Es solo una amiga
Durante la semana, Miguel traía y dejaba a Victoria en su casa tal y como dijo que lo haría. Finalmente, ella le dijo que pasara a recogerla el sábado a las siete de la noche para ir a su casa. Sabía que era muy arriesgado escaparse en esa ocasión, ya que existía la posibilidad de que su padre la llamara para atender a los invitados. Sin embargo, de verdad deseaba visitar la casa de los Khöler, ya que no quería desaprovechar tremenda oportunidad de conocerla, pero, sobre todo, de encontrarse con Daniel. Las clases empezarían nuevamente, lo cual reducía la posibilidad de que la ocasión volviera a presentarse. El viernes le pagaron su quincena, lo que significaba que tendría que hacer compras el sábado por la mañana para reabastecer la cocina, aunque, lamentablemente, la mayoría se gastaría en cervezas debido a las visitas. Entró a casa tras despedirse de Miguel. Mauricio se puso de pie inmediatamente y se plantó frente a su hija.
—¿Ya te pagaron? —preguntó, autoritariamente.
Victoria sacó el sobre y se lo entregó.
—Bien, el sábado te daré lo justo para comprar comida. Ahora ve a preparar la cena.
Luego de acatar las órdenes y subir a su cuarto, sacó el resto del dinero de su sostén. Era la única manera de mantener una cantidad de dinero fuera del alcance de su padre. Abrió el tablón de madera y sacó el enorme frasco de vidrio en el que había estado acumulando pequeñas sumas de dinero hace años. No lo usaba para 'gustitos', ese dinero le servía para comprar cosas de 'seguridad' como la soga o todos los implementos de primeros auxilios. Además, le había salvado el pellejo varias veces ya que no tenían seguro social o de vida. Tras varios 'accidentes', fue con ese dinero con el que pagó, secretamente, todas las atenciones médicas. Tuvo que pedirle a alguien más que se hiciera el caritativo ante su padre y pagara con la suma que le había entregado anteriormente.
A la mañana siguiente, preparó el desayuno y se dispuso a salir para hacer las compras. Pasó su día preparando todo para los invitados. Cuando llegaron, se fue a su habitación para arreglarse. Estaba más nerviosa que nunca. Aparte de cubrir bien sus cicatrices, se maquilló un poco los labios y los ojos, para luego sentarse sobre la cama a esperar el mensaje de Miguel. Cuando lo recibió, bajó por la soga, se dirigió hacia el portón, lo cruzó y entró al carro.
—Hola —saludó el chico.
—Hola.
Aunque fuera de noche, la luz tenue de los postes le permitió a Miguel constatar que Victoria estaba maquillada. Sabía que no se había engalanado, pero no pudo contenerse de comentar su atrayente apariencia.
—Estás bonita.
—Gracias —dijo en un susurro acompañado de una sonrisa tímida.
La chica no estaba acostumbrada a los cumplidos y, aunque lo estuviera, siempre la apenaban. Desviaba la mirada, buscaba donde esconder la cara y cambiaba de tema. Aunque Victoria no se consideraba un monstruo, tampoco se consideraba alguien bonita. Era verdad que no se destacaba por su belleza, pero tenía varios encantos que ella ignoraba. Su manera tan amable de tratar a los demás desde la primera vez y su gran capacidad para escuchar, era de las principales cualidades que enamoraron a Miguel y que dejaban a cualquiera con más ganas de seguir hablando con ella. Además, la suavidad de su voz, combinada con lo calmo de su forma de ser, era como una anestesia para su interlocutor.
Durante el camino, comenzó a llover. Miguel vivía en Muxbal, una zona un poco retirada de donde vivía Victoria y bastante limpia y ordenada. Al entrar al condominio Las Cabañas, la chica se maravilló de lo verde y agradable que era. Las casas eran distintas entre sí, pero sin romper con la armonía de colores y estructuras; era como si todos los vecinos se hubieran puesto de acuerdo para asegurarse que el condominio mantuviera su estética. A medida que se aproximaban a la casa de los Köhler, Victoria se sentía en uno de esos cuentos de hadas con bosques encantados. Sentía que estaba ingresando a una tierra desconocida y de ensueño. No podía despegar la mirada del vidrio, intentando captar cada detalle a pesar de la falta de iluminación y la lluvia. Miguel estacionó el carro tras otro que yacía dentro del garaje.
—Esperame aquí —pidió para luego salir.
Sacó una sombrilla del baúl, le abrió la puerta y ambos se dirigieron hacia la casa. Por lo poco que la oscuridad le permitía ver, a Victoria le parecía que el hogar de su amigo era muy acogedor debido a los detalles de madera y los ladrillos. Era la casa número 5. Al llegar al pórtico, junto al garaje, subieron unas cuantas escaleras para llegar a la entrada. Miguel encogió la sombrilla y la colocó al lado de la puerta, dentro de una canasta larga de mimbre, antes de abrirla.
—¡Ya llegamos! —anunció después de ingresar.
Una pastor alemán los recibió. Victoria nunca había tenido una mascota, ni siquiera peces o plantas; sin embargo, no tenía ninguna fobia o miedo a los animales. Se arrodilló para hacerle cariño mientras el animal se dedicaba a olisquearla animosamente.
—Se llama Padme —informó Miguel, agachándose junto a ella para mimarla.
—¡Noooo! —exclamó, abriendo grandemente los ojos—. ¡¿De veras?!
El chico rio.
—Sí. Querían ponerle otro nombre, pero yo insistí en ponerle Padme porque me encantaba ese personaje de Star Wars.
—¿Encantaba? —preguntó, esbozando una sonrisa.
—Está bueno, me gusta. Esa mujer es hermosa.
Victoria rio levemente antes de regresar su atención a la mascota.
—Mucho gusto, Padme.
Unos pasos bajando por las escaleras captaron la atención de la chica, haciéndola levantar la mirada de su canina distracción. Era Daniel. Se reincorporó completamente y lo vio bajar como si de un espectáculo se tratara. Entre las albas parades iluminadas por las potentes lámparas que colgaban sobre las paredes, no podía creer que sus hermosos ojos se dirigían hacia ella. Sostenido por el barandal de madera brillante, a cada escalón que el chico bajaba, la conmoción de Victoria aumentaba. No se atrevió a moverse, esperando a que la aceleración de su pulso no fuera evidente. Miguel se puso de pie, observando con recelo cómo el corazón de Victoria se derretía a cada paso más de cercanía de su hermano.
—Hola, Vicky —la saludó con un beso.
—H-hola —devolvió el saludo en un tartamudeo.
Victoria no podía creer que acababa de ser tocada por Daniel. Un poco del aroma mentolado quedó impregnado en el aire tras el acercamiento, intensificando tanto sus nervios como el pequeño placer del momento. Le pareció más alto de lo que imaginaba. Hasta donde recordaba, medía aproximadamente un metro noventa, lo cual no era tan sorprendente sabiendo que su padre era alemán. Ella había conversado con el chico contadas veces, por lo cual lo conocía muy poco, pero, de lo poco que sabía de él, era que solía ser uno de los primeros de su clase y, tanto como su hermano, era de los varones más codiciados de su grado.
Daniel era el chico de la familia que había heredado lo mejor del carácter y del físico de ambos padres. Aunque Miguel no se quedaba atrás en belleza, su hermano le ganaba por mucho, pero, a diferencia de él, Daniel no lo sabía o, más bien, prefería ignorarlo. Sus ojos eran de un celeste tenue que no llegaba a distraer durante una conversación, pero lo suficientemente atrayentes para ser una de sus cualidades más sobresalientes. Los mechones superficiales de su cabello destellaban como oro bajo cualquier tipo de iluminación y su rostro, con escaso vello facial, no tenía ningún tipo de imperfección a excepción de unas cuantas pecas. Sin embargo, si algo que se le podía reprochar, era que no solía hablar mucho con cualquiera hasta que se sintiera completamente en confianza. Si podía evitar ser el primero en entablar una conversación o acercársele a alguien desconocido, mejor para él. Además, era muy selectivo con la información que soltaba y a quien se la daba, por lo cual se le hacía difícil perdonar cualquier ofensa o falta cometida hacia la confianza.
—¿Cómo estás? —preguntó con su encantadora sonrisa.
—Bien, gracias —aseguró casi en un susurro.
—¡Hola, Victoria! —exclamó Mariana, la madre de los chicos.
—Buenas noches.
La señora Khöler cruzó la sala que quedaba al lado izquierdo y la abrazó cariñosamente. Está demás decir que ella era el alma latina de la casa.
—No has cambiado casi nada. Sigues siendo la linda chica de siempre —comentó.
Victoria esbozó una temblorosa sonrisa.
—Es un gusto volver a verte y tenerte con nosotros—prosiguió Mariana—. ¿Qué tal tu papá?
—Bien, gracias por preguntar.
—Qué me alegro. Está bien, allí se portan bien —advirtió a sus hijos antes de retirarse a su cuarto.
—Sí, mama —aseguró Miguel—. Venite, vamos a la sala.
Maravillada, Victoria no podía dejar de mirar a todos lados. Le encantaba la combinación de la madera y el color crema de las paredes y ya deseaba tener ese tipo de luces en su casa para poder dibujar más a gusto. La sala tenía una televisión plasma y una consola de videojuegos. Daniel se tiró cómodamente sobre el sillón de cuero y recostó su codo sobre el apoyabrazos.
—Voy por la comida —avisó Miguel antes de tomar a su amiga de los hombros y depositar un beso sobre su cabeza.
Victoria tomó aire y se sentó a un espacio de distancia de su amor platónico.
—¿Desde hace cuánto son novios? —preguntó el chico, apoyando la cabeza sobre su mano para verla fijamente.
—Pues... Desde la fiesta de disfraces en la casa de Pablo.
—¿Y cuándo comenzaron a escribirse de nuevo?
Victoria fue salvada de responder esa pregunta por el timbre.
—Disculpá —dijo, levantándose para atender.
Miguel se apareció con una bandeja llena de toda clase de chucherías.
—Debe de ser Naty —declaró, poniéndola sobre la mesa de centro.
—¿Naty? —preguntó la chica, frunciendo el ceño ligeramente.
Miguel sonrió.
—Tranquila, es solo una amiga. La invitamos para que no te sintás tan sola.
—Ah.
—Voy a traer las bebidas. Ya vengo.
Cuando Daniel y la otra chica entraron riendo, Victoria se puso de pie. La segunda invitada se plantó frente a ella.
—Así que tú sos la nueva novia de mi amigo, Victoria —dijo con una sonrisa amigable.
—Sí.
—Mucho gusto, me llamo Natalia —dijo, saludándola de beso—. Pero me podés llamar Naty.
Natalia, a los ojos de Victoria, era una de las más hermosas chicas que había conocido. Según ella, parecía una delicada muñeca de porcelana, ya que su piel era increíblemente blanca y
desprovista de imperfecciones que se asemejaba a una hoja de papel, su cabeza estaba adornada por abundantes y perfectamente perfilados rizos, su figura era fina y delgada y sus mejillas mantenían un color rosa natural que hacían del maquillaje algo obsoleto para que se viera bien.
En realidad, Natalia era una buena candidata para cualquiera por dentro y por fuera. Era una de esas chicas que usaban perfumes de buena calidad, dejando su aroma impregnado en el aire tras un abrazo o un simple acercamiento, que parecía que nunca habían producido ni la más mínima gota de sudor en toda su vida. Ella siempre estaba bien arreglada para cada ocasión, inclusive si era algo tan casual como un encuentro entre amigos. Era de una esas jóvenes que, siendo agradables a la vista, daba la impresión de tener mucho más que dos dedos de frente, y así lo era. Además de ser muy inteligente, la chica inspiraba tanta confianza que todos siempre la buscaban para recibir un consejo. Sin embargo, uno de sus grandes defectos era confiar ciegamente en cualquiera. Natalia era sumamente extrovertida, lamentablemente atrayendo a más personas interesadas que bien intencionadas. Aunque dicha forma de ser ya le había traído varios disgustos en el pasado, aún le era difícil controlar sus ganas de ser un libro abierto para cualquiera.
—Aquí está —dijo Miguel, entrando con las dichosas bebidas para colocarlas con el resto de la comida.
Miguel tomó asiento entre su novia y su hermano, y Natalia sobre el sillón individual para comenzar a picar.
—¿Qué estudiás, Vicky? ¿Te puedo llamar así? —preguntó la chica, antes de llevarse un Dorito a la boca.
Esas eran exactamente el tipo de preguntas que Victoria quería evitar, ya que era la manera más eficaz para conocer su pasado. Se le hacía muy difícil encontrar buenas excusas, mucho más si estaba bajo presión como en dicha situación.
—Sí, no hay problema. No estoy estudiando nada, trabajo.
—¿Y en qué trabajás?
—Soy barista en el Family Bonds Café de Cayalá y mesera en Montano's. ¿Y tú que estudiás?
—Arquitectura, igual que Dani.
«¡¿Dani?!», gritó en sus adentros. Ni siquiera ella lo llamaba así.
—¿Y te está gustando?
—Sí. Es súper exigente, pero es bastante alegre.
—¿Y qué clases llevan?
Daniel y ella se dedicaron a explicarle los pormenores de cada materia que llevaban. Las anécdotas graciosas no faltaron y Victoria empezó a sospechar que se llevaban algo entre manos, o por lo menos ella. Después de todo, a ambos los veía tan perfectos de manera individual que no le era difícil imaginar la gran pareja que formarían. Tuvo que fingir sonrisas mientras se sentía cada vez más incómoda y con las esperanzas cada vez más bajas, llegando a hacerla dudar de la efectividad del trato que hizo con Miguel. Este último, por su lado, apoyó su brazo atrás de su "novia", marcando territorio con la perfecta excusa de hacerlo ver como parte del plan. Al mismo tiempo, quería devolverle a su amiga un poco de la confianza y seguridad con la que había llegado. Entre conversación y conversación, durante las cuales la nueva miembro del grupo de amigos procuró hablar lo menos posible y preguntar todo lo que se le ocurría, casi se terminaron todas las chucherías. Victoria se enteró que Natalia tenía un hermano mayor llamado Pablo, que no pudo venir porque tenía otro compromiso, una perra salchicha llamada Astoria y que su sueño era vivir en Canadá.
—¿Qué quieren hacer muchá? —preguntó Miguel.
—No sé, decinos tú. Tú nos invitaste —respondió Natalia.
El chico rio.
—Va. Entonces juguemos ping pong.
—Está bueno.
Todos se levantaron y se dirigieron al pórtico. Miguel sintió la adrenalina subírsele al cuerpo tras ocurrírsele la idea de entrelazar la mano de Victoria con la suya. Solo tenía unos escasos segundos para decidirse antes de llegar al exterior de la casa. Al observar los dedos de su amiga a unos cuantos centímetros de distancia mientras caminaban, no dudó tanto antes de dejarse llevar por el impulso y atreverse a agarrarla de la mano. El inesperado tacto sobresaltó a Victoria, quien lo volteó a ver. Este le dedicó una tierna sonrisa, a la cual ella correspondió con otra. Por alguna extraña razón no se sintió incómoda y creía que, seguramente, era porque no lo quería de la misma manera. La mano de Miguel temblaba tanto como la suya y, aunque no fuera por las mismas razones, le sacó una pequeña sonrisa. Sin embargo, no pudo evitar sentirse un poco culpable por seguir alimentando las esperanzas de su amigo.
Miguel encendió luz externa para luego soltar a la chica y desplegar la mesa.
—¿Sabés jugar? —le preguntó Daniel al salir de la entrada.
—Sí, pero no me sé las reglas... —admitió Victoria.
—Son fáciles. Te las explico.
La chica lo escuchó con atención, no quería ser el hazmerreír. Pero le fue muy difícil hacerlo ya que su presencia cerca de ella le ponía los nervios de punta. Sus hermosos ojos azules la hipnotizaban, por no decir idiotizaban. Música comenzó a sonar de una bocina que Miguel sostenía y había traído sin que se diera cuenta por lo absorta que estaba en cada mínima palabra que salía de la boca de Daniel. Victoria no conocía mucho de música, pero sabía identificar bien el reggaetón.
—¿Quién empieza? —preguntó Miguel mientras colocaba el aparto sobre el marco de una ventana.
—Si quieren empiecen ustedes, así Vicky puede ver un poco como se juega —propuso Daniel.
—Dale.
Natalia y Miguel se pusieron a jugar mientras Victoria no conseguía calmar sus nervios. Sus ojos estaban puestos en la diminuta pelota que iba de un lado a otro, pero veía a su amor platónico de reojo para ver su reacción al juego. Sus pensamientos estaban tan ocupados en Daniel y en no dar un paso en falso que, inclusive, su cuerpo estaba tullido.
—Ya regreso —dijo Daniel para luego adentrarse en la casa.
Regresó rápidamente con dos sillas plegables y las abrió.
—Sentate —le indicó a Victoria.
Esta obedeció y ambos se sentaron uno junto al otro. Los jugadores iban cinco a cinco.
—¿Quién creés que vaya a ganar? —preguntó Daniel, inclinándose cerca de su amiga sobre el apoyabrazos.
—No sé... —titubeó, hundiendo ambas manos entre sus piernas y fijando su mirada en el juego—. Creo que Mike tira muy fuerte, pero Naty es más ágil.
El chico rio y Victoria sonrió a medias.
—Me encanta tu delicadeza para referirte a mi hermano.
—Solo estamos jugando. No estamos sordos —comentó el aludido, recibiendo bruscamente la pelota con la raqueta.
—Yo diría que va a ganar Naty —respondió finalmente Victoria con una sonrisa.
—Gracias por apoyar a tu novio, fresita.
—Las chicas se apoyan entre sí, Mike —aseguró Natalia.
—Excusas.
—¡Sí! —exclamó la jugadora, marcando otro punto.
—Arg.
Finalmente, el pronóstico de Daniel y Victoria fue certero: Natalia ganó.
—Buen juego —comentó Miguel tras levantar la pelota del suelo—. ¿Ahora quién va?
—Vamos Vicky y yo. ¿Te animás? —preguntó Daniel.
Esta asintió y se pusieron de pie.
—Suerte —le deseó Natalia a la chica tras pasarle la raqueta y ocupar el lugar de espectadora.
—Gracias.
—¿Por qué con vos? —se quejó Miguel.
—Porque vos sos un bestia, y Vicky es principiante.
Victoria rio.
—Nta, cómo no —dijo el perdedor, negando con la cabeza para luego pasarle la raqueta a su hermano—. Mientras voy a traer mi cervecita —informó, entrando a la casa.
—Nada más una, Mike.
—¡Ni que fueras mi mamá! —exclamó de lejos.
Daniel meneó la cabeza.
—¿Lista?
Victoria asintió. Por más que supiera que lo más importante era la precisión, descargó todos sus nervios golpeando fuertemente la pelota durante el juego. No lo hacía de manera tan salvaje como Miguel, pero cada choque con la mesa era estruendoso. Envió la pelota más allá del pórtico en varias ocasiones y Daniel tuvo que ir a buscarla bajo la lluvia mientras ella se moría de vergüenza. Era evidente que el chico jugaba suave y delicadamente para darle ventaja. Como era de esperarse, él iba ganando y terminó haciéndolo.
—No está mal para ser tu primera vez jugando —aseguró Daniel.
Victoria le sonrió, encogiendo los labios.
—Entonces —dijo Miguel, poniéndose de pie—. ¿Qué tal si ahora juegan ganadores con ganadores y perdedores con perdedores?
—Dale.
Natalia tomó el lugar de Victoria y esta última se sentó junto a su "novio".
—Mike —susurró—. ¿Puedo usar tu baño?
—Claro, está junto a las escaleras del lado derecho. ¿Te acompaño? —ofreció con la intención de levantarse.
—No, no te preocupés —lo detuvo—. Gracias.
Tras cruzar el recibidor, entró, según ella, al lujoso baño de la casa. Victoria, sin poder disipar su curiosidad, comenzó a registrarlo. Las toallas tenían hermosos bordados color dorado, el enorme espejo tenía luces led atrás, el lavamanos era de imitación de mármol y tenía todo tipo de cosas de uso personal como toallitas húmedas, cotonetes y los clásicos palillos para los dientes. Tras finalizar su inspección, una pintura en el recibidor le llamó la atención. Para que nadie la cachara, miró hacia todos lados antes de aproximarse. Se hizo espacio entre los dos sillones y la mesita redonda entre ambos. Era una Virgen pintada a mano. Estaba tan embebida en admirar aquella obra de arte que no se percató que unos pasos saliendo de la cocina se aproximaban en su dirección. Al sentirlos a unos cuantos centímetros de proximidad, vio que era Daniel sosteniendo tres botellas con agua. La chica pudo sentir como sus mejillas se calentaban y su cuerpo se erizaba, regresando a su modo de alerta.
—Perdón —se disculpó Victoria casi en un susurro.
El chico rio levemente y se acercó.
—No te preocupés. No te tenés que disculpar por eso —aseguró antes de dirigir su mirada hacia la pintura—. Es muy bonita. ¿Verdad?
Victoria asintió.
—Mi mamá la mandó a pintar. Es María Auxiliadora de los Cristianos. ¿Te gusta pintar? —preguntó, observando a la invitada.
Victoria volvió a asentir.
—¿Te duele la garganta?
—No... —respondió, extrañada.
—¿Entonces por qué no hablás?
La chica soltó toda la tensión que había estado acumulando en una leve risa. Estaba tan nerviosa que no se animaba a hablar, mucho menos con Daniel; no quería echar todo a perder por un comentario tonto o inadecuado.
—¿Puedo tocarla? —pidió.
—Dale.
Victoria se acercó aún más y, con la yema de los dedos, tanteó delicadamente la pintura. Por estar tan concentrada en lo que hacía no se dio cuenta que ese simple estiramiento corrió su cabello lo suficiente para que Daniel notara la cicatriz. Por más maquillaje que se aplicara, a contraluz se notaba. Por su parte, por más que se conocieran, Daniel no creyó prudente preguntar; por lo menos, aún no.
—Es de óleo —afirmó la chica.
—¿Con qué te gusta pintar?
—Me gustan las acuarelas, pero suelo pintar con crayones de colores.
—¿Tenés fotos en tu teléfono?
—No. Solo pinto para mí.
—¿Por qué?
—No sé... Creo que no soy tan buena, por lo menos no como otros artistas.
—Hombre, no puede ser tan malo. Algún día me encantaría ver lo que pintás. Mi mamá dice que los dones son para compartirlos.
El chico le sonrió y le pasó una botella.
—Gracias —dijo, tomándola—. Daniel.
—Podés llamarme Dani si querés. Somos amigos —interrumpió.
Victoria no sabía si alegrarse o sentirse en la friendzone, pero eso no le impidió sentirse especial de todas maneras.
—Bueno, Dani. ¿Puedo preguntarte algo sobre Mike?
Miguel, quien había estado espiando, se apareció "sorpresivamente" para interrumpir.
—Aquí están, los hemos estado esperando. Justo los iba a ir a buscar.
Daniel le guiñó disimuladamente un ojo a Victoria.
—Seguimos después —le susurró el atlético chico—. Vamos, pues —dijo, regresando al pórtico.
Miguel sabía bien que no debía haber escuchado a escondidas y mucho menos haberse entrometido para detener la conversación, pero los celos habían podido con su buen censo. No quería que Daniel supiera más de Victoria que él; además, no es que desconfiara de su hermano, pero no quería que sus secretos fueran expuestos ante la chica. Tras unos cuantos juegos más y fotografías para las redes sociales, Miguel llevó a Victoria a su casa. Durante el camino, la chica repasó todo lo que había pasado durante esas horas. Pensó que su primer acercamiento con Daniel había sido exitoso, le agradó la manera en que se sintió tan calmada mientras conversaban sobre la pintura del recibidor. Sin embargo, Natalia no dejaba de rondar por su cabeza al considerarla una notable amenaza a su objetivo. Esa chica era linda e interesante; cualquier chico se sentiría naturalmente atraído hacia ella, y creía que Daniel no sería una excepción. Esos pensamientos no eran ningún secreto para Miguel, quien podía entenderla a la perfección. El chico estacionó el carro frente al portón como siempre.
—Gracias por todo Mike —dijo Victoria, sonriente.
—Con gusto.
Miguel no quería, pero tenía que hacerlo si no deseaba que Victoria diera un paso atrás en el plan. Además, deseaba ayudarla a subirle un poco los ánimos y su consideración hacia sí misma.
—Por cierto... —pronunció antes de que su amiga bajara—. Solo quería decirte que no tenés por qué preocuparte por Naty. Lo de ella y Dani es historia. Solo es una amiga.
—Esperate... ¿Fueron novios? —interrogó, frunciendo el ceño.
—Sí, pero no funcionó y quedaron como amigos.
—¿Por qué?
—No hubo ningún dramón o chisme si es lo que te preguntás, simplemente no funcionó. A veces algunas personas se quedan en nuestra vida de la manera en la que menos pensamos, pero lo importante es que se queden.
Victoria esbozó una sonrisa.
—¿Y tú te quedarás? —preguntó.
—Me he quedado desde que te conocí.
Tras dedicarle una cálida mirada, la chica se dispuso a salir.
—Buenas noches —le deseó Miguel.
—Buenas noches, Mike. Y no te preocupés, soñaré contigo —aseguró antes de abrir su paraguas y cerrar la puerta del carro.
El chico rio y vio, a través de las mojadas ventanillas, como Victoria desaparecía de su vista una vez cruzado el portón.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro