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El trato

Con el suéter cerrado y la capucha cubriéndole la cabeza, Victoria se dirigió a paso apresurado hacia la fiesta. Hace tiempo que había dejado de tenerle miedo a andar sola por las calles, consideraba que su casa era mucho más peligrosa y que nada peor podría pasarle allí afuera. Pidiéndole a Dios que no lloviera, pasó por las calles tenuemente iluminadas por postes titilantes de luz. Llegó al portón del condominio Las Arenas y le indicó al portero que venía a la fiesta. Le entregó su identificación y la dejaron ingresar. Cada una de las casas era igual que la anterior: modernas, blancas y acogedoras. Estaban rodeadas por jardines bien cuidados e iluminados. No le fue difícil dar con la casa, ya que las luces de colores y el bullicio se notaban a varios metros de distancia. No fue necesario que tocara el timbre; la puerta estaba abierta. Al adentrarse en la casa, divisó a varios chicos de su edad conversaban sentados en la sala. Se quitó la capucha y colocó la diadema sobre su cabeza. Al cruzar el pasillo para llegar a esta, algunos la observaron de reojo a medida que avanzaba. Por su parte, Victoria buscaba a Sara. Gran parte de los invitados estaba en el patio trasero, donde yacía toda la acción y el corazón de la fiesta. Varios bailaban con bebidas en mano y otros jugaban ping pong o futbolito. Como solían hacer, el que perdía se tomba un trago.

Al sentir el aire fresco chocando contra su rostro, paró en seco al ver a Daniel cerca de una de las mesas de juego. Si tan solo alguien le hubiera avisado que él estaría allí, probablemente se hubiera arreglado un poco mejor. Estaba disfrazado de Spiderman, pero con la máscara en mano, dejando al descubierto su bien trabajado cuerpo. Para ella, él era uno de esos amores que nunca morían, pues le era imposible no sentir algo removérsele por dentro cada vez que lo veía. Daniel era su amor inalcanzable, un amor que pudo haber sido pero que no estaba destinado a ser por más empeño que le dedicara. Varias veces había considerado la opción de actuar como varios de su edad que tanto clamaban yolo (you only live once (solo vives una vez)), y expresarle los sentimientos que por años había estado ocultando. Algunas noches pasaba varios minutos frente a la pantalla de su teléfono leyendo y releyendo extensos mensajes que le escribía para terminar borrándolos. Sin embargo, ella sabía bien que recibiría un "no" como respuesta, y eso era justamente a lo que le temía. «¿Para qué arriesgarse si ya sé lo que va a pasar?», se decía siempre. Victoria quería que Daniel la quisiera de verdad, y eso solo podría conseguirlo conociéndose mutuamente, pero no quería complicarle la vida al pobre chico. ¿Quién querría a una chica llena de problemas?, ¿quién sería capaz de soportar, junto con ella, el tipo de vida que llevaba? Tomó aire profundamente y prosiguió con su búsqueda. Finalmente, encontró a su compañera, disfrazada de la protagonista de la conocida historia Alicia en el País de las Maravillas, conversado con un chico.

—¡Sara! —exclamó, alzando la mano para que esta la notara de lejos.

La chica se excusó con el invitado antes de aproximarse a Victoria.

—¡Vic! ¡Qué bueno que viniste! —dijo, abrazándola.

—Lindo disfraz.

—Gracias —dijo, bajando la mirada un segundo para ver su atuendo—. El tuyo también está chilero.

—Gracias por intentar subirme el ánimo.

—¿Tenés sed? Sé que no tomás, seguime —pidió, agarrándola de la mano para adentrarse nuevamente en la casa.

Entraron a la cocina y, como si estuviera en su propia casa, Sara abrió la refrigeradora.

—¿De quién es la casa? —preguntó la invitada, o más bien la colada, tomando asiento frente a la encimera de la cocina.

—Es de un amigo mío de la universidad, se llama Pablo. Casi todos los invitados son de allí.

—Ah...

Sara sacó una lata de Coca-Cola, tomó uno de los clásico vasos plásticos color rojo y vertió la burbujeante bebida.

—¿Por qué la fiesta? —preguntó Victoria tras recibir el vaso.

—No hay una razón —respondió, encogiéndose de hombros—. Pero tenemos una semana de vacaciones y por eso decidieron organizar una.

—Ah —dijo antes de tomar un trago.

—¿Qué tal el trabajo?

—Tranquilo.

Victoria le había dicho que prefería trabajar a estudiar, aunque en realidad no tenía otra opción. Su compañera de infancia no era más que eso, al igual que todos con los que convivió durante la secundaria. Aparte de reservarse sus secretos para ella a toda costa, Victoria nunca fue una persona muy sociable, pero dejó de serlo tras la muerte de su madre. Tenía que lidiar con muchísimos problemas, por lo cual hacer amigos era prácticamente lo último en su lista de pendientes, por no decir que no figuraba en ella. Prefería preguntarle a los demás acerca de sus vidas para que a nadie le entrara la curiosidad de conocer detalles de la suya, y Sara no era la excepción. Lo sabía todo de su compañera, cosas que iban desde su color favorito hasta el tipo de champú que utilizaba. Al principio, Victoria siempre pensó que la única compañera con la que pasaba el rato durante los recesos solo le hacía compañía por la pena de verla sola y porque le convenía juntarse con de una las más estudiosas de la clase. Aunque con el tiempo la conoció más y llegó a agradarle su sinceridad y sus buenas intenciones, no fue lo suficiente para confiar en ella. Sentía que tal vez su amistad nunca funcionaría por ser tan distintas y se limitaba a disfrutar y valorar su compañía cada vez que se daba la ocasión.

Por su lado, por más que Sara intentara sacarle las palabras con cuchara, procurara incluirla en los varios círculos de amigos de los que hacía parte e invitarla a celebraciones con tal de ayudarla a sentirse menos aislada del mundo, no había conseguido subir de la jerarquía de compañera de curso y, ahora, de conocida. Logró superarlo, justificando el proceder de Victoria debido a la pérdida de su madre y respetando su espacio en todo momento, aunque le hubiera gustado la idea de tenerla como amiga.

—Bueno, no vayás a quedarte aquí toda la noche. Salí y divertite —dijo Sara con una amplia sonrisa antes de sobar levemente el hombro de su compañera y salir al patio nuevamente.

Victoria giró sobre el asiento para verla alejarse. Tomó unos tragos considerables de su gaseosa antes de servirse el resto de la lata y tirarla en el basurero. Se acercó a la salida del patio y se sentó sobre la escalera. Desde allí podía observar a Daniel a la perfección. Alternaba la mirada entre su bebida y la presencia de su amor platónico.

—¿Vicky? —preguntó una conocida voz varonil a su lado.

Solo dos personas en el planeta Tierra la llamaban de esa manera, ya que consideraban que su apodo oficial, Vic, sonaba al conocido mentol Vick Vapor Rub: no les agradó y lo cambiaron por ese. Victoria elevó la mirada y se encontró con Miguel disfrazado del Zorro. Esbozó una sonrisa tras la agradable sorpresa de volver a encontrarse con su amigo de infancia. Sus inconfundibles ojos color miel, incluso detrás de la máscara negra, tenían la misma expresividad de siempre, haciéndola sentir que los años no habían ejercido su efecto devastador.

—Hola, Mike —lo saludó, esbozando una sonrisa.

Hasta donde Victoria recordaba, Miguel solía ser uno de esos chicos que hacían una buena broma ante situaciones negativas o tristes a fin de animar a las personas. Solía ser el payaso de la clase, por lo cual todos los conocían y querían, excepto, claro, los profesores. Las calificaciones no eran para él más que un número, y las clases, momentos para compartir y conversar. Miguel solía sonreír mucho y su sonrisa recta y blanca, con colmillos pronunciados, contrastaba enormemente con sus facciones serias, herencia de su padre, quien era alemán. En general, la apariencia del chico era muy atrayente, y él lo sabía muy bien, sacando provecho de ello. Así, se robó muchos suspiros de sus compañeras de colegio y, más tarde, de la universidad. Sin embargo, aunque aún conservara bastante de su personalidad más jovial que seria, el chico había dejado de ser en varios aspectos el que Victoria conocía.

Por su lado, Miguel la había visto entrar, pero no estaba seguro de que fuera ella hasta que la vio más a detalle en la cocina con Sara. Todos con los que aún guardaba contacto le habían perdido la pista a Victoria luego de la graduación, y él la buscó en vano durante todo ese tiempo. Algunos recuerdos de su amiga solían escapársele en su día a día y, cuando pasaba, se preguntaba inevitablemente si algún día la volvería a ver o qué sería de su vida. Él siempre había sentido algo por Victoria, tal y como ella lo hacía por Daniel, pero nunca se había animado a decírselo por miedo e inseguridad, al considerarla una chica fuera de su alcance y que no demostraba ningún tipo de interés hacia él. Así que, tras constatar que aquella solitaria joven sentada sobre los escalones era ella, sonrió abiertamente, sintiendo una mezcla de emoción y nostalgia por el pasado, junto con la esperanza de darle un buen final a aquellos sentimientos juveniles. Como si hubiera encontrado a una aguja en un pajar o, mejor dicho, una parte de su vida que creyó perdida, se apartó velozmente de su grupo de amigos para acercársele y conversar para ponerse al día.

—¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo estás? —preguntó, sentándose junto a ella.

—No me quejo. ¿Y tú?

—Muy bien —aseguró sonriente—. No has cambiado nada.

Victoria sonrió levemente antes de redirigir su mirada hacia el frente.

—Lo tomaré como un cumplido.

Miguel rio.

—¿Qué se supone que sos?

La chica apartó un poco la sudadera de su costado para dejar al descubierto su camisa.

—Una fresa.

—Qué ingenioso, te queda bien el disfraz. Recuerdo cuando te ponías como una cuando corrías en deporte.

Victoria rio levemente.

—Sigo poniéndome así cuando lo hago, algunas cosas nunca cambian. Pero tú no hablés, — sentenció, elevando el dedo índice del vaso hacia él—, que te ponías peor.

—Eso es cierto —admitió, sonriendo.

—Por cierto, lindo disfraz.

—Quería disfrazarme de cupido, pero este me pareció mucho más cool.

Victoria asintió mientras observaba a Daniel.

—Contame. ¿Qué ha sido de tu vida? —preguntó Miguel.

—Pues...—suspiró—. Nada muy interesante que digamos.

—¿Por qué el suspiro? ¿Mal de amores?

La chica rio.

—No exactamente —aseguró.

—¿A qué te referís con no exactamente?

—Olvidalo.

—Vicky, que no nos hayamos visto hace tiempo no significa que haya dejado de ser tu amigo. Confiá en mí.

Victoria lo vio de reojo y, sin saber por qué, se sintió en confianza. A pesar de que nunca le hubiera contado nada sobre los efectos catastróficos que causó la muerte de su madre y sus sentimientos románticos por Daniel, tenía la sensación de que aquella valiosa amistad que hace años empezó nunca había terminado y probablemente nunca lo haría. Además, seguramente ya no lo vería y tal vez conseguiría algo contándole todo, como experimentar por primera vez lo que era desahogarse. Así que, tras tantos años de silencio, le pareció oportuno mencionar y tratar un poco el tema de su amor platónico. Sin embargo, le fue inevitable sentir cómo la ansiedad hacía temblar cada pequeño músculo de su cuerpo ante esa simple idea.

—¿Alguna vez has querido a alguien y deseás que haya algo más, pero lo considerás imposible? —preguntó la chica.

—Ajá.

—Bueno, en eso se resume mi situación.

—¿Se puede saber quién es?

Victoria lo miró en silencio, dudosa.

—Es que... —titubeó Miguel mientras encontraba una excusa convincente a su notorio interés—. Dependiendo de quien sea hay más o menos probabilidades de conseguir algún resultado. Que te guste alguien que vive en el mismo país que tú es más fácil de llevar que a alguien que vive del otro lado del mundo.

—Ese no es el problema.

—¿Entonces cuál? ¿Qué te impide decirle lo que sentís?

La chica exhaló bruscamente.

—Es muy complicado... Conozco a este chico y he estado enamorada de él gran parte de mi vida, pero no he querido decirle nada por miedo. Sé que él no siente lo mismo que yo y no quiero forzar la cosa. ¿Entendés? Y... —se abstuvo al ver que estaría a punto de revelar su secreto—. Eso.

—Hm... Te entiendo, creés que no está a tu alcance... ¿Y cómo sabés que él no siente lo mismo que tú?

—Hay cosas que solo se saben —respondió, moviendo el vaso de lado a lado con sus dedos.

—O que solo suponemos.

—Sé que, si lo hago, echaré todo a perder.

—¿Por qué?

—Quiero que se enamore de mí de verdad, por lo que soy. No porque de repente venga y le diga que me gusta.

—Y... ¿Por qué no te acercás?

—Ese es otro tema.

—¿Por qué?

Victoria ya se había cansado de darle largas al asunto y, no pudiendo más con los nervios, lo soltó de una vez.

—Porque es Daniel.

—Ah —pronunció, completamente sorprendido.

La chica cerró los ojos con fuerza, arrepentida de no haber podido controlar su lengua, pero sintiendo alivio por haberse liberado de tanta tensión. Miguel sintió como los sueños de su adolescente interior se venían en picada con dicha afirmación. Pero, en honor a lo que había sentido por ella y al percatarse que ya no tenía nada que perder porque su corazón ya estaba más que roto, decidió confesarle sus sentimientos.

—Te entiendo —aseguró el chico.

—¿Qué? —preguntó Victoria, volviendo la mirada hacia su amigo.

—Siempre me has gustado Vicky —confesó, desviando la mirada con un semblante serio.

Esta vez, la chica abrió los ojos a su máxima capacidad y sintió como el calor se le subía a las mejillas ante aquella inesperada confesión. Ningún chico le había dicho que gustaba de ella; no se consideraba un prospecto tan atrayente para nadie. Se desconcertó grandemente al ver cómo Miguel se tiraba la soga al cuello, y mucho más al no saber la razón, pero, dejándose llevar por la impulsividad de sus emociones, se le ocurrió una idea descabellada.

—¿Tu creés que a veces pensamos que rechazamos el cariño destinado a nosotros por perseguir otro que no es nuestro? —preguntó Victoria, irguiéndose de golpe.

—Wow, esperate —dijo, riendo levemente tras recobrarse del golpe y al comprobar que su amiga tramaba algo—. ¿Querés decir que buscamos el amor que queremos y rechazamos aquel que podría ser nuestro?

—Mhm —respondió, asintiendo insistentemente.

—Mirá, creo que no es malo que busqués lo que querés, pero a veces nos enfocamos mucho en algo y no vemos otras oportunidades.

—Y si... —dijo sonriente.

Miguel la miró con curiosidad antes de que la sonrisa de su amiga se desvaneciera y regresara la mirada hacia su bebida.

—¿Y si qué? —preguntó el chico.

—Nada —contestó, negando con la cabeza.

—¡Vicky! Contámelo, sin mucho rollo.

—No, no es una buena idea.

—Solo decímela.

—No.

—Hombre, no puede ser tan mala.

—No, es mala, muy mala.

—Contámelo, porfa —pidió, empujando delicadamente el hombro se la chica con el suyo.

—Solo si me prometés no llevarla a cabo.

—Va.

—Tal vez si tú y yo nos hiciéramos novios, Daniel lograría interesarse en mí. Pero eso sería muy egoísta —afirmó, negando varias veces.

A Miguel se le volvieron a iluminar los ojos al ver una última oportunidad para cumplir ese deseo que había surgido hace años y que no sabía que aún quería.

—¿Por qué? —cuestionó, removiéndose.

—¡¿Por qué?! —exclamó, abriendo los ojos grandemente—. Porque tú sí estás enamorado de mí, o por lo menos te gusto. Sería injusto. Te estaría lastimando para al usarte solo para mi beneficio.

—No si yo estoy de acuerdo con el plan —contradijo, esbozando una sonrisa.

—¡¿Qué?! —gritó, volviendo la mira a hacia su amigo.

—Pensalo, no tenés nada que perder, al contrario.

—No, no hay manera de que acepte este trato.

El chico se encogió de hombros.

—Entonces que no te extrañe que un pajarito por allí le diga a Daniel que te gusta.

—No lo harías —dijo, entrecerrando los ojos.

Miguel sabía muy bien que eso no era tan caballeroso de su parte, pero, tanto como ella, él quería que Victoria lo quisiera como era. Había perdido contacto con ella durante tres años y no estaba dispuesto a perderlo tan fácilmente, no una vez más. Lleno de esas esperanzas que solo se tienen cuando nos surge una buena idea, pensó que, tal vez, y solo tal vez, conseguiría que ella se enamorara de él en el proceso.

—Claro que sí —aseguró, recargándose hacia atrás sobre sus manos—. Tú escogés.

—Porfa, no le digás nada.

—No lo haré si aceptás el trato.

—No me hagás esto, porfa —suplicó.

Miguel se encogió de hombros.

—Y te hacés llamar mi amigo... —se quejó la chica.

El chico abiertamente y ella suspiró.

—¿Por qué me odiás? —preguntó Victoria.

—No te odio, solo te quiero ayudar. Siempre has sido la chica callada y responsable que sigue las reglas y nunca se arriesga. Creo que te vendría bien salirte un poco de tu zona de confort, ser un poco rebelde.

—No quiero lastimarte.

—Conozco los riesgos del trato y estoy dispuesto a correrlos.

—Estoy segura de que no te atrevés a contarle.

—¿Ah, no?

Miguel se puso de pie abruptamente.

—¡No! —exclamó Victoria, jalándolo para obligarlo a sentarse otra vez.

El chico sonrió y, de regreso en su asiento, le tendió la mano. Victoria la observó en al aire por unos segundos mientras decidía. Ella nunca se imaginó que algún día se encontraría entre la espada y la pared, mucho menos en cuestiones de amor. Creía que los dramas románticos nunca llegarían a su vida, y consideraba que ya era lo suficientemente difícil como para complicarla más. No estaba segura de querer empezar otra de esas situaciones cinematográficas o novelísticas que conocía tan bien; después de todo, sabía que el plan estaba destinado a fracasar por su evidente choque con la realidad.

—No va a funcionar, nunca funciona —tartamudeó en un intento de hacerle cambiar de opinión.

—Nunca lo sabrás si no lo intentás —debatió Miguel, elevando ambas cejas.

—Se supone que todo tiene que darse de manera natural.

—¿Y quién dijo que no se daría así? Yo solo te estoy ayudando.

Alternando la mirada entre la mano de su amigo y su amor platónico, sentía que Miguel era capaz de revelar su secreto a mil voces en cualquier momento. Le había costado tanto mantener sus sentimientos hacia Daniel ocultos como para que fuera revelado de manera tan abrupta y sin la más mínima delicadeza, así que la única manera de evitarlo era accediendo a la proposición de su amigo. Aceptando su derrota e imposibilitada por la presión, exhaló pesadamente, colocó el vaso a su lado izquierdo y estrechó la mano de Miguel.

—Nada de besos ni abrazos muy cariñosos —advirtió, señalándolo con el dedo índice de su otra mano.

—No hay problema con eso —aseguró, sonriendo satisfactoriamente.

El chico sacó su teléfono, la rodeó con su brazo, elevó el aparato y tomó una selfie.

—¿Qué fue eso? —preguntó Victoria, a quien dicha acción tomó por sorpresa.

—Ahora sos mi novia, hay que hacerlo creíble —aclaró, guardando el aparato en el bolsillo de su pantalón.

—¿Vas a subir la foto?

—Sí. ¿Te molesta?

—No.

—Vení —dijo, poniéndose de pie y tomándola de la mano.

Se dirigieron hacia la mesa de pingpong, en donde Daniel seguía jugando. A este último le dio mucho gusto ver a la vieja amiga de su hermano, a quien recordaba con mucho aprecio, y la saludó de lejos con media sonrisa. Victoria, sin poder creer que dicho gesto iba dirigido a ella, le devolvió el saludo antes de escuchar cómo Miguel le explicaba en qué consistía el juego. Hecha un manojo de nervios, por lo cual se limitó a observar y escuchar, pensó que su 'novio' haría alguna locura como abrazarla mucho o darle besos sobre las mejillas, lo cual no le hubiera molestado, pero sí incomodado. En realidad, parecían ser lo que en realidad eran: buenos amigos. Revisó discretamente su teléfono para ver la hora: solo le quedaba una, la cual transcurrió bastante rápido. Miguel insistió en llevarla a casa, pero Victoria rechazó la oferta sutilmente. Este le pidió que le escribiera cuando llegara antes de despedirse. Una vez fuera del condominio, Victoria se quitó la diadema y se puso la capucha.

A mitad del camino, el cielo se iluminó por unos rayos y el silencio se quebró por su sonido. Pronto comemzaría a llover, así que aceleró la marcha. Tuvo que correr durante el último tramo para mojarse lo menos posible. Al llegar a casa, desamarró la soga y subió. Empapada, la guardó en su lugar junto a sus otras cosas. Agarró su teléfono, le envió el mensaje a Miguel y lo puso a cargar sobre su mesa de noche. Entró al baño y se quitó la sudadera para ponerla en el cesto de la ropa sucia. Agarró el desmaquillante, remojó un algodón y se lo pasó por el rostro.

Le había sido muy difícil encontrar una buena base de maquillaje que fuera de su color de piel canela. No era lindo para la gente tener que ver a una chica con grandes ojeras y varias cicatrices, mucho menos para sus clientes. Además, no le era tan cómodo tener que inventar excusas para explicar dichos golpes. Ocultaba lo mejor que podía cada uno de ellos, ya fuera en el rostro, los brazos o las piernas. También por eso la ropa de manga larga era su mejor amiga. La mayoría de las cicatrices habían conseguido sanar gracias a la crema cicatrizante que había comprado y, aunque fueran un constante recordatorio de su mísera vida, ya se habían vuelto parte de ella y su rutina. Una de las más significativas y sobresalientes iba desde atrás la oreja hasta el final de la nuca. Tenía otra cerca del ombligo y una más en la espalda baja a la derecha: ambas de cirugías mayores por 'accidentes'. Teniendo la cara limpia, se apoyó sobre le lavamanos y suspiró cabizbaja antes de decir:

—En qué lío me metí.

Su conciencia le reprochaba su falta de carácter, pero no podía negar que le había agradado tener la atención de Daniel, aunque fuera por un rato.

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