Es mi culpa
Victoria solo tenía una costilla fisurada, no tenía nada más grave. Tras las indicaciones médicas, Daniel y Victoria se dirigieron rápidamente a la sala de espera. Ninguno se había percatado del rápido paso de las horas hasta que pudieron ver el oscuro exterior a través de las ventanas y los iluminados pasillos. Ivon los esperaba en la sala de espera, sentado, con los codos apoyados sobre sus rodillas. Cuando ambos chicos se acercaron más, notaron que estaba llorando. Al verlos frente a él, se puso de pie.
—¿Qué tal está Mike? —preguntó Daniel.
Su padre encogió sus labios y negó. Daniel sintió un escalofrío recorrerle todo el cuerpo, mientras Victoria sentía cómo su corazón ladía cada vez más rápido.
—¿Qué pasó? —insistió el chico.
—Tuvo una hemorragia cerebral y... —tragó saliva— falleció.
Por su lado, Daniel abrazó a su padre entre sollozos. Rara vez lloraba, al igual que Ivon, pero Miguel era tan querido que ni ellos pudieron ocultar su profundo dolor. Con la mirada fija sobre el señor Köhler, Victoria sintió cómo algo se rompía dentro de ella. Esperaba que todo fuera mentira o, incluso, una broma de mal gusto, pero no era así. El impacto de la noticia se sintió como un golpe sobre el estómago mucho más doloroso que la cuchillada que había recibido hace años, y se le heló tanto la sangre que cada una de sus extremidades comenzó a empalidecerse. Estalló en un llanto silenciosamente doloroso, estirando sus brazos hacia atrás para apoyarse en el asiento y sentarse. Se sintió muy vacía y desvió la mirada hacia la nada; sintió como si algo le hubiera sido arrebatado, como si una parte de ella se hubiera ido junto con Miguel.
Daniel se arrodilló frente a la chica y tomó su mano. Sus destrozadas miradas se fijaron una en la otra y, sin pronunciar palabra, se dijeron todo lo que necesitaban escuchar. Ambos se abrazaron, dejando que el sufrimiento que sentían fuera su mutuo consuelo. El extenso abrazo nunca sería suficiente para reparar un poco de la pérdida, pero era lo único que les quedaba para intentar superarlo.
—¿En dónde está Mariana? —preguntó la chica al separarse de su amigo.
—En la capilla —respondió Ivon.
La chica asintió, se levantó y se plantó frente al señor Köhler.
—De verdad lamento mucho su pérdida —dijo Victoria, con la voz temblorosa.
Ivon esbozó una sonrisa y la abrazó. Nadie, ni siquiera Daniel, se esperaba tal reacción, ya que él no era mucho de demostrar su afecto. A pesar de ello, Victoria le dio unas cuantas palmadas sobre la espalda. Mientras la chica creía que él solo buscaba consuelo, ese gesto de Ivon expresaba mucho más. El señor Köhler veía a Victoria como una oportunidad de enmendar la falta de cariño que había tenido hacia Miguel y se dio cuenta de que, apesar de los pesares, aún estaba a tiempo de valorar lo que aún tenía. Además de su esposa y su otro hijo, Victoria era lo único que le quedaba y a lo que aferrarse. Ivon la quería, pero después de tanto tiempo y tras perder a un hijo, logró sentir lo que Mariana había sentido desde que la chica llegó a su casa: que era su hija.
—Bueno, iré a buscarla —comunicó Victoria tras apartarse y dedicarle una leve sonrisa.
Lentamente y sintiendo como el parche sobre su ojo se mojaba cada vez más con una mezcla de sangre y lágrimas, se dirigió hacia la pequeña capilla del hospital. En el camino, reunió valor para dar la cara a Mariana. Aunque sabía que ella no le guardaría rencor, no era fácil asimilar que su padre había matado a su hijo. Al entreabrir la puerta, la vio sosteniendo un pañuelo con una mano y un rosario con la otra, mientras yacía arrodillada sobre la banca del frente. Entró, cerró la puerta tras de ella y se arrodilló a su lado. Al percatarse de su presencia, Mariana la envolvió con sus brazos.
—Perdón —susurró Victoria.
—No, no es tu culpa —dijo la señora Köhler, apartándose para poder verla a la cara.
—Sé que no es mi culpa que mi papá haya tomado malas decisiones, pero pude haberlo evitado. Pude haberlo denunciado antes.
—No, no te martirices por eso. Ninguno de nosotros imaginaba que pasaría algo así.
Victoria no pudo seguir hablando; el dolor era tan fuerte que lo único que podría hacer era llorar.
—Tranquila —susurró Mariana, acercándola más a ella—. Recemos; eso te calmará.
Ambas buscaron consuelo rezando juntas, lo cual logró calmar a Victoria. Después de un largo rato, Victoria y Daniel regresaron a casa para tomar un baño y vestirse de acuerdo con la ocasión. Ivon y Mariana se quedarían en el hospital para hacerse cargo del traslado del cuerpo a las Capillas Señoriales. Durante el trayecto, ninguno de los chicos pronunció palabra, pero el silencio no era incómodo sino todo lo contrario. Ambos sentían que, en memoria de Miguel y todo aquello que representó para ellos, merecía que le dedicaran un profundo silencio. Desde que recibió la noticia, Victoria no había dejado de llorar por más que quisiera detenerse. Pero si la mejor manera de dejar de hacerlo era secarse, entonces prefirió llorar hasta cansarse.
—Llevame a la comisaría, por favor —pidió la chica sin despegar la mirada de la ventanilla.
Daniel le dirigió una rápida mirada, desconcertado.
—¿Ahorita?
—Sí, ahorita —insistió.
—¿Estás segura de que no querés esperar hasta mañana?
—Solo llevame.
—Muy bien.
El chico obedeció y emprendió la ruta hacia la comisaría más cercana: la 13 en la zona 5, a donde habían llevado a Mauricio. Victoria sentía que era mejor denunciarlo ahora que sentía el valor suficiente para hacerlo. Además, no quería arriesgarse a que no hubiera un después para hacerlo. Una vez frente a la comisaría, ambos se bajaron e ingresaron. El lugar era relativamente viejo e insípido, lo que cualquiera esperaría de una comisaría. Victoria dijo que quería hacer una denuncia y una declaración, indicó el nombre de su padre y la llevaron hacia las autoridades correspondientes.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó el funcionario de policía, escribiendo algo sobre una hoja de papel.
—Victoria Rogelia Álvarez Cruz.
—¿Trae su DPI?
—Sí —respondió la chica, sacándolo para entregárselo.
—¿Ya ha hecho una denuncia antes? —preguntó mientras anotaba el número.
—No.
—¿A quién y qué es lo que quiere denunciar?
—No conozco los términos oficiales, pero quiero denunciar al señor Mauricio Rodrigo Álvarez Recinos por violencia contra la mujer, explotación, intento de homicidio y homicidio accidental.
—¿Será oral o escrita?
—Oral —respondió la chica.
—Muy bien —dijo, regresándole su documento de identidad—. La escucho entonces —articuló, dirigiendo toda su atención hacia la chica.
—Hace años he sido agredida por ese hombre, no lo denuncié por miedo y porque es mi padre. Pero acaba de matar a mi amigo y sería injusto no hacer nada al respecto.
Respiró profundamente, intentando contener las lágrimas que finalmente no logró contener.
—Mejor comienzo por el inicio. Desde los diez años, aproximadamente, ese hombre es un alcohólico y por eso he sido agredida. Pueden hacerle los estudios médicos para comprobar lo que estoy afirmando. He tenido dos trabajos para poder pagar los gastos de la casa, pero sobre todo sus cervezas y las reuniones con sus amigos que me han acosado sexualmente.
—¿Podría darme sus nombres?
—No, perdone. N-No los conozco, solo los he visto. Nunca creí que fuera necesario.
—Está bien. ¿Y la dirección de la casa?
—Es seis calle A, diecisiete treinta, Colonia El Maestro dos, zona quince.
—Perfecto, siga, por favor —indicó el funcionario tras anotar la dirección.
—Bueno. Ni un solo centavo de lo que he ganado ha sido para mí. He tenido que usar todo ese dinero para cirugías y material médico por las palizas que me dio. Me las daba por el simple hecho de estar borracho o porque hacía algo mal. Esas palizas casi acabaron con mi vida en dos ocasiones. En la primera me ensartó un cuchillo de cocina sobre el costado. Me llevaron al hospital público San Juan de Dios de emergencia, en dónde me salvó la vida la doctora Mariana Karla Flores Choc. Ella sigue trabajando allí por si necesitan contactarla, tiene el registro médico de la cirugía y todas mis visitas al hospital por golpes de todo tipo. En la segunda, la más reciente, me golpeó hasta quedar inconsciente. Me quedé horas tirada sobre el piso y perdí mucha sangre. Mi amigo aquí presente, acompañado de su recién fallecido hermano, Miguel Köhler Ramírez...
Victoria se tomó unos segundos para respirar y secarse las lágrimas mientras Daniel la tomaba de la mano. El funcionario aprovechó la pausa para anotar nombres.
—Entraron a mi casa y me sacaron de allí para llevarme al hospital El Pilar. Dijeron que me habían encontrado golpeada y tirada en la calle porque yo les pedí que no dijeran nada. Allí me atendieron y me salvaron la vida otra vez. El doctor que me atendió se llama Josué Martínez. A partir de ese momento he estado viviendo con la familia Köhler sin que el hombre en cuestión lo supiera. Ellos me cuidaron durante el proceso de recuperación.
—¿Me podría dar los nombres de cada integrante de la familia, por favor?
—Mariana Ramírez García e Ivon Köhler... —dije, volteando a ver a Daniel.
—López —completó el chico.
—¿Conoce la dirección?
La chica volteó a ver a su amigo a fin de que respondiera por ella.
—Es kilómetro trece punto quince, carretera de Muxbal, condominio Las Cabañas, casa cinco —dijo el chico.
—Gracias. Siga, por favor.
—Pasó más de un mes hasta que hoy en la tarde se presentó frente a las oficinas del señor Köhler con la intención de llevarme a casa a la fuerza. Miguel intentó detenerlo, pero lo empujó tan duro que se golpeó la cabeza sobre la acera. Comenzó a sangrar mientras mi papá me metía al carro en contra de mi voluntad. La última imagen que recuerdo de mi amigo es verlo tirado sobre el suelo intentando levantarse.
—¿Se sabe la dirección de las oficinas?
—No, pero el señor Köhler puede dársela.
—¿Recuerda lo que pasó después?
—Sí. Estando en el carro me amenazó con una pistola para que no intentara escapar. Llegamos a la casa, me jaló del pelo, entramos, me tiró al piso y me golpeó un par de veces en el estómago y en las costillas. Me hizo lavar los platos. Después me jaló otra vez del pelo y me guió hasta la sala, en donde me golpeó otra vez, abriéndome el ojo. Mientras limpiaba, las sirenas de la policía se escucharon, pero él las ignoró hasta que se escucharon más cerca. Se me acercó, me tiró al pisó, me golpeó otra vez y me apuntó con la pistola. Lo agarré de la muñeca, se la doblé y, al soltarla, se disparó. Después la pateé hasta el otro lado de la sala y la policía llegó.
La chica guardó silencio.
—¿Es todo? —preguntó el funcionario.
—Sí, pero solo quería agregar que, si no han tocado nada, van a encontrar varias manchas de sangre sobre el piso del cuarto que queda a mano derecha del segundo nivel. Son manchas de la segunda paliza. A dos tablones de madera del piso desde la mesa de noche van a poder levantar el tercer tablón y encontrar una bolsa con pétalos de flores y una blusa color rojo. Si revisan la refrigeradora, apenas van a encontrar comida y unas cuantas cervezas, si es que no hay nada.
—Muy bien. ¿Tiene algún asesor jurídico?
—N...
—Héctor Sánchez Soto —interrumpió Daniel.
Victoria le dedicó una leve sonrisa mientras el señor tomaba otra hoja de papel y anotaba varios números. Luego se lo pasó a la denunciante.
—Es el número de su carpeta y el número de teléfono del Ministerio Público. Nosotros nos estaremos comunicando con usted para tomar su declaración, pero también puede comunicarse con nosotros o con ellos para conocer los avances de la denuncia. Le haremos saber si necesitamos su presencia para exámenes médicos u otro tipo de proceso.
—Gracias. Buenas noches —deseó Victoria, poniéndose de pie.
—Buenas noches.
Los dos chicos se dirigieron al carro para regresar a casa alrededor de las once de la noche. Las calles estaban prácticamente vacías al ser un día entre semana. Victoria observaba el tenue entorno a través de la ventanilla, buscando alguna distracción para dejar de llorar. El tempestuoso viento movía bruscamente los árboles y había traído consigo el frío. No quería enfocarse en el dolor, pero era tan profundo que ningún otro pensamiento la invadía por dentro. Había denunciado a su padre. «Era lo que tenía que hacer, por más tarde que fuera», se consoló a sí misma. El teléfono de Daniel comenzó a sonar, y el chico contestó a través del sistema de manos libres del carro.
—Hola, mama —saludó.
—¿Por dónde andan?
—Ahorita recién vamos para la casa. Es que Vicky quiso ir a denunciar.
—¿Y qué tal?
—Normal, dentro de todo. ¿Ustedes ya están en las capillas?
—Sí.
—Va, allí llegamos en un rato.
—Vaya. Aquí los esperamos.
—'diós
Colgó y el fúnebre silencio regresó. Daniel estaba verdaderamente preocupado por su amiga, por lo que no dejaba de lanzarle rápidas miradas de vez en cuando. Quería consolarla, pero no sabía cómo se consolaba a una persona que había perdido a su mejor amigo y metido a su padre a la cárcel en el mismo día.
—Vicky —pronunció tímidamente.
La chica volteó para verlo de reojo.
—¿Querés hablar? —preguntó.
—Tal vez después —respondió para luego regresar la mirada hacia el exterior.
Al entrar a la casa, que parecía estar también de luto por la quietud sepulcral, Padme los recibió. Sin embargo, el instinto de la mascota presintió el ánimo con el que sus dueños llegaban y no se lanzó sobre ellos exigiendo cariño, como solía hacerlo. Victoria esbozó una triste sonrisa para luego darle unas cuantas caricias.
—¿Tenés hambre? —preguntó Daniel, colgando las llaves en su lugar.
—No, gracias. Me voy a bañar, así llegamos rápido —respondió, dirigiéndose a las escaleras para ir a su habitación, seguida de Daniel.
Al cruzar por la entrada del cuarto de Miguel, decidió pasarla de largo; aún no estaba lista para enfrentar los recuerdos. Entró a su cuarto y luego rápidamente al baño. Se quitó el parche, que estaba muy húmedo, y entró a la ducha. Dejó que el agua tibia cayera sobre su rostro. El efecto de la anestesia aún no había pasado, así que no sintió ningún tipo de ardor, pero el dolor en su alma seguía presente. Lloró desconsoladamente una vez más, haciendo que las saladas lágrimas se mezclaran con el agua.
Mientras tanto, Daniel llamó a Natalia y Pablo para darles la desafortunada noticia, y luego a la farmacia para que le trajeran parches, algodón, líquido antiséptico y las pastillas para Victoria. Después se metió a bañar y, una vez que se había cambiado, el timbre sonó. Agarró su billetera de la mesa de noche y bajó. Padme ya estaba en la entrada, olisqueando la ranura inferior de la puerta. El chico abrió, recibió el pedido y pagó. Con la bolsa plástica entre los dedos y seguido de su mascota, subió nuevamente. Estuvo a punto de pasar de largo el cuarto de su difunto hermano, pero al ver a su amiga dentro, se detuvo. Victoria observaba fijamente sobre la pared el retrato que había elaborado de Miguel, vestida completamente de negro a excepción de sus zapatos blancos. El chico se aproximó lentamente, dejó la bolsa encima de la cama y se plantó junto a ella. La chica sostenía una carta entre sus manos. Daniel, de reojo, vio que se traba de la carta que le había dejado a su hermano. Por varios minutos, ninguno despegó los ojos de uno de los pocos recuerdos que quedaron del rostro de Miguel.
—Perdóname —pronunció, inmóvil.
—¿Qué? —preguntó el chico, mirándola fijamente.
Victoria exhaló pesadamente, bajando la mirada para llorar de nuevo.
—Por haber matado a tu único hermano, al hermano que tanto cuidaste y protegiste.
—No, Vicky...
—Yo debí haber muerto, no él —interrumpió con la voz quebrada—. Mauricio debió desquitarse conmigo, no empujarlo a él para que muriera en un accidente tan ridículo.
—Hey —pronunció, tomándola suavemente de los hombros—, estoy seguro de que Mike hubiera preferido morir antes que tú. Él hubiera querido morir protegiéndote.
—Todo esto es mi culpa —prosiguió—. Si me hubiera alejado de ustedes, nada de esto hubiera pasado.
—Sabés bien que Mike te lo hubiera impedido.
—Pero sigue siendo mi culpa —insistió, levantando la mirada para verlo a los ojos—. Si hubiera denunciado a mi padre, él seguiría vivo. No lo denuncié a tiempo y por eso Mike ahora está muerto, y todo por ser una cobarde.
—Mirame —dijo, sosteniendo el rostro de Victoria entre sus manos para que lo mirara fijamente—. Nada de esto es tu culpa. Tú no sos responsable por las malas decisiones de tu padre, y tampoco de la muerte de tu mamá. Porque, si estás buscando a algún culpable, entonces tu papá es culpable de haberte hecho la vida miserable, la persona que se chocó con tu madre por haber estado ebria, y los padres de esa persona por no haberla educado bien. Y así nos la pasaríamos toda la vida sin saber quién es el verdadero culpable. Cosas malas le pasan a la gente buena por alguna razón. Tú lo sabés muy bien. Y no eres una cobarde. Alguien cobarde no aguantaría tres años de maltratos de su padre por amor, ni lo denunciaría. Así que, si querés llorar, que sea porque extrañás a Mike, pero no porque sea tu culpa. ¿Está bien?
La chica asintió, esbozando una sonrisa.
—Tenés razón, si intento entender el "porqué" y me preocupo por el "hubiera", nunca llegaré a ninguna parte. Solo espero que esté allá arriba, porque fue un ángel para mí; siempre estuvo allí para protegerme y velar por mí.
—Y tú lo fuiste para él.
Victoria sonrió.
—No los merezco, a ninguno de ustedes.
—No digás eso —pidió, negando—. No pensés que no merecés amor. Todos merecen amor, sobre todo, tú.
Daniel le secó delicadamente las lágrimas con las manos, notando lo hinchados y rojizos que estaban sus ojos por el llanto.
—Venite —dijo, ofreciéndole la mano—, vamos a curarte el ojo.
Victoria dejó la carta sobre la mesa de noche antes de tomar la mano del chico y dirigirse al baño.
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