Esperanzas y sueños
Los chicos regresaron con un montón de chucherías, acompañados de Pablo y Natalia. Su entrada en la casa se hizo notar por la bulla. Todos se dirigieron a la cocina y felicitaron afectuosamente a la cumpleañera con un abrazo. Al ver el pastel de cumpleaños, le echaron flores a Victoria y a Mariana antes de organizarse para preparar guacamole y pico de gallo para las chucherías. Colocaron todo sobre la mesa del comedor y, por elección de la celebrada, sacaron el Monopoly. Daniel fue designado como el encargado de la música y Miguel, aunque no quería desde el inicio, como el banquero, debido a la insistencia de todos. Durante el juego, demostró su gran habilidad con los números que su trabajo le había permitido desarrollar. Entre risas, pérdidas de propiedades, ferrocarriles y dinero, Victoria se sentía muy feliz de poder ser normal. No sabía si llegaría a ser así siempre, pero prefirió preocuparse por el presente. Sentía tanta esperanza y alegría dentro de su ser que ya no le importaba nada. Sus nervios y cualquier otra inseguridad que podría surcar su cabeza habían desaparecido.
—¿Y si salimos? —propuso la chica.
Esa propuesta enserió a los hermanos Köhler enseguida, ya que era lo que menos esperaban escuchar.
—Por nosotros no hay problema —aseguró Pablo, encogiéndose de hombros.
Miguel se acercó a ella.
—¿Estás segura?
Victoria asintió con una sonrisa en el rostro.
—Va. ¿Y a dónde? —preguntó Miguel.
—A donde ustedes quieran.
—N'hombre, si es tu cumpleaños.
—Solo llévenme al lugar más común que conozcan, y soy feliz.
—Para eso vamos a pasear a Cayalá —propuso Natalia.
—Me parece —comentó Miguel.
—Va, vamos entonces —dijo Pablo.
—Solo le voy a avisar a mi mamá —informó Daniel antes de dirigirse al segundo nivel.
El chico no estaba seguro de que fuera una buena idea, pero Victoria se sentía lista y no le quedaba más que apoyarla.
—Mama —dijo una vez frente a Mariana, quien leía en la sala.
—¿Qué pasó? —preguntó, elevando la mirada de su lectura.
—Vicky quiere que salgamos.
—Ah —pronunció, cerrando el libro, quitándose los lentes y aproximándose a su hijo––. ¿A dónde?
—A Cayalá.
—¿Fue decisión de ella?
—Mhm.
—Muy bien. Me voy a ir detrás de ustedes por cualquier cosa, pero no le diga nada a nadie. No quiero que sientan que los estoy atosigando. La situación de Victoria no es de las mejores. No creo que pase nada, pero es mejor prevenir. Váyanse con cuidado y que nadie se quede solo, sobre todo ella.
—Muy bien.
—¡¿Dani, ya?! —exclamó Miguel, asomándose desde las escaleras.
Daniel se dispuso a bajar y Mariana se asomó desde ellas.
—¡Allí se van con cuidado, por favor! —pidió—. ¡Me llaman por cualquier cosa!
—Sí, mama —respondió Miguel.
El grupo de amigos salió de la casa y, antes de entrar el carro, Daniel tomó suavemente a Victoria de la mano para acercarla a él.
—Si en algún momento querés regresar, me decís.
La chica le sonrió.
—Gracias.
Como de costumbre, Daniel era el chofer. Miguel le abrió la puerta del copiloto a su amiga.
—Yo me puedo ir atrás, Mike.
—Es tu cumpleaños, merecés estar cómoda.
La chica entrecerró los ojos y se cruzó de brazos. Sabía que la intención detrás de ese gesto era juntarla con Daniel y no se equivocaba.
—Así de mañoso serás.
—Hombre, solo entrá.
—Solo porque es mi cumpleaños —accedió Victoria, entrando al carro.
Un sentimiento de preocupación quiso invadirla nada más tomar asiento; si ella estaba en riesgo, sus amigos también. Sin embargo, la adrenalina y la emoción eran tan fuertes que neutralizaron aquel efecto. Con música de fondo y conversando a gusto, los cinco se dirigieron a Cayalá. Daniel no dejaba de echarle miradas de reojo de vez en cuando a la copiloto para ver si estaba bien, pero, al verla tan tranquila, se desentendió del asunto. Más que mirar para todos lados por la preocupación, Victoria estaba emocionada de experimentar algo relativamente nuevo. Veía a chicos y chicas de su edad pulular por allí y le fue tan fácil sentirse común. Las miradas que le dirigían cada vez que salía golpeada a la calle ya no estaban; cada persona que se cruzaba en su camino apenas la miraba de reojo o ni siquiera le prestaba atención.
Por su lado, Daniel procuraba estar pegado como chicle a ella para no perderla de vista. Mientras caminaban, a Natalia se le antojaron unos churros, así que pararon y, ya que estaban allí, los chicos también compraron unos. Por más que le ofrecieron a Victoria, no quiso. Miguel, quien la conocía muy bien, sabía exactamente lo que ella quería: helado. Disimuladamente, condujo a sus amigos hacia el área donde se encontraba Gelatiamo. Esperando a que su hermano fuera lo suficientemente atento para darse cuenta de cómo su amiga se quedaba viendo a las personas comiendo, pasaron frente a la heladería.
—¿Querés uno? —le ofreció Daniel a Victoria tras arrugar el envoltorio de los churros en su mano.
—Ya los molesté demasiado —respondió, esbozando una sonrisa.
—Es tu cumpleaños, Vicky. Es tu día. Escogé lo que querrás.
—¿Por qué son tan buenos conmigo?
—Porque te amamos, Vicky.
Victoria desvió la mirada y sonrió. Daniel sonrió también sin dejar de mirarla.
—Me encanta cuando te chiveás —comentó el chico.
—Ay, solo entremos —se quejó, avanzando hacia la heladería.
Daniel sonrió y entró tras ella mientras Miguel los veía sobre su hombro sin dejar de avanzar por la vereda. «Mi trabajo está hecho».
—¿Y Vicky y Dani? —preguntó Natalia al no verlos cerca.
—Fueron a dar una vuelta, no se preocupen —respondió Miguel.
Pablo y su hermana pararon de golpe y lo observaron seriamente.
—Mike... —balbuceó Natalia.
—Hombre, ya dejen el drama —pidió, continuando su camino—. Estoy bien. Vamos.
El chico, con más dardos en el corazón que un tiro al blanco, siguió con el paseo en compañía de sus amigos como si nada hubiera pasado. No sabía si era mejor verla con un desconocido o su hermano, pero ella era su mejor amiga y haría lo que estuviera en sus manos para hacerla feliz. Mientras tanto, Victoria y Daniel se adentraron en la heladería. La chica se asomó sobre la vitrina de sabores para ver el que escogería. Sus ojos se dirigieron inmediata e inevitablemente hacia los helados color rojizo y morado. Tres sabores llamaban su atención: fresa, frutos rojos y mora.
—Difícil decisión —comentó Daniel.
—¿Ya probaste los tres?
—No, solo el de frutos rojos, y te lo recomiendo.
—Hm... —pronunció—. ¿Tú vas a pedir uno también?
—Así como me ves de grande, así trago.
La chica rio.
—¿Y de qué vas a pedir?
—De toffee.
—Ah. Sos más de toffee...
—Sí.
Mientras Daniel pedía los helados, su amiga se dedicó a observarlo. Sin embargo, una pareja entrando tras ellos desvió su atención. Ambos eran mayores que ella, pero no tanto; tenían las manos entrelazadas. Victoria había olvidado lo normal que era eso y se preguntó cómo se sentiría, pero no se solo refería al hecho de sentir la mano de otro junto a la suya, sino cómo se sentiría recibir ese gesto como una muestra de afecto hacia el otro. Ella nunca había sido mucho de esas cosas, pero sintió curiosidad. Aunque creía que estaba viendo tal escena de manera discreta, fue inevitable que Daniel lo notara.
—Vicky —llamó su atención, con helado en mano, para que tomara el suyo de las manos de la heladera.
—Ah, perdón —se disculpó—. Gracias —dijo, recibiendo el helado.
Sosteniendo sus postres, salieron para seguir caminando. El día aún estaba claro, pero ya había comenzado a oscurecerse.
—Está buenísimo, gracias —agradeció Victoria.
—De nada.
—De ahora en adelante, seguiré tus recomendaciones.
Daniel rio.
—¿Te puedo hacer una pregunta algo incómoda? —pidió Victoria.
—Dale.
—¿Por qué no te fuiste a Alemania?
—Uy.
—Sí, súper incómoda.
El chico volvió a reír.
—Para serte honesto, no me llamó la atención estudiar allá. Me gusta Alemania, pero me gusta más estar aquí. Aunque mi familia está allá, me siento más en mi casa aquí. Y el todo mundo encuentra una oportunidad para irse porque siempre se le ha dicho que aquí no hay muy buenas oportunidades y que la vida fuera de Guate es mejor.
—Yo creo que depende de la persona. Si te vas a otro país, no tenés porqué olvidarte del tuyo, y mucho menos sentir vergüenza de él. Encima, podés irte y regresar.
—Eso es prácticamente imposible y diría que un poco idealista.
—¿Por?
—La mayoría se queda allá porque la verdad es que la vida allá es mejor o a veces para presumir de que viven en Europa o en el extranjero.
—Lo único imposible es aquello que no intentas. Dijiste la mayoría, no todos.
—Tú sí que soñás en grande.
Victoria se encogió de hombros.
—¿Y por qué no? Es lo que suelen hacer los artistas.
Daniel rio levemente.
—¿Y tú te irías?
—Sí.
Daniel se arrepintió enseguida de haber hecho esa pregunta, ya que la respuesta le fue muy difícil de digerir por haberse hecho la ilusión de tenerla cerca siempre. Sin embargo, decidió esconder su desilusión.
—¿A-Ah, sí?
—¡Sí! Lo más que he salido del país ha sido a México.
—¿Y a dónde te irías?
—A Alemania. He estado investigando un poco, y es un hermoso país. ¡Encima, tiene nieve! Nunca la he tocado, ni siquiera la he visto. También...
Daniel la escuchó mientras veía como se le iluminaban los ojos y una gran sonrisa se le asomaba al hablar de lo que amaba. Aunque no eran oficialmente nada más que amigos y su relación fuera un futuro incierto, le preocupó demasiado que quisiera irse. La idea de que se fuera lejos encogía su corazón y lo entristecía más que nunca; no quería imaginarse un futuro sin ella. Daniel ya se veía despidiéndose en el aeropuerto, con el corazón roto, pasando el resto de sus días extrañándola e imaginándola volver. Visualizar ese difícil y duro futuro le hizo dudar si dejar a su corazón seguir amándola y a su cabeza seguir pensándola. No sabía si animarse a estar con Victoria era lo mejor o si atarla a él le cortaría las alas a todas esas ilusiones que ella resguardaba en lo profundo de su corazón.
—Y bueno —dijo Victoria para luego soltar un suspiro—. Me encantaría vivir allá.
—¿Y regresarías?
—El tiempo pasa y las cosas cambian. No conozco Alemania todavía, así que no te podría responder. Puede ser que en un futuro quiera hacerlo o no, solo experimentándolo lo sabré.
Daniel asintió mientras tragaba un bocado de helado con dificultad.
—¿Y tú? ¿Tenés algún sueño? —preguntó la chica.
—Pues, creo que soy más normal de lo que creés.
—No puede ser que no tengás uno. Todo el mundo tiene uno. Unos sueñan con publicar un libro, otros en construir el carro más rápido del mundo y otros con encontrar la cura para el cáncer.
Daniel rio levemente.
—Supongo que me falta encontrarlo.
—Ya lo encontrarás, vas a ver.
Tras terminar cada uno su helado, continuaron caminando por las tranquilas calles en silencio. Victoria nunca creyó que se sentiría segura de andar por la calle de noche. La luz de los faroles ya no le parecía tan intimidante. Miró hacia el cielo y sintió la fuerte ventisca de noviembre azotar su rostro. Mientras tanto, Daniel la observaba detenidamente y bajó la mirada hacia la mano de su amiga. Un debate entre la impulsividad y la inseguridad perturbó sus emociones. Por un lado, no quería arruinar el momento y alejarla al hacerla sentir incómoda. Por otro, era el momento perfecto para darle un pequeño empujón a los sentimientos mutuos que ambos tenían. Finalmente, solo llegó a rozar sus dedos con los de ella y, por el nerviosismo, actuar como si nada hubiera pasado. Al sentirlo, Victoria lo volteó a ver enseguida. El chico seguía con la mirada fija hacia el frente, fingiendo como si no se estuviera muriendo por dentro. «No debería», se dijo a sí misma. Sin embargo, había sentido tantas emociones que no quería dejar de sentir aquella; además, de verdad tenía deseos de hacerlo. Tras dar unos cuantos pasos, finalmente entrelazó su mano con la de Daniel y colocó la otra sobre su brazo. Para evitar ponerse más nerviosa de lo que ya estaba, no se atrevió a mirarlo a los ojos, pero este volteó a verla automáticamente. No pudiendo soportar su mirada sobre ella, volteó también.
—No te hagás ilusiones, es solo porque tengo frío —aseguró, para calmar su conciencia.
El chico rio abiertamente.
—No sabía que mi brazo era un calentador.
—Shhhhh...
Daniel volvió a reír, completamente satisfecho con lo que había pasado y disfrutando cada milisegundo de aquel tranquilo paseo. Ninguno de los dos estaba preocupado por lo que pasaría. Ambos se sentían en otra dimensión, donde nada importaba y solo ellos dos existían. Unos minutos más tarde, Miguel llamó a su hermano para ubicarlos y regresar a casa. Este los observó de lejos y sonrió, aunque se le formara un nudo en la garganta. Al aproximarse, Daniel y Victoria se separaron para, según ellos, no dar señales de que algo había pasado. Pablo y Natalia se despidieron cariñosamente antes de irse juntos a su casa. Los Köhler y la cumpleañera se dirigieron hacia una caja para pagar el parqueo. Mientras Daniel realizaba la transacción, Miguel se animó a preguntar.
—¿Qué pasó?
—¿Qué de qué? —preguntó Victoria, frunciendo el ceño.
—Hombre, con Dani.
—No pasó nada —aseguró notablemente nerviosa.
—Cómo que nada, si los vimos. ¿O qué? ¿No me querés contar?
—No. Pasó. Nada —respondió, acercándose más a él e intentando disimular una sonrisa.
Miguel rio levemente.
—Cómo no. Rapidito te chiveás.
—Mike —dijo entre dientes, abriendo sus ojos grandemente.
—Contame, hombre, sigo siendo tu mejor amigo.
—No pasó nada, de veras. Solo había frío.
—Ay, sí, ajá. Los pobrecitos se estaban muriendo de frío en un clima de quince grados.
Victoria lo empujó levemente del hombro mientras este reía.
—¿Quién se estaba muriendo de frío? —se interesó Daniel al acercarse.
—Yo. Es que está empezando a enfriar —respondió Miguel, cruzándose de brazos para, según él, calentarse—. ¿Verdad, Vicky?
—Mhm —respondió la chica, entrecerrando los ojos y esbozando una sonrisa.
Daniel los observó, consternado al no entender lo que ocurría.
—Solo vamos —pidió la chica.
Los pasajeros cabecearon del cansancio mientras Daniel conducía teniendo como música de fondo los ronquidos de su hermano. Al llegar, sacudió suavemente a la copiloto para despertarla.
—Ya llegamos —susurró.
Victoria abrió los ojos y giró hacia atrás para ver a su Miguel, quien dormía plácidamente con la boca abierta. Sonrió.
—¿Tenés alguna menta por allí? —le preguntó a Daniel.
—Sí. ¿Por?
—Pasámela, porfa.
Daniel la observó y comprendió sus intenciones, así que abrió el apoyabrazos y le pasó un amentado dulce. Victoria se quitó el cinturón de seguridad y se estiró para dejar caer la menta dentro de la boca de Miguel. Al sentir el peculiar sabor dentro de su boca, el chico despertó bruscamente, asustado, para ver los expectantes rostros de Daniel y su amiga, quienes luego estallaron en carcajadas.
—Ay, condenados —se quejó el somnoliento.
—Nos la debías —aseguró Daniel, quitándose el cinturón de seguridad para salir.
—Cómo no. Allí van a ver.
Los tres chicos se dirigieron a sus respectivos cuartos, no sin antes desearse las buenas noches. Una vez lista para dormir, Mariana tocó la puerta del cuarto de Victoria, sosteniendo una pequeña caja color rojo, y se asomó.
—¿Se puede? —preguntó.
—Sí —respondió la chica tras ponerse de pie.
—¿La pasaron bien?
—Súper, muchas gracias.
—Qué me alegro. No quería que terminara el día sin darte este regalo de mi parte —manifestó, pasándole la caja.
—Ay, muchas gracias —dijo, recibiendo la caja.
Al abrirla, vio una pulsera de oro. Era de gargantilla y con pequeños y delicados eslabones. No parecía nada fuera de lo común, pero lo especial era la pequeña placa sostenida por los eslabones. Tenía grabado el nombre de la familia: "Ramírez".
—Se la regalaron a mi abuela para su cumpleaños. Después se la regaló a mi mamá y ella me la regaló a mí. Como parte de la familia, quiero que te la quedes.
Victoria sintió que estaba tocando una reliquia muy valiosa y, por eso mismo, se sintió muy afortunada de heredar aquella pulsera que simbolizaba su pertenencia a la familia.
—No... No sé qué decir —titubeó la chica—. Gracias.
La señora Köhler le dedicó una tierna sonrisa.
—¿Te ayudo a ponértela?
—Sí, gracias.
Victoria sacó la pulsera del elegante empaque y se la entregó a Mariana para que se la pusiera. Luego la abrazó fuertemente. Por una vez en su vida, Victoria podía sentir lo que era abrazar a una madre, y Mariana, lo que era tener una hija. Ambas encontraron lo que habían estado buscando por largo tiempo y no creían poder sentirse más felices y completas.
—Ya te dejo descansar —dijo Mariana, apartándose un poco para darle un beso sobre la cabeza.
—Gracias por todo.
—Gracias a ti. Buenas noches, y feliz cumpleaños —deseó antes de retirarse.
Victoria tanteó la pulsera que colgaba de su delgada muñeca. No quería que ese día terminara porque no quería sentirse como cada vez que se escapaba de su casa: que la magia terminaría a las doce. Sin embargo, esta vez no sería así; esta vez había un felices por siempre. Esta vez, los momentos no quedarían en el olvido porque no conllevaban ningún castigo. Esta vez, no había regaño por ser feliz. Abrió la ventana de su cuarto, dejando entrar el aire gélido, y se asomó. Todo estaba en la más completa calma. Los árboles bailaban al ritmo del viento, y la luna iluminaba el nocturno panorama. «Estoy viviendo la vida que no te permitieron vivir», dijo Victoria interiormente como si estuviera conversando con su madre. Por fin sentía que todo estaba terminando, si no es que había terminado ya. Sentía que había valido la pena haber sufrido tanto para poder llegar a donde estaba. Lágrimas de profunda emoción caían sobre sus mejillas mientras sentía la presencia de su madre en su interior. La sentía más cerca que nunca. «Espero que estés orgullosa de mí».
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