorarse es algo que no podemos permitirnos.

—Dani.

—No quiero que me respondás ahorita, sino que por lo menos lo pensés —interrumpió—. Prefiero vivir un "no" que una mentira.

Okey —dijo, esbozando una sonrisa.

Daniel se acercó y le dio un beso sobre la frente antes de dirigirse a su cuarto.

—Por cierto —. Se detuvo, volteándose y recostándose sobre el marco de la puerta—. Sí era enserio lo de Pablo y Naty.

Victoria rio.

—Está bien, sí voy —accedió.

—Va. Entonces salimos el viernes a las cinco.

—Bueno.

Victoria no pudo dejar de pensar en esa conversación durante el resto del día. No tenía mucho que pensar y demasiado que sentir. Ella había querido a Daniel desde siempre y se mentiría a sí misma si negara no seguir sintiendo lo mismo. Todo ese tiempo se había empecinado en reprimir los sentimientos que sentía por el chico para calmar sus miedos e intentar protegerlo. Además, era más sencillo dejarse llevar por el afecto cuando creía imposible que Daniel se fijara en ella. Victoria temía que todo saliera mal y perjudicara su relación con la familia Köhler, o que su pasado fuera lo demasiado fuerte para impedirles ser felices. De ninguna manera pretendía que el afecto de Daniel reemplazara el de su mejor amigo, pero la vida seguía, y era de las pocas cosas que tenía para aferrarse. Albergaba demasiadas inseguridades y dudas dentro de ella, pero una cosa era más clara que el agua: ella amaba a Daniel, y la única que la detenía era ella misma.

Durante toda la noche, no pudo dejar de darle vueltas al asunto, así que tomó la carta que le había escrito Daniel con la intención leerla. Observó el sobre viejo por unos segundos antes de abrirlo, con la esperanza de encontrar en la carta algo que le ayudara a poner fin a su indecisión.

"Querida Vicky:

Sé que esta carta y su contenido te tomarán por sorpresa, ya que no hablamos mucho y no conocemos mucho uno del otro. Pero necesitaba sacar todos mis sentimientos de alguna forma y que tú los conocieras de algún modo. Solo puedo decir con seguridad que sé que eres la amiga de mi hermano, pero he notado varias cosas sobre ti de las pocas veces que pudimos conversar, nos hemos cruzado por los pasillos o he tenido la oportunidad de observarte de lejos.

He podido notar la gran sinceridad que tus ojos irradian, así como tu forma de hablar. He notado la manera tan especial en la que te das a los demás sin importar qué o quién sea. He notado la manera tan especial en la que le sonríes a alguien que tan solo te ha dado los buenos días. He notado lo callada que eres cuando te concentras o algo te interesa de verdad. He notado tu espontaneidad al hacer maravillas con una esquina de tu cuaderno y el primer lápiz que se aparezca en tu cartuchera. He notado esas cosas y muchísimas más que admiro de ti.

Pero estas no son más que suposiciones, y me encantaría poder confirmarlas o refutarlas. Y eso solo podría hacerlo si me das la oportunidad de conocerte mejor. Quiero que esos ojos me miren cuando me cuentes lo que quieras con esa forma tan especial de hablar. Quiero darme a ti sin importar qué. Quiero poder darte los buenos días todos los días para verte sonreír. Quiero que te concentres en las tonterías que digo mientras puedo admirar tu silencio. Quiero darte mi cuaderno y mi lápiz para que compartas todas esas maravillas que brotan de tus dedos. Quiero estar contigo para seguir admirándote por mucho tiempo.

Sé que todo esto tal vez te parezca muy extraño, pero es lo que siento. Te has ganado una parte de mi corazón con lo mínimo, por lo que sé que no te será difícil ganártelo todo si me das la oportunidad de estar más cerca de ti. Por favor, devuélveme esta carta con tu respuesta.

Con amor,

Daniel"

Tras terminar la lectura, con una gran sonrisa en el rostro y el viejo pedazo de papel, se acercó al retrato de su amigo fallecido.

—Hola, Mike. Acabo de leer la carta de Dani, que seguramente leíste—dijo, esbozando una sonrisa—. Tú dijiste que algún día él y yo estaríamos juntos, y yo te dije que eso nunca pasaría, pero mírame ahora. Sabés que nunca hubiera hecho algo que te lastimara, como estar con Dani, pero ya no estás. Y quiero que sepás que he pensado mucho en que iniciar una relación con Dani solo le traería problemas, sobre todo por lo que está pasando en mi vida ahora. Pero sé que me dirías que en la vida siempre habrá problemas y que solo estoy buscando una excusa para no enfrentarme a mis sentimientos o ser feliz. Y yo me quedaría callada, porque sabría que tenés razón. Y sí que tenías razón. Solo yo soy capaz de impedirme o permitirme esa felicidad, y ya me cansé de esconder lo que siento y de privarme de ella por preocuparme por cosas que no han pasado o ni siquiera pasarán. Por una vez quiero ser como tú y no preocuparme por lo que pasará mañana. O me preocupo por mis propios problemas o le rompo el corazón a Dani junto con el mío. Y no sería capaz de hacernos eso, y sé lo mucho que te hubiera alegrado que estuviéramos juntos. Pero siempre te voy a querer, Mike —aseguró, rozando los dedos sobre la mejilla del rostro del retrato—. Te estaré eternamente agradecida por haberme abierto el camino.

Sin más, tomó papel y lapicero de su mesa de noche para escribir: "Sí quiero ganarme ese corazón." Luego, lo metió dentro del sobre antes de irse a dormir con una enorme sonrisa. A la mañana siguiente, se levantó unos minutos antes para pedirle un favor a Mariana: que dejara la carta sobre la mesa de noche de Daniel cuando él ya se hubiera ido a la universidad. Más que encantada, la señora Köhler le aseguró que lo haría. Durante toda la mañana, Victoria no pudo evitar sentirse un poco nerviosa. Sus pensamientos estaban tan centrados en la reacción de Daniel que a veces olvidaba que estaba pintando. Prácticamente cada diez minutos, su mirada se dirigía hacia la entrada, esperando a que el chico apareciera. Aproximadamente a las cuatro de la tarde, Daniel se apareció frente al salón con un ramo de rosas y una bolsa de galletas Verona. Al verlo a través del vidrio, la chica se puso de pie y le abrió la puerta.

—Perdoná la facha, es que vengo del gym —se disculpó el chico al entrar—. En realidad, vengo de la casa, pero me vine rápido.

Victoria rio levemente.

—Está bien.

—¿En dónde encontraste esa carta?

—Mike.

Daniel asintió y sonrió ampliamente.

—Quién se lo viera...

—Supongo que eso es para mí —dijo la chica, dirigiéndole una rápida mirada al ramo de rosas.

—Suponés bien —aseguró Daniel, entregándoselo—. No es lunes, pero de alguna manera había que celebrarlo —dijo, elevando la bolsa de galletas.

Victoria sonrió y la recibió, acercando un poco su nariz para oler las rosas.

—Gracias.

—¿O sea, que ya te puedo llamar mi novia?

—Ese es mi título oficial, pero siempre seré Vicky.

—Pero vas a ser mi Vicky.

La chica sonrió tímidamente, bajando la mirada.

—También te traje algo más —informó Daniel.

—¿Qué cosa? —indagó, levantando la mirada.

El chico, teniéndola con las manos ocupadas, justo como quería para que no pudiera escaparse, la tomó suavemente del rostro, se acercó más a ella, quedando a unos cuantos centímetros, y la besó.

***

Las semanas pasaron velozmente y las heridas iban comenzando a sanar. La familia Köhler, a pesar de lo que había pasado, no pospuso su viaje navideño a Alemania. De hecho, creyó más prudente ir para compartir con la familia y aprovechar la ocasión para que la nueva integrante conociera más a fondo la parte europea de los Köhler. Por su lado, la chica estaba más emocionada que nunca. Hace tiempo que no viajaba y, además, iba a hacerlo a su país soñado. Ya se veía a sí misma tocando nieve por primera vez y conociendo las hermosas calles de Bremen. Sin embargo, antes de irse, quiso visitar a su mejor amigo. Sentía que, antes de dejar el país, debía despedirse de él, aunque supiera bien que Miguel siempre estaría con ella, a donde quiera que fuera. Daniel la acompañó al cementerio. Luego de colocar flores y abrazados frente a los restos de Miguel, en el más profundo silencio, leyeron la placa: "Miguel Köhler Ramírez, amado hijo, hermano y amigo. 2002-2022".

—Ya se me está olvidando su voz, su cara... —comentó Victoria.

—Pero estás aquí, y eso significa que nunca lo vas a olvidar.

La chica le dedicó una tierna sonrisa y este la abrazó más fuerte. «Solo espero que estés bien», le dijo a Miguel en sus adentros. Y, como si esa hubiera sido una orden para las nubes, pequeñas gotas de agua comenzaron a caer.

—¡¿Lloviendo a finales de noviembre?! ¡Hombre, qué clima más loco! —se quejó el chico.

Victoria, por su lado, comenzó a reír de felicidad y elevar al rostro para dejarse empapar. Daniel la tomó de la mano con la intención de llevarla consigo al carro. Sin embargo, ésta no se movió.

—No sabía que eras de azúcar —comentó Victoria sin abrir los ojos.

Sin entender por qué y constatando lo feliz que estaba su novia, Daniel se encogió de hombros, se quitó su chumpa, se la colocó encima y se quedó junto a ella. Aunque ese clima se debiera a un acontecimiento meteorológico, nada podría borrar el hecho que llovió justo en el momento preciso. Victoria tenía la certeza que esa era la manera de Miguel de decirle que estaba bien. No sabía qué pasaría, pero sí que ahora empezaba un nuevo capítulo en su vida, en el cual todo sería distinto de lo que conocía. Aunque aún hubiera cosas sin resolver, dejaba un pasado lleno de recuerdos agridulces para comenzar la marcha hacia un futuro completamente prometedor.

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Estimad@ lector / lectora:

¡Muchas gracias por llegar hasta aquí! Espero que este libro te haya agradado, emocionado y tocado el alma tanto como a mí al escribirlo. Este es el final de la historia entre Mike y Vicky, pero el inicio de la historia entre Vicky y Dani. Como podrán haberse dado cuenta, aún quedaron unas cuantas cositas inconclusas entre ellos. Les dejo el trabajo de encontrarlas. Jajaja. Por lo tanto, tengo planeado escribir un segundo libro. Espero que también se animen a leerlo. 

Un gran abrazo y saludos,

Ximena De Dios

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