Esta es mi vida
Victoria se dio cuenta de que la terquedad de su amigo era tal que ya no tenía otra opción más que decirle la verdad.
—Querés saberlo —dijo, volteándose abruptamente y dedicándole una dura mirada con los ojos llenos de lágrimas—. Bien. Mi padre es un alcohólico que golpea a su hija cada vez tiene la oportunidad de hacerlo.
La chica se quitó bruscamente la sudadera y le mostró sus brazos, Miguel se sobresaltó al verlos.
—¿Esto era lo que querías ver? ¿Esto era lo que querías saber? —preguntó, elevando un poco la voz y acercándose cada vez más a él—. Pues ya lo sabes. Ahora vete.
Victoria empujó el pecho de Miguel con ambas manos.
—Corre, ve y cuéntale a todos la verdad —prosiguió, elevando la mano en el aire—. Cuéntale todo a Daniel y no regreses.
Sin nada más que decir, Victoria hundió el rostro entre sus manos y, entre lágrimas, comenzó a sollozar. Miguel, atónito por lo que acababa de escuchar y presenciar, la observó por unos segundos sin saber qué decir, y mucho menos hacer. Escuchar tales afirmaciones y ver la desesperación y la pena reflejados en la desgarradora expresión de su amiga, así como tantas marcas de brutales maltratos, fue demasiada información para procesar en unos cuantos segundos. Sin embargo, la falta de palabras no fue un impedimento para que el chico la atrajera hacia sí y la envolviera entre sus brazos con la intención de darle un poco de consuelo. Victoria se aferró a la chaqueta de su amigo, empuñando el resbaloso nilon, y dejó fluir el mar de llanto. No recordaba la última vez que había recibido un abrazo, y recordarlo consiguió calmarla. Ninguno de los dos se movió durante un largo rato hasta que la chica se apartó un poco para secarse el rostro con las manos.
—¿Mejor? —preguntó Miguel, sin soltarla.
Victoria asintió y le dedicó media sonrisa.
—Vení, sentémonos —indicó el chico antes de que ambos tomaran asiento sobre la cama.
—Mi papá me golpea cuando lo provoco, aunque a veces solo lo hace porque está ebrio —dijo la chica—. Por eso casi ni puedo dormir en la noche. Trabajo porque el dinero no nos alcanza y no puedo salir a ningún lado si no es a escondidas, por eso salgo por la ventana.
—¿Entonces, cuando llegaste a nuestra casa, te escapaste?
Victoria lo miró fijamente, esbozando una sonrisa.
—No te sintás culpable. Yo quería ir y no tenías cómo saberlo.
—¿Cómo se dio cuenta de que ya no estabas?
—Unos amigos suyos vinieron de visita, seguramente me necesitó para algo y no estuve para abrirle la puerta. Tenía las dos copias de las llaves de mi cuarto, pero se las tuve que dar y ahora tengo que mantenerla sin llave.
Miguel asintió sin dejar de observarla, compadecido. Consideró que el tema era demasiado doloroso, fuerte y delicado para atacarla con preguntas. Además, no podía evitar sentir cierto remordimiento por haberla presionado tanto.
—Y bueno, esta es mi vida —dijo Victoria, encogiéndose de hombros—. Sé que me preguntarás ¿por qué no buscás ayuda? ¿por qué no lo denunciás? Creeme que me las hago seguido y me echo la culpa todos los días por no hacer lo correcto. Pero la verdad es que no tengo a donde ir. Mis tíos viven en México y no quieren hacerse cargo de mí. No tengo a nadie.
—Eso no es cierto. Me tenés a mí, Vicky, podés venir conmigo.
—Gracias, pero no solo se trata de donde quedarme a vivir. Es mi papá. Por más errores que cometa, no puedo hacerle eso.
—¿Y él sí puede golpearte cuando se le da la gana? No podés esperar a que te mate.
—Mike, es la única familia que me queda y que se ha quedado conmigo. Además, él cuidó de mí y no habría nadie quien lo cuide a él.
—¿Y quién te cuida a ti?
Victoria bajó la mirada como respuesta. Miguel la rodeó por detrás con su brazo para darle medio abrazo y acariciar su hombro.
—Está bueno, pero yo no me voy a ir —aseguró Miguel.
—No sabés lo que decís —afirmó, negando con la cabeza.
—Sé que es súper peligroso, pero te dije que me quedaría y eso voy a hacer, lo querrás o no.
—Entonces no le digás nada a Dani, por favor. No quiero involucrarlo en este tema, y mucho menos que me mire así como tú.
—¿Así cómo? —preguntó.
—Con pena. Encima, me daría vergüenza.
—¿Por?
—Decir que tu padre es un alcohólico no es algo para estar orgulloso de contar. No venís y le contás eso así no más a la gente.
—Ya.
Se quedaron unos largos minutos en silencio, escuchando el repiqueteo de la lluvia contra las ventanas. Mientras Victoria disfrutaba del pequeño y novedoso placer de haberse desahogado, Miguel gozaba de ser el nuevo confidente de su amiga. Sin embargo, el chico, aparte de querer tenerla cerca porque la amaba, se atemorizaba al no saber qué podría pasarle dentro de aquella casa. Tenía miedo de no poder estar allí para socorrerla ante cualquier catástrofe; sin embargo, sabía bien que la decisión de dejar aquel ambiente hostil era de Victoria. Así que, viendo que ella no conocía nada más allá de los maltratos y su duro trabajo, decidió mostrarle otro tipo de vida que ella no conseguía ver. Confiaba en que, poco a poco, sintiendo y viendo lo buena que era y podía ser la vida fuera de su casa, tuviera el valor de hacer lo correcto.
—Supongo que el trato sigue en pie —dijo el chico.
—No creo que sea buena idea.
—No me has terminado, así que sigo siendo tu novio falso.
Victoria sonrió levemente.
—Ya me di cuenta de que sos tan terco que no me vas a dejar, aunque te lo pida.
Miguel chasqueó con la boca.
—Exacto.
—¿Estás seguro de que Dani no se va a enojar?
—Nah. Además, no creo que se entere si no se lo contamos.
—Bueno.
Miguel sacó el teléfono del bolsillo de su pantalón para revisar la hora.
—Creo que mejor ya me voy —dijo, poniéndose de pie—. Así te dejo descansar.
—Okey —pronunció Victoria, yendo tras él.
—Llamame o escribime si necesitás algo —pidió el chico frente a la ventana—. Portate como una mamá que llama a su hijo de parranda.
Victoria rio.
—Okey.
—Te voy a venir a visitar todos los fines de semana. Tú escogés si querés salir a algún lado, quedarte en el carro o ir al parque queda cerca de aquí. Todo depende de ti. ¿Va?
—Pero tú también tenés o tendrás cosas que hacer.
—Pero algún día en la semana te tengo que ver.
—Está bueno —accedió, esbozando una sonrisa.
—Buenas noches, fresita —deseó, dándole un beso sobre la mejilla para despedirse.
La chica rodó los ojos.
—Buenas noches, Mike.
El chico bajó por la soga, tomó su sombrilla, se metió al carro y se fue. Victoria observó la escena a través de la ventana y sonrió frente al vidrio mojado. Sabía que debería arrepentirse de haberle soltado la sopa a Miguel, por haberlo puesto en peligro y por haber hecho exactamente lo dijo que no haría: seguir manteniendo cercanía con él. Pero le agradaba mucho más sentirse apreciada sabiendo que alguien había vuelto a interesarse y preocuparse por ella a pesar de lo complicada que era su situación. Aunque también se sintió un poco egoísta, ya que estaba consciente que el plan que ambos se traían entre manos podría conllevar muchas consecuencias graves para los tres, pero ya estaba cansada de darse por vencida. Ahora que tenía a alguien dispuesto a ayudarla, quería hacer un último intento para llevar una vida normal, aunque fuera el último de su vida. Regresó a su cama y, teniendo el ánimo y coraje suficientes, grabó un mensaje de voz para Daniel.
—Hola. Em... Dani. Espero que tú también estés bien. Perdoná que no te haya respondido los mensajes, es que sí he estado bastante ocupada. Por eso he estado desconectada, pero gracias a Dios el trabajo estará menos cargado y podré responderte más rápido. Espero nos veamos pronto.
Con los dedos temblorosos y la respiración agitada, mandó el mensaje y tiró el teléfono sobre la cama antes de ponerse a rondar por su cuarto como león encerrado en jaula. Se preguntaba cosas como: «¿Soné nerviosa?, ¿debía haberle dicho buenas noches?» Un mensaje le llegó, tomó el aparato de golpe y leyó lo que Daniel le escribió.
"Qué lindo escucharte"
"Me alegra que estés bien 😊"
"Qué tal tu día?"
Con una amplia sonrisa, comenzó a teclear una respuesta.
***
Tal y como lo había prometido, Miguel llegó de visita al día siguiente por la noche. Victoria bajó por la soga y corrió hacia el carro para mojarse lo menos posible.
—Hola, Mike —lo saludó al entrar en el asiento del copiloto.
—Hola.
—Está diluviando afuera —comentó, quitándose la capucha.
Miguel rio levemente.
—Sí hombre. ¿Cómo estás?
—Bastante bien, gracias.
—¿Qué tal tu golpe?
—Allí va —respondió, esbozando una sonrisa—. Bueno, ¿qué vamos a hacer hoy?
Miguel sonrió al verla entusiasmada antes de estirar su brazo hacia la parte trasera del carro, agarrar una bolsa de la Torre y colocarla sobre su regazo.
—Espero que no seás intolerante a la lactosa o alérgica a la fresa —esperó el chico.
—Estás de suerte.
—Menos mal —dijo, sacando un bote de helado Häagen-Dazs de la bolsa y pasárselo—. Todo para ti.
Victoria abrió los ojos al máximo y lo tomó entre sus manos, extasiada.
—Andaba por el super pensando en qué traerte, hasta que vi ese helado de fresa en el refri y me recordó a ti —añadió el chico.
—Gracias —dijo, sonriendo ampliamente—. Hace tiempo que no comía un helado.
A Miguel se le encogió el corazón al escuchar ese comentario. Aunque pareciera exagerado, era la triste verdad. La chica solo trabajaba para comprar la comida necesaria y las cervezas de su padre, nunca le alcanzaba siquiera para algo así. El chico la observó abrir delicadamente el sello, sacar la pequeña cucharita de madera y comer el frío postre. Sonrió viendo cómo su amiga disfrutaba cada bocado como si fuera el primero y último. El otro bote, enfriando sus piernas, le hizo sacar unos Kleenex de la guantera.
—Perdoná que se me olvidaron las servilletas, pero aquí está —se disculpó Miguel, pasándoselos.
—No te preocupés, gracias —dijo, recibiéndolos para envolver el bote con unos cuantos.
Victoria lo miró de reojo.
—¿No te vas a comer el tuyo? —cuestionó la chica antes de meterse una cucharada a la boca.
—¿Tú lo querés?
—La gracia era comer juntos.
—Pues sí, vaá —dijo, sacando su bote.
—¿De qué es el tuyo? —preguntó, estirando el cuello para ver el sabor.
—Es de Hazelnut. ¿Querés un poco?
—Un poquito solo para probar, gracias.
Miguel abrió el bote y le dejó comer un poco.
—¿Querés probar el mío? —ofreció Victoria.
—No te preocupés, ese ya lo probé.
—Bueno.
Miguel comió a lentitud caracol porque tenía planeado dejarle el resto a Victoria.
—¿Te importa si pongo música? —preguntó el chico.
—Si no es reggaetón, sí.
—¡¿No te gusta?! —exclamó, abriendo grandemente los ojos.
—No —respondió entre bocados y arrugando la nariz.
—¿Por qué?
—En mi opinión, las letras son vulgares.
—No todas.
—Pues la mayoría. Es el mismo sonsonete en todas las canciones.
—Claro que no.
—Claro que sí. Es el mismo tun tun, tun, tun.
El chico rio.
—No sé cómo te puede gustar ese tipo de música, todo mundo lo escucha y carece de poetismo —agregó Victoria.
—¿Y qué querés escuchar?
—¿Qué conocés? —preguntó, reacomodándose sobre el asiento para quedar frente al perfil de su amigo.
—Electrónica y algunas de pop, solo las más populares.
—Mostrame lo que escuchás —pidió.
Miguel sacó su teléfono, lo desbloqueó, entró a Spotify y se lo pasó. Victoria vio un montón de canciones de Bad Bunny, Maluma y demás reggetoneros famosos, solo vio unas cuantas que valían la pena. Sin percatarse, hacía caras que llamaban la atención de su amigo.
—Hombre, no puede ser tan malo —se quejó el chico.
—No, no es malo, es fatal. No tenés buen gusto.
—Nah —se quejó, negando con la cabeza—. ¿Y tú qué escuchás entonces?
—Esto —respondió, poniendo Lost de Shawn Mendes en reproducción.
—¡¡¡No!!!
—¡¿Qué?! —exclamó, abriendo grandemente los ojos.
—Shawn Mendes es demasiado meloso y cursi —aseguró con una expresión de disgusto en su rostro.
—Cómo no —dijo en tono burlón—. Por lo menos tiene muy buenas letras comparado a lo que tú escuchás. Pero bueno—suspiró—. Vayamos por pasos. Dejemos la música en inglés para otro momento, busquemos en español.
Tras unos cuantos tecleos en el teléfono de su amigo, Victoria puso Presiento de Morat y Aitana. Miguel enarcó los labios hacia abajo como signo de aprobación.
—No está nada mal —comentó.
—Ya viste, no solo existe el reggaetón —aseguró la chica, regresándole el aparato para volver a su helado.
El chico rio levemente, colocó el aparato sobre su pierna y la playlist de aquella banda continuó reproduciéndose. Una vez que Victoria hubiera terminado su helado, Miguel le pasó el suyo.
—¿Lo querés? —ofreció.
La chica lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Seguro?
—Sí, ya no tengo hambre.
—Bueno, gracias —aceptó, tomando el bote.
—¿En serio no pensás escuchar nunca reggaetón?
—Nop.
—¿Por qué? No solo existe el pop.
Victoria enterró el palillo sobre el helado y miró fijamente a su amigo.
—Para darte gusto y que no digás que soy una amargada, creemos una playlist colaborativa y me la compartís. Pero solo si me prometés que vas a agregar canciones que tengan buena letra.
—Va —accedió, removiéndose sobre el asiento antes de tomar el aparato.
Miguel tecleó y, mientras se reproducía la música del grupo colombiano, comenzó a agregar canciones para luego pasarle el teléfono. Victoria lo miró extrañada.
—No tendrá gracia si tú no agregás canciones —aclaró el chico.
—¿No creés que será una playlist bastante extraña?
Miguel se encogió de hombros.
—Bueno —dijo la chica, tomándo el teléfono entre sus manos—. ¡¿La fresita y el ángel?! —exclamó, leyendo el título de la lista de reproducción.
—¿Qué tiene? —preguntó, frunciendo el ceño.
—¿No se te pudo ocurrir algo mejor?
—¿Qué me querés decir con eso? —se quejó, cruzándose de brazos—. Agradecé que no puse "La fresita angelizada".
Victoria rio levemente mientras agregaba canciones.
—¿Por qué ángel? —cuestionó sin despegar los dedos ni la mirada de la pantalla—. Ese apodo no te va.
—¡Nta! Es que me pusieron Miguel por el Arcángel San Miguel.
—Qué pena que no le hagás justicia al nombre —comentó la chica, esbozando una sonrisa.
—Cómo no...
—Espero que no te arrepintás, —dijo, devolviéndole el teléfono—, suelo escuchar casi de todo. Tengo muchas que agregarte, pero lo voy a hacer despacito más adelante.
—Des-pa-cito, quiero respirar... —comenzó a cantar la famosa canción, acompañándolo con leves movimientos de baile.
Victoria rodó los ojos mientras seguía con su trabajo de culturización en la música. Continuaron conversando sobre música hasta que ella se terminó su segundo helado. Tras poner los botes vacíos en la bolsa de supermercado, la chica miró la hora indicada en el reloj del carro.
—Supongo que ya te tenés que ir... —murmuró, cabizbaja.
No tenía ánimos de regresar a casa, estar en el carro con Miguel era como una hermosa burbuja que la mantenía aislada del infierno que era su vida. Pero estaba consciente de que su amigo también tenía una, la cual no podía absorber para sí.
—¿Vengo mañana? —consultó el chico para levantarle el ánimo.
—Si querés, yo estaré siempre en mi casa —respondió, esbozando una sonrisa.
—¿Qué hacés los domingos?
—Voy temprano a misa con mi papá y el resto del día suelo dibujar.
—¡¿Él va a misa?! —preguntó, sorprendido.
—Sí.
—Wow...
—¿Y tú?
—Todos los domingos con la familia.
—Qué bueno —dijo, sonriendo—. Entonces, primero Dios, nos vemos mañana.
—Sí.
—Gracias por el helado y por tomarte el tiempo de venir a alegrarme los días. Te estás ganando el cielo.
—No, ya sabés —dijo, esbozando una sonrisa.
—Buenas noches —se despidió de beso.
—Buenas noches.
Una vez Victoria dentro de casa, Miguel sacó, de la parte trasera, la lata de cerveza que había comprado junto con los helados. La abrió y se dirigió a casa mientras la ingería. No la había sacado por respeto a su amiga, supuso que no le hubiera sido cómodo verlo tomar una sabiendo que debía conducir y, sobre todo, por el tema de su padre. Desde que Daniel le había hecho ver su adicción, sabía que debía dejar de hacerlo no solo por salud, sino porque no quería terminar mal, pero simplemente no podía; simplemente era muy orgulloso para aceptar la realidad que se le venía encima. Creía que era la única cosa que le alegraba la vida y le hacía olvidar todos sus problemas, aunque no los solucionara.
Todos tienen un punto débil y el de él era creer que nada pasaría si se tomaba una o dos a diario, y que algún día moriría y se arrepentiría de no haber tomado. Tanto Miguel como Victoria sabían que el chico no era para nada un santo, pero la chica estaba casi segura de que su amigo era una buena persona que solo necesitaba un poco de atención y afecto, que alguien lo quisiera a pesar de todos sus defectos y errores. Ese fue otro de los factores por los cuales había decidido acercársele más en vez de alejarse. Ignoró todo el miedo, inseguridades y riesgos que la cercanía con ese chico representaba porque sentía muy dentro de ella que debía ayudarlo. Quería ayudarlo, así como él lo hacía con ella, pero con una intención que iba más allá de saldar un favor.
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