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¿Has sabido algo de Vicky?

Al entrar a casa, sumida en sepulcral silencio y al estar de muy buen humor, se le ocurrió una manera sutil de establecer contacto con Daniel a través de medios digitales. Sacó todas sus obras de arte, exceptuando el retrato que estaba dibujando de él, y le sacó una fotografía a cada una con la intención de mandárselas por WhatsApp. Sin embrago, una repentina inseguridad la detuvo al nada más faltarle un clickeo. Dejó el aparato encima de su cama y, caminando de un lado a otro en su cuarto, estaba decidiendo si hacerlo o no. No se trataba de nada indebido, aunque sintiera que sí. Antes de que pudiera arrepentirse, presionó el botón y después bloqueó el teléfono. Para intentar ignorar el tema y calmarse, se dedicó a guardar las flores que le había regalado Miguel, ahora marchitas, en una bolsa Ziploc y tirar el agua vieja. A Victoria le agradaba conservar cosas que significaban mucho para ella. Tomó un baño, sacó todos sus materiales y, con detalles más frescos y renovados sobre el rostro de Daniel grabados en su memoria, continuó con el retrato. Si bien no esperaba que Daniel le respondiera pronto, le fue inevitable revisar las notificaciones del teléfono aproximadamente cada cinco minutos. Sintiendo cómo los ojos comenzaban a serle pesados, su foco de atención disminuía y sus nervios se destensaba de la fatiga, fue a dormir con una sonrisa en el rostro y a la expectativa de qué pasaría mañana.

Al día siguiente, se despertó de una manera poco habitual y desagradable: su padre golpeaba fuertemente su puerta. A las cuatro de la mañana, se bajó de la cama de un sobresalto y con el pulso acelerado por el arrebato.

—¡¡¡Abre la puerta!!! —exclamaba tras cada desganado golpe.

Victoria se plantó frente a esta, dudando si abrirle o no. Si lo hacía, estaba segura de recibir mucho más que un golpe, pero, si no, con certeza su padre encontraría la manera de derribar la puerta. No tenía otra opción, así que se armó de valor y la abrió para luego alejarse velozmente. Mauricio, ebrio como siempre y con un cinturón en la mano, la tomó bruscamente de los brazos.

—¡¿En dónde estabas a-anoche maldita?!

—Estaba durmiendo —respondió, encogiéndose con la intención de minimizar cualquier golpe inesperado.

Mauricio soltó uno de sus brazos y le atestó un golpe sobre la cara con la hebilla del cinturón. Victoria emitió un quejido y se cubrió el golpe con la mano libre.

—¡¡¡No m-me mientas!!!

—¡Es la verdad, estaba dormida!

La tiró al piso y comenzó a golpearla con el cinturón mientras esta emitía quejidos de dolor e intentaba cubrirse el rostro con los brazos. Sabía que, si intentaba evadir los golpes, sería peor, así que no le quedaba más que aguantarlos.

—¡¿E-En dónde estabas?! —exclamó, deteniéndose.

—Salí con una amiga —soltó entre jadeos.

—¡¡¡Así que a-aprovechaste el descuido para escaparte!!!

Con más ganas, continuó golpeándola. Se agachó como pudo y la tomó de un brazo para aproximarla a su rostro.

—¡¡¡M-Me vas a dar las llaves d-de tu cuarto!!! ¡¡¡Ahorita!!! —exigió, soltándola.

Victoria se reincorporó a tientas, abrió el primer cajón de su mesa de noche, las sacó y se las entregó. Una vez con las llaves en su poder, Mauricio tomó firmemente a Victoria del rostro.

—¡¡¡N-No quiero volver a e-encontrarlo con llave!!! ¡¿Entendiste?!

Esta asintió y su padre la soltó bruscamente antes de retirarse. Victoria, apoyándose sobre sus brazos, se sentó sobre el piso. Recostó la espalda sobre la cama y tocó su cabeza. Afortunadamente, no estaba sangrando, pero cuando pasó a su mejilla, esta sí lo hacía. Miró sus lastimados brazos con marcas rojas que pronto de volverían moradas. Una vez pasado el susto y recobrando plena conciencia, ralentizó su respiración, se hizo un ovillo y comenzó a llorar. Las saladas y amargas lágrimas que caían sobre su herida ardían, pero nada era peor que el dolor que estaba sintiendo por dentro. Victoria no sabía cómo se le había podido meter en la cabeza que tenía la posibilidad de ser como los demás de su edad. Se culpó a sí misma por haber alimentado las esperanzas de tener una vida ordinaria, o, por lo menos, diferente a la que estaba acostumbrada, que resultaron ser un simple sueño. Por más que lo deseara y lo intentara, ella nunca podría cambiar nada. Adolorida, no solo por los golpes, sino también por la tensión, se dirigió al baño para curarse. Era la misma rutina: desinfectar, poner crema cicatrizante y curitas si era necesario. La mejilla se le había abierto un poco, pero empleó una técnica que vio en Youtube para curarla. Tras el doloroso procedimiento y con los ojos rojos y vidriosos, se acostó sobre la cama y revisó su teléfono. Daniel le había enviado un mensaje la noche anterior.

"Están preciosos Vicky!"

"Ya me dieron ganas de encargarte algunos😊"

Esbozó una triste sonrisa antes de echarse a llorar nuevamente. No podía hacerles esto a Miguel y a Daniel, no quería que sus hermosas vidas se vieran comprometidas en un intento de salvar la suya, la cual consideraba echada a perder. Victoria no creía ser capaz de pretender que su vida era normal, y mucho menos delante de los chicos. Para ella, un rayo de esperanza no era nada comparado con la negrura de su desdichada vida. Tomó entonces la firme decisión de desaparecer de sus vidas y dejó de responder los mensajes de ambos durante dos días.

Por su lado, Miguel se despreocupó por creer que probablemente su amiga tenía muchas cosas que hacer. En el tercer día por la tarde, estaba comiendo una manzana en la cocina mientras veía sus redes sociales. Daniel se apareció con su mochila sobre el hombro, listo para ir al gimnasio, para luego sacar una botella de Gatorade de la refrigeradora.

—¿Por cuánto tiempo más te vas a quedar allí sentadote? —le preguntó a su hermano.

—¿Y a vos qué? —se quejó sin despegar la vista de la pantalla.

—Hey —pronunció, abriendo la botella—. ¿Por qué Vicky tiene una cicatriz detrás de la oreja? —preguntó antes de abrir la botella y tomar un sobro.

—¿Qué? —dijo, frunciendo el ceño y colocando el teléfono sobre la mesa.

—Sí, tiene una cicatriz que va de detrás de su oreja hasta la nuca.

—No la había visto —admitió, dándole otra mordida a la manzana.

—Es tu novia y ni siquiera te habías dado cuenta...

—Callate —dijo molesto—. ¿Y vos cómo te diste cuenta?

—La vi el sábado.

«¡¿Y vos por qué andás viendo a mi novia?!», quiso decirle.

—Mmmm...

—En fin, me voy al gym —se despidió antes de salir—. ¡Ah! —dijo, retrocediendo—. ¿Y sabés si su teléfono se rompió o algo?

—No. ¿Por?

—No contesta los mensajes, ni siquiera los leyó, al menos no los míos.

«¡¿Qué mensajes?!», gritó Miguel en sus adentros antes de responder.

—Ah.

—Allí me contás, porfa.

—Ajá.

Esa breve conversación hizo que Miguel dejara de lados sus celos y comenzara a sospechar que algo ocurría. Aunque la chica tampoco respondiera sus mensajes, sabía bien que nada en este mundo le haría perder la oportunidad de conversar con Daniel. Además, no es que la chica tuviera todo el tiempo del mundo, pero siempre respondía tarde o temprano. La llamó varias veces, pero no escuchó nada más que el buzón de voz. A pesar de no haber pasado tanto desde su último encuentro, todos esos inusuales acontecimientos y un leve presentimiento le indicaban que se trataba de algo serio. Su cabeza no dejó de darle cuerda al asunto durante todo el día, impidiéndole conciliar el sueño. Entonces, al ser el único horario disponible para ambos y sin previo aviso, se atrevió a visitarla a esas altas horas de la noche. Normalmente, no solía ser así de atrevido como para auto invitarse a la casa de alguien por más fiestas a las que hubiera entrado de colado, pero creía que la situación lo ameritaba. Un sentimiento de curiosidad mezclado con suspenso e inseguridad recayó en su estómago y sus nervios al cruzar por primera vez el portón de la intrigante colonia de su amiga. Se bajó del carro, abrió la chirriante e imponente reja bajo la lluvia y entró, con todo y el carro, a la colonia. No le fue difícil dar con la casa, aún guardaba algunos vagos recuerdos de haberla visitado anteriormente. Victoria, como siempre, estaba dibujando bajo su cama. El sonido de un medio de transporte estacionándose cerca de su casa la desconcertó. Se puso de pie de golpe y abrió la ventana para ver de qué se trataba. Conocía ese carro muy bien. Sobresaltada, trastrabilló un poco antes de poder tomar el teléfono de la mesa de noche, marcarle a Miguel y volver a asomarse por la ventana.

—Hola, Vicky —la saludó tras atender el teléfono.

—¿Qué hacés aquí? —cuestionó, intentando sonar lo más retadoramente posible a pesar de estar susurrando.

—¿Dónde estás? —preguntó, saliendo del carro para buscarla con la mirada.

—Andate, por favor.

Cuando por fin encontró la sobresaliente figura de su amiga, no le despegó la mirada de encima.

—¿Por qué? Si te vine a visitar —cuestionó.

—Solo vete.

—¡¿Por qué?! —cuestinó, elevando los hombros y su mano libre—. ¿Qué pasó? ¿No me querés ver?

—No.

—¿Por qué?

—Andate, ahora —exigió entre dientes.

—No, no me voy a ir si no me decís por qué.

Victoria exhaló pesadamente al constatar que no había manera de convencerlo y no podía quedarse discutiendo así por más tiempo.

—Entonces, parqueate en la casa del frente. Está desocupada —pidió, en voz baja.

—¿Por qué?

—Solo hacelo, por favor.

—Va.

—No bajés, quedate en el carro, yo voy a bajar.

—No es necesario...

—Quedate allí —interrumpió con voz firme antes de colgar.

Abrió lentamente la puerta de su cuarto y revisó que su padre siguiera en el quinto sueño. Se puso una sudadera con capucha, colocó la soga y descendió rápidamente. Miguel vio la extraña escena a través de la ventanilla del copiloto, así que bajó inmediatamente con la sombrilla para cubrir a Victoria. A medida que la chica se acercaba, se cubría lo más que podía con la capucha, puesto que ya se había desmaquillado.

—Hola, Mike —saludó de beso rápidamente para que su lamentable aspecto pasara desapercibido—. ¿Qué hacés aquí?

—¿No puedo visitar a mi novia?

—Em, no —respondió, cabizbaja. —Por lo menos no así.

—Sé que debí haber avisado, pero quería sorprenderte —se justificó, intentando encontrar la mirada de su amiga entre su largo cabello y bajo la capucha—. ¿Por qué saliste por la ventana?

Victoria veía disimuladamente hacia todos lados mientras Mike la observaba sin comprender qué ocurría.

—¿Qué pasa?

—Mike—exhaló bruscamente—. No creo que este trato esté bien. Ya no quiero, no puedo seguir con esto. Ya no me importa si vas y le decís a Daniel toda la verdad.

—¡¿Por qué?! Si todo parecía estar bien. Hablaste con Dani, eso...

—Lo sé —interrumpió—. Pero no creo que vaya a funcionar. Encima, pensalo, es un trato bastante ridículo.

—¿Es porque no querés lastimarme?

—No. Sí. Bueno, no, pero sí. ¡Ah! —exclamó, hundiendo el rostro entre sus manos.

—Si no querés seguir con el trato está bien, pero eso no significa que dejemos de hablarnos o escribirnos. Somos amigos.

—Mike... —pronunció, desviando la mirada.

—Vicky, pasamos años sin saber uno del otro y ahora nos volvemos a encontrar. No creo que sea justo que todo desparezca así nada más.

—Solo andate a tu casa, Mike —pidió con los ojos llorosos.

—No te entiendo, Vicky.

—No te pido que lo hagás —dijo, despidiéndose con un beso sobre la mejilla.

—Vicky —se quejó.

Victoria retrocedió lentamente.

—Me lo vas a agradecer —aseguró, elevando un poco la mirada para encararlo una vez más y dedicarle una leve sonrisa antes de regresar a su cuarto.

Miguel pudo notar, aunque como un efímero destello, la herida sobre el rostro de su amiga. Estuvo tentado en seguirla, pero la chica fue mucho más veloz. Una vez solo en aquella solitaria calle, volvió a entrar al carro. Necesitaba y quería respuestas, pero no las obtendría ese día. Regresó a casa con esa última imagen de Victoria en su cabeza y un terrible insomnio. A pesar de la fatiga, no podía dejar de pensar ella.

—¿Todo bien? —preguntó su madre desde la cocina, durante la tarde del día posterior, al verlo entrar por un vaso con agua.

La señora Köhler había notado un comportamiento inusual en su hijo desde la mañana.

—Sí.

—¿Seguro?

—Ajá.

—Ya va a estar el almuerzo.

—Gracias mama, pero no tengo hambre. Coman sin mí —dijo, subiendo las escaleras.

—¿Seguro que está bien? —preguntó, asomándose desde la entrada de la cocina.

—¡Sí! —respondió desde el segundo nivel.

Entró en su cuarto, cerró la puerta, colocó el vaso con agua sobre su mesa de noche y se sentó sobre la cama para seguir procesando todo lo que había pasado. Quería pensar que ese golpe no era nada más que un producto de su imaginación, pero la realidad era otra. Entró a sus redes sociales en busca de alguna pista o respuesta, pero fue en vano ya que ella, así como su padre, no las usaba mucho. Esa herida podía ser causada por muchas cosas y pensó en todas las posibilidades por más nefastas que parecieran. No le mencionaría nada a Daniel, se notaba que el tema era delicado y no sabía hasta qué punto su amiga se enfadaría si hacía la situación un poco más pública. Además, le agradaba la idea de ser el único en guardar secretos acerca de Victoria.

Durante la semana, la chica no dio señales de vida y, por más que él quisiera llamarla o escribirle un mensaje, sabía bien que no le respondería. Miguel dormía, comía y abría los libros pensando en ella, porque rara vez estudiaba.

—Mike, te estoy hablando —dijo Daniel, sacudiendo su mano frente al rostro de su hermano.

—M —pronunció, dirigiendo la mirada del vacío hacia Daniel mientras comía tostadas con frijol y queso de refacción en la cocina.

—¿Y a ti qué te pasa? Has estado súper raro.

—Nada —aseguró, poniéndose de pie para poner el plato en el lavatrastos.

—¿Tiene que ver con Vicky? ¿Has sabido algo de ella?

—Em... Ha estado muy ocupada en el trabajo —la justificó.

—Ah. ¿Pero está bien?

—Sí.

—¿Entonces por qué no me responde los mensajes?

—No sé... Tal vez ya no le caíste bien —respondió antes de irse a su cuarto.

Miguel sabía que no debió haber dicho eso, pero no quería que su hermano se entrometiera en el asunto. Sin embargo, Daniel, no contento con la actitud de su hermano y el mensaje sin respuesta de Victoria, se decidió a llamarla. El teléfono lo mandó a buzón, y lo intentó nuevamente sin éxito. A Victoria, esa llamada la tomó por sorpresa mientras lavaba los platos. En un universo alterno, le hubiera encantado responderle y escuchar su dulce voz. Sin embargo, ella ya había tomado la dura decisión de alejarse por el bien de ambos chicos; además, le era imposible responder debido a su vigilante padre. El chico no se dio por vencido y le dejó un mensaje de voz. Aunque fuera la novia de su hermano y supiera que tenía que mantener distancia, presentía que algo estaba pasando entre ellos y no quería que eso acabara con su amistosa relación. Victoria, una vez sola en su cuarto y con su padre durmiendo profundamente, se puso los audífonos y escuchó el mensaje.

—Hola, Vicky. ¿Cómo estás? No he sabido nada de ti. Mike me dijo que has estado muy ocupada en el trabajo y lo entiendo. Pero solo quería saber si pasó algo o si hice algo por lo que hayás dejado de responderme los mensajes. Espero podamos volvernos a ver pronto, o al menos hablar, y, sobre todo, que estés bien. Saludos.

Al terminar de escucharlo, Victoria sonrió con lágrimas en los ojos. Se aferró al teléfono, haciéndose un ovillo sobre la cama. Si no podía verlo, escribirle o hablarle, por lo menos podría subsistir con mensajes de voz para animarla. Sin embrago, sus dedos se deslizaban tentativos por la pantalla que mostraba el chat. Sentía la necesidad de mandarle un último mensaje si ya no iba a verlo más, pero, como de costumbre, no se atrevió. Aunque doliera, alejarse era lo mejor. No sabía si recibiría otro mensaje de voz y mucho menos si su recuerdo se iría desvaneciendo en la memoria de Daniel, pero por lo menos él estaría sano y salvo.

Un viernes por la noche, Miguel se desesperó. Aceptaba si ya no podía estar cerca de Victoria, pero consideraba que por lo menos merecía una buena y convincente explicación. Se levantó de su cama en pijama y fue a buscarla. No quería dejar las cosas así, no después de volver a encontrarse con su amor platónico tras un largo tiempo.

—¿A dónde vas? —preguntó Daniel desde la sala del segundo nivel, con varios papeles y material de estudio encima de la mesa.

—No te incumbe.

—Claro que me incumbe —aseguró, poniéndose de pie para acercarse a su hermano—. Sino le diré a...

—Hacelo, me vale madres —interrumpió retadoramente.

—Entonces... Si vas a ver a Vicky, porque sé que seguramente lo harás, mandale saludos de mi parte, porfa.

—¿Sigue sin responderte?

—¿Está enojada conmigo o algo?

Miguel estuvo tentado en decir que sí y muchas más afirmaciones irreales, pero lo único que salió de su boca fue:

—No, para nada.

Daniel desvió la mirada, encogiendo los labios.

—¿Por qué tanto interés en mi novia? —preguntó Miguel.

—Es mi amiga Mike, no tenés por qué estar celoso.

—Ajá —pronunció con ironía.

Daniel meneó la cabeza.

—En fin. Manejá con cuidado.

Miguel asintió antes de salir. Estaba lloviendo a cántaros. Cruzó el portón y se estacionó en la casa del frente. Le escribió un mensaje a Victoria.

"Mirá por la ventana"

Tras recibirlo y leerlo, la chica obedeció y vio el carro.

"Qué haces aca?!"

"Andate a tu casa"

"No"

"No me voy a ir hasta que hable contigo🙄"

"Porfa"

"Solo vete"

"Nop"

"Soy capaz de armar un escándalo"

"Voy a gritar, patalear y hacer berrinche en medio de la calle si es necesario"

Victoria exhaló bruscamente.

"Acercate a la ventana"

"Te voy a tirar la soga y subis"

"Pero no hagas mucho ruido cuando entres ni hables muy fuerte"

"Porfa"

"Va"

Victoria sabía que era arriesgado, pero siempre había una primera vez para aquella última vez que vería a Miguel. Además, lo creía capaz de hacer todo lo que dijo y no quería que ninguno de los dos se mojara. Emocionado, el chico salió del carro mientras Victoria se cercioraba que su padre estuviera durmiendo. La chica colocó la soga y su amigo recostó la sombrilla sobre la pared de la casa antes de escalarla. Cruzó la ventana, mojando un poco el piso. Victoria se alejó, dándole la espalda, para ocultar la herida del rostro. Miguel observó rápidamente el triste cuarto de su amiga antes de centrarse en ella nuevamente.

—Decime lo que tenés que decirme, porque tú y yo no tenemos nada más de qué hablar —exigió Victoria, cruzándose de brazos.

Miguel se acercó y ella dio un paso hacia adelante, el chico entendió el mensaje.

—¿Qué te pasó en la cara? —preguntó.

—Nada.

—Vicky...

—Solo fue un accidente —aseguró, encarándolo al constatar que ya no podía ocultarlo más.

—¿Igual que tu cicatriz?

—¿Quién te contó? —preguntó, abriendo los ojos grandemente.

—Eso no importa —dijo, acercándose sin importarle invadir su espacio.

Por su parte, Victoria no se apartó, no podía esconderle más nada.

—¿Qué está pasando Vicky?

La chica se quedó muda; se rehusaba a contarle lo que estaba ocurriendo por vergüenza, porque no se sentía orgullosa de confesarlo y le atemorizaba que se lo dijera a Daniel. Pero, sobre todo, tenía miedo al rechazo que podría llegar sentir su amigo si le mostraba su verdadera yo y cómo era su vida en realidad. No quería espantarlo, que se quedara con una idea catastrófica de ella y lo tomara como excusa para alejarse. Además, no sabía cómo decírselo ni tenía la suficiente fuerza para hacerlo, porque nunca lo había hecho. Tras sentir el terrible pavor que su amiga le transmitía a través de su mirada, movido por su preocupación y determinado a no irse de allí sin saber la verdad, Miguel se acercó más a ella, colocó suavemente las manos sobre sus hombros y la miró directamente a los ojos.

—Si querés que me vaya para siempre, lo haré, pero no sin una buena razón, porque sé que no se trata simplemente del trato.

Los ojos de Victoria empezaron a humedecerse y sus temblorosos labios delataban su esfuerzo por disimular el sufrimiento que el dilema en el que se encontraba le causaba.

—Somos amigos Vicky, solo te quiero ayudar.

La chica se apartó violentamente.

—Vete, Mike —pidió, secándose las lágrimas con las mangas de su sudadera.

—Vicky...

Miguel se aproximó nuevamente.

—No me iré de aquí hasta saber qué pasa. Te perdí una vez y no quiero volver a hacerlo.

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